José María Coudrin
De Enciclopedia Católica
En 1789 (año del comienzo de la Revolución francesa) entra en el Seminario para prepararse a las órdenes. Allí va a permanecer sólo dos años, ya que los que lo dirigen, los lazaristas, lo abandonan en agosto de 1791 al rehusar el juramento constitucional. Así se completan seis años (de los 17 a los 23) de vida universitaria y de semi-nario en Poitiers, ricos en experiencias, en crecimiento personal, en relaciones y amistades.
No deja de llamar la atención el momento en que el Buen Padre entra en el seminario: justamente cuando se avecinan los peores tiempos para la Iglesia, cuando comienza la Revolución, que enseguida tendría amplia derivación religiosa.
En 1790 se ordena subdiácono y predica por primera vez en su pueblo, Coussay-le-Bois. En diciembre, se ordenará de diácono. Es el año en que la Asamblea Constituyente vota y aprueba la Constitución civil del clero; hay que jurarla, o exponerse al destierro.
Ya de diácono ayuda al párroco de su pueblo a difundir los documentos del Papa. Ambos son denunciados, y tiene que huir a un pueblo cercano. En realidad, la situación es tal que los estudios (ha completado ya hasta cuarto de Teología) van a interrumpirse para el Buen Padre.
En el verano de 1791, se pone en contacto con los Vicarios dejados por el Obispo legítimo de Poitiers. Desde el conocimiento que tienen de él, le dan un documento autorizándole a hacerse ordenar sacerdote por cualquier obispo en comunión con el Papa. Coudrin, con plena conciencia de la situación que está viviendo la Iglesia en Francia y concretamente en Poitiers, decide su ordenación sacerdotal.
Viaja a París, donde tiene noticia de que hay un obispo oculto en el Seminario de los irlandeses. Recibe el orden sacerdotal, de manera secreta, el 4 de marzo de 1792.
Inmediatamente vuelve a Coussay. El 3 de abril asiste como testigo al matrimonio de su hermano, y firma: "Pedro Coudrin, sacerdote". El 8 de abril, día de Pascua, es su primera misa en su pueblo natal. Al final, por encargo del alcalde, debe anunciar que próximamente tomará posesión, el nuevo párroco constitucional. El Buen Padre lo anuncia, pero con un comentario desafiante para la autoridad civil. Consecuencia: él y el párroco legítimo tienen que huir del pueblo ese mismo día para ponerse a salvo.
Así entramos en un período en que el curso de los acontecimientos impone al Buen Padre el entrar en la clandestinidad. Una situación que va a durar en cierta medida varios años, pero que no va a impedir una actividad apostólica intensa. Es donde va a apreciarse la audacia, el riesgo y la confianza plena en la Providencia como rasgos notables de la personalidad del Buen Padre.
Esta situación de retiro obligado le lleva a la granja del castillo de la Motte d´Usseau, un pueblo cercano, en el que el granjero es un primo suyo, y los propietarios del castillo, unos conocidos.
Al principio, se dejaba ver por el pueblo. Por razones de seguridad, una noche salen a caballo él y su primo, fingiendo que se van; luego, aprovechando la oscuridad, vuelven sin ser vistos.
El Buen Padre inicia así, en el granero de la granja, un retiro que va a durar cinco meses. Cinco meses de honda experiencia de Dios en la oración, de larga reflexión al hilo de la lectura de la historia de la Iglesia y las noticias parciales que a través de su primo le van llegando de cómo discurren los acontecimientos revolucionarios. Estamos en 1792.
Su espíritu en este tiempo se mantiene sereno. La vida de fe ocupa la totalidad de su existencia. En este contexto, cuando ya lleva varios meses encerrado, tiene lugar la llamada "visión" donde por primera vez toma conciencia de que el futuro le depara el papel de poner en marcha una nueva comunidad de misioneros, hombres y mujeres. Lo describió así:
"Un día, vuelto a mi granero, después de haber dicho la misa, me arrodillé Junto al corporal en que yo creía tener siempre el Santísimo Sacramento. Vi entonces lo que somos ahora. Me pareció que estábamos varios reunidos; formábamos un grupo grande de misioneros que debía llevar el Evangelio a todas partes. Mientras pensaba, pues, en esta sociedad de misioneros, me vino también la idea de una sociedad de mujeres (...) Yo me decía (...), habrá una sociedad de mujeres piadosas que cuidarán de nuestros asuntos mientras nosotros estemos en misión (...)". Es una idea que aparece en el Buen Padre como de golpe, en un momento de oración: como un designio de Dios sobre su persona. Tiene sólo 24 años entonces. Será algo que modificará notablemente los horizontes de su vida. De temperamento marcadamente activo, va a nacer en él una gran impaciencia por actuar, a pesar de las circunstancias adversas.
El 20 de octubre decide salir. Mientras lee lo que le ocurrió a San Caprasio en tiempo de las persecuciones, que estando escondido ve cómo confiesa su fe en el martirio una joven muchacha y se decide a salir, así el P. Coudrin, al pie de una encina entrega a Dios su vida y se dispone a abordar cualquier peligro, hasta la muerte, para ponerse al servicio de la obra de Dios:
"Cuando salí - refiere siempre él mismo - me prosterné al pie de una encina que había no lejos de la casa, y entregué mi vida. Porque me había hecho sacerdote con la intención de sufrirlo todo, de sacrificarme por Dios y morir si fuera necesario por su servicio. Sin embargo, tenía un cierto presentimiento de que me salvaría". Camina hacia Poitiers, por senderos poco frecuentados. Llega a ponerse en contactos con sacerdotes no juramentados y con las autoridades diocesanas legitimas. Va conociendo con más realismo la situación religiosa de Poitiers en ese momento, cada vez más difícil y peligrosa para quienes como el Buen Padre quieren, a pesar de todo, ejercer el ministerio clandestino. Pero él no se acobarda, no se detiene en su actividad. Pocos hubo con la audacia de él, en la brecha de los sitios e iniciativas más arriesgadas. En la primavera de 1793 es cuando hay que situar el conocido episodio del Hospital de los Incurables. Allí es sorprendido en una inspección que hacen los revolucionarios, y escapa sustituyendo a un vagabundo sin nombre, apodado "Marche-a-terre" (andatierra), cuyo cadáver ha sido retirado un poco antes. El P. Juan Vicente González ss.cc. hace este retrato de esta época: "Las aventuras de Marche-a-terre durante el Terror son las de un héroe de la resistencia religiosa al cisma y a la transformación de la Iglesia en un mero rodaje del Estado. Se pone al servicio incondicional de los fieles ortodoxos, en esos momentos escandalizados por las defecciones del clero, y al servicio de las autoridades diocesanas de la Iglesia clandestina, que tenían una misión tan difícil de cumplir. Está siempre disponible para consolar a los moribundos y a los prisioneros, para predicar, para confesar. Dirige poco menos de mil personas en la ciudad, y confiesa a casi todos los sacerdotes".
Y en medio de toda esta actividad, intensa y arriesgada, no se olvida de su destino de fundador de una comunidad, intuido en el retiro de la Motte. Da los primeros pasos de esa fundación.
Justamente en ese 1793 podría decirse que comenzó a existir la Congregación de los SS.CC., en cierto sentido. En efecto, el campo de la dirección espiritual y la confesión, le ofreció la posibilidad de contactar con jóvenes de ambos sexos a los que el Espíritu llamaba a una entrega total. El Buen Padre se preocupó de cultivar y animar a una generosa respuesta a esa llamada.
En abril de 1794, al refugiarse en casa de una de las dirigidas, toma contacto con el lugar donde se reúne un grupo, la llamada entonces Asociación del Sagrado Corazón. Poco después, él mismo con otros sacerdotes creará la Sociedad del Sagrado Corazón de sacerdotes.
Uno y otro grupo no se inscriben en el origen directo de la "nueva comunidad", pero algo tienen que ver con su origen.
En 1795 va a tomar contacto con la Asociación del SC una joven de 27 años, Enriqueta Aymer. Había brillado años anteriores en los ambientes frívolos de la ciudad. Con la Revolución, ella y su madre son encarceladas por ocultar en su casa a sacerdotes refractarios. Once meses de cárcel, de la que saldrá viendo la vida con una luz diferente. Allí tuvo lugar lo que llamará "su conversión". Busca un guía y lo va a encontrar en el Buen Padre, a quien tomó como confesor.
Aceptada, no sin dificultades al principio, en la Asociación, va a darse pronto una polarización en torno a su persona de parte de algunas del grupo, debido a su personalidad y a su rico mundo interior.
El Buen Padre dirige a muchas de las componentes que forman ese grupo al interior de la Asociación que se llamó de las solitarias. Cuando queda algo más libre de sus cargos pastorales, al ser la situación menos dura para la Iglesia tras la muerte de Robespierre, el Buen Padre incrementa el tiempo dedicado a hacer progresar el proyecto que se está gestando de una nueva comunidad.
Por marzo de este año tiene lugar una conversación entre el P. Coudrin y Enriqueta Aymer donde parece formularse por primera vez la decisión práctica de fundar, la resolución de comprar una casa y el comienzo de un tipo de vida religiosa a partir del grupo de las Solitarias. En agosto el grupo de las solitarias hace "resoluciones" en ese sentido y se viste el hábito. Ahí se encierra ya todo lo que se desarrollará más tarde.
Paralelamente, el P. Coudrin se preocupaba de formar la rama masculina, después de unos primeros tanteos sin éxito. Llevaba dos jóvenes consigo en sus tareas apostólicas y colaboraban con él; así les iba formando.
En 1799 el Buen Padre y la Buena Madre deciden acelerar los tiempos de su independencia y libertad para manejarse como un grupo reconocido por la Iglesia. En junio obtienen una aprobación diocesana provisional.
En octubre de 1800 hace los primeros votos la Buena Madre con cuatro compañeras más. En Nochebuena del 1800 hace los primeros votos el Buen Padre junto con los perpetuos de la Buena Madre. Es la fecha que suele considerarse como de nacimiento de la Congregación. El Buen Padre será el Superior de la nueva Comunidad.
La Congregación va a seguir en la más rigurosa clandestinidad durante el período de la dominación napoleónica. Hasta l8l7 no se recibirá la aprobación de Roma. Ello no impedirá sin embargo su desarrollo y crecimiento en miembros y en expansión geográfica. La confianza de los Obispos (Mende, Cahors, Seez) va a facilitar diversas fundaciones de hermanos y hermanas. El Buen Padre ejerce de Vicario General en varias diócesis sucesivamente. Los hermanos son encargados de la dirección y enseñanza en seminarios, se ponen en marcha escuelas que serán las que surten de vocaciones. Con todo, son tiempos de continuos altibajos político-religiosos, a nivel del conjunto de Francia y en los lugares concretos en donde la nueva comunidad y el Buen Padre se hacen presentes.
Las propias dificultades que experimentan las relaciones de la Congregación con las autoridades de la Iglesia (por ejemplo, en París) van a llevar a desarrollar otros ministerios como las misiones populares, y -cuando la labor educativa se hace más difícil por las trabas legislativas- a aceptar el trabajar en las misiones más lejanas. Al mismo tiempo, y tras la aprobación de la Congregación por Roma, el Buen Padre atiende a las tareas de completar la institucionalización de la nueva comunidad: Los capítulos generales de 1819 y 1824 para completar las Constituciones. Así, en lo que resta de la vida del Buen Padre, tiene lugar el máximo crecimiento numérico y la mayor expansión geográfica. Especialmente notable es el número y calidad de aquellos que son destinados a las misiones extranjeras, sobre todo de algunos archipiélagos de Oceanía (Hawai, Gambier).