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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Reino de Dios en San Pablo

De Enciclopedia Católica

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Introducción

En las vísperas de la Solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo del año 2008, el Santo Padre anunció el inicio del año paulino. Y señaló como una de las metas organizar una serie de actividades en torno al apóstol de los gentiles. Especialmente, Benedicto XVI nos invitó a profundizar en los textos paulinos «para dar a conocer cada vez mejor la inmensa riqueza contenida en ellos, verdadero patrimonio de la humanidad redimida por Cristo» . Seguramente el año paulino ha suscitado en todos nosotros un gran deseo por saber más sobre san Pablo, un hombre profundamente transformado por Cristo.

En ese sentido, este artículo tiene la intención de conocer mejor un aspecto de la teología paulina.Dentro del corpus paulino, el Reino de Dios no tiene, como tal expresión, un lugar relevante en el vocabulario empleado por el Apóstol. Ciertamente, otras palabras son más utilizadas. Así por ejemplo, la palabra «gracia» aparece 100 veces, «Jesús» 213 veces y «Cristo»: 380 veces.

En cambio, el Reino de Dios sólo aparece 10 veces. Pero, como veremos, el significado más profundo del Reino de Dios está latente en el pensamiento de san Pablo. En otras palabras, aunque la expresión Reino de Dios no posee una presencia literal relevante; sin embargo, las líneas maestras de lo que este Reino significa, sí se encuentran claramente trazadas por san Pablo. Como podremos apreciar, en el corpus paulino hay toda una doctrina sobre el Reino. Y esta enseñanza, está en una perspectiva cristocéntrica.

Antes de comenzar a exponer el contenido de esta lección, permítanme señalarles el orden que seguiré. He estructurado la exposición en tres secciones. En la primera, hablaré sobre el Reino de Dios en el NT, tanto en el mensaje de Jesús como en la predicación de Pablo. En la segunda, me abocaré a señalar las ideas paulinas de fondo que sustentan la doctrina del Reino y que están en armonía con las enseñanzas del mensaje que Jesús nos ha transmitido sobre él.

Finalmente, desde los pasajes paulinos donde explícitamente figura la palabra Reino, intentaré describir sus rasgos más saltantes.

El reino de Dios en Cristo y Pablo

Podríamos preguntarnos sin más ¿Qué es el Reino de Dios? ¿Es posible definir lo que es el Reino? Para responder estas interrogantes conviene seguir brevemente la historia de la salvación. En el AT nos encontramos con la expresión malkut Yahvé que se traduce mejor como: Reinado de Dios . En el lenguaje hebreo es un nomen actionis pues expresa la potestad, el poder y el gobierno de Dios. No se trata de una concepción espacial sino del ejercicio de la potestad de Dios . El pueblo elegido, entre otros títulos, denominó a Yahvé como Rey: melek y así expresó la fe en su realeza (cf. Ex 15, 18; 1 S 12, 12; Sal 5,3; 10 ,16; 29, 10).

Parece que este título comienza a generalizarse en la época de la monarquía; es decir, hacia el año 1000. Israel está convencido que Yahvé es su rey: melek (cf. Is 41, 21; 44, 6). Asimismo en la predicación de algunos profetas aparece con potestad cósmica-universal (cf Jr 10, 7; Sal 47, 3).

Yahvé no sólo es el rey de Israel sino también el Rey del mundo pues es el Creador (Sal 24; 93, 1; 95, 3-5). Los salmos reales son quizá expresiones de alguna fiesta de entronización. Entre ellos, el salmo 2 nos presenta al rey terreno de Israel no sólo como representante del verdadero Rey que es Yahvé, sino como hijo adoptado por Él. Una constante de la doctrina del Reino en el AT está en su perspectiva escatológica, pues se espera una intervención decisiva de Yahvé por medio de su ungido, el Mesías.

En la literatura apocalíptica esta intervención es esperada con gran intensidad tal como podemos percibir en el libro de Daniel en su anuncio del «Hijo del hombre» (cf. Dn 12, 7 ss). En el NT la expresión Reino de Dios ocupa un lugar relevante. Decía, el entonces teólogo Ratzinger, en su manual de Escatología que «La expresión “reino de Dios (o “reino de los cielos”) basilei/a tou= Qeou=, basilei/a tw=n ou)ranaw=n) se nos muestra como la auténtica palabra clave de la predicación de Jesús según el Nuevo Testamento» . Efectivamente, la expresión Reino de Dios —o su variante en Mateo Reino de los cielos— se encuentra 122 veces en el NT. De ellas, 99 veces aparece en los Evangelios sinópticos y 90 en la misma boca de Jesús.

El lugar relevante que ocupa el Reino de Dios en el NT se debe a que es el tema central de la predicación del Señor. Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret nos dice que: «El tema del “Reino de Dios” impregna toda la predicación de Jesús. Por eso, solo podemos entenderlo desde la totalidad de su mensaje» .

En efecto, un estudio atento sobre el Reino de Dios nos lleva a fijarnos en la totalidad del mensaje de Jesucristo. Especialmente, por su mayor presencia, conviene detenernos en los evangelios sinópticos con el fin de detectar las líneas centrales sobre el Reino que predica el Señor.

El Reino de Dios en la predicación de Cristo

Los evangelios sinópticos nos enseñan la relevancia del Reino de Dios en la predicación del Señor. Intentar una sistematización sobre el Reino no es fácil, pero podemos aventurarnos a expresar cuatro elementos esenciales del Reino predicado por Jesús: (a) es un Reino incoado o iniciado ya en la historia; (b) aún no está consumado pues se espera la venida gloriosa del Señor; (c) exige un estilo de vida determinado; (d) es un Reino de salvación y abierto a todos los hombres sin hacer distinción de ningún tipo, pues a todos se oferta la salvación en Cristo.

Veamos de manera sintética estos elementos.

(a) Es un Reino incoado. Jesús anuncia que el Reino ya ha llegado. Por eso, señala que ese Reino está en medio de los hombres: e)ntoj u(mw=n e)stin. En efecto, el Reino se hace «ya» en la historia en la persona de Cristo. «Habiéndole preguntado los fariseos cuando llegaría el Reino de Dios, les respondió “El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán “vedlo aquí o allá” porque el Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17, 20-21). Esta presencia se manifiesta en los milagros que hace Jesús pues aparecen como shmei=a —signos— del Reino. Su sentido más profundo es proclamar con hechos que el Reino ya ha llegado. Con Cristo, ha terminado el reinado de Satanás, y ha empezado el tiempo de gracia y de la verdadera liberación. «Pero si por el dedo de Dios, expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Lc 11, 20). (b) Es un Reino aún no consumando. En la predicación del Señor se percibe no sólo el carácter de presencia del Reino sino su tensión escatológica. Es verdad que con Cristo, el Reino ha venido, pero al mismo tiempo, aún no ha alcanzado su plenitud. De ahí que se habla del «ya» pero «todavía no» del Reino de Dios. A este respecto, los discursos escatológicos del Señor (Cfr. Mt 24-25; Mc 13; Lc 21, 5-33) nos enseñan con claridad una segunda venida gloriosa y consumadora de la historia: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria se sentará en su trono de gloria…» (Mt 25, 31). (c) Es un Reino que lleva consigo un «estilo de vida». Ese estilo exige en primer lugar la fe: pistis —pi/stij— y la conversión: metanoia —meta/noia—. De hecho, las primeras palabras del Señor en su ministerio público son un apremiante llamado a aceptarle por la fe y a cambiar el corazón para acoger el Reino. «El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1, 15). Además, el Reino que trae Jesús —al cuál se entra por la fe y la conversión— lleva consigo un estilo de vida manifestado en las bienaventuranzas. El Evangelio de san Mateo nos enumera las bienaventuranzas en el «Sermón de la montaña» (Cfr. Mt 5, 1ss) y son como el pórtico de este Sermón el cual es llamado: «la carta magna del Reino de Dios» . (d) Es un Reino universal de salvación. Jesús proclama un Reino abierto a todos los hombres sin excepción alguna. Invita especialmente a los pecadores para que acojan el Reino. Por eso, anuncia: «no he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mc 2, 17). Además, no se presenta como un mesías político con tintes nacionalistas cuya misión específica sería la liberación de la opresión que los romanos estaban ejerciendo sobre los judíos Los testimonios de los evangelios son claros al decir que Jesús rechazaba cualquier intento de ser proclamado rey desde una visión humana. El Señor vino para traernos la auténtica liberación que es la del pecado, y la realiza mediante su muerte y resurrección que él mismo anuncia a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le matarán, y al tercer día resucitará» (Mt 17, 22).

El Reino de Dios en la predicación de Pablo

Si en los sinópticos el tema del Reino de Dios es central, en los otros escritos neotestamentarios pasa a un segundo plano. A este respecto, nos dice Ratzinger: «Se ve claro que el término (Reino de Dios) tuvo una importancia fundamental en la tradición referente a Jesús pero perdió terreno rápidamente en la predicación postpascual. Tanto por el número como por el contenido se ve que pasó a un segundo plano. Puede decirse que mientras que la predicación de Jesús giró alrededor de la idea del Reino de Dios, la predicación apostólica postpascual se centra en la cristología» . Como ya hemos señalado, la expresión Reino de Dios solo aparece 10 veces en las cartas paulinas. Los Hechos de los apóstoles nos enseñan que Pablo tras su encuentro con el Resucitado, cambio radicalmente su vida. Desde ese momento, el tema de su predicación será esencialmente el misterio de Cristo. El anuncio, es decir, «la buena noticia» —eu)agge/lion— de Pablo es Cristo. 160 veces aparece la palabra «Evangelio» en el corpus paulino. Nos dice Fitzmyer que el término Evangelio es la presentación personal que hace Pablo del acontecimiento Cristo . Ahora bien, en Pablo «el evangelio no proclama solamente el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, sino que es una fuerza que se comunica y propaga a los hombres» . San Pablo anuncia que Dios «en Jesús» ha cumplido las promesas salvíficas que hizo a su pueblo. Por eso, los Hechos de los Apóstoles nos relatan que cuando Pablo recién convertido va a Damasco, se dirige a las sinagogas para predicar que Jesús es el Hijo de Dios: «Saulo se crecía y confundía a los judíos que vivían en Damasco demostrándoles que aquél era el Cristo» (Hch 9, 22).

A los judíos de Antioquia de Pisidia les dice: «Nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mió eres tú yo te he engendrado hoy» (Hch 13, 32-33). Algunas veces, los Hechos de los apóstoles nos hablan que Pablo habla específicamente del Reino. Así, en Efeso, cuando «entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles» (Hch 19, 8).

En síntesis, el tema de la predicación de Pablo no es el Reino de Dios sino el misterio de Cristo. Esto no significa que en los escritos paulinos se carezca de una visión sobre el Reino. Lo que ocurre es que lo esencial de Pablo es exponer la verdad sobre Jesucristo. En ese sentido, podemos decir que el Reino está inserto en el misterio de Cristo. Esto hace que el Reino de Dios tal como fue predicado por Jesús, y es recogido especialmente por los sinópticos, adquiere en Pablo unas perspectivas radicalmente cristológicas.

Elementos cristológicos que fundamentan la doctrina del Reino en San Pablo

Como hemos señalado, los elementos que fundamentan la doctrina del Reino en san Pablo están en conexión con el misterio de Cristo. A este respecto, Schnackenburg nos dice: «El pensamiento del apóstol es “cristocéntrico”, es decir halla su centro en Cristo, y partiendo de Él, penetra y conquista todos los planos del mensaje salvífico del cristianismo. Tiene continuamente ante sus ojos, dominándolo todo, la obra actual del Kyrios Jesús. Este Señor vivo y glorioso le ha “asido” y llevado al seno de la comunidad, por eso el Apóstol no conoce ahora en adelante más que un solo ideal: asir a Cristo “para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimiento” (cfr. Flp 2, 10 ss)» . El destacado exégeta alemán nos hace notar que Pablo contempla la realidad desde el poder del Kyrios —Ku/rioj—. El Señor humillado en la cruz, pero resucitado y exaltado como Kyrios es el centro del pensamiento paulino.

Por ello, explicar el Reino de Dios en san Pablo nos conduce a detectar unos elementos cristológicos que están en el fondo de lo que significa este Reino. Aunque Pablo no señale de forma numerosa la expresión Reino de Dios, estos elementos cristológicos dan el marco para hablar de Él. Fundamentalmente, estimamos que son tres: (1) La visión cristocéntrica de la historia; (2) El Señorío de Cristo: su potestad sobre la Iglesia y el cosmos; y (3) la tensión escatológica del misterio de Cristo.

La visión cristocéntrica de la historia

Saulo como judío tenía una visión sobre la historia dividida de la siguiente manera: (1) desde Adán hasta Moisés es el tiempo sin la ley (cf. Rm 5, 13); (2) desde Moisés hasta el Mesías es el tiempo de la ley (cf. Rm 4, 15); y (3) la llegada del Mesías traerá el éschaton en la historia, el Reino definitivo de Dios . Para el judaísmo estaba claro que con la venida del Mesías vendría el Reino escatológico anunciado por los profetas en numerosos oráculos. Sin embargo, tras su encuentro con Cristo camino a Damasco, la visión que tiene Pablo sobre la historia queda afectada en el sentido que confiesa a Jesús como el Cristo.

San Pablo se da cuenta que con la venida de Jesús ya ha llegado la plenitud de los tiempos —to plh/rwma tou= xro/nou—. Así lo enseña en su Carta a los Gálatas: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, y para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4, 4). El misterio de Cristo marca la historia de tal manera que lo decisivo, lo fundamental, lo radicalmente importante, ya ha acontecido con su venida.

Por eso, en lugar de la ley de Moisés, que era incapaz de liberar al hombre del pecado, está la «ley de Cristo» (cf. Ga 6, 2) que es la ley de la libertad. Antes de Cristo, la ley cumplía una función pedagógica (cf. Ga 3, 24). Después de Cristo, los hombres insertos en su misterio de muerte y resurrección por el Bautismo obtienen la vida eterna: son con-sepultados y con-resucitados con Cristo (cf. Rm 6).

En Cristo, cada hombre se hace partícipe de la salvación definitiva. Por eso, «ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8, 1). En síntesis, para Pablo la historia de la salvación ha alcanzado ya su centro en Cristo.

El señorío de Cristo: Kyrios de la Iglesia y del cosmos

San Pablo nos enseña que el poder y la soberanía de Dios se han manifestado en Cristo Jesús. El titulo cristológico de Kyrios señala esta potestad. El apóstol aplica este título a Jesús un mínimo de 127 veces . En algunas ocasiones, es utilizado como el predicado del nombre de Jesús. Así por ejemplo, en 2 Co 4, 5 señala que «no nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo Jesús como Señor».

Asimismo, el apóstol indica que Jesús ha sido constituido Kyrios mediante su anonadamiento en la Cruz. La respuesta del Padre a la Cruz es la resurrección y exaltación de Jesús como Kyrios. «Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.

Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 8-11). El título de Kyrios expresa la potestas y la autoridad: exousia —e)cousi/a— de Cristo sobre toda realidad creada. Pablo nos habla frecuentemente sobre el poder de Cristo, a tal punto que es de radical importancia que el cristiano proclame que Jesús es el Kyrios. «Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo» (Rm 10, 9). Jesús es el Señor y esto expresa el señorío de Cristo que ha vencido a «los enemigos». En 1 Co 15, 25-26, Pablo señala «porque Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte». ¿A qué «enemigos» se refiere Pablo? Son quizá: los ángeles (cf. Rm 8, 38), los principados (cf. Rm 8, 38; 1 Co 15, 24), las potestades (cf. Rm 8, 38; 1 Co 15, 24), las autoridades (cf. 1 Co 15, 24), la muerte y la vida, lo presente y lo futuro (cf. Rm 8, 38; 1 Co 3, 22), la altura y la profundidad (cf. Rm 8, 39), el mundo (1 Co 3, 22) . En realidad, no podemos decir exactamente lo que son «los enemigos» a los que se refiere Pablo pero detrás de ellos está Satanás, cuyas mentiras denuncia Pablo (cf. 1 Co 7,5; 2 Co 2, 11; 11, 14). Lo que está claro es que Cristo ha vencido a todos «los enemigos» pues es el Señor de toda la creación.

El Señorío de Jesús se manifiesta en su poder sobre la Iglesia y el cosmos. En primer lugar, Pablo presenta a Jesús como el Kyrios de la Iglesia, pues es celebrado como Señor y se hace presente en la Cena (cf. 1 Co 10, 21). Además, es esperado con gran anhelo por la comunidad cristiana (cf. 1 Co 16, 22) y su llegada gloriosa- consumadora es llamada el «día del Señor» (cf. 1 Ts 5, 2, 2 Ts 2, 2; 1 Co 1, 8; 5, 5; 2 Co 1, 14).

En las cartas a los Efesios y Colosenses, Pablo perfilar su doctrina sobre la potestad de Cristo sobre la Iglesia pues presenta al Señor como Cabeza de la Iglesia (cf. Ef 1, 23; Col 1,18). De esa forma, el apóstol enseña que existen una relación íntima entre Cristo y la Iglesia. Al mismo tiempo, expresa la subordinación de la Iglesia a Cristo. La potestad del Señor sobre la Iglesia se realiza en la dispensación de bienes salvíficos que Él le da pues «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27). Schnackenburg señala al respecto que «La Iglesia pertenece a Cristo más íntimamente que la esposa al marido; a Él tiene que agradecer la existencia, santidad, gloria» .

En la Carta a los Efesios, Pablo nos enseña que forma parte del plan de Dios la recapitulación de todas las cosas en Cristo. Dios ha dispuesto que «todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10). Además, tras señalar que Dios al resucitar a Cristo lo ha exaltado por encima de todas las potencias, hace notar que también lo ha constituido como Cabeza suprema de la Iglesia: «…. resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación, y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero.

Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo» (Ef 1, 21-23). Conviene darnos cuenta que en este pasaje, Pablo presenta a Cristo como Cabeza, es decir Señor, tanto de la creación como de la Iglesia.

De la misma manera, Pablo en la Carta a los Colosenses nos enseña una cristología cósmica. «En Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, los visibles y las invisibles, los Tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado por Él y para Él. Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la cabeza del Cuerpo de la Iglesia » (Co 1, 15-16). En este pasaje, Pablo remarca que todo el cosmos es creado y conservado por medio de Cristo, quién aparece como creador y causa ejemplar, cohesión del cosmos, Cabeza de su Iglesia y primicia de los resucitados .

En síntesis, Pablo expone con claridad el señorío de Cristo sobre toda la realidad creada . Cristo es el kosmokrator y al mismo tiempo cabeza —kefalh/—de su Iglesia. Esto significa que el poder de Cristo abarca tanto el cosmos como la Iglesia. La idea del Reino, en cuanto que es nomen actionis: soberanía de Dios sobre todos los recovecos de la realidad, se realiza «en Cristo». Asimismo, la potestad de Cristo como Kyrios sobre la Iglesia y el mundo es una sola; más aún, el Señorío de Cristo sobre el mundo se realiza en la Iglesia que es su Cuerpo. Es decir que el poder del Kyrios en el cosmos acontece en la Iglesia y por la Iglesia. «Con la Iglesia va Cristo incorporando progresivamente el reino al universo, sobre todas las cosas y lo va sometiendo cada vez más vigorosamente y perfectamente bajo Él mismo que es la Cabeza» . Cristo actúa en todo el cosmos mediante su Cabeza y Esposa que es la Iglesia. En efecto, el Señorío de Cristo, tal como san Pablo nos lo presenta, hace posible decir que «El Reino actual de Cristo sobre la Iglesia y el mundo es el modo como se realiza el reino de Dios en la época salvífica actual, entre el cumplimiento y la plenitud, en el campo tendido entre “este siglo” siglo y el “futuro” en la mezcla de “luz” y “tinieblas”» .

La tensión escatológica del misterio de Cristo

En la visión que tiene Pablo de la historia como en su enseñanza sobre el Señorío de Cristo, esta siempre latente la tensión escatológica. Es decir, que el apóstol anuncia acontecimientos consumadores que traerán unas realidades definitivas de modo que «Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 28). En el momento presente, el misterio de Cristo es participado por los hombres mediante el bautismo y, en ese sentido, se recibe ya en «arras» la vida eterna; pero aún no se manifiesta Cristo con todo su poder salvífico en la historia. La victoria definitiva de Cristo como Kyrios aún es esperada. San Pablo posee una doctrina clara sobre las realidades que pertenecen a la consumación de la historia y que forman parte de la llamada escatología universal . El apóstol anuncia la segunda venida del Señor como «el día del Señor» (1 Ts 5, 2; 2 Ts 2, 2; 1 Co 1, 8; 5, 5; 2 Co 1, 14), «el día de Cristo» (Flp 1, 6.10; 2, 16), «el día» (Rm 2, 16; 2 Tm 1, 18; 4, 8); y la «epifanía» (1 Tm 6, 14; 2 Tm 4, 1.8; Tt 2, 13). Será el momento en que la historia humana llegue a su telos, su fin. Con este acontecimiento consumador los «de Cristo» participarán de la resurrección gloriosa. Es decir, participarán de la resurrección de Cristo, que ha sido el primero en resucitar y por eso es el primogénito de los muertos (cf. 1 Co 15, 20). En la segunda venida del Señor se dará el juicio sobre todas las acciones humanas. Cristo juzgará las acciones más secretas de todos los hombres, pues todos deben de comparecer ante el tribunal de Dios (cf. Rm 14, 10-12) para recibir la justa retribución de acuerdo a sus obras (cf. Rm 2, 16; 2 Co 5, 10). La misma creación será transfigurada pues está esperando ansiosa su liberación (cf. Rm 8, 20-22). Por tanto, el movimiento de la historia humana y la misma creación están orientados a su éschaton que vendrá con la venida consumadora de Cristo, entonces, solo entonces se revelará plenamente el Reino de Dios. III EL REINO EXPRESADO EXPLÍCITAMENTE POR SAN PABLO En esta sección nos fijaremos en los pasajes donde Pablo habla explícitamente sobre el Reino. Un breve estudio de cada uno de ellos nos permitirá señalar los rasgos más saltantes del Reino. Como veremos, en estos pasajes Pablo nos habla tanto en la perspectiva del Reino incoado, presente ya misteriosamente en la historia, como en su orientación escatológica. 3.1 El Reino está presente de manera misteriosa (1 Co 4, 20; Co 1, 13). Pablo enseña que el Reino ya se manifiesta en poder. En 1 Co 4, 20 señala que «no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder» (1 Co 4, 20). El contexto de este pasaje está en la disputa de Pablo frente a los que perturban la fe de la comunidad de Corinto. Pablo les señala a estos supuestos privilegiados que el Reino es eficaz no por la belleza de las palabras, que serían el arma de este grupo, sino por el poder divino manifestado en Cristo Jesús a través de la Cruz. Por eso, San Pablo les señala los sufrimientos por los que debe pasar el verdadero apóstol de Cristo (Cfr. 1 Co 4, 9). El poder de Dios se manifiesta en el sufrimiento, podemos decir que reinar es estar abrazados a la Cruz. Por eso, les dice que «cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo y éste crucificado» (1 Co 2, 1-2).Todo el contexto en el que está inserto 1 Co 4, 20 nos induce a señalar que el Reino al que se refiere Pablo es el presente, el incoado . En Col 1, 13 san Pablo señala que Dios «nos libró del poder de la tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados». Con esta expresión, el apóstol afirma el Reino de Cristo como realidad salvífica experimentable ya por los cristianos gracias a la benevolencia de Dios. Este texto armoniza con aquellos que nos enseñan cómo mediante nuestra incorporación a Cristo salimos del ámbito de las tinieblas, es decir del mundo del pecado, y pasamos al ámbito de la salvación. «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1). En efecto, los cristianos son «ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20) pues el Padre «con Él (Cristo) nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef 2, 6). 3.2 El Reino se manifiesta por la acción del Espíritu Santo (Rm 14, 17) En el capítulo 14 de la Carta a los Romanos, Pablo expresa que el Reino no consiste en saciar las necesidad vitales del comer y beber, sino que es la acción vivificante del Espíritu Santo la cual lleva consigo los frutos de la justicia, la paz y el gozo. El contexto de este capítulo está marcado por la comprensión con los débiles. El apóstol se dirige a quienes piensan que lo esencial del seguimiento a Cristo consiste en una serie de leyes sobre la pureza de las comidas y bebidas. En el fondo de esta actitud late la concepción judía de los ritos de pureza legal. Ya en el capítulo segundo señalaba que «el verdadero judío lo es en el interior, y la verdadera circuncisión, la del corazón, según el Espíritu y no según la letra» (Rm 2, 29). Pablo aclara «que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17). Por tanto, enseña que el Espíritu Santo da sus frutos como manifestaciones de la presencia del Reino. El apóstol reconoce de esa forma una presencia dinámica y pneumática del Reino . 3.3 El Reino de Dios como fin escatológico del hombre (1 Ts 2, 12; 2 Ts 1, 5, Col 4, 11; 2 Tm 4, 1.18) En las cartas a los Tesalonicenses nos encontramos con dos pasajes que aluden al Reino en perspectiva escatológica. En 1 Ts 2, 12, el apóstol de los gentiles señala: «os exhortábamos y alentábamos conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria» (1 Ts 2, 12). Esta es la primera vez que aparece el término Reino en el corpus paulino, pues como sabemos 1 Ts es la primera carta que escribe Pablo. El contexto es moral, invita a una vida digna delante de Dios. El Reino está en conexión con la doxa —do/ca— de Dios. Pablo entiende la doxa como «el esplendor celestial y la ilustración escatológica, un don salvífico, del que un día serán partícipes también los fieles cristianos en el mundo futuro» . En 2 Ts 1, 5, Pablo presenta a los tesalonicenses atribulados por diversos problemas. Elogia su fe frente a las persecuciones que pasan y les indica que «esto es señal del justo juicio de Dios, en el que seréis declarados dignos del Reino de Dios, por cuya causa padecéis» (2 Ts 1, 5). El apóstol anima a la comunidad de Tesalónica a padecer por el Reino pues recibirán el premio de Dios. En cambio, los perseguidores serán castigados ya que «estos sufrirán la pena de una ruina eterna alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9). Las exhortaciones que hace Pablo a los tesalonicenses se encuentran en armonía con la idea paulina de configurarnos con Cristo crucificado. Es necesario «sufrir con Él para ser también con Él glorificado» (Rm 8, 17). Los padecimientos que sufren los tesalonicenses, llevados «en Cristo», son merito para el Reino escatológico. Según Schnackenburg el pasaje de Col 4, 11 también está marcado por la escatología. Se trata del saludo final de esta carta. En ella, Pablo al enviar sus saludos a la comunidad de Colosas, agradece a quienes colaboran con él por el Reino. «Os saluda también Jesús llamado Justo; son los únicos de la circuncisión que colaboran conmigo por el Reino de Dios y que han sido para mí un gran consuelo» (Co 4, 11). Según el exégeta alemán la partícula eis —eij— que precede a la basilei/a tou= Qeou= expresa que Pablo y sus colaboradores sirven y se esfuerzan en vistas al Reino futuro de Dios que ya es participable en el momento presente . De esa forma, el Reino aparece como horizonte escatológico de los trabajos apostólicos. En San Pablo, la parusía se expresa sobre todo mediante tres expresiones: el «día del Señor» (cf. 1 Ts 5, 2; 2 Ts 2, 2; 1 Co 1, 8; 5, 5; 2 Co 1, 14), el «día de Cristo» (cf. Flp 1, 6.10; 2,16) o simplemente el «día» (cf. Rm 2, 16; 1 Co 3, 13; 2 Tm 1, 18; 4, 8). Es la transposición cristológica del «día de Yahvé» anunciado por los profetas (cf. Am 5, 12; So 1, 15). Existe también el término «epifanía» —e)pifa/neia— es decir: «manifestación» para expresar la parusía (cf. 1 Tm 6, 14; 2 Tm 4, 1.18; Tt 2, 13) . En 2 Tm 4, 1 leemos «Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Tm 4, 1). Pablo expone la potestad judicial de Cristo en conexión con su epifanía, es decir la parusía. El Reino, tal como es mencionado en esta perícopa, está en perspectiva escatológica y aunque se expresa como Reino de Cristo no se distingue del Reino de Dios. En 2 Tm 4, 18, san Pablo expresa los sentimientos que le embargan de alcanzar el «Reino celestial». «El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (2 Tm 4, 18). Esta perícopa nos conecta con el deseo expresado por Pablo de morir para «estar con Cristo» (cfr. Flp 1, 23) o «vivir con el Señor» (cfr. 2 Co 5, 8). 3.4 La exclusión eterna del Reino de Dios (1 Co 6, 9; 1 Co 15, 50; Ga 5, 21; Ef 5, 5) San Pablo enseña la posibilidad de la exclusión eterna del Reino. Utilizando expresiones de exclusión señala: «no heredarán», «no participarán» del Reino de Dios. « ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios» (1 Co 6, 9-10). De la misma manera les indica a los gálatas: «Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios» (Ga 5, 19-21). En la Carta a los Efesios, Pablo habla de que la exclusión eterna es del Reino de Dios y de Cristo, señalando por tanto que el Reino de Dios es el Reino de Cristo . «Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso —que es ser idólatra— participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios» (Ef 5, 5).

Los tiempos de estos verbos, que están en futuro, señalan con claridad que una vida depravada, es decir una conducta ausente de los valores del Reino tiene como destino escatológico la eterna no-comunión con Dios. Es decir que una vida alejada de Dios conduce a la eterna falta de comunión con Él. Por eso «la “herencia del Reino de Dios” constituye para Él un vigoroso motivo moral que mete por los ojos a los viciosos y depravados» . Los pasajes que hemos mencionado son pues claramente escatológicos, señalándonos el destino eterno que les espera a quienes han negado con sus obras el estilo de vida según el Evangelio de Jesucristo. Es la vida de la carne contraria a la del Espíritu. Así lo señala en 1 Co 15, 50: «Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos» (1 Co 15, 50). En la Carta a los Romanos leemos: «Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; más los que viven según el espíritu, los espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; más las del Espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios; ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios» (Rm 8, 5-8).

3.5 El Reino será entregado por Cristo al Padre (1 Co 15, 24) Pablo expresa la parusía en términos del Reino en 1 Co 15, 24. Es la entrega oficial que hace Cristo al Padre. Según Schnackenburg en este pasaje «aflora, agudamente perfilada, la gran concepción histórico-salvífica de Pablo en torno al reino de Cristo y de Dios» . El texto esta enmarcado en el capítulo 15 donde se encuentra la doctrina paulina sobre la resurrección. «Pero, cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, al fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y potestad. Porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajos sus pies. Mas cuando diga que “todo está sometido”, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas para que Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 23-28). Un análisis detallado de 1 Co 15, 23-28 nos permite señalar que Pablo hace una articulación cristológica del Reino. Todo este pasaje esta expresado como un movimiento ascendente de Cristo al Padre mediante un silogismo de acciones: Cristo somete a las criaturas, luego Cristo se somete al Padre . A este respecto, podemos remarcar las siguientes enseñanzas: (1) La victoria de Cristo como Kyrios quien somete bajo su poder a todas las criaturas. «Cristo como kyrios glorificado, con su reino efectivo, echa por tierra las potencias cósmicas del mal hasta que, con el aniquilamiento de la “última” y propiamente tal, es decir, de la muerte, aparezca ante todo el mundo su victoria» . (2) Cristo se somete al Padre en un acto oblativo. Se trata de un sometimiento filial de Cristo al Padre. A este respecto, San Gregorio Nacianceno frente a las lecturas subordinacionistas de este pasaje, enseña que la expresión de «sometimiento» no debe entenderse en sentido «ontológico», pues el Hijo es igual al Padre, sino en sentido «económico»: expresa la inserción de los hombres en el misterio de Cristo quién les lleva al Padre. «Considera la sujeción con que decís que el Hijo se somete al Padre… Cuando todas las cosas hayan sido sometidas a Él por el reconocimiento y por la reformación, entonces Él mismo habrá cumplido su sometimiento, llevándome, a quien ha salvado, a Dios. Esto es, según mi parecer, el sometimiento de Cristo: el cumplimiento de la voluntad del Padre» . (3) Cristo entrega el Reino al Padre como consumación de la historia de la salvación. Esta entrega es el acto escatológico de la dimensión histórica del Reino y, al mismo tiempo, su consumación. De esta manera, toda la creación redimida vivirá en comunión con Dios. Nos dice san Gregorio Nacianceno que «nosotros seremos enteramente como Dios, receptivos de Dios como totalidad y sólo de Dios. Ésta es la perfección —teleiosis— a la cual aspiramos» . Por su parte, San Hilario de Poitiers en su obra De Trinitate al comentar 1 Co 15, 24 afirma que «Cristo entregará el Reino de Dios al Padre… en el sentido de que… nosotros conformados con la gloria del cuerpo, constituiremos el Reino de Dios» . La visión de san Hilario se fundamenta en la participación de los hombres en la humanidad gloriosa y resucitada de Cristo . En síntesis, la perícopa de 1 Co 15, 23-28 muestra la consumación del Reino como acto oblativo de Cristo al Padre. «Cristo lleva ante su Padre a la humanidad perfectamente redimida y al universo puesto nuevamente en orden; comienza el nuevo mundo que irradia la antigua creación, en el que Dios es “todo en todo”, expresión de la plenitud que alude objetivamente a la plenitud del Reino de Dios» . Con la entrega de Cristo al Padre ha concluido la historia de la salvación; y en ese sentido Cristo no realizará ya más acciones histórico-salvíficas. Sin embargo, por toda la eternidad será el Kyrios de la humanidad redimida. IV CONCLUSIONES Como conclusiones podemos señalar los siguientes puntos: (a) En san Pablo el tema del Reino está esencialmente conectado con el misterio de Cristo. El apóstol de los gentiles nos presenta un marco cristológico para expresar el misterio del Reino. (b) Tres elementos claves nos permiten elaborar una teología paulina del Reino: (a) Cristo centro de la historia; (b) Cristo como Kyrios de la Iglesia y del cosmos; (c) la venida consumadora de Cristo. Estos elementos cristológicos manifiestan que en el momento presente, el poder salvífico de Dios sobre toda la realidad creada se realiza «en Cristo» a través de su Iglesia, pero aún no se manifiesta con todo su esplendor. (c) Los pasajes paulinos donde aparece explícitamente la palabra Reino de Dios o de Cristo nos muestran que este Reino es una realidad presente; manifestada en poder (1 Co 4, 20) por la acción del Espíritu Santo (Rm 14, 27). Al mismo tiempo, la perspectiva escatológica anima los trabajos apostólicos de los cristianos (1 Ts 2, 12; 2 Ts 1, 5; Col 4, 11) pues esperan la consumación de la historia cuando Cristo entregue el Reino al Padre y así «Dios será todo en todo» (1 Co 15, 24). (d) En el corpus paulino, el Reino de Dios es ante todo el Reino de Dios en Cristo. O si se quiere: Dios actuando en Cristo. Dios ejerce su potestad a través de su Hijo y en el éschaton Cristo ejercerá eternamente su misión de mediador y Cabeza de la humanidad redimida ante el Padre.


Pbro Dr. Carlos Alberto Rosell De Almeida Director de estudios teológicos de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima


Selección del texto: José Gálvez Krüger

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