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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Napoleón III

De Enciclopedia Católica

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(Carlos-Luis-Napoleón)

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Originalmente conocido como Luis Napoleón Bonaparte, Emperador de Francia, nacido en Paris el 20 de Abril de 1808 y muerto en Chiselhurst, Inglaterra el 6 de Enero de 1873; tercer hijo de Luis Bonaparte, Rey de Holanda y Hortencia de Beauharnais, hija de la Emperatriz Josefina. Luego de la caída del Primer Imperio, Hortencia, quien había estado separada de su marido, llevó a sus dos hijos a Ginebra, Aix in Saboya, Augburg, y luego (1824) al castillo de Arenenberg en Suiza. Luis Bonaparte tuvo por tutor al académico Le Bas, hijo de un miembro de la Convención. El “principio de las nacionalidades” lo atrajo desde joven y junto a su hermano, tomó parte en un intento de insurrección de los Estados de la Iglesia en 1831. Estando preparado para ir a Polonia, escuchó que los rusos habían entrado a Varsovia. Con la muerte del Duque de Reichstadt (1832) se vio a sí mismo como el heredero del Imperio Napoleónico. La prensa Republicana, involucrada en problemas con el gobierno de Luis Felipe, manifestó cierta simpatía por Luis Napoleón. Aunque Casimir Périr lo había expulsado de Francia en 1831, él junto a algunos oficiales de Estraburgo intentaron, aunque fallaron, un golpe de estado (1836).


En su libro, “Ideas Napoleónicas”, publicada en 1838 aparece como el ejecutor testamentario de Napoleón I y un reformista social neto. Su intento fue parado en Boloña en Agosto de 1840, resultando en una sentencia de prisión perpetua empero su defensa en manos de Berryer. Mientras estuvo en la prisión de Ham en 1846, escribió entre otros panfletos, uno de “Extinción de la Indigencia”. Escapó de Ham en 1846. Luego de la Revolución de 1848, volvió a Paris constituyéndose en miembro de la Asamblea Constituyente y finalmente fué elegido Presidente de la República por 5.562.834 votos en Diciembre de 1848.

Presidencia de Luis Napoleón

Antes de su elección, Luis Napoleón se relacionó con Montalembert en relación con la libertad de enseñanza y la restauración de Pío IX quien había sido llevado a Gaeta por la Revolución Romana. Cuando la expedición del General Oudinot hizo su ataque directo sobre la República Romana en Abril de 1849 y la Asamblea Constituyente pasó una resolución de protesta (7 de Mayo de 1849) una carta de Luis Napoleón a Oudinot le solicitó persistir en su empresa y le aseguró refuerzos. (8 de Mayo de 1849); sin embargo, al mismo tiempo, Luis Napoleón envió a Fernando de Lesseps a Roma para negociar con Mazzini un acuerdo luego de ser desautorizado. De esta manera, las dificultades del futuro emperador se revelaron desde el principio; el deseaba prescindir de las susceptibilidades religiosas de los Católicos franceses y evitar ofender las susceptibilidades nacionales de los revolucionarios italianos – un doble espíritu que explica bastante una inconsistencia y también el fracaso en la política religiosa del Imperio. “Mientras más estudiamos su carácter, más perplejos quedamos”, escribe su historiador, de la Gorce. La historia de Oudinot (29 de Junio de 1849) había aplastado la República Romana y Napoleón, ignorando la decidida mayoría de Católicos en la Asamble Legislativa elegida el 18 de Mayo, envió al Coronel Ney el 18 de Agosto de 1849 una especie de manifiesto en el cual pide a Pío IX una amnistía general, la secularización de su administración, el establecimiento del Código Napoleónico y un Gobierno Liberal. Bajo moción de Montalembert, la Asamblea Legislativa votó la aprobación del “Motus Propio” del 12 de Septiembre por el cual Pío IX promete reformas sin dejar pasar todas las demandas imperativas del presidente. Este estaba insatisfecho y obligó al Gabinete de Falloux a renunciar; aunque muy luego estaba trabajando con toda la influencia de su posición por el paso de la Ley Falloux sobre libertad de enseñanza – una ley que significaba un gran éxito para los católicos – mientras, en el transcurso de sus viajes por Francia su trato deferente con los obispos era extremadamente notable. Y cuando por medio del Coup D’Etat del 2 de Diciembre de 1851, Luis Napoleón disuelve la Asamblea y por el plebiscito apeló al pueblo francés buscando justicia al acto, muchos católicos siguiendo a Montalembert y a Luis Veuillot, decidieron en su favor; el príncipe-presidente obtuvo 7.481.231 votos (21 de Noviembre de 1852). El Dominico Lacordaire, el Jesuita Ravignan y el Obispo Dupanloup fueron mas reservados en su actitud. Lacordaire fue al punto de decir: “Si Francia se acostumbra a este orden de cosas, nos movemos rápidamente hacia el Imperio Inferior”.

Período Dictatorial del Imperio, 1852-60

Los primeros actos del nuevo gobierno eran decididamente favorables a la Iglesia. Por medio del “Decreto Ley” del 31 de Enero de 1852, las congregaciones femeninas, las cuales solo podían ser autorizadas por un acto legislativo, eran autorizables a través de simples decretos. Una gran cantidad de obispos y sacerdotes consideraron con júbilo el día que Luis Napoleón fue proclamado emperador y el día de su matrimonio (30 de Enero de 1853) con la española Eugenia de Montijo quien parecía asegurar el futuro de la dinastía. En ese mismo momento, Dupanloup, menos optimista, publicó una carta pastoral sobre la libertad de la Iglesia, mientras Montalembert comenzó a percibir síntomas que lo hicieron temer que la Iglesia no siempre tendría razones para congratularse con el nuevo orden. Por algunos años, la Iglesia gozó de efectiva libertad: los obispos tenían sus sínodos a su gusto; el presupuesto de la adoración pública fue bienvenido; los cardenales se sentaron en el Senato como por derecho; las autoridades civiles aparecieron en procesiones religiosas; se dieron misiones; de 1852-60 el Estado reconoció 982 nuevas comunidades de mujeres; instituciones educacionales primarias y secundarias bajo control eclesiástico aumentaron su número, mientras en 1852, Peres Petetot y Gratry fundaron el Oratorio como un centro Católico de ciencia y filosofía. Católicos como Ségur, Cornudet, Baudon, Cochin, y el vizconde Vicomte de Melun fundaron muchas instituciones de caridad bajo protección del Estado. Napoleón III estaba ansioso que Pío IX consintiera en su coronación en Notre Dame. Esta petición lo hizo preferido por Mgr. De Ségur, auditor de la Rota y Pío IX explicó que, si Napoleón III era coronado, también podría ser obligado a ir y coronar a Francisco José de Austria, insinuando, al mismo tiempo, que Napoleón podía ir a Roma; así dio a entender que, si el emperador estaba dispuesto a suprimir los Artículos Orgánicos, el Papa, podría ser capaz de acceder a su petición al fin de tres meses. Pío IX también deseó que Napoleón hiciera que los Domingos fuera un día de descanso obligatorio y abrogó por la necesidad legal del matrimonio civil previo a la ceremonia religiosa. Luego de dos años de negociaciones, el emperador se dio por vencido con su idea (1854) pero después sus relaciones con la Iglesia parecieron ser menos cordiales. La Bula por la cual Pío IX definió la Inmaculada Concepción fue admitida en Francia de mala gana, y luego de una viva oposición por parte del Consejo de Estado (1854). Dreux Brézé, Obispo de Moulins, fue denunciado por el Consejo de Estado por infringir los Artículos Orgánicos mientras el “Correspondiente” y el “Univers”, habiendo defendido al obispo, fueron rigurosamente intervenidos por las autoridades. Finalmente, el regreso de la Cour de Cassation (Corte de Apelaciones) del ex procurador general, Dupin, quien había renunciado en 1852, fue visto como una victoria de las ideas Gallicas. La guerra de Crimea (1853-56) fue llevada a cabo por Napoleón en alianza con Inglaterra para verificar la agresión rusa en dirección a Turquía. La Caida de Sebastopol el 8 de Septiembre de 1855, obligó a Alejandro II a firmar el Tratado de Paris (1856). En esta guerra, Piedmont, gracias a su ministro Cavour, tuvo parte tanto militar como diplomática; por primera vez Piedmont fue tratado como uno de los Grandes Poderes. Después de todo, la Cuestión Italiana le interesaba más al emperador que a ninguno y sobre este terreno, las dificultades estaban a punto de alzarse entre el y la Iglesia. A principios de 1856, Napoleón sabía, a través de Cavour, que el programa piedmontés involucraba el desmembramiento de los Estados Pontificios; bajo instigaciones del Gobierno francés, el Congreso de Paris expresó su deseo que el Papa liderara reformas liberales, y las tropas francesas y austriacas debían dejar luego los territorios. El atentado contra la vida del emperador por el italiano Orsini (14 de Enero de 1858) puso en movimiento una política severa de represión (“Ley de Seguridad General” y procedimientos contra Proudhon, el socialista).

Pero la carta que Orsini escribió desde la prisión a Napoleón, diciendo que estaba bien darle la libertad a 25 millones de italianos, hizo gran impresión sobre la imaginación del emperador. Pietri, el prefecto de la policía obtuvo de Orsini otra carta, solicitando a sus amigos políticos la renuncia a todo método violento, bajo el entendido que la emancipación de Italia era el precio que había que pagar por esta declaración. Desde ese entonces, Napoleón tuvo como activo deseo, ver la unidad Italiana. El 21 de Julio de 1858, tuvo una entrevista con Cavour en Plombiéres. Habían acordado entre ellos que Francia y Piedmont debían sacar a los austriacos de Italia y que Italia debía convertirse en una confederación bajo reinado del Rey de Cerdeña, aunque el Papa debía ser su presidente honorario. Como resultado de esta entrevista sobrevino la Guerra Italiana. En este guerra, la opinión pública fue aleccionada por una serie de artículos en órganos Liberales y de gobierno -- el "Siécle", "Presse", y "Patrie" -- por los artículos de Edmond About sobre la administración pontificia, publicada en el "Moniteur", y por panfletos anónimos “El Emperador Napoleón III y la Italia" (realmente el trabajo de Arturo de la Guéronniére), el cual denunciaba el espíritu de oposición a la reforma mostrada por los gobiernos italianos. Los Católicos intentaron obtener de Napoleón, la seguridad que él no ayudaría a los enemigos de Pío IX. En la Casa de los Representativos (Cuerpos Legislativos), el republicano Jules Favre preguntó: ¿Si el gobierno de los cardenales es destituido, debemos nosotros derramar la sangre de los romanos para restaurarlos? Y el ministro Baroche no respondió (26 de Abril de 1859). Pero Napoleón, en su proclama anunciando su partida a Italia el 10 de Mayo de 1859, declaró que iba a empujar Italia hasta el Adriático y que el poder del Papa permanecería intacto. Las victorias de las tropas francesas en Magenta (4 de Junio de 1859) y Solferino (24 de Junio de 1859) coincidieron con los movimientos de insurrección contra la autoridad papal. Los Católicos estaban alarmados y también el emperador; quien no podía aparecer como cómplice de estos movimientos y el 11 de Julio firmó el tratado de Villafranca. Austria cedió Lombardía a Francia y Francia retrocedió a Cerdeña. Venecia pertenecía aún a Austria, pero podría formar parte de la Confederación Italiana que estaría bajo la presidencia honoraria del Papa. Al Papa se le solicitaría introducir las reformas indispensables en su estado. En Noviembre de 1859, en Zurich, estos preliminares tomaron cuerpo en un tratado.

Ni el Papa ni los Italianos estaban satisfechos con el emperador. Por un lado, el Papa no agradeció a Napoleón por sus insinuaciones sobre la forma de gobernar la Romagna y un panfleto elocuente de la pluma de Dupanloup denunció los esquemas que amenazaban al Papa. Por otro lado, era claro para los italianos que el emperador había vacilado ante la insurrecta Italia tan lejos como en el Adriático. Napoleón había soñado con montar los asuntos de Italia por medio de un congreso y, el panfleto de Arturo de la Guéronniére donde por adelantado demandaba de Pío IX la rendición a su poder temporal. El 1° de Enero de 1860, Pío IX denunció este panfleto como un “monumento a la hipocresía” y el 9 de Enero contestó con un rechazo formal una carta de Napoleón donde se le aconsejaba rendir sus Legaciones. Unos meses después, las mismas Legaciones se unieron a Piedmont mientras Napoleón, haciendo a Thouvenel su ministro de asuntos externos y negociando con Cavour la adjudicación de Miza y Savoya a Francia, probó que él era más devoto a las aspiraciones de Piedmont que al poder temporal del Papa.. Mientras tanto, los católicos de Francia comenzaron violentas campañas de prensa bajo el liderazgo de “Univers” y del “Correspondant”. El 24 de Enero de 1869, el “Univers” fue suprimido. . El ministro de estado, Billaut persiguió las publicaciones católicas y las expresiones del pulpito se juzgaron sediciosas. Para estar seguro, Baroche el 2 de Abril anunció en los Cuerpos Legislativos que las tropas francesas no dejarían Roma tanto tiempo ya que el papa era incapaz de defenderse a sí mismo. Pero Napoleón, solo que muy ansioso para sacar a sus tropas, en un momento pensó en reemplazarlas por tropas Napolitanas y entonces propuso a Pío IX, aunque en vano, que los Poderes de la segunda orden debían ser inducidas a organizar un cuerpo de tropas papales, pagadas por todos los estado católicos en conjunto. Pío IX, por otro lado, permitió a Mgr. De Mérode elevar una apelación a la aristocracia francesa y Belga para la formación de cuerpos especiales de tropas pontificias que permitirían al papa hacer sin los soldados del emperador. Entre estos soldados del papa habían un gran número de Legitimistas Franceses; Su comandante,

Lamericiére, siempre había sido un adversario del régimen imperial. Napoleón III estaba anonadado y ordenó a su embajador en Roma entrar en negociaciones por el retiro de las tropas francesas: el 11 de Mayo de 1860 se decidió que dentro de tres meses, los soldados dados al Papa por Napoleón III debían regresar a Francia.

Sin embargo, mientras tanto se abrió la campaña de Garibaldi en Sicilia y Calabria. Farsini y Cialdini, enviados por Cavour a Napoleón, le mostraron (28 de Agosto) la urgente necesidad de contener la revolución italiana, que Garibaldi estaba a punto a marchar a Roma y que Francia debía dejar a Piedmont la tarea de preservar el orden en Italia, para cuyo propósito debía autorizarse a los piedmonteses cruzar los territorios pontificios al punto de alcanzar la frontera Napolitana. “Actúen rápido” dijo el emperador y él mismo dejó Francia, viajando por Córcega y Algeria, mientras las tropas piedmonteses invadían Umbría y Marches, derrotando las tropas de Lamoriciére en Castelfidardo, capturaron Ancona y ocuparon todos los estados de la Iglesia excepto Roma y la provincia de Viterbo. Públicamente, Napoleón advirtió a Víctor Emmanuel que, si atacaba al Papa sin legítima provocación, Francia se vería obligada a oponersele; retiró a su ministro de Turín, dejando a cambio solo un encargado de asuntos quien fue un mero espectador de esa serie de eventos que, en febrero de 1861 terminaron con la proclamación de Víctor Emmanuel como Rey de Italia.

La expedición a Siria en 1859 donde 80.000 tropas francesas fueron a liberar a los Cristianos Maronitas, quienes habían sido masacrados por los Drusos con el consentimiento de los Turcos, las dos expediciones a China (1857 y 1860) en cooperación con Inglaterra, las cuales resultaron, entre otras cosas, en la restauración a los Cristianos de sus establecimientos religiosos, y la expedición conjunta de Francia y España (1858-62) contra el Imperio Anamese, la cual vengó la persecución de los Cristianos en Amman y terminó con la conquista de Cochin China por Francia, mérito de las armas francesas para gratitud de la Iglesia. Aunque la actitud de Napoleón III en relación con el asunto italiano había causado gran dolor entre los Católicos. Falloux, en su artículo titulado “antecedentes y consecuencias de la situación actual” publicado en el “Correspondant” implicó que Napoleón era cómplice en la revolución italiana. Las asociaciones católicas formadas para recolectar suscripciones para beneficiar al Papa, fueron suprimidas y Pío IX en su alocución consistorial del 17 de Diciembre de 1860, acusó al emperador de haber “fingido” su protección.

Período Liberal del Imperio, 1860-70

En este tiempo, el emperador, por decreto del 24 de Noviembre de 1860 hizo su primera concesión a la Oposición y a la ideas Liberales, otorgando mas independencia y poder de iniciativa a la Legislatura. Pero la oposición liberal no fue desarmada, y el descontento católico fue agravado por su política italiana. El emperador contestó a Pío IX publicando el libro de Guéronniére, “La Francia, Toma y la Italia” una violenta acusación de Roma. El entonces obispo Pie de Poitiers publicó su cargo pastoral en el cual las palabras “Lavetes mains O Pilate” (Lávate las manos, Oh Pilatos) estaban dirigidas a Napoleón III. En el Senado, una enmienda en favor del poder temporal del Papa fue perdida por una pequeña mayoría; en los Cuerpos Legislativos, un tercio de los diputados se declararon por la causa pontificia. El emperador aseveró sus simpatías italianas más y más claramente: en Junio de 1862, reconoció el nuevo reinado; envió un embajador a Turín y a Roma dos partisanos de la unidad Italiana; y usó su influencia con Rusia y Prusia para buscar su reconocimiento del Reino de Italia. Un síntoma notable del cambio de los sentimientos del emperador hacia la Iglesia fue la circular de Enero de 1862 por el cual Persigny todas las sociedades de San Vicente de Paul disueltas. Acto seguido al derrumbe por Garibaldi de los Estados Pontificios, el cual había sido detenido por sus derrotas en Aspramonte el 29 de Agosto de 1862, el General Durando, ministros de Asuntos externos del gabinete de Ratazzi, declaró en una circular que “toda la nación italiana exige su capital”. De éste modo, los italianos proclamaban su anhelo por estar instalados en Roma. Temiendo que en las próximas elecciones legislativas, los católicos pudiese amotinarse del partido imperial, Napoleón súbitamente manifestó sentimientos mucho más fríos por Italia. La influencia católica de la emperatriz dobló la mano de la influencia anticatólica del Príncipe Napoleón. Thouvenel fue reemplazado por Drouin de Lhuys (15 de Octubre de 1862), a quien se le pidió una declaración concisa que el Gobierno Francés no tenía intenciones actuales de tomar ninguna acción como consecuencia de la circular de Durando, trayendo así como consecuencia, la caída del gabinete de Ratazzi en Italia. Un gran número de Católicos recuperó su confianza en Napoleón; empero resultó una alianza política entre cierto número de Católicos liberales, devotos a la causa de la Realeza y miembros partido Republicano, y en Junio de 1863 regresaron 35 miembros de la Oposición a la Camara, la mayoría hombres de gran habilidad. Los republicanos y monarquistas, librepensadores y católicos se agruparon alrededor de Thiers, quien había sido ministro de Luis Felipe y quien ganó la confianza de los Católicos al pronunciarse unívocamente en favor de los poderes temporales. Empero la alianza entre Republicanos que querían que Napoleón se desistiera de su protección del poder temporal y los católicos que pensaban que el no los había protegido demasiado, no podía ser muy estable. Desde 1862 a 1864 el emperador no hizo nada con relación a Italia que pudiera causar intranquilidad a Pío IX. En esos momentos, el estaba ocupado con las primeras etapas de la Guerra Mejicana, en la cual había sido muy imprudente al permitirse su intervención. Cuatro años de lucha contra el Presidente Juárez estaban destinados a terminar con la evacuación de Méjico por las tropas francesas a principios de 1867 y la ejecución de Maximiliano, hermano del emperador de Austria, que Francia había causado por ser proclamado Emperador de Méjico. La impresión creada por este desastre aumentó notablemente la fortaleza de la Oposición en Francia.

Las negociaciones entre Napoleón III e Italia, recomenzaron en 1864 cuando el Gobierno italiano suplicó al emperador poner fin a la ocupación francesa de los Estado Pontificios. La Convención del 15 de Septiembre de 1864 obligó a Italia retener el ataque de las actuales posesiones de la Santa Sede y, por el contrario, de defenderlas, mientras Francia prometía el retiro de sus tropas dentro del periodo de no más de dos años, con la organización del ejército del Papa. Este arreglo causó profundo pesar en el Vaticano; Pío IX llegó a la conclusión que Napoleón se preparaba a abandonar a los Estados de la Iglesia a merced de los Italianos. La protesta diplomática con la cual el gobierno del emperador contestó al Syllabus, fue su prohibición de la circulación de tal documento y el proyecto de Duruy de organizar la educación primaria sin la concurrencia de la Iglesia, lo que causó insatisfacción entre Roma y los Católicos. El discurso de Thiers contra la unidad de Italia, denunciando la imprudencia de la política Imperial, fue vigorosamente aplaudida por los fieles simpatizantes de la Santa Sede. Napoleón III siempre presa de la indecisión, no dudaba en cuestionarse cada ciertos tiempo, si su política era o no la más adecuada, pero las circunstancias que él mismo había creado, lo arrastraban. A finales de 1864, pensó en negociar una alianza entre las Cortes de Berlín y Turín contra Austria de manera de permitir a Italia tomar posesión de Venecia. Habiendo pavimentado el camino a la unidad italiana, estaba inaugurando una política por medios por los cuales Prusia lograría la unidad alemana. No hizo nada por prevenir la conquista de Austria por Prusia en Sadowa (1866) y cuando hizo un vano intento porque se le cediera Luxemburgo, Bismarck explotó la conducta convenciendo a la opinión pública alemana del peligro de la ambición francesa y la seria necesidad de armarse contra Francia. Hacia los finales de 1866 el retiro de las tropas francesas que habían guardado al Papa, se completó. Pero Napoleón al mismo tiempo que llevaba a cabo la Convención del 15 de Septiembre, estaba organizando en Antibia, una legión para ser ubicada a disposición del Papa; una vez más el impuso a Italia de no invadir los Estados Papales; Concibió un plan para obtener de los Poderes una garantía colectiva de la soberanía temporal del Papa. El 3 de Noviembre de 1866, escribió a su amigo Francisco Arese: “El pueblo debe saber que no cederé en nada sobre la cuestión romana y que estoy determinado, mientras se lleve a cabo la Convención del 15 de Septiembre, apoyar los poderes temporales del papa por todos los medios posibles”. Pero la temporada de mala suerte y de equívocos se estaba imponiendo para la diplomacia Imperial. Ninguno de los Poderes respondió a la apelación de Napoleón. Italia, disgustada con la Organización de las Legiones Antibias y la confianza depositada por el emperador en Rouher, un devoto campeón de los intereses católicos, se quejó amargamente: Napoleón respondió quejándose de la revista de Garibaldi que amenazaban los territorios del Papa. Cuando los Garibalianos hicieron su incursión final, el 25 de Octubre de 1867, las tropas francesas las cuales habían sido concentradas algunas semanas atrás en Toulon, se embarcaron a la Civita Vecchia (Ciudad Vieja) y ayudaron a las tropas papales a derrotar a los invasores en Mentana. El Cardenal Antonelli pidió a las fuerzas francesas que se dirigieran contra aquellas de Víctor Manuel, pero el emperador se rehusó. Menabra, el ministro de Víctor Manuel, aunque dio ordenes de arrestar a los Garibalianos, publicó a pesar de Napoleón, una circular afirmando los derechos italianos de poseer Roma. Napoleón encontró cada vez más difícil desembrollarse de la Cuestión Romana; el aún pensaba en el congreso Europeo, pero Europa declinó. Al fin de 1867, el discurso de Thiers en apoyo de los poderes temporales dio a Rouher ocasión para decir, rodeado de aplausos, “Nosotros declaramos en el nombre del gobierno francés, que Italia no debe tomar posesión de Roma. Jamás, jamás, Francia tolerará tal asalto sobre u honor y catolicismo.” Ese jamás, era extremadamente desagradable para los patriotas italianos. El emperador había ofendido a ambos, al papa y a Italia al mismo tiempo. Cuando el Concilio Vaticano fue convocado el gobierno imperial no manifestó antagonismo. El Señor Emile Ollivier, presidente del ministerio de Asuntos Exteriores, opinó el 2 de Enero de 1870, que los Estados no debían interferir en las deliberaciones del Concilio. Su colega Daru instruyó a Banneville, el embajador francés en Roma el 20 de Febrero, protestar en el nombre de la ley Constitucional francesa contra el programa de estatutos “De ecclesia” e intentó traer a colación acciones concertadas de los Poderes; pero luego de las objeciones de Antonelli del 10 de Marzo, Dary se confinó a reiterar sus objeciones en un memorando (5 de Abril) que Pío IX declinó mostrar al concilio. M. Ollivier, contra los requerimientos de ciertos prelados anti infalibilidad, ordenó a Banneville a no entrometerse en los procedimientos del concilio.

En 1870 el Príncipe Leopoldo de Hohenzollern reclamó a la corona de España involucrarse en un conflicto entre Francia y el Rey Guillermo de Prusia. Un despacho en relación con una conversación en Ems, entre Guillermo y el embajador de Napoleón, Benedetti, era, como el mismo Bismarck confesara luego, contaminada en tal forma que hacía la guerra inevitable. Las propias “Memorias” de Bismarck, entregan la refutación al cargo hecho por él mismo en el Reichtag (5 de Diciembre de 1874) que la emperatriz y los Jesuitas habían deseado la guerra y lo condujeron a ella. El historiador alemán Sybel formalmente ha limpiado a la emperatriz y a los Jesuitas de tales acusaciones. (Sobre este punto el cual he provocado numerosas polémicas, ver Duhr “Jesuitenfabeln” cuarta edición, Friburgo, 1904, pp. 877-79). Pío IX escribió a Emperador Guillermo ofreciendo sus buenos oficios como mediador (22 de Julio de 1870) pero sin propósito. En cuanto al gobierno Italiano, el 16 de Julio de 1870, rehusó una alianza con Francia porque Napoleón se la había rechazado a Roma. El 20 de Julio Napoleón prometió que las tropas francesas saldrían de Roma, pero nada más y también, como era usual, ofendió a ambos, el Papa, a quien estaba a punto de dejar indefenso, y a Italia, cuyas mayores ambiciones estaba obstaculizando. Las negociaciones entre Francia e Italia continuaron en Agosto, por el Príncipe Napoleón quien hizo una visita a Florencia. Italia insistía absolutamente, en permitírsele tomar Roma y, el 29 de Agosto El vizconde Venosta, ministro de asuntos exteriores, afirmó el derecho de los italianos de tener Roma como su capital. Los controversiales anti Católicos de Francia a menudo hacían uso de estos hechos para apoyar sus alegatos que el emperador habría tenido la alianza italiana en la Guerra de 1870 si él no hubiese persistido en sus demandas que el Papa debían mantenerse como dueño de Roma, y que la abstención de Italia llevó consigo la de Austria quien pudiera haber ayudado a Francia si Italia lo hubiese ayudado. M. Welschinger ha probado que en 1870 estos dos poderes no estaban en condiciones de ser asistencia material para Francia. Luego de la rendición de Sedan (2 de Septiembre de 1870) Napoleón fue enviado, como prisionero a Wilhelmshöhe, donde supo que la República había sido proclamada en Paris el 4 de Septiembre y que los piedmonteses habían ocupado Roma (20 de Septiembre). La Asamblewa Nacional de Bordeaux el 28 de Febrero de 1871 confirmó el destrono del emperador. Luego de la paz de Frankfort se fue a vivir a Chiselburst donde murió. Su único hijo, Eugenio Luis José Napoleón, nació el 16 de Marzo de 1856, fue asesinado por los Zulues el 23 de Junio de 1879. Napoleón III dejó inconclusa la “Vida del César” comenzada en 1865 con la asistencia del historiador Duruy y del cual sólo se publicaron 3 volúmenes. Su historia aún da pie a numerosas polémicas animadas por sentimientos partidistas. El retrato de él realizado por Víctor Hugo en “Les Chatiments” es extremadamente injusto. Napoleón era un soñador de corazón tierno, y la amabilidad, era una de sus mayores cualidades. Con relación a la práctica personal de la religión, tenía fe en sus deberes pascuales. Mucha de la censura que ameritó su política externa es igualmente aplicable a los anticlericales y los Republicanos de su tiempo, cuyos órganos de prensa claraban por ayuda francesa hacia la rápida unificación de Italia, mientras su sistemática oposición en 1868 al programa de Gobierno para fortalecer el ejército fue parcialmente responsable por el debilitamiento militar de Francia de 1870.

Los trabajos de Napoleón III, incluidos aquellos escritos antes de ser emperador, sus discursos como presidente, y sus trabajos militares fueron publicados en 5 vol. Paris 1854-57 y 1869; Thirria, Napoléon III avant L'Empire (2 vols., Paris, 1896); de la Gorce, Histoire du second Empire (7 vols., Paris, 1895-1902); Blanchard Jerrold, Life of Napoleón III (4 vols., London, 1882); Forbes, The Life of Napoleon the Third (London, 1898); Woeste Le règne de Napoleón III(Brussels, 1907); Ollivier, L' Empire libéral (14 vols., Paris, 1895-1910); Giraudeau, Napoleon III intime (Paris, 1895); Welschinger, La Guerra de 1870, causes et responsabilités (2 vols., Paris, 1910). Sobre Napoleón y la cuestion italiana, ver la bibliografía de Falloux, Montalembert, Dupanloup, Pius IX, Veuillot; también Giacometti, La question italienne (Paris, 1893)', Idem, L'unité italienne (2 vols., Paris, 1896-98); Thouvenel, Le secret de l'empereur (2 vols., Paris, 1889); Chiala, Politica segreta di Napoleone III e di Cavour in Italia e in Ungheria (Turin, 1895); Bourgeois and Clermont Rome et Napoléon III (Paris, 1907); Bonfadini, Vita di Francesco Arese (Turin, 1894); Cauvière, Un Portrait inédit de Napoleón III in Revue de l' Institutut Catholique de Paris (1910), atribuido a Falloux, caracterizando la actitud de Napoleón frente a los asuntos Italianos.

GEORGES GOYAU Transcrito por Joseph McIntyre Traducido por Carolina Eyzaguirre A.


En laces externos

[1] Exequias de Napoleón I