Gabriel García Moreno
De Enciclopedia Católica
García Moreno era por principios un defensor del los procesos ordenados de gobierno, la sinceridad de sus afirmaciones en este aspecto fue justamente demostrada en su subsiguiente carrera política, pero en esta coyuntura tuvo que darse cuenta de que su país permanecía oprimido por una corrupta oligarquía, empeñada en la supresión de la Iglesia de la que la masa absoluta de sus compatriotas era devota, dispuesta además a mantener a las masas en la ignorancia para así controlarlas más fácilmente. Nuestro personaje había atacado, años atrás, la “industria revolucionaria”, una frase probablemente usada por primera vez por él, en el prospecto de “La Nación”; ahora tornóse necesario descender a métodos revolucionarios. Además la pequeña república de Ecuador se hallaba en aquel tiempo amenazada por su vecino más poderoso del sur: Perú.
García Moreno, si bien seguro de la oposición de los dizque liberales, era reconocido en ese momento por las masas como un líder fiel tanto a su fe común como a su patria, y de esta forma fue capaz de organizar la revolución que lo convirtió en jefe del gobierno provisional establecido en Quito. La república estaba ahora dividida: el general Franco encabezaba un gobierno rival en Guayaquil.
En vano, García Moreno ofreció compartir su autoridad con su antagonista por el bien de la unidad nacional. Como una medida defensiva contra la amenaza de la invasión peruana, entró en negociaciones con un enviado francés con la intención de asegurar la protección de Francia, un error político del que sus enemigos sabrían valerse hasta el extremo. Se vio obligado ahora a asumir el papel de líder militar, para el que poseía por lo menos las cualidades de coraje personal y decisiva y rápida resolución. Mientras que García Moreno inflingía derrota tras derrota a los partidarios de Franco; éste, como si representase a Ecuador, firmó con el Perú el tratado de Mapasingue. El pueblo ecuatoriano se levantó, indignado por las concesiones hechas en ese tratado; y Franco, alejado incluso de sus propios seguidores, fue derrotado en Babahoya (7 de agosto de 1860) y nuevamente en Río Salado, donde terminó refugiado en un barco peruano. Cuando su adversario ya había sido expulsado enérgicamente del país, García Moreno mostró su magnanimidad en una proclama en la que buscaba sanar lo más rápidamente posible las heridas de la guerra civil: “La república debe considerarse a sí misma como una familia; las antiguas demarcaciones de los distritos deben ser eliminadas, para así hacer imposibles las ambiciones particulares”. Durante la reorganización de la Asamblea Constituyente, que fue convocada para enero de 1861, insistió en que el sufragio no debía ser territorial, sino “directo y universal, bajo las garantías necesarias de inteligencia y moralidad, y el número de representantes deberá corresponder proporcionalmente al de los electores representados”. La Convención, que se reunió el 10 de enero, eligió a García Moreno como presidente; dando éste su discurso inaugural el 2 de abril siguiente. Entonces comenzó con una serie de reformas entre las que se encontraban la restitución de los derechos de la Iglesia y una radical reconstrucción del sistema fiscal. Inmediatamente tuvo que lidiar con las maquinaciones de su antiguo adversario Urbina, quien desde su refugio en el Perú, mantenía incesantes intrigas junto con la oposición local e inclusive con las repúblicas vecinas. García Moreno pronto llegó a un acuerdo sensato y honorable con el gobierno peruano.
Una violación del territorio ecuatoriano por parte de Nueva Granada, que si bien condujo a una colisión hostil en la que el mismo García Moreno tomó parte, no tuvo consecuencias serias hasta que la administración de Arboledo fue sucedida por la del general Mosquera, cuya ambición era hacer de Nueva Granada el núcleo de una gran “Confederación Colombiana”, en la que Ecuador sería incluido. Urbina escribía cartas animando al dictador neogranadino o colombiano que maquinaba contra la independencia de Ecuador. Una invitación a García Moreno para conferenciar con Mosquera evidenció con indicios muy claros de que en lo que respectaba a la desaparición de Ecuador como nación no había nada que conferenciar. Mientras tanto la República de Ecuador había ratificado un concordato con el Papa Pío IX (1862); y el descontento del partido regalista local con las estipulaciones de aquel instrumento dio un pretexto excelente a Mosquera para abusar de los derechos de sus vecinos. Los regalistas eran, sin saberlo, un tipo de erastianos que sostenían que la designación de beneficios eclesiásticos era una potestad inalienable del poder civil. El presidente ecuatoriano fue acusado de “despreciar a Colombia, encadenado a los pies de Roma”; Urbina emitió manifiestos desde el Perú, en el sentido de “Sudamérica para los Sudamericanos”; mientras que exponía punto por punto la proclama del presidente Mosquera, junto con otros aspectos que parecían introducidos sólo para aparentar; sus verdaderos motivos de protesta contra García Moreno eran tres: que había ratificado el Concordato, que mantenía un representante de la Santa Sede en Quito y que había traído jesuitas al Ecuador. Debe remarcarse ahora, dicho sea de paso, que si Mosquera hubiera añadido a su catálogo de ofensas la insistencia en la educación primaria gratuita para las masas, las estrictas auditorías sobre las cuentas fiscales y una considerable inversión en caminos y otros bienes públicos, su proclamación habría servido adecuadamente como el veredicto por el cual García Moreno fue condenado y eventualmente asesinado por esos a los que Pío IX llamó irónicamente “valientes sectarios”.
Mosquera estaba determinado a tener una guerra y todos los esfuerzos del gobierno ecuatoriano no valieron para prevenirla. En la batalla de Cuaspud, huyeron ignominiosamente todos los batallones ecuatorianos con excepción de dos. Resulta sorprendente, considerando los motivos por los cuales declaró la guerra, que Mosquera, en el tratado de paz de Pisanquí que siguió a esta victoria, haya dejado el Concordato de 1862, el Delegado Apostólico y a los Jesuitas tal y como estaban antes. En marzo de 1863, García Moreno presentó su renuncia a la Asamblea Nacional; que insistió en que permaneciese en el cargo hasta la expiración de su periodo. No obstante tuvo que enfrentar durante los siguientes dos años repetidos alzamientos y ataques filibusteros. Después de haber perdonado la vida a los líderes de uno de estos movimientos, a pesar de que habían incurrido tanto por ley como por costumbre en un crimen merecedor de la pena capital, fue severamente criticado por ordenar la ejecución de otro rebelde cuando resultaba evidente que un ejemplo así era necesario para la paz de la república. En la batalla naval de Jambelí (27 de junio de 1865), en la que estuvo presente García Moreno, la derrota de las fuerzas de Urbina fue completa, y la tranquilidad reinó hasta que el periodo presidencial expiró el 27 del siguiente agosto.
Al año siguiente comenzó lo que podría considerarse como una serie conectada de atentados que terminarían, nueve años después, con el asesinato de García Moreno. La disputa entre España y Perú por las Islas de Chincha condujo a una guerra en la que, siguiendo el consejo de García Moreno, su sucesor Jerónimo Carrión había impulsado a Ecuador a compartir la suerte de su república hermana y de su entonces aliado Chile. El
ex presidente fue enviado como ministro plenipotenciario a Chile, con una comisión para pactar en el camino un negocio con el presidente Prado del Perú. A su llegada a Lima ocurrió un atentado para asesinarlo que acabó con la muerte del asaltante. Su misión diplomática resultó un éxito para las relaciones amistosas entre Ecuador y sus vecinos; la estadía en Santiago también le inspiró una profunda admiración hacia Chile, e incluso concibió un cambio en la constitución ecuatoriana para hacerla más parecida a la de Chile, proyecto que llevó acabo en la Convención Nacional de 1869. Regresando a Ecuador, se encontró por segunda vez en el desagradable papel de líder de una revolución. Para anticipar un complot que se sabía que los liberales preparaban, liderados por un partidario de Urbina, los conservadores de Ecuador se habían sublevado, declarando depuesto a Carrión, y nombrando a García Moreno como jefe del gobierno provisional. La justicia de los motivos que llevaron a esta acción extrema se demostraron por el atentado de Veintemilla, en Guayaquil, sólo dos meses después, en marzo de 1869.
Habiendo sido debidamente confirmado como presidente interino por la Convención Nacional de mayo de 1869, García Moreno reasumió su labor por la ilustración y el bienestar religioso de su pueblo. Fue durante esos últimos años de su vida que hizo tanto por la enseñanza de ciencias físicas en la universidad al colocar allí a los padres alemanes de la Compañía de Jesús. Las escuelas médicas y hospitales de la capital se beneficiaron grandemente por estos inteligentes y celosos esfuerzos. En septiembre de 1870 las tropas de Víctor Manuel ocuparon Roma; y el 18 de enero de 1871; García Moreno, solo entre todos los gobernantes del mundo, envió una protesta al Rey de Italia por la expoliación de la Santa Sede. El Papa demostró su aprecio por este arranque de lealtad al conferir al presidente de Ecuador la condecoración de Primera Clase de la Orden de Pío IX con una Breve de elogio fechada el 27 de marzo de 1871. Por otro lado era notorio que ciertas logias habían decretado formalmente la muerte de García Moreno, quien, en una carta al Papa, usó en ese momento las casi proféticas palabras siguientes: “¡Qué riqueza es para mí, Santísimo Padre, ser odiado y calumniado por mi amor a Nuestro Divino Redentor! ¡Qué felicidad si vuestra bendición habrá de darme la gracia celestial de derramar mi sangre por Él, que siendo Dios, quiso derramar Su Sangre por nosotros en la Cruz!”. Objeto de innumerables complots contra su vida, García Moreno prosiguió su camino con tranquila confianza en su futuro y en el de su patria. “Los enemigos de Dios y de la Iglesia pueden matarme”, dijo una vez, “pero Dios no muere”.
Había sido reelecto presidente y pronto entraría en otro periodo en ese cargo, cuando, hacia finales de julio de 1875, la policía de Quito fue informada que un grupo de asesinos había empezado a seguir los pasos a García Moreno. El jefe de policía, no obstante, advirtió a la potencial víctima; pero ésta desalentó todos los intentos de protegerla con precaución, hasta casi excusar el descuido de sus guardianes oficiales. Se reveló que durante la quincena que precedió al atentado exitoso, los mismos asesinos habían fracasado al menos dos veces debido a la ausencia del presidente en ocasiones en las que se le esperaba. Finalmente la tarde del 6 de agosto los asesinos encontraron desprotegida a su presa, que salía de la casa de unos amigos muy queridos; lo siguieron hasta que llegó a la Tesorería y ahí Faustino Rayo, el líder de la banda, lo atacó repentinamente con un machete inflingiéndole seis o siete heridas, mientras los otros asistían a su propósito disparando sus revólveres. Al enterarse de la muerte de García Moreno, el Papa Pío IX ordenó una solemne Misa de Réquiem celebrada en la Iglesia de Santa María en Trastevere. El mismo Soberano Pontífice erigió un monumento a su memoria en el Collegio Pio-Latino en Roma, donde es designado:
Religionis integerrimus custos Auctor studiorum optimorum Obsequentissimus in Petri sedem Justitae cultor; scelerum vindex.
Los materiales para este artículo se derivan de una biografía, extremadamente rara en la actualidad, escrita por un amigo personal y socio político de García Moreno: HERRERA, Apuntes sobre la Vida de García Moreno. Ver también: BERTHES, Gabriel García Moreno (Paris); Les Contemporains (Paris, s. d.), I; MAXWELL-SCOTT, Gabriel García Moreno, Regenerator of Ecuador in St. Nicholas Series (London and New York, 1908).
E. MACPHERSON
Transcrito por Kenneth M. Caldwell Dedicado a don Andrés Moncayo de Cuenca Traducido por César Félix Sánchez Martínez Por la reconstrucción del Ideario Socialcristiano en el Perú