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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Literatura Latina Clásica en la Iglesia

De Enciclopedia Católica

Revisión de 21:03 31 oct 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Primer período

Este artículo trata solamente de las relaciones de la literatura clásica, principalmente latina, con la iglesia católica. Cuando el cristianismo apareció por primera vez en Roma la instrucción de los jóvenes se limitaba en gran manera al estudio de los poetas e historiadores, siendo los principales desde muy temprano, Horacio y Virgilio. Hasta la paz de la iglesia, a principios del siglo cuarto, el valor y uso de los estudios clásicos no se cuestionaba. Los nuevos convertidos al cristianismo traían consigo el cultivo mental que habían recibido como paganos. Su conocimiento de la mitología y de las tradiciones antiguas fueron usadas por ellos como medios para atacar al paganismo; sus habilidades como oradores y escritores se pusieron al servicio de su nueva fe. No podían concebir cómo una buena educación se podía obtener de otra manera que aquella en la que habían crecido.

Tertuliano prohibió a los cristianos enseñar, pero admitió era inevitable la asistencia a la escuela de los alumnos cristianos (De idol., 10). De hecho sus rigorosos pontos de vista no llegaron siquiera a la prohibición de enseñar. Arnobio enseñó retórica, y estaba muy orgulloso de tener muchos colegas cristianos (Adv. nat., II, 4). Uno de sus discípulos fue Lactancio, que fue un retórico y profesor imperial en Nicomedia. Entre los mártires no encontramos con maestros de escuela como Casiano (Prudent., "Perist.", 9) a quien sus discípulos asesinaron a cuchillazos con una pluma; Gorgonis, otro humilde maestro, cuyo epitafio en las catacumbas romanas data del siglo tercero (De Rossi, "Roma Sotterranea", II, 810).

Durante el siglo cuarto , sin embargo, surgió una oposición entre la literatura profana y la Biblia, que se condensa en la traducción aceptada , que data de S. Jerónimo, del salmo lxx, 15-16 "Quoniam non cognovi litteraturam, introibo in potentias Domini; Domine memorabor justitise tune solius". Una de las variantes del texto griego (grammatias en vez de pragmatias) se perpetuó en esta traducción. La oposición entre justicia divina, es decir, la Ley, y la literatura, se convirtió en una idea cristiana aceptada. La persecución de Juliano llevó a los escritores cristianos a expresar sus opiniones sobre el tema de forma más definida. Esto produjo poco efecto en occidente. Sin embargo, Mario Victorino, uno de los más distinguidos profesores de Roma eligió “abandonar la charla inútil de la escuela antes que negar la Palabra de Dios " (Agustín, "Conf.", VIII, 5). Desde entonces los cristianos prefirieron estudiar más detenidamente y de forma más apreciativa su propia literatura, es decir, los escritos bíblicos. S jerónimo descubre allí un Horacio, Catulo, Alceo (Epist. 30). En su "De doctrina christiana", S. Agustín muestra cómo las Escrituras se pueden usar para el estudio de la elocuencia; analiza periodos de los profetas Amós, de S. Pablo y muestra excelentes ejemplos de figuras retóricas en las epístolas paulinas (Doctr. chr., IV, 6-7).

Parecería pues que la Iglesia, debería haber abandonado el estudio de la literatura pagana. Pero no lo hizo. S. Agustín sugería su método sólo para los que querían ser presbíteros u para ellos quiso que fuera obligatorio. Hombres de menos habilidad debían usar los métodos normales de instrucción. El "De doctrina christiana" , escrito en el 427, época en que su avanzada edad y más estricta vida monástica pudo inclinar a S. Agustín a una solución más rigorosa. Los escrúpulos de S. Jerónimo y el sueño que relata en una de sus cartas son bien conocidos. En su sueño vio ángeles que le azotaban que decían:” Tu no eres cristiano; tu eres ciceroniano”" (Epist. 25). Ve falta en los eclesiásticos que hallan un especial placer en leer a Virgilio; sin embargo añade que los jóvenes se ven compelidos a estudiarle (Epist. 21). En su polémica con Rufino, declara que no ha leído a los autores profanos desde que dejó la escuela; “pero admito que los leí allí. ¿Debo beber las aguas del río Leteo para olvidarlo? (Adv. Ruf., I, 30). Al defenderse, la primera figura que se le ocurre pertenece a la mitología. Lo que estos eminentes varones deseaban no era tanto la separación sino la combinación de los tesoros de la literatura profana y de las verdades cristianas.

S. Jerónimo recuerda el precepto del Deuteronomio: “Si deseas macarte con una cautiva, primero debes afeitar su cabeza y cejas, afeitar el pelo de su cuerpo y cortar sus uñas; lo mismo debe hacerse con la literatura profana, después de haber quitado todo lo que terrenal e idólatra, únete a ella y hazla fructífera para el Señor " (Epist. 83). S. Agustín usa otra alegoría bíblica. Para él, el cristiano que busca su conocimiento en los autores paganos se parece a los israelitas que despojaron a los egipcios de sus tesoros para construir el tabernáculo de Dios. S. Ambrosio, no tiene ninguna duda. Cita libremente de Séneca, Virgilio y de la “Consolación” de Servio Sulpicio. Acepta la postura anterior trasmitida por los apologistas hebreos a sus sucesores cristianos, es decir que todo lo que es bueno en la literatura de la antigüedad viene de los Libros Sagrados. Pitágoras era judío o, al menos, había leído a Moisés. Los poetas paganos deben sus chispazos de sabiduría a David y Job. Taciano, siguiendo a judíos anteriores había sabiamente confirmado este punto de vista y esto sucede también, más o menos expresamente manifestado en otros apologistas cristianos. En occidente, Minucio Félix reúne cuidadosamente en su "Octavius" todo lo que parece estar en armonía entre la nueva doctrina y la sabiduría antigua. Este fue en argumento conveniente y sirvió a más de un propósito.

Pero esta concesión presuponía que los estudios paganos estaban subordinados a la verdad cristiana, la "Hebraica veritas". S. Agustín explica en el libro segundo de su "De doctrina christiana", cómo los clásicos paganos llevan a una más perfecta aprehensión de las Escrituras y son de hecho una introducción a ellas. En este sentido, S. Jerónimo, en una carta a Magnus, profesor de elocuencia en Roma, recomienda el uso de los autores profanos; la literatura profana es una cautiva (Epist. 85).

De hecho los hombres ni se atrevía ni podían hacer sin la enseñanza clásica. La retórica continuó inspirando una especie de tímida reverencia. Los panegiristas, por ejemplo, ni se preocupan de la religión del emperador pero se dirigen a él como los paganos lo harían con otro pagano y sacan sus bellezas literarias de la mitología. El mismo Teodosio no se atrevió a excluir de la escuela a los autores paganos. Un profesor como Ausonius seguía los mismos métodos que sus antecesores paganos. Ennodius, diácono de Milán bajo Teodorico y después obispo de Pavía, habló contra la persona impía que llevó la estatua de Minerva a un burdel y él mismo, bajo el pretexto de una boda, un "epithalamium" escribió ligeros y triviales versos. Es cierto que la sociedad cristiana de tiempos de las invasiones de los bárbaros repudiaba la mitología y la cultura antigua, pero no se aventuró a prohibirla.

Mientras tonto la enseñanza pública fue cerrando, siendo sustituida por la privada, pero hasta ésta formaba a sus alumnos, por ejemplo a Sidonio Apolinar, según el método tradicional. El ascetismo cristiano desarrolló un fuerte sentimiento contra los estudios seculares. Ya desde el siglo cuarto, S. Martín de Tours halla que los hombres tienen mejores cosas que hacer que estudiar. Hay monjes letrados en Lerins, pero porque las letras son reliquias de su educación anterior, no adquiridas en la profesión monástica. La Regla de S. Benito prescribe la lectura, es verdad, pero solo la lectura de textos sagrados. Gregorio el Grande condena el estudio de la literatura en cuanto concierne a los obispos. Isidoro de Sevilla condensa toda la cultura antigua un unos pocos datos reunidos en su marchito herbarium conocido como “Orígenes”, justo lo suficiente para evitar todo estudio de las fuentes originales. Solo Casiodoro muestra un más amplio alcance y hace posible un estudio más amplio y profundo de las letras. Su síntesis enciclopédica del conocimiento humano le une con las mejores tradiciones literarias de la antigüedad pagana. Concibió un plan para una unión de la ciencia sagrada y secular del que saldría un completo y verdadero método cristiano de enseñanza Desafortunadamente ocurrió la invasión de los bárbaros y las Instituciones de Casiodoro se quedaron en un mero proyecto.

Período medieval

En el periodo alrededor de la mitad del siglo sexto, las primeras indicaciones de cultura clásica se pudieron observar en Britania y un poco después, hacia el fin de la centuria, en Irlanda. Desde entonces aparece en esas islas un creciente movimiento literario. Los irlandeses, primero eruditos y después maestros, crean una cultura que desarrollan los anglosajones. Esta cultura pone la literatura profana y la ciencia al servicio de la teología y de la exégesis. Perecen haberse dedicado principalmente a la gramática, retórica y dialéctica. ¿De donde sacaron los monjes irlandeses la materia prima de de sus conocimientos? Es muy improbable que se llevaran manuscritos a las islas entre 350 y 450, que pudieran producir después un renacimiento literario. Las pequeñas escuelas eclesiásticas preservaron por todas partes la enseñanza elemental, lectura y escritura. Pero la cultura irlandesa fue mucho más allá. Durante los siglos sexto y séptimo, aun se seguían copiando manuscritos en la Europa continental. La escritura de este período es uncial o semi-uncial. Aunque eliminemos los manuscritos del siglo quinto, aun quedan bastantes manuscritos con este estilo de letra. Y en estas obras profanas encontramos escritos útiles, glosarios, tratados sobre la tierra, medicina, veterinaria y comentarios judiciales. Por otra parte, los numerosos manuscritos eclesiásticos prueban la resistencia de ciertas tradiciones cultas. Las continuaciones de estudios sacros fueron suficientes para producir el renacimiento carolingio. La cultura que a su vez devolvieron los irlandeses al continente en los siglos seis y siete era probablemente puramente eclesiástica. El principal propósito de estos monjes irlandeses era preservar y desarrollar la vida religiosa, respecto a al literatura en sí, nada aportaron. Cuando examinamos detenidamente la información diseminada, especialmente las indicaciones hagiológicas, su importancia disminuye, porque vemos que la enseñanza en cuestión generalmente trata solo de la escritura y de la teología. Parece que ni siquiera S. Columbano organizó estudios literarios en sus monasterios. Los monjes irlandeses tenían una cultura personal que no hicieron esfuerzo alguno en difundir. Se pueden dar dos razones generales para explicar este notable hecho. Los tiempos eran demasiado bárbaros y la Iglesia gala estaba muy lejos de la de Irlanda. Más aun, los discípulos de los irlandeses eran hombres enamorados de la mortificación ascética que huía del mundo malvado y buscaba una vida de oración y penitencia. Para aquellas mentes, la belleza del lenguaje y el ritmo verbal eran atracciones frívolas. Además el equipo material de los religiosos irlandeses establecidos en la Galia, apenas admitía otro estudio que el de las Escrituras. En general, estos establecimientos apenas eran un grupo de cabañas que rodeaban a una pequeña capilla.

Así, hasta Carlomagno y Alcuino, la vida intelectual se confinaba en Gran Bretaña e Irlanda. Revivió en la Galia en el siglo octavo cuando la literatura clásica latina comenzó de nuevo a estudiarse con ardor. Este no es el lugar para tratar del renacimiento carolingio ni para trata la historia de las escuelas y estudios del Medievo. Sea suficiente apuntar unos pocos hechos. El estudio de los textos clásicos por si mismos en ese período era muy poco común. Los autores paganos se leían como algo secundario respecto a la escritura y la teología. Alcuino prohibió a sus monjes, hasta el final de su vida, que leyeran a Virgilio. Su poeta favorito es Estacio y después Ovidio cuya obra licenciosa era glosada con interpretaciones alegóricas. Resúmenes mediocres y compilaciones, productos de la decadencia académica, aparecen entre los libros frecuentemente leídos, es decir Homero latino (Ilias latina), Dares y Dictys (N.del T., versiones medievales de Troya), los dísticos atribuidos a Catón. Cicerón casi se pasa por alto y se hacen dos personajes distintos, uno Tulio y otro Cicerón. Sin embargo, hasta el siglo trece, no son pocos los autores leídos y conocidos. Al final del siglo doce, en los primeros días de l universidad de París, los principales autores conocidos son: Estacio, Virgilio, Luciano, Juvenal, Horacio, Ovidio (exceptuando los poemas eróticos y las sátiras), Salustio, Cicerón, Marcial, Petronio (juzgado como combinación de información útil y pasajes peligrosos), Simmaco, Solino, Suetonio, Quinto Curcio, Justino (conocido como Trogo Pompeyo), Livio, los dos Sénecas (tragedias incluidas), Donato, Prisciano, Boecio, Quintiliano, Euclides, Ptolomeo (Haskins, "Harvard Studies", XX, 75). En el siglo trece la influencia de Aristóteles restringió el campo de lectura.

Sin embargo hay unos pocos humanistas entre los escritores medievales: Einhard (770-840), Rábano Mauro (776-856), el sabio más hábil de su tiempo, y Walafrid Estrabón (809-849) son hombres de extensos y desinteresados conocimientos. Servato Lupus, Abad de Ferrieres (805-862), en su búsqueda de manuscritos latinos trabaja tan apasionadamente como cualquier erudito del siglo quince. Un poco más tarde la literatura latina está más o menos felizmente representada por Remigio de Auxerre (m. 908), Gerberto (más tarde papa Silvestre, m. 1003), Liutprando de Cremona (m. ca. 972), Juan de Salisbury (1110-1180), Vicente de Beauvais (m. 1264), Roger Bacon (m. 1294).

Naturalmente, mucha de la poesía medieval en latín se inspiró en la poesía latina. Entre las imitaciones hay que mencionar las obras de Hroswitha (o Roswitha), abadesa de Gandersheim (cerca ya del siglo décimo), que se inspiró en Virgilio, Prudencio y Sedulio para celebrar los hechos de Otón el Grande. Es de particular interés en la historia de la supervivencia de la literatura latina por sus comedias a la manera de Terencio. Se ha dicho que quiso hacer que el autor pagano fuese totalmente olvidado, pero eso no se reconcilia con su conocida simplicidad de carácter. Una cierta facilidad en los diálogos y claridad de estilo no ocultan la falta de ideas de sus escritos; son un buen ejemplo del destino de la cultural clásica en tiempos medievales. Hroswitha imita a Terencio, cierto, pero sin entenderle y de forma ridícula.

Los poemas sobre la vida de Hugo de Orleans, conocido como "Primas" o "Archipoeta" son muy superiores. Y denotan genuino talento así como un buen conocimiento de Horacio. Durante el medievo la Iglesia preservó la literatura secular guardándola y copiándola en sus monasterios donde existían valiosas bibliotecas ya en el siglo noveno; en Italia, en Monte Casino (fundado en 529) y en Bobbio ( fundado en 612 por Columbano); en Alemania en S. Gall (614), Reichenau (794), Fulda (744), Lorsch (763), Hersfeld (768), Corvey (822), Hirschau (830); en France en S. Martín de Tours (fundada en 372, pero más tarde restaurada), Fleury o Saint-Benoit-sur-Loire (620), Ferrieres (630), Corbie (662), Cluny (910).

Las reformas de Cluny y de Claraval no fueron favorables a los estudios ya que su principal propósito era combatir el espíritu mundano y restablecer las estrictas observancias religiosas. Esta tendencia coincide con las tendencias de la escolástica y por ello desde el siglo doce y sobre todo desde el trece, la copia de manuscritos se convirtió en un asunto seglar, una fuente de ganancias. Para Gudeman ("Grundriss zur Geschichte der klassischen Philologie", Leipzig, 1909, p. 160) debemos al Medievo la siguiente lista de de los más antiguos y más útiles manuscritos de los clásicos latinos de los siglos ocho y nueve.

Siglo ocho: Cicero, Horacio, Séneca el filósofo Marcial. Siglo nueve : Terencio, Lucrecio, Cicerón, Salustio, Livio, Ovidio, Lucano, Valerio-Máximo, Columela, Persio, Lucano, Seneca el filósofo, Quinto Curcio , Silio Itálico, Plinio el Viejo y el Joven, Juvenal, Tácito, Suetonio, Floro, Claudiano. Siglos noveno-décimo: Persio, Quinto Curcio, César, Cicerón, Horacio, Livio, Fedro, Lucano, Seneca el filósofo, Valerio Flaco, Marcial, Justino, Ammiano Marcelino. Siglo décimo: César, Catulo, Cicerón, Salustio, Livio, Ovidio , Lucano, Persio, Quinto Curcio, Plinio el Viejo, Quintiliano, Estacio, Juvenal. Siglo once: César, Salustio, Livio, Ovidio, Tácito, Apuleyo. Siglo trece: Cornelio Nepos, Propercio, Varrón, "De lingua latina".

Sin embargo esta lista no da información completa. Un autor como Quinto Curcio está representado en numeroso manuscritos de todos los siglos; otro como Lucrecio no se copió de nuevo entre el siglo nueve y el Renacimiento. Más aún, era costumbre compilar manuscritos de epítomes y antologías, algunos de los cuales han conservado solo en fragmentos de autores antiguos.

La enseñanza de la gramática era muy deficiente; quizá sea por eso el retraso de la filología en los tiempos medievales. La gramática latina se reduce un resumen de Donato, suplementado por los escasos comentarios del maestro, y remplazado desde el siglo trece por el "Doctrinale" de Alejando de Villedieu (de Villa Dei).

El Renacimiento

El Renacimiento iluminó ocultos tesoros medievales. Antes de este período, la cultura clásica había sido un hecho aislado, individual. Desde el siglo catorce en adelante se convirtió en colectivo y social. La actitud de la Iglesia hacia este movimiento es demasiado importante para ser tratado dentro de los límites de este artículo (ver Humanismo, Renacimiento, Papa León X, Papa Pío II etc.) Respecto a los estudios latinos, la iglesia continuó influyendo muy activamente en su desarrollo. A principios de la era moderna el latín era el lenguaje de las cortes, sobre todo el de las cancillerías italianas. La curia romana está a la altura de Florencia y Nápoles, entre las más importantes por la eminencia, fama y gracia de sus latinistas. Poggio fue secretario papal, bembo y Sadoleto llegaron a ser cardenales. Escuelas y universidades pronto cedieron a la influencia de los humanistas (ver Humanismo).

En Francia, Países Bajos y Alemania, el estudio de los antiguos clásicos estuvo más o menos influenciado por tendencias hostiles a la Iglesia y al cristianismo. Pero los jesuitas pronto hicieron del latín la base de sus enseñanzas, organizándolas de forma sistemática e introduciendo el estudio obligatorio y diario de Cicerón. La universidad de Lovaina, recién fundada (1426) se convirtió en el centro de estudios latinos, debido sobre todo a la Ecole des Trois Langues (griego, latín, hebreo), que abrió en 1517. Fue en la Ecole du Lis donde enseñó Jan van Pauteran (Despauterius) autor de una gramática latina destinada a sobrevivir dos siglos, pero desafortunadamente demasiado claramente dependiente del “Doctrinale” de Alejandro de Villedieu mencionado arriba. En el siglo XVII Port Royal introdujo unas pocas reformas en el método de enseñanza, sustituyendo el latín con el francés en las recitaciones, y añadido al programa de estudio. Pero en general las líneas de educación permanecieron iguales.

En el siglo diecinueve revivió la filología clásica como ciencia histórica. Los hombres que produjeron este progreso fueron principalmente alemanes, holandesas e ingleses. La Iglesia católica no participó en este asunto hasta finales de siglo. A mitad del siglo diecinueve surgió en Francia una controversia de naturaleza pedagógica sobre el uso del latín clásico en las escuelas cristianas. El abate Gaume insistió en que los cristianos, especialmente los futuros sacerdotes, debía obtener los conocimientos literarios de la lectura de los Padres de la Iglesia y llegó más lejos calificando a la educación clásica de gusano gangrenoso (ver rongeur) de la sociedad moderna. Dupanloup, superior del seminario de Notre-Dame des Champs, y después obispo de Orleans defendió a los autores clásicos, por lo que estalló una larga y polémica controversia que pertenece a la historia del liberalismo católico. Louis Veuillot contestó a Dupanloup, mientras la Santa Sede permanecía en silencio y los obispos franceses no alteraban el currículum de sus "petits semmaires" , seminarios menores o escuelas preparatorias para el clero. Veuillot se retiró de la discusión en 1852. Dubner editó una colección de textos patrísticos graduados para que sirvieran a todas las escuelas cristianas desde las elementales hasta las superiores. Se dieron otros intentos menos positivos para introducir selecciones de los principales escritores eclesiásticos de la antigüedad cristiana (Nourisson, para los liceos estatales y colegios; Monier, para los colegios católicos).

En Bélgica Guillaume urgía el estudio comparativo de los autores paganos y cristianos. Tanto en Bélgica como en Francia, el uso tradicional de autores paganos ha mantenido los suyos propios en las casas dedicadas a la educación, en este sentido no difieren las escuelas de los jesuitas de las instituciones gubernamentales. En tiempos recientes ha habido ataques no a los autores paganos sino en general al aprendizaje y estudio en latín-Los líderes de esta nueva oposición son los llamados “hombres prácticos”, es decir representantes de las ciencias naturales y aplicadas y además declarados enemigos de la Iglesia católica, muchos de los cuales tiene la opinión de que el estudio del latín hace a los hombres más receptivos de las enseñanzas de la fe. Una vez más los destinos de la Iglesia y del latín clásico vuelven a estar conectados. Ver los varios artículos ce la Enciclopedia Católica sobre escuelas, estudios , educación , historia de la filología etc.


Fuente: Lejay, Paul. "Classical Latin Literature in the Church." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. 31 Oct. 2010 <http://www.newadvent.org/cathen/09032a.htm>.

Traducido por Pedro Royo