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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Agustín de Hipona: Pedagogo de la Sabiduría

De Enciclopedia Católica

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Formación y discípulo agustiniano[1]

Todos sabemos que S. Agustín fue pedagogo. Y, como en los otros campos, sobresaliente. Todas sus obras llevan finalidad pedagógica. Estudiante aventajado, intelectual indiscutible, filósofo, sicólogo y teólogo de referencia ineludible, maestro en el saber y el enseñar, escritor puntual de los temas profundos y de actualidad, infatigable pastor, predicador, polemista, comunicador: sermones, epístolas, tratados, instrucciones para los alumnos y para los maestros.

Studium sapientiae

Título, con densidad propia, para la permanente formación agustiniana, que al ser agustiniana, se abre necesariamente a todo hombre y a todo el hombre: “¿Qué es mi corazón, sino un corazón humano más?”. Studium sapientiae es para S. Agustín, “todo el esfuerzo cultural y moral, sobre todo en cuanto puede servir de soporte a la profesión cristiana” (SS 9). Y a este studium sapientiae se volcó, excitado por la lectura del Hortensio. Y a los filósofos los llama así porque profesan el studium sapientiae o la misma sabiduría (vel ipsam sapientiam profiteri). Y advierte que no es más noble la filosofía de los gentiles que nuestra filosofía cristiana, pues –una est vera philosophia– una sola es la verdadera filosofía, con tal que signifiquemos con ese nombre el estudio o el amor a la sabiduría (studium vel amor sapientiae (SS 9). Y siempre dedicará unas horas a la salud del alma que es la búsqueda incesante de la verdad. S. Agustín establece una especie de ordo studiorum sapientae que constituiría un método o camino por el que cada uno resultase apto para comprender el orden de las cosas (fit quisque idoneus ad intelligendum ordinem rerum (Ib 9). El studium sapientiae es acción y contemplación, organización de vida y de costumbres, investigación de los acontecimientos, ciencia, reflexión y contemplación de la verdad en sí misma, en fin, todo a lo que noblemente se puede dedicar el hombre (SS 9).

Peso y orden

El peso y el orden son dos conceptos muy bien comprendidos por Agustín. Por el peso expresa el impulso gravitatorio al centro; el orden significa la dirección, la rectitud del movimiento. El movimiento que lleva al verdadero centro es ordenado; el que no es ordenado, es pecaminoso porque se desvía del fin. La ética agustiniana está basada en la ontología o grados jerárquicos de los seres. El espíritu ocupa un lugar medio: debajo de sí tiene todo lo corpóreo y material; sobre sí, al Creador suyo y del mundo. Entra aquí en juego toda la dialéctica del uti y del frui. (Obr. de S. Agustín, BAC. P. Capánaga, I 73-75).

Studium: significa empeño, dedicación, afán, trabajo, cultivo, esperanzas… y el gozo del hallazgo. Es el camino de la cultura. Es superar veleidades que podrían ser objeto de la curiosidad, la cual puede presentarse falazmente como ciencia. Hoy nuestros jóvenes necesitan guías claros y firmes para enseñarles a salir del paso ante las infinitas ventanas que se les abren a la frivolidad, a la curiosidad malsana y muchas veces pervertida. Hay que crear un clima, si queremos una ecología intelectual y moral para evitarles los extravíos incluso programados por ideologías perversas; nuestros jóvenes, una vez rotos y estragados, ni siquiera encuentran el camino de vuelta.

Tenemos que ofrecerles la solidez de los valores que se sostienen por sí mismos. Dada su entidad ontológica, los valores valen, dice su definición, y son los que construyen al hombre. Tienen la valía y la edificación de las personas que los cultivan o ejercen, y de quienes entran en relación con ellas.

El curioso y el estudioso

Agustín distingue muy bien entre el curioso y el estudioso, así como entre el religioso y el supersticioso, el crédulo y el creyente. Agustín habla de la vana curiositas y aun de la sacrilega curiositas, cuando se dio a ridículas prácticas de superstición (Conf III 3 5).

Studious es “aquel que con todo empeño se dedica a investigar todo lo que se refiere a la sólida alimentación y embellecimiento del alma” (De util cred 9 22). Is qui ad animum nutriendum liberaliter atque ornandum pertinent, impensissime requirit. Impensissime, lo sabemos, está en superlativo y lleva la idea de esfuerzos y gastos extraordinarios y sacrificio.

El studium abarca a todo el hombre con sus capacidades intelectivas, afectivas y operativas, y unifica dentro de él los hallazgos de todas las potencias. Si el Doctor de Hipona ocupara su cátedra en nuestro tiempo de ordenadores no cabe duda que hubiese dado clarísimas instrucciones para lo que hoy, con rimbombancia, quieren llamar aprendizaje interactivo. Que no es otra cosa la profundización o ampliación de los niveles académicos, ascendiendo armónicamente: en gradual intensidad intelectual y en sólida construcción moral: palabras o signos, comunicación o soledad, trabajo individual o en equipo, todo será precioso espacio doméstico o utilísimos instrumentos onlain; consciente relación vertical con el Creador y sentida relación horizontal con nuestro entorno.

Se requieren condiciones para la actividad del studiosus, pero ante todo, dice S. Agustín, es necesario un gran “amor a la verdad” y gran docilidad a Dios, Verdad Primera y verdadero Maestro interior. El santo Doctor se confiesa con frecuencia amator sapientiae. Y su evaluación final neta la resume así: amor meus, pondus meum. Que también podía haber formulado: pondus meum, veritas mea. El studium es, pues, ejercicio de amor que busca la posesión de las cosas verdaderas y nobles, y la comunicación de esos bienes, ya como doctores en la escuela, ya como viatores en la calle y en la vida, pues siempre somos profesos de la verdad, única cosa, le escribe a su amigo Honorato, a la cual desde hace tiempo consagramos nuestras vidas. “cui uni rei iam diu statuimus” (De util cred 2 4). (SS 10).

Sabiduría

Alcanzar la sabiduría fue siempre la gran pasión agustiniana porque ella satisface los deseos del hombre y conduce a su formación plena. Buscar la sabiduría es buscar a Dios, pues ¿a qué podemos llamar sabiduría, sino a la Sapientia Dei? Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad? Y la verdad lo es por cierta suprema Medida –per aliquem summm modum– . Y esta suprema Medida lo es por sí misma: si enim summus modus, per summum modum modus est, per seipsum modus est. Y siendo perfecta y suma Medida necesariamente es verdadera Medida –verus modus– (De b vita 4 34). En ella, pues, se identifican la Verdad y el Bien, la Belleza y la Vida feliz.

En esa oración con que empieza los Soliloquios sintetiza las afirmaciones intelectuales y las convicciones cordiales no solo del Dios Creador, sino del Dios Padre de la verdad, Padre de la sabiduría, Padre de la bienaventuranza, de lo bueno y de lo bello, Padre de la luz inteligible que nos ilumina, Padre de la Prenda que nos recuerda la vuelta a Ti. En Dios está la fuente de la sabiduría de todos los que saben, así como la luz espiritual que baña de claridad todas las cosas que brillan a la inteligencia, y el principio, fuente y causa de todo lo bueno y hermoso.

Y todo, dicho con repetidísimas expresiones estáticas que declaran la inmutabilidad de Dios; y expresiones dinámicas que dicen su permanente actividad. Seis veces seguidas en cortas frases engloba la esencia estática y dinámica del ser y del obrar de Dios: in quo et a quo et per quem (Sol I 1 3).


Todos los casos del relativo vienen declinados como haciendo la descriptiva suma del inmenso ser divino: Deus qui, Deus in quo, Deus per quem… Aristóteles mismo en su perdido escrito Sobre la oración, habla del Dios trascendente y más que espíritu, y de la experiencia sicológica que él establece como una de las pruebas de la existencia de Dios. “Al que se adentra en esta iniciación le conviene no tanto aprender (mazein) con el entendimiento cuanto vivir una experiencia interior (pazein), y entrar así en la debida disposición de ánimo” (epitédeios)” (Fraile, 509). Ya que carece de Revelación, la experiencia le viene de la vida síquica y de contemplar la ordenada gradación de las perfecciones en el cosmos.

“El que llega a la suprema Regla o Medida por la Verdad es el hombre feliz. Deum habet quisquis beatus est. Hoc est animo Deum habere, id est, Deo frui (De b. vita 4 34). Esto es poseer a Dios, el gozar de Dios. Las demás cosas, son contenidas por Dios, pero no lo poseen. Quamvis a Deo habeantur, non habent Deum.

Si me preguntas qué es la sabiduría te diré que es modus animi, o “la moderación del ánimo, por la que mantiene un equilibrio, sin derramarse demasiado ni encogerse más de lo que pide la plenitud” (quo sese animus librat ut neque excurrat in nimium neque infra quam plenum est coarctetur ), (De b vita 4 33). La célebre máxima de los Siete Sabios: Medén agan, la tiene por utilísima (De b. vita 4 32).

La sabiduría debe ser amada por sí misma; y la misma vida solo es un medio para alcanzarla. Tanto le entusiasmó el Hortensio. “La sabiduría tiene un nombre en griego que se llama filosofía a la cual me encendían aquellas páginas. No faltan quienes han engañado sirviéndose de la filosofía encubriendo sus errores con nombre tan grande, tan dulce y honesto”. Sunt qui seducant per philosophiam, magno et blando et honesto nomine colorantes et fucantes errores suos. Y dice el Hiponense que “también allí se manifiesta aquel saludable aviso de tu Espíritu, y que conocemos por tu siervo: “Que nadie os engañe con vanas filosofías y argucias seductoras como suelen los hombres y no según Cristo, porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”. “Videte ne quis vos decipiat per philosophiam, et inanem seductionem… et non secundum Christum quia in ipso inhabitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter” (Co 2 8).

El fucus, es una orchilla o liquen de mar, de que se extrae el tinte rojo o púrpura. Fucare, en lat. es colorear, acicalar; de ahí, adulterar, falsificar. S. Agustín, hablando del honesto nombre de Filosofía dice que hay quienes abusando de la filosofía seducen colorantes et fucantes errores suos (Conf III 4 8). La sabiduría es conocimiento y experiencia, es saber y sabor que establece en la persona el “ordo amoris”, la jerarquía de valores y el móvil o razón de las opciones fundamentales de la persona (SS 11).

Formador

Desde su conversión, vida y obra de S. Agustín es formar hombres sabios formando hombres cristianos, es decir, según la imagen de Cristo, la Sabiduría de Dios: Apud te est enim sapientia (Iob 12 16). S. Agustín jugará a lo Pablo con la jugosa palabra forma (morfé). Y hablará de Dios que nos formó, del hombre que se de-forma por el pecado, y que debe volver a Dios para re-formarse por el arrepentimiento, para con-formarse, configurarse con su Forma, o Molde o Modelo que es Cristo. Quedar in-formado, en su sentido teológico, “del misterio de Dios, que es Cristo, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, o, en las palabras originales, de la sofía y de la gnosis, (Col 2 3), (con la carga cultural o ideológica de la época). Por tanto, “que nadie os engañe ni con discursos especiosos ni con razones falsas” (Col 2 4). En el eje y registro de esa tarea estará siempre el profesor, el formador, el maestro. El hombre se forma cuando se convierte a la luz inmutable de la sabiduría… que no cesa de hablarle para que se vuelva a Aquel de quien procede, pues de otro modo no puede ser formado ni ser perfecto (De Gen ad litt, 1 5 10), (Stud. Sap. 14).

De forma in formam mutamur, atque transimus de forma obscura in formam lucidam… Quae natura (humana)… a deformi forma formosam transfertur in formam (De vera rel 12 24). Y formosus, formosa = viene de forma: hermoso, bello, bien formado.

Stabor atque solidabor in te, in forma mea, veritate tua (De Trin 8 14). Agustín, el brillante retórico de Milán, distorsiona incluso la gramática, para dar mayor eficacia expresiva a la acción de Dios. Me estabilizaré (stabor, seré mantenido estable por ti, y seré sólido, estaré firme en Ti, (o tú me darás la solidez) en mi forma, en tu verdad (Conf XI 30 40). Abundemos en la traducción y su sentido: tu verdad es mi forma que me hace formosus = hermoso) con la cual, (por la fe en Cristo) quedamos “formados y firmes”. (Col 2 5). Que también aquí, creemos, pueden aplicarse ambos adjetivos de Pablo a los Colosenses: “formados y firmes”. El exégeta P. Alonso Schökel, hace alusión a Josué, y comenta solamente: “Con resonancias militares”. Sí, admitidas esas resonancias.

“El Verbo es la forma de todo lo formable, ya en la vida trinitaria como en la acción creadora y re-creadora del mundo; y especialmente, con las vitalizantes paradojas del cristianismo: desde el hecho deforme de la Cruz para hacernos formados y con-formes” (SS 14).

[Est Verbum Dei forma quaedam, forma non formata, sed forma omnium formatorum… Ipsum verbum, Sapientia Dei” (Serm 117 2 3). Ipsa est species prima, qua sunt, ut ita dicam, speciata, et forma qua formata sunt omnia: ella es la especie primera por la cual son, por así decirlo, especificadas; y la Forma por la que todas las cosas son formadas (De div quaest 23). (Por eso el mal, puesto que carece de toda forma, no tiene entidad: es (privatio boni) privación de todo bien (De div q. 6). ]

Formados en la Verdad de Dios

Hoy nos refieren como noticia –y noticia, en su origen, es algo digno de ser conocido– planteamientos y comportamientos descabellados y, en el mejor de los casos, ridículos. Otros abiertamente irracionales y trágicos. Es de admirar que S. Agustín, afincado por su inteligencia y ya afirmado por la fe in Veritate Dei, formado en la Verdad de Dios, se ve intelectualmente liberado y moralmente vacunado para escapar indemne de los barros de su tiempo; dice que ya no sufrirá las cuestiones impertinentes de los hombres que, por la enfermedad contraída por su pecado, (poenali morbo) preguntan más de lo que son capaces de entender. Y a esos planteamientos los llama vanitatem loqui, pura vanidad o hablar por hablar (Conf XI 30 40).

A nadie se le oculta que padecemos un recrudecimiento del Mal por los nuevos emperadores, en abuso de poder, con más gravísima culpabilidad que los césares romanos. Los “nuevos emperadores”, sí pueden pensar que por el hecho de profesar los creyentes su fe cristiana denuncian sus corrupciones, su vida de libertinaje, su pretender quedar, válganos la expresión, “más anchos que largos” y propalar su ateísmo o su irreligión.

Pero saben bien que los cristianos no son ningún peligro para el estado ni para la sociedad, ni siquiera para su tren de vida. Al contrario: el bien que la Iglesia aporta al hombre y al mundo es invalorable.

Legislaciones bárbaras y degradantes

Por quedar encerrados bajo una legislación bárbara y degradante, todos somos tiznados y heridos. En muchos países, legislaciones aberrantes como el aborto, la sodomía, el tanatismo (que no eutanasia), son depravaciones inadmisibles que nos avergüenzan a todos. La matanza de los niños, propiciada y pagada oficialmente, es el signo de la barbarie más criminal que está perpetrando la historia de la Humanidad.

Por eso, muy inteligentemente decía el convertido inglés Chesterton que la Iglesia es la única realidad que salva al hombre de la degradante esclavitud de ser hijo de su época. Pertenecemos cronológicamente a esta época, pero de ninguna manera puede contarnos legítimamente entre los suyos. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, nos advierte Jesús (Jn 17 14-17). Ya en los tiempos de la Ciudad de Dios, retaba S. Agustín: Quien no vea las admirables obras del Cristianismo está ciego; quien las vea y no las alabe es un ingrato (CD 1 7). Sí, porque sin desentendernos de esta dimensión temporal, sino ceñidos a un responsable e integral compromiso con lo humano, nos trasportamos a la vez a la mismísima actualidad y eternidad de Cristo: El mismo, ayer, hoy y siempre: Heri et hodie idem, et in saecula (Hb 13 8).

Fe: la otra vía del conocimiento

[La Iglesia nos enseña que existe doble vía de acceso al conocimiento: una por los sentidos y la razón natural: Caeli enarrant gloriam Dei (Sal 18 2; Ro 1 20); la otra vía (alia via) de conocimiento es por la fe divina (D 3004 3015). Es la ventaja doblada de quienes, por gracia, poseemos la fe]. Al repasar la Hia. de la Filosofía constatamos con facilidad el paso de escuela a escuela o la caída de un error en otro. La adquisición y evolución del pensamiento hace que demos por superados muchos de esos razonamientos.

Racionalistas o epicúreos, positivistas o estoicos, todos padecen el craso error, enseñará el Doctor Africano, de creer que el hombre se puede sanar o salvar, o alcanzar la felicidad por sí mismo (Capánaga 120). Solo te puede hacer feliz el que te hizo, dirá el Gran Inquieto. Por eso, gracias al Don de la fe, que poseemos por gracia, gozamos de un horizonte de certezas que nos descubren claro y seguro el sentido de nuestra vida, y nos dan experiencia gozosa de la dignidad que nos ha sido revelada: somos dinastía de Dios (Hc 17 28).

La llegada de la fe cristiana hizo dar saltos decisivos a la filosofía; pero además, desde la fe, estará curado nuestro discurso contra esas “vaciedades” de que habla el santo. Sobre todo, contra inicuas aberraciones que hoy padecen muchas sociedades por legislaciones interesadas, perversas y abiertamente contrarias a la dignidad y al simple concepto de persona. No es necesario ser cristiano para saber que el aborto es un crimen abominable. La metafísica de la persona, y la sana filosofía nos lo enseñan. Cierto. Pero la fe nos afianza en una visión más clara y en una actitud más firme de la “cuestión”, por usar el término agustiniano. Y a nosotros, como formadores, nos corresponde ilustrar y hacer sólida la verdad en la inteligencia de los niños y de los jóvenes, para que el mundo y las ideologías del Mal, libertarias o liberticidas, no los estraguen por el abismo de la depravación.

Tenemos la responsabilidad de cambiar los tiempos que padecemos. Ya S. Agustín acuñó la frase: Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora (Serm 80 8). Probablemente inspirada en parejo tono de arenga ciceroniana. Como agustinianos, y –permitidme la expresión– además de lo demás, asuminos la obligación sagrada de hacer los tiempos mejores. Y solo podrán serlo, si nosotros, ¡ea! nosotros, nos empeñamos en que lo sean.

La guerra se ha declarado: Mal contra Bien

La guerra nos la han declarado y está abierta, aunque casi nadie hable de ella: el Mal contra el Bien. Sin caer en temores baratos o simplistas. Ni acorralarnos por la observación cursi de que hablar así sonaría a maniqueísmo. El Mal es ya tan descarado que no podemos dudar ni de su raíz ni de su perversidad. Tenemos que enfrentarlo con el Bien, con el abanico de las virtudes y de los valores, a sabiendas y con certeza, de que el Mal tiene un límite y una derrota: ser vencido por el Bien.

Paladinamente ha denunciado Juan Pablo II el Mal como programa que experimentó en su propia carne y sangre: “El Bien es mayor que cualquier mal. El Bien que, en definitiva, tiene su fuente únicamente en Dios. El límite impuesto al mal por el bien divino se ha incorporado a la historia del hombre” (Mem. e ident.). Es la tarea ingente que el gran Maestro de Occidente se propuso: defender la Ciudad de Dios de sus enemigos. Es, pues, específicamente el creyente, quien tiene que vencer el Mal con la siembra del bien (Ro 12 21), y realizar día a día, aunque nadie la escriba, la Historia del Bien.

Deogracias

“Me aburre el repetir muchas veces las mismas cosas”, decimos. Ya lo había confesado el diácono Deogracias cuando le pidió al obispo Agustín unas normas y consejos para seguir impartiendo su enseñanza. Y le mandó todo un libro de catequesis para catequistas: el De catechizandis rudibus. La frase ya consignada por Séneca, homines, dum docent, discunt (Epist VII), todos la firmamos como cierta. Pero en S. Agustín tiene su peculiar hondura y total implicación de la persona. Cuando enseñamos, todos somos un poco “hermanos o padres” para nuestros alumnos.

El maestro Agustín no duda en aconsejar que ejerzamos incluso como “madres”: congruamus eis per fraternum, paternum, maternumque amorem, et copulatis cordi eorum etiam nobis nova videbuntur: acerquémomos a los alumnos con afecto fraterno, paterno, incluso materno; hagamos por fundirnos con sus corazones, y aquellas cosas que para nosotros son viejas volverán a parecernos nuevas. Tanto puede el sentimiento y el afecto al otro: Habitemus in invicem: nos habitamos recíprocamente: ellos en nosotros cuando nos escuchan, y nosotros en ellos porque –quodam modo– en cierto modo aprendemos lo que les enseñamos (De cat rud 12 17).

S. Agustín es, al fin, también el mejor cultor, si no el fundador de la philosophia cordis en su doble dirección: trasmitir la verdad al entendimiento a través del afecto o la escuela del corazón: non intratur in veritatem nisi per caritatem (Cont Faust 32 18). Y hacer gustar el conocimiento afectivo de la sabiduría, de la verdad sabida por el entendimiento.

Y nos lo describe siempre con su inarrancable fibra cordial: cuando enseñamos a algún visitante un paisaje o una ciudad que nosotros cruzamos sin mayor interés porque la conocemos, ¿no sucede que nuestro placer se renueva por su placer ante la novedad? Et tanto magis quanto sunt amiciores: Y tanto más, cuanto más amigos son; porque cuanto más vivimos en ellos por el amor o la amistad, tanto más se hacen para nosotros nuevas las cosas que nos eran viejas (in nobis nova fiunt quae vetera fuerunt 2). Y nadie podrá negarle al Hiponense esta verdad ni bajo el punto del efecto sicológico ni como resultado pedagógico. En Agustín, pensador profundo y sentidor eminente, todo será siempre opus mentis et cordis.

Por eso el maestro, y en especial, el agustiniano, para serlo de verdad, debe, además de profesor, ser testigo. No solo creer en la bondad, en la verdad y en la utilidad de lo que enseña, sino que lo que enseña es una verdad particular que participa de la Verdad universal.

Una de las primeras frases del Papa de la sonrisa, Juan Pablo I, fue no solo hacer original homenaje de agradecimiento, llamándose un papa por vez primera en la Historia con dos nombres, por sus grandes predecesores Juan XXIII y Pablo VI, sino sobre todo por haberlos entendido y sentido como maestros y testigos: las dos caras de la idéntica medalla de la verdad vivida por cada cual en su peculiar manera. Y así pide al cielo que quisiera para su pontificado poseer la admirable scientia mentis de Pablo VI y la reconocida sapientia cordis de Juan XXIII. A quien el mundo llamó de manera espontánea y familiar “el párroco del mundo”; y hasta el sistema más ciego y opresor que ha padecido el orbe, el comunismo-socialismo, lo reconoció siquiera, como “el Papa Bueno”.

Se establece, pues, el amor como método de conocimiento, pero también como la talla o estatura o solvencia del ejercicio profesional como enseñante. La cara es el espejo del alma, dice el conocido proverbio. “Imago animi sermo est”, se expresaban los latinos. Los gestos del rostro nos hablan del alma y tendrán más fuerza persuasiva si con ellos acompañamos el contenido de la lección. Si el hilo de nuestro discurso vibra con nuestro gozo, tanto más fácilmente será recibido por nuestros alumnos (De Catech. rud 2 3 12).

Nuestra tarea didáctica, como agustinianos, no solo será tener alumnos, (de alere = alimentar) es decir, nutrir su inteligencia con conocimientos, que los hará eruditos (de e rudis), los sacará de la rudeza; sino hacer discípulos, seguidores convencidos de la Verdad absoluta que profesamos, desde la participada verdad que les enseñamos. Pero ello demanda, recordémoslo otra vez, ser testigos, vivir la gracia de ser cristianos y, sobre todo, del Ser cristiano, ontología, nueva entidad, pues en el bautismo hemos nacido de arriba (Jn 3 3. 5); por el sacramento se nos ha dado un nuevo ser: somos nueva criatura. Desde esta naturaleza nueva podremos identificarnos con los mejores esfuerzos y las enseñanzas más subidas y sentidas de nuestro Padre. Ello, y desde el puesto donde nos ha colocado la vida, nos hará permanecer fieles discípulos e incluso, ejercer de buenos maestros.

Me pareció válido traer, entre muchas, una anécdota familiar. Estando yo en casa de mi hermana Elena, vino un señor a tratar algún leve asunto. Era domingo y mi hermana le preguntó con sencillez y la confianza que le permitía: –¿Pero has ido a misa? Al contestarle que no había tenido tiempo, le respondió mi hermana: –“Pues hijo, de Dios venimos y a Dios vamos”. Eso: justamente la respuesta agustiniana que jamás había leído mi hermana en S. Agustín, pero que su vivencia de la verdad cristiana le inspiró el acierto de la verdad dogmática. Es el testigo: que no pierde el oficio de enseñar como gracia lo aprendido como gracia. El testimonio nos convierte en maestros autorizados.

“Scientia et Caritas”

Es el lema irrenunciable de todo agustino y de todo agustiniano. Y no solo como dos cumbres deseables, sino como integración de camino cálido de conocimiento, ya que este método es el que mide y cala mejor la antropología y se encuentra con el hombre concreto que piensa, que siente y que quiere: Amor meus, pondus meum. “El hombre, proclama Unamuno, es más lo que siente que lo que piensa”. Y recrimina a Aristóteles, casi acremente, su definición del hombre como animal racional, ¿por qué no, animal sentimental? Lo mismo le espetará a Descartes. Pero quiero anotar aquí una observación del P. Díez del Río: “Repárese que, a diferencia de la mentalidad moderna, para Agustín, el afán de conocer no es para tener y poder, sino para amar”.

Desde el s. XVII se hizo proverbial, la frase del filósofo inglés Francisco Bacón: Et ipsa scientia potestas est; o Knowledge is power. Cierto, el saber, el conocimiento es poder. Tantum possumus quantum scimus. Conocer, sí, las leyes naturales –regnum hominis–, para poder dominar la naturaleza, y no para domeñar al hombre. Porque el poder del conocimiento sin la necesaria dirección de los principios éticos, como presionan amenazantes grupos sin conciencia, en los medios domésticos hace hombres corruptos, y en los niveles de gestión política, científica o ideológica, ese poder, decimos, lleva a la calamidad, una vez más, a la sociedad entera.

El autonomismo radical queda excluido de la metafísica agustiniana que se funda como principio racional y sicológico en ese trípode del esse a Deo, esse in Deo, esse ad Deum. (Ob. de S. Ag., I BAC, 1979. introd. Capánaga 72). Sí, porque de Dios venimos, in Dios crecemos y a Dios vamos (Hc 17 28). Y bajando a la parcela de la experiencia propia debo confesar que también yo he percibido en algunos, y a raíz de algún conocimiento, particularmente técnico, ese afán de tener y poder. He llegado a la conclusión de que algunos no enseñan bien o no quieren enseñar lo que saben, y racionan sus conocimientos para que los alumnos se contenten con lo mínimo, o al menos, dependan de la ventajosa posición del mercader. (Como si les pareciera ser menos o perder algo de sí cuando el alumno comprende; o quizás temieran que puede peligrar su “puesto” de dómine).

El libro de la Sabiduría contiene una preciosa perícopa sobre el aprecio altísimo de este don: “En su comparación tuve en nada la riqueza… Todo el oro a su lado es un poco de arena, junto a ella la plata vale lo que el barro; me propuse tenerla por luz porque su esplendor no tiene ocaso” (Sb 7 8-10). La Liturgia de las Horas trae unos versículos en la capítula del Oficio divino que aplica por su sabiduría, por su ciencia y enseñanza a los Doctores de la Iglesia: “Aprendí sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es tesoro inagotable para los hombres; los que la adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda” (Sb 13-14). El P. Alonso Schökel comenta: “El Eclo compara la sabiduría a un océano: siendo inagotable, de ese tesoro pueden participar todos. (La Bibl del Peregr Sab 7 14). Y bajo el versículo 24 del c.6: “Muchedumbre de sabios salva al mundo”, el mismo P. Alonso comenta: “El sabio que se guarda su sabiduría ya está demostrando que no es sabio y que su mercancía no es auténtica” (La Bibl del Peregr Sab 6 24). Por eso siempre la sapientísima receta agustiniana: “Que tu sabiduría no sea con soberbia, ni tu humildad sin sabiduría”. (Nec sapientia vestra sit cum superbia, nec humilitas sine sapientia). (En in ps 112 2).

Los dos grandes capadocios, S. Basilio y S. Gregorio Nacianceno son un ejemplo de lo que es la sana amistad con la santa emulación. “Confesábamos nuestras ilusiones y nuestro más hondo deseo de alcanzar la filosofía… y éramos todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, aspirando a idénticos bienes. Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y sin embargo, carecíamos de envidia. Contendíamos no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; y cada uno consideraba la gloria del otro como propia. Parecíamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos”. Y el doctor africano viene a sentir y decir igual que los capadocios: Donum Dei, quod ipse non habet, nullus in altero invideat, nullus irrideat. In spiritualibus bonis, tuum deputa quod amas in fratre; suum deputet quod amat in te (De cat rud 12 17). -13-


El noble oficio de la cátedra, sobre todo, del profesor agustiniano; que tendrá que darlo todo y darse todo, y que lo será siempre, en la clase y en la calle, cuando enseña y doquiera que sea preguntado.

Pero también ha de enseñar con ingenio, llegando incluso a captar la posible malicia, con la divina oportunidad del método jesucristiano en el Evangelio: Unas veces respondiendo más de lo explícitamente preguntado; otras acudiendo a gestos que entran por los ojos y alcanzan el entendimiento; en ocasiones, preguntando a su vez, y si es el caso, callando:

A la cuestión de los fariseos sobre el mandamiento más importante de la Ley, les recitará por añadidura el segundo por el que no preguntaron, pero les enseña que es similar al primero (Mt 22 36-39). Otras veces responderá con un ejemplo al vivo: Los discípulos preguntan sobre quién es el mayor en el Reino de los cielos, no dudó en llamar a un niño y plantarlo en medio de ellos: Si no llegáis a haceros (y el verbo griego es ginomai, el proceso de llegar a ser) como los niños, no entraréis en el Reino (Mt 18 1-3). Y con ese propósito rezaba Unamuno: Agranda la puerta, Padre, / porque no puedo pasar; / la hiciste para los niños, / yo he crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, / achícame, por piedad: / vuélveme a la edad bendita / en que vivir es soñar.

Desenmascarando

Y veces habrá en que haya que desenmascarar. Entonces será prudente poner una cuestión, y sabio incluso, no contestar: Enseñando Jesús en el Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y senadores y le preguntaron con qué autoridad hacía eso. Jesús les contestó: os lo diré, si antes me respondéis a esta pregunta: El bautismo de Juan, de dónde era, ¿de Dios o de los hombres? Se concitaron para no dejarse cazar: “Ojo, con lo que decimos: si confesamos que del cielo, nos dirá que por qué no le creímos; si respondemos que de los hombres, tememos a la gente, pues todos lo tienen por profeta. Así que –le respondieron– no lo sabemos”. –Ah, ¿no? Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto” (Mt 21 23 27).

Todo será enseñar. Y eso por el valor mismo de la educación y por el deber ineludible que tenemos de formar, como profesos de la fe y de la enseñanza: “A aprender debe invitarnos la suavidad de la verdad; a enseñar nos obliga la necesidad de la caridad” (Dulc q 3 6).

Porque el institutor o preceptor, o pedagogo o profesor o mistagogo, que todo ello debe ser el maestro agustiniano, es por antonomasia, educador y formador de todo el hombre. De valores temporales y espirituales, inmanentes y trascendentes. Y tendrá que ejercer como el escriba “doctus in regno”, Doctor en Reino, y ser semejante al paterfamilias que, de su tesoro, sacará siempre nova et vetera, cosas nuevas y viejas (Mt 13 52).


Educar

S. Agustín sabe muy bien que educar, enseñar, formar, es, en primer lugar, e-ducere, es decir, sacar de; no solo sacar de dentro las posibilidades, aficiones, potencias que pudiera poseer el alumno; sino además, sacar del medio corrompido, del ambiente viciado, del extravío, del error… y, cristiano cabal, del pecado (que para Agustín es pede cadere, patinar, dar un traspié, errar, no alcanzar la meta). En el campo moral, supone un desorden, una suversión o corrupción del orden de la Creación: el error más grave, el más empequeñecedor de la persona. Y lo sabe no solo por la observación y su historia con los alumnos, sino por amarga experiencia propia. Y, llevándolo al extremo, si consideramos el pecado como carencia de bien y negación de entidad, la persona quedaría metafísicamente reducida a la más mínima expresión del ser. “Educar significa sacar el corazón del formando de una situación de presente para llevarlo más allá, hacia su futuro como persona y como miembro de una comunidad” (Stud. Sap. 147). Sabemos bien –y no se lo calla–, de qué manera –atrociter– se irritaba cuando, p. ej. le hacían trampa los compañeros de juego, las mismas trampas que él hacía cuando podía: “En el juego andaba yo a la caza de fraudulentas victorias, vencido por el vano prurito de descollar o sobresalir” (Conf I 19 30). Vana excellentiae cupiditate: y en latín, excellentia lleva la idea de situarse físicamente por encima de los demás; de donde colina, columna, culmen. Tampoco se le escapa al retórico de Cartago ni la antítesis literaria –victoria… victus– ni la antítesis moral entre la victoria con fraude en el juego, y la vergonzosa derrota de la verdad en el alma y el corazón del joven. Y aún se enfurecía rabiosamente sin querer ceder cuando lo sorprendían en el engaño y se lo echaban en cara: saevire magis quam cedere (ib). Y emplea el verbo saevire, aplicado propiamente a la crueldad de los animales; por metáfora, a la rabia y furia de las personas.

Mucho de la deseducación, incluso “planificada”, de hoy, va hacia la exacerbación de hacer desviadamente sensibles a los niños y a los adultos, con reclamos y pretendidos derechos que coinciden con “sus caprichos”. Bien está el advertir: ¡que no te hagan trampas! Pero no se pone, ni mucho menos, parejo esfuerzo en hacer sensibles a los niños y a los hombres de sus deberes: ¡No hagáis trampas! Y ello no solo porque es desorden moral e injusticia social contra los demás, sino porque haces sisa a tu persona, ensucias tu dignidad, roes tu personalidad, reniegas de tu Hacedor, tu causa eficiente, te desvías del Modelo, tu causa ejemplar, te alejas de tu Fin, tu causa final.

Como buen platónico, tu vida y tu persona se manifestará tanto más armónicamente, más bellamente, más bondadosamente, en una palabra, más “divinamente”, cuanto más participe o crezca con mayor intensidad en la jerarquía del Ser. “A mayor elevación en el ser corresponde mayor grado de divinidad” (Fraile 349-50). El “fecisti nos ad Te” y el “inquietum cor nostrum” solo tienen sentido pleno en el “donec requiescat in Te”.

Cultura

Decimos que educar es e ducere, porque ducere es ponerse en camino como dux, como guía y capitán para conducir al estudiante. El alumno, y aun muchas personas en el ambiente que les rodea, se ven envueltos bajo una presión que les quita la libertad de lo que quieren y deben ser. Muchas veces se ven solos porque no encuentran un maestro no solo que enseñe la verdad y el bien, sino que les sirva desde el testimonio claro y gozoso como persona y como maestro.

Agustín nos habla del desgarro que sufría en los años del liceo: “Tú sabes, Señor” que yo era mucho más pacato que los demás y totalmente ajeno a las calaveradas de los eversores, –nombre siniestro y diabólico que ha logrado convertirse en distintivo de urbanidad–, y entre los cuales vivía con impudente pudor por no ser uno de tantos. Es verdad que andaba con ellos, pero siempre aborrecí sus hechos, las diabluras con que impudentemente sorprendían y ridiculizaban la candidez de los novatos, sin otro fin que burlarse y apacentar a costa ajena sus malévolas alegrías. Nada más parecido a los hechos de los demonios, por lo que ningún nombre les cuadra mejor que el de eversores o perversores, por ser ellos antes pervertidos por los espíritus malignos que así los burlan y engañan sin saberlo, en aquello mismo en que se burlan y engañan a los demás” (Conf III, 3, 6).

Esta experiencia desgarradora la padecen hoy muchos de nuestros estudiantes, víctimas de los modernos perversores que propalan ideas suversivas y erradas con pretensiones de ser originales o simplemente de divertirse irresponsablemente.

Las nobles palabras de “autenticidad” o “personalidad” están prostituidas con intención ideológica o por simples intereses comerciales. Conocemos prácticamente todo un catálogo de palabras y frases que han sufrido la eversión (de evertere, volver de revés, suvertir), perversamente manipuladas por las instancias más poderosas de “gobiernos de ideología” para llevar a la sociedad universal al error, a la depravación, a la degeneración y al crimen, como lo padecemos vergonzosamente con las legislaciones abortistas, homosexualistas, tanatistas y otras.

(Todos sabemos de la marcada personalidad que tenía Agustín para hacerse amigos con la que arrastraba a muchos de ellos a los errores de las sectas. Pero también conocemos su fuerza de convicción cuando, una vez convertido, a aquellos sus amigos que primero extravió los fue trayendo a la fe cristiana).

Tenemos el deber de educar para pensar rectamente y obrar correctamente. Hay espacios en los que nosotros apenas podemos hacer algo, como p. ej. en la ecología física o química. Pero sí podemos hacer mucho, a pesar de los poderes políticos y económicos, en ecología moral y cultural. Lo primero, estableciendo clara diferencia entre lo que es cultura, y muchas formas que nos invaden y son abiertamente contraculturales o anticulturales –que así las debemos llamar– por deshumanizantes y deshumanizadoras.

Si el balance de la educación en nuestros colegios y liceos no da como consecuencia hombres claros, insistimos otra vez, “formados y firmes” (Co 2 5), sobre todo frente a aberraciones y degeneraciones con que politiqueros sin conciencia y leguleyos en venta encabestran a la sociedad, nuestra educación habrá fracasado en su objetivo fundamental. No será formación agustiniana. Más: no será ni siquiera educación. “Cuidado, que nadie secuestre vuestra cabeza con vanas filosofías y falacias de fabricación humana, y no según Cristo” (Co 2 8).


Los grandes valores humanos de los griegos los englobaron los latinos, desde Cicerón, bajo la palabra Humanitas. También de la palabra cultura. Y comprendían las letras, las artes, y los grandes ideales de Verdad, Bondad y Belleza; incluida la pietas, lo trascendente, lo divino. Agustín urge: –Estudia Humanidades. –¿Para qué? –Para que seas un humano. Es decir, un hombre digno en medio de los hombres (De doctr Chr 11 12).

El filósofo canadiense Mc Luhan dice muy gráficamente: “En la nave espacial Tierra, no hay pasajeros; todos somos tripulantes”. O “Somos lo que vemos”. Él describe a los medios de comunicación como “extensiones” de la persona, y acertó con la frase, acuñada también por él, de “aldea global”. Si bien es verdad que en el plano tecnológico los medios masivos se pueden imaginar como “extensiones” de la persona (estamos donde se produce la noticia), hoy esos instrumentos masivos (en lo que no entra la reflexión del filósofo) se han pervertido en gran parte en “extorsiones”, en medios de extorsión contra la mente y la moral de las personas.

Y si es cierto que “somos lo que vemos”, razón de más para educar, formar, enseñar, prevenir; insistimos, prevenir a nuestros alumnos, no solo para que no sean lo que ven, sino para que vean lo que deben ser.

Mucho de lo que hoy se quiere colar como información o noticias, no es saber, sino vana curiositas. S. Agustín escribe a Dióscoro una carta en la que le recrimina directamente ser inaniter curiosus; además se ha dirigido precisamente a Agustín, cuya maxima cura –le dice el obispo– est reprimere aut refrenare curiosos (Ep 118 I 1). Si esto lo guardaba S. Agustín en su época, ¡qué no deberemos exigir hoy!

Hay que seleccionar y aun desechar. Y aprender de la abeja, que unas flores coge y otras deja, como plasmó nuestro pueblo el antiguo refrán. Enseña el Hiponense: Est quod cupias ut ista non cupias: Hay muchas cosas que desear para que no desees estas. No hay, pues, que matar los deseos, sino cambiar sus objetos (S 313 A 2).

Eso obliga al maestro a profesar la enseñanza, en sentido y amplitud de religioso oficio, como Zubiri decía de sí mismo: Soy profeso de la filosofía.¡Qué método tan actual y tan urgente para nuestro quehacer de formadores!

Hay que denunciar al antihéroe y al antimodelo y hacer circular los valores universales y perennes porque se adecuan a la persona, forman al hombre. Las virtudes, que son la riqueza de lo que la persona es, muy independientemente del tener y el parecer, o de lo que la persona ofrezca o parezca.

Afirmar y confirmar a nuestros alumnos en este axioma filosófico, mucho más hoy, frente a la estúpida idolatría de la epidermis y el maquillaje. Además de los requilorios y abalorios, o la bisutería de titulillos y cartones. No pretendemos, naturalmente, restar méritos a nadie.

Pero, como siempre, las anécdotas del mundo griego, nos ilustrarán de manera ejemplar. Uno de los Siete Sabios de Grecia se encontraba entre los náufragos de un barco. Los sobrevivientes, semidesnudos, daban gracias a los dioses por haber salvado sus vidas. Pero se lamentaban de haber perdido todo. El sabio, igualmente desnudo, les decía: “Panta syn me ferô: yo todo lo llevo conmigo”.

Virtudes

El demonio no duerme, nos enseñaban nuestros padres y educadores, cuando éramos niños. ¡Qué gran verdad! No podemos permitirnos cruzarnos de brazos o decir "no lo sabía", cuando hay desatada toda una actividad antifamilia, anticristiana, en el fondo antihumanista, de perfidia y desde la más abusiva fuerza de "gobiernos de ideología". Decía Unamuno, el gran Unamuno, casi nuestro padre Unamuno, que a las 14 obras de misericordia del catecismo, hay que añadir la decimoquinta: "Despertar al dormido". Y sobre todo, decía el genial filósofo, cuando el dormido duerme al borde del abismo, es mayor obra de misericordia despertarlo que enterrarlo después de muerto. Teorizamos demasiado, con la mejor voluntad, incluso sobre educación, pero, en general, demasiados alumnos se nos escapan de las manos.

Algo grave nos pasa. Un gran amigo mío y excelente profesor suele interrumpir a sus ex alumnos cuando le cuentan que ahora estudian Educación: –¡Qué!, les dice, ¿eso no se presupone?

Con la deseducación tan permisiva y errada, estamos padeciendo la entronización de la república del abuso y de la fuerza del más fuerte, de vuelta a la ley de la selva que, en el hombre, revienta toda convivencia y relación armónica. Aquella que observa el fabulista Iriarte, “allá en tiempos de entonces” cuando el elefante reunió a los animales para la pacífica convivencia, el orden, y la sensatez.

Pero educar es caminar del brazo con el alumno para con-ducere, ir juntos, ejercer la paciencia: a quo est vera sapientia, ab illo est vera patientia, (De pat 5 4). Guiar hacia la verdad del corazón, de los trascendentales del ser, que aunque, por otro camino, no menos que la razón los percibe el corazón.

El amor incansable y el humor inagotable, fueron las herramientas educativas de S. Juan Bosco: Mozo, sastre, zapatero, herrero … y los domingos, ilusionista, músico y saltimbanqui. Cuando se acercó al primer joven con su mejor proyecto en la cabeza, vio que sus primeras preguntas no tocaban suelo. –¿Saber silbar?, preguntó D. Bosco. Se dibujó la sonrisa y empezó la cercanía.

La dosis sicológica de sus célebres Buenas noches han modelado miles de corazones y forjado hombres de fe recia con distinguida marca salesiana. Confesaré que conozco a un grupo maduro de ex alumnos salesianos. Una asidua decena. Todos ellos celebran entusiastas sus mejores valores de la educación recibida. (No dudo de que entre los ex alumnos agustinianos se darán rasgos análogos de hombres de bien y de celebrada convicción agustiniana).


El maestro tiene casi –o sin casi– en sus manos el poder del milagro. En el tiempo en que aún se consentía aquel “principio de dómine”: la letra con sangre entra, el P. A. Manjón, otro de los grandes educadores del s. XX y fundador de las escuelas del Ave María, lo aceptaba solo volviéndolo del revés, que en su aprendido deje granadino sonaría más o menos así: –“¿Que la letra con sangre entra? –Sí, pero de la maestra”.

En fin, navegando por el inconmensurable océano agustiniano, me atrevo, bruscamente, a terminar así: No sabe uno qué admirar o dónde aprender más: si en la genial doctrina y perdurable vida de sus magistrales libros, o en el polifacético y universal libro de su vida, sus Confesiones, escrito a jirones de corazón y sangre: biografía, forja, broche. Y para el modelador troquel de las generaciones de todos los tiempos, su fragua, su martillo y su yunque.

Donato Jiménez Sanz O.A.R.

Profesor de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Selección: José Gálvez Krüger

Lima, 17 enero, 2010


Bibliografía

Obras de S. Agustín, BAC, Madrid Historia de la filosofía, I, BAC, Madrid, 1982 Studium Sapientiae. Plan de formación. Madrid, 1987 Elementos básicos de pedag. agustiniana. Eusebio B. Bardón, OSA. Iquitos, Perú, 2008.

Enlaces relacionados

[1] Agustín de Mónica