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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «San José: Educación de Jesucristo»

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Para los judíos del tiempo de Cristo la religión, la ley, la historia, los valores éticos y la educación constituían un todo inseparable. A través de la ley escrita (Torah) y de la ley transmitida oralmente (Mishna) enseñada de generación en generación se formaba el cuerpo doctrinal del pueblo elegido. La familia era el medio natural de formación, después los rabinos y las sinagogas junto con el templo ocupaban un lugar privilegiado en la enseñanza institucionalizada. El imperio romano, del cual Israel formaba parte, se caracterizaba por un sincretismo que llevaba a mantener y respetar las tradiciones e instituciones, filosofías y religiones de los pueblos sometidos (griegos, asirios, egipcios, judíos, etc) dándoles una perspectiva romana. La educación judía giraba entorno a la ley, la ética, la historia desde el punto de vista de la ley, las costumbres de vida; en contraste con la educación griega -no nos olvidemos que el entorno cultural de Israel sigue siendo el helenismo- que primaba la ciencia, el arte, la lengua y el deporte. De otra parte se nota en la enseñanza de Israel del siglo primero la influencia de las corrientes filosóficas predominantes en Roma: el estoicismo y el cinismo.

La Torah (los cinco libros del Pentateuco) es la fuente principal de la enseñanza religiosa, histórica y ética. Las sinagogas constituyen sobre todo un lugar de lectura de la Torah y oración, pero también de culto y de enseñanza. Un niño judío empezaba su formación alrededor de los cinco años aprendiendo a leer y escribir. A los diez empezaba a estudiar la Torah y se completaba su educación -lo que llamaríamos hoy educación obligatoria- hasta los dieciocho en el marco de la sinagoga dirigida por un Hassan que normalmente era Rabbi (un maestro doctor). Las niñas no estudiaban la Torah en las escuelas ni en las sinagogas sino que se formaban en el hogar familiar, la madre era la principal responsable de la formación de la hija. El joven después de los 18 años podía seguir estudiando y debía elegir un maestro Rabbi y una escuela. Cada escuela tenía su propio sistema. Se aprendía a través de discusiones y resolución de casos prácticos, con preguntas y respuestas. El asombro que produjo Jesús adolescente de 12 años rodeado de maestros y doctores de la ley (cfr Lc 2, 46-47), planteando preguntas y manteniendo un diálogo al más alto nivel, era debido al contenido de las cuestiones formuladas pero también a su temprana edad. Es bien sabido que de los 12 a los 13 años el niño en Israel dejaba la tutela paterna (maestro principal) para aprender sobre todo de maestros técnicamente más preparados (por ejemplo el Hassan en las sinagogas).

La educación de los hijos es un derecho y deber irrenunciable por parte de los padres. Queremos estudiar de qué manera se realizaba en tiempos de Jesucristo la educación de los jóvenes hasta los trece años por parte de los padres, y también en el tiempo posterior hasta los dieciocho. En particular se quiere examinar el papel que tenía la familia -en especial el padre- en la educación según la Tora. Era algo evidente que la Tora tenía que ser la guía y el referente para la vida, de ahí la necesidad de profundizar en su conocimiento. El estudio de la Tora se consideraba el principal deber de cada judío, como un mandamiento religioso. En realidad era parte del servicio debido a Dios. A las palabras del Deuteronomio: 'amando y sirviendo (dando culto) al Señor' (11, 13), el Talmud añadía el siguiente comentario: 'servir significa estudiar la Tora' .

En el año de san Pablo no podemos dejar de analizar cómo presenta la educación el apóstol de las gentes. En la primera carta a los Corintios nos dice “estas cosas, hermanos, las he aplicado a mi mismo y a Apolo por vuestra causa, para que en nosotros aprendáis aquello de 'no ir más allá de lo escrito' (4,6). Pablo se presenta no solo como un heraldo y mensajero de la buena noticia (Rom 1,1; 10,15) sino también como un maestro del evangelio y como un padre: 'Pues aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres, porque yo os engendré en Cristo Jesús por medio del Evangelio' (1Cor 4, 16). La verdadera enseñanza se recibe de las personas vivas, de su ejemplo, de su entrega, de su unidad de vida (identificación doctrina con vida). Por eso Jesús tuvo los mejores educadores en sus padres, en María y José.


La enseñanza de Jesús niño y adolescente impartida por sus padres: María y José

Jesús aprendió a hablar escuchando a sus padres María y José, ellos dirigieron sus primeros pasos acompañando con sus desvelos y sus brazos abiertos la incipiente vida del niño. Su hijo era un niño normal pero desde el principio los dos eran conscientes que era también un niño misterio, todo el misterio de Dios habitaba en él. A ellos les es confiado el poner el nombre , Jesús, y educarlo en la tradición del pueblo elegido. En José y María recae la tarea más asombrosa y apasionante que existe en la vida humana: la educación del hijo. El profeta escribe el oráculo del Todopoderoso: “Cuando Israel era niño, Yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo (...). Yo enseñé a andar a Efraím, lo tomaba en mis brazos; pero ellos no entendían que Yo los cuidaba. Con vínculos de afecto los atraje, con lazos de amor. Era para ellos como quien alza a un niño hasta sus mejillas, y me inclinaba a él y le daba de comer” (Oseas 11, 1-4). Si los cristianos han visto en este oráculo la referencia a Cristo, cómo no ver también la referencia a María y José. El Amor de Dios a Israel se compara al amor de un padre y de una madre hacia su hijo, aunque es un amor mucho más fuerte. José y María pueden aplicarse estas palabras: yo llamé, yo enseñé a andar, yo le daba de comer... Es Dios quien lo hace pero a través de los padres, es Dios quien enseña pero a través de los hombres. Es Dios quien eligió a una mujer María para que fuera madre y a un varón José, un justo de la casa de David, para que fuera padre de Jesús.

Un niño pequeño en Israel pasaba la mayor parte de su tiempo jugando con otros chicos de su edad en la calle o en las plazas . Zacarías hablando de Jerusalén y la promesa de la salvación mesiánica escribe: “las plazas de la ciudad se llenarán de niños y niñas jugando en ellas” (Za 8,5) y el Señor en su predicación, al poner el ejemplo de con quién comparar esta generación nos habla de los niños que se sientan en las plazas (cfr. Mt 11, 16). La vida en Nazareth -como en otras partes de la Galilea o de Judea- era una vida al aire libre, dentro de la casa o de la estancia excavada en la roca solía estarse solamente al caer el día, cuando el sol ya no lucía más. Había una continua comunicación entre vecinos, paseantes y familiares. Los niños cantaban, danzaban y se divertían haciendo toda clase de modelos con barro de arcilla, las niñas jugaban a las muñecas.

Los padres, especialmente la madre en la infancia, impartían a sus pequeños los primeros rudimentos de una instrucción que era sobre todo moral. “Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no abandones la enseñanza de tu madre, que son diadema de gracia para tu cabeza y collares para tu cuello” (Prv 1,8). Jesús, el niño de Israel, de seguro conocería estas palabras del sabio y grababa en su corazón las enseñanzas de José, las instrucciones de María. Normalmente los consejos de una madre acompañaban también la adolescencia, especialmente en la elección de un buen marido, de una buena mujer, y constituían una llamada a la fidelidad y castidad. “Guarda, hijo mío, el precepto de tu padre, no abandones la enseñanza de tu madre. Átalos siempre a tu corazón, cíñelos a tu cuello. Te guiarán en tu caminar cuando estés acostado velarán por ti, y te harán pensar cuando te despiertes. Porque el mandamiento es una antorcha, la ley, una luz, y un camino de vida, las amonestaciones de la instrucción para guardarte de la mala mujer, de la lengua suave de extranjera” (Prv 6, 20-24). La madre estaba siempre presente en la educación del joven, en las palabras dichas en la intimidad del hogar, como escribe el sabio en el libro de los Proverbios: “Palabras de Lemuel, rey de Masá, que le enseñó su madre. ¿Qué, hijo mío? ¿Qué, hijo de mis entrañas? ¿Qué, hijo de mis votos? No gastes tu vigor con mujeres, ni tus caminos con las que pierden a reyes” (Prv 31, 1-2). Santa María enseñaría las palabras del sabio, leyendo a su hijo el elogio de la mujer perfecta: “Una mujer fuerte, ¿quién la encontrara?” (Prv 31,10), dándose cuenta al mismo tiempo de la sabiduría más profunda de Jesús, de la virginidad suya y de su hijo, y de la elección de otro camino preparado para él.

Sin embargo los chicos cuando dejaban la infancia estaban sobre todo bajo la guía de su padre. Uno de los deberes más sagrados que tenía un padre de Israel respecto a propio hijo era la educación religiosa. En el Talmud nos encontramos con muchas referencias a este gran deber: “Quien educa a sus hijos en la Tora disfruta ya en esta vida de la dicha de los frutos, y el gran premio le espera en la vida eterna”. “Quien tiene un hijo que estudia la Tora, es como si nunca muriera” . La enseñanza de la religión es el punto de clave de la enseñanza, por eso todo padre estaba obligado a recordar la Alianza del Sinai. La religión de Israel es una historia de salvación, un recuerdo de acontecimientos prodigiosos que nos hablan de la acción del Todopoderoso en la vida del pueblo de Israel. “Dijo el Señor a Moisés: -Preséntate al Faraón, porque soy yo quien ha endurecido su corazón y el de sus siervos para realizar estos signos míos en medio de ellos; y para que pueda contarse a tus hijos y a los hijos de tus hijos cómo he maltratado a Egipto y los signos que he realizado allí; para que sepáis que yo soy el Señor” (Ex 10, 1-2). La fiesta más importante para los judíos, la pascua, se celebraba en familia, en las casas, y entonces el padre de familia tenía la obligación de recordar -actualizar por la fiesta- los acontecimientos salvíficos: “Y cuando vuestros hijos os pregunten qué significa este rito para vosotros, responderéis: Éste es el sacrificio de la Pascua del Señor” (Ex 12, 26), “ese día lo transmitirás a tus hijos, diciendo: esto es lo que me hizo el Señor cuando salí de Egipto” (Ex 13, 8) . Podemos imaginarnos a José repitiendo estas palabras a Jesús, explicándole la historia de la salvación, aclarándole el significado de la Pascua. Así debió ser, así seguramente fue: José enseñó a Cristo la historia de Israel, el Espíritu perfeccionaba la obra de José, llevándola a su plenitud. De seguro José, varón fiel de la casa de David, sabría de memoria y repetiría en su oración las palabras de Moisés: “Poned mucha atención a las palabras con que hoy os he dado testimonio, y ordenad a vuestros hijos que cuiden de poner por obra todos los términos de esta ley” (Dt 32, 46).

La educación del hijo por parte de los padres, es decir la instrucción en el ámbito familiar, se enmarcaba también dentro de la sabiduría tradicional. La corriente sapiencial del antiguo Oriente Medio se concretaba en máximas y dichos que de la transmisión oral pasaron a la escrita. Uno de los principios de educación en la sabiduría es la elección de los maestros, la conveniencia de elegir bien las personas de las que uno aprende, con las que uno habla .“Quien anda con sabios, sabio se hará, y quien trata con necios, peor se hará” dice el libro de los Proverbios (13,20). Por eso, en el ámbito familiar la sabiduría establece como maestros de la enseñanza al padre y la madre: su amor natural hacia el hijo les hacen ideales maestros de la sabiduría. Aplicando esta regla a la familia de Nazaret, nos encontramos con los mejores maestros y educadores de Jesús: María y José.

En el tiempo de Jesucristo, la educación de los hijos por parte de los padres tenía un carácter más bien severo. Los métodos pedagógicos empleados eran propios de la época: uso de castigo en caso de necesidad, como los azotes (“Acerca de los hijos: Quien ama a su hijo usa también los azotes, para alegrarse en el futuro” Si 30, 1) y la vara (“Quien escatima la vara odia a su hijo, pero quien lo ama lo corrige a tiempo” Prv 13,24); se trataba de enderezar al hijo por el camino recto pues mientras es joven es moldeable (“Dóblale la cerviz mientras es joven, túndele las costillas cuando aún es niño, para que no sea terco y te desobedezca: de ello vendría dolor a tu alma” Si 30, 12) . Se tiende a evitar todo mimo, sentimentalismo y niñada (“Mima al hijo y te infundirá terror, juega con él y te contristará” Si 30, 9). La regla fundamental era la autoridad y la responsabilidad, la fortaleza y la paciencia junto con el buen ejemplo. En el caso de la educación de Jesús es lógico pensar que José y María corregirían los errores propios de cada niño. El abajamiento de la encarnación, la ley de la kenosis nos hace pensar que el perfecto hombre -siéndolo por su unión hipostática- cometió errores humanos que fueron señalados y corregidos por sus padres. Difícil tema: unir la santidad con los fallos y errores humanos, tan constantes como el caer de las gotas de agua en una lluviosa tarde de otoño. Con el paso del tiempo podemos decir que los métodos pedagógicos han mejorado, pero en definitiva sigue en primera línea la importancia de la educación de los hijos y de la juventud. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones 'materiales e instintivas a las interiores y espirituales'. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos: “El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo sacará provecho de él” (Si 30, 1-2). “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor” (Ef 6, 4)”. (CCC 2223).


El uso de la escritura era ya corriente en Israel desde una época antigua. En primer lugar hay que tener en cuenta los escribas de profesión, como por ejemplo los de la administración real, así nos encontramos con Seraías y Susa, funcionarios escribas del rey David (cfr 2Sam 8,17; 20,25) o Elijóref y Ajías de la corte de Salomón (cfr 1Re 4,3). Pero también existen escribas secretarios de carácter privado, como por ejemplo Baruc. En el libro de Jeremías leemos: “Entonces Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías. Baruc escribió en un rollo, al dictado de Jeremías, todas las palabras que le había dicho el Señor” (36,4). El escriba se servía de un rollo, confeccionado de hojas de papiro o de piel de carnero (pergamino) y escribía con tinta al dictado del autor. Normalmente lo hacía en columnas no muy anchas de modo que el lector, enrollando con una mano y desenrollando con la otra, tuviera a la vista tres o cuatro columnas a la vez.

Los miembros de las clases dirigentes también sabían escribir. Se nos cuenta en el libro de los reyes cómo la pérfida Jezabel, mujer del rey de Samaría Ajab, ella misma escribió cartas para hacer perder la vida de Nabot (1Re 21,8). También los profetas no sólo dictaban sino que ellos mismos escribían sus libros: “El Señor me dijo: -Toma una tabla grande y escribe en ella con cincel...” (Is 8,1). Y no solamente los profetas, sino que el conocimiento de la escritura estaba muy extendido entre todo el pueblo de Israel. En tiempos de los jueces un joven hombre como Sukkot podía dar por escrito todos los nombres de los jefes del clan (cfr Ju 8, 14). Las palabras de la oración Shemá – las palabras de Señor, tu Dios, las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portones (cfr De 6, 9; 11, 20)- nos sugieren a su vez que también todo jefe de familia sabría escribir. Por eso se puede afirmar con mucha seguridad que José y también su esposa María podían leer y escribir en hebreo, siendo arameo el idioma de uso diario. Así pues José enseñaría la escritura a Jesús y fue su primer maestro en la practica y enseñanza de la Tora, como está escrito en el Talmud: “Quien estudia la Tora y no la enseña es como mirlo cantor en el desierto. Quien enseña la Tora al hijo del prójimo es como si el mismo lo hubiera concebido” .Con bastante probabilidad José sabría también griego pues la cultura helenista era dominante en Galilea.

En las sinagogas se aprendía a escribir con un cincel usando unas tablillas de cera que se podían usar, borrando el texto, muchas veces . Sin embargo la enseñanza se realizaba sobre todo oralmente. El maestro, el padre, leía un texto o frecuentemente lo recitaba de memoria, pues en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo tener unos rollos de papiro o de pergamino era tener un tesoro. No era frecuente que una familia normal y pobre como la de José los tuviera, pero si que con mucha probabilidad existirían copias de la Torah o de los profetas en la sinagoga de Nazaret. Se leía un breve fragmento del texto sagrado o se recitaba de memoria, el maestro lo explica, aclaraba dudas, hacía preguntas y a continuación comenzaba la repetición del texto: los alumnos lo repetían hasta que quedaba fijado en la memoria. La enseñanza oral, a pesar de que se tuviera la Torah o la ley escrita, era en Israel la base de la educación, sobre todo de la educación religiosa que era el fundamento de toda instrucción. Es necesario recordar que la educación en Israel no tenia como fin la preparación para un futuro trabajo, no tenia un carácter profesional: los conocimientos se dirigían directamente a la instrucción. La enseñanza oral transmitida de generación en generación era la base: “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: '¿qué significan las disposiciones, leyes, normas que os mandó el Señor, nuestro Dios?', le responderás: Eramos esclavos del Faraón en Egipto pero el Señor nos sacó de allí con mano poderosa” (Dt 6, 20-21). La respuesta que tiene que dar todo padre de familia a su hijo es la razón profunda de la fe de Israel y de la existencia de la Torah, de la ley: Dios ha intervenido en la historia, Adonai con mano fuerte y todopoderosa, con prodigios y señales ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto para salvarlo, para darle un nuevo culto, una nueva tierra, una nueva Alianza, para que sea un nuevo pueblo: el pueblo de Dios. Y esto cada padre de familia debe repetirlo y enseñarlo a su descendencia. Otro texto de la Escritura Santa nos confirma en esta idea: “Cuanto oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos; sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, su poder, y las maravillas que ha obrado” (Ps 78, 3-4). Este era el modo de enseñar que utilizaban los rabinos en Israel.

El contenido de la enseñanza o educación por parte de los padres tenía un amplio ámbito o margen: era una educación muy generalizada pero siempre centrada en la Escritura Santa. Los padres inculcaban a sus hijos las tradiciones nacionales que estaban imbuidas y mezcladas con tradiciones religiosas, se hablaba de las prescripciones divinas dadas a los antecedentes . Se hacía aprender a los hijos textos elegidos de la literatura sagrada, especialmente himnos y cantos antiguos que se recitaban acompañados de una tonalidad musical sencilla. Por ejemplo, en el segundo libro de Samuel se nos habla de la elegía fúnebre que entonó David a la muerte de Saúl y de su hijo Jonatán, “y ordenó que se enseñara a los hijos de Judá” (2Sam 1, 17). La elegía acababa con los versos: “¡Cómo han caído los valientes, cómo han perecido los guerreros!” (2Sam 1, 27). En tiempos de los Macabeos nos encontramos con un pasaje que pone de manifiesto cómo el pueblo elegido mantenía, recordaba y repetía esta elegía. En la sepultura de Judas Macabeo todo Israel llora, se lamenta con gran dolor y hacen duelo diciendo: “¡Cómo ha caído el héroe que salvaba Israel!” (1Mac 9, 21). Por eso esta muy en consonancia con las tradiciones de Israel los cánticos himnos de María, Isabel, Zaqarias o Simeon, cuya fuente histórica no hemos de verla sólo en Santa María, sino en el mismo Jesucristo que aprendería estos himnos de labios de María y José, como tesoro familiar de canciones frecuentemente repetidas y meditadas.

El padre era también el responsable de dar al hijo una formación profesional. Los oficios eran de forma común hereditarios y las técnicas manuales de los diferentes trabajos se aprendían en el taller familiar. Por eso es conocido el dicho rabínico: “quién no enseña a su hijo un oficio le está educando para ladrón”, y también la máxima de la sabiduría del Syracida: “educa a tu hijo y hazle trabajar” (30, 13). El trabajo manual en Israel no tenía las connotaciones negativas de otros pueblos y civilizaciones, al contrario era visto como algo bueno y necesario. Los mismos maestros de Israel, rabinos y fariseos ejercían un oficio manual con el que se sustentaban. Tenemos muchos ejemplos, y queremos remarcar la figura de Pablo de Tarso que siendo celoso fariseo, alumno de la escuela de Gamaniel, tenía como oficio la fabricación de tiendas. Pablo conoció a Aquila y Priscila gracias a su profesión: “Se les acercó y, como tenía el mismo oficio, vivía y trabajaba con ellos, porque eran de profesión fabricantes de tiendas” (He 18,3); y en sus cartas aclara que “no comimos gratis el pan de nadie, sino que trabajamos día y noche con esfuerzo y fatiga, para no ser gravosos a ninguno” (2 Tes 3, 8), “y nos esforzamos trabajando con nuestras propias manos” (1 Cor 4, 12). Además en el libro del Génesis se nos presenta la primera narración de la creación, perteneciente a la tradición sacerdotal, como la obra de un trabajador manual. Dios creador trabaja para hacer este mundo, con la fuerza de su palabra se hace en primer lugar la luz, pues para trabajar el primer requisito es ver. Y al final descansa como si se tratara de un obrero manual que se ha agotado de su esfuerzo. Teológicamente sabemos bien que la luz significa la transparencia, la claridad de la creación obrada por la Palabra. El Logos llena todo de orden, inteligencia y finalidad: el mundo no es caótico sino que está traspasado de racionalidad. Al final, el descanso: una llamada al culto. Todo lo creado existe para la gloria de Altísimo, para el culto al Dios Creador y Salvador.

Jesucristo, el rabi de Nazaret, es conocido por su trabajo, y por ser el hijo de José. Las dos cosas se juntan en los testimonios evangélicos: “No es éste el artesano, el hijo de María...” (Mc 6, 3). “¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano?” (Mt 13, 55), “¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que ahora dice: 'He bajado del cielo'?” (J 6, 42). Así pues, es claro que José trabajador-artesano enseñó su mismo oficio a su hijo Jesús, según la costumbre en Israel. José enseñó un trabajo manual al hombre Dios, creador de todas las cosas. De ahí que el trabajo tenga una dimensión creadora, santificante y redentora, porque Jesucristo ha trabajado con sus manos humanas, y lo ha aprendido de José. Por eso el santo Patriarca es maestro de la santificación del trabajo y de la vida ordinaria .

El papel del padre en la tarea educativa del hijo era tan fundamental que se explica que el sacerdote levita sea llamado padre . Así podemos leer este pasaje del libro de los jueces: “Soy levita, de Belén de Judea, y vengo en busca de un lugar donde vivir. Micá le dijo: Quédate conmigo y te tendré como padre y sacerdote” (Ju 17,10), y aplicarlo a José de Nazaret: procede de Belén y afincado en Nazaret, probablemente perteneciera a la clase de los levitas. Los datos evangélicos nos lo hacen suponer: Zacarías es de la clase sacerdotal y era costumbre que los matrimonios entre judíos se realizaran, en la medida de lo posible guardando el orden de las tribus. La clase levita se emparentaba con levitas. Por eso María prima de Isabel pertenecería a la clase levítica , lo que hace plausible la hipótesis de que también José de Nazaret lo fuera . De otra parte el maestro en Israel también se le da el nombre de padre. Es paradigmático el ejemplo de José, hijo de Jacob, que enseñando al Faraón egipcio es constituido como padre. Podemos leer el texto bíblico del libro del Génesis y aplicarlo en una exégesis espiritual libre al José de Nazaret pues no en vano son los dos Josés más importante de la Sagrada Escritura. Dice José a sus hermanos: “No me enviasteis, por tanto, vosotros aquí, sino que es Dios quien me ha puesto como un padre para el faraón, como señor de toda su casa, y como gobernador de todo el país de Egipto” (Ge 45, 8). Es la interpretación que ha hecho la devoción popular recurriendo a la intercesión de san José con esas mismas palabras: “Ad Sanctum Ioseph Sponsum Beatae Mariae Virginis: Fecit te Deus quasi Patrem Regis, et dominum universae domus eius: ora pro nobis!” . Por último también en los profetas y en la literatura sapiencial se explican las relaciones de maestro-alumno como las de padre-hijo. Eliseo gritaba a Elias: “¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!” (2 Rey 2, 12) y en el libro de los proverbios son muy frecuentes las expresiones: mi hijo, hijo mío, escucha hijo mío . Como texto especialmente elegido citamos el siguiente: “Escuchad, hijos, la instrucción paterna, atended para tener discernimiento; porque os doy buena formación, no abandonéis mi enseñanza. También yo soy hijo de mi padre, entrañable e irrepetible para mi madre. Él me enseñaba diciéndome: -Que tu corazón retenga mis palabras; guarda mis mandatos y vivirás” (Pro 4, 1). Estas palabras de la Escrita Santa sin lugar a dudas serían conocidas, repetidas y vividas por José y Jesús de Nazaret. Por todo ello san José como sacerdote, maestro y profeta es paradigma de padre, es el que mejor ha realizado en la tierra la vocación paternal, quien mejor ha educado y preparado a su Hijo para realizar la misión del Hijo de Dios: anunciar el Evangelio, la buena y alegre noticia de que Dios es Padre.


La instrucción de Jesucristo por parte de las instituciones de Israel

Además de la fundamental y primaria instrucción en el ámbito familiar, el joven de Israel tenía una múltiple oferta formativa por parte de las instituciones del pueblo elegido. Por ejemplo, empecemos hablando de las caravanas. Eran medios de transporte y constituían un lugar común de comunicación de noticias y de transmisión de doctrina: normalmente se hacía a través de canciones que recordaban los hitos principales de la historia del pueblo, se cantaba “la justicia de Yahweh, se pregonaban los beneficios del Señor” . Otro lugar común eran las puertas de las ciudades en donde se podían escuchar las palabras de los ancianos, se aprendía a resolver los litigios propios de toda vida común o se era testigo de las transacciones comerciales y sus reglas. El niño era llevado por sus padres al santuario, y en tiempos de Jesucristo -con la unificación de los santuarios- al templo de Jerusalén . Allí se aprendía a cantar los salmos y se contaba la historia del pueblo que daba origen a cada una de las grandes fiestas: la liturgia era un poderoso medio de instrucción religiosa.

Cierta clase de hombres tenían la misión especial de enseñar al pueblo. En primer lugar estaban el grupo de los sacerdotes que eran los primeros guardianes e instructores de la ley, la Torah, que significa etimológicamente “la dirección, la instrucción”. Los lugares de culto serían al mismo tiempo escuelas de enseñanza . Después nos encontramos con la clase de los profetas que también tenían la misión de instruir al pueblo y no tanto de prevenir un tiempo futuro. La inspiración de los profetas les daban a su predicación la autoridad de una palabra venida de Dios. Con toda certeza a partir del período monárquico los profetas son constituidos como maestros de la religión y moral del pueblo, aunque los mejores profetas no eran siempre los más escuchados. A su lado se encuentran los sabios, que enseñaban el arte del vivir bueno, y tuvieron una gran influencia sobre todo después del exilio. Poco a poco los sabios se van confundiendo con los escribas, del mismo modo que la educación moral se identifica con la enseñanza de la Torah. El sabio también es designado como el anciano y sus enseñanzas se transmite en las reuniones de los ancianos (“Frecuenta las reuniones de los ancianos; sigue la sabiduría de ellos” Si 6, 34) y en las conversaciones durante las comidas en los días festivos (“Sean hombres justos tus comensales, y esté tu gloria en el temor del Señor” Si 9, 16). Pero también los sabios enseñan al aire libre, en las puertas de las casas y ciudades, en las calles y caravanas (“La sabiduría pregona en público, alza su voz en las plazas; llama en lo alto de los sitios bulliciosos, a la entrada de las puertas de la ciudad proclama sus dichos..” Prv 1, 20). Los sabios comunicaban su ciencia a través de dichos, sentencias, pareados alternativos en contraposición, etc, esta composiciones eran guardadas y trasmitidas por la tradición oral (“Un hijo sabio es la alegría de un padre, pero un hijo necio, la tristeza de su madre” Prv 10, 1; “El odio suscita querellas, pero el amor cubre todas las culpas” Prv 10, 12; “Camina hacia la vida quien guarda instrucción, mas quien abandona la corrección, anda perdido” Prv 10, 17; “Inclina tu oído y escucha las máximas de los sabios, aplica tu corazón a mi doctrina” Prv 22, 17).

Poco a poco estas formas de instrucción van adquiriendo un carácter más estable, se van institucionalizando. Si al principio el pueblo de Israel instruye de un modo arbitrario, desorganizado y espontáneo, con el paso del tiempo los sacerdotes, profetas y sabios se van agrupando para impartir una educación más estable. Los alumnos eligen a sus maestros, se van formando las escuelas, al principio en las casas de los enseñantes, se crea el discipulado: “Ahora, hijos, escuchadme: Bienaventurados los que guardan mis caminos. Escuchad la instrucción y haceos sabios, no la desdeñéis. Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas día a día, guardando las jambas de mis portales” (Prv 8, 32-34). “El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo para saber alentar al abatido con palabra que incita. Por la mañana, incita mi oído a escuchar como los discípulos (Is 50, 4). “Cierra el testimonio, sella la ley en mis discípulos” (Is 8, 16). Con mucha probabilidad se formarían escuelas como ocurrió en Egipto y en Mesopotania con los hititas, en las dos capitales de esos pueblos se formaron escuelas a partir de los funcionarios reales, y se organizó todo un sistema escolar que duró largamente. En Jerusalén pasaría lo mismo y podemos encontrarnos con escuelas alrededor de la corte real y del templo.

La palabra escuela la encontramos por primera vez en el libro del Eclesiástico o la sabiduría de Sirac o Sirácida escrita hacia el año 190 AC, en donde se dice que el mismo Sirac regentó en Jerusalén una escuela -bet midras (literalmente: casa de interpretación)-, es decir, una academia o escuela para estudios de los libros sagrados del judaísmo . Hay testimonios que confirman la existencia de escuelas en la época de Juan Hircano en el 130 AC. La tradición viva de Israel continua su vida con la continua creación de escuelas. En el año 63 AC el sumo sacerdote Josué ben Gimla da un decreto obligando a que en cada ciudad y pueblo haya escuela, y los niños deben asistir a partir de los seis años. La importancia de las escuelas para los niños en Israel empieza a tener un carácter prioritario, fundamental .

La bet midras era uno de los mowed -lugares de reunión - que fue traducido al griego en la versión de los LXX por sinagoga. La sinagoga es quizá la institución formativa más característica de Israel. Sus raíces debemos buscarlas durante la época del exilio en Babilonia, el pueblo elegido consciente de su alianza, de su elección y de su Tora se autoorganiza en otra tierra para conservar sus tradiciones, para seguir siendo el pueblo de la promesa. La sinagoga se convierte en una bet knesset (casa o lugar de reunión, asamblea) en donde se resuelven litigios y se imparte justicia; y también en una bet tefillah (casa de oración) en donde se reza y se ofrece culto. Ciertamente no un culto sacrificial propio solamente del templo de Jerusalén, sino el culto de la palabra, una palabra que en el servicio sinagogal no solamente es oración sino también sacrificio . La oración y el sacrificio se vuelven una vez más sobre la Tora que se convierte en principal materia de estudio. El estudio y la interpretación de la Tora, y de las tradiciones (la Misna) da lugar a que la sinagoga sea sobre todo uno de los bet midras (casa o lugar de estudio o de interpretación).

La sinagoga es pues en tiempos de Jesucristo el lugar propio de la escuela, allí se enseña a leer, a interpretar, a rezar, a ofrecer sacrificios, a vivir según la Tora. Es pues un lugar no solamente de adquisición de conocimientos sino también de virtudes, se enseña a vivir según la Ley de Dios. „El fin principal de las escuelas básicas era la enseñanza de los niños de la lengua hebrea y el conocimiento del Pentateuco. Se ha llegado a saber que la enseñanza se comenzaba con el Levítico y su elección se argumentaba de la siguiente manera: 'Por qué se empieza la instrucción de los niños con el Levítico y no con el Libro del Génesis? El Santo Uno (siempre sea alabado su nombre) dice: como los niños son puros y su ofrenda es limpia, que continúen limpios y se ocupen de cosas puras'” .

La sinagoga constituye una continuación de la formación que se daba en el ámbito familiar. Hoy día es reconocido por muchos que la familia es la primera educadora y la escuela debe formar según el querer de los padres sin sustituirlos, sin contradecirlos. El proyecto educativo de muchas escuelas privadas y públicas tiene como criterio de prioridades: padres-profesores-alumnos . Así pues podemos suponer con fundamento en la realidad, que José y también María seguirían muy de cerca todo lo que Jesús aprendía en la Sinagoga y sería tema corriente de conversación en el hogar de Nazaret. Roman Brandstaetter, conocido escritor judío polaco del siglo XX, convertido al catolicismo, describe en su libro Jesús de Nazaret como José y María participan en la sinagoga de Nazaret en la bar micwe (el hijo de la promesa) de Jesús a los trece años . La bar micwe de un judío a los trece años, consistía en la lectura de un pasaje de la Tora con el comentario en lengua aramea en la sinagoga, ante la presencia de las principales autoridades, familia y conocidos. La presencia del Hassan, el maestro, junto con la de José y María en la ficción de fondo histórico de Brandstaetter dan fuerza a la unión de la familia con la escuela o la sinagoga. La muestra de la sabiduría de un adolescente es fuente de gloria tanto para el padre de familia como para el maestro de la sinagoga. Por eso después de la lección magistral de Jesús, el jefe de la sinagoga alaba a José con estas palabras: “Que Elohim siempre esté presente en la sabiduría de tu hijo y que ella crezca para tu consuelo”. El capítulo termina con estas palabras: “Y volvieron a casa. Se levantó un fuerte viento. José sintió un apremiante dolor en el pecho pero continúo andando jovial, no dando ninguna señal de que no se encontraba bien. Sólo se paró un momento en el camino, respiró hondo y dijo: -Dichoso son mis oídos por haber escuchado lo que han escuchado, oh Jesús, hijo mío” .

Es clara la importancia de la sinagoga en la formación de todo judío en el conocimiento de la Tora. Es el lugar de enseñanza por antonomasia de los maestros de la ley y rabinos, repetidamente se nos habla en los evangelios de la presencia de Cristo en ellas. Jesucristo enseña en todas partes pero principalmente en las sinagogas: “iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas” (Mc 1, 39). Especialmente importante es el discurso eucarístico en la sinagoga de Cafarnaun (vid J 6), como modelo de enseñanza y plenitud de revelación, pues el misterio eucarístico resume en sí todas las verdades de fe: desde la Trinidad hasta la encarnación, pasando por la creación y la redención, la iglesia y los sacramentos, la plenitud de vida futura y la venida de un nuevo cielo y una nueva tierra renovadas pero en continuidad con lo histórico de nuestros días. La sinagoga es para Jesucristo lugar central de enseñanza y lo sería también para los primeros cristianos y para san Pablo , apóstol de los gentiles, que tenía la costumbre de dirigirse en primer lugar a las sinagogas para anunciar allí a Cristo resucitado: el Mesías anunciado por los profetas, el Rey judío, único salvador del mundo. Además desde el punto de vista litúrgico se sabe bien que la estructura del servicio sinagogal con las lecturas, cantos de los salmos, discurso comentario de los textos, dio lugar -en la liturgia eucarística- a lo que hoy en día llamamos liturgia de la palabra.

Aunque ya hemos hecho mención del templo, no podemos dejar de insistir sobre su importancia, sobre todo la del templo de Jerusalén, como lugares de enseñanza. Las primeras escuelas datan del tiempo de la vuelta del destierro y la construcción del Templo. La figura de Esdras como el gran maestro que enseñó la Tora al pueblo, según el dicho del Talmud: “Cuando Israel se olvidó de la Torah, llegó Esdras de Babilonia y la introdujo de nuevo” , se nos presenta también como constructor del Templo de Jerusalén. La restauración de la Torah y la reconstrucción del Templo nos hablan de la unión tan perseguida por Israel entre los profetas-maestros (los soferim) y los sacerdotes agentes del culto. En cualquier caso la ciudad de Jerusalén y su Templo son los lugares destacados por antonomasia de toda enseñanza. Nos encontramos en las páginas del Nuevo Testamento con dos textos que nos indican esta realidad. En el evangelio de san Lucas se nos dice que María i José encontraron a Jesús en el templo de Jerusalén “sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles” (2, 46). La segunda referencia la encontramos en los Hechos de los Apóstoles en donde san Pablo nos cuenta su autobiografía: “educado en esta ciudad (Jerusalén) e instruido a los pies de Gamaliel según la observancia de la Ley patria” (He 22, 3). Son los dos únicos fragmentos del Nuevo Testamento que nos hablan de la existencia de instituciones de enseñanza. Además, como ya ha sido mencionado antes, el Talmud sitúa un poco antes de Jesucristo (el año 63) la fundación de escuelas básicas (a partir de los 5-6 años) promovidas por el sumo sacerdote Josué ben Gimla para el estudio de la Torah . Es evidente que en el templo o junto a él se desarrolló todo un sistema de enseñanza de la Ley.


La educación por parte de la familia en el libro de Sirácide

Entre los libros del Antiguo Testamento se destaca el Eclesiástico o libro de Sirácida en relación con la formación de los hijos . El principal entorno para educar es según el Sirácida la familia. El fundamento del proceso educativo lo constituye el niño que es tratado siempre como un gran bien para los padres . El niño da un gran sentido a los padres pues les perpetua sus nombres y les llena de alegría en medio de las dificultades de la vida ordinaria . El hijo es un don de Dios. Consciente de la gran importancia que tiene el niño para los padres, el Sirácida advierte del peligro que supone el desordenado deseo de poseer un hijo, sobre todo si no se pone empeño en su educación y en su piedad . El deber de la educación recae tanto en el padre como en la madre, los dos juntos educan . El fin de la educación es que el hijo alcance una vida moral buena y consiga un nivel aceptable de sabiduría, el método es la disciplina y la imposición de castigos . Es necesario saber qué es la educación y cómo se educa. Para ello es necesaria la sabiduría en los padres, la falta de ella puede hacer que el niño sea mal educado con lo que pone en evidencia a los padres .

„¿Tienes hijos? Edúcalos, y acostúmbrales a obedecer desde la niñez” (Si 7, 25). El Sirácida se dirige a los padres como a aquellos que por gracia del Creador participan en la transmisión de la vida, y les exhorta a que participen también en el difícil trabajo de educar a los hijos . La palabra griega paideo significa educar, formar. Se puede entender como un proceso de formación, estudio, de adquisición de sabiduría y capacidad de gobierno, de autodominio. Tiene pues un amplio margen de significado. Es en definitiva lo que ocurre con el proceso de la educación, abarca en sí un amplio campo en relación con la vida del hombre. El educador es aquel que enseña, muestra, corrige, castiga, premia, sirve con su palabra y con su vida ejemplar . El fundamento de toda formación educativa se encuentra en el amor y el diálogo entre dos personas. Para que el educador alcance su misión se requiere sobre todo que sea recto en sus intenciones y perseverante en la consecución del fin propuesto .

La Sagrada Escritura designa el proceso educativo con diferentes palabras que se pueden encontrar sobre todo en la literatura sapiencial y concretamente en el Sirácida, que tan frecuentemente hablan de la educación. En la Tora y los profetas al hablar de este tema se ponen en relación con la familia. Traduciendo la versión de los setenta las diferente palabras hebreas sobre la educación al griego con el vocablo paideo no se quería identificar el sistema educativo griego con el hebreo. En la Biblia el educador en el pleno sentido de la palabra es Dios. El es quien exhorta al pueblo elegido y a cada uno de sus miembros -a través de palabras y acciones- para que crea en El, para que sea fiel a la Ley. Si la familia o los sabios educan lo hacen porque son un fiel reflejo de la educación divina . Dios es el único y principal modelo para educar y su proceso educativo se realiza por etapas, del tal manera que el formador va penetrando cada vez más profundamente en el interior del hombre .

El temor de Dios es el principio de la sabiduría . El temor de ofender a Dios es luz para el bien obrar, para el recto uso de la capacidad de elegir el bien, de la libertad. Educa la familia en libertad, haciendo que el hijo quiera y elija libremente lo bueno y lo mejor. La falta de sabiduría lleva a la esclavitud del pecado, al mal uso de la libertad. “Sin embargo, esta labor educativa se ve dificultada por un engañoso concepto de libertad, en el que el capricho y los impulsos subjetivos del individuo se exaltan hasta el punto de dejar encerrado a cada uno en la prisión del propio yo. La verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello debe ejercerse con responsabilidad, optando siempre por el bien verdadero para que se convierta en amor, en don de sí mismo. Para eso, más que teorías, se necesita la cercanía y el amor característicos de la comunidad familiar. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto” .


Conclusiones

“Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo. Por esto los judíos con más ahínco intentaban matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Respondió Jesús y les dijo: -En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que El hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo” (J 5, 17-19)

El hijo de Dios es también hijo de José. Por eso estas palabras de Cristo en relación con su Padre Dios las podemos aplicar también en su relación con su padre terreno san José. El trabajo de Jesucristo está unido al trabajo de José. El trabajo de la redención de la humanidad está unido también al trabajo de José en el taller de Nazaret. Jesucristo aprendió de José la dimensión humana de la redención del trabajo, vio a José y de él aprendió tantas cosas. La formación de Jesús se realizó sobre todo en el ámbito familiar. Jesucristo nos revela el rostro de Dios Padre, sus palabras y sus hechos son palabras y acciones del Padre Dios. También podemos aplicar estas últimas palabras a san José: Cristo nos revela las palabras y acciones de su padre humano, de José que participó activamente en el proceso educativo de su hijo Jesucristo, es decir en la formación humana del Mesías, Rey de Israel, Redentor del mundo. Escuchando a Cristo no solamente reconocemos el eco de los antiguos profetas, sabios y reyes, sino que también reconocemos la figura de aquél que es sombra del Padre: san José, varón bueno y fiel, hombre de pocas palabras y grandes silencios, el que encogiéndose de hombros se fía de la Providencia, el padre responsable y esposo fidelísimo, activamente obediente, el bien plantado.

Las instituciones de enseñanza en Israel funcionaban bien. El pueblo elegido era un pueblo culto. Su fundamento lo encontramos en la institución del matrimonio y la familia. La gran fuerza formativa del cabeza de familia se pone de manifiesto en la misma palabra 'familia' que venía a significar 'la casa del padre . Es interesante, desde el punto de vista pastoral, dar paso a la imaginación y la fantasía para proponer de una manera asequible y amena cómo sería los diálogos y la conversaciones entorno a la Tora que tendrían lugar entre José y Jesús en el hogar de Nazaret siempre bajo la mirada amorosa de María. Propongo en un anexo una serie de diálogos que lógicamente escapan a cualquier análisis científico, su finalidad es otra: ayudar al lector a ser espectador asombrado de los acontecimientos de la vida escondida en Nazaret.

Sirvan con conclusión final las palabras de Benedicto XVI durante el VII congreso internacional de la familia en México: “La familia es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Como puso de manifiesto Jesús honrando a la Virgen María y a San José, la familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Nadie se ha dado el ser a sí mismo. Hemos recibido de otros la vida, que se desarrolla y madura con las verdades y valores que aprendemos en la relación y comunión con los demás. En este sentido, la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral” .

Ignacio Soler (España)

Selección: José Gálvez Krüger

Fuente: IX Congreso de Josefología, Polonia.