Diferencia entre revisiones de «Voluntad»
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Viene del latín "voluntas". En griego "boúlesis", en alemán "Wille", y en francés "volonté".
El presente artículo estudia la voluntad en su aspecto psicológico.
Voluntad y conocimiento. Voluntad y sentimiento Educación de la voluntad Voluntad y movimiento Psicología experimental de la voluntad.
El término voluntad, según se usa en la filosofía católica, puede ser definido brevemente como la facultad de elegir. Aunque está clasificada entre los apetitos, se diferencia de los apetitos puramente sensitivos y de los de orden vegetativo. Se le designa comúnmente como "apetito racional", y tiene una posición de autoridad frente al complejo de apetitos inferiores, sobre los que ejerce un control preferencial. Su acto específico, entonces, consiste en seleccionar, con ayuda de la razón, su objeto entre las varias opciones particulares y frecuentemente conflictivas de todas las tendencias y facultades de nuestra naturaleza. Su objeto es el bien en general (bonum in communi). Su prerrogativa es la libertad de seleccionar entre diferentes formas de bien. El empleo que hace la filosofía moderna del término tiene un significado mucho más amplio. Con frecuencia se usa en un sentido flexible, genérico, como si fuera coexistente con apetito, incluyendo cualquier principio de movimiento ab intra, incluso aquellos que nacen del instinto. Bain hace de la apetencia una especie de volición, en vez de ser al revés. Creemos que eso es un abuso del término. De cualquier modo, e independientemente de la opinión que uno tenga en el debate acerca del libre albedrío, debe existir un plan maestro específico acerca de esta facultad soberana y de gobierno en el hombre. La sana filosofía lo distingue inconfundiblemente de los puros impulsos y tendencias físicos, y de los deseos sensoriales que son expresiones de la parte inferior de nuestra naturaleza. La costumbre ha consagrado este uso como el más honorable.
La descripción de la voluntad, según la entiende la filosofía católica, se refiere a la voluntad en su sentido más explícito y pleno: la voluntad deliberada o "voluntus ut voluntas", en la manera de hablar de santo Tomás. Hay, no obstante, muchas manifestaciones de la voluntad que son menos completas que esto. La elección formal, precedida de la deliberación metódica, no es la única ni la más frecuente forma de volición. La mayor parte de nuestra volición ordinaria toma la forma de reacción inmediata y espontánea ante datos muy simples. Debemos enfrentarnos a situaciones muy estrechas, concretas; ponemos la mirada en un fin y aprehendemos sin reflexionar, en un solo movimiento. En esos casos, la voluntad se expresa siguiendo la línea de menor resistencia a través de las agencias subordinadas de acción instintiva, hábito, o regla de oro. La voluntad, como las demás fuerzas cognitivas, se origina en y es desarrollada por la experiencia. Esto se expresa en el bien conocido axioma escolástico: Nihil volitum nisi praecognitum" (nada se puede desear que no haya sido primero conocido), tomado en conjunción con la otra gran generalidad de que todo conocimiento tiene lugar en la experiencia: "Nihil in intellectu quod non prius fuerit in sensu". Toda apetencia, según esa teoría, emerge de un estado consciente, que puede ser desde una percepción clara y distinta, o una representación del objeto, hasta un mero sentimiento de deseo o molestia, sin o con representación del objeto ni de los medios de satisfacción. Los filósofos aristotélicos nunca ignoraron ni desdeñaron el significado de esta última clase de consciencia (a veces llamada afectiva). Es verdad que aquí, como cuando se trata de la psicología de otras facultades, los escolásticos no intentaron hacer una descripción genética de la voluntad, ni admitieron tampoco alguna continuidad entre la voluntad racional y la de los apetitos inferiores, pero en su tratado de las pasiones ya habían logrado cierta clasificación de los principales fenómenos -clasificación que no ha sido mejorada substancialmente por los escritores modernos. Los escolásticos mostraron su aprecio por la cercana conexión entre la voluntad y las emociones al tratar ambas bajo el encabezado general de apetitos. Es un tema de debate si la psicología moderna, a partir de Kant, no ha complicado innecesariamente la cuestión al introducir la triple división de funciones: conocimiento, apetitos y sensación, en vez de la división bipartita de los antiguos: conocimiento y apetito.
La doctrina que afirma que la voluntad surge del conocimiento no debe ser interpretada como queriendo significar que la voluntad está simplemente condicionada por el conocimiento sin que ella pueda condicionar a este último. La relación no es unilateral. "Las funciones mentales interactúan, o sea, actúan recíprocamente unas sobre otras" (Sully) o, como lo expresa Santo Tomás: "Voluntas et intellectus mutuo se includunt" (Summa theologiæ I.16.4 ad 1). De ese modo, un acto volitivo es la condición normal de atención y de toda otra aplicación sostenida de las facultades cognitivas. Esto está reconocido incluso en el lenguaje común. De nueva cuenta, los escolásticos gustaban describir la voluntad como una facultad ciega. Lo cual quiere decir que esta función es práctica, no especulativa, que hace, no piensa (versatur circa operabilia, trata de las cosas que se pueden hacer) Pero, del otro lado, también admiten que forma parte integral de la razón. Según los escotistas, es la parte superior y más noble, siendo como es el supremo controlador ("Voluntas est motor in toto regno animae", Scoto). También se le representa como capaz de ejercer dominio (imperium) sobre las facultades inferiores. Santo Tomás, sin embargo, dada su preferencia por la función cognitiva, ubica el dominio en la razón más que en la voluntad (imperium rationis). De eso se originan las disputas entre los tomistas y otras escuelas; sobre si en último término la voluntad era determinada necesariamente por el juicio práctico de la razón. El punto, tan enérgicamente debatido en las escuelas medievales, en torno a la dignidad relativa de las dos facultades, voluntad e intelecto, es algo que probablemente nunca encuentre solución. Ciertamente no es de vital importancia. Las dos actúan tan cercan una de otra que prácticamente son inseparables. De ahí que Spinoza podía afirmar plausiblemente: "Voluntas et intellectus unum et idem sunt" (la voluntad y el intelecto son una misma cosa).
Un acto volitivo generalmente no está condicionado solamente por el conocimiento, sino también por algún modo de consciencia afectiva, o sentimiento. La voluntad es atraída por el placer. El error capital del hedonismo fue decir que la voluntad es atraída solamente por el placer, de modo que, como dijo Mill: "encontrar algo placentero y desearlo es una e idéntica cosa". Eso no es verdad. El objeto de la voluntad es el bien entendido como tal. Esto tiene un significado mucho más amplio que lo simplemente placentero. Más aún, la tendencia primaria de los apetitos o deseos se dirige generalmente a algún objeto o autoridad muy distinta del placer. Por ejemplo, en el ejercicio de la caza, o en la investigación intelectual, o en la ejecución de actos de benevolencia, el objeto primario de la voluntad es el logro de cierto resultado positivo: la pieza cobrada, la solución del problema, el remedio de una dolencia ajena, etcétera. Esto podrá quizás, causar un sentimiento placentero. Pero ese placer no es el objeto al que tiende la voluntad, contrario a lo afirmado por la así llamada "paradoja hedonística", que dice que si ese placer consecuente se buscara por sí mismo, quedaría aniquilado. Un acto altruista, realizado en busca del placer que origina al agente, dejaría de ser altruista, o de producir el placer altruista.
Es un hecho que la mayoría de los objetos de las pasiones que más fuertemente empujan la voluntad no son placeres, si bien pueden producir alivio de un dolor. Las emociones o sentimientos asociados con ciertas ideas tienden a expresarse en forma de acciones. Pueden dominar el campo de la consciencia de tal modo que excluyan cualquier otra idea. La vista, por ejemplo, o el pensamiento de algún sufrimiento extremo puede acarrear emociones de lástima tan intensas que el afán de aliviarlo lo más pronto posible puede obstruir incluso cualquier consideración de prudencia y justicia. Tal acción es impulsiva. Un impulso consiste esencialmente en la fuerza de la urgencia causada por una idea muy cargada de afectividad. La voluntad, en esas circunstancias, queda a merced del sentimiento y la acción es simplemente la liberación de una tensión emocional, con igual o menor carga volitiva que la risa o el llanto. La descripción que hace Bain de la acción voluntaria: "movimiento promovido por el sentimiento", destruye la distinción esencial entre la acción voluntaria y la impulsiva. Y la misma crítica debe hacerse al análisis de Wundt acerca del proceso volitivo. Según él, la "acción impulsiva" es el "punto de inicio del desarrollo de los actos volitivos". De ahí, los actos volitivos propiamente dichos emergen como resultado de unos impulsos cada vez más complicados. Cuando esa complicación se torna en conflicto se inicia un proceso llamado selección o elección, que determinará la victoria para un lado o para otro. Según eso, entonces, la elección no es más que un tipo de impulso en circuito. "La diferencia entre una actividad voluntaria (o sea, impulso complejo) y una actividad electiva es una cantidad que disminuye". Compárese el siguiente dictum de Hobbes: "Yo concibo que en toda deliberación, o lo que es lo mismo, en toda sucesión alternada de apetitos contrarios, el último es aquello que llamamos voluntad".
La debilidad esencial de esas explicaciones y de muchas otras reside en el intento por reducir la elección o deliberación (la actividad específica de la voluntad, claro proceso racional) a una simple ecuación mecánica o biológica. La filosofía católica, por el contrario, sostiene, apoyada en la evidencia aportada por la introspección, que la elección no es meramente el fruto de algunos impulsos, sino una energía formativa sobreañadida que encarna un juicio racional. Es más que un epítome, o suma, de fenómenos anteriores. Es una crítica de los mismos (Véase LIBRE ALBEDRÍO). La psicología fenomenológica de la escolástica moderna es deficiente en su explicación de este aspecto. Si bien hemos rechazado todos los intentos de identificar voluntad con sentimiento, sí admitimos la cercana alianza que existe entre ambas funciones. Santo Tomás enseña que la voluntad actúa sobre el organismo únicamente a través de los sentidos, del mismo modo con en el acto cognitivo la facultad racional actúa sobre los datos de la experiencia. ("Sicut in nobis ratio universalis movet, mediante ratione particulari, ita appetites intellectivus qui dicitur voluntas, movet in nobis mediante appetitu sensitivo, unde proximum motivum corporis in nobis est appetitus sensitivus", Summa theologiæ I.20.1.) Tal como la idea más abstracta siempre ha tenido su "vestido externo" en las sensaciones y la imaginación, así mismo la volición, que es también un acto espiritual, siempre se ha encarnado en una masa de sensaciones: su valor motivante depende de tal encarnación. Si analizamos el acto de dominio de uno mismo, encontraremos que consiste en "la vigilancia" de una tendencia sobre otra, y en el acto de atención selectiva por el que una idea o ideal se dinamiza y se convierte en idea-fuerza, venciendo a sus rivales. El control de la atención es el punto vital en la educación de la voluntad, pues la voluntad es sencillamente la razón en acto o, como lo propone Kant, la causalidad de la razón. Y al adquirir esta fuerza de control la razón misma queda fortalecida.
Los motivos son el producto de la atención selectiva. Pero la acción selectiva en sí misma es un acto voluntario, que requiere un motivo, un estímulo efectivo de algún tipo. ¿De dónde podrá provenir ese estimulo en primer lugar? Si decimos que de la atención selectiva, la cuestión se repite. Si decimos que se trata de la fuerza espontánea necesaria de una idea, nos arrimamos al determinismo, y la elección se convierte en aquello que intentamos negar que existe: una forma lenta y circular de acción impulsiva. La respuesta a esa dificultad brevemente se describe así:
(1) Toda idea práctica por sí misma tiende hacia el acto que ella representa. De hecho, es el inicio, o el ensayo, de dicho acto, el cual, de no quedar impedido por otras tendencias o ideas, pasará a ser realizado de inmediato. La atención a esa idea permite el reforzamiento de la tendencia.
(2) Tal reforzamiento se da espontáneamente a cualquier tendencia interesante naturalmente.
(3) La ley del interés, los principios uniformes que gobiernan la influencia de los sentimientos sobre la voluntad en sus etapas más tempranas, son un enigma que únicamente un conocimiento exhaustivo de la fisiología del sistema nervioso, de la herencia, y posiblemente de muchos otros factores no conocidos aún, pudieran ayudarnos a solucionar. Leibniz aplicó su doctrina de las "petit perceptions" a su solución. Ciertamente los elementos inconscientes, ya sea que hayan sido heredados o que procedan de la experiencia, tienen mucho que ver con nuestras voliciones, y están en el fondo del carácter y el temperamento, pero aún no existe ciencia, ni barruntos de ciencia, acerca de esos temas.
(4) En lo tocante al problema determinista planteado más arriba, la verdad positiva de la libertad humana, obtenida a partir de la introspección, es demasiado fuerte para ser sacudida por cualquier oscuridad en el proceso a través del que se realiza la libertad. Los hechos de la consciencia y los postulados de la moralidad son inexplicables por cualquier otra teoría que no sea la libertaria (Véase CARACTER Y LIBRE ALBEDRÍO). La libertad es una consecuencia necesaria de la capacidad universal de raciocinar. El poder de concebir y contemplar críticamente diferentes valores o ideales de apetencia implica ese desapego de la voluntad al seleccionar (indiferencia activa) en el que consiste básicamente la libertad.
Como se ha dicho, el control de la atención es un punto vital en la educación de la voluntad. En sus inicios, el niño es una creatura de impulsos puramente. Cada impresión sucesiva lo acapara totalmente. El niño aparenta mucha espontaneidad y realiza acciones inesperadas, pero en realidad la dirección de esos movimientos está determinada por la fuerza de atracción de cada momento. Al ampliarse la experiencia, tendencias rivales y motivos opuestos entran cada vez más en juego. El poder reflectivo de la facultad racional empieza a entrar en escena. El recuerdo de los resultados de experiencias anteriores se erige como vigilante de los impulsos nuevos. Al desarrollarse la razón, la facultad de comparación reflexiva crece en claridad y fuerza, de modo que en vez de ser una mera lucha entre dos o más motivos o impulsos, surge gradualmente un poder de juicio, para evaluar o sopesar esos motivos, con la habilidad de detener uno de ellos por períodos más o menos prolongados, dentro de la consciencia intelectual. Aquí tenemos el inicio de la atención selectiva. Cada vez que se ejercita la reflexión se fortalece más la voluntad, y se distingue de la mera atención espontánea. El niño se vuelve más y más capaz de poner atención a lo abstracto o a las representaciones intelectuales, anteponiéndolas a los sentimientos presentes de urgencia que buscan expresarse en acciones inmediatas. Esto se acentúa aún más gracias a la interrelación con otras personas, a los consejos de los padres y otros acerca de la conducta, etc. Crece la fuerza para resistirse a los impulsos. Cada inclinación que pasa, al ser inhibida en favor de motivos mejores y más abstractos, significa crecimiento en el poder del auto control. El niño se vuelve capaz de resistir las tentaciones, obedeciendo órdenes o siguiendo principios generales. La fuerza para mantenerse adherido a propósitos establecidos también crece y, por la repetición de actos voluntarios, se crean hábitos que constituyen el carácter bien formado.
La estructura del sistema nervioso humano, se dice, nos prepara para la acción. Mucho antes que la voluntad, tomada en sentido estricto, aparezca en escena, ya está trabajando en nosotros un maravilloso mecanismo vital. Nos encontramos a nosotros mismos al inicio de nuestra vida racional sujetos a mil tendencias, preferencias, destrezas- producto de la herencia y parcialmente de nuestra experiencia infantil al trabajar según las leyes de asociación y hábito. La cuestión, entonces, de cómo se organiza todo eso y cómo coordinamos todos los movimientos, constituye una fase preliminar antes del estudio de la voluntad y no forma parte de ese estudio propiamente dicho. Lo trataremos aquí sólo de forma sucinta. La teoría de Bain es probablemente la mejor conocida: la teoría del movimiento al azar o espontáneo. Según ella, el sistema nervioso es naturalmente un acumulador de energía, la cual bajo ciertas obscuras condiciones orgánicas explota en maneras tumultuosas y sin sentido, sin necesidad de estímulo sensible interno o externo. Los resultados de tales estallidos de energía son a veces placenteros, a veces lo opuesto. La naturaleza, según las leyes de la conservación, protege los movimientos placenteros e inhibe los opuestos. La "naturaleza", vista de ese modo, entonces, sí trabaja con cierto propósito, pues los movimientos placenteros son en su mayoría benéficos para el animal. El proceso es muy parecido al de la "selección natural" del campo de la biología. A este respecto podemos hacer notar lo siguiente:
(1) Es cierto, como lo demuestra la psicología infantil moderna, que los movimientos son aprendidos de alguna manera. El infante debe aprender incluso los detalles generales de su propio cuerpo.
(2) En los infantes, y en los animales jóvenes, existe gran cantidad de movimientos aparentemente sin sentido, los cuales sin embargo están al servicio de la "educación motriz".
(3) Al mismo tiempo, no está claro que esos movimientos sean una mera descarga de energía, carente de antecedentes conscientes. Bien se puede suponer cierta sensación vaga de incomodidad, de fuerzas acumuladas, ciertos apetitos o tendencias conscientes hacia el movimiento. En los primeros ensayos de los pequeños por llevar a cabo esas tendencias y satisfacer sus necesidades estaría la semilla de un propósito.
Psicología experimental de la voluntad
Uno de los departamentos menos promisorios de la vida mental para el psicólogo experimental es precisamente la voluntad. Al igual que toda actividad superior del alma, la sujeción de los fenómenos de la voluntad racional a los métodos de la psicología experimental presenta serias dificultades. No sólo eso, sino que las prerrogativas características de la voluntad humana -la libertad- se muestra necesariamente recalcitrante contra las leyes de la medición científica, convirtiendo en algo inútil la maquinaria de las nuevas ramas de la investigación mental. No obstante, el problema ha sido valientemente adoptado por las escuelas de Wurzburgo y Lovaina. Diferentes propiedades de la elección, la formación y operación de varios géneros de motivaciones, el proceso de juzgar valores, la transición de la volición al hábito o acción espontánea, el tiempo de reacción de los actos de decisión y su ejecución, y otros fenómenos relacionados con la volición han sido objeto de las más cuidadosas investigaciones y cálculos.
Por la multiplicación de elecciones experimentales, de elaboración de promedios, se han logrado ciertos resultados con sólido carácter objetivo. El valor psicológico de tales investigaciones, y la cantidad de nueva luz que puedan arrojar sobre importantes cuestiones relativas a la voluntad humana, son aún materia de debate. Pero son indisputables la paciencia, la destreza y el ingenio con que se realizan dichas investigaciones.
Maher, M., & Bolland, J.
Transcrito por Rick McCarty.
Traducción: Javier Algara Cossío