Diferencia entre revisiones de «Universidades»
De Enciclopedia Católica
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Las principales fundaciones han sido tratadas en artículos especiales; aquí se presentan los aspectos generales del tema: | Las principales fundaciones han sido tratadas en artículos especiales; aquí se presentan los aspectos generales del tema: | ||
− | + | ==Origen y Organización== | |
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Aunque el nombre universidad se da a veces a las célebres escuelas de Atenas y Alejandría, generalmente se sostiene que las universidades surgieron por primera vez en la Edad Media. Para las que fueron estatuidas durante el Siglo XIII, se pueden dar con exactitud fechas y documentos; pero los comienzos de las más antiguas son oscuros, de ahí las leyendas relacionadas con su origen: Oxford se suponía fundada por el rey Alfredo, París por Carlomagno, y Bolonia por Teodosio II (año 433). Estos mitos aunque han subsistido hasta la época moderna, son ahora generalmente rechazados, y la única preocupación de los historiadores es descubrir sus fuentes y seguir su desarrollo. Se sabe, sin embargo, que durante los Siglos XI y XII tuvo lugar un resurgimiento de los estudios, de medicina en Salerno, de derecho en Bolonia, y de teología en París. La escuela médica de Salerno fue la más antigua y la más famosa de su género en la Edad media; pero no ejerció influencia en el desarrollo de las universidades. En París, el estudio de la dialéctica recibió un nuevo ímpetu de maestros como Roscellin y Abelardo, y eventualmente reemplazó al estudio de los clásicos que, especialmente en Chartres, había constituido un movimiento humanista enérgico aunque de corta duración. El método dialéctico, además, fue aplicado a las cuestiones teológicas y, principalmente a través de la obra de Pedro Lombardo, se desarrolló en el Escolasticismo (vid.).Esto significó no sólo que toda clase de cuestiones fueran puestas en discusión y examinadas con la mayor sutileza, sino también que se disponía de una nueva base para la exposición de la doctrina y que la teología misma era moldeada en la forma sistemática que presenta en la obra de Santo Tomás, y por encima de todo, en la gran “Summa”. En Bolonia, el nuevo movimiento fue práctico más que especulativo, afectó a la enseñanza, no a la filosofía ni a la teología, sino al derecho civil y canónico. Con anterioridad al Siglo XII, Bolonia había sido famosa como escuela de artes, mientras que respecto a ciencia legal era superada de lejos por otras ciudades, por ejemplo, Roma, Pavía, y Rávena. Lo que la convirtió en relativamente poco tiempo en el principal centro de enseñanza del derecho, no sólo en Italia sino en toda Europa, fue debido principalmente a Irnerius y a Graciano (vid.). El primero introdujo el estudio sistemático del Corpus juris civilis en su conjunto, y diferenció la carrera de derecho de la de Artes Liberales; el segundo, en su “Decretum”, aplicó el método escolástico al derecho canónico, y aseguró para su ciencia un espacio aparte distinto del de la teología. En consecuencia, Bolonia, mucho antes de convertirse en universidad, atrajo un gran número de estudiantes de todas las partes del Imperio, y sus maestros, a la vez que se hacían más numerosos, alcanzaban un prestigio indiscutido. | Aunque el nombre universidad se da a veces a las célebres escuelas de Atenas y Alejandría, generalmente se sostiene que las universidades surgieron por primera vez en la Edad Media. Para las que fueron estatuidas durante el Siglo XIII, se pueden dar con exactitud fechas y documentos; pero los comienzos de las más antiguas son oscuros, de ahí las leyendas relacionadas con su origen: Oxford se suponía fundada por el rey Alfredo, París por Carlomagno, y Bolonia por Teodosio II (año 433). Estos mitos aunque han subsistido hasta la época moderna, son ahora generalmente rechazados, y la única preocupación de los historiadores es descubrir sus fuentes y seguir su desarrollo. Se sabe, sin embargo, que durante los Siglos XI y XII tuvo lugar un resurgimiento de los estudios, de medicina en Salerno, de derecho en Bolonia, y de teología en París. La escuela médica de Salerno fue la más antigua y la más famosa de su género en la Edad media; pero no ejerció influencia en el desarrollo de las universidades. En París, el estudio de la dialéctica recibió un nuevo ímpetu de maestros como Roscellin y Abelardo, y eventualmente reemplazó al estudio de los clásicos que, especialmente en Chartres, había constituido un movimiento humanista enérgico aunque de corta duración. El método dialéctico, además, fue aplicado a las cuestiones teológicas y, principalmente a través de la obra de Pedro Lombardo, se desarrolló en el Escolasticismo (vid.).Esto significó no sólo que toda clase de cuestiones fueran puestas en discusión y examinadas con la mayor sutileza, sino también que se disponía de una nueva base para la exposición de la doctrina y que la teología misma era moldeada en la forma sistemática que presenta en la obra de Santo Tomás, y por encima de todo, en la gran “Summa”. En Bolonia, el nuevo movimiento fue práctico más que especulativo, afectó a la enseñanza, no a la filosofía ni a la teología, sino al derecho civil y canónico. Con anterioridad al Siglo XII, Bolonia había sido famosa como escuela de artes, mientras que respecto a ciencia legal era superada de lejos por otras ciudades, por ejemplo, Roma, Pavía, y Rávena. Lo que la convirtió en relativamente poco tiempo en el principal centro de enseñanza del derecho, no sólo en Italia sino en toda Europa, fue debido principalmente a Irnerius y a Graciano (vid.). El primero introdujo el estudio sistemático del Corpus juris civilis en su conjunto, y diferenció la carrera de derecho de la de Artes Liberales; el segundo, en su “Decretum”, aplicó el método escolástico al derecho canónico, y aseguró para su ciencia un espacio aparte distinto del de la teología. En consecuencia, Bolonia, mucho antes de convertirse en universidad, atrajo un gran número de estudiantes de todas las partes del Imperio, y sus maestros, a la vez que se hacían más numerosos, alcanzaban un prestigio indiscutido. | ||
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Con anterioridad a la Reforma se establecieron 81 universidades. De estas, 13 no tuvieron carta; se desarrollaron espontáneamente ex consuetudine; 33 tuvieron sólo carta papal; 15 fueron fundadas por la autoridad imperial o real; 20 por cartas papales e imperiales (o reales) a la vez. Una vez las universidades más antiguas, especialmente París y Bolonia, habían crecido en fama e influencia de forma que sus graduados disfrutaban de la licentia ubique docendi, se reconoció que una nueva institución, para convertirse en studium generale, requería la autorización de la suprema autoridad, esto es, del Papa como cabeza de la Iglesia o del emperador como protector de toda la Cristiandad. Así en “Las Siete Partidas” (1256-1263), Alfonso el Sabio declara que un “studium generale debe establecerse por mandato del Papa, del emperador, o del rey”; y Santo Tomás (Op. contra impug.relig., c.iii): “ordinare de studio pertinet ad eum qui praest republicae, et praecipue ad authoritatem apostolicae sedis qua universalis ecclesia gubernatur, cui per generale studium providetus”,esto es, en cuestión de universidades la autoridad pertenece al gobernante principal de la sociedad y especialmente a la Sede Apostólica, la cabeza de la Iglesia universal, “cuyo interés es promovido por la universidad”. Estas últimas palabras contienen la razón esencial para buscar la autorización del Papa: la universidad no iba a ser una institución meramente local o nacional; su enseñanza y sus grados iban a ser reconocidos en todo el mundo cristiano. Por otro lado, en el orden civil, el emperador era (el poder) supremo; de ahí que otorgara a las universidades fundadas por él, sin ninguna carta papal, el derecho a conceder grados en todas las facultades, incluidas la teología y el derecho canónico. Las cartas imperiales eran reconocidas por los papas y, cuando era necesario, se concedían privilegios adicionales. No se puede decir entonces que la acción de Maximiliano I al fundar la universidad de Wittenberg (1502) fuera un acontecimiento de los que hacen época; Carlos IV había hecho lo mismo mucho antes con Siena, Arezzo y Orange; y las cartas con las que fundó Pavía y Lucca precedieron veinte años a las concesiones papales. Los reyes no estaban en el mismo plano que el emperador. De hecho, podían fundar una universidad, nombrar al canciller, y autorizarle a conferir grados; pero no podían establecer un studium generale en el sentido pleno del término; lo que fundaban era una universidad respectu regni, esto es, los grados que otorgaba eran válidos sólo dentro de los límites del reino. Esta fue la situación de Nápoles, fundada (1224) por Federico II, y especialmente en las universidades españolas. Los propios reyes eran conscientes de sus limitaciones a este respecto, y por consiguiente buscaban la autorización papal. Los papas por su parte, reconocían las cartas reales como válidas, y añadían a ellas el carácter de universidad requerido por un studium generale. En algunos casos la intervención papal era necesaria y se buscaba, no simplemente para confirmar lo que el rey había establecido, sino para salvar o revivir la universidad: tales fueron, por ejemplo, las medidas tomadas por Honorio III (1220) para Palencia, por Clemente VII (1379) para Perpiñán, y por Julio II (Pablo II ) (1464) para Huesca—todas ellas fundaciones reales que no mostraron vitalidad hasta que el Papa vino en su ayuda. El poder de los obispos y los municipios era, por supuesto, aún más restringido. Podían tomar la iniciativa, llamando a profesores, estableciendo cursos de estudio, y proporcionando fondos; pero más pronto o más tarde estaban obligados a buscar la autorización del Papa. Este fue el caso, notablemente, en Italia, donde las ciudades libres y emprendedoras (Treviso, Pisa, Florencia, Siena), estimuladas por el ejemplo de Bolonia, acometieron la fundación de sus propias universidades. En Siena, pareció al principio que el intento de prosperar sin carta imperial o papal tendría éxito; el studium, inaugurado en 1275, tenía abundantes fondos y un extenso cuerpo de profesores y estudiantes que continuamente se incrementaba por emigración desde Bolonia (1312); con todo en 1325 estaba al borde del colapso, y su existencia no se vio asegurada hasta que obtuvo privilegios de universidad de Carlos IV en 1357 y concesiones papales de Gregorio XII en 1404. San Andrews en escocia fue más afortunada. Fue fundada por el obispo Henry Wardlaw en 1411; pero poco después de su apertura el obispo en un documento dirigido el 27 de Febrero de 1412 a los maestros y estudiantes habla de la “universitas a nobis salva tamen sedis apostolicae auctoritate de facto instituta et fundata”. Seis meses después (28 de Agosto de 1412), Benedicto XIII (Aviñón) publicó la carta de fundación, y nombró a Wardlaw canciller. No hay base, por tanto, para la inferencia de que la fundación de universidades por el poder civil y su organización por laicos para estudiantes laicos fuera un síntoma de antagonismo contra la Santa Sede o un intento de emancipación de la autoridad de la Iglesia. Tal interpretación de los hechos meramente proyecta ideas modernas hacia un periodo anterior en el que prevalecía un espíritu enteramente diferente. Ese espíritu fue de cooperación, incluso de emulación, en una causa común; y ni el espíritu ni la causa habría sido posible si no fuera por la unidad de fe y de jurisdicción jerárquica que mantenía a Occidente reunido en una Iglesia. Si esta unidad hubiera incluido a toda la Cristiandad, el Oriente habría tenido sin duda su parte en el movimiento universitario; en cualquier caso, es significativo que en Rusia y los demás países dominados por la Iglesia Cismática Griega no se estableciera ninguna universidad durante la Edad Media. | Con anterioridad a la Reforma se establecieron 81 universidades. De estas, 13 no tuvieron carta; se desarrollaron espontáneamente ex consuetudine; 33 tuvieron sólo carta papal; 15 fueron fundadas por la autoridad imperial o real; 20 por cartas papales e imperiales (o reales) a la vez. Una vez las universidades más antiguas, especialmente París y Bolonia, habían crecido en fama e influencia de forma que sus graduados disfrutaban de la licentia ubique docendi, se reconoció que una nueva institución, para convertirse en studium generale, requería la autorización de la suprema autoridad, esto es, del Papa como cabeza de la Iglesia o del emperador como protector de toda la Cristiandad. Así en “Las Siete Partidas” (1256-1263), Alfonso el Sabio declara que un “studium generale debe establecerse por mandato del Papa, del emperador, o del rey”; y Santo Tomás (Op. contra impug.relig., c.iii): “ordinare de studio pertinet ad eum qui praest republicae, et praecipue ad authoritatem apostolicae sedis qua universalis ecclesia gubernatur, cui per generale studium providetus”,esto es, en cuestión de universidades la autoridad pertenece al gobernante principal de la sociedad y especialmente a la Sede Apostólica, la cabeza de la Iglesia universal, “cuyo interés es promovido por la universidad”. Estas últimas palabras contienen la razón esencial para buscar la autorización del Papa: la universidad no iba a ser una institución meramente local o nacional; su enseñanza y sus grados iban a ser reconocidos en todo el mundo cristiano. Por otro lado, en el orden civil, el emperador era (el poder) supremo; de ahí que otorgara a las universidades fundadas por él, sin ninguna carta papal, el derecho a conceder grados en todas las facultades, incluidas la teología y el derecho canónico. Las cartas imperiales eran reconocidas por los papas y, cuando era necesario, se concedían privilegios adicionales. No se puede decir entonces que la acción de Maximiliano I al fundar la universidad de Wittenberg (1502) fuera un acontecimiento de los que hacen época; Carlos IV había hecho lo mismo mucho antes con Siena, Arezzo y Orange; y las cartas con las que fundó Pavía y Lucca precedieron veinte años a las concesiones papales. Los reyes no estaban en el mismo plano que el emperador. De hecho, podían fundar una universidad, nombrar al canciller, y autorizarle a conferir grados; pero no podían establecer un studium generale en el sentido pleno del término; lo que fundaban era una universidad respectu regni, esto es, los grados que otorgaba eran válidos sólo dentro de los límites del reino. Esta fue la situación de Nápoles, fundada (1224) por Federico II, y especialmente en las universidades españolas. Los propios reyes eran conscientes de sus limitaciones a este respecto, y por consiguiente buscaban la autorización papal. Los papas por su parte, reconocían las cartas reales como válidas, y añadían a ellas el carácter de universidad requerido por un studium generale. En algunos casos la intervención papal era necesaria y se buscaba, no simplemente para confirmar lo que el rey había establecido, sino para salvar o revivir la universidad: tales fueron, por ejemplo, las medidas tomadas por Honorio III (1220) para Palencia, por Clemente VII (1379) para Perpiñán, y por Julio II (Pablo II ) (1464) para Huesca—todas ellas fundaciones reales que no mostraron vitalidad hasta que el Papa vino en su ayuda. El poder de los obispos y los municipios era, por supuesto, aún más restringido. Podían tomar la iniciativa, llamando a profesores, estableciendo cursos de estudio, y proporcionando fondos; pero más pronto o más tarde estaban obligados a buscar la autorización del Papa. Este fue el caso, notablemente, en Italia, donde las ciudades libres y emprendedoras (Treviso, Pisa, Florencia, Siena), estimuladas por el ejemplo de Bolonia, acometieron la fundación de sus propias universidades. En Siena, pareció al principio que el intento de prosperar sin carta imperial o papal tendría éxito; el studium, inaugurado en 1275, tenía abundantes fondos y un extenso cuerpo de profesores y estudiantes que continuamente se incrementaba por emigración desde Bolonia (1312); con todo en 1325 estaba al borde del colapso, y su existencia no se vio asegurada hasta que obtuvo privilegios de universidad de Carlos IV en 1357 y concesiones papales de Gregorio XII en 1404. San Andrews en escocia fue más afortunada. Fue fundada por el obispo Henry Wardlaw en 1411; pero poco después de su apertura el obispo en un documento dirigido el 27 de Febrero de 1412 a los maestros y estudiantes habla de la “universitas a nobis salva tamen sedis apostolicae auctoritate de facto instituta et fundata”. Seis meses después (28 de Agosto de 1412), Benedicto XIII (Aviñón) publicó la carta de fundación, y nombró a Wardlaw canciller. No hay base, por tanto, para la inferencia de que la fundación de universidades por el poder civil y su organización por laicos para estudiantes laicos fuera un síntoma de antagonismo contra la Santa Sede o un intento de emancipación de la autoridad de la Iglesia. Tal interpretación de los hechos meramente proyecta ideas modernas hacia un periodo anterior en el que prevalecía un espíritu enteramente diferente. Ese espíritu fue de cooperación, incluso de emulación, en una causa común; y ni el espíritu ni la causa habría sido posible si no fuera por la unidad de fe y de jurisdicción jerárquica que mantenía a Occidente reunido en una Iglesia. Si esta unidad hubiera incluido a toda la Cristiandad, el Oriente habría tenido sin duda su parte en el movimiento universitario; en cualquier caso, es significativo que en Rusia y los demás países dominados por la Iglesia Cismática Griega no se estableciera ninguna universidad durante la Edad Media. | ||
− | Aparte de publicar cartas los papas contribuyeron de diversas maneras al desarrollo y prosperidad de las universidades. (1) Los clérigos que tenían beneficios fueron dispensados de su obligación de residencia, si se ausentaban para acudir a la universidad. Los estudiantes, tanto clérigos como laicos, disfrutaban de ciertas exenciones, por ejemplo, de impuestos, del servicio militar, de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, y de citación a tribunales que estuvieran a cierta distancia de París (privilegium fori ). Salvaguardar estos privilegios era tarea especial del conservador apostólico, habitualmente un obispo o arzobispo nombrado por el Papa con este fin. (2) Por la Bula “Parens scientiarum” (1231), la carta magna de la universidad de París, Gregorio IX autorizó a los maestros, en el caso de una ofensa cometida por alguien contra un maestro o un estudiante y no reparada dentro de los quince días, a suspender sus clases. Este derecho de suspensión fue frecuentemente usado en los conflictos entre ciudad y toga. (3) En diversas ocasiones los papas intervinieron para proteger a los estudiantes contra las usurpaciones de las autoridades civiles locales: Honorio III (1220) tomó partido por los estudiantes de Bolonia cuando el podestà redactó estatutos que interferían sus libertades; Nicolás IV (1288) amenazó con suspender el studium | + | Aparte de publicar cartas los papas contribuyeron de diversas maneras al desarrollo y prosperidad de las universidades. (1) Los clérigos que tenían beneficios fueron dispensados de su obligación de residencia, si se ausentaban para acudir a la universidad. Los estudiantes, tanto clérigos como laicos, disfrutaban de ciertas exenciones, por ejemplo, de impuestos, del servicio militar, de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, y de citación a tribunales que estuvieran a cierta distancia de París (privilegium fori ). Salvaguardar estos privilegios era tarea especial del conservador apostólico, habitualmente un obispo o arzobispo nombrado por el Papa con este fin. (2) Por la Bula “Parens scientiarum” (1231), la carta magna de la universidad de París, Gregorio IX autorizó a los maestros, en el caso de una ofensa cometida por alguien contra un maestro o un estudiante y no reparada dentro de los quince días, a suspender sus clases. Este derecho de suspensión fue frecuentemente usado en los conflictos entre ciudad y toga. (3) En diversas ocasiones los papas intervinieron para proteger a los estudiantes contra las usurpaciones de las autoridades civiles locales: Honorio III (1220) tomó partido por los estudiantes de Bolonia cuando el podestà redactó estatutos que interferían sus libertades; Nicolás IV (1288) amenazó con suspender el studium en Padua salvo que las autoridades municipales abrogaran en quince días las ordenanzas que habían redactado contra los maestros y estudiantes. Incluso el canciller de París, cuando pidió a los maestros un juramento de obediencia personal a él, fue frenado por Inocencio III (1212), y sus poderes muy reducidos por acción de papas posteriores. De hecho se convirtió en bastante común para la universidad presentar sus quejas ante la Santa Sede, y su apelación habitualmente obtenía éxito. (4) En muchos casos, especialmente en Alemania, la dotación de las universidades se obtenía, en gran parte, si no completamente, de las rentas de los monasterios y capítulos. Más de una vez el Papa intervino para asegurar el pago de su salario a los profesores, por ejemplo, Bonifacio VIII (1301) y Clemente V (1313) en Salamanca; Clemente VI (1346) en Valladolid; y Gregorio IX (1236) en Toulouse, donde el Conde Raimundo había rechazado pagar los salarios. Los papas también dieron ejemplo de dotar colegios, y estos, fundados por reyes, obispos, sacerdotes, nobles, o ciudadanos privados, no sólo fueron lugares de residencia para estudiantes sino también el principal apoyo financiero de la universidad. |
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− | + | ==Labor Académica y Desarrollo== | |
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El efecto de la “nueva enseñanza” en las universidades alemanas fue revolucionario. Al principio los profesores humanistas se llevaron bien con el resto de la facultad; pero cuando afirmaron su superioridad como representantes del único conocimiento real, se siguieron amargos ataques y recriminaciones. Los humanistas ridiculizaban el latín bárbaro de la universidad y las lamentables traducciones de Aristóteles utilizadas en comentarios y clases. Luego acometieron contra el método escolástico de enseñanza con sus interminables nimiedades y disputas, y se esforzaron por sustituir la retórica con la dialéctica. Finalmente atacaron el contenido mismo, declarando que se pasaba mucho tiempo para conseguir muy poco conocimiento de casi ningún valor. Todas las acusaciones se redactaron en publicaciones que se distinguían por su brillante estilo y aguda invectiva; por ejemplo, las “Epistolae obscurorum virorum”, escrita contra los profesores de artes y teología, especialmente los de Leipzig y Colonia. Esta violenta sátira contenía mucho que era falso o exagerado, y por tanto calculado más para añadir nueva perturbación que para llevar a cabo la reforma que realmente se necesitaba. Los mejores días del escolasticismo, en efecto, habían pasado; las universidades ya no tenían los líderes del pensamiento que habían producido en el Siglo XIII; tanto los estudios como la disciplina estaban en decadencia. El Humanismo triunfó, en primer lugar, porque, como reacción y novedad, atraía a los hombres más jóvenes que estaban ansiosos de liberarse de la sequedad de los ejercicios escolásticos y de las restricciones impuestas por los estatutos de los colegios. Su conducta revoltosa y sus incesantes pendencias con las gentes de la ciudad dieron a los príncipes y a las autoridades municipales un pretexto para emprender reformas universitarias; y la reforma consistió en colocar bajo control a los humanistas. Estos conflictos y medidas para remediarlos, sin embargo, eran sólo la superficie de un movimiento mucho más profundo. Antes de imponerse en las universidades, el Humanismo había triunfado en las clases más altas e influyentes del pueblo sirviendo, en forma de literatura, al espíritu de lujo que el desarrollo y creciente riqueza de las ciudades había engendrado. Sin duda había encanto en la dicción elegante de los humanistas; pero su fuerza de atracción residía en la rehabilitación de las opiniones e ideales de vida que el naturalismo del mundo pagano había expresado en forma perfecta y que devolvía a los hombres a sí mismos y a la tierra. Aristóteles había triunfado en el Siglo XIII; en el XV fue vencido por los oradores y los poetas. | El efecto de la “nueva enseñanza” en las universidades alemanas fue revolucionario. Al principio los profesores humanistas se llevaron bien con el resto de la facultad; pero cuando afirmaron su superioridad como representantes del único conocimiento real, se siguieron amargos ataques y recriminaciones. Los humanistas ridiculizaban el latín bárbaro de la universidad y las lamentables traducciones de Aristóteles utilizadas en comentarios y clases. Luego acometieron contra el método escolástico de enseñanza con sus interminables nimiedades y disputas, y se esforzaron por sustituir la retórica con la dialéctica. Finalmente atacaron el contenido mismo, declarando que se pasaba mucho tiempo para conseguir muy poco conocimiento de casi ningún valor. Todas las acusaciones se redactaron en publicaciones que se distinguían por su brillante estilo y aguda invectiva; por ejemplo, las “Epistolae obscurorum virorum”, escrita contra los profesores de artes y teología, especialmente los de Leipzig y Colonia. Esta violenta sátira contenía mucho que era falso o exagerado, y por tanto calculado más para añadir nueva perturbación que para llevar a cabo la reforma que realmente se necesitaba. Los mejores días del escolasticismo, en efecto, habían pasado; las universidades ya no tenían los líderes del pensamiento que habían producido en el Siglo XIII; tanto los estudios como la disciplina estaban en decadencia. El Humanismo triunfó, en primer lugar, porque, como reacción y novedad, atraía a los hombres más jóvenes que estaban ansiosos de liberarse de la sequedad de los ejercicios escolásticos y de las restricciones impuestas por los estatutos de los colegios. Su conducta revoltosa y sus incesantes pendencias con las gentes de la ciudad dieron a los príncipes y a las autoridades municipales un pretexto para emprender reformas universitarias; y la reforma consistió en colocar bajo control a los humanistas. Estos conflictos y medidas para remediarlos, sin embargo, eran sólo la superficie de un movimiento mucho más profundo. Antes de imponerse en las universidades, el Humanismo había triunfado en las clases más altas e influyentes del pueblo sirviendo, en forma de literatura, al espíritu de lujo que el desarrollo y creciente riqueza de las ciudades había engendrado. Sin duda había encanto en la dicción elegante de los humanistas; pero su fuerza de atracción residía en la rehabilitación de las opiniones e ideales de vida que el naturalismo del mundo pagano había expresado en forma perfecta y que devolvía a los hombres a sí mismos y a la tierra. Aristóteles había triunfado en el Siglo XIII; en el XV fue vencido por los oradores y los poetas. | ||
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− | + | ==Periodo Moderno== | |
En Alemania, el Siglo XVIII trajo decididos cambios que algunos autores (Paulsen) consideran el origen de la universidad moderna. Desde Halle, fundada en 1694, la filosofía racionalista de Christian Wolff se extendió a todas las universidades protestantes, y desde Göttingen (1737) lo hizo el nuevo Humanismo, especialmente el estudio del griego. La libertad de investigación se convirtió en el rasgo característico de la universidad; la clase sistemática reemplazó a la exposición de textos; los ejercicios de seminario sustituyeron a las disputas; y el alemán fue utilizado en vez del latín como vehículo de instrucción. La fundación de la Universidad de Berlín (1800) fue otro avance en el camino de la cultura científica libre. La filosofía se convirtió en la materia principal de estudio. Lo siguiente en importancia fue la filología, románica clásica y germana. El desarrollo del método histórico y su aplicación a todas las ramas de la investigación están entre los principales logros del Siglo XIX. En ciencias naturales se reconoció como indispensable la formación en laboratorios, y el estudio de la medicina se estableció sobre una nueva base mediante métodos de investigación mejorados. La investigación especializada con becas productivas , más que la acumulación de conocimientos, fue tenido por el objetivo de la labor universitaria. Como resultado los departamentos de ciencias se multiplicaron y en cada uno de ellos se incrementó rápidamente el número de cursos. Este fue el caso especialmente en la facultad de filosofía, que llegó a incluir prácticamente todo lo que no pertenecía a teología, medicina, o derecho. El grado de licenciado en artes desapareció, el de maestro en artes se refundió con el doctorado en filosofía, y éste tuvo su significación principal como requisito para la enseñanza. Se asignó gran importancia a la preparación de los maestros para escuelas y gimnasios, mientras que en la propia universidad, la selección de profesores fue asegurad mediante el sistema de los Privatdozents, esto es, instructores que tenían el privilegio de enseñar pero no derecho oficial ni salario. Estos instructores a menudo enseñan en varias universidades antes de ser promovidos al profesorado, y así adquieren una amplia experiencia tanto como se familiarizan con las condiciones de las diferentes partes del imperio. Los estudiantes también son animados a pasar de una universidad a otra. Ya no viven en colegios, ni están exentos del control municipal ni del servicio militar. La mayor parte de ellos, sin embargo, son miembros de alguna Verein o Verbindung, que desarrolla el espíritu social, aunque a menudo anima a duelos, borracheras y otras prácticas que apenas favorecen el progreso intelectual o moral. | En Alemania, el Siglo XVIII trajo decididos cambios que algunos autores (Paulsen) consideran el origen de la universidad moderna. Desde Halle, fundada en 1694, la filosofía racionalista de Christian Wolff se extendió a todas las universidades protestantes, y desde Göttingen (1737) lo hizo el nuevo Humanismo, especialmente el estudio del griego. La libertad de investigación se convirtió en el rasgo característico de la universidad; la clase sistemática reemplazó a la exposición de textos; los ejercicios de seminario sustituyeron a las disputas; y el alemán fue utilizado en vez del latín como vehículo de instrucción. La fundación de la Universidad de Berlín (1800) fue otro avance en el camino de la cultura científica libre. La filosofía se convirtió en la materia principal de estudio. Lo siguiente en importancia fue la filología, románica clásica y germana. El desarrollo del método histórico y su aplicación a todas las ramas de la investigación están entre los principales logros del Siglo XIX. En ciencias naturales se reconoció como indispensable la formación en laboratorios, y el estudio de la medicina se estableció sobre una nueva base mediante métodos de investigación mejorados. La investigación especializada con becas productivas , más que la acumulación de conocimientos, fue tenido por el objetivo de la labor universitaria. Como resultado los departamentos de ciencias se multiplicaron y en cada uno de ellos se incrementó rápidamente el número de cursos. Este fue el caso especialmente en la facultad de filosofía, que llegó a incluir prácticamente todo lo que no pertenecía a teología, medicina, o derecho. El grado de licenciado en artes desapareció, el de maestro en artes se refundió con el doctorado en filosofía, y éste tuvo su significación principal como requisito para la enseñanza. Se asignó gran importancia a la preparación de los maestros para escuelas y gimnasios, mientras que en la propia universidad, la selección de profesores fue asegurad mediante el sistema de los Privatdozents, esto es, instructores que tenían el privilegio de enseñar pero no derecho oficial ni salario. Estos instructores a menudo enseñan en varias universidades antes de ser promovidos al profesorado, y así adquieren una amplia experiencia tanto como se familiarizan con las condiciones de las diferentes partes del imperio. Los estudiantes también son animados a pasar de una universidad a otra. Ya no viven en colegios, ni están exentos del control municipal ni del servicio militar. La mayor parte de ellos, sin embargo, son miembros de alguna Verein o Verbindung, que desarrolla el espíritu social, aunque a menudo anima a duelos, borracheras y otras prácticas que apenas favorecen el progreso intelectual o moral. | ||
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− | + | ==Acción Católica== | |
Las universidades de Francia, Italia, y España, aunque afectadas en alguna medida por la Reforma, habían permanecido leales a la Fe Católica, y conservaron sus cátedras de ciencia eclesiástica. Lovaina especialmente, mientras desarrollaba a un alto grado las humanidades, resistió las acometidas del protestantismo. El Concilio de Trento ordenó que se tomaran disposiciones para el estudio de la Escritura, que los beneficiados que estudiaban en las universidades disfrutaran de sus privilegios tradicionales, que los obispos y otros dignatarios fueran seleccionados con preferencia de entre profesores de la universidad y graduados (Sess. V, can.i; VII, xiii; XIV, v; XXII, ii; XXIII, vi; XXIV, viii, xii, xvi, xvii). También dispuso sobre la educación de los sacerdotes mediante sus decretos relativos al establecimiento de seminarios eclesiásticos. (Ver SEMINARIOS ECLESIÁSTICOS). Pero la Iglesia no perdió el interés en las universidades ni desistió de establecer nuevas. A pesar de la pérdida de rentas derivada de la confiscación de propiedades eclesiásticas, se fundaron universidades o academias en Dillingen (1549), Würzburg (1575), Paderborn (1613), Salzburgo (1623), Osnabruck (1630), Bamberg (a648), Olmutz (1581), Graz (1586), Linz (1636), Innsbruk (1672), Breslau (1702), Fulda (1732), y Münster (1771). A este periodo pertenecen también las universidades francesas de Douai (1559), Lille (1560), Pont-à-Mousson, más tarde Nancy (1572), y Dijon (1722); las italianas de Macerata (1540), Cagliari (1603), y Camerino (1721); las españolas de Granada (1526) y Oviedo (1574); Manila en Filipinas (1611) y las fundaciones sudamericanas (ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS). La mayor parte de estas nuevas universidades fue confiada a los jesuitas, cuyos colegios rivalizaban con las universidades en materia de estudios clásicos, y las superaban en cuestión de disciplina. Después de la supresión de la Compañía (1773), las cátedras que habían ocupado fueron, bien abolidas, bien transferidas a profesores seculares. Entre los documentos papales tratando de las universidades deben citarse: la Constitución “Imperscrutabilis”, dirigida por Clemente XII (4 de Diciembre de 1730) a Felipe V de España respecto a la Universidad de Cervera; la “Quod divina sapientia”, publicada el 28 de Agosto de 1824 por León XII para la reforma de los estudios en los Estados Pontificios y algunas otras provincias de Italia; el Breve por el que Gregorio XVI, el 13 de Diciembre de 1833, aprobó la acción de los obispos belgas de restaurar la Universidad de Lovaina; y la Carta Apostólica de Pío IX, de 23 de Marzo de 1852, aprobando los estatutos de la Universidad de Dublín, cuya fundación había sido decidida por el episcopado irlandés en el Concilio de Thurles en 1850. | Las universidades de Francia, Italia, y España, aunque afectadas en alguna medida por la Reforma, habían permanecido leales a la Fe Católica, y conservaron sus cátedras de ciencia eclesiástica. Lovaina especialmente, mientras desarrollaba a un alto grado las humanidades, resistió las acometidas del protestantismo. El Concilio de Trento ordenó que se tomaran disposiciones para el estudio de la Escritura, que los beneficiados que estudiaban en las universidades disfrutaran de sus privilegios tradicionales, que los obispos y otros dignatarios fueran seleccionados con preferencia de entre profesores de la universidad y graduados (Sess. V, can.i; VII, xiii; XIV, v; XXII, ii; XXIII, vi; XXIV, viii, xii, xvi, xvii). También dispuso sobre la educación de los sacerdotes mediante sus decretos relativos al establecimiento de seminarios eclesiásticos. (Ver SEMINARIOS ECLESIÁSTICOS). Pero la Iglesia no perdió el interés en las universidades ni desistió de establecer nuevas. A pesar de la pérdida de rentas derivada de la confiscación de propiedades eclesiásticas, se fundaron universidades o academias en Dillingen (1549), Würzburg (1575), Paderborn (1613), Salzburgo (1623), Osnabruck (1630), Bamberg (a648), Olmutz (1581), Graz (1586), Linz (1636), Innsbruk (1672), Breslau (1702), Fulda (1732), y Münster (1771). A este periodo pertenecen también las universidades francesas de Douai (1559), Lille (1560), Pont-à-Mousson, más tarde Nancy (1572), y Dijon (1722); las italianas de Macerata (1540), Cagliari (1603), y Camerino (1721); las españolas de Granada (1526) y Oviedo (1574); Manila en Filipinas (1611) y las fundaciones sudamericanas (ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS). La mayor parte de estas nuevas universidades fue confiada a los jesuitas, cuyos colegios rivalizaban con las universidades en materia de estudios clásicos, y las superaban en cuestión de disciplina. Después de la supresión de la Compañía (1773), las cátedras que habían ocupado fueron, bien abolidas, bien transferidas a profesores seculares. Entre los documentos papales tratando de las universidades deben citarse: la Constitución “Imperscrutabilis”, dirigida por Clemente XII (4 de Diciembre de 1730) a Felipe V de España respecto a la Universidad de Cervera; la “Quod divina sapientia”, publicada el 28 de Agosto de 1824 por León XII para la reforma de los estudios en los Estados Pontificios y algunas otras provincias de Italia; el Breve por el que Gregorio XVI, el 13 de Diciembre de 1833, aprobó la acción de los obispos belgas de restaurar la Universidad de Lovaina; y la Carta Apostólica de Pío IX, de 23 de Marzo de 1852, aprobando los estatutos de la Universidad de Dublín, cuya fundación había sido decidida por el episcopado irlandés en el Concilio de Thurles en 1850. |
Última revisión de 06:00 16 nov 2016
Las principales fundaciones han sido tratadas en artículos especiales; aquí se presentan los aspectos generales del tema:
Contenido
Origen y Organización
Aunque el nombre universidad se da a veces a las célebres escuelas de Atenas y Alejandría, generalmente se sostiene que las universidades surgieron por primera vez en la Edad Media. Para las que fueron estatuidas durante el Siglo XIII, se pueden dar con exactitud fechas y documentos; pero los comienzos de las más antiguas son oscuros, de ahí las leyendas relacionadas con su origen: Oxford se suponía fundada por el rey Alfredo, París por Carlomagno, y Bolonia por Teodosio II (año 433). Estos mitos aunque han subsistido hasta la época moderna, son ahora generalmente rechazados, y la única preocupación de los historiadores es descubrir sus fuentes y seguir su desarrollo. Se sabe, sin embargo, que durante los Siglos XI y XII tuvo lugar un resurgimiento de los estudios, de medicina en Salerno, de derecho en Bolonia, y de teología en París. La escuela médica de Salerno fue la más antigua y la más famosa de su género en la Edad media; pero no ejerció influencia en el desarrollo de las universidades. En París, el estudio de la dialéctica recibió un nuevo ímpetu de maestros como Roscellin y Abelardo, y eventualmente reemplazó al estudio de los clásicos que, especialmente en Chartres, había constituido un movimiento humanista enérgico aunque de corta duración. El método dialéctico, además, fue aplicado a las cuestiones teológicas y, principalmente a través de la obra de Pedro Lombardo, se desarrolló en el Escolasticismo (vid.).Esto significó no sólo que toda clase de cuestiones fueran puestas en discusión y examinadas con la mayor sutileza, sino también que se disponía de una nueva base para la exposición de la doctrina y que la teología misma era moldeada en la forma sistemática que presenta en la obra de Santo Tomás, y por encima de todo, en la gran “Summa”. En Bolonia, el nuevo movimiento fue práctico más que especulativo, afectó a la enseñanza, no a la filosofía ni a la teología, sino al derecho civil y canónico. Con anterioridad al Siglo XII, Bolonia había sido famosa como escuela de artes, mientras que respecto a ciencia legal era superada de lejos por otras ciudades, por ejemplo, Roma, Pavía, y Rávena. Lo que la convirtió en relativamente poco tiempo en el principal centro de enseñanza del derecho, no sólo en Italia sino en toda Europa, fue debido principalmente a Irnerius y a Graciano (vid.). El primero introdujo el estudio sistemático del Corpus juris civilis en su conjunto, y diferenció la carrera de derecho de la de Artes Liberales; el segundo, en su “Decretum”, aplicó el método escolástico al derecho canónico, y aseguró para su ciencia un espacio aparte distinto del de la teología. En consecuencia, Bolonia, mucho antes de convertirse en universidad, atrajo un gran número de estudiantes de todas las partes del Imperio, y sus maestros, a la vez que se hacían más numerosos, alcanzaban un prestigio indiscutido.
La escuela que crecía así vigorosamente desde dentro fue aún más reforzada por los privilegios que le otorgó el Emperador. En la “Auténtica” Habita publicada en 1158, Federico I tomó bajo su protección a los estudiantes que acudían a las escuelas de Italia por motivos de estudio, y decretó que podrían viajar sin obstáculo o vejación, y que, en caso de que se presentara una queja contra ellos, tendrían la opción de defenderse a sí mismos bien ante sus profesores o bien ante el obispo. Esta concesión repercutió naturalmente en ventaja de Bolonia; pero también sirvió de base a muchos privilegios concedidos sucesivamente a ésta y otras escuelas. Que París disfrutara de una protección e inmunidades similares desde una fecha temprana es altamente probable, aunque la primera concesión que se registra fue hecha por Felipe Augusto en 1200. A esos dos factores de crecimiento interno y ventajas externas, se tuvo que añadir un tercero antes de que París o Bolonia se convirtieran en universidades: era necesaria una organización colectiva. Ambas ciudades a mediados del Siglo XII poseían los elementos requeridos en forma de escuelas, estudiantes, y profesores. En París había tres escuelas especialmente destacadas: la de Saint Víctor, adjunta a la iglesia de los canónigos regulares; Sainte-Geneviève-du-Mont, dirigida primero por seculares y luego por canónigos regulares; y Notre-Dame, la escuela de la catedral en la “isla”. Según una versión estas tres escuelas se unificaron para formar la universidad; Denifle, sin embargo, (Die Universitäten, 655 ss.), mantiene que se originó sólo en Notre-Dame, y que esta escuela fue por tanto la cuna de la Universidad de París. Esto no implica que la escuela de la catedral como institución fuera elevada al rango de universidad por carta real o pontificia. La iniciativa fue tomada por los profesores quienes, con la licencia del canciller de Notre-Dame y sujetos a su autoridad, enseñaban bien en la catedral o bien en viviendas particulares de la “isla”. Cuando estos profesores, en el último cuarto del Siglo XII, se unieron en una corporación docente, se había fundado la Universidad de París (Para la opinión más antigua, ver PARIS, UNIVERSIDAD DE).
Este consortium magistrorum incluía a los profesores de teología, derecho, medicina, y artes (filosofía). Como los profesores de una misma materia tenían intereses específicos formaron de manera natural grupos más pequeños dentro del organismo central. El nombre “facultad” originariamente designaba una disciplina o rama del conocimiento, y se empleó en este sentido por Honorio III en su carta (18 de Febrero de 1219) a los estudiantes de París; más tarde, llegó a significar el grupo de profesores dedicados a enseñar la misma materia. La organización más estrecha en facultades fue ocasionada en primera instancia por cuestiones que surgieron en 1213, relativas a la concesión de grados. Luego vino la redacción de estatutos para cada facultad en los que se regulaban sus propios asuntos internos y se trazaban las líneas de demarcación entre su esfera de acción y las de las demás facultades. Esta organización debe haberse completado en la primera mitad, o quizá en el primer cuarto, del Siglo XIII, puesto que Gregorio IX en la Bula “Parens scientiarum” (1231) reconoce la existencia de facultades separadas. Los estudiantes, por su parte, con igual naturalidad, se dividieron en grupos diferentes. Pertenecían a diversas nacionalidades, y los del mismo país deben haberse dado cuenta de la ventaja, o incluso de la necesidad, de asociarse en una ciudad como París a la que llegaban como forasteros. Este fue el origen de las “Naciones”, que probablemente se organizaron a primeros del Siglo XIII, aunque la primera evidencia documental de su existencia data de 1249. Las cuatro naciones de París eran las de los franceses, los picardos, los normandos, y los ingleses. Eran característicamente asociaciones de estudiantes, formadas por motivos de administración y disciplina, mientras que las facultades se organizaron para tratar asuntos relativos a las diversas ciencias y a la labor docente. Las naciones, por tanto, no constituían la universidad, ni se identificaban con las facultades. Los maestros en artes estaban incluidos en las naciones y al mismo tiempo pertenecían a la facultad de artes, porque su curso de artes era simplemente una preparación para estudios superiores en una de las facultades superiores, y de ahí que las artes formaran una facultad “inferior”, cuyos maestros se clasificaban aún entre los estudiantes. Los profesores de las facultades superiores no pertenecían a las naciones.
Cada nación elegía de entre sus miembros a un maestro en artes como procurador (proctor) y los cuatro procuradores elegían al rector, esto es, el cabeza de las naciones, no, al principio, el cabeza de la universidad. Como, sin embargo, la facultad de artes estaba estrechamente relacionada con las naciones, el rector gradualmente se convirtió en el funcionario principal de esa facultad, y fue reconocido como tal en 1274. Su autoridad se extendió más tarde a las facultades de derecho y medicina (1279) y finalmente (1341) a la facultad de teología; a partir de entonces el rector es la cabeza de toda la universidad. Por otro lado, la función de rector no otorgaba poderes muy amplios. Desde el principio la autoridad principal había sido ejercida por el canciller, como representante del Papa; y aunque esta autoridad, por razón de los conflictos con la universidad, se había reducido en cierta forma durante el Siglo XIII, el canciller era aún lo suficientemente poderoso como para hacer sombra al rector. Antes de que la universidad empezara a existir, el canciller había otorgado la licencia para enseñar, y esta función la siguió llevando a cabo, pese a todo el proceso de organización y después de que las facultades con sus diversos funcionarios estuvieran establecidas del todo.
En Bolonia, hacia finales del Siglo XII, se establecieron asociaciones voluntarias por los estudiantes extranjeros, esto es, por los no boloñeses, con fines de mutuo apoyo y protección. Estos estudiantes no eran muchachos, sino hombres maduros; muchos de ellos eran clérigos beneficiados. En su organización copiaron la de las cofradías de comerciantes viajeros; cada asociación comprendía un número de naciones, promulgaba sus propios estatutos, y elegía un rector que estaba asistido por un cuerpo de consiliarii. Estas cofradías de estudiantes fueron conocidas como universitates, esto es, corporaciones en el sentido legal aceptado, no órganos de enseñanza. Originariamente en número de cuatro, se redujeron a dos a mediados del Siglo XIII: universitas citramontanorum y universitas ultramontanorum. Ni los estudiantes ni los doctores boloñeses, al ser ciudadanos de Bolonia, pertenecían a la “universidad”. Los doctores eran empleados, mediante contrato, y pagados por los estudiantes, y estaban sometidos, en muchos aspectos, a los estatutos redactados por los organismos estudiantiles. A pesar de esta dependencia, sin embargo, los profesores mantenían el control de los asuntos estrictamente académicos; eran los rectores scholarum, mientras que los jefes de las universidades eran los rectores scholarium; en particular, el derecho de promoción, esto es, de conferir grados, estaba reservado a los doctores. Estos también formaron asociaciones, los collegia doctorum, que probablemente existían en la época de la fundación de las “universidades” de estudiantes o antes. Al principio los doctores tenían plena responsabilidad de los exámenes y concedían en su propio nombre la licencia para enseñar. Pero en 1219 Honorio III dio al arcediano de Bolonia autoridad exclusiva para conferir el doctorado, creando así un cargo equivalente al de canciller en París. El doctorado mismo, en cuanto que implicaba el derecho a ser miembro del collegium, se fue restringiendo gradualmente al círculo más estricto de doctores legentes, esto es, los que enseñaban efectivamente. Por otro lado, el control de los estudiantes fue disminuido por el hecho de que, con vistas a contrarrestar los incentivos ofrecidos por ciudades rivales, la ciudad de Bolonia, hacia el fin del Siglo XIII, empezó a pagar un salario regular a los profesores en lugar de los honorarios anteriormente entregados, en la cuantía que ellos estimaran conveniente, por los estudiantes. Como resultado el nombramiento de los profesores fue tomado a su cargo por la ciudad, y eventualmente por los reformatores studii, una oficina establecida por la autoridad local. Mientras tanto las dos “universidades” se estaban refundiendo en un único cuerpo y éste estaba abocado a establecer relaciones más estrechas con el colegio de doctores; de esa forma Clemente V (10 de Marzo de 1310) pudo hablar de una magistorum et scholarium universitas en Bolonia. A comienzos del Siglo XVI sólo había un rector.
El crecimiento de Oxford siguió, en sustancia, al de París A mediados del Siglo XII las escuelas estaban florecientes: Robert Pullen (vid.), autor de las “Sentencias” en las que se basó ampliamente la más famosa obra de Pedro Lombardo, y Vacarius, el eminente jurista lombardo, son mencionados como maestros. El número de estudiantes, ya considerable, se acrecentó en 1167 por un éxodo procedente de París. Había dos naciones: los boreales (norteños) incluían a los estudiantes ingleses y escoceses; los australes (sureños) a los galeses e irlandeses. En 1274 se refundieron en una nación, pero los dos procuradores siguieron diferenciados. En 1209, debido a las dificultades con la ciudad, 3.000 estudiantes se dispersaron. A su vuelta, el legado papal Nicolás publicó (1214) una ordenanza que obligaba a la ciudad a pagar una suma anual para uso de los estudiantes pobres y que “en caso de un clérigo fuera arrestado por los de la ciudad, debería ser entregado en seguida a petición del obispo de Lincoln, o del arcediano del lugar o de sus funcionarios, o del canciller o de cualquiera en quien el obispo de Lincoln delegara este cargo” (Munimenta, I, p.2). Los primeros estatutos fueron promulgados en 1252, y confirmados por Inocencio IV en 1254. El canciller era al principio un funcionario independiente nombrado por el obispo de Lincoln para actuar como juez eclesiástico en materias escolásticas. Gradualmente, sin embargo, fue absorbido en la universidad y se convirtió en su cabeza.
El desarrollo en París y Bolonia explica el término por el que se designó al principio a la universidad, esto es, studium generale. Esto no significaba originaria ni esencialmente una escuela de aprendizaje universal, ni incluía a todas las cuatro facultades; teología era a menudo omitida o incluso excluida por las cartas iniciales. Apareció primero en Bolonia en 1360, en Salamanca hacia el fin del Siglo XIV, en Montpellier en 1421; aunque cada una de estas escuelas era un studium generale en el sentido original del término, esto es, una escuela que admitía estudiantes de todas partes, disfrutaba de privilegios especiales, y confería un derecho de enseñanza que era reconocido en todas partes. Este jus ubique docendi estaba implícito en la propia naturaleza del studium generale; fue explícitamente concedido por Gregorio IX en la Bula para Toulouse, el 27 de Abril de 1233, que declara que “cualquier maestro examinado allí y aprobado en cualquier facultad tendrá derecho a enseñar en todas partes sin examen ulterior”.
Universitas, tal como se entendía en la Edad media, era un término legal; tomó su significado del Corpus juris civilis, y quería decir una asociación tomada en su conjunto, esto es, en su calidad colectiva: Empleado con referencia a una escuela, universitas no significaba una recopilación de todas las ciencias, sino más bien el grupo completo de personas dedicadas en una institución dada a ocupaciones científicas, esto es, la entera corporación de maestros y estudiantes: universitas magistorum et scholarium. Esta es la significación del término en documentos oficiales relativos a París y Bolonia; así Alejandro IV (10 de Diciembre de 1255) afirma expresamente que bajo el nombre universidad entiende “todos los maestros y escolares residentes en París, cualquiera que sea la sociedad o congregación a la que pertenezcan.” Gradualmente, sin embargo, los términos universitas y studium llegaron a usarse indistintamente para significar una institución de enseñanza: Universitas Oxoniensis y Studium Oxoniense fueron ambos (nombres) aplicados a Oxford. Hay mención tan temprana como la de 1279 de delicta in universitate Oxoniae perpetrata (Munimenta, I, 39), y en el siglo siguiente aparecen (1306) frases tales como in universitate Oxoniae studere (ibid., 87 ss.). Que los términos se habían vuelto prácticamente sinónimos al comienzo del Siglo XIV aparece en una declaración de Clemente V, de 13 de Julio de 1312, a resultas de que el arzobispo de Dublín, John Lech, había informado que en esos lugares no había scolarium univeristas vel studium generale. Hacia 1300 también la expresión mater universitas se usaba por los maestros de Oxford, y estos pueden haberlo tomado de un documento de Inocencio IV (6 de Octubre de 1254) en el que el Papa habla de Oxford como faecunda mater. Más tarde la expresión alma mater se aplicó, por ejemplo en Paría en 1389; en Colonia en 1392; en Oxford en 1411. Alma fue probablemente sugerida por el uso litúrgico, como por ejemplo en el himno que empezaba “Alma redemptoris mater”.
Las primeras universidades no tenían estatutos; se desarrollaron ex consuetudine. Fuera de estas se desarrollaron rápidamente otras, por emigración, o por establecimiento formal. Como las universidades al principio no poseían edificios como nuestros modernos paraninfos y laboratorios, fue cosa fácil para estudiantes y profesores, si no les satisfacía un sitio, encontrar acomodo en otro. Los conflictos con el municipio a menudo llevaron a migraciones así, especialmente donde alguna ciudad rival ofrecía incentivos: de ahí las secesiones de Bolonia a Vicenza (1204), a Arezzo (1217), a Padua (1222), la “gran dispersión” de París (1229), y la emigración (1209) de Oxford a Cambridge. Pero causas de naturaleza menos tumultuosa actuaron también. Los privilegios disfrutados por los primeros universitarios condujeron a otras ciudades a buscar similares ventajas para mantener en ellas a sus propios estudiantes, y atraer posiblemente a forasteros, aumentando de ese modo la prosperidad y el prestigio locales. Bolonia y París sirvieron como modelos de la nueva organización, y los deseados privilegios se buscaban ante el Papa o el gobernante civil. Se hizo, de hecho, habitual en las cartas papales incluir una fórmula prefijada concediendo a la nueva universidad “los mismos privilegios, inmunidades, y libertades que se disfrutaban por los maestros y escolares de París” (o Bolonia); así Oxford, Cambridge, St. Andrews, y Aberdeen fueron en gran medida modeladas sobre París, y Glasgow sobre Bolonia. El modelo parisino fue también reproducido en las primeras universidades alemanas, Praga, Viena, Erfurt, y Heidelberg; pero éstas pronto comenzaron a separarse del original. Las naciones tenían menos importancia; el rector podía ser elegido de entre cualquier facultad; la autoridad se confería de manera permanente y dotaba a los profesores que predominaban en el consejo de la universidad; y los colegios estaban bajo control de la universidad, que mantenía la enseñanza en sus manos.
En Irlanda el primer paso hacia el establecimiento de una universidad fue dado por John Lech, arzobispo de Dublín. A instancias suyas, Clemente V publicó, el 11 de Julio de 1312, una Bula para la erección de una universidad cerca de Dublín; sin embargo, Lech murió un año después, y no se llevó a cabo nada hasta que su sucesor, Alexander de Bicknor, en 1320, estableció una universidad en la catedral de San Patricio con la aprobación del Papa Juan XXII. El primer canciller fue William Rodiart, deán de San Patricio, y los primeros graduados William de Hardite, O.P., Edward de Karwarden, O.P., y Henry Cogry, O.F.M. Las clases se daban aún en 1358; en ese año Eduardo II publicó cartas-patentes protegiendo a los miembros de la universidad en sus viajes, y en 1364, Lionel, duque de Clarence, fundó una cátedra. La universidad fracasó por falta de dotación, como pasó también con una fundada por el Parlamento irlandés en Drogheda en 1465.
Los fundadores: Papas y gobernantes civiles En vista de la importancia de las universidades para la cultura y el progreso, es bastante comprensible que hubiera una considerable discusión y divergencia de opinión respecto a la autoridad a la que debería atribuirse el honor de su fundación. Se ha mantenido, por ejemplo, que sólo el Papa podía establecer una universidad; por el contrario, se ha sostenido que tal establecimiento era prerrogativa exclusiva de los gobernantes civiles, esto es, el emperador y el rey. Estas, sin embargo, son opiniones extremas, ninguna de las cuales concuerda con los hechos, mientras que ambas se basan en el estudio de un grupo limitado de universidades y, en gran medida, en un fallo de apreciación de las relaciones de la Iglesia y el Estado en el Siglo XIII. De las malas interpretaciones en este último punto se han derivado conclusiones erróneas, no sólo respecto a los orígenes de las universidades, sino también a la actitud general de la época hacia el papado y viceversa. Una vez se ha establecido, por ejemplo, que, según la opinión prevaleciente en el Siglo XIII, sólo el Papa podía fundar una universidad, es fácil interpretar cualquier fundación similar por un monarca o cualquier iniciativa tomada por un municipio, como una evidencia de hostilidad a la Santa Sede y un primer paso hacia esa “emancipación” que llegó a suceder efectivamente en el Siglo XVI. Por la misma clase de razonamiento se infiere que el Papa tomaba a mal la acción del poder civil al conceder estatutos y reprimía todos los intentos de libertad por parte de las propias universidades. Para colocar estas conclusiones bajo la luz apropiada, es suficiente con echar un vistazo a los diversos modos de fundación.
Con anterioridad a la Reforma se establecieron 81 universidades. De estas, 13 no tuvieron carta; se desarrollaron espontáneamente ex consuetudine; 33 tuvieron sólo carta papal; 15 fueron fundadas por la autoridad imperial o real; 20 por cartas papales e imperiales (o reales) a la vez. Una vez las universidades más antiguas, especialmente París y Bolonia, habían crecido en fama e influencia de forma que sus graduados disfrutaban de la licentia ubique docendi, se reconoció que una nueva institución, para convertirse en studium generale, requería la autorización de la suprema autoridad, esto es, del Papa como cabeza de la Iglesia o del emperador como protector de toda la Cristiandad. Así en “Las Siete Partidas” (1256-1263), Alfonso el Sabio declara que un “studium generale debe establecerse por mandato del Papa, del emperador, o del rey”; y Santo Tomás (Op. contra impug.relig., c.iii): “ordinare de studio pertinet ad eum qui praest republicae, et praecipue ad authoritatem apostolicae sedis qua universalis ecclesia gubernatur, cui per generale studium providetus”,esto es, en cuestión de universidades la autoridad pertenece al gobernante principal de la sociedad y especialmente a la Sede Apostólica, la cabeza de la Iglesia universal, “cuyo interés es promovido por la universidad”. Estas últimas palabras contienen la razón esencial para buscar la autorización del Papa: la universidad no iba a ser una institución meramente local o nacional; su enseñanza y sus grados iban a ser reconocidos en todo el mundo cristiano. Por otro lado, en el orden civil, el emperador era (el poder) supremo; de ahí que otorgara a las universidades fundadas por él, sin ninguna carta papal, el derecho a conceder grados en todas las facultades, incluidas la teología y el derecho canónico. Las cartas imperiales eran reconocidas por los papas y, cuando era necesario, se concedían privilegios adicionales. No se puede decir entonces que la acción de Maximiliano I al fundar la universidad de Wittenberg (1502) fuera un acontecimiento de los que hacen época; Carlos IV había hecho lo mismo mucho antes con Siena, Arezzo y Orange; y las cartas con las que fundó Pavía y Lucca precedieron veinte años a las concesiones papales. Los reyes no estaban en el mismo plano que el emperador. De hecho, podían fundar una universidad, nombrar al canciller, y autorizarle a conferir grados; pero no podían establecer un studium generale en el sentido pleno del término; lo que fundaban era una universidad respectu regni, esto es, los grados que otorgaba eran válidos sólo dentro de los límites del reino. Esta fue la situación de Nápoles, fundada (1224) por Federico II, y especialmente en las universidades españolas. Los propios reyes eran conscientes de sus limitaciones a este respecto, y por consiguiente buscaban la autorización papal. Los papas por su parte, reconocían las cartas reales como válidas, y añadían a ellas el carácter de universidad requerido por un studium generale. En algunos casos la intervención papal era necesaria y se buscaba, no simplemente para confirmar lo que el rey había establecido, sino para salvar o revivir la universidad: tales fueron, por ejemplo, las medidas tomadas por Honorio III (1220) para Palencia, por Clemente VII (1379) para Perpiñán, y por Julio II (Pablo II ) (1464) para Huesca—todas ellas fundaciones reales que no mostraron vitalidad hasta que el Papa vino en su ayuda. El poder de los obispos y los municipios era, por supuesto, aún más restringido. Podían tomar la iniciativa, llamando a profesores, estableciendo cursos de estudio, y proporcionando fondos; pero más pronto o más tarde estaban obligados a buscar la autorización del Papa. Este fue el caso, notablemente, en Italia, donde las ciudades libres y emprendedoras (Treviso, Pisa, Florencia, Siena), estimuladas por el ejemplo de Bolonia, acometieron la fundación de sus propias universidades. En Siena, pareció al principio que el intento de prosperar sin carta imperial o papal tendría éxito; el studium, inaugurado en 1275, tenía abundantes fondos y un extenso cuerpo de profesores y estudiantes que continuamente se incrementaba por emigración desde Bolonia (1312); con todo en 1325 estaba al borde del colapso, y su existencia no se vio asegurada hasta que obtuvo privilegios de universidad de Carlos IV en 1357 y concesiones papales de Gregorio XII en 1404. San Andrews en escocia fue más afortunada. Fue fundada por el obispo Henry Wardlaw en 1411; pero poco después de su apertura el obispo en un documento dirigido el 27 de Febrero de 1412 a los maestros y estudiantes habla de la “universitas a nobis salva tamen sedis apostolicae auctoritate de facto instituta et fundata”. Seis meses después (28 de Agosto de 1412), Benedicto XIII (Aviñón) publicó la carta de fundación, y nombró a Wardlaw canciller. No hay base, por tanto, para la inferencia de que la fundación de universidades por el poder civil y su organización por laicos para estudiantes laicos fuera un síntoma de antagonismo contra la Santa Sede o un intento de emancipación de la autoridad de la Iglesia. Tal interpretación de los hechos meramente proyecta ideas modernas hacia un periodo anterior en el que prevalecía un espíritu enteramente diferente. Ese espíritu fue de cooperación, incluso de emulación, en una causa común; y ni el espíritu ni la causa habría sido posible si no fuera por la unidad de fe y de jurisdicción jerárquica que mantenía a Occidente reunido en una Iglesia. Si esta unidad hubiera incluido a toda la Cristiandad, el Oriente habría tenido sin duda su parte en el movimiento universitario; en cualquier caso, es significativo que en Rusia y los demás países dominados por la Iglesia Cismática Griega no se estableciera ninguna universidad durante la Edad Media.
Aparte de publicar cartas los papas contribuyeron de diversas maneras al desarrollo y prosperidad de las universidades. (1) Los clérigos que tenían beneficios fueron dispensados de su obligación de residencia, si se ausentaban para acudir a la universidad. Los estudiantes, tanto clérigos como laicos, disfrutaban de ciertas exenciones, por ejemplo, de impuestos, del servicio militar, de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, y de citación a tribunales que estuvieran a cierta distancia de París (privilegium fori ). Salvaguardar estos privilegios era tarea especial del conservador apostólico, habitualmente un obispo o arzobispo nombrado por el Papa con este fin. (2) Por la Bula “Parens scientiarum” (1231), la carta magna de la universidad de París, Gregorio IX autorizó a los maestros, en el caso de una ofensa cometida por alguien contra un maestro o un estudiante y no reparada dentro de los quince días, a suspender sus clases. Este derecho de suspensión fue frecuentemente usado en los conflictos entre ciudad y toga. (3) En diversas ocasiones los papas intervinieron para proteger a los estudiantes contra las usurpaciones de las autoridades civiles locales: Honorio III (1220) tomó partido por los estudiantes de Bolonia cuando el podestà redactó estatutos que interferían sus libertades; Nicolás IV (1288) amenazó con suspender el studium en Padua salvo que las autoridades municipales abrogaran en quince días las ordenanzas que habían redactado contra los maestros y estudiantes. Incluso el canciller de París, cuando pidió a los maestros un juramento de obediencia personal a él, fue frenado por Inocencio III (1212), y sus poderes muy reducidos por acción de papas posteriores. De hecho se convirtió en bastante común para la universidad presentar sus quejas ante la Santa Sede, y su apelación habitualmente obtenía éxito. (4) En muchos casos, especialmente en Alemania, la dotación de las universidades se obtenía, en gran parte, si no completamente, de las rentas de los monasterios y capítulos. Más de una vez el Papa intervino para asegurar el pago de su salario a los profesores, por ejemplo, Bonifacio VIII (1301) y Clemente V (1313) en Salamanca; Clemente VI (1346) en Valladolid; y Gregorio IX (1236) en Toulouse, donde el Conde Raimundo había rechazado pagar los salarios. Los papas también dieron ejemplo de dotar colegios, y estos, fundados por reyes, obispos, sacerdotes, nobles, o ciudadanos privados, no sólo fueron lugares de residencia para estudiantes sino también el principal apoyo financiero de la universidad.
Labor Académica y Desarrollo
El año académico En un primer periodo se daban clases a lo largo de todo el año, con cortos descansos en Navidad, Pascua, y Pentecostés y unas vacaciones más largas en verano. En París estas vacaciones fueron limitadas por orden de Gregorio IX (1261) (1231?) a un mes, pero para finales del Siglo XIV se había extendido para la facultad de artes del 25 de Junio al 25 de Agosto, para teología y derecho canónico del 28 de Junio al 15 de Septiembre. El año empezaba realmente el 1 de Octubre, y estaba dividido en dos periodos; el ordinario largo, de 1 de Octubre a Pascua, y el ordinario corto, de Pascua a finales de Junio. En Bolonia las vacaciones comenzaban el 7 de Septiembre, y el año escolar se abría de nuevo el 19 de Octubre; éste, sin embargo, se interrumpía durante diez días en Navidad, dos semanas en Pascua, y tres semanas en carnaval. En Alemania, había considerable diferencia entre los calendarios de las diversas universidades e incluso entre los de las diferentes facultades de la misma universidad. En general, el año empezaba hacia mediados de Octubre y terminaba hacia mediados de Junio. Pero en Colonia, Heidelberg y Viena había un ordinario corto del 25 de Agosto al 9 de Octubre. Las vacaciones, sin embargo, no constituían una suspensión completa de la labor académica; continuaban las clases extraordinarias, dadas en su mayor parte por licenciados, y se daba crédito a los estudiantes que asistían a ellas. Hacia mediados del Siglo XV, la división del año en dos semestres, verano e invierno, se introdujo en Leipzig, y eventualmente fue adoptada por las demás universidades alemanas.
Clases Tanto el calendario anual como el programa diario tenían en cuenta la distinción entre clases ordinarias y extraordinarias o cursillos. Esto se originó en Bolonia donde ciertos libros de derecho civil (“Digestum Vetus” y “Codex”) eran ordinarios, mientras que otros (“Infortiatum”, “Digestum novum”, y los libros de texto más breves) eran extraordinarios. En derecho canónico, los libros ordinarios eran el Decretum y los cinco libros de las Decretales (Gregorio IX); los extraordinarios eran las Clementinas y las Extravagantes. Las clases ordinarias estaban reservadas a los doctores, y se daban por las mañanas; las clases extraordinarias, conocidas en parís como cursillos, y dadas por maestros o por licenciados, se asignaban a las tardes durante el año; en vacaciones podían darse a cualquier hora del día, pues las clases ordinarias estaban entonces suspendidas. Cursillo quería decir o que la clase era seguida por los cursores, esto es, los candidatos a la licencia, o que pasaba rápidamente por la materia, mientras que el tratamiento en la clase ordinaria era más completo.
En todas las facultades el trabajo de enseñanza se centraba en libros, esto es, los textos, compilaciones, y glosas que eran considerados como las autoridades principales en cada materia. Al comienzo del año (o semestre) los libros se distribuían entre los profesores, que estaban obligados a usarlos de acuerdo con las regulaciones establecidas por cada facultad relativas al programa diario, la duración del curso, el aula que debía usarse, el vestido académico que se había de llevar, y el método a seguir. La clase era en sentido estricto una praelectio (de donde el alemán Vorlesung); el profesor tenía que leer el texto; en las clases ordinarias no se permitía dictar nada más allá de las divisiones y conclusiones y cuantas correcciones en el texto juzgaba necesarias. Se suponía que los estudiantes tenían sus propios ejemplares del texto; si eran demasiado pobres para procurarse los libros, el profesor podía dictarles el texto a ellos, no en la clase ordinaria sino en clases especiales o ejercicios (recitaciones). El plan de la clase era analítico: explicación cuidadosa y definición de términos (ponere et determinare); división de la materia y discusión de los diversos puntos seguidos por un resumen de lo esencial (scindere et summare); presentación de los problemas sugeridos por el texto (quaestiones), y solución de objeciones. En las clases de derecho la lectura de glosas era una característica importante, y se proponían frecuentemente casos para ilustrar los principios. En las clases ordinarias, se daba por supuesto que los estudiantes no hacían preguntas; en las extraordinarias se permitía una mayor libertad, siendo los estudiantes animados a expresar sus dudas respecto al sentido de los textos y a solicitar mayor información sobre los asuntos oscuros. Una formación más completa, sin embargo, se daba en la recapitulación y en las recitaciones que los maestros tenían en épocas establecidas para el tratamiento de problemas especiales. Los ejercicios, llevados a cabo en forma dialéctica, concedían plena oportunidad de discusión entre estudiante y maestro; y servían como exámenes en los que se constataba el progreso del alumno. Pero el ejercicio académico más importante era la disputa. Esta era de dos clases, d. ordinaria y d. de quodlibet. La disputa ordinaria tenía lugar cada semana y duraba desde la mañana hasta el mediodía, o hasta la tarde según el número de participantes. En el día reservado para este propósito se suspendían las clases y otros ejercicios, de forma que todos los maestros, licenciados y estudiantes pudieran estar presentes en la disputa. Uno de los maestros (disputans) anunciaba en forma de cuestión o tesis, la materia del debate; otros maestros (opponentes) presentaban argumentos contra la tesis; las respuestas a los argumentos se daban por dos o tres licenciados (respondentes) nombrados para la ocasión. El número de argumentos se fijaba por estatuto o era fijado por el decano de la facultad cuya función era presidir. Durante la disputa se empleaba la forma silogística. La disputatio de quodlibet se celebraba sólo una vez al año, pero con mayor solemnidad que la ordinaria, y sobre una gama más amplia de asuntos. El maestro elegido o designado para la ocasión, conocido como el quodlibetarius tenía que debatir una cuestión independiente con cada uno de los demás maestros que elegían apuntarse en las listas. La disputa duraba varios días, a veces una quincena. Los argumentos y sus soluciones se escribían y conservaban en forma de libro. Un ejemplar puede encontrarse en las “Quodlibetales” de Santo Tomás. Era principalmente a partir de estas clases, recitaciones, y disputas como se desarrollaba la obra de los doctores medievales; de forma que los diversos comentarios, summae, y libros de “sentencias” nos proporcionan la mejor idea de la enseñanza de la universidad tanto en su contenido como en su método.
Cursos de estudio: Grados La distribución de las materias a estudiar y de los libros a ser leídos en la carrera se regulaba con vistas a los grados, esto es, los diversos pasos (gradus) por los que el estudiante avanzaba desde el estadio de simple alumno al de maestro o doctor. El sistema de grados se desarrolló a partir de la necesidad de restringir el derecho a enseñar, y consiguientemente de fijar las cualificaciones que el maestro debía poseer. No surgieron, como no lo hizo la propia universidad, repentinamente, ni en todas partes presentaron los mismos detalles. Tres grados, sin embargo eran generalmente reconocidos: bachillerato, licenciatura, y doctorado o maestría. Los requisitos para estos variaron en diferentes periodos y en diferentes universidades; cada facultad, además, tenía sus propias regulaciones respecto a la duración de las carreras y las materias de estudio; en particular, había una diferencia bastante grande entre la facultad de artes y las facultades superiores teología, medicina, y derecho. Para las carreras de artes, ver ARTES, LICENCIADO EN; ARTES, FACULTAD DE; ARTES, MAESTRO EN.
En teología, los textos eran la Biblia y las “Sentencias” de Pedro Lombardo; en derecho, los libros arriba mencionados; en medicina, las obras de Galeno, Avicena, y otros autores prescrito para Montpellier por Clemente V en 1309. La carrera médica incluía también trabajos prácticos en anatomía, para las que servían de guía la “Anatomía” de Mondino (1275-1326) de Bolonia y un texto similar de Henri de Mondeville (1260-1320) de Montpellier. Más adelante, se requería del estudiante, antes de su graduación, que acompañara al profesor en las visitas de este último a los enfermos con la finalidad de estudio clínico. Para los grados en las facultades superiores, ver DOCTOR.
Estudiantes El rasgo más visible del cuerpo estudiantil en su conjunto era su carácter cosmopolita. Esto se evidenciaba en la división en naciones arriba mencionada. La Universidad de Bolonia debió su origen principalmente a las asociaciones de estudiantes extranjeros, y entre estas los alemanes disfrutaron de excepcionales privilegios. En París la nación inglesa fue destacada, y los estudiantes irlandeses se encontraban en las universidades continentales mucho antes de que fueran expulsados de las universidades inglesas en 1423. Cuál fuera el número total en algunas de las universidades más antiguas es una cuestión debatida. Según Odofredo, Bolonia, a fines del Siglo XII, tenía 10.000; Oxford, según Richard Fitz Ralph (muerto en 1360), tuvo en una época 30.000, y en la suya 6.000; los relatos más antiguos daban a París entre 20.000 y 40.000. Estimaciones recientes han reducido esas cifras, concediendo a París un máximo de 6 ó 7.000, a Bolonia aproximadamente lo mismo, a Oxford 1.500-3.000 (Rashdall, op.cit. infra). Para las universidades alemanas, las cifras son aún más pequeñas; en 1380-89 Praga tenía 1.027, en la segunda mitad del Siglo XVI Viena tenía 933, en 1450-1479 Colonia tenía 852, en 1472 Leipzig tenía 662; mientras que Greifswald en 1465-1478 tenía sólo 103 y Friburgo, en 1460-1500, sólo 143 (Paulsen). En lo que respecta a la edad las diferencias eran considerables. Un muchacho podía empezar artes entre los doce y los quince años de edad y graduarse a los veinte o veintidós. Los estudiantes de las facultades superiores eran, por supuesto, hombres mucho mayores. Los candidatos al doctorado en teología en París deben haber sido de más de treinta años; y no era raro en sacerdotes que ya habían pasado algún tiempo en el ministerio, matricularse en la universidad; un abad, un preboste, o incluso un obispo podían convertirse en estudiantes sin sacrificar su dignidad.
El frecuente uso de la palabra clericus o “clérigo” para designar a un estudiante de universidad, no implica que todo estudiante fuera un eclesiástico. En Bolonia estaba claramente trazada la distinción entre el scholaris y el clericus; los estatutos referentes al rector preveían que debía ser un estudiante de Bolonia y, además, “un clérigo soltero, que llevara vestido clerical y no perteneciera una orden religiosa”. Disposiciones similares se encuentran en Florencia, Perugia, y Padua. Mucho antes del surgimiento de las universidades, los clérigos disfrutaban de ciertos privilegios e inmunidades, y estas se extendieron, cuando se establecieron las universidades, a todos los estudiantes, laicos y clérigos por igual. El laico había de llevar naturalmente el ropaje clerical no meramente como vestido académico sino como evidencia de que tenía derecho a los privilegios clericales. Incluso en París y Oxford, donde el elemento eclesiástico dominaba, el disfrute de esos privilegios no dependía de la recepción de la tonsura, esto es, de la admisión al estado clerical en sentido canónico (Rashdall, II, 646). El celibato, sin embargo, era obligatorio para todos los estudiantes y maestros; como regla, un maestro que se casaba perdía su posición, y aunque a veces se menciona a estudiantes casados, por ejemplo, en Oxford, estaban incapacitados para obtener grados. Aun así, el celibato no estuvo universalmente vigente; había profesores casados de medicina en Salerno, y en la universidad de la Curia Romana, que estaba bajo la directa supervisión del Papa, los maestros de derecho tenían sus mujeres e hijos. Uno de los famosos canonistas de Bolonia fue Joannes Andrea (1270-1328), cuya hija Novella a veces daba clase en su lugar. En París la obligación del celibato para los maestros en medicina fue suprimida por el cardenal d’Estouteville en 1452, para los de derecho por los estatutos de 1600. El primer rector de Greifswald (1456) estaba casado, y también lo estaba el rector de Viena en 1470. En otras universidades alemanas el requisito del celibato permaneció en vigor más tiempo, debido en parte, al menos, al hecho de que muchas de las cátedras estaban dotadas con la renta de canonjías; pero esto no implicaba que los laicos estuvieran excluidos de los puestos universitarios.
Un elemento importante en el cuerpo estudiantil y en el conjunto de la vida universitaria fue aportado por las órdenes religiosas. En Italia habían sido durante mucho tiempo los profesores reconocidos de teología, y cuando se estableció la facultad de teología en Bolonia en 1260, proporcionaron los profesores y la mayoría de los estudiantes. Los dominicos se establecieron en París en 1217 y en Oxford en 1221; los franciscanos en París en 1230 y en Oxford en 1224. En ambas universidades tenían también conventos los carmelitas y los agustinos. Los miembros de estas órdenes en su vida de comunidad disfrutaban de muchas ventajas; un hogar permanente en el que sus necesidades materiales estaban aseguradas, horario regular de estudio, disciplina, y práctica religiosa; y para cada orden el vínculo de fraternidad era una fuente de fuerza y solidaridad. No es entonces sorprendente que los religiosos ocuparan un alto rango como alumnos y profesores. De los clérigos seculares algunos vivían en apartamentos, otros con sus maestros, y otros aun, los “martinets”, con los ciudadanos. Los estudiantes frecuentemente se asociaban y vivían en una residencia alquilada (hospicium) bajo la dirección de uno de los suyos, un licenciado o maestro elegido por ellos como director. Para los estudiantes más pobres se establecieron colegios y se dotaron con becas por fundadores generosos. Entre 1200 y 1500 París tuvo seis colegios; Oxford, once; Cambridge, trece. Los fundadores fueron principalmente obispos, canónigos, u otros eclesiásticos; pero los laicos, incluyendo los soberanos, tuvieron su parte (ver OXFORD, UNIVERSIDAD DE: I. Origen e Historia). En Bolonia el más famosos fue el Colegio de España fundado por Gil de Albornoz, cardenal arzobispo de Toledo (muerto en 1367). Los colegios en las universidades alemanas fueron primariamente para beneficio de los maestros, aunque los alumnos también eran recibidos. Los residentes en colegios de París eran estudiantes de artes o teología; eran conocidos como socii (socios) y estaban gobernado por un maestro, o por varios maestros si los estudiantes pertenecían a facultades diferentes. Se requería de los maestros que tuvieran recitaciones de las materias tratadas en las escuelas de la universidad y que “instruyeran fielmente a los alumnos en la vida y doctrina”. Esta tutoría se hizo gradualmente más importante que las clases de la universidad, y atrajo a los colegios a un gran número de estudiantes aparte de los que tenían bolsas de estudio o becas; para la mitad del Siglo XV casi toda la universidad residía en los colegios, y los paraninfos servían sólo para la conclusión y los comienzos. De esta manera, la Sorbona, originariamente un hospicio para clérigos pobres , se convirtió en el centro de la enseñanza teológica en París. La universidad, sin embargo, reclamó y ejerció el derecho de inspección y de actuación disciplinaria. En 1457 obligó a los “martinets” a vivir en algún colegio o cerca de él, y prohibió la emigración de estudiantes de casa de un maestro a la de otro; y en 1486 decretó que los profesores de los colegios debían ser nombrados por la facultad de artes.
Con la fundación de los colegios, mejoró la disciplina. Las primeras regulaciones universitarias trataban principalmente de asuntos académicos, dejando a los estudiantes bastante libertad en otros aspectos. Según todos los relatos, esta libertad significó licencia en sus diversas formas—peleas, bebida, y ofensas más graves a la moralidad. Aun teniendo en cuenta la exageración de algunos escritores que acusan a los estudiantes de todos los crímenes, resulta claro de los estatutos de los colegios que era muy necesaria una reforma. Debe, sin embargo, recordarse que en cualquier época los elementos borrascosos y rebeldes son más visibles que los estudiantes serios y concienzudos; y sin duda es mérito de la universidad medieval, como factor social, que tuviera éxito en imponer alguna clase de disciplina al abigarrado tropel de trataba de enseñar. Cuando llegó la reforma, compitió bastante, en minuciosidad y rigor, con la forma de vida monástica. Pero no pudo evitar la supervivencia de ciertas prácticas, por ejemplo, la iniciación y deposición del bejaumus (pico amarillo), la forma medieval de las novatadas; ni estableció una tranquilidad perfecta en la universidad.
Agitaciones de una naturaleza más seria afectaron al desarrollo de las universidades. Tanto París (1252-1261) como Oxford (1303-1320) se enredaron en querellas con los frailes mendicantes. Los repetidos conflictos con la ciudad, especialmente la “matanza” de 1354 en Oxford, se volvieron finalmente en beneficio de la universidad, que, como dice Rashdall (II, 407) “prosperó por sus propias desgracias”. Fue el canciller quien más se aprovechó y cuya jurisdicción se extendió gradualmente hasta que, en 1290, incluía “todos los crímenes cometidos en Oxford cuando una de las partes fuera un estudiante, excepto los alegatos de homicidio y mutilación” (Rashdall, II, 401). En 1395, una Bula de Bonifacio IX eximía la universidad de toda jurisdicción episcopal o archiepiscopal; pero a consecuencia de la oposición del arzobispo la Bula fue revocada por Juan XXIII en 1411, sólo para ser renovada en 1479 por Sixto IV. El conflicto entre Nominalismo y Realismo fue en sí mismo una disputa escolástica; con todo estaba estrechamente relacionada con la “reforma” inaugurada por Wyclif; y mientras que Wyclif puede ser considerado como un campeón de la libertad intelectual, es interesante señalar entre sus errores condenados en Constanza (1415) y por Martín V (1418), la proposición de que “las universidades con sus estudios, colegios, graduaciones, y maestrías, fueron introducidas por vano paganismo; hacen a la Iglesia el mismo bien que el diablo” (Denzinger-Bannwart, “Enchiridion”, n.609)
En la apreciación más calmada de los historiadores modernos la universidad medieval fue un potente factor de ilustración y orden social. Despertó el entusiasmo por aprender, e impuso disciplina. Su formación aguzó la inteligencia, aunque subordinó la razón a la fe. Fue el centro en el que la filosofía y la jurisprudencia de la antigüedad fueron restauradas y adaptadas a los nuevos requerimientos. De ella ha heredado la universidad moderna los elementos esenciales de enseñanza colectiva, organización en facultades, carreras, y grados académicos; y la herencia ha sido transmitida a través de los múltiples trastornos que hundieron la enseñanza antigua y rompieron en dos la Cristiandad.
Renacimiento y Reforma
El efecto de la “nueva enseñanza” en las universidades alemanas fue revolucionario. Al principio los profesores humanistas se llevaron bien con el resto de la facultad; pero cuando afirmaron su superioridad como representantes del único conocimiento real, se siguieron amargos ataques y recriminaciones. Los humanistas ridiculizaban el latín bárbaro de la universidad y las lamentables traducciones de Aristóteles utilizadas en comentarios y clases. Luego acometieron contra el método escolástico de enseñanza con sus interminables nimiedades y disputas, y se esforzaron por sustituir la retórica con la dialéctica. Finalmente atacaron el contenido mismo, declarando que se pasaba mucho tiempo para conseguir muy poco conocimiento de casi ningún valor. Todas las acusaciones se redactaron en publicaciones que se distinguían por su brillante estilo y aguda invectiva; por ejemplo, las “Epistolae obscurorum virorum”, escrita contra los profesores de artes y teología, especialmente los de Leipzig y Colonia. Esta violenta sátira contenía mucho que era falso o exagerado, y por tanto calculado más para añadir nueva perturbación que para llevar a cabo la reforma que realmente se necesitaba. Los mejores días del escolasticismo, en efecto, habían pasado; las universidades ya no tenían los líderes del pensamiento que habían producido en el Siglo XIII; tanto los estudios como la disciplina estaban en decadencia. El Humanismo triunfó, en primer lugar, porque, como reacción y novedad, atraía a los hombres más jóvenes que estaban ansiosos de liberarse de la sequedad de los ejercicios escolásticos y de las restricciones impuestas por los estatutos de los colegios. Su conducta revoltosa y sus incesantes pendencias con las gentes de la ciudad dieron a los príncipes y a las autoridades municipales un pretexto para emprender reformas universitarias; y la reforma consistió en colocar bajo control a los humanistas. Estos conflictos y medidas para remediarlos, sin embargo, eran sólo la superficie de un movimiento mucho más profundo. Antes de imponerse en las universidades, el Humanismo había triunfado en las clases más altas e influyentes del pueblo sirviendo, en forma de literatura, al espíritu de lujo que el desarrollo y creciente riqueza de las ciudades había engendrado. Sin duda había encanto en la dicción elegante de los humanistas; pero su fuerza de atracción residía en la rehabilitación de las opiniones e ideales de vida que el naturalismo del mundo pagano había expresado en forma perfecta y que devolvía a los hombres a sí mismos y a la tierra. Aristóteles había triunfado en el Siglo XIII; en el XV fue vencido por los oradores y los poetas.
El Renacimiento, que se originó en Italia, se había extendido desde allí a los países del norte. Su introducción en las universidades de Italia y Francia no condujeron a una revuelta contra la Iglesia; los papas fueron sus patrocinadores, y muchos distinguidos humanistas permanecieron fieles al catolicismo. En Alemania e Inglaterra, por el contrario, el Renacimiento se fundió con otro movimiento que tuvo consecuencias mucho más serias. Lutero, aunque no simpatizaba con el Humanismo, se inclinaba por hacer desaparecer la teología escolástica mediante la vuelta, como reclamaba, a la pura enseñanza del Evangelio; y habría acabado con las universidades, que él denunciaba como talleres del diablo. Las violentas discusiones teológicas suscitadas por la doctrina reformadora tuvieron un efecto desastroso, no sólo para el Humanismo, sino también para la vida de las universidades. Algunas de ellas cerraron sus puertas, y casi todas estuvieron en peligro de disolución por falta de estudiantes. Melanchton declaró que la filosofía era el culto a los ídolos y que él único conocimiento necesario para un cristiano tenía que obtenerse de la Biblia. Pero los reformadores se dieron cuenta pronto de que su causa no podía prescindir de la educación superior; y fue el propio Melanchton quien reformó las universidades existentes y organizó las nuevas, esto es, las fundaciones protestantes, Marburgo (1527), Königsberg (1544), Helmstadt (1574). La dotación se obtuvo de las rentas de los monasterios confiscados y de otras propiedades de la Iglesia; la filología clásica y la nueva teología ocuparon el lugar del escolasticismo; y las universidades se convirtieron en instituciones estatales bajo control de los príncipes seculares. Como resultado, las universidades perdieron en gran parte su carácter internacional. En lugar del studium generale medieval, surgió una multitud de instituciones cada una limitada a su propio territorio y fieles al credo de sus fundadores.
Durante los Siglos XVI y XVII, la organización tradicional se conservó; pero la cultura clásica estaba en decadencia, y hubo poco progreso en otras ramas. “A fines del Siglo XVII las universidades alemanas habían descendido al nivel más bajo que nunca habían alcanzado en la estimación pública y en su influencia sobre la vida intelectual del pueblo alemán...La ciencia académica ya no estaba en contacto con la realidad y sus ideas predominantes; se quedó pronto en un sistema obsoleto de instrucción por organización y estatutos, y un penoso conformismo fue el único resultado de su actividad. Añadido a esto estaba la grosería prevaleciente de la vida en su conjunto. Los estudiantes se habían hundido en las profundidades más bajas, y las jaranas y pendencias, llevadas a los límites de la brutalidad y bestialidad, llenaban en gran medida sus días” (Paulsen, “Las universidades alemanas”, p.42).
Cuando Erasmo vino a Inglaterra en 1497, los estudios clásicos importados de Italia ya se cultivaban en Oxford por hombres como Colet, Groeyn, Lynacre y sir Thomas More. En 1516, Richard Fox, obispo de Winchester, dotó la primera cátedra de griego y fundó el Corpus Christi College. En 1525, Wolsey fundó el Cardinal College y contrató a eminentes profesores para “cultivar la nueva literatura al servicio de la vieja Iglesia” (Huber). Pero sus magnificentes designios fueron interrumpidos por la cuestión del divorcio de Enrique (VIII) y Catalina de Aragón. En Cambridge también el movimiento renacentista fue promovido por las enseñanzas de Erasmo y los esfuerzos del obispo Fisher; pero al mismo tiempo los escritos de Lutero estaban siendo estudiados por un grupo de estudiantes bajo (la dirección de) Tyndale y Latimer, y fue Cranmer, entonces un miembro de la junta del Jesus College, quien sugirió que la legalidad del matrimonio de Enrique fuera remitida a las universidades de la Cristiandad. Después de alguna oposición tanto Oxford como Cambridge dieron una opinión favorable al rey; y finalmente se declararon por la separación de Roma que se consumó por la Ley de 1534. Por las Interdicciones Reales de 1535, se abolió la enseñanza del derecho canónico y de las Sentencias; Aristóteles, sin embargo, se mantuvo, y se fomentó el estudio del derecho civil, el hebreo, las matemáticas, la lógica, y la medicina. El expolio de los monasterios, que habían dado asilo a muchos de los estudiantes más pobres, redujo las cifras en las universidades. En 1549 una inspección real eliminó de los estatutos toda huella de papismo, y abolió numerosos estipendios que anteriormente se daban para misas. En un espíritu de iconoclastia, altares, imágenes, y estatuas fueron arrancadas de las capillas de los colegios, y muchos valiosos manuscritos de las bibliotecas fueron quemados. Bajo el breve gobierno de María (Tudor) los protestantes sufrieron a su vez; Cranmer, Ridley, y Latimer perecieron en la hoguera en Oxford, y los estatutos anticatólicos fueron derogados. Durante el reinado de Isabel y la cancillería de Leicester, todo estudiante de Oxford mayor de dieciséis años estaba obligado a suscribir al matricularse los Treinta y Nueve Artículos y la (Ley de) Supremacía Real, una medida que hizo de la universidad una institución exclusiva de la Iglesia de Inglaterra. En Cambridge un mandato real de 1613 requería de todos los candidatos a la licenciatura en teología, o al doctorado en cualquier facultad suscribir los Tres Artículos. En ambas universidades, el puritanismo fue un elemento perturbador, y un buen número de sus seguidores fue obligado a abandonar Cambridge. En 1570 entraron en vigor los estatutos isabelinos “habida cuenta de la nuevamente creciente audacia y la excesiva licencia de los hombres” como declara el preámbulo. Estas nuevas regulaciones limitaban el poder de los procuradores y disponían que fueran elegidos, no como anteriormente, por los regentes, sino según una rotación de colegios. El código isabelino permaneció en vigor durante casi tres siglos. Bajo Carlos I se tomaron disposiciones similares respecto a Oxford por los estatutos de Laud (1636), y toda la administración de la universidad fue confiada al vicecanciller, a los procuradores, y a los directores de los colegios. “Este estatuto estereotipó eficazmente el monopolio administrativo de los colegios, y destruyó toda huella de la antigua constitución democrática que había sido controlada únicamente por la autoridad de la Iglesia medieval” (Brodrick). Oxford se gobernó por este código hasta 1854.
En Escocia, tras la abolición de la jurisdicción papal y la ratificación de la doctrina protestante en 1560, las universidades sufrieron gravemente. “Para St. Andrews, como para las demás universidades, la reforma hizo un serio daño. Su constitución y organización fueron alteradas por la disidencia eclesiástica; su renta se vio muy reducida por la rapacidad de los nobles que se apropiaron de la parte del león del patrimonio de la Iglesia. De una renta muy disminuida había que sostener los estipendios de las parroquias que pertenecían a ellas. Esto fue acompañado necesariamente de una reducción de los salarios de los profesores, a la que ciertas concesiones de sucesivas administraciones hicieron pequeñas pero insuficientes enmiendas. La asistencia de estudiantes se vio también afectada negativamente” (Kerr, p. 108). Aunque se propusieron varios planes de reforma, especialmente por Knox, se mostraron ineficaces debido a los tumultos sobre religión y a las alternativas entre episcopalismo y presbiterianismo. Las universidades se convirtieron en instituciones del estado en 1690 y los exámenes religiosos fueron puestos en vigor para todos, médicos y funcionarios. Los currículos y la organización, sin embargo, conservaron durante mucho tiempo sus rasgos medievales. Durante los Siglos XVII y XVIII, se introdujeron diversas modificaciones en las carreras; se fundaron nuevas cátedras y mejoraron las condiciones financieras.
En París este periodo fue testigo de la larga querella entre la universidad y los jesuitas (Ver COMPAÑÍA DE JESÚS: Historia; Francia), las irrupciones del galicanismo y del jansenismo, y la sustitución de la supremacía papal por la real. Ya en 1475 (1457), Carlos VII había colocado la universidad bajo la jurisdicción del Parlamento; para finales del Siglo XVI la secularización era completa. Si Richelieu, reconstruyendo la Sorbona, y Mazarino estableciendo el Collège des Quatre-Nations, realzaron el esplendor externo de la universidad, no la dotaron de vitalidad suficiente como para detener el nuevo movimiento filosófico que culminó en la obra de los enciclopedistas y en la Revolución. En 1793 la universidad fue suprimida y con ella todas las demás universidades de Francia. Napoleón I las reorganizó como facultades bajo la única universidad imperial situada en París; y esta disposición continuó hasta que, en 1896, se restauraron las facultades a su rango universitario.
Periodo Moderno
En Alemania, el Siglo XVIII trajo decididos cambios que algunos autores (Paulsen) consideran el origen de la universidad moderna. Desde Halle, fundada en 1694, la filosofía racionalista de Christian Wolff se extendió a todas las universidades protestantes, y desde Göttingen (1737) lo hizo el nuevo Humanismo, especialmente el estudio del griego. La libertad de investigación se convirtió en el rasgo característico de la universidad; la clase sistemática reemplazó a la exposición de textos; los ejercicios de seminario sustituyeron a las disputas; y el alemán fue utilizado en vez del latín como vehículo de instrucción. La fundación de la Universidad de Berlín (1800) fue otro avance en el camino de la cultura científica libre. La filosofía se convirtió en la materia principal de estudio. Lo siguiente en importancia fue la filología, románica clásica y germana. El desarrollo del método histórico y su aplicación a todas las ramas de la investigación están entre los principales logros del Siglo XIX. En ciencias naturales se reconoció como indispensable la formación en laboratorios, y el estudio de la medicina se estableció sobre una nueva base mediante métodos de investigación mejorados. La investigación especializada con becas productivas , más que la acumulación de conocimientos, fue tenido por el objetivo de la labor universitaria. Como resultado los departamentos de ciencias se multiplicaron y en cada uno de ellos se incrementó rápidamente el número de cursos. Este fue el caso especialmente en la facultad de filosofía, que llegó a incluir prácticamente todo lo que no pertenecía a teología, medicina, o derecho. El grado de licenciado en artes desapareció, el de maestro en artes se refundió con el doctorado en filosofía, y éste tuvo su significación principal como requisito para la enseñanza. Se asignó gran importancia a la preparación de los maestros para escuelas y gimnasios, mientras que en la propia universidad, la selección de profesores fue asegurad mediante el sistema de los Privatdozents, esto es, instructores que tenían el privilegio de enseñar pero no derecho oficial ni salario. Estos instructores a menudo enseñan en varias universidades antes de ser promovidos al profesorado, y así adquieren una amplia experiencia tanto como se familiarizan con las condiciones de las diferentes partes del imperio. Los estudiantes también son animados a pasar de una universidad a otra. Ya no viven en colegios, ni están exentos del control municipal ni del servicio militar. La mayor parte de ellos, sin embargo, son miembros de alguna Verein o Verbindung, que desarrolla el espíritu social, aunque a menudo anima a duelos, borracheras y otras prácticas que apenas favorecen el progreso intelectual o moral.
En Inglaterra y Escocia el Siglo XIX fue marcado por cambios numerosos y de largo alcance. Una sucesión de estatutos revisó el sistema de exámenes y grados; las pruebas religiosas fueron abolidas en las universidades inglesas en 1871, en las escocesas en 1892; muchos de los juramentos tradicionales desaparecieron, y las restricciones impuestas por el código isabelino fueron en gran parte retiradas. La tendencia de la legislación (Leyes de 1854, 1856,1877) estaban en línea con las reformas recomendadas por la Comisión Real en 1852, esto es, “la restauración en su integridad de la antigua supervisión de la universidad sobre los estudios de sus miembros mediante la extensión de sistema profesoral, añadiendo a ese sistema tantos instrumentos suplementarios como sean precisos para que pueda obviar las indebidas usurpaciones del de las clases particulares...la retirada de toda restricción sobre elecciones a las juntas de gobierno y becas...una adecuada contribución de los fondos colectivos de los diversos colegios a hacer el curso de la enseñanza pública, llevado a cabo por la propia universidad, más eficiente y completo”. Este movimiento hacia un resurgimiento de la autoridad de la universidad ha sido promovido por Lord Curzon en sus “Principios y métodos de reforma universitaria” (1909). El monopolio de la educación superior hasta entonces disfrutado por Oxford y Cambridge fue roto por la creación de nuevas universidades; Durham se estableció en 1832, y la Universidad de Londres, fundada en 1825 y establecida como una institución que examinaba y confería grados en 1838, fue reorganizada sobre una base más amplia en1889.El movimiento de extensión universitaria, inaugurado en Cambridge en 1867, fue seguido también por Oxford. Las mujeres fueron admitidas a los exámenes y grados en Londres en 1878, en Cambridge en 1881 y en Oxford en 1884. Las universidades escocesas fueron remodeladas en 1858 y en 1889; el sistema de estudios y grados fue reorganizado y se consiguió una mayor uniformidad en su gobierno. En Aberdeen y Glasgow, sin embargo, el rector es elegido aún por los estudiantes matriculados, que están divididos en cuatro naciones como en la Edad Media. Las mujeres fueron admitidas como estudiantes en 1892.
Para las primeras fundaciones en América ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS. En los Estados Unidos las universidades más antiguas se desarrollaron a partir de colegios modelados según los de Inglaterra; Harvard (1636), Yale (1701), Princeton (1726), Washington y Lee (1749), la Universidad de Pennsylvania (1751), King’s, esto es, Columbia (1754), Brown (1764). El primer paso hacia la instrucción universitaria fue la añadidura de estudios de graduación proseguidos por estudiantes residentes (mencionados en Harvard hacia fines del Siglo XVIII). Durante el primer cuarto del Siglo XIX, los estudiantes americanos comenzaron a estudiar en Alemania y naturalmente, al volver a su propio país, buscaron introducir elementos de las universidades alemanas. No fue, sin embargo, hasta 1861 que se otorgó el doctorado en filosofía (Yale); desde esa época, las universidades se han desarrollado rápidamente pero no según un plan uniforme de organización. En todas estas instituciones hay una combinación de estudios de graduación e inferiores, y en muchas de ellas departamentos de ciencia pura existen junto a escuelas profesionales; pero sería imposible seleccionar ninguna de ellas como la universidad americana típica, y es difícil agruparlas sobre una base puramente educativa. Esta diversidad es en gran medida debida al hecho de que las instituciones americanas, especialmente las más recientes, han sido organizadas para enfrentarse con necesidades reales más que para perpetuar tradiciones; y puesto que esas necesidades estaban cambiando constantemente, es bastante comprensible que aparecieran nuevas formas de organización universitaria y que las formas más antiguas debieran ser revisadas frecuentemente. Aparte, sin embargo, de los detalles, lo que puede llamarse la situación de la universidad presenta ciertos rasgos que son dignos de señalarse.
(1) Las universidades más antiguas fueron establecidas y dotadas por individuos privados, y han conservado su carácter privado. Incluso cuando los estados han organizado universidades propias, no se han tomado medidas para evitar las fundaciones privadas; estas últimas son de hecho como de una clase más influyente que las controladas por el Estado, y, por otro lado, las universidades privadas están facultadas para dar grados mediante cartas otorgadas por el Estado. Esta libertad está mucho más de acuerdo con el espíritu de las instituciones americanas y es más esencial a la prosperidad nacional que cualquier uniformidad inflexible e inalterable bajo el dominio estatal.
(2) Desde el principio, como declaran explícitamente las cartas más antiguas, la promoción de la moralidad y la religión, no meramente de forma general, sino de acuerdo con la fe de alguna denominación cristiana, era una de las finalidades confesadas de los fundadores; y las escuelas de teología se mantienen aún en Harvard, Yale, y Princeton. Pero las universidades estatales y casi todas las universidades privadas fundadas más recientemente excluyen la teología. Hay una tendencia decidida que cuenta con un poderoso respaldo financiero a hacer la universidad no-sectaria, eliminando toda prueba religiosa y quitando influencia a las denominaciones.
(3) Además de las asignaciones estatales, se aportan grandes sumas por personas individuales a la dotación de las universidades y al establecimiento de institutos de investigación científica. Tal liberalidad es una evidencia del interés práctico tomado en la educación, que se considera como el mejor medio de perfeccionamiento de las condiciones morales, sociales, y económicas. Si el resultado final será la aplicación de un test del dinero para decidir qué sea y qué no sea una universidad, dependerá en gran medida de los niveles de cultura que se adopten y de la idea de sus funciones como poder social que se forme la institución a la que se confía tanta riqueza.
(4) El carácter práctico de la formación universitaria se muestra por la atención que se presta a la instrucción técnica en todas sus formas. La preferencia por la ciencia aplicada manifestada por muchos estudiantes tiene un serio efecto no sólo en la política y currículo de la universidad, sino también en la labor de las escuelas secundarias y elementales, en las que el valor relativo de los estudios vocacionales y culturales se debate intensamente.
(5)Como la eficiencia de la universidad está en parte determinada por la calidad y extensión de la educación previa del estudiante, uno de los principales problemas que demandan solución en la actualidad es la relación entre la universidad y las escuelas preparatorias. En la empresa de garantizar relaciones satisfactorias entre colegio, escuela superior, y escuela elemental, la universidad ejerce una influencia que va impregnando más el sistema educativo conforme éste se articula más completamente. Toda la problemática del ajuste será resuelta probablemente no tanto por la discusión o la legislación cuanto por la formación de los profesores, que tiene ahora un destacado lugar en cada una de las universidades más grandes.
(6) Aunque las mujeres han formado desde hace tiempo la mayoría del profesorado en las escuelas elementales y públicas, no fueron admitidas en las universidades hasta aproximadamente mediados del Siglo XIX. El movimiento coeducativo comenzó en las universidades estatales del Oeste, recibió un nuevo ímpetu en la Universidad de Michigan en 1870, y luego se extendió rápidamente al Este. En algunas universidades todos los departamentos de instrucción están hoy abiertos a las mujeres en pie de igualdad con los hombres; en otras, las mujeres están excluidas de las carreras de derecho, medicina, e ingeniería y reciben enseñanza separada en colegios filiales.
(7) En los años recientes, la extensión universitaria, los cursos por correspondencia, y los exámenes locales han capacitado a la universidad para ensanchar su esfera de actividad. Puede parecer en realidad que el movimiento centrípeto que en la Edad Media traía a los estudiantes de todas partes al studium generale, se hubiera hoy revertido o al menos reconsiderado en dirección opuesta.
Acción Católica
Las universidades de Francia, Italia, y España, aunque afectadas en alguna medida por la Reforma, habían permanecido leales a la Fe Católica, y conservaron sus cátedras de ciencia eclesiástica. Lovaina especialmente, mientras desarrollaba a un alto grado las humanidades, resistió las acometidas del protestantismo. El Concilio de Trento ordenó que se tomaran disposiciones para el estudio de la Escritura, que los beneficiados que estudiaban en las universidades disfrutaran de sus privilegios tradicionales, que los obispos y otros dignatarios fueran seleccionados con preferencia de entre profesores de la universidad y graduados (Sess. V, can.i; VII, xiii; XIV, v; XXII, ii; XXIII, vi; XXIV, viii, xii, xvi, xvii). También dispuso sobre la educación de los sacerdotes mediante sus decretos relativos al establecimiento de seminarios eclesiásticos. (Ver SEMINARIOS ECLESIÁSTICOS). Pero la Iglesia no perdió el interés en las universidades ni desistió de establecer nuevas. A pesar de la pérdida de rentas derivada de la confiscación de propiedades eclesiásticas, se fundaron universidades o academias en Dillingen (1549), Würzburg (1575), Paderborn (1613), Salzburgo (1623), Osnabruck (1630), Bamberg (a648), Olmutz (1581), Graz (1586), Linz (1636), Innsbruk (1672), Breslau (1702), Fulda (1732), y Münster (1771). A este periodo pertenecen también las universidades francesas de Douai (1559), Lille (1560), Pont-à-Mousson, más tarde Nancy (1572), y Dijon (1722); las italianas de Macerata (1540), Cagliari (1603), y Camerino (1721); las españolas de Granada (1526) y Oviedo (1574); Manila en Filipinas (1611) y las fundaciones sudamericanas (ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS). La mayor parte de estas nuevas universidades fue confiada a los jesuitas, cuyos colegios rivalizaban con las universidades en materia de estudios clásicos, y las superaban en cuestión de disciplina. Después de la supresión de la Compañía (1773), las cátedras que habían ocupado fueron, bien abolidas, bien transferidas a profesores seculares. Entre los documentos papales tratando de las universidades deben citarse: la Constitución “Imperscrutabilis”, dirigida por Clemente XII (4 de Diciembre de 1730) a Felipe V de España respecto a la Universidad de Cervera; la “Quod divina sapientia”, publicada el 28 de Agosto de 1824 por León XII para la reforma de los estudios en los Estados Pontificios y algunas otras provincias de Italia; el Breve por el que Gregorio XVI, el 13 de Diciembre de 1833, aprobó la acción de los obispos belgas de restaurar la Universidad de Lovaina; y la Carta Apostólica de Pío IX, de 23 de Marzo de 1852, aprobando los estatutos de la Universidad de Dublín, cuya fundación había sido decidida por el episcopado irlandés en el Concilio de Thurles en 1850.
Durante la última mitad del Siglo XIX las universidades españolas e italianas fueron asumidas por el Estado, y las facultades de teología desaparecieron. En Francia, bajo el actual sistema, no hay ninguna facultad de teología en las universidades estatales; las facultades católicas de París, Burdeos, Aix, Ruán y Lyon fueron abolidas en 1882, y las facultades protestantes de París y Montauban se convirtieron en escuelas teológicas libres en 1905. En 1875, sin embargo, los obispos franceses establecieron universidades católicas independientes o institutos en Angers, Lille, Lyon, París y Toulouse. En Alemania, aunque todas las universidades son instituciones estatales, hay facultades católicas de teología en Bonn, Breslau, Friburgo, Munich, Münster, Estrasburgo, Tübingen, y Würzburg. Los profesores son nombrados y pagados por el Estado, pero deben ser aprobados por los obispos, que tienen también el derecho de supervisar la enseñanza. Las universidades austriacas, aunque dañadas en el Siglo XVIII por el jansenismo y modificadas por diversas reformas en el Siglo XIX, conservan todavía la enseñanza de teología en las facultades de Graz, Innsbruck, Cracovia, Lemberg, Praga, Olmutz, Salzburgo, y Viena; y en Hungría en Agram y Budapest. Debe señalarse, sin embargo, que en Alemania y Austria la existencia de una facultad de teología no hace católica a toda la universidad; las demás facultades pueden incluir miembros que no profesen dicho credo. Esta situación naturalmente da origen a dificultades para los estudiantes católicos, especialmente en filosofía e historia. En países donde se disfrutaba una mayor libertad, la Santa Sede ha animado a nuevas fundaciones. Pío IX dio carta de fundación a Laval, Canadá (1876); León XIII a Beirut, Siria (1881), y a Ottawa, Canadá (1889). La Universidad de Friburgo, Suiza, establecida en 1889, fue cálidamente aprobada por León XIII. El proyecto de fundar una universidad católica en los Estados Unidos fue sugerido en el Segundo Concilio Plenario de Baltimore en 1866; su ejecución fue resuelta en el Tercer Concilio Plenario en 1884, y los estatutos de la Universidad Católica de América fueron aprobados por León XIII en la Carta Apostólica de 7 de Marzo de 1889.
Ley actual de la Iglesia
Las principales normas ahora en vigor relativas a las universidades son las siguientes: Para el establecimiento de una universidad católica completa, incluyendo las facultades de teología y derecho canónico, es necesaria la autorización del Papa; y esta sola basta si la fundación se hace con fondos eclesiásticos o dotación privada. Si se utilizan para esta finalidad fondos públicos del estado, se debe obtener igualmente autorización del poder civil. La Iglesia, además, reconoce el derecho del Estado, o de corporaciones o individuos bajo control del Estado, a establecer facultades puramente seculares, por ejemplo, de derecho o medicina (Clemente XII, Const. “Imperscrutabilis”, 1730). La Iglesia requiere que en las universidades fundadas por el poder civil para católicos, las facultades de teología y derecho canónico, una vez sean establecidas canónicamente, permanezcan sujetas a la autoridad eclesiástica suprema, y además, que los profesores en las demás facultades sean católicos y que su enseñanza esté de acuerdo con la doctrina católica y los principios de una sana moral.
Tal como aparece en las cartas papales recientes, la universidad disfruta de autonomía, por ejemplo, en el nombramiento de profesores, la regulación de los estudios, y la concesión de grados de acuerdo con los estatutos.
Por la Constitución "Sapienti Consilio", de 29 de Junio de 1908, la Congregación de Estudios está encargada de todas las cuestiones relativas al establecimiento de nuevas universidades católicas y de los cambios importantes en las ya fundadas.
Los grados en teología y derecho canónico otorgados sin examen por la Santa Sede a través de la Congregación de Estudios, dan al que los recibe los mismos derechos y privilegios que los grados conferidos tras examen por una universidad católica (Cong. Stud., 19 de Diciembre de 1903; Roviano, “De Jure ecclesiae in universitatibus studiorum” Lovaina, 1864; Wernz, "Jus Decretalium", III, Roma, 1901).
Obras Generales.-MEINERS, Gesch. der Entstehung u. Entwicklund der hohen Schulen (Gottingen, 1802-05); VON SAVIGNY, Gesch. des rom. Rechts im Mittelalter (2ª ed., Heidelberg, 1834); NEWMAN, Idea of a University (Londres, 1852); IDEM, Historical Sketches, III (Londres, 1872); DRANE, Christian Schools and Scholars (2ª ed., Londres, 1881); DENIFLE, Die Universitaten des Mittelalters bis 1400 (1 vol., Berlín, 1885); KAUFMANN, Gesch. der deutsch. Universitaten, I (Stuttgart, 1888); HINSCHIUS, System des kathol. Kirchenrechts, IV (Berlín, 1888); RASHDALL, The Universities of Europe in the Middle Ages (Oxford, 1895); LAURIE, Rise and Early Constitution of Universities (Nueva York, 1898); NORTON, Readings in the History of Education: Medieval Universities (Cambridge, Massachusetts, 1909); WALSH, The Thirteenth the greatest of Centuries (Nueva York, 1910). Especial.-Francia: Chartularium Univ. Paris., ed. DENIFLE y CHATELAIN (París, 1889-97); FOURNIER, Les statuts et privileges des universites francaises (París, 1890-94); DU BOULAY, Hist. Univ. Paris (París, 1865); JOURDAIN, Hist. de l'universitate de Paris au XXVII siecle (París, 1894). Alemania: ERMAN y HORN, Bibliographie der deutsch. Universitaten (3 vols., Leipzig, 1904); ZARNCKE, Die deutsch. Universitaten (Berlín, 1893); PAULSEN, Grundung. . .der deutsch. Universitaten im Mittelalter in VON STREL, Histor. Zeitschr. (1881); IDEM, Gesch. des gelehrten Unterrichts (2ª ed. Leipzig, 1896-7); IDEM, tr. THILLY, The German Universities (Nueva York, 1906); VON SYREL, Die deutsch. u. die auswartigen Universitaten (3ª ed., Bonn, 1883); KAUFMANN, Op. cit., II (Stuttgart, 1896). Great Britain: HURER, tr. F.W. NEWMAN, The English Universities (Londres, 1843); Munimenta Academica, ed. ANSTEY (Londres, 1868); Wood, ed. GUTCH, History and Antiquities. . .of Oxford (Oxford, 1792-96); LYTE, Hist. of the Univ. of Oxford (Londres, 1886); BRODRICK, A Hist. of the Univ. of Oxford (Londres, 1900); FULLER, Hist. of the Univ. of Cambridge (1655), ed. PRICKETT y WRIGHT (Cambridge, 1840); MULLINGER, Hist. of the Univ. of Cambridge (Cambridge, 1873-1911); Report of Commissioners to visit the Universities of Scotland (Londres, 1831); KERR, Scottish Education (Cambridge, 1910); WILLIAMS, The Law of the Universities (Londres, 1910). Italia: MURATORI, Antiquitates Italicae, III; TIRABOSCHI, Storia della letteratura italiana (Milán, 1822); ver también la bibliografía en BOLONIA, UNIVERSIDAD DE. España: DE LA FUENTE, Hist. de las Universidades. . .en España (Madrid, 1884-1889). América: ROSS, The Universities of Canada, Appendix to Report of the Minister of Education (Toronto, 1896); Report of the Commissioner of Education (Washington, D.C.), una publicación anual; ZIMMERMANN, Die Universitaten in dem Vereinigten Staaten Amerikas (Friburgo, 1896); PERRY, The American University in Monographs on Education in the U.S., ed. BUTLER (Albany, 1900); S. DEXTER, A Hist. of Education in the U.S. (Nueva York, 1904); DRAPER, American Education (Nueva York, 1909). Información relativa a todas las universidades del mundo se da en Minerva (Estrasburgo), cuyo Handbuch (Manual)(vol. I, 1911) describe la organización, y el Jahrbuch (Anuario), ahora en su vigésimo año, contiene anuncios anuales de cursos, equipamiento y estadísticas
EDWARD A. PACE Transcrito por Michael T. Barrett Dedicado a las Benditas Ánimas del Purgatorio Traducido por Francisco Vázquez