Diferencia entre revisiones de «Supresión de la Compañía de Jesús»
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− | [[Archivo:Pragmatica.gif|300px|thumb|left|]][[Archivo:Jesuita viejo.jpg|300px|thumb|left|]]La Supresión es la parte más dura de la historia de la Compañía. Después de haber disfrutado durante dos siglos y medio de una muy alta estima entre el pueblo católico, reyes, prelados y papas de repente pasó a ser objeto de una frenética hostilidad, fue cubierta de injurias, y eliminada con una dramática rapidez. Cada obra de los Jesuitas –sus vastas misiones, sus nobles colegios, sus iglesias- les fue arrebatada o fue destruida. Fueron desterrados y la orden fue suprimida con discursos severos y denunciatorios, incluso por parte del Papa. Lo que contrasta de la forma más sorprendente es que en esos momentos sus protectores eran antiguos enemigos: los rusos y Federico de Prusia. Al igual que muchos intrincados problemas, su solución puede hallarse empezando por aquello que es de fácil comprensión. Si retrocedemos una generación vemos que cada uno de los tronos que intervinieron de forma activa en la Supresión, incluido el Papa, estaba desbordado. Francia, España, Portugal e Italia fueron, y todavía son, víctimas de las extravagancias del movimiento revolucionario. La Supresión de la Compañía se debió a las mismas causas que en una posterior evolución dieron lugar a la Revolución Francesa. Estas causas variaron ligeramente según el país. En Francia se combinaron muchas influencias, como veremos: desde el jansenismo al librepensamiento, hasta la por entonces acuciante impaciencia por el antiguo orden de cosas (véase Francia, VI, 172). Algunos han creído que la Supresión se debió en principio a estas corrientes de pensamiento. Otros la atribuyen principalmente al absolutismo de los borbones. Pero, aunque en Francia el rey era reacio a la Supresión, las fuerzas destructoras adquirieron su poder debido a su indolencia al ejercer el control que solamente él poseía en esa época. Fuera de Francia, es evidente que la autocracia, que actuaba por medio de arrogantes ministros, fue la causa determinante. | + | [[Archivo:Pragmatica.gif|300px|thumb|left|]][[Archivo:27021767 (1).jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Jesuita viejo.jpg|300px|thumb|left|]]La Supresión es la parte más dura de la historia de la Compañía. Después de haber disfrutado durante dos siglos y medio de una muy alta estima entre el pueblo católico, reyes, prelados y papas de repente pasó a ser objeto de una frenética hostilidad, fue cubierta de injurias, y eliminada con una dramática rapidez. Cada obra de los Jesuitas –sus vastas misiones, sus nobles colegios, sus iglesias- les fue arrebatada o fue destruida. Fueron desterrados y la orden fue suprimida con discursos severos y denunciatorios, incluso por parte del Papa. Lo que contrasta de la forma más sorprendente es que en esos momentos sus protectores eran antiguos enemigos: los rusos y Federico de Prusia. Al igual que muchos intrincados problemas, su solución puede hallarse empezando por aquello que es de fácil comprensión. Si retrocedemos una generación vemos que cada uno de los tronos que intervinieron de forma activa en la Supresión, incluido el Papa, estaba desbordado. Francia, España, Portugal e Italia fueron, y todavía son, víctimas de las extravagancias del movimiento revolucionario. La Supresión de la Compañía se debió a las mismas causas que en una posterior evolución dieron lugar a la Revolución Francesa. Estas causas variaron ligeramente según el país. En Francia se combinaron muchas influencias, como veremos: desde el jansenismo al librepensamiento, hasta la por entonces acuciante impaciencia por el antiguo orden de cosas (véase Francia, VI, 172). Algunos han creído que la Supresión se debió en principio a estas corrientes de pensamiento. Otros la atribuyen principalmente al absolutismo de los borbones. Pero, aunque en Francia el rey era reacio a la Supresión, las fuerzas destructoras adquirieron su poder debido a su indolencia al ejercer el control que solamente él poseía en esa época. Fuera de Francia, es evidente que la autocracia, que actuaba por medio de arrogantes ministros, fue la causa determinante. |
Portugal | Portugal |
Revisión de 22:12 10 jun 2015
La Supresión es la parte más dura de la historia de la Compañía. Después de haber disfrutado durante dos siglos y medio de una muy alta estima entre el pueblo católico, reyes, prelados y papas de repente pasó a ser objeto de una frenética hostilidad, fue cubierta de injurias, y eliminada con una dramática rapidez. Cada obra de los Jesuitas –sus vastas misiones, sus nobles colegios, sus iglesias- les fue arrebatada o fue destruida. Fueron desterrados y la orden fue suprimida con discursos severos y denunciatorios, incluso por parte del Papa. Lo que contrasta de la forma más sorprendente es que en esos momentos sus protectores eran antiguos enemigos: los rusos y Federico de Prusia. Al igual que muchos intrincados problemas, su solución puede hallarse empezando por aquello que es de fácil comprensión. Si retrocedemos una generación vemos que cada uno de los tronos que intervinieron de forma activa en la Supresión, incluido el Papa, estaba desbordado. Francia, España, Portugal e Italia fueron, y todavía son, víctimas de las extravagancias del movimiento revolucionario. La Supresión de la Compañía se debió a las mismas causas que en una posterior evolución dieron lugar a la Revolución Francesa. Estas causas variaron ligeramente según el país. En Francia se combinaron muchas influencias, como veremos: desde el jansenismo al librepensamiento, hasta la por entonces acuciante impaciencia por el antiguo orden de cosas (véase Francia, VI, 172). Algunos han creído que la Supresión se debió en principio a estas corrientes de pensamiento. Otros la atribuyen principalmente al absolutismo de los borbones. Pero, aunque en Francia el rey era reacio a la Supresión, las fuerzas destructoras adquirieron su poder debido a su indolencia al ejercer el control que solamente él poseía en esa época. Fuera de Francia, es evidente que la autocracia, que actuaba por medio de arrogantes ministros, fue la causa determinante.Portugal
En 1750 José I de Portugal nombró a Sebastián José Carvalho, posteriormente Marqués de Pombal (q.v.), como su primer ministro. Las disputas de Pombal con los Jesuitas empezaron con un desencuentro por un intercambio de territorio con España. San Sacramento fue intercambiado por las Siete Reducciones de Paraguay, que pertenecían a España. Allí, las maravillosas misiones de la Compañía eran codiciadas por los portugueses, que creían que los Jesuitas eran mineros de oro. Así, los indios fueron obligados a salir de su país; y los Jesuitas procuraron conducirlos pacíficamente a las lejanas tierras que les fue asignada. Pero, debido a las severas condiciones impuestas, se levantaron en armas en contra del traslado, y se originó la llamada guerra de Paraguay la cual, por supuesto, fue desastrosa para los indios. Luego, paso a paso, la disputa con los Jesuitas fue llevada hasta sus extremos. El débil rey fue persuadido para eliminarlos de la corte; empezó una guerra de panfletos en su contra; en primer lugar, se prohibió a los padres que asumieran la administración temporal de las misiones y posteriormente fueron deportados de América. El 1 de abril de 1758 el anciano papa Benedicto XIV decretó un breve en el que nombraba al cardenal Saldanha investigador de las alegaciones contra los jesuitas, que habían sido recobrados en nombre del rey de Portugal. Pero de ahí no se deduce que el Papa hubiese prejuzgado el caso en contra la orden. Al contrario, si tenemos en cuenta todas las cartas e instrucciones enviadas al Cardenal, vemos que el Papa era notablemente escéptico con respecto a la gravedad de los abusos alegados. Ordenó una mínima investigación, pero se encaminó a salvaguardar la reputación de la Compañía. Todas las cuestiones de gran importancia le fueron devueltas. El Papa falleció cinco semanas más tarde, el 3 de mayo. En 15 de mayo, Saldanha, habiendo recibido el Breve quince días antes, omitiendo la minuciosa visita casa a casa que había sido ordenada, y pronunciándose sobre las cuestiones que el Papa le había reservado, declaró que los Jesuitas eran culpables de haber ejercido comercio ilícito, público y escandaloso tanto en Portugal como en sus colonias. Tres semanas más tarde, por instigación de Pombal, a los Jesuitas les fueron arrebatadas todas sus facultades en todo el patriarcado de Lisboa. Antes de que Clemente XIII (q.v.) se hubiese convertido en papa (6 de julio de 1758) la obra de la Compañía había sido destruida, y en 1759 fue civilmente suprimida. El último paso se dio como consecuencia de un complot contra el chambelán Texeiras, pero sospechoso de haber sido promovido por el rey, y que los Jesuitas supuestamente habían apoyado. Pero los motivos de sospecha nunca fueron planteados y mucho menos probados. La cumbre de la persecución de Pombal se alcanzó con la quema en la hoguera (1761) del piadoso padre Malagrida (q.v.), aparentemente por herejía; mientras, los otros padres, que habían sido encarcelados, perecieron en gran número. Las relaciones entre la Iglesia de Portugal y Roma se interrumpieron hasta 1770.
Francia
La Supresión en Francia fue ocasionada por los daños infligidos en 1755 por las naves inglesas en el comercio francés. Los misioneros jesuitas tenían importantes intereses en Martinica. Ni comerciaron ni pudieron comerciar, esto es, comprar barato y vender caro, más que cualesquiera otros religiosos. Pero sí que vendieron productos en sus grandes granjas misioneras, en las que estaban empleados muchos nativos, y esto fue permitido en parte para proteger a los sencillos e ingenuos nativos de la plaga de los intermediarios deshonestos. El padre Antoin La Vallette, superior de las misiones de La Martinica, administró estas transacciones con no poco éxito, y dicho éxito le animó a ir más lejos. Comenzó a pedir prestado dinero para trabajar en los inmensos recursos subdesarrollados de la colonia, existiendo una carta del gobernador de la isla fechada en 1753 alabando su empresa. Pero con el comienzo de la guerra, naves que transportaban bienes de un valor estimado de 2.000.000 de libras fueron capturadas y se llegó a la bancarrota, y por una gran suma. Sus acreedores fueron incitados a reclamar el pago ante el procurador de París pero él, confiando en lo que ciertamente era la letra de la ley, rechazó su responsabilidad en las deudas de una misión independiente, aunque se ofreció a negociar un acuerdo, para el que tenía depositadas esperanzas. Los acreedores acudieron a los tribunales y se decretó una orden (1760) obligando a la Compañía a pagar y dando libertad para el embargo en caso del no pago.
Los padres, por consejo de sus abogados, apelaron al Grand’chambre del Parlamento de París. Resultó ser un paso imprudente. Ya que no sólo el Parlamento apoyó a la cámara baja (8 de mayo de 1761) sino que una vez que tuvieron el caso en sus manos, los enemigos de la Compañía en dicha asamblea decidieron asestar un gran golpe a la orden. Los distintos enemigos se unieron. Los jansenistas eran numerosos entre las gens-de-robe, y en este momento tenían especiales ganas de ser vengados del partido ortodoxo. Los sorbonistas, también, los rivales universitarios de la gran orden de la enseñanza, se unieron al ataque. También lo hicieron los galicanos, los filósofos y los enciclopedistas. Luis XV era débil y la influencia de su corte estaba dividida; mientras su esposa e hijos estaban sinceramente de parte de los Jesuitas, su competente primer ministro, el Duque de Choiseul (q.v.), le hizo el juego al Parlamento, y la favorita real, Madame de Pompadour, a la que los Jesuitas habían negado la absolución, fue una agria oponente. La determinación a tiempo del Parlamento de París echó encima a toda la oposición. El ataque a los Jesuitas, propiamente, fue abierto por el jansenista abad Chauvelin, el 17 de abril de 1762, quien denunció la Constitución de los Jesuitas como causa de los dudosos desfalcos de la orden. A esto le siguió el compte-rendu sobre las Constituciones, 3-7 de julio de 1762, plagado de conceptos erróneos, aunque aún no desbordante de hostilidad. Al siguiente día, Chauvelin se rebajó a usar unos medios vulgares pero eficaces, excitando el odio por medio de la denuncia de los principios morales y las enseñanzas de los Jesuitas, especialmente en materia de tiranicidio.
En el Parlamento, el caso de los Jesuitas ya era desesperado. Tras un largo conflicto con la corona en el que el indolente y dominado soberano erró al imponer su deseo bajo cualquier propósito, el Parlamento promulgó sus famosos “Extraits des assertions”, un libro azul, podríamos decir, que contenía un conglomerado de pasajes de teólogos y canonistas jesuitas y en los que fueron acusados de toda clase de inmoralidades y errores: desde el tiranicidio, la magia y el arrianismo a la traición, el socinianismo y el luteranismo. El 6 de agosto de 1762 se publicó el último arrêt condenando a la Compañía a la extinción, pero la intervención del rey dio lugar a ocho meses de demora. A favor de los Jesuitas hubo testimonios sorprendentes, sobre todo los procedentes del clero francés, en las dos convocatorias emplazadas para el 30 de noviembre de 1761 y el 1 de mayo de 1762. Pero la serie de cartas y discursos publicados por Clemente XIII se convirtieron una declaración jurada verdaderamente incontestable a favor de la orden. Sin embargo, nada permitió detener al Parlamento. El contra-edicto del rey retrasó de hecho la ejecución de su arrêt, y entretanto fue propuesta una solución por parte de la Corte. Si los jesuitas franceses se separaban de la orden, bajo un vicario francés, con costumbres francesas, la corona aún los protegería. A pesar del peligro de rechazar, los Jesuitas no consintieron; y al consultar al Papa, él (no Ricci) usó la famosa frase Sint ut sunt, aut non sint (de Ravignan, “Clement XIII”, I, 105, las palabras también son atribuidas a Ricci). La intervención de Luis aplazó la ejecución del arrêt contra los Jesuitas hasta el 1 de abril de 1763. Entonces, los colegios fueron cerrados, y por otro arrêt del 9 de marzo de 1764, los jesuitas fueron obligados a renunciar a sus votos bajo pena de destierro. Solamente tres sacerdotes y unos cuantos escolares aceptaron las condiciones. A finales de noviembre de 1764 el rey firmó a disgusto el edicto disolviendo la Compañía en todos sus dominios, ya que todavía estaban protegidos por algunos parlamentos provinciales, como en Franco-Condado, Alsacia y Artois. Pero en la redacción del edicto canceló numerosas cláusulas, que implicaban que la Compañía era culpable; y, escribiendo a Choiseul, concluyó con estas ligeras pero significantes palabras: “Si acepto el consejo de otros por la paz de mi reino, tendréis que hacer los cambios que proponga, o no habré conseguido hada. Y no digo nada más, no sea que diga demasiado”.
España, Nápoles y Parma
La Supresión en España, y sus cuasi-dependencias Nápoles y Parma, y en las colonias españolas fue llevada a cabo por medio de reyes y ministros autocráticos. Sus deliberaciones fueron llevadas en secreto, y ciñeron a sí mismos sus deliberaciones a propósito. Sólo hace pocos años que una pista ha conducido hasta Bernardo Tanucci, el anticlerical ministro de Nápoles, quien adquirió una gran influencia sobre Carlos III antes de que el rey pasase del trono de Nápoles al de España. En la correspondencia de este ministro se hallan todas las ideas que guiaron de vez en cuando la política española. Carlos, hombre de buen carácter moral, confió su gobierno al Conde de Aranda y a otros seguidores de Voltaire; y trajo de Italia a un ministro de finanzas, cuya nacionalidad hizo al gobierno impopular, mientras que sus exacciones dieron lugar en 1766 a disturbios y a la publicación de varios pasquines, sátiras y ataques a la administración. Se convocó un consejo extraordinario para investigar la cuestión, y se declaró que gente tan sencilla como los amotinados nunca podría haber producido panfletos políticos. Procedieron a obtener información secreta, cuyo propósito no se conoce; pero los registros conservados muestran que en septiembre el consejo resolvió incriminar a la Compañía, y que el 29 de enero de 1767 se ejecutó su expulsión. Se enviaron a los magistrados de cada localidad en las que residían los Jesuitas órdenes secretas, que serían ejecutadas entre el 1 y el 2 de abril de 1767. El plan marchaba silenciosamente. Esa mañana, 6000 jesuitas fueron expulsados como convictos a la costa, donde fueron deportados, primero a los Estados Pontificios y finalmente a Córcega.
Tanucci llevó a cabo una política similar en Nápoles. El 3 de noviembre los religiosos, otra vez sin un juicio, y ahora incluso sin acusación, fueron expulsados a la frontera con los Estados Pontificios, y se les amenazó con la muerte si regresaban. Ha de indicarse que en estas expulsiones, cuanto más pequeño es el estado más grande es el desprecio de los ministros hacia cualquier clase de ley. El Ducado de Parma era la más pequeña de las llamadas cortes borbónicas, y tan agresiva en su anticlericalismo que Clemente XIII le dirigió (el 30 de enero de 1768) un monitorium, o advertencia, según el cual los excesos serían penalizables con censuras eclesiásticas. Llegado este momento, todos los partidarios de la “Familia Compacta” Borbón se enfurecieron con la Santa Sede, y solicitaron la destrucción completa de la Compañía. Como preámbulo, Parma expulsó a los Jesuitas de sus territorios confiscando sus posesiones, como era habitual.
Clemente XIV
Desde estos momentos hasta su muerte (2 de febrero de 1769), Clemente XIII fue acosado con grosería y violencia máximas. Partes de sus estados fueron incautados por la fuerza, fue insultado por los representantes borbones, y quedó patente que, como no cediese se originaría un cisma, tal y como en Portugal acababa de ocurrir. El cónclave subsiguiente duró desde el 15 de febrero a mayo de 1769. Las cortes borbónicas, por medio de los llamados “cardenales de la corona”, consiguieron excluir algunos partidos, apodados Zelanti, que hubiesen tomado una posición sólida en defensa de la orden, y finalmente eligieron a Lorenzo Ganganelli, que tomó el nombre de Clemente XIV. Cretineau-Joly (Clemente XIV, p. 260) afirmó que Ganganelli, antes de su elección, se comprometió con los cardenales de la corona, por medio de algún tipo de condición, a suprimir la Compañía, lo que habría implicado una infracción del juramento del cónclave. Esto fue refutado mediante la declaración del agente español Azpuru, que fue especialmente designado para actuar con los cardenales de la corona. Escribió el 18 de mayo, justo antes de su elección: “ninguno de los cardenales ha llegado tan lejos como para proponer a alguien que la Supresión fuese asegurada por medio de un compromiso verbal o escrito”, y justo después del 25 de mayo escribió: “Ganganelli ni hizo una promesa ni la rechazó”. Por otra parte, parece que sí que escribió algunas palabras, que fueron tomadas por los cardenales de la corona como indicación de que los borbones se habrían salido con la suya con respecto a él (cartas de de Bernis del 28 de julio y 20 de noviembre de 1769).
Tan pronto como Clemente subió al trono la corte española, respaldada por los otros miembros de la “Familia Compacta”, renovó su arrolladora presión. El 2 de agosto de 1769, Choiseul escribió una severa carta solicitando la Supresión en dos meses, y el Papa hizo su primera promesa escrita garantizando dicha medida, pero declaró que necesitaba más tiempo. Luego comenzaron una serie de acciones, siendo algunas interpretadas de un modo natural como mecanismos de escape para retrasar el terrible acto destructivo hacia el que Clemente era empujado. Pasó más de dos años tratando con las cortes de Turín, Toscana, Milán, Génova, Bavaria, etc., que no consentían tan fácilmente los proyectos de los borbones. El mismo objetivo ulterior quizá pueda detectarse en algunas de las calumnias infligidas a la Compañía. En varios colegios, como los de Frascati, Ferrara, Bolonia y el Colegio Irlandés de Roma, después de un prolongado examen, los Jesuitas fueron expulsados con mucha hostilidad. Y hubo momentos, como por ejemplo después de la caída de Choiseul, en los que parecía como si la Compañía se hubiese salvado; pero siempre prevaleció la obstinación de Carlos III.
A mediados de 1772 Carlos situó un nuevo embajador en Roma, don José Moñino, luego Conde de Floridablanca, un hombre severo y duro, “lleno de artificio, sagacidad y disimulo, empeñado como nadie en la Supresión de los Jesuitas”. Hasta este momento las negociaciones habían estado en manos del inteligente diplomático Cardenal de Bernis, embajador francés del Papa. Moñino tomó la delantera y de Bernis se convirtió en partidario de imponer la aprobación de sus recomendaciones. Finalmente, el 6 de septiembre, Moñino entregó un estudio en el que sugería al Papa una línea a seguir, que en parte adoptó redactando el breve de la Supresión. En noviembre se vislumbraba el final, y en diciembre Clemente puso a Moñino en comunicación con un secretario; esbozaron juntos el documento, quedando lista el acta el 4 de enero de 1773. El 6 de febrero Moñino la recibió del Papa en una forma que pudiese ser transmitida a las cortes de los borbones, el 8 de junio se tuvieron en cuenta sus modificaciones y el acta se llevó a su forma final y fue firmada. El Papa se demoró hasta que Moñino le forzó a imprimir las copias; como éstas tenían fecha, no había posibilidad de retraso tras esa fecha, que era la del 16 de agosto de 1773. Fue emitido un segundo breve que establecía la forma en que la Supresión sería llevada a cabo. Para mantener el secreto se introdujo una reglamentación que, en países extranjeros, dio lugar a algunos resultados inesperados. El breve no iba a ser publicado Urbi et Orbi sino solamente a cada colegio o ubicación por medio del obispo local. En Roma, el padre general fue recluido junto con sus asistentes, primero en el Colegio Inglés y luego en Castel S. Angelo. Los documentos de la Compañía fueron entregados a una comisión especial, junto con sus títulos de acciones y sus reservas de dinero, 40.000 scudi (más o menos 50.000 dólares), que casi completamente pertenecían a instituciones benéficas concretas. Comenzaron una investigación sobre los documentos, pero no dieron lugar a ningún resultado.
En el Breve de la Supresión, la característica más sorprendente era la larga lista de alegaciones contra la Compañía, sin mencionar lo que estaba a su favor; el tono general del breve era muy desfavorable. Por otra parte, los cargos fueron enumerados categóricamente; no fueron enunciados definitivamente como para ser probados. El objetivo era presentar a la orden como habiendo ocasionado conflictos perpetuos, contradicciones y problemas. Para lograr la paz la Compañía debía ser suprimida. Una explicación concluyente de estas y otras anomalías no ha sido aún aportada con certeza alguna. La principal razón es sin duda que la Supresión era una medida administrativa, no una sentencia judicial basada en investigaciones jurídicas. Se ve que la vía escogida evitó muchas dificultades, sobre todo la abierta contradicción con los papas precedentes, quienes muy a menudo alabaron y confirmaron a la Compañía. De nuevo, tales afirmaciones eran menos propensas a la controversia; hubo diferentes formas de interpretar el Breve que fueron respectivamente encargadas a Zelanti y a Bourbonici. La última palabra sobre la cuestión es sin duda la de Alfonso de Ligorio: “¡Pobre Papa! ¿Qué podía hacer en su situación, con todos los soberanos conspirando para exigir la Supresión? En cuanto a nosotros, debemos guardar silencio, respetar el juicio de Dios, y mantenernos en paz”.
Crétineau-Joly, Clement XIV et les jésuites (París, 1847); Danvilla y Collado, Reinado de Carolos III (Madrid, 1893); Delplace, La suppression des jésuites in Etudes (París, 5-20 de julio de 1908); Ferrar del Rio, Hist. del Reinado de Carlos III (Madrid, 1856); de Ravignan, Clément XIII et Clément XIV (París, 1854); Rosseau, Règne de Charles III d'Espagne (París, 1907); Smith, Suppression of the Soc. of Jesus in The Month (Londres, 1902-3); Theiner, Gesch. des Pontificats Clement XIV (París, 1853; trad. francesa, Bruselas, 1853); Kobler, Die Aufhebung der Gesellschaft Jesu (Linz, 1873); Weld, Suppression of the Soc. of Jesus in the Portuguese Dominions (Londres, 1877); Zalenski, The Jesuits in White Russia (en polaco, 1874; trad. francesa París, 1886); Carayon, Le père Ricci et la suppression de la comp. de Jésus (Pointiers, 1869); Saint-Priest, Chute des jésuites (París, 1864); Nippold, Jesuitenorden von seiner weiderherstellung (Mannheim, 1867).
J.H. POLLEN Transcrito por Michael Donahue En agradecimiento por cuatro años de educación jesuítica en Loyola University de Chicago. AMDG. Traducido por José Gallardo Alberni