Diferencia entre revisiones de «Astronomía en la Biblia»
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− | + | [[Archivo:Flammarion-urbi et orbi.jpg|300px|thumb|left|]]Los judíos no acostumbraban hacer observaciones sistemáticas de los cuerpos celestes. El culto a los astros había invadido Palestina y ellos difícilmente podrían haberse dedicado a estudiar los objetos de ese culto sin ceder a sus seducciones. En tales circunstancias la astronomía era inseparable de la astrolatría, y las amenazas de anatema de los profetas no eran simple capricho. Siendo las obras más esplendorosas del Todopoderoso, las luminarias celestes eran celebradas en la Sagrada Escritura a través de pasajes llenos de emocionado asombro, pero, para fines prácticos, su atractivo se reducía a lo mínimo. Incluso la medida del tiempo y de las estaciones se hacía de modo empírico. Los judíos utilizaban el calendario lunar. Este empezaba, por motivos religiosos, con la luna nueva que sigue al equinoccio de primavera, y el año duraba normalmente doce meses, o 354 días. El calendario judío, sin embargo, dependía del curso del Sol, puesto que los festivales que se guiaban por él eran en parte de carácter agrícola. Ello originaba que se debían hacer ajustes al calendario, de los cuales el más obvio era el de añadir o intercalar un décimo tercer mes cada vez que la discrepancia entre la maduración de las cosechas y las fechas fijas de las fiestas conmemorativas entraban en abierto conflicto. Ya desde antes de la época de Salomón, los judíos parecen haber iniciado la costumbre de iniciar su año en otoño. Esta costumbre, que renació por motivos civiles alrededor del siglo V antes de Cristo, fue luego adoptada en el calendario religioso sistematizado del siglo IV de nuestra era. | |
− | Los judíos no acostumbraban hacer observaciones sistemáticas de los cuerpos celestes. El culto a los astros había invadido Palestina y ellos difícilmente podrían haberse dedicado a estudiar los objetos de ese culto sin ceder a sus seducciones. En tales circunstancias la astronomía era inseparable de la astrolatría, y las amenazas de anatema de los profetas no eran simple capricho. Siendo las obras más esplendorosas del Todopoderoso, las luminarias celestes eran celebradas en la Sagrada Escritura a través de pasajes llenos de emocionado asombro, pero, para fines prácticos, su atractivo se reducía a lo mínimo. Incluso la medida del tiempo y de las estaciones se hacía de modo empírico. Los judíos utilizaban el calendario lunar. Este empezaba, por motivos religiosos, con la luna nueva que sigue al equinoccio de primavera, y el año duraba normalmente doce meses, o 354 días. El calendario judío, sin embargo, dependía del curso del Sol, puesto que los festivales que se guiaban por él eran en parte de carácter agrícola. Ello originaba que se debían hacer ajustes al calendario, de los cuales el más obvio era el de añadir o intercalar un décimo tercer mes cada vez que la discrepancia entre la maduración de las cosechas y las fechas fijas de las fiestas conmemorativas entraban en abierto conflicto. Ya desde antes de la época de Salomón, los judíos parecen haber iniciado la costumbre de iniciar su año en otoño. Esta costumbre, que renació por motivos civiles alrededor del siglo V antes de Cristo, fue luego adoptada en el calendario religioso sistematizado del siglo IV de nuestra era. | + | |
Tanto el día civil como el ritual comenzaban en la tarde, una media hora después de la puesta del Sol. Nunca se definieron sus subdivisiones. El Antiguo Testamento nunca menciona lo que nosotros conocemos como horas, y solamente hace referencia a la medida del tiempo en la narración del milagro provocado por Isaías en conexión del reloj de sol de Ajaz (II Re 20,9-11). En el Nuevo Testamento, la práctica romana de contar cuatro guardias nocturnas se sobrepuso a la antigua división triple, de modo que el día, como entre los griegos, consistía de doce partes iguales. Esas son la "horas temporales" que aún subsisten en la liturgia de la Iglesia. Como dichas horas abarcaban el intervalo entre el amanecer y el ocaso, su duración varió con las estaciones del año, de 49 a 71 minutos. Parece que también las horas nocturnas correspondientes fueron parcialmente usadas en tiempos de los Apóstoles (Hech 23,23). | Tanto el día civil como el ritual comenzaban en la tarde, una media hora después de la puesta del Sol. Nunca se definieron sus subdivisiones. El Antiguo Testamento nunca menciona lo que nosotros conocemos como horas, y solamente hace referencia a la medida del tiempo en la narración del milagro provocado por Isaías en conexión del reloj de sol de Ajaz (II Re 20,9-11). En el Nuevo Testamento, la práctica romana de contar cuatro guardias nocturnas se sobrepuso a la antigua división triple, de modo que el día, como entre los griegos, consistía de doce partes iguales. Esas son la "horas temporales" que aún subsisten en la liturgia de la Iglesia. Como dichas horas abarcaban el intervalo entre el amanecer y el ocaso, su duración varió con las estaciones del año, de 49 a 71 minutos. Parece que también las horas nocturnas correspondientes fueron parcialmente usadas en tiempos de los Apóstoles (Hech 23,23). |
Revisión de 14:55 28 mar 2012
Los judíos no acostumbraban hacer observaciones sistemáticas de los cuerpos celestes. El culto a los astros había invadido Palestina y ellos difícilmente podrían haberse dedicado a estudiar los objetos de ese culto sin ceder a sus seducciones. En tales circunstancias la astronomía era inseparable de la astrolatría, y las amenazas de anatema de los profetas no eran simple capricho. Siendo las obras más esplendorosas del Todopoderoso, las luminarias celestes eran celebradas en la Sagrada Escritura a través de pasajes llenos de emocionado asombro, pero, para fines prácticos, su atractivo se reducía a lo mínimo. Incluso la medida del tiempo y de las estaciones se hacía de modo empírico. Los judíos utilizaban el calendario lunar. Este empezaba, por motivos religiosos, con la luna nueva que sigue al equinoccio de primavera, y el año duraba normalmente doce meses, o 354 días. El calendario judío, sin embargo, dependía del curso del Sol, puesto que los festivales que se guiaban por él eran en parte de carácter agrícola. Ello originaba que se debían hacer ajustes al calendario, de los cuales el más obvio era el de añadir o intercalar un décimo tercer mes cada vez que la discrepancia entre la maduración de las cosechas y las fechas fijas de las fiestas conmemorativas entraban en abierto conflicto. Ya desde antes de la época de Salomón, los judíos parecen haber iniciado la costumbre de iniciar su año en otoño. Esta costumbre, que renació por motivos civiles alrededor del siglo V antes de Cristo, fue luego adoptada en el calendario religioso sistematizado del siglo IV de nuestra era.Tanto el día civil como el ritual comenzaban en la tarde, una media hora después de la puesta del Sol. Nunca se definieron sus subdivisiones. El Antiguo Testamento nunca menciona lo que nosotros conocemos como horas, y solamente hace referencia a la medida del tiempo en la narración del milagro provocado por Isaías en conexión del reloj de sol de Ajaz (II Re 20,9-11). En el Nuevo Testamento, la práctica romana de contar cuatro guardias nocturnas se sobrepuso a la antigua división triple, de modo que el día, como entre los griegos, consistía de doce partes iguales. Esas son la "horas temporales" que aún subsisten en la liturgia de la Iglesia. Como dichas horas abarcaban el intervalo entre el amanecer y el ocaso, su duración varió con las estaciones del año, de 49 a 71 minutos. Parece que también las horas nocturnas correspondientes fueron parcialmente usadas en tiempos de los Apóstoles (Hech 23,23).
Como es de esperarse, los libros sagrados no contienen ninguna teoría acerca de los fenómenos celestiales. Las frases descriptivas que se utilizan en ellos se adaptan a las ideas elementales que se presentaban naturalmente a cualquier pueblo primitivo. Así, la Tierra es descrita como un disco circular de extensión infinita, que se ubica entre el reino de la luz, encima, y el abismo de la oscuridad, abajo. La palabra "firmamento" que en la Vulgata traduce el término hebreo "rakia", expresaba la noción de una bóveda sólida y transparente que divide las "aguas superiores" de los mares, fuentes y ríos que se encuentran en un nivel muy inferior. Era a través de las compuertas, sin embargo, que las aguas contenidas por el firmamento se distribuían sobre la Tierra en la medida correspondiente. El inicio de cada mes era señalado por la primera aparición de la Luna creciente después del ocaso, y ello constituía la única auscultación que el ritual judío hacía del cielo. Los profetas Amós y Joel mencionan vagamente los eclipses del Sol y la Luna entre las señales del castigo, y se cree que deben haber tenido experiencias directas de los mismos, ya que los cálculos modernos sostienen que hubo eclipses totales de sol en Palestina en los años 831, 824 y 763 a.C., y la Luna enrojecida por la sombra de la tierra no es fenómeno poco común en cualquier parte de nuestro planeta. Pero los pasajes mencionados no pueden ser asociados literalmente con simples fenómenos pasajeros. Los profetas buscaban algo más que la intimidación. Jeremías pronunció una advertencia clara contra el pánico vulgar cuando dijo: "No se asusten de las señales del cielo como se asustan las naciones paganas". La bóveda estelar, a la que se ubicaba sobre el firmamento, es comparada por Isaías a una tienda plantada por el Altísimo.
ALUSIONES ASTRONÓMICAS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO El "ejército celestial", expresión escriturística recurrente, tiene un significado general y uno específico. Indica, en ciertos pasajes, toda la población sideral. En otros, se aplica concretamente al Sol, la Luna, los planetas y algunas estrellas selectas, cuyo culto había sido introducido desde Babilonia durante el reinado de los reyes posteriores de Israel.
Los planetas
Venus y Saturno son los únicos mencionados expresamente en el Antiguo Testamento.
Isaías (14,12) apostrofa al imperio babilónico con el inconfundible epíteto de Helal (Lucifer, en la Vulgata), "hijo de la mañana".
La estrella Kaiwan, que era adorada por los israelitas infieles en el desierto (Amos 5,26), indudablemente representa a Saturno. El mismo vocablo (traducido como "firme") con frecuencia indica, en las inscripciones babilónicas, el planeta más lento. Por el contrario, Sakkuth, que es la divinidad asociada con la estrella por el profeta, es otro nombre para Ninib, el planeta-dios de Babilonia, que se confundía con Saturno. Los antiguos sirios y árabes también llamaban Kaiwan a Saturno. El nombre correspondiente en el Bundahish zoroastriano (obra mitológico-teológica sobre cosmogonía, el gobierno y el fin del mundo; posterior al Avesta, pero con contenido más arcaico que éste, del período más primitivo de la historia de Persia. N.T.) es Kevan. Los demás planetas solamente aparecen individualizados en la Biblia por implicación. Se denuncia el culto a los dioses que están relacionados con ellos, pero sin intención de referirse a los cuerpos celestiales. En ese contexto, Gad y Meni (Is 65,11) son sin duda la "fortuna mayor y menor" tipificadas en Oriente por Júpiter y Venus; Nebo, la deidad tutelar de Borsippa (Is 46,1), brillaba en el cielo como Mercurio, y Nergal, trasplantado desde Asiria a Cuta (II Re 17,30), como Marte.
Kimah y Kesil
La uranografía de los hebreos está cargada de perplejidades. La Escritura menciona media docena de grupos de estrellas, pero las autoridades aún no se ponen de acuerdo en cuanto a su identidad. En un texto muy impresionante, el profeta Amós (5,8) da gloria al Creador llamándolo "el que hizo Kima y Kesil", y que la Vulgata traduce por Arturo y Orión. Ciertamente, Kima no se refiere a Arturo. Esa palabra, que aparece dos veces en el libro de Job (9,9; 38,31), es traducida por los LXX como las Pléyades. Ese es el mismo significado que le dan a ese nombre el Talmud y la literatura siria. La evidencia etimológica apoya esa traducción: el término hebreo se relaciona obviamente con la raíz arábiga kum (acumular) y con la asiria kamu (atar), mientras que "cadenas de Kima", al que se refiere el texto sagrado, adecuadamente figura la fuerza coercitiva que le da unidad a un objeto múltiple. La otra constelación, Kesil, es indudablemente nuestra Orión. Empero, en el primero de los pasajes del libro de Job donde aparece, los LXX traducen con la palabra Herper; en el segundo, la Vulgata utiliza de modo irrelevante Arturo; Karsten Niebuhr (1733-1815) entendió que Kesil significaba Sirio; Thomas Hyde (1636-1703) supuso que indicaba a Canopus (también llamada Canopo, o Alfa Carinae, es la estrella con más brillo en la constelación de Carina y parece ser la segunda estrella más brillante del cielo, N.T.). En hebreo, kesil significa "impío", adjetivo que denotaba la criminalidad estúpida que legendariamente caracterizaba el carácter de los gigantes, y las estrellas de Orión nos sugieren de modo irresistible una figura enorme que camina por el cielo. Consecuentemente, los árabes dieron a esa constelación el nombre de Al-gebbar, "el gigante", cuyo equivalente en sirio es Gabbara, según aparece en la versión siria de la Biblia conocida como Peshitta. Podemos entonces asumir con cierta seguridad que Kimah y Kesil sí designaban a las Pléyades y a Orión. Pero las demás interpretaciones son considerablemente más oscuras.
Ash
En el libro de Job- la parte más astronómica de la Biblia- se hace mención, junto con otras estrellas, de Ash y Ayish, las cuales casi seguramente son formas diversa de la misma palabra. Su significado continúa siendo un enigma. La Vulgata y los LXX, sin sustento alguno, las traducen por Arturo y Hésperos (escrita también Vésperos, es Venus, el planeta de la tarde. N.T.). Abenazera, el erudito rabino de Toledo, aportó, sin embargo, tan sólidas razones para identificar Ash, o Ayish, con la Osa Mayor, que aunque hayan sido erróneas, prevalecen aún. Se fundamentaba sobre todo en el parecido entre las palabras "ash" y la arábica "na'ash", "féretro", que se aplicaba a las cuatro estrellas de El Carro (Osa Mayor), de las que las tres primeras eran vistas como dolientes en una procesión funeraria, con el título de Betâ na'ash, "hijas del féretro". Pero también Job habla de los "hijos de Ayish", y es difícil resistirse a inferir que en ambos casos se refería al mismo grupo de estrellas. Aunque quedan muchas dudas. Los filólogos modernos no admiten la conexión entre "Ayish" y "na'ash", ni en el libro de Job aparece ninguna connotación funeraria. Por otra parte, el Profesor Schiaparelli llama la atención al hecho de que en el Antiguo Testamento "ash" denota una "mariposa nocturna", y que las estrellas alineadas en "V" de las Híadas (un racimo de estrellas ubicado en la constelación de Tauro) imitan las alas dobladas del insecto. En el Peshitta "Ayish" está traducido como Iyutha, una constelación mencionada por san Efrén y otros escritores sirios, y las eruditas reflexiones de Schiaparelli acerca de las varias indicaciones aportadas por la literatura siria hacen que sea razonable pensar que Iyutha auténticamente signifique Aldebarán, la gran estrella roja del Toro, con sus pequeñuelos, la lluviosa Híadas. Es verdad que Hyde, Ewald y otros estudiosos han adoptado a Capella (la Cabra, la sexta estrella más brillante del firmamento) y a los Niños como representativos de Iyutha, y por lo tanto, de "Ayish y sus hijos", pero esa opinión contiene muchas incongruencias.
Hadre Theman (Recámaras del Sur)
Las glorias celestiales mencionadas en el libro de Job incluyen un paisaje sideral vagamente descrito como "las recámaras [i.e. "penetralia"] del sur". Según Schiaparelli, esa frase se refiere a cierto conjunto de estrellas brillantes que aparecía a unos 20 grados sobre el horizonte del sur de Palestina alrededor del año 750 a.C. (o lo que se considera la época del Patriarca Job), y tomando en cuenta los cambios provocados por la precesión (de los equinoccios), él señala que el desfile estelar conformado por la Vela, la Cruz y el Centauro cumple esas condiciones. Sirio, si bien en esa fecha culminaba a una altura de 41 grados, perfectamente podría haber sido considerada como parte de las "Recámaras del Sur". De otra manera, deberíamos pensar que la Biblia ignoró ese maravilloso objeto celeste.
Mezarim
A las "Recámaras del Sur" Job (37,9) contrapone una constelación llamada Mezarim como el origen del frío. Tanto la Vulgata como los LXX traducen ese nombre por Arturo, equivocando (los errores no son poco comunes) el nombre de Arctos. En aquellos días, la Osa Mayor giraba al rededor del Polo a una distancia mucho más corta que hoy. Su típica orientación hacia el norte sobrevive aún en la palabra latina "septentrio"(de septem triones, las siete estrellas del Carro), y Schiaparelli concluye, por la forma "dual" (plural) de la palabra Mezarim, que los judíos, así como los fenicios, estaban familiarizados tanto con la Osa Menor como con la Mayor. Él lee la palabra "mezarim" como la forma plural, o dual, de mizreh, "pala para aventar el grano", un instrumento sugerido por las siete estrellas del Carro, tal como a los chinos les sugiere "cucharón", o a los americanos el "dipper" (cuchara) en su lenguaje popular.
Mazzaroth
Quizás la adivinanza más complicada de la nomenclatura bíblica de las estrellas es la que nos presentan las palabras Mazzaroth y Mazzaloth (Job 38,31-32; II Re 23,5), que aún provocan falta de acuerdo por sus variantes fonéticas. Las opiniones sobre su significado son desesperantemente diversas. Los autores de los LXX transcribieron, sin traducir, esa expresión tan ambigua, mientras que la Vulgata la traduce como "Lucifer", en Job, y como "Signos del Zodiaco", en el libro de los Reyes. San Juan Crisóstomo adoptó el segundo significado, sin dejar de señalar, sin embargo, que muchos de sus contemporáneos interpretaban Mazzaroth como Sirio. Pero esta última idea perdió peso mientras que la explicación zodiacal ganó popularidad. A primera vista esta teoría es en definitiva extremadamente plausible. Los doce signos zodiacales, tal como los conocemos hoy, ya se habían establecido en las regiones cercanas al Eufrates mucho antes del éxodo. Aunque no se les daba culto en el sentido estricto de la palabra, bien se les pudo considerar algo sagrado, en cuanto que eran el recinto de las deidades. El término asirio "manzallu" (a veces escrito "manzazu"), "estación", aparece a veces en las tabletas de la creación babilónica con el refrán "mansión de los dioses". La palabra en sí misma parece estar etimológicamente emparentada con Mazzaloth, que en el hebreo rabínico primariamente indica los signos del zodíaco, y en forma secundaria, los planetas. También el zodíaco lunar sugiere, por su lado, la misma conexión. Las veintiocho "mansiones de la luna" (menazil al-kamar) eran la característica principal de las tradiciones árabes sobre el cielo, y en el resto de los pueblos orientales tenían propósitos astrológicos. De acuerdo con ello, pueden haber formado parte del aparato de superstición usado por los adivinos que fueron expulsados de Judá, junto con el culto a Mazzaroth, en el reinado de Josías, alrededor del año 621 a.C. Pero no se puede dar ninguna explicación congruente con las expresiones que encontramos en el libro de Job (38,32). El Patriarca pregunta, en nombre del Altísimo: "¿Puedes tú hacer aparecer a Mazzaroth a su hora?". Se trata de una clarísima alusión a un fenómeno periódico, tal como puede serlo la brillante visibilidad del Lucifer, o Héspero. El Profesor Schiaparelli recurre entonces a la traducción ofrecida por la Vulgata para ese pasaje. Él reconoce al planeta Venus en Mazzaroth, en su doble aspecto de estrella de la mañana y de la tarde, y afirma que la luminaria indicada en el Libro de los Reyes junto con el Sol y la Luna, y "el ejército del cielo", debe ser casi tan brillante que los principales emisores de luz. Dice también que el Sol, la Luna y Venus configuran la gran tríada astronómica de Babilonia, cuya representación escultórica frecuentemente incluye "el ejército del cielo", tipificado por una muchedumbre de animales-divinidades fantásticos. Y como obviamente el culto astral denunciado por los profetas de Israel era originario del Eufrates, el nombrar a Mazzaroth como el tercer miembro de la tríada babilónica constituía un eslabón muy importante de evidencia. Con todo, el caso permanece siendo uno de extrema dificultad.
Nachash
Sin considerar el escepticismo de los comentaristas recientes, parece bastante cierto que "la serpiente fugitiva" de Job 26,13 ("coluber tortuosus", en la Vulgata) realmente representa el reptil circumpolar. La constelación eufratiana del Dragón es de vetusta antigüedad, y muy probablemente era conocida por Job. Por otro lado, Rahab (Job 9,13; 21,12), traducido como "ballena" por los LXX, posiblemente tiene origen simbólico o legendario.
Resumen
La lista que sigue a continuación (basada mayormente en la autoridad de Schiaparelli) ofrece las interpretaciones más confiables de los nombre bíblicos de las estrellas:
Kimah: las Pléyades; Kesil: Orión; Ash, o Ayish: las Híadas; Mezarim: Las osas (Mayor y Menor); Mazzaroth, Venus (Lucifer y Hesperus); Hadre Theman- "las Recámaras del Sur"-: Canopo, La Cruz del Sur, y Centauro; Nachash: Dragón.
ALUSIONES ASTRONÓMICAS EN EL NUEVO TESTAMENTO En el Nuevo Testamento casi no existen alusiones a los astros. La "estrella de los Magos" apenas puede ser vista como un fenómeno objetivo. Si existió, pasó inadvertido al pueblo común. Sin embargo, Kepler hipotetizó en 1606 que una asombrosa conjunción de Saturno y Júpiter, el cual sucedió en mayo del año 7, a.C. había sido la señal que siguieron los sabios. Resucitada en 1821 por el Doctor Münter, obispo luterano de Zealand, esta opinión fue fuertemente defendida en 1826 por C.L. Ideler (Handbuch der Chronologie, II, 399). Pero la investigación del Dr. Pritchard (Smith's Dictionary of the Bible, Memoirs Royal Astrology Society, XXV, 119) demostró su incapacidad para llenar los requisitos de la narrativa del Evangelio.
AGNES M. CLERKE Transcrito por Joseph P. Thomas Traducido por Javier Algara Cossío