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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Abandono en Teresa de Liseux»

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[[Archivo:Santa Teresita.jpg|250px|thumb|left|]]Teresa Martín perdió su Madre a la edad de cuatro años, en 1877. De ahí una hipersensibilidad acentuada por una rara enfermedad a la edad de diez años y una crisis de escrúpulos tres años después. Se ha hablado de retardo afectivo y de neurosis[2]. En su primer manuscrito autobiográfico, Teresa reconoce – sin emplear este término- el infantilismo[3] manifestado en su infancia: “Era verdaderamente insoportable para mi inmensa sensibilidad. [[Archivo:TERESI~1.JPG|250px|thumb|left|]]Si ocurría que causaba una molestia leve a una persona que amaba, en lugar de no llorar, lloraba, y cuando comenzaba a consolarme, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles y no podía llegar a corregirme. No sé cómo me mecía en el dulce pensamiento de entrar al Carmelo, siendo todavía una infanta. Hizo falta un milagro pequeño para hacerme crecer en un instante. (Dios) lo hizo el día inolvidable de Navidad (1886). Jesús, el dulce Niñito, en una hora cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… en esa noche en que se hizo débil y sufriente por mi amor, me hizo fuerte y animosa… desde esa noche bendita, no fui vencida en ningún combate, sino, por el contrario marchaba de victoria en victoria y comenzaba, por así decirlo, una carrera de gigante. Fue el 25 de diciembre de 1886 el día que recibí la gracia de salir de la infancia, en una palabra la gracia de mi completa conversión”[4].
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[[Archivo:Santa Teresita.jpg|250px|thumb|left|]]Teresa Martín perdió su Madre a la edad de cuatro años, en 1877. De ahí una hipersensibilidad acentuada por una rara enfermedad a la edad de diez años y una crisis de escrúpulos tres años después. Se ha hablado de retardo afectivo y de neurosis[2]. En su primer manuscrito autobiográfico, Teresa reconoce – sin emplear este término- el infantilismo[3] manifestado en su infancia: “Era verdaderamente insoportable para mi inmensa sensibilidad. [[Archivo:TERESI~1.JPG|250px|thumb|left|]]Si ocurría que causaba una molestia leve a una persona que amaba, en lugar de no llorar, lloraba, y cuando comenzaba a consolarme, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles y no podía llegar a corregirme. No sé cómo me mecía en el dulce pensamiento de entrar al Carmelo, siendo todavía una infanta. [[Archivo:Santa-teresita-del-nino-jesus.jpg|250px|thumb|left|]]Hizo falta un milagro pequeño para hacerme crecer en un instante. (Dios) lo hizo el día inolvidable de Navidad (1886). Jesús, el dulce Niñito, en una hora cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… en esa noche en que se hizo débil y sufriente por mi amor, me hizo fuerte y animosa… desde esa noche bendita, no fui vencida en ningún combate, sino, por el contrario marchaba de victoria en victoria y comenzaba, por así decirlo, una carrera de gigante. Fue el 25 de diciembre de 1886 el día que recibí la gracia de salir de la infancia, en una palabra la gracia de mi completa conversión”[4].
  
 
Este pasaje muestra a todas luces que Teresa de Lisieux era consciente del infantilismo que había marcado su infancia y que no confundía con su doctrina de la infancia espiritual. Digamos nuevamente, junto a Lucien Marie de Saint Joseph que el infantilismo es un estado sicológico caracterizado por la regresión que hace que un adulto hable, piense, sienta y actúe como un niño (cf. I Co 3, 2; 13, 11; 14, 20).  La infancia inacabada llama a la madurez; la afectividad del niño lleva consigo una tiranía, un egoísmo deseoso de apropiarse del ser amado más que de darse a él[5]”. O, si se prefiere, un amor esencialmente captativo que debe hacer lugar al amor oblativo del adulto. La gracia de la noche de Navidad de 1886 fue una gracia de conversión completa (es decir, definitiva) como lo observaba Teresa: y la continuación de su vida manifiesta su obsesión de evitar la puerilidad en materia espiritual: pensemos en el culto que daba a santa Juana de Arco, virgen guerrera, a su ideal de grandeza: ella sueña con ser guerrera, sacerdote, apóstol, doctor y mártir[6]. Abramos aquí un paréntesis. ¿Teresa de Liseux, sin embargo, escapó completamente del infantilismo? Reconozcamos con Lucien-Marie de Saint Joseph que, a primera vista al menos. “Todo un aspecto del vocabulario teresiano y del imaginario utilizado por la santa está marcado, hasta el término de su existencia, por un infantilismo inquietante… hasta el último año de su vida, empleó expresiones de un infantilismo lamentable…”. La objeción es tan fuerte “que cada uno sabe la importancia del vocabulario para revelar la sicología profunda de los seres”, así, a la espera que surgiese un estudio más detallado de la pequeñez[7] en los escritos de Teresa y de su significación profunda, podemos admitir y completar la conclusión del carmelita de Lille: primeramente admitirla: ¿“Los rastros de infantilismo que subsisten en el vocabulario de la santa y que contrastan tan fuertemente con los pasajes mucho más numerosos donde su personalidad de adulto se afirma victoriosamente, no habrían sido queridos por Dios como un vestigio de los riesgos que corrió en su desarrollo, sobre los cuales la gracia de Dios triunfó tan maravillosamente?”[8].
 
Este pasaje muestra a todas luces que Teresa de Lisieux era consciente del infantilismo que había marcado su infancia y que no confundía con su doctrina de la infancia espiritual. Digamos nuevamente, junto a Lucien Marie de Saint Joseph que el infantilismo es un estado sicológico caracterizado por la regresión que hace que un adulto hable, piense, sienta y actúe como un niño (cf. I Co 3, 2; 13, 11; 14, 20).  La infancia inacabada llama a la madurez; la afectividad del niño lleva consigo una tiranía, un egoísmo deseoso de apropiarse del ser amado más que de darse a él[5]”. O, si se prefiere, un amor esencialmente captativo que debe hacer lugar al amor oblativo del adulto. La gracia de la noche de Navidad de 1886 fue una gracia de conversión completa (es decir, definitiva) como lo observaba Teresa: y la continuación de su vida manifiesta su obsesión de evitar la puerilidad en materia espiritual: pensemos en el culto que daba a santa Juana de Arco, virgen guerrera, a su ideal de grandeza: ella sueña con ser guerrera, sacerdote, apóstol, doctor y mártir[6]. Abramos aquí un paréntesis. ¿Teresa de Liseux, sin embargo, escapó completamente del infantilismo? Reconozcamos con Lucien-Marie de Saint Joseph que, a primera vista al menos. “Todo un aspecto del vocabulario teresiano y del imaginario utilizado por la santa está marcado, hasta el término de su existencia, por un infantilismo inquietante… hasta el último año de su vida, empleó expresiones de un infantilismo lamentable…”. La objeción es tan fuerte “que cada uno sabe la importancia del vocabulario para revelar la sicología profunda de los seres”, así, a la espera que surgiese un estudio más detallado de la pequeñez[7] en los escritos de Teresa y de su significación profunda, podemos admitir y completar la conclusión del carmelita de Lille: primeramente admitirla: ¿“Los rastros de infantilismo que subsisten en el vocabulario de la santa y que contrastan tan fuertemente con los pasajes mucho más numerosos donde su personalidad de adulto se afirma victoriosamente, no habrían sido queridos por Dios como un vestigio de los riesgos que corrió en su desarrollo, sobre los cuales la gracia de Dios triunfó tan maravillosamente?”[8].

Revisión de 03:39 19 may 2011

Del infantilismo al caminito de la infancia espiritual

Santa Teresita a los 8 años
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897) es sin duda el autor espiritual que más difundió la doctrina del abandono al punto de obtener que la Iglesia la recomiende a todos los cristianos. Entre las numerosas obras comprendidas en la inmensa literatura concerniente a su doctrina, destacamos especialmente los trabajos del Padre Conrad de Meester[1], que analizó extensamente y sintetizó los diferentes elementos que integran la “nueva vía” de la joven carmelita francesa.
Padre de Santa Teresita
Nos inspiraremos especialmente en sus trabajos para presentar el origen y la evolución de la doctrina de Teresa, antes de recapitularla sintéticamente y de ver en algunos términos a la Iglesia proponerla a todos sus hijos; luego, trataremos de mostrar, a manera de conclusión, cómo este abandono de niño converge con el culto que la Iglesia ha rendido, en curso de los siglos, al Corazón de Jesús.

Evolución y desarrollo de la actitud de abandono en Teresa

Santa Teresita.jpg
Teresa Martín perdió su Madre a la edad de cuatro años, en 1877. De ahí una hipersensibilidad acentuada por una rara enfermedad a la edad de diez años y una crisis de escrúpulos tres años después. Se ha hablado de retardo afectivo y de neurosis[2]. En su primer manuscrito autobiográfico, Teresa reconoce – sin emplear este término- el infantilismo[3] manifestado en su infancia: “Era verdaderamente insoportable para mi inmensa sensibilidad.
TERESI~1.JPG
Si ocurría que causaba una molestia leve a una persona que amaba, en lugar de no llorar, lloraba, y cuando comenzaba a consolarme, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles y no podía llegar a corregirme. No sé cómo me mecía en el dulce pensamiento de entrar al Carmelo, siendo todavía una infanta.
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Hizo falta un milagro pequeño para hacerme crecer en un instante. (Dios) lo hizo el día inolvidable de Navidad (1886). Jesús, el dulce Niñito, en una hora cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… en esa noche en que se hizo débil y sufriente por mi amor, me hizo fuerte y animosa… desde esa noche bendita, no fui vencida en ningún combate, sino, por el contrario marchaba de victoria en victoria y comenzaba, por así decirlo, una carrera de gigante. Fue el 25 de diciembre de 1886 el día que recibí la gracia de salir de la infancia, en una palabra la gracia de mi completa conversión”[4].

Este pasaje muestra a todas luces que Teresa de Lisieux era consciente del infantilismo que había marcado su infancia y que no confundía con su doctrina de la infancia espiritual. Digamos nuevamente, junto a Lucien Marie de Saint Joseph que el infantilismo es un estado sicológico caracterizado por la regresión que hace que un adulto hable, piense, sienta y actúe como un niño (cf. I Co 3, 2; 13, 11; 14, 20). La infancia inacabada llama a la madurez; la afectividad del niño lleva consigo una tiranía, un egoísmo deseoso de apropiarse del ser amado más que de darse a él[5]”. O, si se prefiere, un amor esencialmente captativo que debe hacer lugar al amor oblativo del adulto. La gracia de la noche de Navidad de 1886 fue una gracia de conversión completa (es decir, definitiva) como lo observaba Teresa: y la continuación de su vida manifiesta su obsesión de evitar la puerilidad en materia espiritual: pensemos en el culto que daba a santa Juana de Arco, virgen guerrera, a su ideal de grandeza: ella sueña con ser guerrera, sacerdote, apóstol, doctor y mártir[6]. Abramos aquí un paréntesis. ¿Teresa de Liseux, sin embargo, escapó completamente del infantilismo? Reconozcamos con Lucien-Marie de Saint Joseph que, a primera vista al menos. “Todo un aspecto del vocabulario teresiano y del imaginario utilizado por la santa está marcado, hasta el término de su existencia, por un infantilismo inquietante… hasta el último año de su vida, empleó expresiones de un infantilismo lamentable…”. La objeción es tan fuerte “que cada uno sabe la importancia del vocabulario para revelar la sicología profunda de los seres”, así, a la espera que surgiese un estudio más detallado de la pequeñez[7] en los escritos de Teresa y de su significación profunda, podemos admitir y completar la conclusión del carmelita de Lille: primeramente admitirla: ¿“Los rastros de infantilismo que subsisten en el vocabulario de la santa y que contrastan tan fuertemente con los pasajes mucho más numerosos donde su personalidad de adulto se afirma victoriosamente, no habrían sido queridos por Dios como un vestigio de los riesgos que corrió en su desarrollo, sobre los cuales la gracia de Dios triunfó tan maravillosamente?”[8].

Pero, sobre todo, habría que completar esta apreciación de manera siguiente: el vocabulario de la pequeñez sicológica y espiritual irrita en cada uno de nosotros una parte de la personalidad que corresponde a lo que el Apóstol llama “hombre viejo”, a este adulto orgulloso que rehúsa reconocer su pequeñez delante la grandeza infinita de un Dios que ha querido hacerse un niño pequeño para arrancar este orgullo. Una respuesta de la santa, fechada en agosto de 1897, alienta esta interpretación: “Permanecer pequeña delante del Buen es reconocer su nada, esperar todo del buen Dios como un niñito espera todo de su padre… no atribuirse en lo absoluto a sí mismo las virtudes que se practica, creyéndose capaz de alguna cosa, sino reconocer que el Buen Dios dispone ese tesoro en la mano de su hijo pequeño para que se sirva según necesite, pero es siempre el tesoro del Buen Dios. Finalmente no es para desalentarse por sus errores, porque los niños caen a menudo pero son pequeños para hacerse mucho daño”[9].

Convenía citar aquí esta respuesta (posterior) a una objeción grave que sufría espontáneamente en el espíritu de numerosos lectores de la santa de Lisieux. Resumiendo el debate, podríamos decir: lo que puede parecer, a primera vista, infantilismo, inmadurez de su lenguaje no es sino un trazo de su relación anterior e imperfecta con el mundo de los adultos que persevera verbalmente en el seno de una relación vertical con Dios Creador y Salvador, en el corazón de la cual teresa experimenta inseparablemente su libertad y su responsabilidad de adulto en la comunidad eclesial y de hija de Dios, pequeño delante su grandeza infinita.

Algunos meses más después de esta noche luminosa de Navidad de 1886, Teresa emprende su peregrinaje a Roma para obtener del Papa el permiso de entrar al Carmelo a los quince años. En sus cartas, ella expresa repetidamente su confianza: “Dios no podrá abandonarme, pongo todo en sus manos”[10]. Pero el recurso al Papa fue un fracaso: “estuve como anonadada, me sentía abandonada;… sin embargo el Buen Dios no puede darme pruebas por encima de mis fuerzas… no tengo nada sino al Buen Dios, sólo a Dios[11].”

De regreso a Lisieux, Teresa se abandona completamente habiendo hecho todo lo que dependía de ella[12]”. Su abandono, de octubre de 1887 a marzo de 1888, nace de las pruebas, no está exento de tristeza, concierne al terreno limitado de su vocación carmelita[13]. En el caso de Teresa se verifica nuevamente la ley constante de la Providencia en su economía de salvación. De hecho, para abandonarse a Dios, primero hay que experimentar cierto abandono por parte de los hombres, y a través de ellos de Dios; cierto abandono pasivo parece, ordinariamente, condicionar el abandono activo de Dios[14].

Progreso en el Abandono

Así se explica el progreso de Teresa en el abandono: escribe el 26 de abril de 1889 un texto que parece un conjunto único de varias opiniones cuya integración no tardará en constituir su “caminito”, a la vez tan antiguo y tan nuevo. ¿No querríamos caer nunca?... Que importa, Jesús mío, si caigo a cada instante; veo por medio de eso mi debilidad y para mi es gran ganancia… Estarás más tentado de llevarme en brazos… Si no lo haces, es porque te place verme en el suelo… entonces no me voy a inquietar, pero alzaré hacia ti brazos suplicantes y llenos de amor… ¡No puedo creer que me abandones! Aprovechemos nuestro único momento de sufrimiento! ¡No veamos sino cada instante! Un instante es un tesoro… ¡un solo acto de amor nos hará conocer mejor a Jesús… nos aproximará a Él por toda la eternidad!”[15].

A partir de 1889, vemos sintetizada una serie de temas que nuestra santa profundizará: caer pero ser cargada por Jesús, el beneficio de ver su propia debilidad, sentirse abandonada pero creer que no lo está, reunir, preparar y merecer la eternidad en y por el instante, el momento presente, rechazar inquietarse. Teresa ya avanza en su caminito, no a pesar de su miseria sino a pesar de ella, sostenida por su fe en la misericordia[16].Sin embargo, si el sentimiento de haber sido abandonada ya había aparecido en muchos lugares, si la realidad del abandono a Dios está ya vivido bajo la categoría de “remitir todo a Dios” y por medio del verbo abandonarse; lo sustantivo del abandono aún faltaba. Emerge, por primera vez en una carta del 6 de julio de 1893: “Jesús me enseña a hacer todo por amor; a no negarle nada: a estar contenta cuando me da una ocasión de probarle que lo amo, pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús que hace todo, y yo no hago nada”[17]. Poco después, el 18 de julio de 1893, Teresa precisa: “no soy siempre fiel, pero no me desaliento nunca, me abandono en los brazos de Jesús”[18]

Notas

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica

Tomado de “L’Abandon a Dieu” . Téqui, editores.


1. Conrad de Meester, Dynamique de la confiance, Genèse et structure de la voie d’enfance spirituelle de Sainte Thérèse de Lisieux, París, 1995; del mismo autor, Les mains vides; siglas de cada uno de los volúmenes: CMDC y CMMV; nuestras referencias a los escritos de la santa serán tomadas de sus Œuvres complètes (sigla OC), París, 1992.

2. Cf. CMDC, 24 (bibliogr.)

3. Para analizar este concepto, ver L. Beirnaert, Vie spirituelle 366 (1951) 295-303 y el artículo Enfance Spirituelle en el DSAM

4. Manuscrito A. OC, 141-142

5. Lucien Marie de Saint Joseph, Vie spirituelle 366(1951) 313-315. Sigla del nombre del autor: LMSJ

6. Manuscrito B, OC 224-225.

7. Conviene estudiar con detalle el uso del sentido de estas palabras; caminito, almita, pajarito, etc; ver un esbozo en CMDC, pp. 259 y 264.

8. LMSJ. Op. Cit., 315.

9. Teresa de Lisieux, Derniers entretiens (sigla: DE), 6 de agosto de 1897, OC 1082-1083

10. Teresa, carta 32 del 14 de noviembre de 1887. Sigla de las cartas: LT.

11. LT 36, OC 329.

12. Manuscrito A, OC 182.

13. CMDC, 167.

14. Punto subrayado por Efraín, Lectura amoureuse de la Parole, Première Alliance, París, 1985, en un comentario del Salmo 23.

15. LT 89, OC 389-390.

16. CMDC, 232.

17. LT 142, OC 465.

18. LT 143, OC 467.