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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Corazón de María: Nupcial»

De Enciclopedia Católica

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Corazón de María, Corazón de la Iglesia
 
PROLOGO
 
 
Tuve la felicidad de publicar en 1967 mi primer libro aparecido en lengua francesa referido a la Virgen María, Madre de la divina Providencia, quien obtuvo para mí la gracia de escribir y publicar, para la mayor gloria de su Hijo, el primero de una larga serie de volúmenes.
 
 
Desde entonces, los temas mariológicos han conocido diversos cambios, debidos especialmente a las enseñanzas del Sumo Pontífice Juan Pablo II. Al momento de reeditar el escrito de 1967, he creído oportuno simplificarlo y completarlo.
 
 
El primer anexo, concerniente al uso litúrgico del 1º de enero, que anticipaba, en concreto, un aspecto de la reforma litúrgica querida por el concilio Vaticano II: la vuelta (en el rito latino) a la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, con la conmemoración de la imposición del Nombre de Jesús, ha perdido su razón de ser.
 
 
Si bien es cierto que el segundo anexo, que proponía la transformación de la vigilia de la Asunción en festividad de la Dormición de María, como imitación latina de los ritos orientales no fue recogido por la actual reforma litúrgica, nada impide que en un futuro pueda ser aceptado. Nadie está en capacidad de asegurar que la reforma dispuesta por el último Concilio sea la última en la historia de la liturgia. Por lo tanto, el segundo anexo conserva su vigencia.
 
 
La presente edición agrega nueve complementos.
 
 
La mayor parte de ellos tienen en cuenta la profundización que Juan Pablo II ha querido aportar a las enseñanzas del Magisterio, concernientes al Misterio de María y el culto que le es debido para la gloria de Cristo (1).
 
 
Casi todos remiten a extractos del nuevo Misal Mariano, es decir de las cuarenta y seis misas votivas en honor de la Virgen, resultantes de una revisión dispuesta por el Concilio Vaticano II de las misas marianas de los propios diocesanos o religiosos.
 
 
La Santa Sede ha querido, en tanto sea posible, al conjunto del rito latino. El Papa Juan Pablo II aprobó este Misal con su autoridad apostólica y ordenó su publicación. (Sigla M.M.)
 
 
Además de estos documentos oficiales, he querido insertar, también, en esta última edición algunos extractos de los resultados de mis investigaciones (posteriores a la primera edición) sobre la persona y sobre la misión de María.
 
 
En efecto, participé desde 1974 en los trabajos de la Sociedad francesa de Estudios Marianos; he publicado varios estudios en la revista Marianum y otras; he compuesto una decena de artículos (2) para el reciente Diccionario Mariano (Dictionnaire marial) (De CLD, 1991) algunos de los cuales he empleado aquí.(Sigla:DM).
 
 
Especialmente, he retomado las ideas fundamentales del artículo sobre el Antiguo Testamento: María a la luz de la literatura sapiencial, para mostrar algunos aspectos de una mariología cósmica y “sophiánica” en el mundo latino, en el contexto del Misterio de la predestinación de la Inmaculada.
 
 
Bertrand de Margerie, jesuita Paris, 15 de setiembre de 1991, Festividad de Nuestra Señora de los Siete Dolores.
 
 
(1) He aprovechado la utilísima recopilación de los textos pontificios publicada por el P. J. Collantes, s.j.:El Corazón de Jesús en la enseñanza de Juan Pablo II (1978-1988), Instituto internacional del Corazón de Jesús, Madrid, 1990. (2) R. Pannet, G. Bavaud, B. De Margerie, Diccionnaire marial, CLD, 42 avenue des Platanes, 37170 Chambray.
 
 
 
INTRODUCCIÓN: María, signo de la caridad cristiana
 
 
La constitución dogmática Lumen Gentium nos enseña que la Iglesia católica nunca se ha cansado - y sin duda no lo hará jamás - de reclinarse filialmente sobre el Rostro glorioso de su Madre, para escrutar amorosamente el misterio insondable. Si María, como lo canta la liturgia del rito bizantino, es un “abismo insondable para los ojos de los Ángeles y una cumbre inaccesible para los razonamientos humanos”1 , se comprende que siempre forme parte de la contemplación de la Iglesia y que suscite la reflexión incansablemente renovada de sus teólogos.
 
 
En el misterio de María se expresa, de manera maravillosamente privilegiada y única, el amor eterno de las Personas divinas por las personas angélicas y humanas; el amor de Cristo por su Iglesia.
 
 
Todos los misterios, todas las situaciones, todos los actos, todas las palabras, todas las decisiones libres, todos los privilegios* de María, en la economía de la salvación, expresan la ardiente caridad de su Corazón traspasado y glorioso por las sociedades humanas, angélica y divina y por la Iglesia, de la que es miembro y madre. Esta misma caridad es el más perfecto reflejo puramente creado del Amor increado.
 
 
Desearíamos, pues, enfocar la totalidad del misterio mariano desde la perspectiva del Corazón de María y de su difusión eclesial. Esperamos, de esta manera, hacer fructificar - al menos en parte - las admirables intuiciones que tuvo Scheeben en el siglo XIX:
 
 
“En María, el corazón es el centro vital de la persona: la representa como tal en su carácter personal de Madre; corazón que es órgano de la maternidad corporal como de la maternidad espiritual. Toda la posición y la actividad de María se resumen en la noción del Corazón místico del Cuerpo místico de Cristo”2 .
 
 
Scheeben fue replicado, indudablemente de manera inconsciente en nuestro siglo, por el teólogo ortodoxo ruso V. Iljin quien expresaba así el alcance eclesial de su fe personal en la Inmaculada Concepción:
 
 
“María es el Corazón de la Iglesia. En la confesión de su pureza radical y original, es decir de su indivisibilidad, de su “tsélomoudriia” (castidad y también todo sabiduría) está contenida el testimonio de la unidad ya realizada de la Iglesia, y la prenda de su realización exterior y empírica; es decir, de la entrada en la Iglesia de la cantidad prefijada de elegidos”3 .
 
 
Consideraremos, entonces, al Corazón de María como corazón maternal de la Iglesia; primero en el dogma y en el culto mariano, apoyándonos sobres las inacabables enseñanzas de la Biblia y de los Padres, bajo la guarda vigilante del Magisterio, cuya expresión privilegiada es la liturgia. Luego, en una segunda parte, examinaremos de manera especial los problemas teológicos y las ventajas ecuménicas y pastorales vinculadas a la afirmación: el Corazón Inmaculado de María es miembro eminente y Corazón del Cuerpo Místico de Cristo.
 
 
 
 
 
Contenido [ocultar]
 
1 I. EL CORAZÓN DE MARÍA Y LA COMPRENSIÓN DEL DOGMA MARIANO
 
2 Noción del Corazón de María
 
3 El Corazón inmaculado de María
 
4 El Corazón virginal de María
 
5 El Corazón nupcial de María
 
6 El Corazón de María, Madre del Dios Redentor
 
7 El Corazón compasivo y co-redentor de María pre-redimida
 
8 El Corazón de María, corazón de la vida eucarística de la Iglesia
 
9 El Corazón agonizante y resucitado de María
 
10 Sentido de la expresión “Corazón de María” a los ojos del Magisterio
 
11 Los teólogos frente a la expresión “María Corazón de la Iglesia”
 
12 María, corazón de la Iglesia en la Mariología rusa
 
13 María, Corazón de la Iglesia y la proclamación de su maternidad eclesial por Pablo VI
 
14 Ventajas ecuménicas y pastorales de la presentación del Corazóninmaculado de María como Corazón de la Iglesia
 
15 Anexos
 
16 Transformación de la vigilia de la Asunción en fiesta de la Dormición de María
 
 
 
[editar] I. EL CORAZÓN DE MARÍA Y LA COMPRENSIÓN DEL DOGMA MARIANO
 
[editar] Noción del Corazón de María
 
Entendemos la expresión “Corazón de María” el corazón de carne de la Santísima Virgen, como símbolo, expresión y asiento del doble amor, espiritual y sensible, por Dios y por los hombres, y, también, como el asiento de todas las virtudes - adquiridas e infusas -, de todos los carismas y de todos los dones de la Madre de Dios (cf. nuestro § 10).
 
 
El Corazón de María expresa y simboliza, pues, un amor que es, a la vez creado, redimido y corredentor, humano y sobrenatural, inmaculado, virginal, nupcial 4 , maternal y glorificado frente a las Personas divinas, angélicas y humanas. Diremos siguiendo a Scheeben - que se inspira en Santo Tomás de Aquino5 , que el Corazón de María es el centro vital de su persona, el resumen sintético de la personalidad de la Madre de Dios 5bis. Es decir, que esta expresión incluye, además, una referencia a todos los actos de libertad de María, y a la historia de su existencia terrestre. Su significado es inseparablemente esencial y “existencial”6 , pero de una irreductible originalidad: ¿cuál amor humano, totalmente y exclusivamente humano, ha sido a la vez inmaculado y rescatado, virginal y nupcial, virginal y maternal? ¿Cuál otro amor puramente humano ha sido elevado a los confines de la unión hipostática?
 
 
[editar] El Corazón inmaculado de María
 
La gracia de la Inmaculada Concepción significa “plenitud de Redención en aquella que debía acoger al Redendor”7 , o en otros términos, plenitud inicial de amor infuso y habitual (no necesariamente actual) creado en aquella que debía acoger al Amor increado. Desde el primer instante de su existencia terrestre, el Corazón de María, preservado de todos los gérmenes de odio demoníaco o de rebelión, fue invadido por el don infuso del amor sobrenatural, de una caridad tal que su imaginación y su sensibilidad le fueron perfectamente sumisas, y que su primer acto de libertad, opción decisiva respecto del fin último8 fue un acto de puro amor y de perfecto consentimiento a la gracia que obraba en ella. En este amor creado vivían las Tres personas divinas por la gracia santificante poseída a un punto tal que, considerando el dinamismo de toda la primera gracia recibida por María, Pío XII dijo con razón:
 
 
“La santidad del Hijo excedía y sobrepasaba inconcebiblemente la santidad de la Madre; pero el aumento de su santidad (la de María) sobrepasa tan de lejos toda otra santidad creada, que se esconde en inaccesibles cumbres de esplendor delante de las miradas deslumbradas de los santos y de los ángeles”9
 
 
 
Inmaculada para la Iglesia
 
 
¿No es precisamente para que la Iglesia de los santos y de los ángeles fuese inmaculada en el amor10 que el Corazón de María fue concebido sin la mancha del pecado original por Joaquín y Ana? ¿No esto lo mismo que se concluye del magisterio pontificio de san Pío X?:
 
 
“Si la Virgen fue liberada del pecado original fue porque ella debía ser la Madre de Cristo: ahora bien; ella fue Madre de Cristo con el fin de que nuestras almas pudiesen revivir a la esperanza de los bienes eternos” 11.
 
 
Dicho de otra manera, para que la Iglesia celeste fuese final y perfectamente inmaculada en el amor, María su miembro principal, su Corazón y su Madre, fue concebida inicialmente inmaculada y llena de una caridad sin tacha, sin ninguna vuelta de amor a sí mismo. El texto de san Pío X dice, con toda la claridad deseada, que el privilegio de la Inmaculada Concepción está ordenado a la misión de María en la economía de la Redención; y podría haberse dicho esto mismo respecto de todos sus otros privilegios. Desde su primer instante, el Corazón de María es, en el plan divino, Corazón de la Iglesia. María es Madre de Dios e Inmaculada para poder ser Madre de la Iglesia.
 
 
Por eso, cuando la Iglesia rinde un culto hiperdúlico al Corazón de su Madre, venera el amor infuso y habitual, tal vez inconsciente, pero muy real del que es objeto por parte de María, desde el primer latido de su Corazón Inmaculado; no menos que el primer acto consciente de libertad de este Corazón respecto de su Creador y de todo el pueblo de Dios. Este primer acto de libertad fue - privilegio de María - un acto de puro amor que abarcó con una sola mirada amante el Amor increado y todas las criaturas queridas por él. Un acto de oblación incondicional a los designios de Dios. Honrando este acto suscitado y obtenido por la gracia divina, formado por la caridad infusa y creada, que el Espíritu Santo derrama en los corazones, la Iglesia honra el acto que siendo su lejano origen creado, es al mismo tiempo el perfecto modelo de su ofrenda a Jesucristo.
 
 
Por lo tanto, no es solamente el amor actual y presente del Corazón resucitado de la Virgen, asumida en la gloria de su Hijo, el que venera la Iglesia; venera también el amor pasado, desde su primera entrega que se volvería intangible; un amor que tendía, desde entonces, a la Iglesia que hoy la honra; un amor integralmente humano, a la vez que puramente espiritual de una parte y sensible y corporal de otra. El amor de la más pura de las almas inmortales, unida a un cuerpo mortal. Un amor redimido, radicalmente preservado de todo egoísmo y de toda posibilidad de transformarse en odio, por el triple amor (divino, espiritual y sensible) de su Creador y Redentor, Jesús.
 
 
No solamente el Corazón de María, también su ardiente caridad estuvo, inclusive desde entonces, orientado hacia el futuro Corazón de Jesús, “manantial de vida eterna” (Jn 4,14); es un fruto anticipado de la Pasión y de la muerte del Corazón de Jesús. El culto de la Iglesia respecto del Corazón de su Madre tiene por último fin el Corazón de su Esposo y Predestinador.
 
 
En el amor predestinado de María, la Iglesia encuentra el signo personal más elocuente del amor del Verbo predestinador para consigo. ¡Cómo no decir con San Juan Damasceno!:
 
 
“En la presciencia de tu dignidad, el Dios del universo te amaba; como te amaba te predestinó, y en los últimos tiempos te llamó a la existencia y te estableció madre, para engendrar un Dios y nutrir su propio Hijo y su Verbo (...) Divino y viviente obra maestra, en el cual Dios se complació, cuyo espíritu es gobernado por Dios y se encuentra atento solamente a Dios; en él todo deseo se encamina a lo único deseable y amable; que sólo tiene cólera contra el pecado y contra su progenitor. Tendrás una vida superior a la naturaleza. Porque tú no la tendrás sólo por ti; ya que no fue por ti solamente por quien naciste. Lo harás, también, por Dios: por Él viniste a la vida; por El servirás a la salvación universal, para que el antiguo designio de Dios - la Encarnación del Verbo y nuestra divinización - por ti se cumpla ...Corazón puro y sin mancha, que contempla y desea al Dios sin mancha”12.
 
 
No se podría subrayar suficientemente la profundidad de la formulación del Damasceno. En el progreso de su santidad, el Corazón de María refleja al Dios inmaculado que ve: “Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios”. A esta pureza del Corazón de María pertenece la cólera, formada por la caridad divina, contra el pecado y contra el demonio que lo genera. Cuando la Iglesia venera al Corazón Inmaculado de María, venera, también este caritativo odio, amado e imitado por ella.
 
 
[editar] El Corazón virginal de María
 
El corazón de María pudo haber sido, también, inmaculado sin ser virginal. Precisamente porque María fue preservada del pecado actual, ella hubiera podido, sin el menor inconveniente para su propia santidad, conocer los placeres de la carne. La doctrina de la virginidad de María no podría ser identificada con el desprecio de la obra de la carne del matrimonio; sólo es plenamente comprensible e inteligible, en su sentido y en su finalidad por aquel que reconoce su necesidad, no intrínseca sino económica, es decir, en el plan concreto que la Providencia adoptó para la salvación de la humanidad: una economía de redención por la muerte de la Cruz. Las luces de la teología especulativa y aquellas de la exégesis se refuerzan, aquí, mutuamente. De una parte el Padre Guy de Broglie nos dice con precisión: “María se preparó para convertirse en Madre del Salvador por su elección deliberada de una virginidad voluntaria, es decir, de un estado de vida que, desde el punto de vista de la naturaleza femenina, equivalía a una intención de renuncia y de muerte. Porque, ¿ no es acaso, en un sentido verdadero, optar deliberadamente por la muerte el esterilizar en sí todas las fuerzas y todas las inclinaciones dadas al ser humano para perpetuar en su descendencia la vida de que es depositario? El sentido y la finalidad de esta doble virginidad voluntaria (de Cristo y de su Madre) se nos muestran con una luminosidad indiscutible en tanto que tal renunciamiento jamás pudo ser dictado sea a Jesús, sea a su Santa Madre por esta humilde y precavida desconfianza de sí mismo que deben experimentar los otros seres humanos delante de su propia enfermedad espiritual. Porque, al escapar ambos a la herencia del pecado de Adán, Jesús y María reencontraron en ellos, por el contrario, toda la rectitud de la inocencia original. Tal renunciamiento no podía, entonces, tener para ellos otro sentido ni otra razón de ser que la expiación de las faltas de los otros seres humanos, o inclusive el iluminar y alentar a los otros hombres a seguir el ejemplo de sus conductas”.13 El exegeta más reciente de “la virginidad en la Biblia”, L. Legrand, reúne con sus métodos de análisis literario, las orientaciones del padre Broglie. Concluye de esta manera su examen de la “espiritualidad lucana de la cruz cotidiana”: El celibato es una de las formas más crucificantes de renuncia, una de las maneras más radicales de llevar sobre sí la “nekrôsis”, la muerte de Jesús... Abrazando el celibato, se va hasta la renuncia del deseo que es, tal vez, el más profundo del hombre, de tener hijos y, mediante ellos, burlar de cierta manera a la muerte y ver prolongarse su destino en sus descendientes. Nada hay de pecaminoso en este deseo. Constituye, sin embargo, todavía, una forma de confianza en la carne. El discípulo que comprendió el verbum crucis no tenía otro espíritu que el que resplandecía allende la cruz. Carga la cruz, y también aquella del celibato. La virginidad se vuelve para él una manera radical de llevar al máximo la mortificación que exige su comunión con el Maestro crucificado”. Legrand concluye: “Las observaciones de Lucas respecto de la virginidad representan un desarrollo teológico. El celibato cristiano anuncia la cruz”14. Luego, nuestro autor publica esta interpretación a la presentación lucana del misterio de María: “Si es exacto que el Evangelio de la Infancia está sobreentendido por una tipología pascual y si, para Lucas, la virginidad es una participación anticipada de la Pasión, en tanto que la intervención del Espíritu luego de la concepción de Jesús anticipa la resurrección, resulta altamente probable que Lucas haya visto perfilarse la cruz detrás del misterio de la fecundidad de María. La virginidad fecunda de María anuncia la muerte vivificante de Jesús. La Virgen, como la cruz, representa la transformación de la debilidad de la carne en fortaleza por la acción del Espíritu de vida. En la teología del Evangelio de la Infancia, la virginidad de María significa pobreza y debilidad; juega el rol de la cruz en la teología paulina. La “tapeinôsis” (no humildad sino humillación, como el término hebreo oni : abandono, miseria) de la Virgen cobra todo su sentido en la similitud a la “etapeinôsen” del Calvario (Fil 2, 8)15. Tal es para Lucas el sentido de la virginidad de María. ¿Lo era también para ella? Aunque Legrand no quiere tomar partido respecto de este punto16, creemos que se puede sostener perfectamente, a la luz de los datos que nos brinda, que la joven Israelita inmaculada, conocedora de las Escrituras y no menos de los cánticos del Servidor que del cántico de Ana, había optado voluntariamente por la virginidad de una manera sacrificial, frente al pecado del mundo y al orgullo que acompaña a menudo la generación carnal17. Es de una manera plenamente deliberada que la “esclava del Señor” quiso una virginidad humillante, hecho no remarcado suficientemente por Legrand al término de su análisis exegético luego de que afirma con precisión: “María se compara con Ana. Su “humillación de virgen es análoga a aquella de Ana la estéril. En auténtica mentalidad judía, ella no consideraba a la virginidad como un título de gloria, sino como un anonadamiento, una forma de indigencia, una condición humillada. Es lo que María expresa en el Magnificat. Fue humillada siendo Virgen, pero fue elevada sin oprobio. Fue despreciada, pero ahora es proclamada bienaventurada (1, 48). Siendo pobre, fue exaltada (1, 53); estando desvalida, fue colmada (1, 53) (...) Desde la óptica de Lucas 1-2, la virginidad de María es, por tanto, pobreza total; privación no sólo de los bienes mundanos sino inclusive de aquel que concedía a las mujeres, en Israel, el derecho al respeto18. El Corazón humildísimo de la Inmaculada veía en esta condición humillada de la virginidad, carente de “título de gloria” delante los hombres, una virtud real (hecho que me parece que no ha sido resaltado suficientemente por Legrand)19, un don de Dios que le permitía glorificar a su Creador ofendido por el orgullo sensual de tantos hombres. De esta manera se explica, como lo remarcan con precisión Donelly20 y Holzmeister21, siguiendo a San Bernardo y yendo en contra de algunos Padres, la pregunta hecha al Ángel por María: “¿Y esto cómo podrá ser si no conozco varón? (Lc 1, 34). Ello significa, a la vez, resolución de mantener la virginidad - como lo reconocen inclusive ciertos exegetas protestantes - y disponibilidad delante de un plan divino eventualmente diferente que exigiría que María “conociese varón”. Por ese motivo, precisa Lagrange con la misma sutileza, que María habla en presente y no en futuro23. María estaba dispuesta a someterse completamente a la voluntad de Dios, inclusive aceptando el matrimonio. Sólo quería estar segura de que la renuncia eventual a la decisión que había tomado inicialmente bajo la inspiración de la gracia, fuese conforme a la voluntad de Dios. Consta, entonces, que la virginidad de María, perpetua y física, es una decisión libre de su Corazón inmaculado obrada por el Espíritu, una renuncia corredentora a la gloria mundana de una maternidad según la carne, una opción reparadora en favor del pueblo de Dios. Un acto de amor, no sólo por Dios, sino también por los hombres orgullosos y sensuales. Recíprocamente y por contrapartida, la opción virginal de María viene a matizar y a colorear con un tinte especial, no solamente el amor que tiene a su Creador, sino también aquel que tiene a todo hombre. María ama cada persona humana con dilección virginal, completamente polarizada por la presencia de Dios en ella. Esta dilección virginal por la humanidad amada en Dios y la decisión voluntaria y libre emanada de ella es lo que la Iglesia honra cuando rinde culto al Corazón de María, que es su propio Corazón virginal. No es en otro lugar, sino en el Corazón de María, donde se ha realizado de la manera más perfecta lo que decía San Agustín respecto de la Iglesia:
 
 
“Omnis Ecclesia virgo (...) omnia (membra) in mente servant virginitatem. Quae est virgitas mentis? Integra fides, solida spes, sincera caritas? 24
 
 
La virginidad psíquica de María aparece desde este ángulo como un signo sacramental de la integridad inmaculada de su Corazón y de la integridad virginal de la Iglesia. Nos interesa en la actualidad, en la Iglesia, considerar la virginidad de María como una fuente de inspiración para nuestra práctica de la castidad. Cada ser humano es una persona compuesta de un alma inmortal y de un cuerpo mortal, destinado, a través de la muerte, a una resurrección gloriosa. Es decir, a una completa transfiguración por el alma glorificada. El alma es el principio inmaterial de la vida material al mismo tiempo que goza del maravilloso poder de entrar en contacto inmediato con su Creador por medio de actos de amor voluntarios. En otros términos, el alma humana se sitúa a medio camino entre el mundo temporal y la eternidad de Dios. Es capaz de dominar el mundo en la medida en que esté sometida a su Creador inmanente. El cuerpo de María no conoció jamás el placer sexual porque su alma lo excluía por amor a Dios y a la humanidad. Desde que tuvo uso de razón, María practicó siempre la virtud de la castidad; es decir un control racional y voluntario sobre toda su sexualidad psicosomática. Podemos, tal vez, sorprendernos al escuchar hablar de la sexualidad humana de la Virgen María. Recordemos que Dios no ha creado nunca un ser humano no sexuado. La distinción de sexos en la humanidad no es el resultado de una ciega evolución animal inacabada, sino de una sabia disposición de la divina Providencia; de una voluntad eterna del Hijo de Dios preocupado por conservar con vida a la humanidad, por medio de su propia colaboración, justamente a través de una diferenciación sexual. En cada ser humano, la sexualidad humana - como todos los otros bienes materiales o psicológicos- es objeto de una elección de la divina Sabiduría, Poder y Misericordia. El Concilio Vaticano II nos habla a la vez del carácter sexual y del misterio de la persona humana. Cada persona humana es un misterio, en el sentido que el alma humana está llamada a la visión beatífica del Creador y que el cuerpo humano está destinado a una vida inmortal. Podemos decir, entonces, que la sexualidad psíquica y psicológica de María pertenecen al misterio de su persona. María conoció y reconoció el supremo dominio del eterno Ser divino sobre su cuerpo y sobre sus pensamientos, y sobre los recuerdos y los deseos de su alma. Su consagración total a Dios, renovada a menudo, brotaba de su amor apasionado por el Padre celeste y por todos los hombres, sus hermanos. En ella, la virtud moral de la castidad estaba totalmente penetrada por la virtud teológica de la caridad respecto de Dios, de cada uno de nosotros y de ella misma. Se amaba a sí misma y amaba a cada uno de nosotros por puro amor a Dios solo. Todo eso está implicado en su declaración al Ángel: “No quiero conocer varón”, es decir: “no quiero conocer carnalmente ningún hombre porque aspiro a un conocimiento mejor, espiritual y eterno de todos los hombres y de todas las mujeres. Especialmente, no deseo conocer carnalmente a mi esposo José, porque con él quiero servir a Dios en virginidad”. La misteriosa y virginal castidad de María nos obliga, a nosotros que somos sus hijos espirituales, a reconsiderar bajo su inspiración nuestra propia práctica de la virtud de castidad en pensamientos, deseos, miradas, palabras y actos. Bajo la luz destellante de la castidad inmaculada de María, comprendemos mejor estas verdades: la lujuria, idolatría del cuerpo, desprecia simultáneamente los derechos del Creador y la ardiente aspiración del cuerpo mismo, destinado a la resurrección gloriosa por el Hijo de Dios, como lo explicara en 1971 en mi libro Le Christ pour le monde (Cristo para el mundo) (cap. XII). La lujuria en pensamientos y en actos es, sin duda, la forma más común del ateísmo práctico de muchos cristianos nominales que hacen profesión de conocer a Dios, pero lo niegan por sus actos íntimos y por sus actos exteriores (Tt 1, 16). Muchos se dicen hijos e hijas de María, su Señora, y sin embargo reniegan de ella por la voluntaria impureza de su imaginación y de su comportamiento. Pero María intercede para preservarnos de la desesperación ética y contemplamos, con el prefacio de la Hija de Sión, del Misal Mariano, su obra reparadora.
 
 
“Hija de Adán por naturaleza María reparó por su pureza el pecado de la primera mujer; descendiente de Abrahám por su fe, fue confiando que ella concibió al Hijo de Dios”.
 
 
[editar] El Corazón nupcial de María
 
 
Podría pensarse que, subjetivamente, la Virgen María eligió25 a José, el hombre justo predestinado26 para esta misión; justamente como esposo para poder conservar la virginidad consagrada, en el seno de una sociedad judía donde el celibato consagrado no era practicado sino por los grupos marginales Esenios. Pero objetivamente este matrimonio virginal tenía además, como lo enseña Roberto Belarmino27, otros fines: preservar a la Virgen de la sospecha de adulterio y ayudarla en la educación del Dios - Niño. Este matrimonio virginal produjo, en el Corazón de la Virgen, un amor creciente y único por San José, guardián de su virginidad; virgen él mismo para ella28 y por ella; con ella educador del Hombre - Dios, Mesías y Salvador. El nombre de Jesús, que María y José conjuntamente confirieron al Hijo de Dios, de Adán y de David, en obediencia a la voluntad divina, fue el nudo supremo de este amor indisolublemente virginal y nupcial. En el cielo como en la tierra, el Corazón de María ama a José con este amor que ella no tiene ni podrá tener por ninguna otra criatura. ¿Cuál otra habría podido tener el derecho a un amor tan íntimo? San José es el amigo aparte; el amigo único de María, que ella ama más que a los ángeles y a los santos más perfectos, y que quería más santo que toda criatura. María supo ser deudora a José del honor, de la vida (sin él, recalca San Jerónimo, ella pudo ser lapidada), del pan cotidiano y supo deberle a Jesús mismo, que no hubiera podido ser concebido virginalmente en ella sino gracias a la virginidad de San José30. Honrando al Corazón de María, no sabríamos hacer abstracción de este objeto privilegiado de su amor que fue San José. Salvo algunas excepciones y algunos tratamientos parciales y locales, este amor y este matrimonio no han encontrado en las síntesis mariológicas, el lugar que merecen.31 ¿No será, acaso, que no se ha remarcado suficientemente la significación eclesial, a pesar de ser percibida por Sauvé? 32 “Dios - nos dice - decidió desde la eternidad entregar su Hijo al mundo, pero sólo gracias a este matrimonio virginal. Este matrimonio era tanto más cierto cuanto era el signo y la prenda más perfecta, después de la Encarnación, de la unión de Jesús con su Iglesia. Esta unión, que el matrimonio de José y María anuncia, se inaugura en la perfección. Aunque la unión de Jesús con su Iglesia no será más que la prolongación - necesariamente menos perfecta - de este matrimonio vivificado por la presencia de Jesús. Porque en el futuro ¿a qué alma podría estar unido Jesús tan íntimamente y tan profundamente que a las de María y de José, unidas entre ellas por Él? 33 La Iglesia, Esposa virginal de Cristo, su Salvador, cuyas nupcias son sacramentalmente representadas y actualizadas por todos los matrimonios cristianos, ama en el Corazón de María la irrevocable decisión de un matrimonio virginal, y el amor nupcial único por San José, condiciones y fuentes de su propia existencia. En el corazón nupcial de la Inmaculada, la Iglesia ama, también, con un amor fiel e indisoluble a San José, causa ejemplar y meritoria de su propio amor invencible por Jesús. Un amor casto, fuente de castidad conyugal para los esposos cristianos; un amor cuya contemplación le hace seguir más fácilmente la sugerencia del Apóstol Pablo: “privarse el uno del otro de común acuerdo, por un tiempo, para dedicarse a la oración” (1 Co 7,5). La Iglesia sabe, por lo demás, que reflexionando sobre este matrimonio virginal, su prototipo, está llamada a descubrir más exactamente que “la esencia del matrimonio consiste en la unión indivisible de los espíritus, en virtud de la cual los esposos están mutuamente obligados a la fidelidad”, como lo subrayaba Santo Tomás de Aquino34. La contemplación del matrimonio virginal de María y de José ha hecho comprender a la Iglesia que el matrimonio ya es verdadero antes de ser consumado carnalmente. ¿No es, también, una consideración orante de este matrimonio único - al menos en parte - el origen del audaz contrato mediante el cual San Juan Eudes tomó a María por Esposa mística? 35. Se comprende, entonces, que el culto de la Iglesia para con el Corazón de María lleva a glorificarlo como el corazón virginal y nupcial de la Esposa de José. Y es como tal que María es el Corazón de una Iglesia Esposa y Virgen. En su exhortación apostólica sobre La figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia (15 de agosto de 1989), Juan Pablo II nos ayuda a contemplar el matrimonio de María con José: “Las palabras dirigidas (por el Ángel del Señor) a José son muy significativas: “No temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Explican el misterio de la Esposa de José: María es virgen en su maternidad... Lo que se cumplió en ella por obra del Espíritu Santo expresa, al mismo tiempo, una particular confirmación del vínculo esponsal que ya existía entre María y José. De esta manera su matrimonio con María su realizó por voluntad de Dios, debiendo ser conservado. En su maternidad divina, María debe continuar viviendo como “una virgen, desposada con un varón” (cf. Lc 1,27) . En las palabras de la anunciación nocturna, prosigue el Papa, José vuelve a oír la verdad sobre su propia vocación. Justo, ligado a la Virgen con un amor esponsal, José es llamado nuevamente por Dios a este amor. Si aquello que es engendrado en María viene del Espíritu Santo, ¿no es necesario concluir que su amor de hombre es, también, regenerado por el Espíritu Santo? ¿no es necesario pensar que el amor de Dios derramado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo (Rm 5, 5), da forma de la manera más perfecta a todo amor humano? Forma también - y de una manera muy singular – “el amor esponsal de los esposos”. La profundidad de esta intimidad, la intensidad espiritual de la unión y del contacto interpersonal del hombre y de la mujer provienen, en definitiva, del Espíritu que vivifica. José, obedeciendo al Espíritu Santo, encontró en él la fuente de su amor esponsal de hombre (Redemptoris custos, 18 - 19). Se ve: para Juan Pablo II, el Corazón de María Esposa favorece la eclosión de un auténtico amor conyugal. Es en el Corazón inmaculado de aquella que los Padres y Doctores llaman algunas veces la Esposa del Padre, la Esposa del Hijo (Cirilo de Alejandría, Roberto Belarmino), la Esposa del Espíritu (León XIII) y que es también la esposa no desposada, (ver la expresión de la liturgia bizantina) según el Espíritu y no según la carne, de José que los justos pueden sacar el tesoro de un casto amor conyugal, ligado por la gracia sacramental del matrimonio. El prefacio de la misa de Nuestra Señora de Nazaret nos presenta la magnífica conclusión resultante con forma de alabanza:  
 
Podría pensarse que, subjetivamente, la Virgen María eligió25 a José, el hombre justo predestinado26 para esta misión; justamente como esposo para poder conservar la virginidad consagrada, en el seno de una sociedad judía donde el celibato consagrado no era practicado sino por los grupos marginales Esenios. Pero objetivamente este matrimonio virginal tenía además, como lo enseña Roberto Belarmino27, otros fines: preservar a la Virgen de la sospecha de adulterio y ayudarla en la educación del Dios - Niño. Este matrimonio virginal produjo, en el Corazón de la Virgen, un amor creciente y único por San José, guardián de su virginidad; virgen él mismo para ella28 y por ella; con ella educador del Hombre - Dios, Mesías y Salvador. El nombre de Jesús, que María y José conjuntamente confirieron al Hijo de Dios, de Adán y de David, en obediencia a la voluntad divina, fue el nudo supremo de este amor indisolublemente virginal y nupcial. En el cielo como en la tierra, el Corazón de María ama a José con este amor que ella no tiene ni podrá tener por ninguna otra criatura. ¿Cuál otra habría podido tener el derecho a un amor tan íntimo? San José es el amigo aparte; el amigo único de María, que ella ama más que a los ángeles y a los santos más perfectos, y que quería más santo que toda criatura. María supo ser deudora a José del honor, de la vida (sin él, recalca San Jerónimo, ella pudo ser lapidada), del pan cotidiano y supo deberle a Jesús mismo, que no hubiera podido ser concebido virginalmente en ella sino gracias a la virginidad de San José30. Honrando al Corazón de María, no sabríamos hacer abstracción de este objeto privilegiado de su amor que fue San José. Salvo algunas excepciones y algunos tratamientos parciales y locales, este amor y este matrimonio no han encontrado en las síntesis mariológicas, el lugar que merecen.31 ¿No será, acaso, que no se ha remarcado suficientemente la significación eclesial, a pesar de ser percibida por Sauvé? 32 “Dios - nos dice - decidió desde la eternidad entregar su Hijo al mundo, pero sólo gracias a este matrimonio virginal. Este matrimonio era tanto más cierto cuanto era el signo y la prenda más perfecta, después de la Encarnación, de la unión de Jesús con su Iglesia. Esta unión, que el matrimonio de José y María anuncia, se inaugura en la perfección. Aunque la unión de Jesús con su Iglesia no será más que la prolongación - necesariamente menos perfecta - de este matrimonio vivificado por la presencia de Jesús. Porque en el futuro ¿a qué alma podría estar unido Jesús tan íntimamente y tan profundamente que a las de María y de José, unidas entre ellas por Él? 33 La Iglesia, Esposa virginal de Cristo, su Salvador, cuyas nupcias son sacramentalmente representadas y actualizadas por todos los matrimonios cristianos, ama en el Corazón de María la irrevocable decisión de un matrimonio virginal, y el amor nupcial único por San José, condiciones y fuentes de su propia existencia. En el corazón nupcial de la Inmaculada, la Iglesia ama, también, con un amor fiel e indisoluble a San José, causa ejemplar y meritoria de su propio amor invencible por Jesús. Un amor casto, fuente de castidad conyugal para los esposos cristianos; un amor cuya contemplación le hace seguir más fácilmente la sugerencia del Apóstol Pablo: “privarse el uno del otro de común acuerdo, por un tiempo, para dedicarse a la oración” (1 Co 7,5). La Iglesia sabe, por lo demás, que reflexionando sobre este matrimonio virginal, su prototipo, está llamada a descubrir más exactamente que “la esencia del matrimonio consiste en la unión indivisible de los espíritus, en virtud de la cual los esposos están mutuamente obligados a la fidelidad”, como lo subrayaba Santo Tomás de Aquino34. La contemplación del matrimonio virginal de María y de José ha hecho comprender a la Iglesia que el matrimonio ya es verdadero antes de ser consumado carnalmente. ¿No es, también, una consideración orante de este matrimonio único - al menos en parte - el origen del audaz contrato mediante el cual San Juan Eudes tomó a María por Esposa mística? 35. Se comprende, entonces, que el culto de la Iglesia para con el Corazón de María lleva a glorificarlo como el corazón virginal y nupcial de la Esposa de José. Y es como tal que María es el Corazón de una Iglesia Esposa y Virgen. En su exhortación apostólica sobre La figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia (15 de agosto de 1989), Juan Pablo II nos ayuda a contemplar el matrimonio de María con José: “Las palabras dirigidas (por el Ángel del Señor) a José son muy significativas: “No temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Explican el misterio de la Esposa de José: María es virgen en su maternidad... Lo que se cumplió en ella por obra del Espíritu Santo expresa, al mismo tiempo, una particular confirmación del vínculo esponsal que ya existía entre María y José. De esta manera su matrimonio con María su realizó por voluntad de Dios, debiendo ser conservado. En su maternidad divina, María debe continuar viviendo como “una virgen, desposada con un varón” (cf. Lc 1,27) . En las palabras de la anunciación nocturna, prosigue el Papa, José vuelve a oír la verdad sobre su propia vocación. Justo, ligado a la Virgen con un amor esponsal, José es llamado nuevamente por Dios a este amor. Si aquello que es engendrado en María viene del Espíritu Santo, ¿no es necesario concluir que su amor de hombre es, también, regenerado por el Espíritu Santo? ¿no es necesario pensar que el amor de Dios derramado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo (Rm 5, 5), da forma de la manera más perfecta a todo amor humano? Forma también - y de una manera muy singular – “el amor esponsal de los esposos”. La profundidad de esta intimidad, la intensidad espiritual de la unión y del contacto interpersonal del hombre y de la mujer provienen, en definitiva, del Espíritu que vivifica. José, obedeciendo al Espíritu Santo, encontró en él la fuente de su amor esponsal de hombre (Redemptoris custos, 18 - 19). Se ve: para Juan Pablo II, el Corazón de María Esposa favorece la eclosión de un auténtico amor conyugal. Es en el Corazón inmaculado de aquella que los Padres y Doctores llaman algunas veces la Esposa del Padre, la Esposa del Hijo (Cirilo de Alejandría, Roberto Belarmino), la Esposa del Espíritu (León XIII) y que es también la esposa no desposada, (ver la expresión de la liturgia bizantina) según el Espíritu y no según la carne, de José que los justos pueden sacar el tesoro de un casto amor conyugal, ligado por la gracia sacramental del matrimonio. El prefacio de la misa de Nuestra Señora de Nazaret nos presenta la magnífica conclusión resultante con forma de alabanza:  
  

Revisión de 04:13 11 ene 2010

Podría pensarse que, subjetivamente, la Virgen María eligió25 a José, el hombre justo predestinado26 para esta misión; justamente como esposo para poder conservar la virginidad consagrada, en el seno de una sociedad judía donde el celibato consagrado no era practicado sino por los grupos marginales Esenios. Pero objetivamente este matrimonio virginal tenía además, como lo enseña Roberto Belarmino27, otros fines: preservar a la Virgen de la sospecha de adulterio y ayudarla en la educación del Dios - Niño. Este matrimonio virginal produjo, en el Corazón de la Virgen, un amor creciente y único por San José, guardián de su virginidad; virgen él mismo para ella28 y por ella; con ella educador del Hombre - Dios, Mesías y Salvador. El nombre de Jesús, que María y José conjuntamente confirieron al Hijo de Dios, de Adán y de David, en obediencia a la voluntad divina, fue el nudo supremo de este amor indisolublemente virginal y nupcial. En el cielo como en la tierra, el Corazón de María ama a José con este amor que ella no tiene ni podrá tener por ninguna otra criatura. ¿Cuál otra habría podido tener el derecho a un amor tan íntimo? San José es el amigo aparte; el amigo único de María, que ella ama más que a los ángeles y a los santos más perfectos, y que quería más santo que toda criatura. María supo ser deudora a José del honor, de la vida (sin él, recalca San Jerónimo, ella pudo ser lapidada), del pan cotidiano y supo deberle a Jesús mismo, que no hubiera podido ser concebido virginalmente en ella sino gracias a la virginidad de San José30. Honrando al Corazón de María, no sabríamos hacer abstracción de este objeto privilegiado de su amor que fue San José. Salvo algunas excepciones y algunos tratamientos parciales y locales, este amor y este matrimonio no han encontrado en las síntesis mariológicas, el lugar que merecen.31 ¿No será, acaso, que no se ha remarcado suficientemente la significación eclesial, a pesar de ser percibida por Sauvé? 32 “Dios - nos dice - decidió desde la eternidad entregar su Hijo al mundo, pero sólo gracias a este matrimonio virginal. Este matrimonio era tanto más cierto cuanto era el signo y la prenda más perfecta, después de la Encarnación, de la unión de Jesús con su Iglesia. Esta unión, que el matrimonio de José y María anuncia, se inaugura en la perfección. Aunque la unión de Jesús con su Iglesia no será más que la prolongación - necesariamente menos perfecta - de este matrimonio vivificado por la presencia de Jesús. Porque en el futuro ¿a qué alma podría estar unido Jesús tan íntimamente y tan profundamente que a las de María y de José, unidas entre ellas por Él? 33 La Iglesia, Esposa virginal de Cristo, su Salvador, cuyas nupcias son sacramentalmente representadas y actualizadas por todos los matrimonios cristianos, ama en el Corazón de María la irrevocable decisión de un matrimonio virginal, y el amor nupcial único por San José, condiciones y fuentes de su propia existencia. En el corazón nupcial de la Inmaculada, la Iglesia ama, también, con un amor fiel e indisoluble a San José, causa ejemplar y meritoria de su propio amor invencible por Jesús. Un amor casto, fuente de castidad conyugal para los esposos cristianos; un amor cuya contemplación le hace seguir más fácilmente la sugerencia del Apóstol Pablo: “privarse el uno del otro de común acuerdo, por un tiempo, para dedicarse a la oración” (1 Co 7,5). La Iglesia sabe, por lo demás, que reflexionando sobre este matrimonio virginal, su prototipo, está llamada a descubrir más exactamente que “la esencia del matrimonio consiste en la unión indivisible de los espíritus, en virtud de la cual los esposos están mutuamente obligados a la fidelidad”, como lo subrayaba Santo Tomás de Aquino34. La contemplación del matrimonio virginal de María y de José ha hecho comprender a la Iglesia que el matrimonio ya es verdadero antes de ser consumado carnalmente. ¿No es, también, una consideración orante de este matrimonio único - al menos en parte - el origen del audaz contrato mediante el cual San Juan Eudes tomó a María por Esposa mística? 35. Se comprende, entonces, que el culto de la Iglesia para con el Corazón de María lleva a glorificarlo como el corazón virginal y nupcial de la Esposa de José. Y es como tal que María es el Corazón de una Iglesia Esposa y Virgen. En su exhortación apostólica sobre La figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia (15 de agosto de 1989), Juan Pablo II nos ayuda a contemplar el matrimonio de María con José: “Las palabras dirigidas (por el Ángel del Señor) a José son muy significativas: “No temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Explican el misterio de la Esposa de José: María es virgen en su maternidad... Lo que se cumplió en ella por obra del Espíritu Santo expresa, al mismo tiempo, una particular confirmación del vínculo esponsal que ya existía entre María y José. De esta manera su matrimonio con María su realizó por voluntad de Dios, debiendo ser conservado. En su maternidad divina, María debe continuar viviendo como “una virgen, desposada con un varón” (cf. Lc 1,27) . En las palabras de la anunciación nocturna, prosigue el Papa, José vuelve a oír la verdad sobre su propia vocación. Justo, ligado a la Virgen con un amor esponsal, José es llamado nuevamente por Dios a este amor. Si aquello que es engendrado en María viene del Espíritu Santo, ¿no es necesario concluir que su amor de hombre es, también, regenerado por el Espíritu Santo? ¿no es necesario pensar que el amor de Dios derramado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo (Rm 5, 5), da forma de la manera más perfecta a todo amor humano? Forma también - y de una manera muy singular – “el amor esponsal de los esposos”. La profundidad de esta intimidad, la intensidad espiritual de la unión y del contacto interpersonal del hombre y de la mujer provienen, en definitiva, del Espíritu que vivifica. José, obedeciendo al Espíritu Santo, encontró en él la fuente de su amor esponsal de hombre (Redemptoris custos, 18 - 19). Se ve: para Juan Pablo II, el Corazón de María Esposa favorece la eclosión de un auténtico amor conyugal. Es en el Corazón inmaculado de aquella que los Padres y Doctores llaman algunas veces la Esposa del Padre, la Esposa del Hijo (Cirilo de Alejandría, Roberto Belarmino), la Esposa del Espíritu (León XIII) y que es también la esposa no desposada, (ver la expresión de la liturgia bizantina) según el Espíritu y no según la carne, de José que los justos pueden sacar el tesoro de un casto amor conyugal, ligado por la gracia sacramental del matrimonio. El prefacio de la misa de Nuestra Señora de Nazaret nos presenta la magnífica conclusión resultante con forma de alabanza:

“En Nazaret la Virgen inmaculada unida a José el Justo por un amor profundo y purísimo, te entona cánticos y te adora en silencio, te celebra mediante su vida y te glorifica con su trabajo”

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica