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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Dioclesiano»

De Enciclopedia Católica

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Emperador romano y perseguidor de la Iglesia. Sus padres habían sido esclavos. Nació en Dioclea, cerca de Salona, en Dalmacia, el año 245 d.C. Murió en Salona, el año 313 d.C.  
 
Emperador romano y perseguidor de la Iglesia. Sus padres habían sido esclavos. Nació en Dioclea, cerca de Salona, en Dalmacia, el año 245 d.C. Murió en Salona, el año 313 d.C.  
  
  Se hizo militar y sus habilidades sobresalientes lo llevaron a ocupar los puestos de gobernador de Moesia, cónsul, y comandante de los guardias de palacio. Se distinguió especialmente durante la guerra persa, a las órdenes de Carus. Cuando el hijo y sucesor de Carus, Numerio, fue asesinado en Calcedonia, el ejército escogió a Dioclesiano para ocupar su lugar, y el primer acto de éste fue dar muerte, con su propia mano, al asesino, Aper (17 de septiembre de 284, d.C.). Su carrera como emperador pertenece a la historia secular. Aquí sólo haremos una breve descripción de la misma. El reino de Dioclesiano (284-305) señaló una era en la historia política y militar del Imperio. El triunfo que Dioclesiano celebró en compañía de su colega Maximiano (20 de noviembre de 303) fue el último que Roma pudo contemplar. Bretaña, el Rhin, el Danubio y el Nilo le brindaron trofeos, pero la conquista que más lo enorgulleció fue la de Persia, el ancestral enemigo de Roma, que fue finalmente subyugada. Poco después de ascender al trono, Dioclesiano se percató que el Imperio era muy poco flexible y que estaba demasiado expuesto al ataque como para ser gobernado por una sola cabeza. Como consecuencia, se asoció con Maximiano, un soldado audaz aunque rudo. Primero lo hizo César y luego Augusto (282). Después distribuyó aún más el poder, dando el título menor de César a dos generales, Galerio y Constancio (292). Guardó para sí mismo la Tracia, Egipto y Asia; a Maximiano le dio Italia y África; Galerio se estacionó en el Danubio y Constancio se hizo cargo de España, la Galia y Bretaña. Pero el poder supremo permaneció en manos de Dioclesiano. Ninguno de los gobernantes residía en Roma, y esto ayudó a la eventual caída de la ciudad imperial. Además, Dioclesiano socavó la autoridad del Senado, asumió la diadema e introdujo un ceremonial servil calcado de la corte persa. Luego de un próspero reinado de veintiún años, renunció al trono y se retiró a Salona, donde vivió en un fastuoso aislamiento hasta su muerte.
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Se hizo militar y sus habilidades sobresalientes lo llevaron a ocupar los puestos de gobernador de Moesia, cónsul, y comandante de los guardias de palacio. Se distinguió especialmente durante la guerra persa, a las órdenes de Carus. Cuando el hijo y sucesor de Carus, Numerio, fue asesinado en Calcedonia, el ejército escogió a Dioclesiano para ocupar su lugar, y el primer acto de éste fue dar muerte, con su propia mano, al asesino, Aper (17 de septiembre de 284, d.C.). Su carrera como emperador pertenece a la historia secular. Aquí sólo haremos una breve descripción de la misma. El reino de Dioclesiano (284-305) señaló una era en la historia política y militar del Imperio. El triunfo que Dioclesiano celebró en compañía de su colega Maximiano (20 de noviembre de 303) fue el último que Roma pudo contemplar. Bretaña, el Rhin, el Danubio y el Nilo le brindaron trofeos, pero la conquista que más lo enorgulleció fue la de Persia, el ancestral enemigo de Roma, que fue finalmente subyugada. Poco después de ascender al trono, Dioclesiano se percató que el Imperio era muy poco flexible y que estaba demasiado expuesto al ataque como para ser gobernado por una sola cabeza. Como consecuencia, se asoció con Maximiano, un soldado audaz aunque rudo. Primero lo hizo César y luego Augusto (282). Después distribuyó aún más el poder, dando el título menor de César a dos generales, Galerio y Constancio (292). Guardó para sí mismo la Tracia, Egipto y Asia; a Maximiano le dio Italia y África; Galerio se estacionó en el Danubio y Constancio se hizo cargo de España, la Galia y Bretaña. Pero el poder supremo permaneció en manos de Dioclesiano. Ninguno de los gobernantes residía en Roma, y esto ayudó a la eventual caída de la ciudad imperial. Además, Dioclesiano socavó la autoridad del Senado, asumió la diadema e introdujo un ceremonial servil calcado de la corte persa. Luego de un próspero reinado de veintiún años, renunció al trono y se retiró a Salona, donde vivió en un fastuoso aislamiento hasta su muerte.
  
  El nombre de Dioclesiano está asociado con la última y la más terrible de las persecuciones que padeció la Iglesia primitiva. Es un hecho, sin embargo, que los cristianos disfrutaron de paz y prosperidad durante la mayor parte de su reinado.  Eusebio, quien vivió durante ese tiempo, describe en términos grandiosos “la gloria y la libertad con la que se honraba la doctrina de la piedad”, y alaba la clemencia de los emperadores hacia los  gobernadores cristianos a los que ellos nombraron y hacia los miembros cristianos de sus propias familias.  Nos cuenta que las autoridades de la Iglesia “eran honradas con el mayor cuidado por todos los gobernantes”. Nos habla de las innumerables multitudes que se acercaban a la religión de Cristo, y de las amplias y espléndidas iglesias que fueron edificadas en los lugares donde antes estaban unos templos muy humildes. Pero, simultáneamente, llora el enfriamiento del antiguo fervor a causa de “la excesiva libertad” (Historia Eclesiastica, VIII, I). Si Dioclesiano hubiera continuado siendo el único emperador, probablemente hubiese permitido que esa tolerancia continuara. Fue Galerio quien lo indujo a convertirse en perseguidor. Ellos dos, gobernantes del Oriente, decidieron abolir el cristianismo en todo el Imperio. La catedral de Nicomedia fue arrasada (24 de febrero, 303). Se promulgó un edicto “para derribar todos los templos y destruir con fuego las sagradas Escrituras, y recomendando que quienes se encontraban en puestos de honor fueran degradados si perseveraban en su adhesión al Cristianismo” (Eusebio, Op. Cit. VIII, II). Tres decretos ulteriores (303-304) señalaron las etapas de incremento en la crueldad de la persecución: el primero ordenaba que los obispos, presbíteros y diáconos fueran puestos en prisión; el segundo, que los mismos fueran torturados y forzados por cualquier medio a sacrificar a los ídolos; el tercero incluía a los laicos en la aplicación de los edictos anteriores. Eusebio y las Actas de los Mártires dan testimonio de los enormes números de los que sufrieron por la Fe. En ellos podemos leer, incluso, acerca de la masacre de toda una población que decidió declararse cristiana (Eusebio, Op. Cit. XI, XII; Lactancio, “Div. Inst.”, V, XI).  La abdicación de Dioclesiano (1 mayo de 305) y la subsecuente división del Imperio trajeron algún reposo a muchas provincias. Sin embargo, en el Oriente, donde Galerio y Maximiano se mantuvieron en el poder, la persecución continuó igual. Se puede concluir, entonces, que la así llamada persecución de Dioclesiano debe ser atribuida a la influencia de Galerio, y que continuó durante siete años después de la abdicación de Dioclesiano. (Cfr. PERSECUCIONES)  
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El nombre de Dioclesiano está asociado con la última y la más terrible de las persecuciones que padeció la Iglesia primitiva. Es un hecho, sin embargo, que los cristianos disfrutaron de paz y prosperidad durante la mayor parte de su reinado.  Eusebio, quien vivió durante ese tiempo, describe en términos grandiosos “la gloria y la libertad con la que se honraba la doctrina de la piedad”, y alaba la clemencia de los emperadores hacia los  gobernadores cristianos a los que ellos nombraron y hacia los miembros cristianos de sus propias familias.  Nos cuenta que las autoridades de la Iglesia “eran honradas con el mayor cuidado por todos los gobernantes”. Nos habla de las innumerables multitudes que se acercaban a la religión de Cristo, y de las amplias y espléndidas iglesias que fueron edificadas en los lugares donde antes estaban unos templos muy humildes. Pero, simultáneamente, llora el enfriamiento del antiguo fervor a causa de “la excesiva libertad” (Historia Eclesiastica, VIII, I). Si Dioclesiano hubiera continuado siendo el único emperador, probablemente hubiese permitido que esa tolerancia continuara. Fue Galerio quien lo indujo a convertirse en perseguidor. Ellos dos, gobernantes del Oriente, decidieron abolir el cristianismo en todo el Imperio. La catedral de Nicomedia fue arrasada (24 de febrero, 303). Se promulgó un edicto “para derribar todos los templos y destruir con fuego las sagradas Escrituras, y recomendando que quienes se encontraban en puestos de honor fueran degradados si perseveraban en su adhesión al Cristianismo” (Eusebio, Op. Cit. VIII, II). Tres decretos ulteriores (303-304) señalaron las etapas de incremento en la crueldad de la persecución: el primero ordenaba que los obispos, presbíteros y diáconos fueran puestos en prisión; el segundo, que los mismos fueran torturados y forzados por cualquier medio a sacrificar a los ídolos; el tercero incluía a los laicos en la aplicación de los edictos anteriores. Eusebio y las Actas de los Mártires dan testimonio de los enormes números de los que sufrieron por la Fe. En ellos podemos leer, incluso, acerca de la masacre de toda una población que decidió declararse cristiana (Eusebio, Op. Cit. XI, XII; Lactancio, “Div. Inst.”, V, XI).  La abdicación de Dioclesiano (1 mayo de 305) y la subsecuente división del Imperio trajeron algún reposo a muchas provincias. Sin embargo, en el Oriente, donde Galerio y Maximiano se mantuvieron en el poder, la persecución continuó igual. Se puede concluir, entonces, que la así llamada persecución de Dioclesiano debe ser atribuida a la influencia de Galerio, y que continuó durante siete años después de la abdicación de Dioclesiano. (Cfr. PERSECUCIONES)  
  
 
EUSEBIUS, Hist. Eccl. en P.G., XX; De Mart. Palæstinæ, P.G., XX, 1457-1520; LACTANTIUS, Divinæ Institutiones, V, En P.L., VI; De Mortibus Persecutorum, P.L., VII; GIBBON, Decline and Fall of the Roman Empire, XIII, XVI; ALLARD, Le persécution de Dioclétien et le triomphe de l'eglise (Paris, 1890); IDEM, Le christianisme et l'empire romain (Paris, 1898); IDEM, Ten Lectures on the Martyrs, tr. (Londres, 1907); DUCHESNE, Histoire ancienne de l'eglise (Paris, 1907), II.  
 
EUSEBIUS, Hist. Eccl. en P.G., XX; De Mart. Palæstinæ, P.G., XX, 1457-1520; LACTANTIUS, Divinæ Institutiones, V, En P.L., VI; De Mortibus Persecutorum, P.L., VII; GIBBON, Decline and Fall of the Roman Empire, XIII, XVI; ALLARD, Le persécution de Dioclétien et le triomphe de l'eglise (Paris, 1890); IDEM, Le christianisme et l'empire romain (Paris, 1898); IDEM, Ten Lectures on the Martyrs, tr. (Londres, 1907); DUCHESNE, Histoire ancienne de l'eglise (Paris, 1907), II.  

Revisión de 06:16 18 dic 2007

(VALERIUS DIOCLETIANUS)

Emperador romano y perseguidor de la Iglesia. Sus padres habían sido esclavos. Nació en Dioclea, cerca de Salona, en Dalmacia, el año 245 d.C. Murió en Salona, el año 313 d.C.

Se hizo militar y sus habilidades sobresalientes lo llevaron a ocupar los puestos de gobernador de Moesia, cónsul, y comandante de los guardias de palacio. Se distinguió especialmente durante la guerra persa, a las órdenes de Carus. Cuando el hijo y sucesor de Carus, Numerio, fue asesinado en Calcedonia, el ejército escogió a Dioclesiano para ocupar su lugar, y el primer acto de éste fue dar muerte, con su propia mano, al asesino, Aper (17 de septiembre de 284, d.C.). Su carrera como emperador pertenece a la historia secular. Aquí sólo haremos una breve descripción de la misma. El reino de Dioclesiano (284-305) señaló una era en la historia política y militar del Imperio. El triunfo que Dioclesiano celebró en compañía de su colega Maximiano (20 de noviembre de 303) fue el último que Roma pudo contemplar. Bretaña, el Rhin, el Danubio y el Nilo le brindaron trofeos, pero la conquista que más lo enorgulleció fue la de Persia, el ancestral enemigo de Roma, que fue finalmente subyugada. Poco después de ascender al trono, Dioclesiano se percató que el Imperio era muy poco flexible y que estaba demasiado expuesto al ataque como para ser gobernado por una sola cabeza. Como consecuencia, se asoció con Maximiano, un soldado audaz aunque rudo. Primero lo hizo César y luego Augusto (282). Después distribuyó aún más el poder, dando el título menor de César a dos generales, Galerio y Constancio (292). Guardó para sí mismo la Tracia, Egipto y Asia; a Maximiano le dio Italia y África; Galerio se estacionó en el Danubio y Constancio se hizo cargo de España, la Galia y Bretaña. Pero el poder supremo permaneció en manos de Dioclesiano. Ninguno de los gobernantes residía en Roma, y esto ayudó a la eventual caída de la ciudad imperial. Además, Dioclesiano socavó la autoridad del Senado, asumió la diadema e introdujo un ceremonial servil calcado de la corte persa. Luego de un próspero reinado de veintiún años, renunció al trono y se retiró a Salona, donde vivió en un fastuoso aislamiento hasta su muerte.
El nombre de Dioclesiano está asociado con la última y la más terrible de las persecuciones que padeció la Iglesia primitiva. Es un hecho, sin embargo, que los cristianos disfrutaron de paz y prosperidad durante la mayor parte de su reinado.  Eusebio, quien vivió durante ese tiempo, describe en términos grandiosos “la gloria y la libertad con la que se honraba la doctrina de la piedad”, y alaba la clemencia de los emperadores hacia los   gobernadores cristianos a los que ellos nombraron y hacia los miembros cristianos de sus propias familias.  Nos cuenta que las autoridades de la Iglesia “eran honradas con el mayor cuidado por todos los gobernantes”. Nos habla de las innumerables multitudes que se acercaban a la religión de Cristo, y de las amplias y espléndidas iglesias que fueron edificadas en los lugares donde antes estaban unos templos muy humildes. Pero, simultáneamente, llora el enfriamiento del antiguo fervor a causa de “la excesiva libertad” (Historia Eclesiastica, VIII, I). Si Dioclesiano hubiera continuado siendo el único emperador, probablemente hubiese permitido que esa tolerancia continuara. Fue Galerio quien lo indujo a convertirse en perseguidor. Ellos dos, gobernantes del Oriente, decidieron abolir el cristianismo en todo el Imperio. La catedral de Nicomedia fue arrasada (24 de febrero, 303). Se promulgó un edicto “para derribar todos los templos y destruir con fuego las sagradas Escrituras, y recomendando que quienes se encontraban en puestos de honor fueran degradados si perseveraban en su adhesión al Cristianismo” (Eusebio, Op. Cit. VIII, II). Tres decretos ulteriores (303-304) señalaron las etapas de incremento en la crueldad de la persecución: el primero ordenaba que los obispos, presbíteros y diáconos fueran puestos en prisión; el segundo, que los mismos fueran torturados y forzados por cualquier medio a sacrificar a los ídolos; el tercero incluía a los laicos en la aplicación de los edictos anteriores. Eusebio y las Actas de los Mártires dan testimonio de los enormes números de los que sufrieron por la Fe. En ellos podemos leer, incluso, acerca de la masacre de toda una población que decidió declararse cristiana (Eusebio, Op. Cit. XI, XII; Lactancio, “Div. Inst.”, V, XI).  La abdicación de Dioclesiano (1 mayo de 305) y la subsecuente división del Imperio trajeron algún reposo a muchas provincias. Sin embargo, en el Oriente, donde Galerio y Maximiano se mantuvieron en el poder, la persecución continuó igual. Se puede concluir, entonces, que la así llamada persecución de Dioclesiano debe ser atribuida a la influencia de Galerio, y que continuó durante siete años después de la abdicación de Dioclesiano. (Cfr. PERSECUCIONES) 

EUSEBIUS, Hist. Eccl. en P.G., XX; De Mart. Palæstinæ, P.G., XX, 1457-1520; LACTANTIUS, Divinæ Institutiones, V, En P.L., VI; De Mortibus Persecutorum, P.L., VII; GIBBON, Decline and Fall of the Roman Empire, XIII, XVI; ALLARD, Le persécution de Dioclétien et le triomphe de l'eglise (Paris, 1890); IDEM, Le christianisme et l'empire romain (Paris, 1898); IDEM, Ten Lectures on the Martyrs, tr. (Londres, 1907); DUCHESNE, Histoire ancienne de l'eglise (Paris, 1907), II.

T.B. SCANNELL Transcrito por W. G. Kofron Con agradecimiento a la Iglesia de Santa María, en Akron, Ohio. Traducido por Javier Algara Cossío.