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Domingo, 19 de enero de 2025

Diferencia entre revisiones de «El camino al Totalitarismo»

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Los que en la década de mil novecientos treinta decían que “Hitler es solo un payaso” tenían razón, pero se equivocaban al creer que un payaso no puede ser peligroso. Ningún defensor del totalitarismo cree ser totalitario. De hecho, ningún defensor del totalitarismo advierte el carácter totalitario de su manera de pensar. Tan es así que muchos de los más acalorados detractores de la peste totalitaria comparten muchos elementos con su tan fervientemente odiado adversario. Esto se debe a que suele ignorarse cuales son los requisitos previos indispensables para la edificación de todo totalitarismo.  
 
Los que en la década de mil novecientos treinta decían que “Hitler es solo un payaso” tenían razón, pero se equivocaban al creer que un payaso no puede ser peligroso. Ningún defensor del totalitarismo cree ser totalitario. De hecho, ningún defensor del totalitarismo advierte el carácter totalitario de su manera de pensar. Tan es así que muchos de los más acalorados detractores de la peste totalitaria comparten muchos elementos con su tan fervientemente odiado adversario. Esto se debe a que suele ignorarse cuales son los requisitos previos indispensables para la edificación de todo totalitarismo.  
  
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Por ejemplo, cómo fue posible la caza brujas y los tribunales que les dieron muerte, fue que una minoría organizada de neuróticos pudo imponer su visión enferma de la realidad, porque la mayoría se hallaba en un estado de anarquía.  
 
Por ejemplo, cómo fue posible la caza brujas y los tribunales que les dieron muerte, fue que una minoría organizada de neuróticos pudo imponer su visión enferma de la realidad, porque la mayoría se hallaba en un estado de anarquía.  
  
El autor citado y el ejemplo propuesto describen, en esencia, un mismo advenimiento: una orgía, es decir, el rechazo de toda jerarquía y de todo valor: familiar, moral, estético y religioso. Un estado anormal y caótico donde toda conducta es igualmente válida. Un totalitarismo es—en este sentido—la instauración de una orgía obligatoria, masiva y prolongada. La mentalidad anómica no es otra cosa que la aceptación colectiva de esa orgia
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Los autores mencionados y el ejemplo propuesto describen, en esencia, un mismo advenimiento: una orgía, es decir, el rechazo de toda jerarquía y de todo valor: familiar, moral, estético y religioso. Un estado anormal y caótico donde toda conducta es igualmente válida. Un totalitarismo es—en este sentido—la instauración de una orgía obligatoria, masiva y prolongada. La mentalidad anómica no es otra cosa que la aceptación colectiva de esa orgia
 
como el medio rector absoluto del comportamiento humano.
 
como el medio rector absoluto del comportamiento humano.
  

Última revisión de 18:56 8 ene 2025

0000086091-696x970.jpg
Hitler rehearsing his public speeches in front of the mirror 2.jpg
Aleksander Solzhenitsyn en la prisión gulag
Hannah Arendt

Los que en la década de mil novecientos treinta decían que “Hitler es solo un payaso” tenían razón, pero se equivocaban al creer que un payaso no puede ser peligroso. Ningún defensor del totalitarismo cree ser totalitario. De hecho, ningún defensor del totalitarismo advierte el carácter totalitario de su manera de pensar. Tan es así que muchos de los más acalorados detractores de la peste totalitaria comparten muchos elementos con su tan fervientemente odiado adversario. Esto se debe a que suele ignorarse cuales son los requisitos previos indispensables para la edificación de todo totalitarismo.

De todos los requerimientos, indubitablemente el más importante es la mentalidad anómica. La mentalidad anómica es fabricada a sabiendas mediante un proceso específico. En lo sucesivo, describiremos una abstracción de este camino hacia el totalitarismo. Como en toda teoría, hemos omitido deliberadamente las variables anecdóticas para centrarnos en lo medular. Durante el primer tramo, la sustancia (o lo necesario) de la normalidad es reemplazada por sus accidentes (o lo contingente).

Como todo accidente es circunstancial, lo normal pasa de ser absoluto a ser relativo, es decir, un montículo infinito de vaguedades e incoherencias. Como corolario, surge una variedad presuntamente ilimitada de "nuevas normalidades" y, por consiguiente, los absolutos son criminalizados: ahora todo es relativo. Paulatinamente, el repudio propio para con la anormalidad es redirigido hacia otro destinatario: hacia lo normal. Lo verdaderamente relativo ahora es absoluto y viceversa.

El mundo del revés ha emergido para abarcarlo todo. En consecuencia, los miembros de la sociedad anómica ya no razonan en términos absolutos. Al contrario, ellos están obnubilados, desconocen su propia esencia y a toda otra quididad. No obstante, la ausencia de significación y la presencia del delirio son temporales, dado que se pretende—en medio de la abrumadora hesitación—concebir absolutos anómicos: "normalizar lo anormal". Sin embargo, ya que lo esencial es inmutable, los intentos de cambiarlo terminarán indefectiblemente en sucesivos fracasos. Finalmente, la sociedad anómica cae por su incompatibilidad con la realidad (principalmente por ser irreconciliables con la naturaleza humana), mas deja tras de sí un estrago inhumano e irreversible. Unos cuantos millones de muertos, verbigracia.

Procurando comprender cómo la sociedad había sido subvertida durante la Alemania nacionalsocialista, Bonhoeffer concluye que la estupidez no es un defecto congénito, sino que, bajo determinadas circunstancias, las personas son vueltas estúpidas o permiten que las conviertan en estúpidas. Hannah Arendt, por su parte, asevera que el totalitarismo, en su esencia, no es más que un intento de transformar la realidad en ficción. Es un intento de actores políticos patológicos y corruptos de imponer un relato ficticio del mundo sobre toda la población.

Por ejemplo, cómo fue posible la caza brujas y los tribunales que les dieron muerte, fue que una minoría organizada de neuróticos pudo imponer su visión enferma de la realidad, porque la mayoría se hallaba en un estado de anarquía.

Los autores mencionados y el ejemplo propuesto describen, en esencia, un mismo advenimiento: una orgía, es decir, el rechazo de toda jerarquía y de todo valor: familiar, moral, estético y religioso. Un estado anormal y caótico donde toda conducta es igualmente válida. Un totalitarismo es—en este sentido—la instauración de una orgía obligatoria, masiva y prolongada. La mentalidad anómica no es otra cosa que la aceptación colectiva de esa orgia como el medio rector absoluto del comportamiento humano.

Los adeptos anómicos creen que no existe un ordenamiento humano que deba ser, sino que cualquier jerarquía simplemente es impuesta en la sociedad por algún motivo infundado: poder político, codicia económica, o alguna otra razón presuntamente arbitraria. En otras palabras, creen que somos una "tabula rasa" dependiente de cualquier garrapato que el contexto particular —cultura, instituciones, poder político, etcétera— imponga sobre nosotros. Así pues, para ellos, no existe, en ningún sentido, valor y/o comportamiento superior a otro: el ser es una posibilidad y el deber ser meramente es otra.

Aunque, finalmente, como se ha establecido, se termina por reivindicar lo contrario al deber ser. Asimismo, la mentalidad anómica se funda inexorablemente sobre la base de un postulado claramente contradictorio: la única verdad moral es que no existe ninguna verdad moral absoluta.

Creemos innecesario clasificar que suelen omitir la parte destacada. Identificarlos es siempre sencillo, pues los distingue su incapacidad para calificar una determinada acción como inmoral. Ellos requerían de más datos. Ellos exigirían mayor información: quién, dónde, cuándo, cómo, y porqué. Ellos argüirían que depende de tal o cual perspectiva, que depende de “X”. Pobres desgraciados aquellos que, incapaces de ver la superioridad de sus interlocutores, osen contrariar su verdad inapelable.

Pobres aquellos que, por mor de la verdad absoluta, crean que “existe ninguna moral única”. No es esta, sin embargo, su característica fundacional. El elemento definitorio de la mentalidad anómica es, indudablemente, su aceptación sumisa y complaciente de la mentira. La mendacidad para ellos será cotidiana. Refiriéndose a la población de un totalitarismo, Aleksandr Solzhenitsyn observa que la mentira se ha convertido, no solo en algo moralmente aceptable, sino en uno de los pilares del gobierno. Václav Havel, siguiendo la misma línea, evidencia que los seres humanos son forzados a vivir en una mentira, pero pueden ser forzados a hacerlo solo porque ellos son, de hecho, capaces de vivir de esa manera. En mis términos, un régimen basado en la mentira sólo pudo ser impuesto porque existía de antemano una sociedad predispuesta a convivir con la mentira. Incluso puede llegar a elogiarla. Cuando la mentalidad anómica se exacerba hasta sus últimas consecuencias, entonces la mentira ya no tiene que ser creíble, sino deseable. Es más, es incluso mejor si no es creíble, porque esto obliga al mentiroso a hacer un esfuerzo para creérsela. De esta manera, la víctima se convierte en un nuevo mentiroso que se dedica a predicar la mendacidad. En consecuencia, se vuelve cómplice en mayor o menor magnitud y, por eso mismo, responsable en cierto sentido. La víctima se convierte en el victimario que encubre el crimen, pues sabe bien que cuando la mentira caiga él caerá junto a ella.

Aleksander Solzhenitsyn dijo que, “si el pilar fundamental del sistema es la mentira, entonces, no es sorprendente que su mayor amenaza sea vivir la verdad.” La forma más eficaz y, coincidentemente, la más virtuosa de prevalecer sobre el totalitarismo es vivir en la verdad. Solo a través del rechazo absoluto de la mentira y la defensa acérrima de la verdad se evitará caer en las fauces de la inmoralidad, la barbarie y el genocidio.

Iñaki Rodríguez Mejía