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Miércoles, 4 de diciembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Estigmas Místicos»

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Para discernir los simples hechos, sin decidir si pueden o no ser explicados por causas sobrenaturales, la Historia nos cuenta que muchos estáticos (muchas personas que han tenidos experiencias místicas) llevan en sus manos, pies, costado y sienes las señales de la pasión de Cristo, con sus correspondientes intensos sufrimientos. Tales señales son llamadas estigmas visibles. Otros padecen únicamente los sufrimientos, sin mostrar señal externa alguna, y este fenómeno se denomina estigma invisible.
 
Para discernir los simples hechos, sin decidir si pueden o no ser explicados por causas sobrenaturales, la Historia nos cuenta que muchos estáticos (muchas personas que han tenidos experiencias místicas) llevan en sus manos, pies, costado y sienes las señales de la pasión de Cristo, con sus correspondientes intensos sufrimientos. Tales señales son llamadas estigmas visibles. Otros padecen únicamente los sufrimientos, sin mostrar señal externa alguna, y este fenómeno se denomina estigma invisible.
  

Última revisión de 10:31 25 sep 2024

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Para discernir los simples hechos, sin decidir si pueden o no ser explicados por causas sobrenaturales, la Historia nos cuenta que muchos estáticos (muchas personas que han tenidos experiencias místicas) llevan en sus manos, pies, costado y sienes las señales de la pasión de Cristo, con sus correspondientes intensos sufrimientos. Tales señales son llamadas estigmas visibles. Otros padecen únicamente los sufrimientos, sin mostrar señal externa alguna, y este fenómeno se denomina estigma invisible.


I. HECHOS


Su existencia está tan bien fundamentada históricamente que, por regla general, ya ni siquiera la cuestionan los no creyentes, quienes ahora solamente buscan darles una explicación natural. Así, ya el médico librepensador, Dr. Dumas, profesor de psicología religiosa en la Universidad de la Sorbona, claramente admite los hechos (Revue des Deux Mondes, 1 de mayo, 1907), del mismo modo como lo hace el Dr. Pierre Janet (Bulletin de l'Institut Psychologique International, Paris, Julio, 1901).

Santa Catalina de Siena comenzó teniendo estigmas visibles pero, por humildad, oró para que le fueran cambiadas por unas invisibles. Su oración fue escuchada. Lo mismo aconteció en el caso de Santa Catalina de Ricci, una monja dominica florentina del siglo XVI, y con varios otros estigmatizados. Se puede considerar que la parte esencial de los estigmas visibles consiste en el sufrimiento. Lo substancial de esta gracia es sentir piedad por Cristo, participar en sus sufrimientos, en sus aflicciones, y- con ello- en la expiación de los pecados que sin cesar se cometen en el mundo. Si el padecimiento estuviera ausente, las heridas se convertirían en un símbolo vacío, en una representación teatral, que sólo conducirían al orgullo. Si los estigmas verdaderamente vienen de Dios, sería impropio de su sabiduría tomar parte en esa mascarada, y hacerlo a través del uso de milagros.

Pero tal prueba dista mucho de ser la única que los santos deben soportar. "La vida de los estigmatizados"- dice el Dr. Imbert- "es una larga cadena de dolores que nacen de la divina enfermedad de los estigmas y que sólo concluyen con la muerte": (op.cit. infra, II, x). Parece históricamente cierto que sólo los místicos padecen los estigmas. Pero no es lo único: también tienen visiones que corresponden a su papel como co-sufrientes, pudiendo observar en ocasiones las escenas sangrientas de la Pasión.

Estas apariciones eran periódicas en algunos casos, como el de Santa Catalina de Ricci, cuyos éxtasis empezaron cuando tenía veinte años (1542), y la Bula de su canonización afirma que se repitieron por doce años con puntual regularidad. Los éxtasis duraban exactamente veintiocho horas, desde el mediodía del jueves hasta las cuatro de la tarde del viernes, con una interrupción para que la santa pudiera recibir la Santa Comunión. Catalina conversaba en voz alta, como quien escenifica un drama. El drama estaba dividido en 17 escenas. Al volver del éxtasis, la santa aparecía con sus extremidades cubiertas de heridas causadas por látigos, cuerdas, etc.

El Dr. Inbert ha intentado llevar cuenta del número de estigmatizados, con los siguientes resultados:

1. No se tiene conocimiento de ninguno antes del siglo XIII. El primero de quien se tiene noticia es San Francisco de Asís, cuyos estigmas eran de una clase que no se ha vuelto a ver posteriormente: en las heridas de manos y pies se hallaban raspaduras de carne en forma de clavos. Los de un lado tenían cabezas redondas; los del otro tenían puntas largas, que se doblaban para arañar la piel. La humildad del santo no pudo impedir que muchos de sus hermanos hayan sido testigos, con sus propios ojos, tanto en vida del santo como después de su muerte, de la existencia de heridas tan maravillosas. Ese hecho ha sido atestiguado por varios historiadores contemporáneos, y la fiesta de los Estigmas de San Francisco se celebra el día 17 de septiembre.

2. El Dr. Imbert contabiliza 321 estigmatizados en los que se dan todas las razones posibles para pensar que se trata de una acción divina. Cree él, además, que se podrían encontrar más investigando en las bibliotecas de Alemania, España e Italia. En sus listas se hayan 41 varones.

3. Hay 62 santos o beatos, de ambos sexos, de los cuales los de más renombre (que suman 26) son:


San Francisco de Asís (1186-1226);


Santa Lugarda (1182-1246), una monja cisterciense;


Santa Margarita de Cortona (1247-97);


Santa Gertrudis (1256-1302), una benedictina;


Santa Clara de Montfalco (1286-1308), una agustina;


Santa Angela de Foligno (fallecida en 1309), una terciaria franciscana;


Santa Catalina de Siena (1347-80), una terciaria dominica;


Santa Liduvina (1380-1433);


Santa Francisca Romana (1384-1440);


Santa Coleta (1380-1447), franciscana;


Santa Rita de Casia (1386-1456), agustina;


Beata Osana de Mantua (1499-1505), terciaria dominica;


Santa Catalina de Génova (1447-1501), terciaria franciscana;


Beata Bautista Varani (1458-1524), clarisa Pobre;


Beata Lucía de Narni (1476-1547), terciaria dominica;


Beata Catalina de Racconigi (1486-1547), dominica;


San Juan de Dios (1495-1550), fundador de la Orden de la Caridad;


Santa Catalina de Ricci (1522-89), dominica;


Santa María Magdalena de Pazzi (1566-1607), carmelita;


Beata María de la Encarnación (1566-1618), carmelita;


Beata (Santa, N.T.) Maríana de Jesús (1557-1620), terciaria franciscana;


Beato (San, N.T.) Carlos de Sezze (f. En 1670), franciscano;


Beata (Santa, N.T.) Margarita María Alacoque (1647-90), visitandina (que únicamente tenía la corona de espinas);


Santa Verónica Giuliani (Julianis, en español, N.T.) (1600-1727), capuchina;


Santa María Francisca de las Cinco Llagas (1715-91), terciaria franciscana;


4. Hubo 20 estigmatizados en el siglo XIX. Los más famosos fueron:


Anne Catherine Emmerich (1774-1824), agustina; (Beata, N.T.) Isabel Canori Mora (1774-1825), terciaria trinitaria; Anna María Taigi (1769-1837); María Dominica Lazzari (1815-48); María de Moerl (1812-68) y Luisa Lateau (1850-83), franciscanas. De estas, María de Moerl pasó su vida en Kaltern, en el Tirol (1812-68). A la edad de veinte años comenzó a experimentar éxtasis y ellos fueron su condición habitual durante los siguientes treinta y cinco años de su vida. Ella únicamente se liberaba de esa situación ante las órdenes, en ocasiones simplemente mentales, del franciscano que fungía como su director espiritual, para volver a las labores hogareñas de su casa que albergaba a una gran familia. Su actitud ordinaria consistía en arrodillarse sobre su cama, con las manos cruzadas sobre el pecho, con una expresión tal en el rostro que impresionaba profundamente a los espectadores. A los veintidós años recibió los estigmas. Los jueves por la tarde y los viernes, los estigmas derramaban sangre muy clara, gota a gota, que permanecía seca los demás días. Miles de personas vieron a María de Moerl. Entre ellos figuraban Görres (quien describe su visita en su "Mystik", II, xx), Wiseman y Lord Shrewsbury, quien escribió una apología de la visionaria en sus cartas publicadas en "The Morning Herald" y "The Tablet".(cf. Boré, op. cit. infra).

Luisa Lateau pasó su vida en el poblado de Bois d'Haine, en Bélgica (1850-83). Las gracias que recibió fueron cuestionadas incluso por algunos católicos, que generalmente se basaban en información incompleta o errónea, según ha podido dejar en claro el Canónigo Thiery ("Examen de lo relativo a Bois d'Haine, Lovaina, 1907"). A los diecisiete años se dedicó a atender a los enfermos afectados de cólera en su parroquia, quienes habían sido abandonados por la mayoría de la población. Durante un mes ella los cuidó, los enterró y, en ocasiones, hasta los hubo de cargar al cementerio.A los dieciocho años empezaron los éxtasis y aparecieron los estigmas, lo cual no impidió que siguiera manteniendo a su familia con su trabajo como costurera. Numerosos médicos fueron testigos de sus dolorosos éxtasis de los viernes y dejaron testimonio del hecho que durante doce años ella no tomó ningún alimento, excepción hecha de su comunión semanal. Le bastaban tres o cuatro vasos de líquido a la semana. En vez de dormir, pasaba las noches en oración y contemplación, hincada a los pies de su cama.

5. Sin duda, el estigmatizado más sobresaliente del siglo XX ha sido: Beato Pio de Pietrelcina (1887-1968), capuchino italiano. II. EXPLICACIONES

Habiendo presentado los hechos, nos falta ahora dar a conocer las diversas explicaciones que se han dado. Algunos médicos, tanto católicos como librepensadores, han sostenido que las heridas pueden haber sido causadas de modo enteramente natural por la sola acción de la imaginación aunada a emociones muy vivas. En una persona profundamente impresionada por los sufrimientos del Salvador y penetrada por un gran amor, esta preocupación actúaría físicamente reproduciendo en ella o en él las llagas de Cristo. Ello no disminuiría en modo alguno el mérito que esas personas tienen por aceptar la prueba, pero su causa no sería sobrenatural.

No intentaremos nosotros resolver la cuestión. La ciencia médica no parece estar aún tan avanzada para admitir una solución definitiva. El autor de este artículo adopta una posición intermedia, que le parece inatacable, y que consiste en demostrar que los argumentos a favor de la explicación natural son ilusorios. Estos son a veces hipótesis arbitrarias, equivalentes a simples afirmaciones, basadas en hechos exagerados o mal interpretados. Aún si el progreso de las ciencias médicas y psicofísicas hubiese de presentar objeciones serias, se debe recordar que ni la religión ni el misticismo dependen de la solución de esas cuestiones, y que en los procesos de canonización los estigmas no cuentan como milagros indisputables.

Nunca nadie ha afirmado que la imaginación puede producir heridas en un sujeto normal. Es verdad, sí, que dicha facultad puede actuar ligeramente en el cuerpo. Como dijo Benedicto XIV, ella puede acelerar o retardar las corrientes nerviosas, pero no hay constancia de su acción sobre los tejidos. (De canoniz., III, xxxiii, n. 31). El asunto se torna aún más difícil en individuos en condición anormal, como es el éxtasis o la hipnosis, y a pesar de numerosos intentos, el hipnotismo no ha producido resultados claros. A lo mucho, y en casos extremadamente raros, ha inducido cierta exudación o un sudor más o menos coloreado, lo cual no constituye más que una muy imperfecta imitación. Aún más, no se ha ofrecido explicación alguna para tres factores presentes en los estigmas de los santos:

Los médicos no logran curar esas heridas con remedios. A diferencia de las heridas naturales de cierta duración, las de los estigmatizados no emiten olores fétidos. Hay una sola excepción conocida: Santa Rita de Casia había recibido en su frente una herida causada por una espina arrancada de la corona del Crucificado. Aunque su olor era insoportable, la herida nunca supuró ni causó ninguna alteración mórbida de los tejidos. A veces las heridas emitían aromas exquisitos, como en los casos de Juana de la Cruz, priora franciscana del convento de Toledo, y la Beata Lucía de Narni. Para resumir, sólo hay un modo de probar científicamente que la imaginación, o sea la autosugestión, puede causar los estigmas: en vez de hipótesis deben producirse hechos análogos en el orden natural, o sea heridas no relacionadas con una idea religiosa. Nunca se ha hecho eso.

En lo tocante al flujo de sangre, se ha objetado que sí se han dado casos de sudor sanguíneo, pero el Dr. Lefebvre, profesor de medicina en Lovaina, ha respondido que tales casos, habiendo sido examinados por médicos, resultaron ser originados por enfermedades específicas y no por causas morales. Más aún, se ha probado a través del examen en el microscopio, que el líquido rojo que se exuda no es sangre. Su color se debe a una substancia particular y no procede de ninguna herida, sino que se debe, como el sudor, a una dilatación de los poros de la piel. Se puede argumentar que minimizamos indebidamente el poder de la imaginación, ya que ésta, unida a una emoción, puede producir sudor y, así como la simple idea de tener un caramelo en la boca produce abundante salivación, también los nervios, influenciados por la imaginación, pueden producir la emisión de un líquido y éste puede ser sangre. La respuesta a eso es que en las instancias mencionadas existen glándulas (sudorífera y salival) que en su estado normal segregan un líquido especial y es fácil comprender que la imaginación puede causar dicha secreción; pero los nervios adyacentes a la piel no terminan en glándulas que emitan sangre, y sin tal órgano no pueden producir el efecto en cuestión. Lo que se ha dicho de las heridas de los estigmas se aplica por igual a los sufrimientos. No hay prueba alguna experimental de que la imaginación pueda producirlos, especialmente en su forma violenta.

Otra explicación de tales fenómenos es que los pacientes se causan las heridas a si mismos, ya fraudulentamente, ya en estado de inconsciencia, durante ataques de sonambulismo. Sin embargo los médicos siempre han tomado las debidas precauciones para prevenir esas causas de error, procediendo muy estrictamente, sobre todo en los tiempos modernos. En ocasiones, el paciente ha sido observado día y noche; en otras, se le han cubierto las extremidades con vendas selladas. El Sr. Pierre Janet colocó el pie de un estigmatizado en un zapato de cobre que poseía una ventana a través de la cual se podía observar la herida sin permitir que nadie la tocara (op. cit. supra).

AUG. POLAIN Transcrito por William G. Bilton, Ph.D. Traducido por Javier Algara Cossío