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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Novena a Nuestra Señora de Puebla»

De Enciclopedia Católica

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S19 2 soledad.jpg

DEVOTA NOVENA PARA SOLICITAR EL PATROCINIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, NUESTRA SEÑORA, CONTEMPLANDO LOS PASOS DE SU TRISTÍSIMA SOLEDAD


Para reverenciar con este obsequioso oculto, en la milagrosa imagen que, con el título de Nuestra Señora de la Soledad, que se venera universal reconocimiento en esta ciudad de Puebla de Los Ángeles.


Dispuesta por el padre Joaquín Antonio de Villalobos, profesor de la sagrada compañía de Jesús, prefecto de la congregación de Nuestra Señora del sepulcro de la buena muerte, del colegio del Espíritu Santo.


Año 1726



ACTO DE CONTRICIÓN

Virgen dolorosísima, Ya conozco el incomparable desconsuelo y vehementísimos pesares qué atravesaron nuestro tierno y amante corazón, aquellos tres días En qué os hallaste sola, dejando muerto y sepultado a vuestro amantísimo Jesús en el sepulcro, para enseñarme a mí Cuánto debe ser mi sentimiento de las muchas veces que con mis graves culpas es despedido y arrojado de mi alma a mi señor, quedándome sin la especial y favorable presencia, con Qué asiste en las almas justas, oh,, y con qué lágrima debo llorar está ausencia de mi Dios, que dieron ocasión mis ingratitudes. Y si el penitente rey David, comía el pan amasado con sus lágrimas, y mezclada con amargo llanto su bebida, siempre que oía en los adentro de su alma las voces de su conciencia que le decían: ¿Dónde está tu Dios? Cómo no se deshace mi corazón en suspiros de arrepentimiento, haciéndome mi fe la misma pregunta: ¿Dónde está tu Dios A quién has apartado de sí con tus pecados? ¿Cómo no se me líquida el corazón por los ojos a vista de tan lastimó es ausencia? Bien quiero señora mía, Amparo de pecadores, deseo dolerme y arrepentirme con todas las veras de mi corazón, y según este mi eficaz deseo, me arrepiento y me pesan mi alma de todas mis culpas, por haber con ellas ofendido aún Dios A quién debía amar con todos los aspectos de mi voluntad. Me pesa de todas y de cada una de mis culpas, quisiera haber muerto antes que haber cometido alguna, pero ya de hoy en adelante, amabilísima madre, propongo un menor mi vida y no volver a pecar más, y fio de la misericordia de vuestro hijo, que por me pareció tan dolorosa infame muerte, qué ha de perdonarme y restituir a su gracia, Y a vos madre mía, Os pido me alcancéis este favor, y para esto le ofrezcáis por mí los dolores qué pareciste en vuestra amarguísima soledad. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen Purísima María, madre de amarguras y congojas, tórtola gemidora, Paloma solitaria encerrada en las concavidades de la piedra, viuda sin vuestro esposo, huérfana sin vuestro padre, angustiada sin vuestro hijo, por estas graves penas que padeciste en mi tiempo de vuestra soledad, por las funestas lágrimas que derramaste En aquellos tres días, por los melancólicos pensamientos que acongojaron vuestro espíritu, humildemente ruego, me alcancéis de vuestro hijo precioso, dolor de mis pecados, tolerancia en las adversidades, resignación con la divina voluntad en todos mis trabajos, así interiores como exteriores, y principalmente os pido, mi señora, me consigas mediante vuestra intercesión, de tu piedad, este particular bien que solicitó en esta novena, como sea de su agrado y del vuestro, y Para mayor gloria de su santísimo nombre y de vuestra santísima soledad. amén.

-Aquí se rezan siete aves marías en memoria de sus siete Dolores y luego el pésame:


PÉSAME

Oh Madre la más desconsolada de las madres del mundo, dadme permiso para que me ponga en vuestra presencia, porque avergonzado de ser yo la causa de mis grabes culpas, no me atrevo a parecer delante de vuestros ojos, pero asegurado Señora de vuestro maternal y amorosísima mansedumbre y clemencia, y conociendo que esos mismos Dolores los padecisteis en satisfacción de mis pecados, os pido me des licencia para daros y repetiros una y muchas veces el pésame de vuestra viudez, de vuestro desamparo, de vuestra soledad. Me pesa en mi alma, oh Reina de los mártires, de la muerte de vuestro Hijo, y de que fuese tan dolorosa y tan infame, me pesa de los inexplicables tormentos que padeciste en vuestro corazón, viéndolo agonizar y morir en una Cruz. Me pesa del sumo desamparo con que quedasteis después de su muerte y sepultura, porque yo eh sido mucha parte en sus afrentas y en vuestras angustias, yo la ocasión de sus calamidades y de vuestras pesadumbres. Quisiera afligidísima Madre, deshacer mis yerros con lágrimas de sangre y dar a vos y a vuestro Hijo, una tan plena satisfacción, que ella fuese entero testimonio de cuan sólido y eficaz es mi arrepentimiento. Espero que me habéis de ayudar con vuestros ruegos, para que, con la perfecta mudanza de mi vida, manifieste el pesar que ahora tengo en mi alma, vos Señora, recibisteis en ese vuestro obscuro retrete a San Pedro, cuando a él os vino a buscar arrepentido, os agradasteis de sus lágrimas, y le alcanzaste el perdón. Hacedlo así conmigo, pues lloro, me arrepiento y solicito ser perdonado. En vos sola mi Señora, se conservó aquellos tres días la Iglesia, pues ahora pedidle a vuestro Hijo, que la conserve, que la aumente y la extienda por todo el mundo, en vos sola se mantuvo, sin tambalear, constante la fe, pues haced ahora que ella triunfe de sus enemigos, que los herejes, infieles e idolatras la abracen, entonces con vuestras penalidades, negociasteis la paz entre Dios y los hombres, pues impetradla ahora para todos los cristianos, y pues concurriste con vuestros merecimientos en aquella ocasión, para que las Almas del Purgatorio lograsen su desea libertad, ofrecedlos ahora también para que las que están en aquella penosa cárcel, deban a vuestra protección su refrigerio y descanso, y a mí, piadosísima Señora, admitidme entre vuestros domésticos, a que os haga compañía en vuestra Soledad, para que enmendando así mi mala vida, logre vuestra asistencia en la hora de mi muerte, y el ir por toda la eternidad a gozar de vuestra felicísima compañía en la Bienaventuranza de la Gloria. Amén.



DÍA PRIMERO

De imponderable aflicción

El pesar hoy dejó yertas

Pues una piedra el crestón

Cierra el sepulcro la puerta

Y os apresa el corazón


ORACIÓN

Desconsoladísima Virgen Madre del más atormentado Hijo, reconozco el grave y agudo sentimiento que oprimió vuestro tierno y amante espíritu, cuándo viendo puesto su despedazado y difunto cuerpo dentro del sepulcro, la religiosa Piedad de los compasivos varones, lo cerraron con una grande y pesada piedra, Con qué totalmente os lo quitaron de la vista, cubriéndolo con aquella cruel loza la cual como si os desgajaran sobre el corazón, así os lo apretó y aprensó con su ruda e inculta bronquedad, porque hasta entonces habías tenido el consuelo de albergar sobre vuestros brazos el divino cadáver, de lavarlo con vuestras lágrimas, y regalarnos imprimiendo sobre cada una de sus llagas amorosos ósculos, mas ya cerrado el sepulcro, Se os quitó ese único alivio que había quedado. ¡Ay de mi señora! Qué el pedernal de este Mi Corazón duro y empedernido, ha sido la pesada piedra que os a ocasionado tantas opresiones y fatigas, pero pues vos podéis madre mía ablandarlo y derretirlo con la eficacia de vuestra intercesión, alcanzarme por este vuestro dolor y desamparo de vuestro hijo Jesús, Auxilios eficaces, para que enternetsiendose la rígida terquedad de mi obstinada Rebeldía, saliendo de lóbrego sepulcro de mis culpas, me sepulte yo con vuestro hijo y sepulte todas mis pasiones y apetitos, para merecer así la inmortalidad, Y si conviene para su gloria y me provecho, impetradme el favor que pretendo de vuestra misericordia" por medio de esta novena. Amén.




DÍA SEGUNDO

Nuevos tormentos sufrís

Al emprender la jornada

Del Monte: Cuando vos venís

De la cruz os despedís

Y la traéis atravesada.


ORACIÓN

Desconsoladísima madre del más atormentado hijo, conozco el acerbísimo dolor qué penetró hasta el alma, cuándo disponiendo ya volveros a vuestros retiro, llegasteis al lugar donde aún estaba fija la cruz qué había sido el cadalso en donde había muerto vuestro querido hijo Jesús, y después de adorarla como instrumento de La redención del mundo, ennoblecido con el inmediato contacto del Sagrado cuerpo de un Dios hombre, os despediste de ella con afectuosos requiebros, imprimiendo muchas veces en exceso esquivo tronco, vuestros purísimos labios. ¿Cómo ensalzarías entonces la dignidad de este verdadero árbol de la vida, como descubrirías ya los triunfos, que con este estandarte se habían de conseguir en el mundo para el cielo? ¿Cómo revolvía Es que este era el duro el hecho en que había muerto de la fiebre de amor la salud de los hombres? Ay mi señora, que a esa Cruz qué cargo primero vuestro hijo y después muestra compasión. Yo le di con mi gratitud el peso, la dureza y la bronquedad, Pues por no cargar la cruz de mi estado con paciencia, he faltado tantas veces a el cumplimiento de mis obligaciones. Yo suplico mi señora y madre, por las penas que sentisteis en este paso, me alcances de vuestro hijo fortaleza, para abrazar con gusto la cruz de los trabajos, y crucificar en ella con los clavos de la mortificación, todos los deleites de este mundo, y alcanzar por esa Cruz la corona de la eternidad, Y si conviene para su gloria y me provecho, impetradadme el favor que pretendo de vuestra misericordia por medio de esta novena. Amén.



DÍA TERCERO

Habiendo subido dos

Bajáis sola y afligida

Sí allá queda el hijo Dios

Aunque nunca la hubo en vos

No es bajada, sino caída.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, conozco la incomparable tristeza qué ocupo vuestro interior, cuándo bajabas ya del santo Monte Calvario, hicisteis reflexa en qué bajaba sola, por aquellas mismo sentidos, por donde había subido por la mañana siguiendo los pasos de nuestro pacientísimo hijo, os acordabas muy bien de aquel cansancio y ahogo con qué azefando con la cruz subió casi sin respiración su trabajosa falda, En dónde veían los ojos claros de vuestro entendimiento, las huellas que dejó estampada para la imitación, las cuales vos la primera, adorarte Y seguiste con la resignación y rendimiento a qué nos alentaban los anhelos de vuestra santidad. ¡Ay mi señora! Si yo supiera llorar dignamente las muchas veces que, arrastrado de malas compañías, me he apartado de mi Dios, y por seguir y los venenosos consejos de sus perjudiciales persuasiones, y me he desviado del camino del cielo, qué había de buscar en seguimiento de mi Jesús. Yo os suplico mi señora y madre, me alcancéis de vuestro hijo, conocimiento de los principios a que me han despeñado los malos ejemplos qué eh abrazado con tanta ceguedad, y que siguiendo solo los que me dio el en su santísima pasión, y vos en vuestra soledad, corra por los caminos de sus santos mandamientos, con los fervorosos pasos de todas las virtudes, Y si conviene para gloria suya y provecho de mi alma, impetradme también el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.




DÍA CUARTO

De esta calle, la amargura

Cuando vuestra pena afianza

Por realzar vuestras venturas

Os suspende el ser dulzura

Mas no el ser nuestra esperanza.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, ¿en que entendimiento podrán caber, para conocer las angustias que cupieron en vuestro corazón para tolerarlas? Cuando volviendo a desandar por la tarde el funesto camino de la calle de la amargura, que llevó a vuestro Hijo y a vos en su seguimiento, desde las casas de Poncio Pilatos hasta la falda del Monte, se os presentaron con prontísima viveza, todos aquellos lúgubres espectáculos que por la mañana tanto habían apurado, los quitaste de vuestro sufrimiento. Allí veías el lugar donde alquilaron al Cirineo para que le ayudase a cargar el peso de la Cruz, allá donde le saliste al encuentro para renovarle sus afanes con vuestra vista, y para tragaros por los ojos los mares de penas, en que se ahogaba vuestro espíritu, mirándolo en tan lastimoso estado, allá donde la mujer Verónica en premio de su piedad le llevó en su dichoso lienzo la triplicada copia que le pintó la mano de su omnipotencia con el sudor de su rostro, aquí donde la compasión de las piadosas mujeres manifestó en su llanto, la ternura de sus afectos. En varios puestos, donde aquejado por la carga de la Cruz, dio tres caídas con su Santo Cuerpo en la tierra, y en todas partes registrabais como si los tuvieses presentes, el sudor de su rostro, la aridez de sus labios, el temblor de sus miembros, los arroyos de su sangre, de la cual aún permanecían sobre la tierra, y sobre las piedras impresas no pocas señales. ¡Ay mi Señora! Mucho tropel es ese de congojas para vuestro entendimiento y para vuestra memoria, y yo tan olvidado de lo mucho que padeció por mí, mi Redentor. Por eso os suplico, mi Señora y Madre, estampéis en mi alma las penalidades de este tan trabajoso camino, para que representándoseme continuamente a la vista de los tormentos de mi Jesús y los de vuestra compasión en tan lastimosos recuerdos, no de paso que no sea correspondiente a los de su amor, con perfecto y verdadero agradecimiento. Y si conviene para gloria suya y provecho de mi alma, impetradme el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.




DÍA QUINTO

A la judiciaria puerta

Os conducías con anhelo,

Entrasteis, pero muy cierta

Que estas para el ahogo abierta,

Cerrada para el consuelo.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, por instantes crecían en vuestra Soledad los pesares de vuestro afligido corazón, pues al entrar en la lóbrega noche en la miserable Ciudad de Jerusalén, por la puerta judiciaria viste con los ojos de vuestro esclarecido entendimiento, la Soledad y desdicha en que había quedado aquella populosa Ciudad, por el execrable sacrilegio que aquel día había cometido, quitándole la vida al Mesías verdadero, y que por esta maldad tan estupenda, había de padecer su moral destrucción, y los otros formidables castigos que le había amenazado la Justicia de Dios por sus profetas. ¡Con que lastima! Mi Señora, revolvían las caritativas entrañas de vuestra materna piedad, la ingratitud de aquel rebelde pueblo, que no había querido recibir, antes había crucificado a su insigne Bienhechor, ¿cómo le dirías allá en los secretos de vuestro silencio? Pobre Jerusalén, ¿cómo has malogrado tanta dicha? ¿Qué te hizo mi Hijo para que así lo hayas abandonado con tanta alevosa tiranía y descomedimiento? El curó tus enfermos, dio de comer milagrosamente a turbas, alumbró a ciegos, limpio tus leprosos, resucitó tus muertos, enseñó a tus ignorantes, y prometió el cielo a todos, estos son los agravios que te hizo, estos son los favores pagados con los tormentos de este día, con los cuales has provocado la Divina Indignación, para tu castigo. Yo, aunque tan ofendida, pediré a mi difunto Hijo te perdone, y alce la mano de las penas que has merecido. Así tu abra los ojos y te arrepientas. Ojalá mi Señora, oiga yo estas vuestras quejas, como dichas también mi ingratitud, pues la correspondencia con que he pagado los infinitos beneficios que me ha hecho mi Señor, han fiado las repetidas y graves culpas con que le he ofendido. Yo os suplico mi Señora y Madre, me alcancéis de su misericordia, luz para reconocer mi malicia, y para que, arrepintiéndome de ella con dolor, evite los muchos castigos que confieso tener tan merecidos, y si conviene para gloria suya y provecho de mi alma, impetradme también el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.




DÍA SEXTO

Sin desviaros de su senda

Al cenáculo os volvió,

El dolor, porque se entienda,

Que busca el amor su prenda

Allí donde la perdió.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, como sentirías con mayor viveza vuestra Soledad, al entrar en la Casa del Cenáculo, donde la noche antecedente, habías estado hablando con vuestro Santísimo Hijo, al ver que ya no estaba en ella, y que lo dejabas bajo tierra en su sepultura. ¿Qué puñales atravesaron entonces vuestra memoria, haciendo reminiscencia de los misterios y sucesos de la noche del jueves? Veías el lugar donde había lavado los pies a sus apóstoles, y os asombraba el abismo de su abatimiento y la cobardía de sus discípulos, que estaban en aquella hora amedrentados y fugitivos, contemplabais la fineza con que había instituido en aquella casa al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, con fin de quedarse siempre con los hombres, y que ahora ha apartado de Vos su amabilísima presencia. Volvías los ojos a aquel retrete donde entró a despedirse de Vos, y a pediros vuestra bendición y licencia para morir, y se os derretía el corazón por los ojos, viendo ya ejecutado lo que el en otras y en esta ocasión os había ya prevenido. ¿Qué angustias mi Señora, os oprimieron con estos tan melancólicos discursos? ¿Con que devoción besarías, una a una muchas veces el suelo donde vuestro Hijo había fijado sus plantas? Ay mi Señora y Madre ¿que hiciera para acompañaros y aliviaros en ese trance? Aquí fue donde se despidió de Vos vuestro Jesús el jueves, porque sabía que el viernes en su lugar os había de entregar por hijos a todos los hombres, y pues yo soy uno de ellos, el más miserable, no me despidáis de vuestra maternidad, admitidme por hijo, aunque lo merezca y alcanzadme que, de tal manera viva, que manifieste ser hijo vuestro en todas mis obras y si convienes para gloria suya y provecho de mi alma, impetradme también el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.




SÉPTIMO DÍA

Con las mujeres quería,

Prevenir Juan su lealtad

Sirviéndoos en la agonía,

Más toda su compañía

No os quita la Soledad.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, hasta aquí pudieron llegar vuestros desconsuelos, pues los quisiste padecer tan a solas, que el corto alivio que os podría dar en vuestra Soledad la compañía de vuestro Hijo, San Juan, y de las otras piadosas mujeres que os asistieron en este día, no quisisteis admitirlo, sino que antes, reconociendo el filial afecto con que querían acompañar vuestro llanto, aunque lo aceptasteis con muestras de agradecimiento, despediste luego al Apóstol y a las Marías, y entrándoos en vuestro lóbrego retrete, allí diste licencia a los dolores, para que os despedazasen el alma sin que alguna otra persona participase de vuestros desconsuelos. No obstante, Señora y Madre mía, no me habéis de despedir a mí, que solicito con todas las veras de mi afecto acompañaros en vuestra Soledad, y que mientras Vos, amabilísima Reina de mi alma, lloráis la muerte de vuestro Hijo, yo a vuestro lado llore la causa de esa muerte, que fueron mis gravísimas culpas. ¡Más ay, que enjutos tengo los ojos, que feo el corazón! Comunicadme Señora y Madre mía una si quiera de vuestras lágrimas, infundid mi pecho, uno solo de vuestros suspiros para sentir dignamente la gravedad y muchedumbre de mis pecados, y alcanzadme que en todos los trabajos con que me quisiere afligir en esta vida la justicia de Dios, no busque alivio y consuelo en las criaturas, sino que a vuestra imitación los padezca con heróica constancia, y si conviene para gloria suya y provecho de mi alma, impetradme también el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.




DÍA OCTAVO

Se acrisola el sufrimiento

Cuando el silencio se retira,

Al lóbrego alojamiento

Porque contra el pensamiento

Aun la quietud conspira.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, ya estáis sola en ese obscuro aposento, donde el lugar, el tiempo, el sitio y todo concurría a atormentaros con indecibles aflicciones. La noche se os ponía dejare que, habiendo muerto el sol de justicia, vuestro Jesús en el poniente del Calvario, y ya se ha acabado para vos el día más alegre, que os recreaba con sus luces. Oh que noche esta tan diferente de aquellas, en que concebisteis en vuestro a el Verbo de Dios, cuando tomo carne de hombre u de aquella, en que lo disteis a luz en el Portal de Belén, que inmensos fueron estas dos noches, los gozos de vuestro corazón. Más en esta, que lo consideráis ya muerto, ¿entregado ya a las heladas sombras de un sepulcro, que congojas las de vuestro espíritu? El lugar también os afligía sobre manera, encerrada en ese lóbrego albergue, que a cualquiera parte que volvías los ojos, no encontrabas sino Soledad y las tinieblas. Oh, como entrara yo Señora y Madre mía, acompañaros a serviros y asistiros, sino temiera que poniéndose a vuestra vista mi ingratitud, mi maldad, mi desconocimiento os han de acrecentar más vuestros dolores, pero si entro quebrantado con el pesar de mis pecados, no me daréis licencia para acompañaros en la Soledad de este retiro. Pues ya Señora, se me rompe el corazón del sentimiento, alcanzadme el perdón de ellos y una resolución tan firme, que escoja primero, no solo la muerte, sino el mismo infierno antes que vuelva a ofender a vuestro Santísimo Hijo, e impetradme el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.


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DÍA NOVENO

Cuando de la triste historia

El monumento sepulto,

Es trágica ejecutoria

Que, aunque a la vista se oculta,

Se os repite a la memoria.


ORACIÓN

Desconsoladísima Madre del más atormentado Hijo, ¡qué días tan prolongados! ¡Que noches tan dilatadas! ¡Qué horas tan largas las de esos tres días en que estabas apurando la Resurrección de vuestro Hijo muerto! ¿Cómo acompañaría vuestro pensamiento a su dichosísima alma en los senos del limbo, donde estaba ya consolando a los Santos Padres con las noticias de su remedio y libertad? ¿Cómo me apartaría vuestro amor de su despedazo cadáver, que estaba en el sepulcro? ¿Y con que ansias estarías ya aguardando que amaneciese el día de vuestro gozo para verle ya inmortal y triunfante? ¿Cómo ejercitabais entonces todas las virtudes? La fe, creyendo las promesas de vuestro Hijo, la esperanza, aguardando la Resurrección, la caridad, resignando más vuestros afectos a la constancia, tolerando su desamparo, la resignación, abrazado por su gusto los sentimientos, y por último la benignidad para con los hombres, padeciendo por ellos tantas penas. Mucha parte me cabe de esos merecimientos. Ellas me dan confianza para que os ruegue, amorosísima Madre, por la Iglesia, por nuestros gobernantes, por esta ciudad, por los pecadores, por los difuntos y por los fieles, que a todos nos alcance vuestra protección y consigan los frutos de vuestra funestísima y tristísima Soledad, que son ser compañeros de vuestra bienaventuranza en el cielo, y a mi impetradme el favor que pretendo de vuestra misericordia en esta novena. Amén.