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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Lex orandi»

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LEX ORANDI, LEX CREDENDI.La relación entre fe y liturgia

Es relativamente frecuente en la labor teológica oír o usar la expresión lex orandi, lex credendi. Con ella se intenta poner en evidencia la relación intrínseca entre fe y liturgia y, más concretamente, la importancia de la liturgia en la expresión y transmisión de la fe. En el contexto del Año de la Fe, viene bien una breve reflexión sobre la relación entre fe y liturgia, que puede partir de la comprensión del adagio aludido.

Tal como se ha citado se trata de una expresión abreviada de un pasaje del Indiculus de gratia Dei, que es una antología de textos de papas y de concilios sobre la gracia, recogida para enfrentar a los pelagianos y semipelagianos. El Indiculus podría haber sido compilado entre el 435 y 442, en Roma, por Próspero de Aquitania, autor de pensamiento agustiniano. En el capítulo octavo ofrece lo que podría llamarse un argumento litúrgico. En ese pasaje se utiliza como argumento la liturgia con el fin de demostrar la necesidad de la gracia preveniente para llegar a creer. Se dice que todos los obispos rezan ciertas oraciones para suplicar la fe para los incrédulos, los herejes, los cismáticos, etc.

Se refiere a la liturgia para indicar que si en la celebración se invoca a Dios pidiendo la conversión de los alejados, y esa oración es capaz de tocar los corazones y animar historias de auténtica vida cristiana, eso indica que la oración es también necesaria en el normal camino cristiano. Y en ese contexto se afirma: «obsecrationum quoque sacerdotalium sacramenta respiciamus, quae ab Apostolis tradita in toto mundo atque in omni Ecclesia catholica uniformiter celebrantur, ut legem credendi lex statuat supplicandi» .[1] Próspero afirma así que si los pelagianos examinasen las oraciones de la Iglesia tomarían conciencia de sus errores pues la ley de la plegaria (lex orandi) ofrece un criterio teológico (lex credendi). Próspero habla de lex pues se basa en la orden paulina de intercesión (1 Tim 2, 1-2); orden que la Iglesia ha acogido intercediendo por los hombres y que, para el caso que le interesaba, se expresaba en la súplica del don de la fe para los infieles.

Sin embargo, es preciso tener en cuenta que «el autor del adagio no quiere decir que cualquier palabra escuchada en la liturgia sea portadora de un contenido teológico particularmente denso; sino que pone en relieve que la liturgia transmite en verdad un dato de fe en la medida que el dato transmitido se funda en la Sagrada Escritura y es universalmente celebrado» . [2]

El adagio expresa la necesidad «de que la praxis litúrgica se enraíce siempre y profundamente en la tradición bíblico-patrística; pero de ninguna manera pretendía apoyar un modo rígido y unilateral de entender el testimonio litúrgico en términos de prueba de la fe ortodoxa de la Iglesia» [3] . El testimonio litúrgico adquiere validez cuando lo litúrgico está basado en la Tradición de la Escritura y/o los Padres y es celebrado universalmente. Esta argumentación litúrgica para aclarar un contenido dogmático no es, con todo, una originalidad de Próspero de Aquitania. Ya San Agustín se había expresado en modo análogo cuando escribió al semipelagiano Vitale: «Ipsa igitur oratio clarissima est gratiae testificatio» . [4]

Lo importante es captar la estrecha relación entre fe celebrada y la fe confesada. De algún modo, la fe celebrada determina la fe que se confiesa. La liturgia, en cuanto acontecimiento teologal, en cuanto encuentro de Dios con el hombre, es theologia prima y la posterior reflexión sobre ese acontecimiento litúrgico se hace theologia secunda. La relación entre fe y liturgia, en la línea trazada por Agustín y Próspero de Aquitania, entre otros, hace de la experiencia o acontecimiento litúrgico, un medio de expresión de la fe y de transmisión de la misma. Esto es mucho más que pensar a la liturgia como locus theologicus o pensar en los textos que se proclaman en las celebraciones como normativos para la teología. Sobre esta relación estrecha entre fe y liturgia se pretende reflexionar. Para ello se abordarán dos aspectos que relacionan fe y liturgia. Se tratará en primer término acerca de la liturgia como expresión de la fe para luego dedicar la atención a la liturgia como medio de transmisión de la fe.

La liturgia como expresión de la fe

Por la fe el cristiano entra en la Iglesia, que se manifiesta de modo particular en la liturgia . La fe, que nace formalmente en el bautismo, inserta al cristiano en la Iglesia y le permite vivir la experiencia litúrgica, que es constitutiva del ser cristiano. Por eso leemos en la primera encíclica del papa Francisco: «quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros. Quien recibe la fe descubre que las dimensiones de su “yo” se ensanchan, y entabla nuevas relaciones que enriquecen la vida. Tertuliano lo ha expresado incisivamente, diciendo que el catecúmeno, “tras el nacimiento nuevo por el bautismo”, es recibido en la casa de la Madre para alzar las manos y rezar, junto a los hermanos, el Padrenuestro, como signo de su pertenencia a una nueva familia» .

Tertuliano expresa que luego del bautismo, nacimiento nuevo, el cristiano es recibido en la casa de la Madre para alzar las manos y rezar junto a los hermanos. Está describiendo la liturgia, momento en que los fieles renacidos en el bautismo, elevan su oración con Cristo y en Cristo. El bautismo posibilita al creyente la experiencia litúrgica, le destina al culto, como lo afirma Santo Tomás de Aquino . Mediante la vivencia litúrgica el fiel expresa la fe recibida en el bautismo. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la liturgia, afirma que los sacramentos (expresiones privilegiadas de la liturgia de la Iglesia) no sólo suponen la fe, «sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe» . Las celebraciones litúrgico-sacramentales son momentos en los que, a través de los signos, la fe se alimenta, se robustece y se expresa, que es lo que ahora se intenta reflexionar.

En este apartado el término liturgia trasciende el concepto de teología litúrgica; más bien se piensa la liturgia en su dimensión celebrativa, en ese importante universo de gestos, acciones, palabras, etc., que conforman el acontecimiento litúrgico como momento de encuentro de Dios con el hombre en el que Dios es glorificado y el hombre santificado, finalidad de la liturgia sancionada en el n. 7 de la Constitución Sacrosanctum Concilium. Se trata de la liturgia en cuanto vivencia, en cuanto participación en el misterio de la salvación obrada por Jesucristo a través de los signos sacramentales; de la liturgia en cuanto misterio que se vive en una celebración y tiene consecuencias existenciales.

La liturgia es, ante todo, celebración de la fe, de los misterios de la fe. En el corazón de la liturgia, que es la celebración de la Eucaristía, luego de la transubstanciación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo, el presidente de la celebración exclama Mysterium fidei. La liturgia hace así presente el misterio de la fe, que es el misterio de Dios misericordioso que nos salva a través del misterio pascual de Jesucristo.

Por ser celebración de la fe, la liturgia expresa la fe de la Iglesia mediante los ritos, fórmulas, acciones, etc., que conforman una celebración. En un segundo sentido la liturgia es celebración de la fe en cuanto permite que los fieles manifiesten su fe, rindan a Dios el obsequio de su fe. La liturgia «posee una forma propia de exponer la fe, de hacerla patente, incluso de enseñarla; no con vistas a la instrucción catequética ni a la reflexión doctrinal, sino con vistas a la celebración y a la vivencia de lo que se celebra» .

En toda acción litúrgica hay un fundamento dogmático. Y toda acción litúrgica está sustentada en una afirmación teológica. La estructura de las celebraciones litúrgicas está impregnada de una profesión de fe, de teología, de tal manera que al analizar lo que se vive en la celebración se encuentra que ésta es expresión de lo que la Iglesia cree. Es ése el fundamento de la mistagogía y de una seria teología. Así, por ejemplo, la práctica de bautizar a los niños que aún no pueden pecar al no tener uso de razón, sirvió a san Agustín para argumentar sobre el pecado original. La celebración de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, presente en la liturgia desde el siglo V, fue una fundamentación importante para la proclamación del dogma en el siglo XX. En los funerales hay toda una expresión de fe eclesial: se profesa la fe en la resurrección de los muertos; la dignidad del cuerpo del ser humano; el valor del bautismo como semilla de eternidad; y todo esto mediante los diversos gestos y ritos litúrgicos, no sólo ni tanto mediante palabras. Detrás de las celebraciones litúrgica hay, pues, un misterio que se expresa, un dogma de fe que se afirma.

Es por eso de capital importancia captar el sentido teológico de los ritos y de las oraciones que se usan en las celebraciones litúrgicas para reencontrar, de modo vital, el significado teológico de la liturgia. Este carácter de la liturgia como expresión de la fe que se hace fundamento de una ulterior reflexión sobre la fe, en la que lo confesado y profesado deriva de lo celebrado y orado, ha de conducir al esfuerzo por encontrar el contenido teológico de la liturgia.

«Encontrar el ordo detrás de las “normas” y reglamentos, encontrar el carácter esencial, la norma viviente o logos de la alabanza en sí, dentro de lo que es accidental y temporal: he aquí la tarea principal que abordan quienes contemplan la teología litúrgica no como una colección de explicaciones accidentales y arbitrarias de las ceremonias, sino como un estudio sistemático de la lex orandi de la Iglesia.

La teología de la Iglesia se encuentra en la adoración de la Iglesia en sí, o sea, en su ordo, en su estructura o forma histórica concreta. La fe no se puede separar de su celebración litúrgica; la liturgia es la condición ontológica para la articulación teológica de la fe. En la liturgia, la Iglesia es testigo y participante del Misterio pascual como una experiencia presente» .

En la celebración litúrgica la Iglesia vive la contemporaneidad del Misterio pascual como experiencia de salvación, como don que se acoge en la fe, y por eso la celebración se convierte en experiencia de fe que expresa la fe y es susceptible de una reflexión posterior que se configura como teología.

Es preciso afirmar, entonces, que la liturgia no es primariamente culto, es decir, no es ante todo acción de los hombres. Cuando se la ve sólo desde la perspectiva cultual se pierde su especificidad, se la pone al nivel de cualquier experiencia humana de búsqueda de Dios. Si fuese ante todo culto, todo lo que en ella se hace sería expresión de la búsqueda de Dios por parte del hombre; los ritos serían expresión del sentimiento religioso humano; y toda ella sería una actio hominis. La liturgia, en cambio, es expresión de la fe, es la acción mediante la cual Dios, en Cristo, sale al encuentro de los hombres .

La liturgia es «la entrada de Dios en nuestro mundo, haciéndose el encontradizo y obrando la verdadera liberación. Sólo Él puede abrir la puerta hacia la libertad. Cuanto más se entreguen los sacerdotes y los fieles con humildad a este hacerse el encontradizo de Dios, tanto “más nueva” será la liturgia y tanto más personal y verdadera llegará a ser. Pero la liturgia no llega a ser personal, verdadera y nueva con invenciones banales de palabras o jugueteos, sino con la audacia de ponerse en camino hacia esa grandeza que por medio del rito siempre nos lleva la delantera y que nunca alcanzamos del todo» .

Ponerse en camino hacia la grandeza contenida en el rito es descubrir que en el acontecimiento litúrgico hay un lenguaje divino, hay revelación y es preciso poner atención a esa comunicación divina para poder responder adecuadamente. Así, la liturgia se hace expresión de la fe en cuanto es el espacio que permite al cristiano experimentar cómo Dios, en Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo le busca para santificarlo. Y una vez santificado en la celebración litúrgica, ésta le permite al cristiano expresar su respuesta de fe y amor al Señor. La liturgia presenta un esquema dialógico similar al del conjunto de la Revelación:

«Dios se dirige al hombre para manifestarle y hacerle partícipe de su vida íntima, y éste, oyendo el mensaje divino y contando con la ayuda de la gracia divina, responde libre y personalmente mediante el acto de fe. Si mantenemos la analogía con equilibrio, hay en esto una profunda verdad que la celebración litúrgica manifiesta y hace posible. Se ha podido decir con razón que en la celebración la fe se pone en acto: no sólo la fe en cuanto contenido de la revelación que la Iglesia custodia (fides quae), sino además en cuanto actividad y respuesta del sujeto que, en el encuentro celebrativo –la liturgia como fe celebrada–, intenta penetrar el Misterio y así manifiesta, actualiza y robustece su fe (fides qua)» .

La liturgia es expresión de la fe en cuanto posibilita la experiencia de fe, esto es, en cuanto espacio vital en el cual el cristiano puede acoger la oferta salvífica de Dios y puede también responder al Señor comprometiéndose al seguimiento fiel de Jesucristo. Es preciso tener siempre presente que «La liturgia hace de mediadora de Cristo; a través de Cristo, se extiende desde Dios hasta el hombre, conectando al hombre con Dios. La liturgia, a través de Cristo, proviene del Padre, que es la Fuente eterna de la vida divina en la santa Trinidad. Esta, a su vez, se dirige de manera especial al Padre, rindiéndole homenaje y gloria, de lo cual es capaz a través del poder de Cristo. El flujo de la vida divina entre el Padre eterno y la Iglesia se logra y se completa por medio de la obra del Espíritu.

He aquí la acción de la Trinidad en la Iglesia: la liturgia llega desde Dios al hombre y conecta al hombre con la plenitud de Dios. En su liturgia la Iglesia participa en la vida de la comunión divina de las tres Personas en Dios» .

Sería absurdo decir que la lex orandi establece la lex credendi si la liturgia fuese sólo nuestra auto-expresión ; si puede darse esa relación es porque la celebración litúrgica es actio Dei.

La liturgia, en cuanto misterio de Cristo operante en sus sacramentos, es dato de fe, objeto de fe y de reflexión teológica; es acontecimiento de fe, es decir, acontecimiento salvífico que solicita la respuesta del hombre. Ella es anterior a la reflexión teológica, es objeto de la fe y de la teología. Afirmar que la liturgia es expresión de la fe indica certeza de que ella es ámbito en el que se confiesa y celebra la fe; es conciencia de la celebración como confesión de la fe de la Iglesia y del creyente singular; y también certeza de que la liturgia es lugar teológico.

Que la liturgia es ámbito de la confesión de la fe lo indica san Pablo, refiriéndose a la Eucaristía (centro y culmen de la liturgia) en la primera carta a los Corintios 11, 23-26. Allí se indica que cada vez que se celebra la Eucaristía se anuncia la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre de Cristo los cristianos anunciamos, proclamamos, la muerte del Señor. No con palabras sino mediante los gestos y palabras de la celebración.

La eucaristía «es verdadera profesión de fe en acción sacramental, real, actualizadora del misterio que proclama, hecha con palabras que determinan el sentido y la realidad de los gestos y de la acción misma. Por eso la institución-anámnesis de la Eucaristía es regla no sólo de oración, de toda plegaria cristiana, sino también regla de la fe, canon y norma de lo que se ha de profesar» . El anuncio de la muerte redentora del Señor Jesús, que se da en toda celebración de la Eucaristía, es algo más que un simple hablar; es una afirmación, una proclamación que en la palabra de memoria y anuncio crea una realidad.

La liturgia expresa la fe de la Iglesia. Esto quiere decir que la liturgia encierra una cierta doctrina o enseñanza teológica en sentido amplio. También, en ocasiones, en la celebración litúrgica se expresa una determinada doctrina que el Magisterio ha propuesto como de fe divina y católica. La liturgia puede, asimismo, ayudar a un estado de certeza acerca de una determinada verdad, manteniendo vivo el sentido de la fe en el pueblo de Dios, como ha acontecido en los dos últimos dogmas marianos, que, antes de su definición solemne, esas verdades eran ya afirmadas en las celebraciones litúrgicas.

Liturgia y transmisión de la fe

El acontecimiento litúrgico se convierte también en vehículo privilegiado de transmisión de la fe. La sola participación en las celebraciones litúrgicas es un modo de transmisión de la fe. Cuando la Iglesia celebra transmite la fe. Y el fiel que participa en las celebraciones recibe la fe transmitida y puede aplicarse a que ésta plasme su vida. La liturgia es el humus, el espacio vital, el ámbito privilegiado de la transmisión de la fe. Al respecto se quiere hacer una reflexión desde la primera encíclica del papa Francisco. En el número 40 de la encíclica Lumen fidei se lee:

«En efecto, la fe necesita un ámbito en el que se pueda testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica. Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros.

Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia. En ellos se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida, asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias. Por eso, si bien, por una parte, los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia».

A través de las celebraciones litúrgicas la Iglesia transmite una experiencia de fe, descrita en el texto citado como una luz que toca la persona en su centro, implicando mente, voluntad, afectividad. La celebración litúrgica transmite una experiencia profunda. Al mismo tiempo transmite unas verdades, se convierte en Tradición viva. Y esto lo hace no sólo ofreciendo conceptos que han de ser captados por la inteligencia sino mediante toda la experiencia litúrgica, mediante los gestos, textos, acciones, que componen la celebración.

La experiencia litúrgica es integral: habla a la inteligencia y al corazón y se orienta a transformar la vida; transmite verdades de gran profundidad mediante acciones exteriores y rituales, insertando al fiel en la experiencia viva de la salvación, no limitándose a ofrecer conceptos.

La liturgia está en íntima relación con la doctrina y la vida de la Iglesia, «es la mediación simbólica que pone en relación y condensa al mismo tiempo la doctrina y la ética y necesita de ambas para conservar su plena autenticidad» . Si la fe es respuesta de la persona a Dios que se revela, orientación de toda la persona hacia Dios, la vivencia de la liturgia hace posible esa actitud en el creyente, es mediación y transmisora de fe como experiencia viva de adhesión a Dios.

La celebración litúrgica posibilita el encuentro real y verdadero con el Dios vivo. En dicho encuentro se implica todo el ser del cristiano, quien recibe luz para comprender mejor la fe y fuerza para vivir de acuerdo a los principios de la fe. Por eso el Concilio afirma que «la Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia» .

Porque la celebración litúrgica es espacio de transmisión de la fe permite a la persona asumir una decisión personal por la cual se adhiere a Jesucristo. Pero la liturgia no es sólo una experiencia personal e individual sino que, sin dejar de ser profundamente personal es también experiencia comunitaria, el Yo de la comunidad litúrgica es la Iglesia [21]. Conviene entonces tener presente que «La fe no es únicamente una opción individual que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el “yo” del fiel y el “Tú” divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma naturaleza, se abre al “nosotros”, se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia. Nos lo recuerda la forma dialogada del Credo, usada en la liturgia bautismal.

El creer se expresa como respuesta a una invitación, a una palabra que ha de ser escuchada y que no procede de mí, y por eso forma parte de un diálogo; no puede ser una mera confesión que nace del individuo. Es posible responder en primera persona, “creo”, sólo porque se forma parte de una gran comunión, porque también se dice “creemos”. Esta apertura al “nosotros” eclesial refleja la apertura propia del amor de Dios, que no es sólo relación entre el Padre y el Hijo, entre el “yo” y el “tú”, sino que en el Espíritu, es también un “nosotros”, una comunión de personas. Por eso, quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros. Quien recibe la fe descubre que las dimensiones de su “yo” se ensanchan, y entabla nuevas relaciones que enriquecen la vida»[22] .

La fe, siendo una realidad personal, se recibe gracias a la mediación de la comunidad eclesial. Nadie puede donarse la fe a sí mismo. La fe viene de Dios a través de la comunidad en un acto litúrgico que es la base de todos los demás: el bautismo. El bautismo es el inicio formal del camino de la fe y es experiencia litúrgica, posibilitando así que la liturgia transmita la fe. Sin liturgia no habría bautismo, no habría Iglesia . La liturgia es un modo de transmisión de la fe que ha de ser reconocido y que requiere un compromiso vital de los creyentes. Escribe al respecto el papa Francisco:

«La transmisión de la fe se realiza en primer lugar mediante el bautismo. Pudiera parecer que el bautismo es sólo un modo de simbolizar la confesión de fe, un acto pedagógico para quien tiene necesidad de imágenes y gestos, pero del que, en último término, se podría prescindir. Unas palabras de san Pablo, a propósito del bautismo, nos recuerdan que no es así. Dice él que “por el bautismo fuimos sepultados en él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4).

Mediante el bautismo nos convertimos en criaturas nuevas y en hijos adoptivos de Dios (…) En el bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien. Es transferido a un ámbito nuevo, colocado en un nuevo ambiente, con una forma nueva de actuar en común, en la Iglesia. El bautismo nos recuerda así que la fe no es obra de un individuo aislado, no es un acto que el hombre pueda realizar contando sólo con sus fuerzas, sino que tiene que ser recibida, entrando en la comunión eclesial que transmite el don de Dios: nadie se bautiza a sí mismo, igual que nadie nace por su cuenta. Hemos sido bautizados» [24] .

El bautismo, inicio formal de la fe, no es sólo un rito litúrgico, sino también el momento de la transmisión de la fe. La persona recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir. Se hace así posible el trinomio: lex orandi, lex credendi, lex vivendi. La celebración del bautismo no se agota en lo ritual. El bautismo compromete a recibir la doctrina de Jesucristo que está orientada a plasmar la vida entera. La doctrina no está orientada tan sólo a aportar unos conocimientos teóricos al bautizado sino a que éste configura su vida entera según la doctrina. Así se enlazan celebración litúrgica, doctrina profesada y vida cotidiana.

La liturgia orienta a la vida y sólo cuando orienta hacia la vida despliega todas sus posibilidades. La liturgia transmite la fe salvando, dando nueva vida, nuevas posibilidades de vivir la vida según el estilo de Jesucristo. En el bautismo brilla la dimensión eclesial de la transmisión de la fe, pues sólo es posible la real adhesión a Dios si se escucha la invitación divina en la celebración litúrgica, que es de la Iglesia. Todo cristiano, mediante la celebración del bautismo, es insertado en el misterio pascual de Cristo y es llamado a conformar su vida con la de Jesucristo; gracias al bautismo la existencia cristiana está marcada por el ritmo pascual de muerte-sepultura, vida-resurrección, crucifixión del hombre viejo-liberación del pecado y camino en la vida nueva. Es preciso que de la vida nueva comunicada en la celebración sacramental se pase a una vida cotidiana renovada según la imagen de Cristo [25].

También la eucaristía está vinculada a la transmisión de la fe. La Iglesia vive de la certeza que la Eucaristía «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo»[26]  ; el Augusto Sacramento es el don más perfecto de Cristo que se puede recibir mediante la liturgia. Ante todo, la Eucaristía es transmisión de la fe como vivencia de comunión eclesial en Cristo. Decía al respecto el cardenal Ratzinger: «El contenido, el acontecimiento de la Eucaristía supone la reunión de los cristianos desde su separación en la unidad del único pan y del único cuerpo.

La Eucaristía se comprende, por tanto, como plenitud dinámico-eclesiológica. Ella es el acontecimiento vivo que sostiene la Iglesia en su ser ella misma» [27] . Mediante la celebración eucarística hay una transmisión de la fe como experiencia de eclesialidad. Pero además la recepción de la Eucaristía permite experimentar la fe como visión profunda de la realidad. La eucaristía es «el precioso alimento para la fe, el encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida (…) La liturgia nos lo recuerda con su hodie, el “hoy” de los misterios de la salvación. Por otra parte, confluye en ella también el eje que lleva del mundo visible al invisible.

En la eucaristía aprendemos a ver la profundidad de la realidad. El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se hace presente en su camino pascual hacia el Padre: este movimiento nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios» [28]. La Eucaristía permite al creyente levantar el corazón y vivir orientado hacia Dios, que es una de las dimensiones importantes de la fe. La eucaristía es el mysterium fidei de un modo muy especial, es la suma de todos los misterios, experiencia de gran densidad en la transmisión de la fe.


La liturgia transmite la fe también en los sacramentos. Escribe el papa Francisco en su primera encíclica: «En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe. Ésta no consiste sólo en asentir a un conjunto de verdades abstractas. Antes bien, en la confesión de fe, toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo. Podemos decir que en el Credo el creyente es invitado a entrar en el misterio que profesa y a dejarse transformar por lo que profesa. Para entender el sentido de esta afirmación, pensemos antes que nada en el contenido del Credo. Tiene una estructura trinitaria: el Padre y el Hijo se unen en el Espíritu de amor.

El creyente afirma así que el centro del ser, el secreto más profundo de todas las cosas, es la comunión divina. Además, el Credo contiene también una profesión cristológica: se recorren los misterios de la vida de Jesús hasta su muerte, resurrección y ascensión al cielo, en la espera de su venida gloriosa al final de los tiempos. Se dice, por tanto, que este Dios comunión, intercambio de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu, es capaz de abrazar la historia del hombre, de introducirla en su dinamismo de comunión, que tiene su origen y su meta última en el Padre.

Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo» .[29] En el texto citado el papa Francisco da especial importancia a la profesión litúrgica de la fe, aclarando que la profesión de fe inserta en una vida nueva que se hace camino de comunión con Dios.

La fe que se transmite en la liturgia, es ante todo, experiencia vital, acontecimiento salvador, vivencia eclesial. La fe es transmitida y puede ser acogida por el fiel como inspiración para el camino de la vida; como principio rector de la vida; como ampliación del horizonte de la existencia humana haciéndola tender hacia la comunión plena con Dios. Pero hay también otras dimensiones de la transmisión de la fe que se da mediante la celebración litúrgica.

Pero además de transmitir la fe mediante las celebraciones, la liturgia lo hace educando en la fe. Si bien la liturgia no es, en sentido estricto, catequesis, sí está muy relacionada con ésta. Es preciso una iniciación en la vida litúrgica pues la liturgia es una dimensión del ser-cristiano. El cristiano es un homo liturgicus, que ha de experimentar el gozo y la riqueza de celebrar, de abrirse al encuentro con Dios que acontece en toda celebración. Esto supone que la transmisión de la fe encuentre un espacio privilegiado en la vivencia de la liturgia. «El camino de la fe abarca simultáneamente la catequesis de la Palabra, la celebración del misterio y el testimonio de vida. Pero donde la Palabra alcanza su más alto grado de eficacia es en la liturgia, cuando la Palabra se hace sacramento, y cuando la Palabra y el sacramento nutren la fe y la impulsan eficazmente a la misión» [30].

El momento litúrgico es especialmente importante en la educación de la fe, en la transmisión de la misma. Las Iglesias Orientales han vivido y viven con mayor claridad esta dimensión transmisora de la fe que es propia de la liturgia, al punto que el papa Pablo VI, en el discurso que pronunció luego de promulgar la constitución Sacrosanctum Concilium dijo: «No podemos callar la alta estima que tienen de la liturgia los cristianos de las Iglesias Orientas y la exactitud con que cumplen los ritos sagrados. Para ellos fue siempre la liturgia escuela de verdad y hoguera del amor cristiano» [31].

Sin ser catequesis, la celebración litúrgica tiene una dimensión catequética que le permite exponer la fe de la Iglesia y así contribuir a la educación de la fe de los fieles, hasta que en la liturgia puedan los cristianos beber el espíritu genuinamente cristiano .[32]

A modo de conclusión

El conocido adagio lex orandi, lex credendi es un reclamo a pensar la estrecha relación entre fe celebrada y fe confesada; entre celebración litúrgica y teología; entre liturgia y credo. La liturgia de la Iglesia es auténtica expresión de la fe en cuanto que las celebraciones son momentos en los que Dios comunica salvación esperando la respuesta del ser humano, la misma que es constitutiva de la fe. Además expresa la fe en cuanto que toda celebración tiene en su sustrato unas verdades de fe. También, a través de los textos y ritos, la celebración litúrgica se convierte en lugar teológico, en espacio vital desde el cual se comprende mejor la profesión de la fe. La liturgia es también vehículo de transmisión de la fe sobre todo mediante las mismas celebraciones sacramentales y en el esfuerzo de educar en y desde la liturgia.

Dr.Pedro Hidalgo

Rector Magnífico de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Notas

[1] DENZINGER-SCHÖNMETZER, 246. Una interesante presentación del adagio se puede ver en P. DE CLERCK, «Lex orandi, lex credendi. Sens originel et avatars historiques d’un adage équivoque», Questions liturgiques, 59 (1978/4) 193-212.

[2] Véase P. DE CLERCK, L’intelligenza della liturgia, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1999, p. 58.

[3] F. BROVELLI, «Fe y liturgia», D. SARTORE- A.-M. TRIACCA- J. M. CANALS, Nuevo Diccionario de Liturgia, Ediciones Paulinas, Madrid, 1987, p. 841.

[4] Carta 177.

[5] Uno de los serios exponentes de la liturgia como lugar teológico, aunque no sólo ve esa dimensión pues antes la concibe como fe en acto, es Cipriano Vagaggini. En su famosa obra Il senso teologico della liturgia, el autor se pregunta: «Come assimilare organicamente nella sintesi teologica generale il materiale di valore teologico incluso nella liturgia» (p. 591). Y responde con un capítulo de su obra que propone sugerencias para la inclusión sistemática del aspecto teológico-litúrgico en las cuestiones singulares de teología general.

[6] Véase CONCILIO VATICANO II, «Constitución sobre la Sagrada Liturgia», n. 2.

[7] S. S. FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, n. 39.

[8] Véase Summa Theologica III, q. 63, a. 2.

[9] CONCILIO VATICANO II, «Constitución sobre la Sagrada Liturgia», n. 59.

[10] J. LÓPEZ MARTÍN, En el espíritu y la verdad. Introducción teológica a la liturgia, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1987, p. 313.

[11] F. AROCENA- D. FAGERBERG- B. MIGUT-M. SODI, Teología litúrgica. Métodos y perspectivas, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2013, p.19.

[12] Cf. B. NEUNHEUSER-S. MARSILI- M. AUGÉ- R. CIVIL, La liturgia momento nella storia Della salvezza, Marietti, Casale Monferrato, 1974, 105.

[13] J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2001, p. 193.

[14] A. BERLANGA, Liturgia y Teología. Del dilema a la síntesis, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2013, p.277.

[15] F. AROCENA- D. FAGERBERG- B. MIGUT-M. SODI, Teología litúrgica, p. 33.

[16] F. AROCENA- D. FAGERBERG- B. MIGUT-M. SODI, Teología litúrgica, p. 32.

[17] J. LÓPEZ MARTÍN, En el espíritu y la verdad, p. 318.

[18] Véase J. RATZINGER, Opera Omnia. Teologia della Liturgia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2010, p. 306.

[19] M. AUGÉ, Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1995, p. 80.

[20] CONCILIO VATICANO II, «Constitución sobre la Sagrada Liturgia», n. 2.

[21] R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, Casa editorial Araluce, Barcelona, 1933, p. 95. El capítulo II del libro sobre la comunidad litúrgica, especialmente ilustrativo para comprender el sujeto de la liturgia está contenido en las pp. 94-106.

[22] S. S. FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, n. 39.

[23] Hay que comprender que «no es la Iglesia la que existe para la liturgia, o la que “genera” la liturgia; es la Eucaristía la que, de una manera real, “genera” la Iglesia y la convierte en lo que es» (A. SCHMEMANN, Theology and Eucharist, p. 79, en F. AROCENA- D. FAGERBERG- B. MIGUT-M. SODI, Teología litúrgica, p. 18).

[24]S. S. FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, 41.

[25] M. AUGÉ, Spiritualità liturgica, Edizioni San Paolo. Cinisello Balsamo, 1998, p. 40.

[26] CONCILIO VATICANO II, «Decreto sobre la vida y ministerio de los presbíteros», n. 5.

[27] J. RATZINGER, Il Dio vicino, Edizioni San paolo, Cinisello Balsamo, 2003, p. 121.

[28] S. S. FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, n. 44.

[29]S. S. FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, n. 45.

[30] J. LÓPEZ MARTÍN, En el espíritu y la verdad, pp. 335-336.

[31] «Hic silentio praeterire nolumus, quanto in honore apud christifi deles orientalis Ecclesiae habeatur divinus cultus, et quam accurata diligentia sacri ritus observentur; quibus quidem christifidelibus sacra Liturgia semper exstitit veritatis schola et flamma christianae caritatis» (Ad Patres Conciliares habita, altera exacta Concilii Oecumenici Vaticani secundi sessione, AAS 56 [1964] pp. 34-35).

[32] CONCILIO VATICANO II, «Constitución sobre la Sagrada Liturgia», n. 14.