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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Don de Profecía»

De Enciclopedia Católica

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Definición

Según el uso del término en la teología mística, se aplica tanto a las profecías de la Escritura canónica como a las profecías personales. Entendido según su sentido estricto, significa el conocimiento anticipado de eventos futuros aún cuando en ocasiones se aplica a eventos pasados de los que no se tiene memoria, y a presentar sucesos que no pueden ser conocidos a la luz de la razón natural. San Pablo, hablando de la profecía en 1 Corintios 14, no limita su significado a la predicción de eventos futuros, sino que incluye las inspiraciones Divinas sobre lo que es secreto, sea que haya sucedido o no. Sin embargo, conforme se revelan las manifestaciones de sucesos pasados o misterios ocultos actuales tenemos que entender aquí por profecía lo que significa en su sentido propio y estricto: la revelación de sucesos futuros. La profecía consiste en el conocimiento y en la manifestación de lo que se sabe o se conoce. El conocimiento debe ser sobrenatural e inspirado por Dios ya que trata de sucesos más allá del poder natural de la inteligencia creada, y el conocimiento debe manifestarse mediante signos o palabras pues el don de la profecía se da en primer lugar para el bien de otros y por lo tanto necesita ser manifestado. Es una luz Divina por la que Dios revela sucesos del futuro y con la que son representadas de cierta manera mental al profeta, cuya obligación es manifestarlas a los demás.

División

Los escritores de teología mística examinan las profecías sobre la base de la iluminación de la mente, a los objetos revelados y a los medios por las que el conocimiento se expresa a la mente humana. En razón de la iluminación de la mente la profecía puede ser perfecta o imperfecta. Se le llama perfecta cuando se da a conocer no solo el objeto revelado sino también la revelación misma, esto es, cuando el profeta sabe que es Dios quién habla. La profecía es imperfecta cuando el que la recibe no sabe con claridad o suficientemente de quien procede la revelación o si el que habla es el espíritu profético o del individuo. A esto se le llama instinto profético donde es posible que el individuo haga un juicio incorrecto, tal como sucedió con Natán que le dice a David cuando éste planeaba construir el Templo a Dios: “ Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque el Señor está contigo” (II Samuel, vii, 3) (N. del T. la versión en inglés dice: II Reyes, vii, 3). Sin embargo esa misma noche el Señor ordenó al Profeta a regresar con el rey y decirle que la gloria de la construcción del edificio del templo no estaba reservada para él, sino para su hijo. Benedicto XIV, citando a San Gregorio, explica que algunos santos profetas por la práctica frecuente de la profecía, han profetizado de su propia cosecha de algunos sucesos considerando que estaban influenciados con el espíritu profético.

En razón del objeto, existen de acuerdo a Santo Tomás (Summa II-II: 174: 1) tres clases de profecía: profecía de denuncia, de presentimiento y de predestinación. En la primer clase Dios revela eventos futuros subordinados a sucesos de orden secundario, que puede ser que se cumplan o no sobre la base de otros sucesos que a su vez podrían necesitar de una fuerza milagrosa para impedir que no ocurriesen, y aún cuando los profetas no lo expresen y parezca que hablan con certidumbre podrían no suceder. Isaías habló de esta manera cuando le dijo a Ezequías: “Ordena en tu casa, porque morirás, y no vivirás” (Is. 38,1). A esta categoría pertenece la profecía de la promesa, como la mencionada en 1 Samuel, 2,30 (N. del T. en la versión en inglés dice: 1 Reyes, 2,30): “Por eso –palabra de Yahveh, Dios de Israel- yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían siempre en mi presencia”, lo que no se cumplió. Fue una promesa condicional hecha a Heli que dependía de otras causas las cuales impidieron su cumplimiento.

La segunda, de presentimiento, tiene lugar cuando Dios revela eventos futuros que dependen de una libre decisión y los cuales ve presentes desde la eternidad. Tienen referencia a la vida y a la muerte, a la guerra y a las dinastías, a los asuntos de la Iglesia y el Estado así como a los de la vida del individuo.

La tercera clase, la profecía de predestinación, toma lugar cuando Dios revela lo que hará, y lo que ve presente en la eternidad y en Su decisión absoluta. Esto incluye no solo el secreto de la predestinación a la gracia y a la gloria sino también aquellos sucesos que Dios ha decretado absolutamente que hará por Su poder supremo y que pasarán infaliblemente.

Los objetos de profecía también pueden verse con respecto al conocimiento del hombre:

  • Cuando un evento puede estar más allá del conocimiento naturalmente posible del profeta, pero puede estar dentro del alcance del conocimiento humano y ser conocidos por otros que atestiguan el hecho, como por ejemplo el resultado revelado a Pío V de la batalla de Lepanto.
  • Cuando el objeto sobrepasa el conocimiento de todos los hombres, sin que esto signifique que sea desconocido sino que la mente humana no puede recibir naturalmente el conocimiento tal como el misterio de la Santísima Trinidad, o el misterio de la predestinación.
  • Cuando los sucesos que están más allá del conocimiento de la mente humana y no son posibles de ser conocidos a causa de que su verdad aún no ha sido desvelada, tal como sucesos eventuales futuros que dependen del libre albedrío. Se considera que esta es la forma más perfecta de profecía en razón de su generalidad y de abarcar todos los eventos que son desconocidos.

Dios puede iluminar a la mente humana en cualquier forma que desee. En muchos casos hace uso del ministerio angélico para las comunicaciones proféticas, Él mismo puede hablar al profeta e iluminarlo. Asimismo la luz sobrenatural de la profecía puede trasmitirse al intelecto, o a través de los sentidos o la imaginación. Las profecías pueden tener lugar aún y cuando los sentidos estén suspendidos en éxtasis, aunque esto en terminología mística se llama trance. Santo Tomás enseña que los sentidos no se suspenden de cuando algo se presenta a la mente del profeta a través de ellos y tampoco es necesario que se suspendan cuando la iluminación es instantánea; pero esto sí es necesario que ocurra cuando la manifestación es hecha a través de la imaginación, por lo menos al momento de la visión o al escuchar la revelación, ya que es cuando la mente esta separada de las cosas externas para fijarse completamente en el objeto manifestado a la imaginación. En tal caso no puede formarse un juicio perfecto de la visión profética durante la separación del alma, puesto que los sentidos necesarios para comprender correctamente los sucesos o cosas no pueden actuar, y es solamente cuando el hombre se reintegra a sí mismo y despierta del éxtasis que puede discernir y conocer apropiadamente la naturaleza de su visión.

Receptores de la Profecía

El don de la profecía es una gracia extraordinaria otorgada por Dios. Jamás ha sido limitada a un tipo particular de personas, familias, o tribus. No existe una facultad particular en la naturaleza humana por la que cualquier persona normal o anormal pueda profetizar y tampoco se requiere una preparación anticipada especial para recibir este don. Cornely comenta así: “los autores modernos hablan con inexactitud de las ‘escuelas de profetas’, una expresión que no se encuentra en las Escrituras de los Padres” (Comp. Introduce. en N. T., n. 463). Tampoco existe ningún rito externo por el que fuese iniciado el oficio de profeta; su ejercicio fue siempre extraordinario y dependiente de llamado inmediato de Dios. La luz profética, de acuerdo a S. Tomás, no es una forma de hábitat permanente en el alma del profeta, sino en la forma de una pasión o impresión pasajera (Summa II-II: 171:2). De esta forma los antiguos profetas solicitaban esta luz Divina con sus oraciones (1 Reyes 7,6; Jer. 22,16; 23,2ss. ; 42,4 ss.), y estaban expuestos a errar si daban una respuesta antes de invocar a Dios (2 Reyes, 7,2-3).

Escribiendo acerca de los receptores de profecías, Benedicto XIV (Virtud Heroica, III, 144, 150) dice: “Los receptores de profecías pueden ser ángeles, demonios, hombres, mujeres, niños, paganos o gentiles; tampoco es necesario que a un hombre se le otorgue el don de una disposición particular para recibir la luz profética si su juicio e inteligencia están adaptados para hacer manifiestas las cosas que Dios le revela. Aún cuando los méritos morales son muy útiles para un profeta, no es necesaria para obtener el don de la profecía”. También nos comenta que a causa de su propia penetración natural, los ángeles no pueden conocer eventos futuros que sean casuales e inciertos así como tampoco pueden conocer los secretos del corazón ajenos, sea hombre o ángel. Por lo tanto, cuando Dios escoge un ángel como medio para por el que hará conocer el futuro al hombre, también el ángel se convierte en profeta. Respecto al Diablo, el mismo autor nos dice que él no puede con su conocimiento natural predecir eventos futuros que sean los objetos mismos de profecía, aún y cuando Dios puede usarlo con este propósito. Así leemos en el Evangelio de Lucas que cuando el Diablo vio a Jesús, cayó ante Él y gritando con gran voz dijo: "¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo?" (Lucas, viii, 28). En las Sagradas Escritura existen ejemplos de mujeres y niños profetizando. María, a la hermana de Moisés se la llama profetiza; Ana la madre de Samuel profetizó; Isabel, madre de Juan el Bautista por Divina revelación reconoció y declaró a María como la madre de Dios. Samuel y Daniel profetizaron cuando jóvenes. Un gentil, Balaán predijo la venida del Mesías así como la devastación de Asiria y Palestina. Para probar que los paganos eran capaces de profecía, Santo Tomás refiere al caso de las Sibilas quienes hicieron clara mención de los misterios de la Trinidad, del Verbo Encarnado, de la Vida, Pasión y Resurrección de Cristo. Es cierto que los poemas Sibilinos existentes fueron interpolados en el transcurso del tiempo, pero, como comenta Benedicto XIV esto no es gran impedimento para no considerarlos genuinos y en modo alguno apócrifos, especialmente a la idea a que hacían referencia los primeros Padres.

Por las Escrituras y las actas de canonización de los santos de todas las épocas es claro que el don de la profecía individual existe dentro de la Iglesia. A la pregunta de que credibilidad debe dársele a estas profecías, contesta el cardenal Cayetano, como lo menciona Benedicto XIV: “Las obras del hombre son de dos tipos, una sobre los deberes públicos y especialmente los asuntos eclesiásticos tales como la celebración de la Misa, pronunciarse sobre decisiones judiciales y similares; con respecto a éstas la pregunta esta resuelta en la ley canónica, donde se establece que no debe dársele credibilidad a aquel que afirma que ha recibido en privado una misión de Dios, a menos que lo confirme con un milagro o testimonio especial de las Sagradas Escrituras. El otro tipo de acciones humanas es la individual, y en éstas distingue las obras de personas que tienen como guía un profeta que las forma de acuerdo a las leyes universales de la Iglesia, y las de aquellos en que el profeta las guía sin base en esas leyes. En el primer caso todo hombre puede dejar a su juicio aceptar dirigir sus acciones de acuerdo al deseo del profeta; en el segundo ejemplo no debe ser escuchado” (Virtud Heroica, III, 192).

También es importante que aquellos que tienen que enseñar y dirigir a otros deben tener reglas para su guía para permitirles distinguir los profetas falsos de los verdaderos. Puede ser útil un sumario de aquellas reglas prescritas por los teólogos para nuestra guía para mostrar prácticamente como debe aplicarse la doctrina a las almas devotas para salvarlas de los errores o alucinaciones diabólicas:

El receptor del Don de la profecía deberá, por regla general, ser virtuoso y de mérito, ya que todos los autores místicos concuerdan que en mayor medida Dios concede este Don a los individuos santos. Debe considerarse asimismo el temperamento y disposición del individuo así como su estado de salud física y mental; La profecía debe ser de acuerdo a la verdad y piedad Cristiana, puesto que si propone cualquier cosa contra la fe o la moral no puede proceder del Espíritu de Verdad; La predicción debe involucrar objetos fuera del alcance del conocimiento natural y debe tener como objetivo sucesos eventuales futuros o aquellos sucesos que solo Dios conoce;

También deberá implicar sucesos de naturaleza grave e importante, que sean de bien para la Iglesia o el bien de las almas. Ésta y la regla anterior ayudará a distinguir las profecías verdaderas de las pueriles, sin sentido e inútiles de adivinadores de la suerte, lectores de bolas de cristal, espiritistas y charlatanes. Estos pueden mencionar sucesos más allá del conocimiento humano, pero al alcance del conocimiento de demonios, pero no aquellos sucesos que estrictamente hablando son el objeto de profecía;

Las profecías o revelaciones que dan a conocer los pecados de otros, o que anuncien la condenación o predestinación de almas deben ser objeto de duda. Deben siempre considerarse siempre con profundo respeto tres secretos especiales de Dios que muy raramente se han revelado: el estado de conciencia en esta vida, el estado de las almas después de la muerte a menos que hayan sido canonizadas por la Iglesia, y el misterio de la predestinación. El secreto de la predestinación solo ha sido revelado en casos excepcionales, pero el de condenación jamás lo ha sido, puesto que en tanto el alma permanezca en esta vida, es posible la salvación. También el Día del Juicio Final es un secreto que no ha sido revelado nunca;

Debemos asegurarnos posteriormente si la profecía ha sido cumplida de acuerdo como se predijo. Existen limitaciones a esta regla: (1) si la profecía no fue absoluta sino que solo contiene conminaciones y esta atemperada por condiciones expresas o sobreentendidas como se ejemplifica en la profecía de Jonás a lo ninivitas y la Isaías al rey Ezequías; (2) en ocasiones puede suceder que la profecía viene de Dios y su interpretación por los hombres es falsa ya que el hombre puede interpretarla de manera diferente a su intención. Es por estas limitaciones que nos explicamos la profecía de San Bernardo respecto al éxito de la segunda cruzada y la de San Vicente Ferrer acerca de la proximidad del Juicio Final en su tiempo.

Principales Profecías Particulares

El último trabajo profético reconocido por la Iglesia como Divinamente inspirado es el Apocalipsis, (Revelaciones). El espíritu profético no desapareció con los Apóstoles, pero la Iglesia no ha declarado profética ninguna obra desde entonces, aun cuando ha canonizado a innumerables santos que de una forma u otra han tenido el don de la profecía. La Iglesia otorga libertad para aceptar o rechazar profecías individuales o personales según la evidencia a favor o en contra. Debemos tener cuidado al admitirlas o rechazarlas y en cualquier caso debemos tratarlas con respeto cuando nos llegan de fuentes confiables y que estén en concordancia con la doctrina Católica y sus reglas morales. La verdadera prueba de estas profecías es su cumplimiento; pueden ser solamente pías anticipaciones de manifestaciones de la Providencia y en ocasiones pueden cumplirse parcialmente y ser contradichas en parte por los acontecimientos. Las profecías conminatorias que anuncian calamidades por ser mayormente condicionales pueden o no cumplirse. La mayoría de las profecías individuales de los santos y servidores de Dios fueron sobre personas, su muerte, recuperación de enfermedades o sobre vocaciones. Algunos predijeron cosas que afectarían el destino de naciones como Francia, Inglaterra e Irlanda. Un gran número tienen referencia la los papas y al papado y finalmente tenemos muchas profecías sobre el fin del mundo y la proximidad del Juicio Final. Las profecías más notables sobre el “fin del mundo” parecen tener un objetivo común, anunciar grandes calamidades inminentes a la humanidad, el triunfo de la Iglesia y la renovación del mundo. Todos los videntes concuerdan en dos características principales según lo delinea E.H.Thompson en su “La Vida de Ana María Taigi” (cap. 18): “En primer término, todos apuntan a una convulsión terrible, a una revolución originada en la impiedad mas profundamente enraizada, formada por una oposición formal a Dios y Su verdad resultando en la persecución más formidable a que haya sido sujeta la Iglesia. En segundo término, todos prometen para la Iglesia la victoria más espléndida que haya tenido en la tierra. Podríamos añadir otro punto en el que existe una concordancia notable en la catena de las profecías modernas, y es la peculiar conexión entre la suerte de Francia y la de la Iglesia y la Santa Sede, así como también el gran papel que ese país tiene aún que jugar en la historia de la Iglesia y el mundo y que continuará teniendo hasta el fin de los tiempos.”

Algunos espíritus proféticos fueron prolíficos en la predicción del futuro. El biógrafo de San Felipe Neri dice que si fueran narradas todas las profecías atribuidas a este santo, llenaría volúmenes completos. Los ejemplos siguientes serán suficientes para ilustrar las profecías individuales.

Las Profecías de San Eduardo el Confesor

En una carta de Ambrosio Lisle Philipps al Conde de Shrewsbury del 28 de octubre de 1850 dando un panorama de la Iglesia Católica Inglesa relata la siguiente visión o profecía hecha por San Eduardo: “Durante el mes de enero de 1066, el Rey santo de Inglaterra San Eduardo el Confesor estaba confinado a su cama debido a su enfermedad terminal en su real Palacio de Westminster. San Aelredo, Abad de Recraux en Yorkshire, comenta que un poco tiempo antes de su feliz deceso, el rey santo cayó en éxtasis cuando dos piadosos monjes Benedictinos de Normandía a quienes él había conocido en su juventud durante su exilio en ese país se le aparecieron y le revelaron lo que le ocurriría a Inglaterra en los siglos futuros y la causa de ese terrible castigo. Dijeron: ‘La corrupción extrema y maldad de la nación Inglesa ha provocado la justa ira de Dios. Cuando la maldad haya alcanzado su plenitud, Dios, en su ira mandará a los ingleses espíritus malignos quienes los castigarán y afligirán con gran dureza separando el árbol verde de su tronco paternal una distancia de tres estadios. Sin embargo al final este mismo árbol, por la misericordiosa compasión de Dios y sin ninguna ayuda oficial (del gobierno) regresará a su raíz original, floreciendo nuevamente y dando frutos abundantes.’ Después de escuchar estas palabras proféticas abrió nuevamente sus ojos el santo Rey Eduardo, retornando a sus sentidos y la visión se desvaneció. Inmediatamente le platicó a su virginal esposa Edgitha, a Estigando, Arzobispo de Canterbury y a Haroldo su sucesor al trono, quienes estaban en su aposento orando alrededor de su cama, todo lo que había visto y escuchado.” (Ver “Vita beati Edwardi regis et confessoris”, del manuscrito Selden 55 en la Biblioteca Bodleian en Oxford).

Es notable la interpretación dada a esta profecía cuando se aplica a los eventos que han sucedido. Los espíritus mencionados son los Protestantes innovadores que pretendían en el siglo dieciséis reformar la Iglesia Católica en Inglaterra. La separación del árbol verde de su tronco simboliza la separación de la Iglesia de Inglaterra de la raíz de la Iglesia Católica, de su Sede en Roma. Aún más, este árbol iba a ser separado una distancia de “tres estadios” de su raíz vivificadora. Estos tres estadios se entiende que significan tres siglos al final de los cuales Inglaterra se reuniría otra vez a la Iglesia Católica trayendo flores de virtud y frutos de santidad. La profecía fue citada por Ambrosio Lisle Philipps en la ocasión del restablecimiento de la jerarquía Católica en Inglaterra por el Papa Pío IX en 1850.

Las Profecías de San Malaquías

Con relación a Irlanda: Esta profecía, diferente a las profecías atribuidas a San Malaquías sobre los Papas es al efecto de las persecuciones y calamidades de toda clase que en el transcurso de una semana de siglos su amada isla nativa sufriría en manos de la opresión de Inglaterra; sin embargo conservaría su fidelidad a Dios y a Su Iglesia en todas sus pruebas. Al final de siete siglos se libraría de sus opresores (u opresiones) quienes a su vez serían sujetos de horribles castigos y la Irlanda Católica sería instrumental para regresar la nación Británica a la Fe Divina que tan salvajemente había peleado por arrancársela la Inglaterra Protestante durante trescientos años. Se dice que esta profecía había sido copiada por el erudito Dom Mabillon de un manuscrito antiguo conservado en Clairvaux y trasmitido por él al martirizado sucesor de Oliverio Plunkett.

Con relación a los Papas: La profecía mas famosas y mejor conocida sobre el papado son las atribuidas a San Malaquías, en 1139 se dirigió a Roma a dar un reporte del estado que guardaban los asuntos en su diócesis al Papa Inocencio II quien le prometió dos palios para las Sedes metropolitanas de Armagh y Cashel. Mientras estaba en Roma tuvo (de acuerdo al abad Cucherat) la extraña visión del futuro en la que desfilaba ante su mente la larga lista de ilustres Pontífices que gobernarían la Iglesia hasta el fin de los tiempos. El mismo autor nos cuenta que San Malaquías le entrego su manuscrito a Inocencio II para consolarlo en medio de sus tribulaciones y que el documento permaneció sin identificar en los Archivos Romanos hasta su descubrimiento en 1590 (Cucherat, “Proph. de la succession des papes”, cap. xv). Arnoldo de Wyon las publicó por vez primera y desde entonces ha existido gran discusión acerca de si son las predicciones genuinas de San Malaquías o falsificaciones. El silencio de 400 años de tantos eruditos autores que han escrito sobre los papas y especialmente el silencio de San Bernardo quien escribió “La Vida de San Malaquías” es un fuerte argumento en contra de su autenticidad, pero no es concluyente si adoptamos la teoría de Cucherat de que estuvieron escondidos en los archivos esos 400 años.

Estos pequeños anuncios proféticos, en número de 112, señalan un rasgo peculiar de todos lo futuros papas comenzando con Celestino II electo en 1130, hasta el fin del mundo. Están anunciados con títulos místicos. Aquellos que han tratado de interpretar y explicar estas profecías simbólicas han tenido éxito el descubrir algún rasgo, alusión, punto o similitud con su aplicación a las papas individuales, ya sea a su país de origen, a su nombre, su escudo de armas o insignia, su lugar de nacimiento, su talento o formación, el título de su cardenalato, los títulos que recibieron, etc. Por ejemplo, la profecía de Urbano VII es Lilium et Rosa (la lila y la rosa); él era nativo de Florencia y en el escudo de armas esa ciudad aparece una fleur-de-lis; tenía tres abejas en su escudo de armas y las abejas recogen miel de las lilas y las rosas. En otras instancias el nombre otorgado en ocasiones concuerda con una circunstancia rara y notable de la carrera de Papa, así Peregrinus Apostolicus (el peregrino del pueblo) que designa a Pío VI lo confirma su viaje a Alemania, su larga carrera como Papa y por su expatriación de Roma al final de su pontificado. Aquellos que vivieron y siguieron el curso de los acontecimientos de una manera inteligente en los pontificados de Pío IX, León XIII, y Pío X no pueden dejar de sorprenderse con los títulos otorgados a cada uno en las profecías de San Malaquías y su maravillosa propiedad: Crux de Cruce (Cruz de la Cruz) Pío IX; Lumen in Caelo (luz en el Cielo) León XIII; Ignis ardens (Fuego Ardiente) Pío X. Existe mas que una coincidencia en los nombre dados a estos tres papas tantos años antes de su época. No necesitamos recurrir ni a nombres de familia, escudos de armas o títulos cardenalicios para observar la adecuado de sus nombres en las profecías. Las cruces y sufrimientos de Pío IX fueron más que sentidos por sus sucesores, siendo la más pesada de estas cruces la infligida por la Casa de Saboya cuyo emblema es una cruz. León XIII fue una verdadera flama del papado. El Papa actual es realmente un ardiente fuego de celo de las restauración a Cristo de todas las cosas.

La ultima de las profecías trata del fin del mundo y es como sigue: “En la persecución final de la Santa Iglesia Romana reinará Pedro el Romano quien alimentara a su grey entre muchas tribulaciones, después de las cuales será destruida la ciudad de las siete colinas y el espantoso Juez juzgará al pueblo. Fin”. Se ha hecho notar con relación a Petrus Romanus que de acuerdo a la lista de San Malaquías será el último Papa, que la profecía no menciona que no existirán Papas entre él y su predecesor designado como Gloria olivoe. Solamente dice él será el último de tal manera que podemos suponer tantos papas como deseemos antes de “Pedro el Romano”. Cornelio a Lapide se refiere a esta profecía en su comentario “Sobre el Evangelio de San Juan” (Cap. XVI) y en su “Sobre el Apocalipsis” (caps. XVII-XX) y se aventura a calcular de acuerdo a lo anterior los años que quedan en el tiempo.

Profecías de San Pablo de la Cruz

Por más de cincuenta años San Pablo de la Cruz acostumbró a orar por el retorno de Inglaterra a la fe católica y en varias ocasiones tuvo visiones y revelaciones sobre su reconversión. Vio en espíritu a los Pasionistas establecerse en Inglaterra y trabajar ahí por la conversión y santificación de las almas. Es bien conocido que algunos líderes del Movimiento de Oxford, el cardenal Newman incluido y miles de conversos han sido recibidos en la Iglesia de Inglaterra por los misioneros Pasionistas.

Existen muchas otras profecías individuales sobre los signos lejanos y próximos que precederán el Juicio Final y con relación al Anticristo como las atribuidas a Santa Hildegarda, Santa Brígida de Suecia, la Bendita Ana María Taigi (los “tres días de oscuridad”), el Curé d’Ars y otros muchos. Estos no nos iluminan más de lo que las profecías de las Escrituras lo hacen sobre el día y la hora del Juicio Final que permanece como un Secreto Divino.


Fuente: Devine, Arthur. "Prophecy." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. 17 Aug. 2009 <http://www.newadvent.org/cathen/12473a.htm>.

Traducido por Felipe J. Pérez Sariñana