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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Hechos de los Apóstoles»

De Enciclopedia Católica

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Siguiendo el orden aceptado de los libros del Nuevo Testamento, el quinto libro es llamado Hechos de los Apóstoles (praxeis Apostolon). Algunos han pensado que el título del libro fue diseñado personalmente por el autor. Tal es la opinión de Cornely en su “Introduction to the Books of the New Testament” (Segunda edición, página 315). Pero parece más probable que el título haya sido añadido posteriormente, del mismo modo como fueron añadidos los encabezados de varios evangelios. Basta pensar que el nombre “Hechos de los Apóstoles” no da una idea precisa acerca del contenido del libro y que difícilmente el autor hubiera utilizado tal título.
 
Siguiendo el orden aceptado de los libros del Nuevo Testamento, el quinto libro es llamado Hechos de los Apóstoles (praxeis Apostolon). Algunos han pensado que el título del libro fue diseñado personalmente por el autor. Tal es la opinión de Cornely en su “Introduction to the Books of the New Testament” (Segunda edición, página 315). Pero parece más probable que el título haya sido añadido posteriormente, del mismo modo como fueron añadidos los encabezados de varios evangelios. Basta pensar que el nombre “Hechos de los Apóstoles” no da una idea precisa acerca del contenido del libro y que difícilmente el autor hubiera utilizado tal título.
  
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II. Los orígenes de la Iglesia
 
II. Los orígenes de la Iglesia

Revisión de 21:04 30 nov 2007

Siguiendo el orden aceptado de los libros del Nuevo Testamento, el quinto libro es llamado Hechos de los Apóstoles (praxeis Apostolon). Algunos han pensado que el título del libro fue diseñado personalmente por el autor. Tal es la opinión de Cornely en su “Introduction to the Books of the New Testament” (Segunda edición, página 315). Pero parece más probable que el título haya sido añadido posteriormente, del mismo modo como fueron añadidos los encabezados de varios evangelios. Basta pensar que el nombre “Hechos de los Apóstoles” no da una idea precisa acerca del contenido del libro y que difícilmente el autor hubiera utilizado tal título.

I. Contenido

II. Los orígenes de la Iglesia

III. División del Libro

IV. Objeto

V. Autenticidad

VI. Objeciones contra la autenticidad

VII. Fecha de composición

VIII. Textos de los Hechos

IX. La Comisión Bíblica


I. Contenido

El libro no contiene los hechos de todos los apóstoles, ni tampoco todos los hechos de algún apóstol en particular. El texto comienza aportando una breve información de los cuarenta días que sucedieron a la resurrección de Cristo y durante los cuales Él se apareció a los apóstoles “hablándoles del Reino de Dios”. Enseguida se mencionan brevemente la promesa del Espíritu Santo y la Ascensión de Cristo. San Pedro aconseja que se elija a un sucesor para que tome el lugar de Judas Iscariote; Matías es seleccionado a base de echar suertes. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles y les da el don de lenguas. San Pedro explica el gran milagro a los asombrados testigos, probándoles que es por el poder de Jesucristo que dicho milagro se realiza. Como resultado de ese maravilloso discurso muchos se convirtieron a la religión de Cristo y fueron bautizados, “y aquel día se les unieron unas tres mil personas”. Esto marcó el comienzo de la Iglesia Judeo-cristiana. “Y el Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando”. Junto a la puerta del templo que llamaban “la Hermosa”, Pedro y Juan sanan a un hombre que era paralítico desde el vientre de su madre. La población estaba llena de azoro y admiración ante el milagro y corrieron tras Pedro y Juan en el pórtico llamado de Salomón. De nueva cuenta, Pedro predica a Jesucristo, afirmando que la fe en el nombre de Jesús era la que había sanado al tullido. “Muchos de los que habían oído el discurso creyeron y el número, contando sólo a los hombres, llegó a unos cinco mil”. Pero “se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, indignados porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos. Les echaron mano y los pusieron bajo custodia hasta el día siguiente”. A la mañana siguiente Pedro y Juan fueron llamados ante los gobernantes, los ancianos y los escribas, entre los que se encontraban Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, y todos los parientes del Sumo Sacerdote. Habiendoles puesto en medio de ellos, les preguntaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?”. A lo cual, Pedro, lleno del Espíritu Santo, respondió pronunciando una de las más sublimes profesiones de fe cristiana que haya hecho persona alguna: “Sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular (Is . 28; Mt 21, 42) y no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”. Los miembros del Consejo hubieron de enfrentar directamente la evidencia más positiva de la verdad de la religión cristiana. Ordenaron a los dos apóstoles que abandonaran el salón y entonces el Consejo deliberó, diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres?. Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén que ellos han realizado un milagro manifiesto y no podemos negarlo”. He aquí uno de los grandes cumulus de evidencia sobre los que descansa la fe cristiana. El consejo de los jefes judíos de Jerusalén, amargamente hostil, se ve obligado a declarar que ha sucedió un notable milagro, innegable y manifiesto a los habitantes de esa ciudad.

Con toda astucia, el Consejo intenta frenar el gran movimiento del cristianismo. Amenazan a los apóstoles y les ordenan que no hablen ni enseñen a nadie en el nombre de Jesús. Pedro y Juan cuestionan la orden, invitando al Consejo a que juzgue si es correcto obedecer a éste antes que obedecer a Dios. Por temor a la población, que estaba glorificando a Dios por el gran milagro, los miembros del Consejo no pudieron imponer ningún castigo a los dos apóstoles. Puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron a donde estaban los otros apóstoles. Todos alabaron a Dios y le pidieron fortaleza para anunciar su palabra. Después de la oración, el lugar tembló y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. En aquella época, el fervor de los cristianos era muy grande. Todos tenían un solo espíritu y un solo corazón. Todo lo tenían en común. Los que tenían tierras o casas las vendían y daban el precio a los apóstoles para que éstos lo distribuyeran entre los que tenían necesidad. Pero un cierto Ananías, en complicidad con su esposa Safira, vendió una posesión y guardó parte del dinero. El Espíritu Santo reveló a San Pedro la verdad del engaño por lo que el apóstol regañó a Ananías por mentir al Espíritu Santo. Enseguida el hombre cayó muerto. Poco después llegó Safira, sin conocer aún la muerte de su esposo, y fue interrogada por San Pedro acerca del negocio. También ella había guardado una parte del dinero y mentirosamente afirmó que ya se había entregado la cantidad completa a los apóstoles. San Pedro la amonestó y también ella murió ahí mismo. La multitud vio en la muerte de Ananías y Safira un castigo de Dios y el temor se apoderó de todos. Este milagro del castigo de Dios también confirmó la fe de los creyentes y atrajo más discípulos. Los milagros eran necesarios en esta etapa de la vida de la Iglesia para dar testimonio de la verdad de su enseñanza, por lo que el poder de los milagros fue abundantemente derramado sobre los apóstoles. Tales milagros no son detallados minuciosamente en los Hechos, pero sí se afirma: “Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en el pueblo...” (Hech 5, 12). Multitudes de hombres y mujeres se añadían a la comunidad cristiana. La población de Jerusalén llevaba a los enfermos y los ponía en literas y camillas a lo largo de las calles para que la sombra de San Pedro pudiera cubrirlos. Traían incluso a los enfermos de las ciudades vecinas de Jerusalén, y todos quedaban curados.

La secta más poderosa entre los judíos de esa época era la de los saduceos. Ellos se oponían duramente a la religión cristiana a causa de la doctrina sobre la resurrección de los muertos. La verdad cardinal de la enseñanza de los apóstoles era: la vida eterna a través de Jesús, crucificado por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos. El Sumo Sacerdote Anás favorecía a los saduceos y su hijo Anano, quien después se convertiría en Sumo Sacerdote, era un saduceo (Josefo, Antigüedades de los Judíos, XX, 8). Estos terribles sectarios hicieron causa común con Anás y Caifás en contra de los apóstoles de Cristo y los metieron a la cárcel. El libro de los Hechos no deja duda alguna respecto al motivo- “Llenos de envidia”- que inspiró al Sumo Sacerdote y sus sectarios. Los líderes religiosos de la antigua Ley veían cómo disminuía su influencia entre el pueblo ante el poder que actuaba a través de los apóstoles de Cristo. Por la noche, un ángel del Señor abrió las puertas de la prisión, liberó a los apóstoles y les ordenó ir a predicar en el Templo. El Consejo de los judíos, a no encontrar en la cárcel a Pedro y a Juan, y habiendo oído de su milagrosa liberación, se quedaron perplejos. Al saber que estaban en el Templo, enseñando, enviaron a los soldados a que los trajeran ante ellos, sin violencia, por temor a pueblo. Queda evidente que la gente común estaba dispuesta a seguir a los apóstoles; la oposición venía de los sacerdotes y de las clases dirigentes, mayormente configuradas por los saduceos. El Consejo acusó a los apóstoles de que, lejos de obedecer la prohibición de predicar en nombre de Cristo, habían llenado a Jerusalén con sus enseñanzas. La respuesta de Pedro fue que ellos debían obedecer a Dios antes que a los hombres. Y valientemente reiteró la doctrina de la redención y de la resurrección. El Consejo, desde entonces, andaba buscando cómo matar a los apóstoles. En ese punto, Gamaliel, un doctor de la Ley judía, tenido en mucho por todo el pueblo, se levantó en medio del Consejo para defender a los apóstoles. Argumentó que si la nueva enseñanza era de los hombres, terminaría cayendo por si misma, pero si fuera de Dios, sería imposible de aniquilar. Prevaleció la opinión de Gamaliel y el Consejo, habiendo llamado a los apóstoles, luego de tortirarlos, los dejó ir, ordenándoles que no hablasen más en nombre de Jesús. Al partir los apóstoles, lo hacen llenos de regocijo de saberse dignos de sufrir afrentas a causa del Nombre. Y diariamente, en el Templo o en privado, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús el Cristo.

Habiéndose levantado un rumor entre los judíos griegos de que sus viudas eran menospreciadas en el reparto diario, los apóstoles considerando indigno que ellos se tuvieran que ocupar del servicio a las mesas y descuidar con ello la palabra de Dios, nombraron a siete diáconos para ocuparse de ello. Entre ellos hacía cabeza Esteban, un hombre lleno del Espíritu Santo. El realizó muchas señales maravillosas entre la gente. Los judíos anti cristianos trataron de resistirle, pero no podían ante su sabiduría y el espíritu con el que hablaba. Entonces recurrieron al soborno de algunas gentes para que afirmaran que él había hablado en contra de Moisés y del Templo. Esteban fue aprehendido y llevado ante el Consejo. Los falsos testigos afirmaron que ellos habían escuchado a Esteban decir que “Jesús, ese Nazoreo, destruiría este lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos transmitió”. Los que estaban en el Consejo vieron el rostro de Esteban que parecía el de un ángel. Esteban se defiende, repasando los eventos de la primera alianza y su relación a la nueva Ley. Es después arrastrado fuera de la ciudad, donde es apedreado a muerte. Antes de morir, de rodillas, ora: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. A partir del martirio de Esteban se desató una gran persecución en contra de la Iglesia de Jerusalén. Excepción hecha de los apóstoles, los fieles hubieron de dispersarse en Samaria y Judea. El líder de la persecución era Saulo, quien después se convertiría en el gran San Pablo, el Apóstol de los Gentiles. El diácono Felipe primero predicó exitosamente en Samaria. Como todos los predicadores de los primeros días de la Iglesia, Felipe confirmaba su predicación con milagros. Pedro y Juan subieron a Samaria para confirmar a los convertidos por Felipe. Este, guiado por un ángel, va de Jerusalén a Gaza, y en el camino convierte al eunuco de Candace, la reina de Etiopía. Enseguida es conducido Felipe por la fuerza de Dios a Azoto desde donde comenzó a predicar en todas las ciudades costeras hasta llegar a Cesárea.

Saulo, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, parte para Damasco a arrestar a cuanto cristiano pudiera encontrar ahí. Ya cerca de Damasco, el Señor Jesús le habla desde el cielo y lo convierte. San Pablo es bautizado en Damasco por Ananías y continúa viviendo en esa ciudad durante un tiempo, predicando en la sinagoga que Jesucristo es el Hijo de Dios. Se retiró posteriormente a Arabia, para retornar a Damasco y, tres años después, viajar a Jerusalén. Ahí, Pablo fue originalmente recibido con desconfianza por los discípulos de Jesús. Pero, luego que Bernabé describió cómo Pablo había sido maravillosamente convertido, aquellos terminaron por aceptralo. Enseguida se dedicó a predicar valientemente en el nombre de Jesús, disputando especialmente con los judíos helenistas. Ellos planeaban matar a Pablo, pero los cristianos lo llevaron a Cesárea y de ahí a Tarso, su ciudad natal.

Los Hechos describen la Iglesia de esta época en Judea, Samaria y Galilea diciendo que “gozaban de paz...; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo”. Pedro va entonces a todas partes para confortar a los fieles. En Lida curó al paralítico Eneas y en Joppe levantó de entre los muertos a la piadosa viuda Tabitá (Dorcás, en griego). Tales milagros confirmaban aún más la fe en Jesucristo. En Jope, Pedro tuvo la gran visión de la sábana que era bajada del cielo conteniendo toda clase de animales a los que, en trance, se le ordenó matar y comer. Pedro se rehusó, basado en que era ilícito comer lo que era impuro. Como respuesta Dios lo hizo saber que Él había purificado lo que para los judíos era impuro. Tal visión, repetida en tres ocasiones, era la manifestación de la voluntad celestial de que debía terminarse la ley ritual de los judíos y que la salvación debía ser ofrecida a judíos y gentiles sin distinción. El significado de esa visión le fue explicada a Pedro cuando un ángel le ordena ir a Cesárea a visitar al centurión Cornelio, cuyos enviados ya estaban en camino para llevarlo a casa de este último. Pedro obedece y, llegado a casa de Cornelio, escucha de éste su propia visión. Pedro le predica a él y a cuantos se reunieron allí. El Espíritu Santo desciende sobre ellos y Pedro ordena que sean bautizados. De regreso en Jerusalén, los judíos alegaban que Pedro había ido a los incircuncisos y comido con ellos. Pedro les explicó la visión de Jope y la Cornelio, y cómo éste había recibido órdenes de un ángel para que enviara a recoger a Pedro a Jope, y para que él y su familia recibieran de Pedro el Evangelio. Los judíos reconocieron la obra de Dios y lo glorificaban declarando que “también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida”. Quienes se habían dispersado saliendo de Jerusalén en tiempos del martirio de Esteban habían llegado a lugares tan lejanos como Fenicia, Chipre y Antioquía, pero exclusivamente predicaban a los judíos. No habían entendido aún la llamada a los gentiles. Pero luego algunos conversos de Chipre y Cirene llegaron a Antioquía y comenzaron a predicar a los gentiles. Muchos creyeron y se convirtieron al Señor. Los informes del trabajo en Antioquía llegaron a oídos de la Iglesia en Jerusalén y entonces se decidió enviar allá a Bernabé, “un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”. Él se llevó consigo a Pablo de Tarso y ambos permanecieron en Antioquía un año enseñando a muchas personas. Los discípulos de Cristo comenzaron a ser llamados cristianos en Antioquía.

El resto de los Hechos narra la persecución sufrida por los cristianos a manos de Herodes Agripa; la misión encomendada por el Espíritu Santo a Pablo y Bernabé de salir de Antioquía e ir a predicar en las naciones gentiles; los trabajos de Pablo y Bernabé en Chipre y Asia Menor; su retorno a Antioquía; la disusión en Antioquía en torno a la circuncisión; el viaje de Pablo y Bernabé a Jerusalén; la decisión del Concilio Apostólico de Jerusalén; la separación de Pablo y Bernabé, a quien suplió Silas o Silvano; la visita de Pablo a las iglesias de Asia; la fundación de la iglesia de Filipo; los sufrimientos de Pablo en nombre de Jesucristo; la visita de Pablo a Atenas; la fundación de las iglesias de Corinto y Éfeso; la vuelta de Pablo a Jerusalén; la persecución de los judíos en contra de Pablo; la prisión de Pablo en Cesárea; la apelación al Cesar por parte de Pablo; su viaje a Roma; el naufragio; la llegada de Pablo a Roma; su vida en esa ciudad. Por lo dicho, pensamos que un nombre más apropiado para este libro hubiera sido “Los comienzos de la Religión Cristiana”. Se trata de una totalidad, artística, la historia más completa que poseemos de la manera en que se desarrolló la Iglesia.

II. Los orígenes de la Iglesia

En los Hechos vemos el cumplimiento de las promesas de Cristo. Jesús, en Hech 1,8, había prometido que los apóstoles serían investidos de poder cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y que serían sus testigos tanto en Jerusalén como en Samaria, Judea y en los fines más remotos de la Tierra. Jesús había declarado, en Jn 14, 12: “El que crea en mi, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. En esos pasajes se encuentra la clave del origen de la Iglesia. La Iglesia se desarrolló según el plan trazado por Cristo. Indudablemente que en la narración se nota el desarrollo de un plan maestro. El autor detalla el desenvolvimiento del gran plan de Cristo, elaborado por su infinita sabiduría y llevado a cabo con un poder omnipotente. A lo largo de la obra se percibe, a través de su orden sistemático de narración, una precisa descripción de los detalles. Luego de la vocación de los primeros doce apóstoles, no hay otro evento de tanta importancia en la Iglesia que la conversión de San Pablo y el mandato de enseñar en nombre de Cristo. Hasta el momento de la conversión de San Pablo, el historiador inspirado de los Hechos nos había dado una versión condensada del crecimiento de la Iglesia entre los judíos. Pedro y Juan eran los actores más destacados. Pero el gran mensaje debería salir de los confines del judaísmo; toda carne deberá ver la salvación de Dios. Y San Pablo será el gran instrumento por el que Cristo será predicado a los gentiles. En términos de desarrollo de la Iglesia Cristiana, San Pabló aportó más que todos los demás apóstoles y es por ello que en los Hechos él brilla como el agente más prominente de Dios para la conversión del mundo. Su designación como Apóstol de los Gentiles no impedía que él predicara a los judíos, pero sus frutos más abundantes saldrán de entre los gentiles. Él llena con el Evangelio de Cristo el Asia Proconsular, Macedonia, Grecia y Roma, y la mayor parte de los Hechos está dedicada a describir su trabajo.

III. División del Libro

El autor no visualizó divisiones en la narración de los Hechos. La división la hacemos nosotros según vemos necesario. Sin embargo, la naturaleza de la historia ahí narrada fácilmente sugiere una división general de los Hechos en dos partes:

   *
     El comienzo y propagación de la religión cristiana entre los judíos (1-9)
   *
     El comienzo y la propagación de la religión cristiana entre los gentiles (10-28). San Pedro es el protagonista de la primera parte; San Pablo, de la segunda.

IV. Objeto

Los Hechos de los Apóstoles no deben ser vistos como un escrito aislado, sino como una parte integral dentro de una serie bien ordenada. Los Hechos presuponen que sus lectores ya conocen los Evangelios; es una continuación de los mismos. Los cuatro evangelistas concluyen con la narración de la resurrección y ascensión de Jesucristo. San Marcos es el único que trata de sugerir la continuación de la historia y resume su narración en una breve frase: “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Los Hechos toman la narración en ese punto y registra sucintamente los eventos que fueron realizados por el Espíritu Santo a través de los agentes humanos que Él eligió. Es el registro condensado del cumplimiento de las promesas de Jesucristo. Los evangelistas reportan las promesas que Cristo hizo a sus discípulos referentes a la institución de la Iglesia y a su misión (Mt 16, 15-20); el don del Espíritu Santo (Lc 24, 49; Jn 14, 16-17); la vocación de los gentiles (Mt 28, 18-20; Lc 24, 46-47). Los Hechos reportan su cumplimiento. La historia comienza en Jerusalén y termina en Roma. Con una simplicidad que se antoja divina, los Hechos nos muestran el crecimiento de la religión de Cristo entre las naciones. La revelación hecha a San Pedro elimina la distinción entre judíos y gentiles; Pablo es llamado para dedicarse especialmente al ministerio de los gentiles; el Espíritu Santo opera maravillas para confirmar las enseñanzas de Cristo; los hombres sufren y mueren pero la Iglesia crece, y de esa manera todo el mundo llega a ver la salvación de Dios. En ninguna otra parte de la Sagrada Escritura se ve al Espíritu Santo actuando con tanta fuerza como en los Hechos de los Apóstoles. Él llena a los apóstoles de conocimiento y poder en Pentecostés. Ellos dicen lo que el Espíritu Santo les indica. El Espíritu Santo impulsa a Felipe el diácono para que se dirija al eunuco de Candace. El mismo Espíritu toma a Felipe, después del bautismo del eunuco, y lo lleva a Azoto. El Espíritu Santo le dice a Pedro que vaya a casa de Cornelio y cuando le está predicando a este último y a su familia, es el Espíritu Santo quien desciende sobre ellos. El Espíritu Santo directamente ordena que Pablo y Bernabé sean destinados al ministerio de los gentiles. Es el Espíritu Santo quien prohíbe a Pablo y a Silas que prediquen en Asia. Por la imposición de manos, el Espíritu Santo constantemente viene a los fieles. En todos los asuntos Pablo es dirigido por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le advierte que le esperan cadenas y aflicciones en cada ciudad. Cuando Agabo profetiza el martirio de Pablo, le dice: “Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles”. Los Hechos afirman que la gracia del Espíritu Santo es derramada sobre los gentiles. En la espléndida narración del martirio de Esteban, se dice de él que estaba lleno del Espíritu Santo. Frecuentemente se afirma que los apóstoles están llenos del Espíritu Santo. Cuando Pedro hace su defensa ante los gobernantes, escribas y ancianos, él está lleno del Espíritu Santo. Felipe es elegido como diácono porque está lleno de fe y del Espíritu Santo. Al ser enviado Ananías a Pablo en Damasco, dice que el motivo es que Pablo recobre la vista y sea lleno del Espíritu Santo. De Jesucristo se dice que fue ungido por el Espíritu Santo. Bernabé también es descrito como lleno del Espíritu Santo. Los samaritanos reciben el Espíritu Santo por la imposición de las manos de Pedro y Juan. Esta historia revela el verdadero carácter de la religión cristiana: sus miembros son bautizados en el Espíritu Santo y sostenidos por su poder. El Espíritu Santo es la fuente de la infalibilidad en la enseñanza de la Iglesia, de la gracia, y del poder que resiste las puertas del infierno. Fue por la fuerza del Espíritu Santo que los apóstoles establecieron la Iglesia en los grandes centros del orbe: Jerusalén, Antioquía, Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe, Filipo, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Efeso y Roma. Desde esos lugares partió el mensaje a las naciones vecinas. Vemos en los Hechos el cumplimiento de las promesas hechas por Cristo justo antes de la ascensión: “Vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. En el Nuevo Testamento los Hechos actúan como vínculo entre los evangelios y las epístolas de San Pablo; proveen la información necesaria acerca de la conversión de San Pablo y su apostolado, y acerca de la formación de las grandes iglesias a las que Pablo dirigió sus cartas.

V. Autenticidad

La autenticidad de los Hechos de los Apóstoles queda probada por su evidencia intrínseca y es atestiguada por la voz concordante de la tradición. La unidad de estilo y la perfección artística de los Hechos nos llevan a aceptar que se trata de la obra de un solo autor. Tal cosa no sucedería si se tratara de una colección de obras de diferentes autores. El autor escribe dejando ver que es un testigo presencial y compañero de San pablo. Los pasajes 16,10.17; 20, 5-15; 21, 1-8; 27, 1; 28, 16 son conocidos como los pasajes nosotros. En ellos el autor siempre utiliza la primera persona de plural, identificándose como alguien muy cercano a San Pablo. Ello excluye la teoría de que Hechos es obra de un redactor. Como bien dice Renan, el uso del pronombre de primera persona de plural es incompatible con cualquier teoría de redacción. Sabemos por muchas fuentes que Lucas fue compañero y colaborador de Pablo. En el saludo de su escrito a los Colosenses, Pablo asocia consigo a “Lucas, el médico querido” (4, 14). En II Tim 4, 11 Pablo declara “El único que está conmigo es Lucas”. A Filemón (24) Pablo le menciona a Lucas entre sus su colaboradores. En este artículo podemos suponer como probada la autoría lucana del tercer evangelio. En su frase inicial el autor de los Hechos implícitamente se confiesa como el autor de ese evangelio. Dirige su trabajo a Teófilo, destinatario del tercer evangelio; menciona su trabajo anterior y substancialmente da a conocer su intención de continuar la historia que, en su anterior trabajo, había dejado en el momento en que el Señor Jesús había sido recibido en el Cielo. Hay identidad de estilo entre los Hechos y el tercer evangelio. Si se examinan los textos griegos de ambas obras se percibe una notable identidad en la manera de pensar y escribir. En ambas existe la misma mirada tierna hacia los gentiles, el mismo respeto respecto al Imperio Romano, el mismo tratamiento de los rituales judíos, y la misma concepción amplia de que el Evangelio es para todos los hombres. También se nota la identidad de autoría al examinar las formas de expresión del tercer evangelio y de los Hechos. Muchas expresiones comunes en ambas obras rara vez son usadas en el resto del Nuevo Testamento. Otras incluso únicamente aparecen en esas dos obras. Comparemos las siguientes expresiones griegas; nos convenceremos que ambas son del mismo autor:

   *
     Lc 1,1 y Hech 15, 24-25
   *
     Lc 15 y Hech 1, 5; 27, 14; 19, 11
   *
     Lc 1, 20, 80 y Hech 1, 2, 22; 2, 29; 7, 45
   *
     Lc 4, 34 y Hech 2, 27; 4, 27, 30
   *
     Lc 23, 5 y Hech 10, 37
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     Lc 1, 9 y Hech 1, 17
   *
     Lc 12, 56; 21, 35 y Hech 17, 26

La última de las expresiones paralelas citadas, to prosopon tes ges, solamente es usada en el tercer evangelio y en los Hechos. La evidencia de la autoría de los Hechos es acumulativa. La evidencia intrínseca queda corroborada por los testimonios de muchos testigos. Debe reconocerse, sí, que en los Padres Apostólicos apenas se menciona el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los Padres de ese tiempo escribieron muy poco, y los efectos del paso del tiempo nos han robado de mucho de lo que escribieron. Los evangelios eran más importantes en la enseñanza de aquellos días y consecuentemente poseen testigos más abundantes. El canon de Muratori contiene el canon de las Escrituras de la Iglesia de Roma del siglo II. De los Hechos dice: “Pero los hechos de todos los Apóstoles fueron escritos en un libro, escrito por Lucas para el excelente Teófilo, porque él fue testigo ocular de todo”. En “La Doctrina de Addai”, que contiene la antigua tradición de la Iglesia de Edesa, se reconocen los Hechos como parte de las Sagradas Escrituras (Doctrina de Addai, ed. Phillips, 1876, 46). Los capítulos 12, 13, 14 y 15 del tercer libro de San Ireneo, “Contra los herejes”, están basados en los Hechos de los Apóstoles. Ireneo defiende convincentemente la autoría lucana del tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles diciendo: “Que Lucas fue inseparable de Pablo, y su colaborador en el Evangelio, él mismo lo señala claramente, no para presumir sino como obligado por la verdad misma... Y narra el resto de los acontecimientos en los que estuvo con Pablo... Como Lucas hubiese estado presente en todos ellos, él los anota cuidadosamente en sus escritos, de modo que no se le puede acusar de falsedad o presunción, etc.”. Ireneo unifica en si mismo ser testigo de la Iglesia Cristiana del Este y del Oeste del segundo siglo. Él da inalterada continuidad a las enseñanzas de los Padres Apostólicos. En su tratado “Del ayuno”, Tertuliano acepta los Hechos como escritura sagrada y los apoda “Comentarios de Lucas”. En su tratado “Sobre las normas acerca de los herejes”, XXII, Tertuliano defiende fuertemente la canonicidad de los Hechos: “Definitivamente Dios cumplió su promesa, pues en los Hechos de los Apóstoles se prueba que el Espíritu Santo había descendido. Aquellos que rechazan las Escrituras no pueden pertenecer al Espíritu Santo, pues no pueden reconocer que el Espíritu Santo ya fue enviado a los discípulos, ni pueden presumir que son una iglesia quienes no tienen forma de probar positivamente cuándo y con cuáles cuidados maternales fue establecido este cuerpo”. En el capítulo XXIII del mismo tratado Tertuliano lanza un reto a aquellos que rechazan los Hechos: “Puedo decir aquí a quienes rechazan los Hechos de los Apóstoles: Hace falta que primeramente nos demuestren quién era Pablo, tanto antes de convertirse en apóstol como después de su conversión, y cómo llegó a ser apóstol”, etc. Clemente de Alejandría es otro claro testigo. En “Stromata”, V, 11, afirma: “Muy instructivamente, pues, dice Pablo en los Hechos de los Apóstoles: `El Dios que hizo el mundo y todo cuanto hay en él, que es el Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos de hombres`” (Hech 17, 24-25). Y en el capítulo 12 sentencia: “Como Lucas en los Hechos de los Apóstoles relata que Pablo dijo: `Varones de Atenas, yo percibo que ustedes son muy supersticiosos en todo`”. En su Homilía XIII, sobre el capítulo 2 del Génesis, Orígenes afirma que la autoría lucana de los Hechos de los Apóstoles es una verdad aceptada mundialmente. Eusebio (Historia Ecclesiastica III, XXV) ubica los Hechos entre los ta homologoumena, los libros de los que nadie ha dudado. La autenticidad de los Hechos ha quedado tan bien demostrada que aún el escéptico Renan se vio forzado a declarar: “Algo fuera de duda es que los Hechos tienen el mismo autor del tercer evangelio y son una continuación del mismo. No es necesario probar ese hecho, que nunca ha sido cuestionado seriamente. Los prefacios de ambas obras, su dedicación a Teófilo, la similitud perfecta entre sus ideas y maneras de expresión proveen una demostración convincente de esa realidad” (Les Apôtres, Introduction, p. x). Y agrega: “El tercer evangelio y los Hechos forman una obra bien ordenada, escrita reflexivamente y aún con arte, por la misma mano y con un plan bien definido. Las dos obras forma una totalidad, teniendo el mismo estilo, presentando las mismas expresiones características y citando las escrituras de la misma manera” (ibid. p. XI).

VI. Objeciones contra la autenticidad

A pesar de todo, hay quien contradice esta bien probada verdad. Baur, Schwanbeck, De Wette, Davidson, Mayerhoff, Schleiermacher, Bleek, Krenkel y otros han objetado la autenticidad de los Hechos. Una de las objeciones se debe a la discrepancia entre Hech 9, 19-28 y Gal 1, 17-19. En la Epístola a los Gálatas, 1, 17-18, San Pablo declara que, inmediatamente después de su conversión, él se fue a Arabia y luego volvió a Damasco. “”Luego, de ahí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas”. En los Hechos no se hace mención del viaje de Pablo a Arabia, y el viaje a Jerusalén se ubica inmediatamente después de la noticia sobre la predicación de Pablo en las sinagogas. Hilgenfeld, Wendt, Weizäcker, Weiss y otros alegan que existe ahí una contradicción entre el autor de los Hechos y San Pablo. Es una acusación insostenible. Lo que queda patente ahí es lo que frecuentemente pasa entre dos autores inspirados que narran eventos sincrónicos. Ningún autor, en cualquiera de los dos testamentos, tuvo nunca en mente escribir una historia completa. Simplemente buscaban entresacar de entre un cúmulo de palabras y acciones aquellas cosas que ellos consideraban importantes y agruparlas según sus necesidades. La concordancia entre ellos se da en las grandes líneas doctrinales y en los acontecimientos importantes, aunque alguien omita lo que otro narra. Los escritores del Nuevo Testamento escriben convencidos de que el mundo ya ha recibido el mensaje por medio de la transmisión oral. No todos podían tener a su alcance un manuscrito con la palabra escrita, pero todos habían escuchado las palabras de quienes predicaban a Cristo. La intensa actividad de los primeros maestros de la Nueva Ley hizo de ella una realidad nueva en cada nación. Los pocos escritos que llegaron a ver la luz eran considerados como suplementos de la gran economía de la predicación. De ahí que encontremos notables omisiones en todos los escritores del Nuevo Testamento y cosas que son propias y únicas de cada escritor. En el caso que nos ocupa, el autor de los hechos omitió el viaje y la estancia de Pablo en Arabia. La evidencia de que se trata de una omisión está el texto mismo. En Hech 9, 19 el autor habla de la estancia del Apóstol en Damasco como algo que duró “algunos días”. Esta es una expresión indefinida utilizada para indicar un período muy breve de tiempo. En Hech 9, 23 él conecta el siguiente evento con el precedente al decir que aquél sucedió “al cabo de bastante tiempo”. Es evidente que una serie de acontecimientos debió haber tenido lugar entre los “algunos días” del verso 19 y el “bastante tiempo” del verso 23. Esos hechos debieron incluir el viaje de Pablo a Arabia, su estancia ahí y su retorno a Damasco. Otra objeción nace a raíz de la comparación del texto de I Tes 3, 1-2 con Hech 17, 14-15 y 18, 5. En Hech 17, 14-15 Pablo deja a Silas en Berea con la orden de seguirlo después a Atenas. En Hech 18, 5 Timoteo y Silas salen de Macedonia para encontrarse con Pablo en Corinto. Mas en I Tes 3, 1-2 Pablo ordena a Timoteo que viaje de Atenas a Tesalónica, sin mencionar a Silas. Debemos apelar al principio de que cuando un escritor omite uno o más miembros de una serie de acontecimientos no necesariamente intenta contradecir a otro autor que haya narrado lo que él omitió. Habiendo viajado desde Berea, Timoteo y Silas se encontraron con Pablo en Atenas. En su celo por las iglesias de Macedonia Pablo envió a Timoteo de regreso a Tesalónica desde Atenas, y Silas a algún otro sitio de Macedonia. Al regresar de Macedonia ellos se encuentran con Pablo en Corinto. Los hechos omiten su viaje a Atenas y su retorno a Macedonia. En Hechos muchos acontecimientos están resumidos en un espacio muy breve. Un ejemplo de ello es el apostolado paulino en Galacia, al que debe haber dedicado un tiempo considerable, y que Hechos condensa en una frase: “Pasaron a través de la región de Frigia y Galacia” (Hech 16, 6). El cuarto viaje de San Pablo es descrito en un versículo (Hech 18, 22). La objeción nace de que, de acuerdo a Hech 16, 12, queda claro que el autor de los Hechos estaba junto con Pablo durante la fundación de la iglesia de Filipo. Por lo tanto, dicen los objetores, si Lucas estaba con Pablo en Roma cuando éste escribió su carta a los filipenses, Lucas no podría haber sido el autor de Hechos puesto que, de ser así, Pablo lo hubiera asociado consigo en el saludo que dirige a los filipenses en su carta a ellos. Y es todo lo contrario. No se halla mención alguna de Lucas en ese texto. Sin embargo, sí se menciona en el saludo a Timoteo como compañero de Pablo. Este es un argumento negativo e igualmente insostenible. Los varones apostólicos de esos días no buscaban ni otorgaban reconocimientos por sus trabajos. San Pablo, por ejemplo, escribió desde Roma sin mencionar a Pedro ni una sola vez. No había entre aquellos hombres luchas por los mejores sitios o por la fama. Pudo haber pasado que, aunque Lucas estuviera junto a San Pablo en Filipo, Timoteo era más conocido en esa iglesia. O que, al momento de escribir la carta, Lucas no estaba ahí físicamente. Los racionalistas argumentan que hay un error en el discurso de Gamaliel (Hech 5, 36). Gamaliel se refiere a la insurrección de Teudas como a un asunto que tuvo lugar antes de los días de los apóstoles, mientras que Josefo (Antigüedades Judaicas XX, V,1) ubica la rebelión de Teudas bajo el gobierno de Cayo Cuspio Fado (Procurador de Judea del 44 al 46 d.C., N.T.), 14 años después del discurso de Gamaliel. Como frecuentemente ocurre, aquí también sucede que los adversarios de las Sagradas Escrituras presuponen que quienquiera que esté en desacuerdo con ellas debe tener razón. Quien haya examinado a Josefo se habrá impresionado por su falta de precisión y descuido. Él escribió mayormente de memoria y con frecuencia se contradice a si mismo. En el caso que nos ocupa, algunos piensan que él confundió la insurrección de Teudas con la de un cierto Matías, del que habla en Antigüedades XVII, VI, 4. Theodas es una contracción de Theodoros, y tiene idéntica significación que el nombre hebreo Mathias, pues ambos quieren decir “Don de Dios”. Tal es la opinión de Corluy en Vigouroux, “Dictionnaire de la Bible”. Se puede correctamente decir en contra de esa opinión que Gamaliel claramente afirma que el autor de esa insurrección no actuó por motivos rectos. Es más, afirma que era un hombre sedicioso que engañó a sus seguidores, “que pretendía ser alguien”. Pero Josefo describe a Matías como un intérprete bastante elocuente de la ley judía, querido por el pueblo, y cuyas conferencias eran escuchadas por los amantes de la virtud. Añade que incitaba a los jóvenes a derribar el águila dorada que había sido erigida por el impío Herodes en el Templo de Dios. Nadie puede dudar que tales actos sean agradables a Dios; no así los de un impostor. El argumento de Gamaliel se basa en el hecho de que Teudas afirmaba ser alguien que no era en realidad. El carácter de Teudas, según lo describe Josefo, XX, V,1, es conforme al descrito respecto al Teudas de los Hechos. Si no fuera por la discrepancia de fechas, ambos testimonios estarían en total concordancia. Parece más probable, por tanto, que ambos escritores hablen del mismo personaje y que Josefo haya erróneamente ubicado su época con 30 años de retraso. Aunque también es posible que haya habido dos Teudas de igual temperamento: uno en los días de Herodes el Grande, a quien Josefo no nombra, pero que sí es aludido por Gamaliel, y otro, cuya insurrección sí es mencionada por Josefo, en los días de Cuspio Fado, el procurador de Judea. Debe haber habido muchas personas con carácter semejante en tiempos de Herodes el Grande, pues Josefo, al hablar de esa época, dice: “en ese tiempo hubo como 10,000 diversos desórdenes en Judea que fueron como tumultos” (Antigüedades, XVII, X, 4).

Se dice que las tres narraciones de la conversión de San Pablo (Hech 9, 7; 22, 9; 26, 14) no concuerdan entre si. En Hech 9, 7 el autor afirma que “los hombres que iban con él se habían detenido (según la versión española de la Biblia de Jerusalén; el original inglés de este artículo dice “de pie”, N.T.) mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie”. En 22, 9 Pablo dice: “Los que estaban vieron la luz pero no oyeron la voz del que me hablaba”. Y en 26, 14 Pablo afirma que todos cayeron a tierra, lo que parece contradecir la primera afirmación, de que “se habían detenido (Cfr. nota anterior del traductor) mudos de espanto”. Se trata aquí de un problema de detalle circunstancial, de poca trascendencia. Hay muchas soluciones a ese problema. Apoyados en otros precedentes, podemos afirmar que en varias narraciones del mismo evento la inspiración no exige una concordancia total en los detalles puramente extrínsecos, que para nada afectan la substancia de la narración. En la Biblia, cuando el mismo acontecimiento es narrado repetidas veces por el mismo autor, o por varios autores, siempre existe una ligera diferencia, lo cual es de esperarse en personas que escriben de memoria. La inspiración divina cubre la substancia de la narrativa. Para aquellos que insisten en que la inspiración divina se debe extender hasta los detalles existen varias respuestas. Pape y otros dan al eistekeisan el sentido de un enfático einai, que puede ser traducido: ”Los hombres que viajaban conmigo se quedaron sin habla”, en concordancia con 26, 14. Aún más, los tres relatos pueden ser vistos como coincidentes si suponemos que todos ellos contemplan el mismo incidente en diferentes momentos de su realización. Todos vieron una gran luz; todos oyeron un sonido celestial. Caen rostro en tierra llenos de miedo. Enseguida se levantan, se quedan quietos, sin poder pronunciar palabra alguna, mientras Pablo conversa con Jesús, cuya voz sólo es escuchada por él. Acerca de Hech 9, 7 debemos aceptar los comentarios marginales de la Edición Revisada de Oxford: “al escuchar el sonido”. El griego dice akoyontes tes phones. Cuando el autor menciona la voz articulada de Cristo, la que sólo Pablo escuchó, utiliza la frase ekousan phonen. De ese modo, el mismo término, phone, gracias a una construcción gramatical distinta, puede significar el sonido vago que todos escucharon o la voz articulada que únicamente Pablo oyó.

Se argumenta también que Hechos 16, 6 y 18, 23 representan a Pablo como meramente de paso por Galacia, mientras que la Epístola a los Gálatas evidencia que Pablo permaneció por largo tiempo en ese lugar. Cornely y otros responden a eso diciendo que se puede suponer que Pablo emplea el nombre Galatia en el sentido administrativo, como provincia, que abarcaba a Galacia propiamente dicha, Licaonia, Pisidia, Isauria y gran parte de Frigia, mientras que Lucas emplea el término para referirse a la localidad urbana de Galacia. Pero tampoco tenemos que limitarnos a esta explicación. Lucas frecuentemente condensa los eventos en su narración de Hechos. Únicamente dedica un versículo a describir el cuarto viaje de Pablo a Jerusalén; resume en unas cuantas líneas la narración de los dos años de prisión de Pablo en Cesárea. Puede haber también juzgado apropiado para su objetivo el reducir a una frase el ministerio de Pablo en Galacia.

VII. Fecha de composición

En lo que toca a la fecha del libro de los Hechos solamente podemos asignarle una fecha tentativa a la finalización del escrito. Todo mundo sabe que Hechos termina abruptamente. El autor sólo dedica dos versículos a los dos años que Pablo pasó en Roma. Durante esos dos años, en cierto sentido, no pasó gran cosa. Pablo vivió tranquilamente en Roma y predicó el Reino de Dios a quienes se acercaban a él. Parece probable que Lucas compusiera el libro de los Hechos en ese período y que terminara súbitamente al fin de esos dos años, quizás a causa de alguna vicisitud inesperada y no descrita que lo alejó de su redacción. La fecha de su terminación, por tanto, depende de la fecha de la cautividad de Pablo en Roma. Los estudiosos concuerdan en ubicar la llegada de Pablo a Roma en el año 62, de modo que la fecha más probable de la terminación de Hechos sería el año 64.

VIII. Textos de los Hechos

En los códices greco-latinos D y E de Hechos encontramos un texto que varía substancialmente de los demás códices y del texto recibido. Este texto es llamado delta por Sanday y Headlam (Romanos, p. 21); beta, por Blass (Acta Apostolorum, p. 24). El famoso Códice Latino, ahora en Estocolmo, llamado Codex Gigas por su tamaño, también representa ese texto principalmente. El Dr. Bornemann (Acta Apostolorum) intentó probar que dicho texto era original de Lucas, pero su teoría no ha sido aceptada. El Dr. Blass (Acta Apostolorum, p. 7) se propuso probar que Lucas inició escribiendo un borrador de hechos y que es lo que está conservado en los códices D y E. Posteriormente Lucas revisó el borrador y se lo envió a Teófilo. El Dr. Blass supone que esa copia revisada es lo que constituye el original del texto recibido. Belser, Nestle, Zoeckler y otros han aceptado tal teoría. Pero muchos otros la han rechazado. Parece mucho más probable que D y E contengan un resumen, al que los copistas han añadido, parafraseado y cambiado el texto original, siguiendo las tendencias que prevalecían en la segunda mitad del siglo segundo de la era cristiana.

IX. La Comisión Bíblica

En junio 12 de 1913 la Comisión Bíblica publicó las siguientes respuestas a varios cuestionamientos sobre los Hechos: El autor de los Hechos de los Apóstoles el evangelista Lucas, tal como queda claro por la tradición, la evidencia interna del texto mismo de los Hechos y en su relación con el tercer evangelio (Lc 1, 1-4; Hech 1, 1-2). La unidad de su autoría queda probada críticamente por su lenguaje, estilo y plan narrativo, y por la unidad de objetivo y doctrina. La substitución original de la primera persona de plural por la tercera, lejos de debilitar la unión de composición y autenticidad, la afirma más. La relación entre Lucas y los principales fundadores de la Iglesia en Palestina, y con Pablo, el Apóstol de los Gentiles; su dedicación y diligencia como testigo ocular y al examinar a otros testigos; la notable congruencia entre los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de San Pablo y con los más genuinos documentos históricos, todo indica que Lucas tenía a la mano las fuentes más fidedignas y que las usó de tal modo que hizo de su escrito uno de gran autoridad histórica. Esa autoridad no queda disminuida por las dificultades presentadas en contra de los hechos sobrenaturales que él describe, ni por su manera de condensar los sucesos, ni por las diferencias aparentes con la historia bíblica o profana, ni por las aparentes inconsistencias con sus propios escritos o con otras obras escriturísticas.

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A.E. BREEN Transcrito por Vernon Bremberg Dedicado a las religiosas dominicas de clausura del Convento del Niño Jesús, Lufkin, Texas. Traducido por Javier Algara Cossío