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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Octava»

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I. Origen
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==Origen==
  
 
Es el número siete, y no el ocho, el que desempeña el papel principal en la heortología judía y el que domina el ciclo del año. Cada séptimo día es un sabbat; el séptimo mes es sagrado; el séptimo año es un año sabático. El Año del Jubileo era determinado por el número siete multiplicado por siete; la Fiesta de los Ázimos duraba siete días, lo mismo que la festividad de la Pascua Judía; siete veces siete días después de ésta era la fiesta de Pentecostés; la Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días, al igual que contabilizaron siete los días de asamblea (Willis, "Worship of the Old Covenant", 190-1; "Dict. of the Bible", s.v. Feast and Fasts, I, 859). Sin embargo, el octavo día, sin tener la importancia simbólica del séptimo día, también tuvo su función. El octavo día era el día de la circuncisión (Gen 22,4; Lev 12, 3; Lc 1,59; Hch 7,8; etc.). La fiesta de los Tabernáculos, que, como se mencionó, duraba siete días, era sucedida al octavo día por una solemnidad que puede ser considerada como una octava (Lev 23,36.39; Num 29, 35; 2 Esd ó Neh 8,18); el octavo día era el de ciertos sacrificios (Lev 14,10.23; 15,14.29; Num 6,10). Fue también el octavo día en el que concluyeron la fiesta de dedicación del Templo bajo Salomón y su purificación bajo Ezequías. Ni las ogdoad (ocho deidades relacionadas con la creación) de los egipcios ni fantasías numéricas similares de otros pueblos tuvieron influencia en la liturgia cristiana. La afirmación de Gavantí en el sentido de que la costumbre de celebrar la octava de las fiestas data de los días de los Apóstoles carece de pruebas (Thesaurus sacr. rit., 31 sq.). Al principio, las festividades cristianas no tenían octavas. El domingo, que en cierta forma se puede considerar la primera fiesta cristiana, cae en el séptimo día; las fiestas de la Pascua Cristiana y Pentecostés, que junto con el domingo son las más antiguas, son como una sola fiesta de cincuenta días. Originalmente la fiesta de la Navidad, también muy antigua, no tenía octava. En el siglo IV, cuando la idea primitiva de la fiesta de los cincuenta días del tiempo pascual empezó a perderse, le fueron dadas octavas tanto a la Pascua como a Pentecostés. Posiblemente al principio ésta fue solo una costumbre bautismal, los neófitos permanecían en una especie de retiro gozoso desde la Pascua o Pentecostés hasta el siguiente domingo. Además el domingo que caía en octavo día después de la Pascua y Pentecostés venía a ser como una conclusión natural de la festividad de los siete días tras esas dos fiestas. Por lo tanto, la octava se pudo en cierto modo haber desarrollado por sí misma. Si esto fue así, podemos decir que contrariamente a la opinión de que los cristianos tomaron prestada de los judíos la idea de la octava, esta costumbre creció espontáneamente en suelo cristiano. Aún así, debe decirse que la primera octava cristiana conocida de la historia es la dedicación de las iglesias de Tiro y Jerusalén, bajo Constantino, y que estas solemnidades, en imitación a la dedicación del Templo judío, duraron ocho días (Eusebio, "De vita Constant"., III, xxx sq.; Sozomeno, "Hist. eccl.", II, xxvi). Este festejo pudo haber ejercido influencia en la adopción de la octava por los cristianos. A partir del siglo IV la celebración de octavas se menciona con mayor frecuencia. Aparece en las Constituciones Apostólicas, en los sermones de los Padres y en los Concilios ("Const. Apost.", VIII, xxxiii; V, xx; Augustine, "De div. temp.", i; "Ep.", lv, 32, 33 etc.; "Peregrinatio Etheriæ", ed. Gamurrini, p. 100; cf. Cabrol, "Etude sur la Peregrinatio", París, 1895, pp. "Concil . Matisc. II", ii; "Concil. In Trullo", lvi).
 
Es el número siete, y no el ocho, el que desempeña el papel principal en la heortología judía y el que domina el ciclo del año. Cada séptimo día es un sabbat; el séptimo mes es sagrado; el séptimo año es un año sabático. El Año del Jubileo era determinado por el número siete multiplicado por siete; la Fiesta de los Ázimos duraba siete días, lo mismo que la festividad de la Pascua Judía; siete veces siete días después de ésta era la fiesta de Pentecostés; la Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días, al igual que contabilizaron siete los días de asamblea (Willis, "Worship of the Old Covenant", 190-1; "Dict. of the Bible", s.v. Feast and Fasts, I, 859). Sin embargo, el octavo día, sin tener la importancia simbólica del séptimo día, también tuvo su función. El octavo día era el día de la circuncisión (Gen 22,4; Lev 12, 3; Lc 1,59; Hch 7,8; etc.). La fiesta de los Tabernáculos, que, como se mencionó, duraba siete días, era sucedida al octavo día por una solemnidad que puede ser considerada como una octava (Lev 23,36.39; Num 29, 35; 2 Esd ó Neh 8,18); el octavo día era el de ciertos sacrificios (Lev 14,10.23; 15,14.29; Num 6,10). Fue también el octavo día en el que concluyeron la fiesta de dedicación del Templo bajo Salomón y su purificación bajo Ezequías. Ni las ogdoad (ocho deidades relacionadas con la creación) de los egipcios ni fantasías numéricas similares de otros pueblos tuvieron influencia en la liturgia cristiana. La afirmación de Gavantí en el sentido de que la costumbre de celebrar la octava de las fiestas data de los días de los Apóstoles carece de pruebas (Thesaurus sacr. rit., 31 sq.). Al principio, las festividades cristianas no tenían octavas. El domingo, que en cierta forma se puede considerar la primera fiesta cristiana, cae en el séptimo día; las fiestas de la Pascua Cristiana y Pentecostés, que junto con el domingo son las más antiguas, son como una sola fiesta de cincuenta días. Originalmente la fiesta de la Navidad, también muy antigua, no tenía octava. En el siglo IV, cuando la idea primitiva de la fiesta de los cincuenta días del tiempo pascual empezó a perderse, le fueron dadas octavas tanto a la Pascua como a Pentecostés. Posiblemente al principio ésta fue solo una costumbre bautismal, los neófitos permanecían en una especie de retiro gozoso desde la Pascua o Pentecostés hasta el siguiente domingo. Además el domingo que caía en octavo día después de la Pascua y Pentecostés venía a ser como una conclusión natural de la festividad de los siete días tras esas dos fiestas. Por lo tanto, la octava se pudo en cierto modo haber desarrollado por sí misma. Si esto fue así, podemos decir que contrariamente a la opinión de que los cristianos tomaron prestada de los judíos la idea de la octava, esta costumbre creció espontáneamente en suelo cristiano. Aún así, debe decirse que la primera octava cristiana conocida de la historia es la dedicación de las iglesias de Tiro y Jerusalén, bajo Constantino, y que estas solemnidades, en imitación a la dedicación del Templo judío, duraron ocho días (Eusebio, "De vita Constant"., III, xxx sq.; Sozomeno, "Hist. eccl.", II, xxvi). Este festejo pudo haber ejercido influencia en la adopción de la octava por los cristianos. A partir del siglo IV la celebración de octavas se menciona con mayor frecuencia. Aparece en las Constituciones Apostólicas, en los sermones de los Padres y en los Concilios ("Const. Apost.", VIII, xxxiii; V, xx; Augustine, "De div. temp.", i; "Ep.", lv, 32, 33 etc.; "Peregrinatio Etheriæ", ed. Gamurrini, p. 100; cf. Cabrol, "Etude sur la Peregrinatio", París, 1895, pp. "Concil . Matisc. II", ii; "Concil. In Trullo", lvi).
  
II. Celebración de Octavas en tiempos antiguos y modernos
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==Celebración de Octavas en tiempos antiguos y modernos==
  
 
La liturgia de la octava llegó a su forma actual de manera gradual. En el primer periodo, esto es, del siglo IV al VI o incluso el VII, parece habérsele dedicado poca atención a la variación de la fórmula litúrgica de los ocho días. Los sacramentarios de Gelasio y San Gregorio no hacen mención de que los días formen parte de la fórmula; en el octavo día se repite el oficio de la fiesta. La dies octava es efectivamente hecha más prominente por la liturgia. El domingo siguiente a la Pascua (esto es, domingo in albis) y el octavo día de la Navidad (hoy, la Circuncisión) son tratados por la liturgia como días de fiesta desde muy temprano. Ciertas octavas estaban consideradas como días de privilegio en los cuales estaba prohibido trabajar. Los tribunales y los teatros cerraban ("Cod. Theod.", XV, tit. v de spect. leg. 5; IX, de quæst. leg. 7; "Conc. Mog", 813, c. xxxvi). Después de que la Pascua, Pentecostés y Navidad recibieron octavas, la tendencia fue tener una octava para todas las fiestas solemnes. Eteria (religiosa española del siglo VII, autora de Itinerario) habla de la fiesta de la Dedicación (cf. Cabrol, op. cit., pp. 128-9). Teodomar, un contemporáneo de Carlomagno, habla sólo de las octavas de la Navidad y de la Epifanía, pero no debe concluirse que ignoraba las de Pascua y Pentecostés que eran más celebradas. La práctica de tener octavas para las fiestas de los santos no parece haber sido anterior al siglo VIII y aún entonces era propia de los latinos. Desde el siglo IX se hace más frecuente. Los capitulares de Carlomagno hablan de las octavas de Navidad, Epifanía y Pascua. Amalarius, después de mencionar las cuatro octavas de Navidad, Epifanía, Pascua y Pentecostés, nos dice que era costumbre en su tiempo celebrar las octavas de las fiestas de San Pedro, San Pablo y otros santos "quorum festivitas apud nos clarior habetur . . . . et quorum consuetudo diversarum ecclesiarum octavas celebrat" (De eccl. offic., IV, xxxvi). En el siglo XIII esta costumbre se extendió a muchas otras celebraciones bajo la influencia de los franciscanos, quienes ejercieron una influencia preponderante en la formación del Breviario moderno (Bäumer-Biron, "Hist. du Breviaire", II, 31, 71, 199). Las fiestas franciscanas de San Francisco, Santa Clara, San Antonio de Padua, San Bernardino, etc. tenían sus octavas. En el tiempo de la reforma del Breviario (Breviary of St. Pius V, 1568) fue considerada la cuestión de regular las octavas. Se distinguieron dos clases de octava, las de Nuestro Señor y las de los santos y la dedicación. En la primera categoría se distinguen las fiestas principales -- Pascua y Pentecostés -- , las cuáles tenían octavas especialmente privilegiadas y las de Navidad, Epifanía y Corpus Christi, las cuáles estaban privilegiadas (la octava de la Ascensión no gozaba de privilegio) Octavas cuya ocurrencia era rara; y las fiestas cuya fecha cambiaba, son llamadas privilegiadas. Las octavas de los santos eran tratadas casi como la de la Ascensión. Esta clasificación ocasionó la aplicación de cierto número de rúbricas, los detalles de las cuáles pueden encontrarse en Bäumer-Biron, op. cit., II, 199-200. Para los cambios introducidos bajo León XIII , cf. ibid., 462, igual que para las rúbricas del Breviario. Bajo OCTAVARIUM ROMANUM hay una descripción del intento de Gavantí por proporcionar un oficio más variado para las octavas.
 
La liturgia de la octava llegó a su forma actual de manera gradual. En el primer periodo, esto es, del siglo IV al VI o incluso el VII, parece habérsele dedicado poca atención a la variación de la fórmula litúrgica de los ocho días. Los sacramentarios de Gelasio y San Gregorio no hacen mención de que los días formen parte de la fórmula; en el octavo día se repite el oficio de la fiesta. La dies octava es efectivamente hecha más prominente por la liturgia. El domingo siguiente a la Pascua (esto es, domingo in albis) y el octavo día de la Navidad (hoy, la Circuncisión) son tratados por la liturgia como días de fiesta desde muy temprano. Ciertas octavas estaban consideradas como días de privilegio en los cuales estaba prohibido trabajar. Los tribunales y los teatros cerraban ("Cod. Theod.", XV, tit. v de spect. leg. 5; IX, de quæst. leg. 7; "Conc. Mog", 813, c. xxxvi). Después de que la Pascua, Pentecostés y Navidad recibieron octavas, la tendencia fue tener una octava para todas las fiestas solemnes. Eteria (religiosa española del siglo VII, autora de Itinerario) habla de la fiesta de la Dedicación (cf. Cabrol, op. cit., pp. 128-9). Teodomar, un contemporáneo de Carlomagno, habla sólo de las octavas de la Navidad y de la Epifanía, pero no debe concluirse que ignoraba las de Pascua y Pentecostés que eran más celebradas. La práctica de tener octavas para las fiestas de los santos no parece haber sido anterior al siglo VIII y aún entonces era propia de los latinos. Desde el siglo IX se hace más frecuente. Los capitulares de Carlomagno hablan de las octavas de Navidad, Epifanía y Pascua. Amalarius, después de mencionar las cuatro octavas de Navidad, Epifanía, Pascua y Pentecostés, nos dice que era costumbre en su tiempo celebrar las octavas de las fiestas de San Pedro, San Pablo y otros santos "quorum festivitas apud nos clarior habetur . . . . et quorum consuetudo diversarum ecclesiarum octavas celebrat" (De eccl. offic., IV, xxxvi). En el siglo XIII esta costumbre se extendió a muchas otras celebraciones bajo la influencia de los franciscanos, quienes ejercieron una influencia preponderante en la formación del Breviario moderno (Bäumer-Biron, "Hist. du Breviaire", II, 31, 71, 199). Las fiestas franciscanas de San Francisco, Santa Clara, San Antonio de Padua, San Bernardino, etc. tenían sus octavas. En el tiempo de la reforma del Breviario (Breviary of St. Pius V, 1568) fue considerada la cuestión de regular las octavas. Se distinguieron dos clases de octava, las de Nuestro Señor y las de los santos y la dedicación. En la primera categoría se distinguen las fiestas principales -- Pascua y Pentecostés -- , las cuáles tenían octavas especialmente privilegiadas y las de Navidad, Epifanía y Corpus Christi, las cuáles estaban privilegiadas (la octava de la Ascensión no gozaba de privilegio) Octavas cuya ocurrencia era rara; y las fiestas cuya fecha cambiaba, son llamadas privilegiadas. Las octavas de los santos eran tratadas casi como la de la Ascensión. Esta clasificación ocasionó la aplicación de cierto número de rúbricas, los detalles de las cuáles pueden encontrarse en Bäumer-Biron, op. cit., II, 199-200. Para los cambios introducidos bajo León XIII , cf. ibid., 462, igual que para las rúbricas del Breviario. Bajo OCTAVARIUM ROMANUM hay una descripción del intento de Gavantí por proporcionar un oficio más variado para las octavas.

Última revisión de 13:44 22 abr 2014

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Origen

Es el número siete, y no el ocho, el que desempeña el papel principal en la heortología judía y el que domina el ciclo del año. Cada séptimo día es un sabbat; el séptimo mes es sagrado; el séptimo año es un año sabático. El Año del Jubileo era determinado por el número siete multiplicado por siete; la Fiesta de los Ázimos duraba siete días, lo mismo que la festividad de la Pascua Judía; siete veces siete días después de ésta era la fiesta de Pentecostés; la Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días, al igual que contabilizaron siete los días de asamblea (Willis, "Worship of the Old Covenant", 190-1; "Dict. of the Bible", s.v. Feast and Fasts, I, 859). Sin embargo, el octavo día, sin tener la importancia simbólica del séptimo día, también tuvo su función. El octavo día era el día de la circuncisión (Gen 22,4; Lev 12, 3; Lc 1,59; Hch 7,8; etc.). La fiesta de los Tabernáculos, que, como se mencionó, duraba siete días, era sucedida al octavo día por una solemnidad que puede ser considerada como una octava (Lev 23,36.39; Num 29, 35; 2 Esd ó Neh 8,18); el octavo día era el de ciertos sacrificios (Lev 14,10.23; 15,14.29; Num 6,10). Fue también el octavo día en el que concluyeron la fiesta de dedicación del Templo bajo Salomón y su purificación bajo Ezequías. Ni las ogdoad (ocho deidades relacionadas con la creación) de los egipcios ni fantasías numéricas similares de otros pueblos tuvieron influencia en la liturgia cristiana. La afirmación de Gavantí en el sentido de que la costumbre de celebrar la octava de las fiestas data de los días de los Apóstoles carece de pruebas (Thesaurus sacr. rit., 31 sq.). Al principio, las festividades cristianas no tenían octavas. El domingo, que en cierta forma se puede considerar la primera fiesta cristiana, cae en el séptimo día; las fiestas de la Pascua Cristiana y Pentecostés, que junto con el domingo son las más antiguas, son como una sola fiesta de cincuenta días. Originalmente la fiesta de la Navidad, también muy antigua, no tenía octava. En el siglo IV, cuando la idea primitiva de la fiesta de los cincuenta días del tiempo pascual empezó a perderse, le fueron dadas octavas tanto a la Pascua como a Pentecostés. Posiblemente al principio ésta fue solo una costumbre bautismal, los neófitos permanecían en una especie de retiro gozoso desde la Pascua o Pentecostés hasta el siguiente domingo. Además el domingo que caía en octavo día después de la Pascua y Pentecostés venía a ser como una conclusión natural de la festividad de los siete días tras esas dos fiestas. Por lo tanto, la octava se pudo en cierto modo haber desarrollado por sí misma. Si esto fue así, podemos decir que contrariamente a la opinión de que los cristianos tomaron prestada de los judíos la idea de la octava, esta costumbre creció espontáneamente en suelo cristiano. Aún así, debe decirse que la primera octava cristiana conocida de la historia es la dedicación de las iglesias de Tiro y Jerusalén, bajo Constantino, y que estas solemnidades, en imitación a la dedicación del Templo judío, duraron ocho días (Eusebio, "De vita Constant"., III, xxx sq.; Sozomeno, "Hist. eccl.", II, xxvi). Este festejo pudo haber ejercido influencia en la adopción de la octava por los cristianos. A partir del siglo IV la celebración de octavas se menciona con mayor frecuencia. Aparece en las Constituciones Apostólicas, en los sermones de los Padres y en los Concilios ("Const. Apost.", VIII, xxxiii; V, xx; Augustine, "De div. temp.", i; "Ep.", lv, 32, 33 etc.; "Peregrinatio Etheriæ", ed. Gamurrini, p. 100; cf. Cabrol, "Etude sur la Peregrinatio", París, 1895, pp. "Concil . Matisc. II", ii; "Concil. In Trullo", lvi).

Celebración de Octavas en tiempos antiguos y modernos

La liturgia de la octava llegó a su forma actual de manera gradual. En el primer periodo, esto es, del siglo IV al VI o incluso el VII, parece habérsele dedicado poca atención a la variación de la fórmula litúrgica de los ocho días. Los sacramentarios de Gelasio y San Gregorio no hacen mención de que los días formen parte de la fórmula; en el octavo día se repite el oficio de la fiesta. La dies octava es efectivamente hecha más prominente por la liturgia. El domingo siguiente a la Pascua (esto es, domingo in albis) y el octavo día de la Navidad (hoy, la Circuncisión) son tratados por la liturgia como días de fiesta desde muy temprano. Ciertas octavas estaban consideradas como días de privilegio en los cuales estaba prohibido trabajar. Los tribunales y los teatros cerraban ("Cod. Theod.", XV, tit. v de spect. leg. 5; IX, de quæst. leg. 7; "Conc. Mog", 813, c. xxxvi). Después de que la Pascua, Pentecostés y Navidad recibieron octavas, la tendencia fue tener una octava para todas las fiestas solemnes. Eteria (religiosa española del siglo VII, autora de Itinerario) habla de la fiesta de la Dedicación (cf. Cabrol, op. cit., pp. 128-9). Teodomar, un contemporáneo de Carlomagno, habla sólo de las octavas de la Navidad y de la Epifanía, pero no debe concluirse que ignoraba las de Pascua y Pentecostés que eran más celebradas. La práctica de tener octavas para las fiestas de los santos no parece haber sido anterior al siglo VIII y aún entonces era propia de los latinos. Desde el siglo IX se hace más frecuente. Los capitulares de Carlomagno hablan de las octavas de Navidad, Epifanía y Pascua. Amalarius, después de mencionar las cuatro octavas de Navidad, Epifanía, Pascua y Pentecostés, nos dice que era costumbre en su tiempo celebrar las octavas de las fiestas de San Pedro, San Pablo y otros santos "quorum festivitas apud nos clarior habetur . . . . et quorum consuetudo diversarum ecclesiarum octavas celebrat" (De eccl. offic., IV, xxxvi). En el siglo XIII esta costumbre se extendió a muchas otras celebraciones bajo la influencia de los franciscanos, quienes ejercieron una influencia preponderante en la formación del Breviario moderno (Bäumer-Biron, "Hist. du Breviaire", II, 31, 71, 199). Las fiestas franciscanas de San Francisco, Santa Clara, San Antonio de Padua, San Bernardino, etc. tenían sus octavas. En el tiempo de la reforma del Breviario (Breviary of St. Pius V, 1568) fue considerada la cuestión de regular las octavas. Se distinguieron dos clases de octava, las de Nuestro Señor y las de los santos y la dedicación. En la primera categoría se distinguen las fiestas principales -- Pascua y Pentecostés -- , las cuáles tenían octavas especialmente privilegiadas y las de Navidad, Epifanía y Corpus Christi, las cuáles estaban privilegiadas (la octava de la Ascensión no gozaba de privilegio) Octavas cuya ocurrencia era rara; y las fiestas cuya fecha cambiaba, son llamadas privilegiadas. Las octavas de los santos eran tratadas casi como la de la Ascensión. Esta clasificación ocasionó la aplicación de cierto número de rúbricas, los detalles de las cuáles pueden encontrarse en Bäumer-Biron, op. cit., II, 199-200. Para los cambios introducidos bajo León XIII , cf. ibid., 462, igual que para las rúbricas del Breviario. Bajo OCTAVARIUM ROMANUM hay una descripción del intento de Gavantí por proporcionar un oficio más variado para las octavas.

Los griegos también admitieron hasta cierto punto la celebración de octavas en su liturgia. Sin embargo, debemos ser cuidadosos para no confundir, como se hace frecuentemente, la apódosis de los griegos con la octava. Aun cuando tiene el mismo origen que la octava latina, la apódosis difiere de la octava en esto, que ocurre algunas veces en el día octavo y algunas en el quinto, cuarto o noveno (ver Pétrides en "Dict. d'archéol. et de liturgie chrét." s.v. Apodosis).

AMALARIUS, De eccles. officiis, IV, xxxvi, Micrologus, xliv, in P.L., CLI, 1010; ZACCARIA, Onomasticon, 61, IDEM, Bibliotheca ritualis, II, 414; DRESSER, De festis diebus christianorum et ethnicorum (Würzburg, 1588); GRANCOLAS, Commentarius hist. in brev. rom. (Venice, 1734), 137; HOSPIAN, Festa Christianorum hoc est de origine, progressu, cæremoniis et ritibus (Zurich, 1593), 26; HITTORP, De div. cath. eccl. officis et myseriis (Paris, 1610) 486 sq.; GAVANTI, Thesaurus sacror. rituum cum adnot. merati, II, 31 sq.; GUYEUS, Heortolgia (Urbino, 1728) 113 sq.; PITTONUS, Tractatus de octavis festorum quæ in ecclesia universali celebrantur (Venice, 1739); MARTÈNE, De antiq. eccles. rit. (ed. 1788), III, xxv, n. 1, pp. 188 sqq.; BÄUMER-BIRON, Hist. du Bréviaire, II (Paris, 1893), 199 etc.; DUCHESNE, Christian Worship, Its Origin etc. (London, 1904) 287.

FERNAND CABROL Transcrito por Wm Stuart French, Jr. Dedicado a Theresa Gloria Roberts French Traducido por EMG