Diferencia entre revisiones de «Newman: Actualidad de una idea de universidad»
De Enciclopedia Católica
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− | [[Archivo:Cardinalnewman.jpg|300px|thumb|left|]]A pesar del tiempo transcurrido desde que John Henry Newman recibió el encargo de organizar y dirigir una nueva universidad en Dublín (1851), la impronta que dejó su escrito titulado Idea of a University se deja notar todavía, especialmente en los círculos católicos, pero también en todos aquellos ámbitos en que se intenta reflexionar a fondo sobre la naturaleza de la universidad y de la vida universitaria. La lectura de una obra que puede con toda razón ser considerada un clásico ha de aportar a la reflexión actual sobre la misión de la universidad puntos iluminadores que, salvando las diferencias de circunstancias, sirvan como mínimo de ocasión para caer en la cuenta a veces en obviedades que a menudo son pasadas por alto, a veces en sutilezas que si no van acompañadas de la necesaria ponderación no serían más que pedanterías. | + | [[Archivo:Cardinalnewman.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Cardinal-Newman medium 2.jpg|300px|thumb|left|]]A pesar del tiempo transcurrido desde que John Henry Newman recibió el encargo de organizar y dirigir una nueva universidad en Dublín (1851), la impronta que dejó su escrito titulado Idea of a University se deja notar todavía, especialmente en los círculos católicos, pero también en todos aquellos ámbitos en que se intenta reflexionar a fondo sobre la naturaleza de la universidad y de la vida universitaria. La lectura de una obra que puede con toda razón ser considerada un clásico ha de aportar a la reflexión actual sobre la misión de la universidad puntos iluminadores que, salvando las diferencias de circunstancias, sirvan como mínimo de ocasión para caer en la cuenta a veces en obviedades que a menudo son pasadas por alto, a veces en sutilezas que si no van acompañadas de la necesaria ponderación no serían más que pedanterías. |
En primer lugar, Newman rechaza una concepción falsamente elitista de la universidad en la que simplemente se tratara de reproducir un modelo de ‘gentleman’ británico característico: líderes arrogantes que con aires de superioridad se dedicaran a ocupar los resortes del poder político, económico e ideológico. Por el contrario, la misión de la universidad, el objetivo ‘número uno’, es hacer un bien a los estudiantes formándoles de modo completo y capacitándoles para desempeñar sus tareas en la sociedad de la mejor manera posible. ¿Acaso no se olvida a menudo en el mundo universitario actual esta perspectiva? | En primer lugar, Newman rechaza una concepción falsamente elitista de la universidad en la que simplemente se tratara de reproducir un modelo de ‘gentleman’ británico característico: líderes arrogantes que con aires de superioridad se dedicaran a ocupar los resortes del poder político, económico e ideológico. Por el contrario, la misión de la universidad, el objetivo ‘número uno’, es hacer un bien a los estudiantes formándoles de modo completo y capacitándoles para desempeñar sus tareas en la sociedad de la mejor manera posible. ¿Acaso no se olvida a menudo en el mundo universitario actual esta perspectiva? |
Revisión de 16:22 30 ene 2013
A pesar del tiempo transcurrido desde que John Henry Newman recibió el encargo de organizar y dirigir una nueva universidad en Dublín (1851), la impronta que dejó su escrito titulado Idea of a University se deja notar todavía, especialmente en los círculos católicos, pero también en todos aquellos ámbitos en que se intenta reflexionar a fondo sobre la naturaleza de la universidad y de la vida universitaria. La lectura de una obra que puede con toda razón ser considerada un clásico ha de aportar a la reflexión actual sobre la misión de la universidad puntos iluminadores que, salvando las diferencias de circunstancias, sirvan como mínimo de ocasión para caer en la cuenta a veces en obviedades que a menudo son pasadas por alto, a veces en sutilezas que si no van acompañadas de la necesaria ponderación no serían más que pedanterías.En primer lugar, Newman rechaza una concepción falsamente elitista de la universidad en la que simplemente se tratara de reproducir un modelo de ‘gentleman’ británico característico: líderes arrogantes que con aires de superioridad se dedicaran a ocupar los resortes del poder político, económico e ideológico. Por el contrario, la misión de la universidad, el objetivo ‘número uno’, es hacer un bien a los estudiantes formándoles de modo completo y capacitándoles para desempeñar sus tareas en la sociedad de la mejor manera posible. ¿Acaso no se olvida a menudo en el mundo universitario actual esta perspectiva?
En segundo lugar, la universidad como tal, no simplemente la universidad católica, tiene como fin la cultura intelectual: educar la inteligencia y acostumbrarla a razonar bien en las distintas materias, a alcanzar la verdad y saberla comprender; no tiene como fin la educación moral ni la producción mecánica ni un oficio determinado. “The first step in intellectual training is to impress upon a boy's mind the idea of science, method, order, principle, and system; of rule and exception, of richness and harmony” [1]. Así que aquel carácter completo de la formación del estudiante, señalado en el primer punto, no consiste en una acción sustitutiva de los ámbitos adecuados para la formación moral ni en una especie de formación profesional aderezada con algo de cultura superior. Es evidente que en el mundo universitario actual la habilitación para el ejercicio profesional desempeña un papel central en la configuración de los planes de estudio, mientras que queda relegada al olvido la educación de la inteligencia, que es mucho más que la adquisición de conocimientos teóricos y habilidades prácticas. Un trasfondo de escepticismo impregna a menudo, como sabemos, el mundo académico contemporáneo.
En tercer lugar, como señala el famoso comienzo de la obra de Newman: la universidad es “a place of teaching universal knowledge” [2]. Ya ha sido señalado que su tarea específica no es la educación moral o religiosa. De eso, diría Newman, se encargan las autoridades eclesiásticas. Aquella enseñanza del conocimiento universal es lo esencial de la universidad. Así que su esencia no depende de las relaciones con la Iglesia. Pero, en la práctica, requiere el apoyo de la Iglesia, si quiere cumplir debidamente su misión; es decir, cumpliendo también ella con los preceptos morales y religiosos. En última instancia la búsqueda y difusión de la Verdad, el Conocimiento y la Razón, en todas las áreas del saber, son aliados y ministros de la Fe. Tampoco es su tarea específica la investigación o el progreso de las ciencias. De eso se encargan otras asociaciones no universitarias tales como academias, sociedades, etc. Investigar (Academias) y enseñar (Universidad) son funciones distintas. Pero eso no quita que, por ejemplo, las Academias hayan nutrido con sus especialistas las filas del profesorado universitario.
En cuarto lugar, Newman destaca algo que choca bastante con el modelo de universidad urbana predominante en Europa, donde el alumno sólo va a la universidad para asistir a unas clases y sigue ‘haciendo su vida normal’. Se trata de lo siguiente: un gran bien ineludible para la educación universitaria es la reunión de estudiantes de muchas ramas del saber; el contacto y la vida en común les ayuda a ampliar horizontes y a evitar el uniformismo. En esta línea afirma Newman: “When a multitude of young men, keen, open-hearted, sympathetic, and observant, as young men are, come together and freely mix with each other, they are sure to learn one from another, even if there be no one to teach them; the conversation of all is a series of lectures to each, and they gain for themselves new ideas and views, fresh matter of thought, and distinctprinciples for judging and acting, day by day” [3] Estas palabras nos indican que si una universidad quiere alcanzar su fin propio debe hacer un esfuerzo por integrar en su seno una amplia variedad de estudios, y no anclarse en un par de especializaciones, aunque esto sea quizás lo sugerido por algunos estudios de mercado.
En quinto lugar, Newman hace unas consideraciones de carácter sumamente práctico de cómo se han de organizar los estudios universitarios: una vez formada la inteligencia en lo fundamental para tener una visión global adecuada de la realidad, se le debe dejar a cada individuo que manifieste sus aptitudes particulares. Así habría que contrastar en unos el grado de sobriedad en el pensamiento, el dominio de sí mismo, la firmeza de opiniones; en otros la habilidad en los negocios, la gracia para influir en los demás; en otros el talento para una especialidad filosófica o científica; -Newman recuerda a su coetáneo Balmes en los consejos sobre la elección de carrera-. Estos consejos, extrapolados y matizados, son de una aplicación sumamente práctica a la hora de plantearnos la labor tutorial especialmente en el tránsito de la educación obligatoria al Bachillerato y en los primeros años de carrera. Quizá la falta de diálogo interdisciplinar y la dispersión del saber impiden orientar al alumno hacia aquellas ramas de la investigación que mejor se adaptasen a su natural. En todo caso, es imprescindible que el individuo se forme con arreglo a un modelo fielmente, incluso, llega a decir Newman, es mejor un modelo equivocado que la ausencia de modelo.
En sexto lugar, y con relación a las tareas antes señaladas de docencia e investigación, también hace Newman su aportación. En la actualidad, se discute a menudo la polémica sobre la primacía de la investigación o de la docencia: [3] “...cuando una multitud de hombres jóvenes, agudos, generosos, alegres y cumplidores, como suelen ser los jóvenes, se ven juntos y entran en libre contacto unos con otros, aprenderán, sin duda, recíprocamente, incluso aunque nadie les enseñara. La conversación de todos es para cada uno como una serie de lecciones, en las que adquiere nuevas ideas y puntos de vista, fresco material de pensamiento, y principios precisos para juzgar y actuar cada día”. Newman se muestra claramente a favor de la primacía de la docencia como lo más propio de la Universidad, mientras que la investigación científica queda relegada a las dichas Academias. Hay que dar por supuesto que el docente ha de revisar constantemente sus conocimientos, pero orientando siempre tal revisión hacia la mejora de la docencia. Eso no significa despreciar la investigación, ni mucho menos un precedente del ‘que inventen ellos’ unamuniano, sino más bien un ‘poner las cosas en su sitio’. Lo que carece absolutamente de sentido es convertir la vocación del profesor en una vida intelectual lo más apartada posible de los alumnos, lamentable ‘aspiración’ de muchos que quizás nunca tuvieron auténtica vocación docente. En séptimo lugar, anticipándose al quizás tristemente inevitable “publish or perish”, critica Newman el afán de productividad literaria de los ‘intelectuales’: cada día han de publicar algo sobre los temas de máxima actualidad. Newman destaca que esa fecundidad sólo puede ser aparente dado que el verdadero esfuerzo intelectual causa un auténtico dolor agudo muy peculiar, incluso físico, que es signo del desgaste de la inteligencia. La manera ideal para evitar esta dispersión del saber consiste en frenar los desvaríos de los individuos mediante el cultivo de la ciencia debidamente sometido a la vigilancia de una Tradición que no está a merced de las variaciones particulares. Newman se escandalizaría, sin duda, del afán por publicar estudios de toda índole en el mundo universitario de hoy. De las palabras de Newman podemos colegir que, o bien los que se dedican a publicar sin cesar no sufren desgaste intelectual (porque no lo exijan tales publicaciones), o bien ha cambiado la naturaleza humana y ahora estamos especialmente dotados, sea dicho irónicamente. En octavo lugar, Newman insiste en la conveniencia histórica de fundar una universidad católica: dado que el signo de los tiempos es la falta de criterio para juzgar las realidades de un mundo en constante transformación; los católicos, que están tan expuestos como otros a perder el norte y desorientarse, tienen derecho a exigir, especialmente aquellos con intereses especulativos, a la Jerarquía la respuesta a sus aspiraciones. Pero no podían acudir para su formación intelectual sólida más que a universidades protestantes; así se les impedía el acceso a lo que sería una formación intelectual integral propia de sus aspiraciones. Por eso considera Newman todo un acierto la recomendación de la Santa Sede a la Jerarquía irlandesa. Lo que Newman exige es replantearnos el sentido de la universidad desde el punto de vista de los signos de los tiempos, desde el reconocimiento del sagrado deber que las exigencias ineludibles del contexto histórico nos imponen. No se trata de una reflexión por tanto meramente conceptual sino de dar satisfacción a una demanda real en un contexto real. En nuestro actual contexto Newman haría un juicio parecido respecto a la necesidad de ofrecer al mundo católico una Universidad ex corde ecclesiae como recogen las propuestas del magisterio pontificio reciente.
En noveno lugar, Newman no fue sólo hombre de una gran idea acerca de la universidad, que lo fue, sino incluso daba consejos sobre la articulación de los estudios universitarios. Tales consejos están desfasados en su materialidad aunque son iluminadores en el espíritu que los inspira. Aconseja empezar por la Gramática. ¿No se oye cada inicio de curso entre los profesores universitarios, especialmente si dan clase a alumnos de primero, una lamentación y un deseo de que hubieran aprendido tales alumnos a leer y escribir bien antes de entrar en la universidad? ¿No resuena aquello tan sabio de non oportet studere sed studuisse? Un catedrático de Filosofía de la Naturaleza les decía a sus alumnos el primer día de clase que en los cinco años siguientes el propósito era que aprendieran a leer. Y no lo decía en broma. A continuación recomienda Newman las Matemáticas, la Cronología, la Historia; mejor que las novelas o los cuentos. La Métrica, para impedir que las imágenes fluyan cuando se leen poesías y pasen de largo. La Filosofía, gradualmente, haciéndo sentir aversión desde el principio por las “falacias intemperantes” y las “paradojas frustradas” que enervan un pensamiento a medio formar. Esta sucesión de materias no hay que tomarla como una especie de imposición arbitraria sino como una manera de adquirir el orden, el método, etc., fundada en las características de cada materia: la Gramática nos ordena formalmente con algo sensible como el lenguaje, la Matemática nos ordena también formalmente con algo inmaterial, la Cronología y la Historia nos dan conciencia de las sucesiones temporales y nos sitúan en el lugar propio, la Métrica nos ayuda a descubrir el orden inserto en lo bello; por último la Filosofía en sentido hondo, huyendo del mero entretenimiento, nos da los cimientos para una ordenación de todo el saber. Se trata, por tanto, de redescubrir una verdadera arquitectónica del conocimiento. La educación liberal propugnada por Newman se propone como objetivo algo más que la mera erudición o la memoria, que son útiles sin duda, pero sólo instrumentales.
En décimo y último lugar, y como idea nuclear que sintetiza todas las anteriores, Newman insiste por encima de todo en rechazar una concepción utilitarista de la vida universitaria. Utilitarismo que, sutilmente, está conectado con el escepticismo propio de un mundo secularizado: cuando la Verdad en sí no existe ni puede existir (escepticismo) tampoco puede haber algo que tenga valor en sí y no meramente como medio (utilitarismo). El rechazo de los utilitarismos y escepticismos radicales no viene acompañado de una especie de ingenuo dogmatismo ni una renuncia al sentido práctico de la existencia. Todo lo contrario. Aún así hay, ciertamente, personas de reconocida valía que insisten en que la educación universitaria debe limitarse a un fin particular y determinado y siempre con miras a un resultado práctico, que pueda ser pesado o medido con anterioridad. También en nuestra universidad contemporánea nos encontramos cada dos por tres con alumnos o familias que piensan que ‘todos y todo tiene un precio’; y que allí donde ha habido un gran desembolso tienen derecho a esperar la debida compensación. “This they call making Education and Instruction "useful," and "Utility" becomes their watchword” [4]. Desde tales premisas los utilitaristas llegan a preguntar a qué conducen los gastos realizados en tal Universidad; cuál es el valor en el mercado de la llamada ‘educación liberal’, dando por supuesto que tal educación no servirá en el orden técnico para enseñarnos cómo perfeccionar nuestras fábricas o nuestros cultivos, o para mejorar nuestra economía civil, ni tampoco para hacer geología, magnetismo, etc. Pero ‘útil’ significa no solamente lo que es bueno sino lo que tiende a lo bueno o es el instrumento de lo bueno, y en este aspecto la educación liberal es real y verdaderamente útil, aunque no sea una educación profesional. Newman lo defiende argumentando así: “If then the intellect is so excellent a portion of us, and its cultivation so excellent, it is not only beautiful, perfect, admirable, and noble in itself, but in a true and high sense it must be useful to the possessor and to all around him; not useful in any low, mechanical, mercantile sense, but as diffusing good, or as a blessing, or a gift, or power, or a treasure, first to the owner, then through him to the world. I say then, if a liberal education be good, it must necessarily be useful too.” [5] Es desde luego una aspiración semejante a la que encontramos hoy día en cualquier universidad que se precie: Newman no niega que la universidad haya de formar médicos, abogados, etc., pero insiste en que esa formación no puede estar orientada exclusivamente hacia dicha capacitación. Cuando se exige justamente ese deber contraído hay que insistir en que al perseguir exclusivamente la formación útil ni siquiera ese mismo fin se alcanzaría más que superficialmente.
Estos diez puntos, extraídos de la enseñanza de Newman, gozan en su aplicación a la vida universitaria contemporánea de plena salud. Teniendo en cuenta de modo prudencial las variaciones en las circunstancias, son sin duda puntos que hoy día, de ser tenidos más en cuenta, pueden ayudar a clarificar enormemente la misión de la universidad.
1 “[e]l primer paso del entrenamiento intelectual consiste en inculcar en la mente de un joven las ideas de ciencia, método, orden, principio y sistema, así como regla y excepción, de riqueza y armonía”. John H. Newman, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, traducción, introducción y notas de José Morales, EUNSA, Pamplona, 1996, prólogo, p. 35. Los pasajes citados en la lengua original proceden de la edición de Idea of a University, Longmans, Green, 1900 y en la web www.newmanreader.org se pueden consultar fácilmente. 2 “un lugar que enseña conocimiento universal” Id. prólogo, p. 27.
3. Id. discurso sexto, pp. 160-161.
4 “Consideran que este planteamiento equivale a hacer útiles la educación y la instrucción, y su lema es utilidad” Id. discurso séptimo, p. 167. 5 “Si el intelecto es un aspecto tan excelente de nuestro ser, y su desarrollo resulta tan magnífico, no es sólo bello, perfecto, admirable y noble en sí mismo, sino que también será útil a su poseedor y a todos los que le rodean, en un auténtico y elevado sentido del término. No digo útil en un sentido vulgar, mecánico y mercantil, sino como un bien que se difunde, o una bendición, o un don, un poder o un tesoro, primero para quien lo posee, y a través de él para el mundo entero. Si una educación liberal es buena, debe necesariamente ser también útil.” Id. discurso séptimo, pp. 175-176.
Fuente: e-aquinas 4 (2006) 12
Selección: José Gálvez Krüger
Enlaces internos
[1] John Henry Newman
[2] El Cardenal Newman y la conversión de Pablo.
[3] Desde la sombras hacia la verdad.
[4] Conversión de Newman en sus propias palabras.