Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 3 de diciembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Sacrificio»

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
 
Línea 34: Línea 34:
 
E.    Objeto del Sacrificio
 
E.    Objeto del Sacrificio
  
  I. SACRIFICIOS PAGANOS
+
  . SACRIFICIOS PAGANOS
  
 
A.  Entre los indios
 
A.  Entre los indios

Revisión de 05:24 24 ene 2008

(Latín: sacrificium; italiano: sacrificio; francés: sacrifice).

Este término es idéntico al inglés “offering” (latín: offerre) y al alemán “Opfer”. Este último no se deriva, sin embargo, de “offerre” sino de “operari” (en alto alemán antiguo “opfâron”; en alto alemán medio: “opperu”, “opparôn”), y significa “emprender algo celosamente”, “servir a Dios”, “ofrecer sacrificios” (cf. Kluge "Etymologisches Wörterbuch der deutschen Sprache", Estrasburgo, 1899, p. 288). Pero en realidad, por sacrificio se entiende universalmente la ofrenda hecha a la deidad de un don perceptible por los sentidos, como manifestación externa de nuestra veneración, que tiene por objeto alcanzar la comunión con ella. Mas en sentido estricto esa ofrenda no se convierte en sacrificio sino hasta que el don visible sufre una transformación (por ejemplo, al ser matado, o al derramar su sangre, al quemarlo, al derramarlo). Ya que el significado e importancia del sacrificio no pueden ser determinados con métodos a priori, toda teoría que se precie de serlo debe apegarse a los sistemas sacrificiales de las naciones paganas, pero especialmente de aquellas que cuentan con religiones reveladas como el judaísmo y el cristianismo. El Budismo puro, el Islam y el Protestantismo no cuentan aquí pues no tienen verdaderos sacrificios. Aparte de esas, no hay religión desarrollada en el mundo que no haya aceptado el sacrificio como elemento esencial de su culto. En este trabajo vamos sucesivamente a considerar:

I. Sacrificios paganos

A. Entre los Indios B. Entre los Iraníes C. Entre los Griegos D. Entre los Romanos E. Entre los Egipcios F. Entre los Chinos G. Entre los Semitas

II. Sacrificios judíos

A. En General B. Material De los Sacrificios C. Los Ritos de los Sacrificios Cruentos D. Las Categorias de Sacrificios Cruentos E. Criticismo Moderno

III. Sacrificio cristiano

A. El Dogma del Sacrificio en la Cruz B. Problemas Teológicos

IV. Teoría del sacrificio

A. Univesalidad del Sacrificio B. Especies de Sacrificios C. Ritos de Sacrificio D. Origenes del Sacrificio E. Objeto del Sacrificio

. SACRIFICIOS PAGANOS

A. Entre los indios

El vedismo de la antigua India fue, en un grado que no se ha alcanzado en ninguna otra parte, una religión sacrificial relacionada con las deidades Agni y Soma. Un proverbio veda dice: “El sacrificio es el ombligo del mundo”. El sacrificio era visto originalmente como una fiesta para los dioses; ante sus altares, sobre el césped sagrado, se ponían ofrendas de comida (pastelillos, leche, mantequilla, y la bebida del soma. Pero poco a poco el sacrificio llegó a significar una actividad mágica que buscaba influir en los dioses, según lo expresado en la formula latina: “Do ut des” (Te doy para que me des), o en el refrán védico: “Aquí está la mantequilla, pero ¿dónde están tus regalos?”. La oración veda de sacrificio no refleja humildad ni sumisión, y el lenguaje védico ni siquiera conoce la expresión “gracias”. Los dioses quedaron rebajados a nivel de sirvientes de los seres humanos mientras los sacerdotes o brahmanes, a quienes se confiaban los complicados ritos, fueron adquiriendo gradualmente una dignidad cuasi divina. Los rituales de sacrificio, reglamentadas hasta en sus más mínimos detalles, se convirtieron en una poderosa fuerza frente a los dioses. Reza un proverbio: “El sacrificador caza una pieza parecida a Indra y la sostiene con fuerza del mismo modo que el cazador mata el ave; el dios es una rueda que el cantor sabe cómo girar”. Los dioses obtienen su poder y fuerza de los sacrificios; éstos son la condición de su existencia. Por ello los brahmanes se convirtieron en elementos indispensables de la continuidad de su existencia.

Con todo, los dioses nunca mostraron una indiferencia total hacia los hombres, sino que les brindaron su ayuda. Ello queda probado por el carácter seriamente expiatorio de los sacrificios védicos, que nunca fue totalmente eliminado de ellos. La acción de ofrecer sacrificios, que nunca se realizaba sin fuego, se llevaba a cabo dentro o fuera de los edificios. No había templos. Había dos sacrificios que eran más importantes: el ofrecimiento del soma y el sacrificio de caballos. La ofrenda del soma (agnistoma)- un néctar obtenido al exprimir algunas plantas- tenía lugar en la primavera. Se prolongaba por un día completo y constituía una fiesta popular. Tres veces se exprimía el soma, en un ritual celebrado varias veces al día, y que se alternaba con el ofrecimiento a los diversos dioses de panes sacrificiales, libaciones de leche y la muerte de once chivos. Los dioses, sobre todo Indra, eran ávidos bebedores del excitante soma: “Del mismo modo que el buey brama después de la lluvia, Indra desea el soma”. El sacrificio del caballo (açvamedha), realizado bajo las órdenes del rey y en el que participaba todo el pueblo, requería un año de preparación. Este era el culmen, el “rey de los sacrificios”; las solemnidades duraban tres días e iban acompañadas de toda clase de diversiones públicas. El propósito de este sacrificio era dar otro toro a los dioses de la luz para su yunta celestial. En sus orígenes, parece que era común sacrificar seres humanos en vez de caballos, y de ahí nació el concepto de substitución. Los indios de épocas posteriores acostumbraban decir: “En el principio los dioses aceptaban personas como víctimas de los sacrificios. Pero la eficacia del sacrificio pasó de ellas a los caballos. Así fue como el caballo se convirtió en sacrificio eficaz. Los dioses aceptaron el caballo, pero luego la eficacia sacrificial pasó del caballo a la res, al cordero, al chivo y finalmente al arroz y la cebada. Para una persona instruida, un pan sacrificial hecho de arroz y cebada tiene el mismo valor que esos [cinco] animales” (cf. Hardy, "Die vedisch-brahmanisehe Periode der Religion des alten Indiens", Münster, 1892, p. 150). El hinduismo moderno tiene innumerables sectas y rinde culto a Vishnu y Shiva como deidades principales. En cuanto culto, sólo se distingue del Vedismo antiguo por sus rituales en los templos. Éstos generalmente son edificios magníficos, artísticamente adornados, que tienen numerosos patios, capillas y salones en los que se exponen todo tipo de representaciones de los dioses e ídolos. Las pagodas menores tienen el mismo objetivo. Si bien el hinduismo se centra en el culto a los ídolos, el sacrificio no ha sido totalmente erradicado de su antiguo sitio. El símbolo de Shiva es el falo (linga). A lo largo y ancho de India pueden encontrarse innumerables piedras de linga, especialmente en los lugares santos. Las facetas más obscuras de esta superstición, que luego degeneraron en fetichismo, fueron sin embargo sublimadas parcialmente gracias a la piedad y la altura de muchos cantos hindúes y cantos de alabanza (stotras), que sobrepasan incluso los antiguos himnos védicos en lo que toca a su sentimiento religioso.

B. Entre los Iraníes

La religión de los antiguos iraníes se centraba, sobre todo después de la reforma llevada a cabo por Zoroastro, en el servicio del verdadero dios Ormuzd (Ahura Mazda), cuya voluntad es la verdad y cuyo reino es el bien. Esta religión de tan elevada moral promueve una vida de pureza, el cumplimiento consciente de todos los preceptos morales y litúrgicos y el rechazo positivo del Demonio y de todas las fuerzas demoníacas. Si la antigua religión de India fue esencialmente una de sacrificio, la religión de los antiguos persas puede ser descrita como una de obediencia. En el antiguo Avesta, el libro sagrado de los persas, la guerra entre el dios bueno Ormuzd y el Diablo termina escatológicamente con la victoria total del dios bueno. En ese sentido, podemos afirmar que el antiguo Parsismo era monoteísta. Empero, el Avesta posterior enseña un dualismo teológico, en el que malvado anti-dios Ahriman es presentado como un principio absoluto que se opone al dios bueno Ormuzd. Tal enseñanza ya se había dejado entrever en muchos poemas didácticos (Gâthas) del anterior Avesta. El sacrificio y la oración tienen como objeto paralizar las maquinaciones diabólicas de Ahriman y sus demonios. El elemento esencial del culto avéstico era la adoración del fuego, que no tenía relación alguna con los templos del fuego. Tal como los modernos mobeds de India, los sacerdotes llevaban altares portátiles y en ellos podían ofrecer sacrificios en cualquier parte. Los templos del fuego, sin embargo, se erigían a temprana hora y en ellos los sacerdotes entraban a las salas sagradas del fuego cinco veces al día para cuidar el fuego que ardía en vasos metálicos, alimentados con maderas aromáticas. En una antecámara se preparaban el haoma intoxicante (la contraparte de la bebida india del soma) y el agua bendita, y se ofrecía a los dioses el sacrificio de carne (myazda) y pan (darun). El ahoma, la bebida de la inmortalidad, no sólo guiaba a los humanos hacia la vida eterna, sino que era una bebida de los dioses también. En el Avesta posterior, esta bebida, que originalmente era únicamente un elemento cultual, fue formalmente deificada e identificada con la divinidad. No sólo eso, sino que hasta los vasos sagrados, usados en la fabricación de la bebida a partir de las ramas del haoma, fueron alabados y adorados en los cantos de alabanza. Merecen mención también las ramas sacrificiales que eran utilizadas como ramas de oración o varas mágicas, atadas como prolongación de las manos. Después de la reducción del reino de los Sassanidas a manos de los árabes (642 d.C), la religión persa quedó condenada a morir, y la mayor parte de sus seguidores terminó convirtiéndose al Islam. Además de algunos pequeños restos que quedan en la Persia moderna, algunas comunidades de buen tamaño aún existen en la costa occidental de India, en Guzerat y Bombay, lugares a donde migraron gran cantidad de Parsis.

C. Entre los Griegos

La religión de la antigua Grecia era un alegre politeísmo muy estrechamente relacionado con la vida ciudadana. El antiguo Consejo Amfictiónico era una confederación de Estados que tenía como propósito tener un santuario común. El objeto de las acciones religiosas, oraciones, sacrificios y ofrendas votivas, era obtener el favor y la ayuda de los dioses, siempre recibidos con sentimientos de asombro y agradecimiento. Las ofrendas de sacrificio, cruentas e incruentas, eran generalmente artículos de consumo humano. A los dioses superiores se les ofrecían pastelillos, panes, frutas y vino. A los dioses inferiores, panes de miel y, como bebida, una mezcla de leche, miel y agua. La consagración sacrificial frecuentemente consistía simplemente en la colocación de los alimentos en recipientes a los lados de los caminos o en montículos funerarios con objeto de contentar a los dioses o a los difuntos. Usualmente se reservaba una porción para consumir y con ello solemnizar la fiesta sacrificial en unión con los dioses, o el sacrificio de los dioses inferiores en el Hades. Pero nada debía sobrar. Los grandes banquetes de los dioses (theoxenia) eran tan bien conocidos por los griegos como los leotisternia por los romanos. Los sacrificios se quemaban sobre el altar, en forma de holocaustos. El incienso se añadía a casi todos los sacrificios como una ofrenda secundaria, aunque también había ofrendas especiales de incienso. Quien ofrecía los sacrificios llevaba ropa limpia y guirnaldas alrededor de la cabeza, rociaba sus manos y el altar con agua bendita y salpicaba con oraciones solemnes la comida sacrificial sobre la cabeza de las víctimas (puercos, chivos y gallos). La música de flautas acompañaba la muerte de la víctima y se hacía que la sangre corriera a través de unos agujeros hacia los depósitos sacrificiales. El mérito del sacrificio en gran medida se calculaba por su costo. Los cuernos de la víctima se cubrían de oro, y en los festivales se realizaban las hecatombes; lo más normal era sacrificar doce, pero sobre todo, tres víctimas (trittues). Incluso hasta los tiempos históricos, en casos de extrema aflicción, se ofrecían víctimas humanas. El centro del culto griego eran los sacrificios, y no se tomaba ningún alimento hasta que no se ofreciese una libación de vino ante los dioses. Entre las características peculiares de la religión griega puede mencionarse la ofrenda votiva (anathemata), la cual (además de los primeros nacidos, el diezmo y objetos de valor) consistía en guirnaldas, calderos y los populares trípodes. El número de las ofrendas votivas- que frecuentemente eran colgadas de los robles sagrados, llegó a ser tan grande que varios Estados hubieron de erigir tesorerías en Olimpo y Delfos.

D. Entre los Romanos

La religión y todo el sistema de sacrificios fue considerado entre los antiguos romanos, mucho más que entre los griegos, algo propio del Estado. Habiendo poblado el mundo de dioses, genios y lares, hicieron que toda acción y condición estuviera subordinada a una deidad (dios o diosa) particular. Un calendario preparado por los pontífices daba a los ciudadanos romanos información detallada respecto a cómo debían comportarse con los dioses a lo largo del año. El propósito del sacrificio era ganar el favor de los dioses y protegerse de sus influencias siniestras. También se programaban los sacrificios de redención (piacula) por crímenes y errores pasados. Se sabe que en los tiempos más primitivos ofrecían sacrificios de origen indo-germánico tales como el del caballo, pero también de corderos, cerdos y bueyes. A partir de ciertas costumbres (arrojar muñecos de paja al Tiber y colgar monigotes de lana en las intersecciones de los caminos o en los dinteles de las casas) de períodos posteriores se puede concluir que en algún tiempo se acostumbraron los sacrificios humanos. Bajo el gobierno de los emperadores se introdujeron los cultos de varios dioses extranjeros, tales como las deidades egipcias Isis y Osiris, la siria Astartés, la diosa frigia Cibeles, etc. El Panteón Romano llegó a unir en paz a las deidades más incongruentes de todos los países. Pero ningún culto igualó al que se brindaba al dios indo-iraní de la luz, Mitra, al que los soldados y oficiales del ejército romano, así estuvieran en lugares tan distantes como el Danubio o el Rhin, no dejaban de ofrecer sacrificios. Los ritos llamados “taurobolia”, que se realizaban en honor del dios matador de reses, Mitra, fueron introducidos desde el Oriente. El taurobolium consistía en una ceremonia vergonzosa en la que los adoradores de Mitra hacían fluir por sus espaldas desnudas la sangre aún tibia de una res recién sacrificada, mientras yacían en unas zanjas. Pensaban que con ello obtendrían no sólo fuerza física sino renovación mental y regeneración.

E. Entre los Chinos

La religión de los chinos, una extraña mezcla de naturalismo y culto a los antepasados, estaba indisolublemente vinculada con el Estado. El sinismo más antiguo era un perfecto monoteísmo. Sin embargo, estamos más familiarizados con la forma sacrificial china que nos presenta el gran reformador Confucio (siglo VI a.C.) y que permaneció en uso, sin alteraciones, durante más de 2000 años. El emperador de China era el “Hijo del Cielo” y cabeza de la religión de Estado. También era el sumo sacerdote al que pertenecía el derecho exclusivo de ofrecer sacrificios al Cielo. El sacrificio principal tenía lugar anualmente en la noche del solsticio de invierno, y se realizaba sobre el “altar del Cielo” en la parte sur de Beijing. En la terraza más alta de este altar se colocaba una tableta de madera que simbolizaba el alma del dios del Cielo. Había otras muchas tabletas (del sol, la luna, las estrellas, las nubes, el viento, etc.), que incluían las correspondientes a los diez predecesores inmediatos del emperador. Delante de cada tableta se hacían ofrendas de sopa, carne, vegetales, etc. En honor de los antepasados del emperador, así como del sol y la luna, se ofrecía también un toro. Ante las tabletas de los planetas y las estrellas, un becerro, un cordero y un cerdo. Simultáneamente, sobre una pira levantada al sureste del altar, se ofrecía un toro en honor del supremo dios del Cielo. Mientras ese toro era consumido por el fuego, el emperador presentaba una ofrenda de incienso, seda y caldo de carne ante la tableta del Cielo y las de sus predecesores. Una vez terminadas esas ceremonias, todos los artículos sacrificados se llevaban a hornos especiales donde eran arrojados al fuego para ser consumidos. El emperador también hacía sacrificios especiales en honor de la tierra frente a la muralla norte de Beijing, aunque en este caso las víctimas no eran quemadas sino enterradas. Los dioses del suelo y del maíz, al igual que los ancestros del emperador, también tenían sus sitios y fechas particulares de sacrificio. Los funcionarios reales representaban al emperador en la realización de los sacrificios en otras partes del territorio. En el libro clásico de los ritos, el Li-King, se dice claramente: “El hijo del Cielo ofrece sacrificios al Cielo y a la tierra; los vasallos, a los dioses del suelo y del maíz”. Aparte de los sacrificios principales, había otros de segundo o tercer rango, que eran realizados por funcionarios del reino. La religión popular, con sus innumerables imágenes, residentes en sus templos propios, era idolatría descarada.

F. Entre los Egipcios


La antigua religión de Egipto, con su altamente desarrollado sacerdocio y su vasto sistema de sacrificios, marca la transición a la religión de los semitas. El templo egipcio generalmente estaba conformado por una capilla obscura en la que se hallaba la imagen de la deidad. Frente a ella se encontraba un salón con pilares (hypostilo) escasamente iluminado por una ventanilla en el techo. Y antes de ese salón estaba un patio rodeado de una serie circular de pilares. El plano del edificio nos muestra que el templo no era utilizado para asambleas populares ni para residencia de los sacerdotes, sino exclusivamente para la conservación de las imágenes de los dioses, los tesoros y los vasos sagrados. Solamente los sacerdotes y el rey tenían acceso al santuario propiamente dicho. Los sacrificios se ofrecían en el patio, a donde convergían las muy populares procesiones en las que las imágenes de los dioses eran transportadas en barcas. El ritual del culto diario del templo, sus movimientos, palabras y oraciones del sacerdote celebrante, estaban reglamentados hasta el mínimo detalle. Ante la imagen del dios se ofrecía diariamente comida y bebida, que eran colocados en la mesa de los sacrificios. La colocación de la piedra angular de un templo nuevo conllevaba el ofrecimiento de sacrificios humanos, aunque esta costumbre fue abolida en la era de los Ramasidas. Una huella de esta repugnante costumbre sobrevivió en la ceremonia de marcar sobre la víctima un sello que tenía la imagen de un hombre encadenado al que se le ponía un cuchillo al cuello. Los gobernantes del Imperio Nuevo presentaron tantas y tan costosas ofrendas votivas al dios favorito de los egipcios, Amón-Ra, que el Estado estuvo a punto de caer en bancarrota. La religión de Egipto, que posteriormente se transformó en una abominable bestiolatría, se corrompió con la destrucción del Serapeum de Alejandría (admirable templo dedicado a Serapis, una de las deidades egipcias, en donde se daba culto al buey Apis) manos del emperador oriental Teodosio I (391).

G. Entre los Semitas

Los babilonios y asirios merecen ser mencionados primero entre los semitas. El santuario del templo babilónico contenía la imagen del dios al que estaba dedicado, y las capillas adyacentes contenían las de otros dioses. Los sacerdotes babilonios constituían una casta privada; eran mediadores entre los dioses y los hombres, guardianes de la literatura sagrada y maestros de las ciencias. Por otra parte, en Asiria, el rey era el sumo sacerdote que ofrecía los sacrificios. De acuerdo al concepto babilónico, el sacrificio (libaciones, ofrendas de comida, sacrificios cruentos) es el debido tributo de la humanidad a los dioses, y es algo tan antiguo como el mundo. Los sacrificios son los banquetes de los dioses, y el humo que sale de las ofrendas es para ellos una fragancia. Un banquete sacrificial une al sacrificador con sus divinos huéspedes. Tanto las ofrendas quemadas como las aromáticas eran comunes a babilonios y asirios. Los dones sacrificiales incluían animales salvajes y domésticos, aves, pescados, frutas, quesos, miel y aceite. Los animales sacrificados eran generalmente machos; tenían que ser sin defecto, fuertes y gordos, ya que únicamente lo perfecto es digno de los dioses. Los animales hembras solamente eran aceptados en los ritos de purificación; los animales con defectos, únicamente en ceremonias de menor categoría. Era común también el ofrecimiento de pan sobre mesas. Se atribuía un poder purificador y redentor al sacrificio. Y claramente se expresaba la idea de la substitución, por la que el hombre era substituido por la víctima. La profunda conciencia del pecado y la culpa encuentran notable expresión especialmente en los salmos babilónicos. Los hombres eran sacrificados solamente entre lamentos por los muertos.


La demostración de que los cananeos habían llegado de Arabia (el antiguo hogar de las razas) a Palestina, y que ahí habían diseminado la cultura de los antiguos árabes, constituye un triunfo de los investigadores modernos. Mientras que la religión de Babilonia era gobernada por el curso de las estrellas (astrología), el horizonte espiritual de los cananeos era determinado por los cambios periódicos del morir y renacer de la naturaleza, y consecuentemente sólo dependía secundariamente de la influencia vivificante de los astros, especialmente del sol y la luna. La deidad tenía su asiento dondequiera que la fuerza de la naturaleza revelaba evidencias de vida. Los templos se levantaban a orillas de los ríos y fuentes, porque el agua da vida y la sequía muerte. Los cananeos se sentían más cercanos de la deidad en las montañas y de ahí la popularidad del culto que se realizaba sobre las colinas (del que habla el Antiguo Testamento). En la cima se encontraba el altar, que tenía una abertura oval, y alrededor de ésta había una canaleta por la que chorreaba la sangre de la víctima. Se acostumbraba ofrecer sacrificios de niños al cruel dios Moloch, horrible costumbre contra la que la Biblia habla fuertemente. El culto de los fenicios se originó a partir de una idea inferior de la deidad, que se inclinaba a la tristeza, a la crueldad y a la voluptuosidad. Baste mencionar el culto a Baal y a Astarté, el falismo y el sacrificio de la castidad, el sacrificio de hombres y niños, que los romanos civilizados quisieron infructuosamente abolir. Los fenicios tenían algunos puntos comunes con los israelitas en lo referente a su sistema de sacrificios. La “mesa de sacrificios de Marsella” que, al igual que la “mesa de sacrificios de Cartago”, era de origen fenicio, menciona algunas víctimas de sacrificios: reses, becerros, ciervos, corderos, cabras, chivos, cervatillos y aves, salvajes y domésticos. Estaban prohibidos los animales enfermos o débiles. Los fenicios también conocían los holocaustos (kalil), los cuales eran siempre sacrificios de súplica y ofrendas parciales, que, a su vez, podían ser sacrificios de súplica o acción de gracias. La eficacia de los sacrificios de hombres y animales residía en la sangre. En los casos en los que la víctima no era consumida totalmente, los sacrificadores participaban de un banquete con música y baile.

II. EL SACRIFICIO JUDÍO

A. En general.

No debe ser motivo de sorpresa el hecho de que tantas ideas generales y rituales encontrados en las religiones paganas también tengan un lugar en el sistema de sacrificios judíos. La religión revelada no rechaza toda la religión y la ética naturales, sino que más bien las adopta y eleva aun nivel superior. La pureza ética y la excelencia del sistema judío de sacrificios se puede percibir de una sola mirada en el hecho de que la religión oficial de Yahvé desprecia los sacrificios humanos (Dt 12, 31; 18, 10). La prueba de Abraham (Gn 22, 1 ss) finalizó al prohibir Dios el asesinato de Isaac, y ordenar que fuera sustituido por el carnero que estaba atorado entre el zarzal. Para los hijos de Israel, el sacrificio humano constituía una profanación del nombre de Yahvé (Lev 20, 1 ss). Los profetas tardíos también elevaron sus poderosas voces en contra del perverso culto a Moloch, en el que se le ofrecían niños como víctimas. Es verdad que desde el tiempo del Rey Ajaz hasta el de Josías fue la influencia del ambiente pagano la que predominó, y que esa influencia fue tan grande que hasta en el malhadado Valle de Hinon, cerca de Jerusalén, fueron sacrificados a Moloch miles de niños inocentes. Es precisamente con este perverso ejemplo pagano, y no con el espíritu de la religión de Yahvé que se debe relacionar el sacrificio que realizó Jefté, como consecuencia del voto que hizo, por el que se vio obligado a sacrificar a su propia hija. (Jue 11, 1 ss.). No se sostiene históricamente la opinión de muchos investigadores (Ghilany, Daumer, Vatke) que afirma que también hubo sacrificios humanos al servicio de Yahvé. Si bien la ley mosaica prescribía que no sólo los primeros frutos de la tierra, y los primeros nacidos de los animales, sino que también los primogénitos de los seres humanos debían ser ofrecidos a Yahvé, sin embargo esa misma ley ordenaba expresamente que estos últimos no debían ser sacrificados sino redimidos. El ofrecimiento de la sangre de una bestia en lugar de una vida humana tuvo su origen en la profunda idea de substitución. Y tuvo su justificación en las metafóricas referencias proféticas al único sacrificio vicario ofrecido por Jesucristo en el Gólgota. La venganza de sangre (cherem) acostumbrada entre los israelitas, según la cual los enemigos y las cosas impíos debían ser radicalmente exterminadas (Jos 6, 21 ss.; I Re 15, 15) no tiene nada que ver con los sacrificios humanos. La idea de tal venganza no se originó en la sed de sangre humana de los sacrificios de las religiones paganas, sino en el principio de que las fuerzas hostiles a Dios debían ser eliminadas del camino del Señor de la vida y de la muerte por medio de un castigo cruento. Los malditos eran exterminados de la faz de la tierra, no sacrificados. Según la tradición judía, los sacrificios, tanto cruentos como incruentos, datan del comienzo de la raza humana. El primer sacrificio mencionado en la Biblia es el de Caín y Abel (Gn 4, 3 ss.). Siempre van asociados el sacrificio y el altar (Gn 12, 7 ss.). Ya encontramos la comida sacrificial en tiempos patriarcales, sobre todo en conexión con la firma de tratados y acuerdos de paz. La alianza del Sinaí también fue celebrada en el contexto de un sacrificio solemne y un banquete (Ex 24, 5). Posteriormente, Moisés, en su papel de representante de Yahvé, elaboró todo el sistema de sacrificios, y el Pentateuco determinó con la exactitud más escrupulosa las varias clases de sacrificio y los rituales correspondientes. El sistema de sacrificios, al igual que todo el culto mosaico, está regido por una idea central, peculiar de la religión de Yahvé. “Sean santos porque yo soy santo” (Lev 11, 44).