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Domingo, 12 de mayo de 2024

Una reflexión arqueogenealógica de los Patronazgos Una reflexión arqueogenealógica de los, Patronazgos

De Enciclopedia Católica

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Las innumerables casuísticas que llevan a que una imagen y no otra sea considerada patrona de una población no nos impide trazar un perfil promedio de la genealogía que se produce en todos aquellos iconos devocionales que han alcanzado ese rango. Voy a lanzar una reflexión general para ilustrar el caso particular de la Virgen de la Hiniesta, tan de actualidad en estos momentos.

Una patrona cuya primacía devocional no es cuestionada ni por la opinión de los fieles ni por el peso de los documentos, generalmente sigue un modelo ascendente en concesiones y reconocimientos: en primer lugar, se sitúa en una terna de devociones de gran popularidad. En el caso del Cádiz del siglo XVI la Virgen del Rosario se disputaba los devotos con otras imágenes como la Virgen de la Candelaria o la del Pópulo, advocaciones que actualmente duermen el sueño de los justos.

Bien, sea por una atribución de milagro ante catástrofes de diferente índole (terremotos, maremotos, epidemias o guerras) o por el apoyo expreso de algún agente de poder (cabildo municipal, episcopado, alguna casa nobiliaria, etc.) esta imagen se significa de forma singular con la celebración de rogativas y otros actos de piedad en los que la ciudad, representada por sus cabildos, se congrega alrededor de esta devoción.

Si la fama de taumaturga se incrementa con nuevas intervenciones milagrosas, generalmente el Cabildo Municipal termina realizando un voto; cuando esta impresión devocional es unánime, se le puede sumar el Cabildo Catedralicio pero no es estrictamente necesario. Recordemos que estamos en el Antiguo Régimen aún y se presupone católica a toda la sociedad. Seguido de este voto, suele venir un nombramiento oficial como patrona o protectora de la ciudad (en el caso de Cádiz con la Virgen del Rosario en 1731 y en 1755, tras el milagro del maremoto).

La cuestión es que con la Constitución de Cádiz las instituciones del Antiguo Régimen son desmanteladas y dan paso a nuevos modelos de gestión territorial; vamos a pasar de los cabildos municipales a los ayuntamientos constitucionales. Y claro, en el nada tranquilo siglo XIX, la relación profundamente divergente entre el Estado liberal y la Iglesia, va a producir en no pocas ocasiones la supresión de dichos reconocimientos. Por ello, los obispos españoles tuvieron la prudencia de dirigirse a Roma para solicitar el reconocimiento canónico de estos patronazgos sobre las ciudades, provincias, diócesis o regiones.

Algunas llegaron a mediados del siglo XIX (como el de la Virgen del Rosario de Cádiz) y otras tuvieron que esperar la primera mitad del XX (como es el caso de la Virgen de los Reyes). Una vez la Iglesia dicta un reconocimiento sobre la primacía de una devoción, se zanja la cuestión pero, como siempre, puede quedar un resquicio a la duda.

La duda se termina resolviendo cuando, junto a los patronazgos canónicos empiezan a proliferar la concesión del título de “alcaldesa perpetua” de determinada localidad. Digamos que, a nivel civil, es la reconciliación protocolaria de la serie de conflictos del siglo XIX entre el Estado liberal y la Iglesia. Por ello, desde el presente en marcha, sólo podemos hablar de patronazgos cuando éste viene acompañado de documentos que acreditan esta sucesión en el escalafón del reconocimiento devocional: rogativas, votos, patronazgo del Antiguo Régimen, reconocimiento canónico y, en algunos casos, el título de “alcaldesa perpetua”.

Si, por algún motivo, una devoción cualquiera gozó de voto,s o incluso del patronazgo sobre alguna institución civil o religiosa de la ciudad, una vez producido el cambio de régimen y acontecida la sucesión de hechos anteriormente citados, éste queda reducido a una anécdota histórica, sin curso natural hasta el presente.

Es decir, me encantaría conocer el acta del Cabildo Municipal hispalense que reconoce a la Virgen de la Hiniesta como patrona de Sevilla. Pero es que, en el caso de que pudiéramos estudiar tal documento, la sucesión de hechos que jalonan el historial devocional de la Virgen de los Reyes es absolutamente incontestable, sobre todo, teniendo en cuenta que, tras la destrucción material del icono de San Julián, se tardó un tiempo considerable en reponerse al culto, lo cual es un testimonio elocuente de la vigencia de su culto y devoción. Somos conscientes de que este mundo de la piedad católica vive en una constante creación de discursos que tienen un profundo calado antropológico y sociológico más que religioso incluso; pero cuando en una ciudad existe un icono con un recorrido histórico, devocional y documental como el de la Virgen de los Reyes, se puede caer en el riesgo de reclamar en el presente realidades que quedaron atrás, en el pasado.

Jaime Calderón Rovira