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Martes, 19 de marzo de 2024

San Bernardo de Claraval

De Enciclopedia Católica

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Nació en el año 1090, en Fontaine, cerca de Dijon, Francia y murió en Claraval el 21 de agosto de 1153. Sus padres fueron Tescelin, señor de Fontaine y Aleth de Montbard, pertenecientes ambos a la alta nobleza de Borgoña. Bernardo, tercero de una familia de siete hijos, seis de los cuales eran varones, fue educado con un cuidado especial porque aún antes de nacer un hombre devoto le había vaticinado un gran destino. Cuando tenía nueve años, Bernardo fue enviado a una famosa escuela en Chatillon-sur-Seine que seguía la antigua regla de San Vorles. Tenía gran inclinación a la literatura y se dedicó algún tiempo a la poesía. Ganó la admiración de sus maestros con su éxito en los estudios y no menos destacable fue su crecimiento en la virtud. El gran deseo de Bernardo era progresar en literatura, con vistas a abordar el estudio de la Sagrada Escritura para hacerla su propia lengua, como así fue. "Todo en él era piedad," dice Bossuet. Tenía una devoción especial a la Santísima Virgen y nadie ha hablado de manera más sublime de la Reina de los Cielos. Bernardo tenía apenas diecinueve años cuando murió su madre. Durante su juventud no le faltaron tentaciones, pero su virtud triunfó sobre ellas, muchas veces de forma heroica, y desde entonces pensó en retirarse del mundo y llevar una vida de soledad y oración.

San Roberto, Abad de Molesmes, había fundado en el año 1098 el monasterio de Cîteaux, a unas cuatro leguas de Dijon, con el propósito de restaurar la regla de San Benito en todo su rigor. A su regreso a Molesmes dejó el gobierno de la nueva abadía a San Alberico, que murió en el año 1109. San Esteban Harding le sucedió (1113) como tercer Abad de Cîteaux, cuando Bernardo, joven de la nobleza de Borgoña, pidió la admisión en la Orden a la edad de treinta años. Tres años después San Esteban envió al joven Bernardo, el tercero en dejar Cîteaux, al frente de un grupo de monjes para fundar una nueva comunidad en el Valle de Absinthe, o Valle de la Amargura, en la Diócesis de Langres. Bernardo lo llamó Claire Vallée, de Clairvaux (Claraval), el 25 de Junio del año 1115, y los nombres de Bernardo y Claraval son inseparables desde entonces. Durante la ausencia del Obispo de Langres, Bernardo fue investido como Abad por Guillermo de Champeaux, Obispo de Châlons-sur-Marne, que vio en él al hombre predestinado, siervo de Dios. Desde ese momento, nació una fuerte amistad entre el Abad y el obispo, que fue profesor de teología en Notre Dame de París y fundador del convento de San Víctor.

Los comienzos de Claraval fueron confusos y penosos. El régimen era tan austero que afectó a la salud de Bernardo y solamente la autoridad de Guillermo de Champeaux, y la del Capitulo General, pudieron hacer que mitigase sus austeridades. Sin embargo, el monasterio progresó rápidamente. Acudieron gran número de discípulos deseosos de ponerse bajo la dirección de Bernardo. Su padre, el anciano Tescelin, y todos sus hermanos entraron en Claraval como religiosos, quedando en el mundo solamente Humbeline, su hermana, que ingresó pronto en el convento benedictino de Jully, con el consentimiento de su marido. Claraval se quedó pronto pequeño para los religiosos que acudieron, siendo necesario enviar grupos a fundar nuevas comunidades. En el año 1118 se fundó el Monasterio de las Tres Fuentes en la Diócesis de Châlons; en 1119 el de Fontenay en la Diócesis de Auton (ahora Dijon) y en 1121 el de Foigny, cerca de Vervins, en la Diócesis de Laon (ahora Soissons). A pesar de esta prosperidad, el Abad de Claraval tuvo sus pruebas. Durante una ausencia de Claraval, el Gran Prior de Cluny, Bernardo de Uxells, envió al Príncipe de los Priores, en expresión de Bernardo, a Claraval para atraerse al primo del Abad, Roberto de Châtillon. Esto fue ocasión de la más larga y sentida carta de Bernardo.

En el año 1119 Bernardo asistió al primer Capitulo General de la Orden, convocado por Esteban de Cîteaux. Aunque aún no tenía treinta años, Bernardo fue escuchado con la mayor atención y respeto, especialmente cuando expuso sus pensamientos acerca de la revitalización del espíritu primitivo de orden y fervor en todas las órdenes monásticas. Este Capitulo General fue el que dio forma definitiva a las constituciones y regulaciones de la Orden en la "Cédula de la Caridad", confirmada por el Papa Calixto II el 23 de Diciembre de 1119. En 1120 Bernardo compuso su primera obra "De Gradibus Superbiae et Humilitatis" y sus homilías "De Laudibus Mariae". Los monjes de Cluny habían visto, con satisfacción, que los de Cîteaux no destacaban entre las ordenes religiosas por regularidad y fervor. Por esta razón los "Monjes Negros" cayeron en la tentación de acusar a las reglas de la nueva Orden de impracticables. A petición de Guillermo de San Thierry, Bernardo se defendió a sí mismo publicando su "Apología", que consta de dos partes. En la primera parte, prueba su inocencia respecto a las invectivas contra Cluny que le habían sido atribuidas, y en la segunda, expone las razones de su ataque contra los abusos. Declara su profunda estima a los Benedictinos de Cluny, a quien ama igual que a las demás órdenes religiosas. Pedro el Venerable, Abad de Cluny, respondió al Abad de Claraval sin ofender a la caridad lo más mínimo, y le aseguró su gran admiración y sincera amistad. Entretanto, Cluny estableció una reforma, y el mismo Suger, ministro de Luis el Gordo y Abad de San Denis, se convirtió por la apología de Bernardo, terminando de inmediato su mundanal vida y restaurando la disciplina en su monasterio. El celo de Bernardo no acabó aquí sino que se extendió a los obispos, al clero y a los fieles, así como obtuvo destacadas conversiones de personas profanas entre otros frutos de su labor. La carta de Bernardo al Arzobispo de Sens es un verdadero tratado "De Officiis Episcoporum". Por entonces escribió su obra sobre la "Gracia y Libre Albedrío".

En el año 1128 Bernardo asistió al Concilio de Troyes, que había sido convocado por el Papa Honorio II y fue presidido por el Cardenal Matthew, Obispo de Albano. El propósito de este concilio era solucionar ciertas controversias de los obispos de París y regular otros asuntos de la Iglesia de Francia. Los obispos nombraron a Bernardo secretario del concilio y le encargaron la redacción de los estatutos del sínodo. El Obispo de Verdún fue depuesto después del concilio. Entonces recayeron sobre Bernardo injustos reproches, siendo incluso denunciado en Roma por injerencias en asuntos que no conciernen a un monje. El Cardenal Harmeric, en nombre del Papa, escribió a Bernardo una severa carta de amonestación. "No es digno" le dijo "que ranas ruidosas e impertinentes salgan de sus ciénagas para molestar a la Santa Sede y a los cardenales". Bernardo respondió a la carta diciendo que si él había asistido al concilio, había sido arrastrado a ello a la fuerza, como así era. "Ahora bien, ilustre Harmeric", añadió, "si tanto lo deseabas, quién habría sido más capaz de liberarme de la necesidad de asistir que tú mismo? Prohibe a esas ranas ruidosas e impertinentes salir de sus agujeros, abandonar sus ciénagas . . . Entonces, tu amigo, ya no se expondrá a las acusaciones de orgullo y presunción ". Esta carta causó una fuerte impresión en el cardenal y justificó a su autor ante sí mismo y ante la Santa Sede. En este concilio, Bernardo indicó las líneas generales de la Regla de los Caballeros Templarios, que pronto se convertirían en el ideal de la nobleza francesa. Bernardo lo alaba en su "De Laudibus Novae Militiae".

La influencia del Abad de Claraval se notó pronto en los asuntos provinciales. Defendió los derechos de la Iglesia frente a las intromisiones de reyes y príncipes, y recordó sus deberes a Enrique, Arzobispo de Sense, y a Esteban de Senlis, Obispo de París. A la muerte de Honorio II, que ocurrió el 14 de febrero de 1130, un cisma quebró a la Iglesia al ser elegidos dos papas, Inocencio II y Anacleto II. Inocencio II desterrado de Roma por Anacleto se refugió en Francia. El rey Luis el Gordo convocó un concilio nacional de los obispos de Francia en Etampes, y Bernardo, emplazado allá con el beneplácito de los obispos, fue elegido para juzgar entre los dos papas rivales. Él decidió a favor de Inocencio II, motivando su reconocimiento por los principales poderes católicos, fue con él a Italia, serenó los ánimos que agitaban el país, reconcilió Pisa con Génova, y a Milán con el papa y con Lotario. Por deseo de éste, el papa fue a Lieja a consultar con el emperador sobre las mejores medidas a tomar para su regreso a Roma, pues allí Lotario iba a recibir la corona imperial de manos del papa. Desde Lieja el papa volvió a Francia, visitó la Abadía de San Denis, y después la de Claraval, donde su recibimiento tuvo un carácter simple y puramente religioso. Toda la corte pontificia quedó impresionada por la santa conducta de esta comunidad de monjes. En el refectorio solo se encontraron unos cuantos peces para el papa y, en lugar de vino, se sirvió zumo de hierbas como bebida, dice el cronista de Cîteaux. No se sirvió al papa y a sus seguidores un banquete festivo, sino una fiesta de virtudes. El mismo año, Bernardo estuvo otra vez al lado de Inocencio II, para quien era un oráculo, en el Concilio de Reims; y luego en Aquitania, donde consiguió de momento separar a Guillermo, Conde de Poitiers, de la causa de Anacleto.

En 1132, Bernardo acompañó a Inocencio II a Italia y en Cluny el papa abolió los derechos que Claraval pagaba a esa famosa abadía -- acción que dio lugar a una disputa entre los "Monjes Blancos" y los "Monjes Negros" durante veinte años. En el mes de mayo, el papa apoyado por la armada de Lotario entró en Roma, pero sintiéndose Lotario demasiado débil para resistir a los partidarios de Anacleto, se retiró tras los Alpes, e Inocencio solicitó refugio en Pisa en Septiembre de 1133. Entretanto el abad había vuelto a Francia en junio y continuó trabajando a favor de la paz que comenzó en 1130. A finales de 1134 hizo un segundo viaje a Aquitania, donde Guillermo X había recaído en el cisma. Éste hubiera muerto por sí solo si Guillermo hubiera estado desapegado de la causa de Gerardo, que había usurpado la Sede de Burdeos y retenido la de Angulema. Bernardo invitó a Guillermo a la misa que celebró en la iglesia de La Couldre. En el momento de la comunión, colocando la Sagrada Forma sobre la patena, fue a la puerta de la iglesia donde estaba Guillermo y, apuntando hacia la Sagrada Forma, conjuró al Duque a no menospreciar a Dios como hacía con sus sirvientes. Guillermo cedió y el cisma terminó. Bernardo marchó otra vez a Italia, donde Roger de Sicilia estaba tratando de apartar a los de Pisa de su obediencia a Inocencio. Recuperó a la ciudad de Milán para la obediencia, ya que había sido seducida y descarriada por el ambicioso prelado Anselmo, Arzobispo de Milán, recusó a éste y volvió finalmente a Claraval. Creyéndose al fin tranquilo en su claustro, Bernardo se dedicó, con renovado vigor, a la composición de sus piadosos y sabios trabajos, que le han merecido el titulo de "Doctor de la Iglesia". Ahora escribió sus sermones sobre el "Cantar de los Cantares ". En 1137 fue forzado de nuevo a abandonar su soledad, por orden del papa, para poner fin a la querella entre Lotario y Roger de Sicilia. En la conferencia de Palermo, Bernardo convenció a Roger sobre los derechos de Inocencio II y acalló a Pedro de Pisa que apoyaba a Anacleto. Éste murió apesadumbrado y decepcionado en 1138, y con él el cisma. De nuevo en Claraval, Bernardo se ocupó en enviar comunidades de monjes desde su atestado monasterio a Alemania, Suecia, Inglaterra, Irlanda, Portugal, Suiza e Italia. Algunas de ellas, por disposición de Inocencio II, tomaron posesión de la Abadía de las Tres Fuentes, cerca de Salvian Waters en Roma, de donde salió elegido el Papa Eugenio III. Bernardo resumió su comentario al "Cantar de los Cantares", asistió en 1139 al Segundo Concilio General de Letrán y Décimo Ecuménico, en el que fueron definitivamente condenados los aún partidarios del cisma. Por esta época, Bernardo recibió en Claraval la visita de San Malaquías, metropolitano de la Iglesia de Irlanda, creándose entre ellos una estrecha amistad. San Malaquías hubiera tomado con alegría el hábito cisterciense, pero el Soberano Pontífice no hubiera dado su permiso. Sin embargo murió en Claraval en 1148.

En el año 1140 encontramos a Bernardo comprometido en otros asuntos que perturbaron la paz de la Iglesia. A finales del siglo XI, las escuelas de filosofía y teología, apasionadas por los debates y espíritu de independencia que las arrastraron a controversias político-religiosas, se convirtieron en una verdadera liza pública sin otro motivo más que la ambición. Esta exaltación de la razón humana y del racionalismo encontraron un ardiente e influyente defensor en Abelardo, el más elocuente e instruido hombre de la época después de Bernardo. "La historia de las calamidades y la refutación de su doctrina por San Bernardo", dice Ratisbonne, "forman el mayor episodio del siglo XII ". El tratado de Abelardo sobre la Trinidad había sido condenado en 1121 y él mismo había quemado su libro. Pero en 1139 propugnó nuevos errores. Bernardo, informado de ello por Guillermo de San Thierry, escribió a Abelardo, quién le contestó de una manera insultante. Bernardo le denunció al papa, ocasionando un concilio general a celebrar en Sens. Abelardo pidió un debate público con Bernardo; éste mostró los errores de su oponente con tal claridad y lógica que fue incapaz de responder, y fue obligado a jubilarse tras ser condenado. El papa confirmó el dictamen del concilio, Abelardo se sometió sin resistencia y se retiró a Cluny, donde vivió bajo la autoridad de Pedro el Venerable, muriendo dos años después.

Inocencio II murió en 1143. Sus dos sucesores, Celestino II y Lucio, reinaron poco tiempo, y a continuación, Bernardo vio a uno de sus discípulos, Bernardo de Pisa, Abad de las Tres Fuentes y conocido después como Eugenio III, elevado a la Silla de San Pedro. Bernardo le envió, a petición suya, diversas instrucciones que componen el "Libro de Meditación ", cuya idea predominante es que la reforma de la Iglesia debe comenzar con la santidad de su cabeza. Los asuntos temporales son simplemente secundarios, los principales son la piedad, la meditación o consideración, que deben preceder a la acción. El libro contiene una hermosísima página sobre el papado, que ha sido siempre profundamente estimada por los soberanos pontífices, muchos de los cuales la usaron como lectura ordinaria.

Por entonces llegaron alarmantes noticias del Este. Edesa había caído en manos de los turcos, y Jerusalén y Antioquía estaban amenazadas con parecido desastre. Delegaciones de los obispos de Armenia solicitaron ayuda al papa y el rey de Francia también envió embajadores. El papa encomendó a Bernardo predicar una nueva Cruzada y concedió para ella las mismas indulgencias que Urbano II había otorgado a la primera. Se convocó un parlamento en Vezelay, Burgundia, en 1134, y Bernardo predicó antes de la asamblea. El rey Luis el Joven, la reina Leonor y los príncipes y señores presentes se postraron a los pies del Abad de Claraval para recibir la cruz. El santo se vio obligado a usar porciones de su hábito para hacer cruces con las que satisfacer el celo y ardor de la multitud, que deseaba tomar parte en la Cruzada. Bernardo se trasladó a Alemania y los milagros que se multiplicaban casi a cada paso contribuyeron indudablemente al éxito de la misión. El emperador Conrado y su nieto, Federico Barbarroja, recibieron la cruz de los peregrinos de manos de Bernardo, y el papa Eugenio fue en persona a Francia para alentar la empresa. Con motivo de esta visita se celebró un concilio en París, en 1147, en el que fueron examinados los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers. Él insinuó entre otros disparates que la esencia y los atributos de Dios no son Dios, que las propiedades de las Personas de la Trinidad no son las personas mismas, en resumen que la Naturaleza Divina no se ha encarnado. La discusión se acaloró por ambas partes. La decisión se pospuso para el concilio que tuvo lugar en Reims el año siguiente (1148) y en el cual Eon de l'Etoile era uno de los jueces. Bernardo fue elegido por el concilio para redactar una profesión de fe exactamente opuesta a la de Gilberto, quien por último declaró a los Padres: "Si creéis y afirmáis algo distinto que yo, estoy dispuesto a creer y decir lo que vosotros ". La consecuencia de esta declaración fue que el papa condenó las afirmaciones de Gilberto sin denunciarle personalmente. Después del concilio, el papa visitó Claraval donde celebró un Capitulo General de la Orden y advirtió la prosperidad de la que Bernardo era el alma.

Los últimos años de la vida de Bernardo se vieron entristecidos por el fracaso de la Cruzada que había predicado, cuya completa responsabilidad recayó sobre él. Él había acreditado la empresa con milagros, pero no había garantizado su éxito contra el extravío y perfidia de los que participaron en ella. La falta de disciplina y presunción de las tropas alemanas, las intrigas del príncipe de Antioquía y de la reina Leonor y, finalmente, la avaricia y evidente traición de los nobles cristianos de Siria, impidiendo la toma de Damasco, parecen haber sido la causa del desastre. Bernardo consideró su deber enviar una apología al papa, y ésta figura en la segunda parte del "Libro de Meditación". Allí explica como con los cruzados, al igual que con los hebreos, en cuyo favor el Señor había multiplicado sus prodigios, sus pecados fueron la causa de sus infortunios y desgracias. La muerte de sus contemporáneos sirvieron de aviso a Bernardo de su próximo fin. El primero en morir fue Suger (1152), sobre quien el Abad escribió a Eugenio III: "Si hay algún vaso precioso adornando el palacio del Rey de Reyes, es el alma del venerable Suger". Thibaud, Conde de Champagne, Conrado, emperador de Alemania, y su hijo Enrique, murieron el mismo año. Desde el comienzo del año 1153, Bernardo sintió aproximarse su muerte. El tránsito del papa Eugenio le dio el golpe fatal, al apartarle del que consideraba su mejor amigo y consolador. Bernardo murió a los sesenta y tres años, tras pasar cuarenta en el claustro. Fundó ciento sesenta y tres monasterios en diferentes partes de Europa; a su muerte alcanzaban los trescientos cuarenta y tres. Fue el primer monje cisterciense inscrito en el calendario de los santos y fue canonizado por Alejandro III el 18 de enero de 1174. El papa Pío VIII le concedió el titulo de Doctor de la Iglesia. Los cistercienses le honran como solo se honra a los fundadores de órdenes, por la maravillosa y extensa actividad que dio a la Orden de Cîteaux.

Las obras de San Bernardo son las siguientes:

"De Gradibus Superbiae", su primer tratado; "Homilías sobre el Evangelio 'Missus est'" (1120); "Apología a Guillermo de San Thierry", contra las pretensiones de los monjes de Cluny; "Sobre la conversión de los clérigos", libro dirigido a los jóvenes eclesiásticos de París (1122); "De Laudibus Novae Militiae", dirigido a Hughes de Payns, primer Gran Maestre y Prior de Jerusalén (1129). Esta obra es un elogio de la orden militar fundada en 1118 y una exhortación a los caballeros para conducirse con valor en su condición. "De amore Dei", donde San Bernardo muestra que la manera de amar a Dios es amarle sin medida, y da diferentes grados de este amor; "Libro de preceptos y gobierno " (1131), que contiene respuestas a cuestiones sobre ciertos puntos de la Regla de San Benito sobre las que el abad puede, o no, dispensar; "De Gratiâ et Libero Arbitrio", en la que prueba el dogma católico de la gracia y libre albedrío de acuerdo con los principios de San Agustín; "Libro de Meditación ", dirigido al papa Eugenio III; "De Officiis Episcoporum", dirigido a Enrique, Arzobispo de Sens. Sus sermones son también numerosos:

"Sobre el Salmo 90, 'Qui habitat'" (alrededor de 1125); "Sobre el Cantar de los Cantares ". San Bernardo explica, en ochenta y seis sermones, únicamente los dos primeros capítulos del Cantar de los Cantares y el primer verso del tercer capítulo. También sus ochenta y seis "Sermones para todo el año" y sus "Cartas" en número de 530. Se han encontrado entre sus obras muchas cartas, tratados, etc. que se le atribuyen falsamente, tales como "La Escala del Claustro " que es una obra de Guigues, Prior de La Gran Cartuja, las Meditaciones, la Edificación de la Casa Interior, etc.

M. GILDAS

Transcrito por Janet Grayson

Traducido por Miguel Villoria de Dios