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Viernes, 1 de noviembre de 2024

San Antonio de Padua

De Enciclopedia Católica

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Taumaturgo Franciscano nacido en Lisboa en 1195 y muerto en Vercelli el 13 de Junio de 1231. Fue bautizado con el nombre de Fernando.
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Escritores del siglo quince afirman que su padre fue Martin Bouillon, descendiente del renombrado Godofredo de Bouillon, comandante de la primera cruzada y su madre, Teresa Tavejra era descendiente de Froilán I, cuarto rey de Asturias. Desafortunadamente, su genealogía es incierta. Todo lo que sabemos de sus padres es que eran nobles, poderosos y temerosos de Dios y cuando Fernando nació, ambos eran jóvenes y vivían cerca de la Catedral de Lisboa.
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Habiendo sido educado en la escuela de la Catedral, Fernando, a los quince años, ingresó en 1210 a los Canónigos Regulares de San Agustín en el convento de San Vicente, fuera de los muros de la ciudad . Dos años mas tarde, para evitar ser distraído por amigos y familiares, quienes frecuentemente venían a visitarlo, se fue con permiso de su superior al Convento de Santa Croce en Coimbra en 1212, donde permaneció por ocho años, ocupando su tiempo principalmente con el estudio y la oración. Dotado de un gran entendimiento y una memoria prodigiosa, pronto encontró en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres un tesoro de conocimiento teológico.
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En 1220, habiendo visto transportar a la Iglesia de Santa Croce los restos de los primeros mártires franciscanos, quienes habían muerto en Marruecos el 16 de Enero de ése mismo año, se sintió inflamado con el deseo del martirio y decidió ingresar con los Frailes Menores para así poder predicar la Fe a los sarracenos y sufrir por amor a Cristo. Habiéndole confesado su intención a algunos de los hermanos del convento de Olivares (cerca de Coimbra), quienes fueron a suplicar al Abad de los Canónigos Regulares, recibió de sus manos el hábito Franciscano en el mismo convento de Santa Croce. Así Fernando dejó a los Canónigos Regulares de San Agustín para incorporarse a la órden de Frailes Menores, adoptando el nuevo nombre de Antonio, nombre que también adoptó en el Convento de Olivares.
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]Al poco tiempo de haber ingresado a la Orden, Antonio salió para Marruecos, pero decaído por una severa enfermedad que lo afecto durante todo el invierno, le ordenaron zarpar hacia Portugal en la Primavera siguiente (1221). Su barco, sin embargo, fue atacado por una violenta tormenta y llevado a la costa de Sicilia, donde Antonio permaneció por algún tiempo, mientras se recuperaba su salud. Habiendo oído de los frailes de Messina que un capítulo general tendría lugar en Asís el 30 de Mayo, decidió viajar, llegando a tiempo para tomar parte en él. Finalizado el capítulo, Antonio permaneció completamente ignorado.
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"No dijo una sola palabra acerca de sus estudios", escribe su más antiguo biógrafo, "ni de ninguno de los servicios que había desempeñado; su único deseo era seguir a Jesucristo crucificado". De acuerdo a esto, pidió al Padre Graciano, Provincial de Cóimbra, un lugar donde pudiese vivir en soledad y penitencia y poder introducirse mas profundamente en el espíritu y la disciplina de la vida franciscana. El Padre Graciano se encontraba en la necesidad de un sacerdote para la ermita de Montepaolo (cerca de Forli), así pues envió ahí a Antonio para que pudiera celebrar la Misa para los hermanos no sacerdotes.
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Mientras Antonio vivía retirado en Montepaolo, sucedió que un día cierto número de frailes franciscanos y dominicos fueron enviados juntos a Forli para su ordenación. Antonio se encontraba presente, pero simplemente como acompañante del Provincial. Cuando fue hora de la ordenación, descubrieron que no había ningún predicador designado. El superior primero preguntó a los dominicos si entre ellos habría alguien que dirigiese algunas palabras a los hermanos reunidos; pero todos declinaron indicando que ninguno estaba preparado. En la emergencia escogieron a Antonio, de quien creían que sólo era capaz de leer el Misal y el Breviario, y le ordenaron hablar lo que el espíritu de Dios pusiera en su boca. Antonio accedió por obediencia, hablando al principio tímida y lentamente, pero pronto exaltado por el fervor, empezó a explicar el sentido mas oculto de las Sagradas Escrituras con tan profunda erudición y sublime doctrina que todos los presentes quedaron atónitos. A partir de ése momento empezó la carrera pública de Antonio.
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San Francisco, informado del conocimiento de Antonio, le escribió la siguiente carta para enseñar teología a los hermanos:

Al Hermano Antonio, mi obispo (i.e. maestro de ciencias Sagradas), el Hermano Francisco envía sus saludos. Es un placer para mi que vos enseñéis teología a los hermanos, entendiendo, sin embargo, como se encuentra expresado en la Regla, el espíritu de oración y devoción no debe extinguirse. Hasta pronto. (1224)

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Antes de iniciar la instrucción, Antonio fue por algún tiempo a Vercelli para conversar con el famoso Abad Tomas Gallo; luego fue a enseñar con éxito en Bolonia y Montpellier en 1224 y posteriormente e Toulouse. Sin embargo no ha quedado nada de sus cátedras; los documentos primitivos, así como los legendarios, mantienen completo silencio en éste punto. Sin embargo, estudiando sus trabajos, podemos formarnos nosotros mismos una idea suficiente del carácter de su doctrina; una doctrina, la cual, dejando de lado cualquier especulación árida, prefiere un carácter enteramente seráfico, acorde con el espíritu y el ideal de San Francisco.
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Fue como orador, sin embargo, mas que como maestro, que Antonio cosechó sus máximos frutos. Poseía en alto grado, las cualidades que caracterizan al predicador elocuente: una voz clara y fuerte, talante imponente, memoria prodigiosa y un profundo conocimiento, a lo cual le fue añadido desde lo alto el espíritu de profecía y un extraordinario don de milagros. Con celo apostólico, tomó a su cargo reformar la moralidad de su tiempo combatiendo de forma especial los vicios del lujo, avaricia y tiranía. El fruto de sus sermones fue, entonces, tan admirable como su misma elocuencia. No fue menos ferviente en la extinción de la herejía, sobre todo la de los cátaros y los patarinos, quienes infestaron l centro y norte de Italia, y probablemente también aquella de los albigenses en el sur de Francia, aunque no existen documentos que lo confirmen. Entre los muchos milagros, con que San Antonio consiguió la conversión de herejes, los tres mas mencionados por sus biógrafos son los siguientes:
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El primero es el de un caballo, al cual habiéndolo dejado sin comer por tres días, rehusó la avena puesta enfrente de el, hasta que se hubo arrodillado para adorar al Santísimo Sacramento, el cual era sostenido por San Antonio. Las narraciones del siglo 14 cuentan que este milagro ocurrió en Toulouse, en Wadding o en Brujas, la realidad, sin embargo es que ocurrió en Rimini.
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El segundo milagro importante es aquel que sucedió cuando algunos herejes italianos le dieron comida envenenada, la cual se desintoxicó al hacer él el signo de la Cruz. El tercer milagro digno de mencionar es el del famoso sermón a los peces en el banco del río Brenta, vecino a Padua.
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El celo con el que San Antonio luchó contra la herejía, y las muchas conversiones que logró, le hicieron merecedor del título glorioso de "Malleus hereticorum" (Martillo de los herejes). Aunque sus predicaciones estuvieron sazonadas siempre con la sal de la discreción, San Antonio habló abiertamente a todos, tanto al rico como al pobre, al pueblo y a las autoridades. En un sínodo en Burgos y en la presencia de muchos prelados, reprendió al Arzobispo, Simon de Sully tan severamente que logró arrepentimiento y enmienda verdaderos.

Después de haber sido tutor en Le-Puy (1224), encontramos a Antonio en el año de 1226, como Provincial en la provincia de Limousin. Los milagros mas auténticos de ése periodo son:

Predicando una noche de Jueves Santo en la Iglesia de St. Pierre du Queriox en Limoges, recordó que tenía que cantar una Lectura del Oficio Divino. Interrumpiendo súbitamente su discurso, se apareció en ese mismo momento entre los frailes del coro para cantar su parte, después de lo cual continuó su predicación.

Otro día predicando en la Plaza des Creux des Arenes an Limoges, milagrosamente protegió a su audiencia de la lluvia.

En St. Junien durante el sermón, predijo que por obra del demonio el púlpito se vendría abajo, pero que todos permanecerían sanos y salvos. Y así sucedió; mientras estaba predicando, el púlpito se derrumbó, pero nadie se lastimó; ni siquiera el santo mismo.

En un monasterio de Benedictinos, donde cayó enfermo, libró por medio de su túnica a uno de los monjes de grandes tentaciones. Igualmente, soplando en la cara de un novicio (a quien él mismo había recibido en la orden), le confirmó la vocación. En Brive, donde fundó un convento, preservó de la lluvia a la dama de compañía de una benefactora quien había llevado verduras a los hermanos para su frugal alimento.

Concerniente a la celebrada y conocida aparición del Niño Jesús a nuestro santo, los escritores franceses sostienen que sucedió en la provincia de Limousin en el castillo de Chateauneuf-la-Forêt, entre Limoges y Eymoutiers, mientras que los biógrafos italianos sitúan el lugar en Camposanpiero, cerca de Padua. Los documentos existentes, sin embargo, no deciden la cuestión. Tenemos mas certeza correspondiente a la aparición de San Francisco a San Antonio en el Capítulo Provincial de Arles, donde éste se encontraba predicando sobre los misterios de la Cruz.

Después de la muerte de San Francisco, el 3 de Octubre de 1226, Antonio regresó a Italia. Sus pasos los llevaron por Provencia en donde sucedió el siguiente milagro: Fatigado por el viaje, él y su acompañante entraron en la casa de una pobre mujer, quien les ofreció pan y vino. Ella olvidó cerrar la llave del barril, y luego el acompañante del Santo rompió su vaso. Antonio comenzó a orar y repentinamente el vaso estaba entero y el barril lleno de vino nuevamente.

Poco después de su regreso a Italia, Antonio fue electo Ministro Provincial de Emilia, pero para poder dedicar mas tiempo a predicar, renunció a éste cargo en el Capítulo General de Asís el 30 de Mayo de 1230 y se retiró al convento de Padua, que él mismo había fundado. La última Cuaresma en que predicó fue la de 1231; la multitud que llegaba de todas partes para escucharle, frecuentemente alcanzaba los 30,000 y más. Sus últimos sermones fueron dedicados principalmente contra la herejía y la enemistad, y sus esfuerzos fueron coronados con maravillosos éxitos. Sucedieron reconciliaciones permanentes, se reestablecieron la paz y la concordia, fueron liberados deudores y otros prisioneros, llevadas a cabo restituciones y enormes escándalos reparados; de hecho, los sacerdotes de Padua ya no eran suficientes para el número de penitentes, y muchos de éstos declaraban haber sido advertidos por visiones celestiales y enviados a San Antonio, para ser guiados por sus consejos. Otros, después de la muerte del santo, decían que se les había aparecido en sueños, enviándolos a confesarse.

También en Padua sucedió el famosos milagro del pie amputado, el cual los escritores franciscanos atribuyen a San Antonio. Un joven, llamado Leonardo, en un arranque de ira, pateó a su propia madre. Arrepentido, le confesó su falta a San Antonio quien le dijo: "El pie de aquel que patea a su propia madre, merece ser cortado." Leonardo corrió a casa y se cortó el pie. Enterado de esto, San Antonio tomó el miembro amputado del joven y milagrosamente lo reunió al cuerpo.

Debido a los esfuerzos de San Antonio, la Municipalidad de Padua, el 15 de Marzo de 1231, aprobó una ley a favor de deudores que no pudiesen pagar sus deudas. Una copia de ésta ley se conserva en el museo de Padua. Debido a esto y al siguiente incidente, la importancia civil y religiosa del Santo en el siglo trece es perfectamente entendible. En 1230, mientras la guerra era encarnizada en Lombardía, San Antonio se encaminó a Verona a solicitar del feroz Ezzelino la libertad de los prisioneros güelfos. Una leyenda apócrifa relata que el tirano se humilló ante el Santo y le concedió su solicitud. No sucedió así, pero lo que importa, aún si falló en su intento; es que nunca dudó en arriesgar su propia vida por el bien de aquellos oprimidos por la tiranía, y así mostró su amor y simpatía por la gente. Invitado a predicar en el funeral de un usurero, tomó para su sermón las palabras del Evangelio: "Donde está mi tesoro, ahí está mi corazón." Durante el sermón, dijo: "Este hombre rico está muerto y enterrado en el infierno; pero vayan a sus tesoros y ahí encontrarán su corazón." Los parientes y amigos del muerto, guiados por la curiosidad, siguiendo esa instrucción, encontraron el corazón, aún tibio, entre las monedas. Así pues, el triunfo de la carrera misionera de San Antonio se manifiesta no solo en su santidad y sus numerosos milagros, sino también en la popularidad y temática de sus sermones, dado que tuvo que pelear contra los vicios mas obstinados de lujos, avaricia y tiranía.

Al final de la Cuaresma de 1231, Antonio se retiró a Composanpiero, vecino a Padua, donde después de poco tiempo fue afectado por una enfermedad grave. Transferido a Vercelli y fortalecido por la aparición de Nuestro Señor, murió a la edad de treinta y seis años el 13 de Junio de 1231. Había vivido quince años con sus padres, diez como Canónigo Regular de San Agustín y once años en la Orden de Frailes Menores.

Inmediatamente después de su muerte se apareció en Vercelli al Abad, Thomas Gallo, y su muerte también fue anunciada a los habitantes de Padua por un grupo de niños que gritaban: "¡El Padre Santo ha muerto; San Antonio ha muerto!" Gregorio IX, persuadido firmemente de su santidad por los numerosos milagros que había conseguido, lo inscribió a un año de su muerte (en Pentecostés, 30 de Mayo de 1232), en el catálogo de los santos de la Catedral de Espoleto. En la Bula de canonización, declaró que había conocido personalmente al santo, y se sabe que el mismo pontífice, habiendo oído uno de sus sermones en Roma e impactado por su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, lo llamó "Arca de la Alianza". La validez de éste título está también mostrada por sus múltiples trabajos: "Expositio in Psalmos", escrito en Montpellier en 1224; los "Sermones de tempore" y los "Sermones de Sanctis", escritos en Padua entre 1229 y 1230.

El nombre de Antonio fue celebrado por todo el mundo y con él, el nombre de Padua. Los habitantes de ésa ciudad erigieron en su memoria un magnífico templo, a donde sus preciosas reliquias fueron trasladadas en 1263, en presencia de San Buenaventura, Ministro General en ese tiempo. Cuando la urna en donde por treinta años había descansado su cuerpo fue abierto, todo su cuerpo estaba reducido a polvo excepto la lengua incorrupta, fresca y de un vivo color rojo. San Buenaventura contemplando ésta maravilla, tomó la lengua afectuosamente entre sus manos y la besó, exclamando: "Oh Bendita Lengua que siempre oró al Señor, e hizo a otros alabarle, ahora es evidente cuán grande mérito tiene ante Dios."

La fama de los milagros de San Antonio nunca ha disminuido, y aún en la actualidad es reconocido como el más grande taumaturgo de todos los tiempos. Es especialmente invocado para recuperar las cosas perdidas, como está expresado en el famoso responsorio del Fraile Julian of Spires:

Si quaeris miracula . . . . . . resque perditas.

Sin duda su gran popularidad ha tendido a obscurecer un tanto su personalidad. Si creyésemos las conclusiones de críticos recientes, algunos de los biógrafos del Santo, con el fin de descubrir la demanda siempre creciente para las maravillas demostradas por sus devotos clientes, y comparadamente despreciable con las características históricas de su vida, se han dedicado a la tarea de escribir los milagros póstumos conseguidos por su intercesión. No hay necesidad de sorprenderse, encontrar varios de sus milagros que puedan ser vistos por la mente moderna como triviales o increíbles ocupando mucho espacio en las primitivas biografías de San Antonio. Puede ser verdad que algunos de los milagros atribuidos a su intercesión sean legendarios, pero otros nos llegan con tal autoridad que es imposible ya sea eliminarlos o explicarlos de manera a priori sin violentar los hechos de la historia.

NICOLAUS DAL-GAL

Traducido por Antonio Hernández Baca

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger