Jerusalén (71 - 1099)
De Enciclopedia Católica
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Hasta la época de Constantino (71 – 312 d.C.)
Cuando Tito tomó Jerusalén (abril – septiembre, 70 d.C.) ordenó a sus soldados destruir la ciudad (Josefo, “De bello Jud.”, VI, ix). Sólo salvaron las tres grande torres al norte del palacio de Herodes (Hipicus, Fasael, Mariamne) y la pared occidental. Pocos judíos sobrevivieron. La Décima Legión Romana retuvo la parte superior de la ciudad y el castillo de Herodes como fortaleza; Josefo dice que Tito se apropió de los campos alrededor para sus solados (“Vita”, 76). La presencia de estos paganos repelería naturalmente a los judíos, aunque en este periodo no había leyes en contra de su presencia en Jerusalén. Los rabinos judíos se reunieron en Jabne (o Jamnia, actualmente Jebna) en el valle, al noroeste de la ciudad, a dos horas de Ramla.
Mientras tanto, la comunidad cristiana había huido a Pel-la en Perea, al este del Jordán (sureste de Jenin), antes de que comenzara el sitio. Los cristianos eran casi todos conversos del judaísmo (Eusebio, “Hist. Ecl.”. IV, v). Después de la destrucción regresaron y se congregaron en la casa de Juan Marcos y su madre María, donde se habían encontrado antes (Hch. 12,12, ss.) Aparentemente fue en esta casa donde estaba el Cuarto Superior, donde se celebró la Última Cena y donde se realizó la asamblea de Pentecostés. Epifanio (m. 403) dice que cuando el Emperador Adriano llegó a Jerusalén en el 130 encontró el Templo y toda la ciudad destruida salvo algunas casas, entre las cuales aquella en donde los Apóstoles habían recibido al Espíritu Santo. Esta casa, dice Epifanio, está “en aquella parte de Sión que se salvó cuando la ciudad fue destruida” – es decir en la “parte superior” (“De mens. Et pond.”, cap. XIV). Desde los tiempos de Cirilo de Jerusalén, quien habla de “la Iglesia superior de los Apóstoles, donde el Espíritu Santo bajó sobre ellos” (Catech., ii, 6; P. G., XXXIII), existen abundantes testigos del lugar. Una gran basílica fue construida sobre el terreno en el siglo cuarto; los cruzados construyeron otra iglesia cuando la antigua fue destruida por Hakim en el 1010. Es el famoso Coenaculum o Cenáculo – actualmente una capilla musulmana – cerca de la Puerta de David, y se supone que es la tumba de David (Nebi Daud). Durante los primeros siglos del cristianismo la iglesia en este lugar fue el centro de la cristiandad en Jerusalén, “Santa y gloriosa Sión, madre de todas las iglesias” (Intercesión en “La Liturgia de Santiago”, ed. Brightman, p. 54). Ciertamente, ningún lugar de la cristiandad puede ser más venerado que el sitio de la Última Cena, el cual se convirtió en la primera iglesia cristiana. El uso constante del nombre Sión para el Cenáculo ha llevado a considerables discusiones en cuanto a la topografía de Jerusalén. Muchos escritores concluyen que está en el Monte Sión, el cual sería por lo tanto la colina suroeste de la ciudad (Meistermann, "Nouveau Guide de Terre Sainte", Paris, 1907, p. 121, plan). Otros (Baedeker, "Palaestina u. Syrien", 6th ed., 1904, p. 27) oponen a esta tradición la fuerza de los pasajes del Antiguo Testamento que claramente distinguen Sión de Jerusalén y afirman que el Señor habita en Sión y que el palacio del rey está allí (Is. 10,,12; 8,18; Joel 3,21; etc.). De tal manera que Sión sería la colina al occidente, el lugar del Templo y del palacio de David. Fue más tarde que el nombre de Sión comenzó a utilizarse para toda Jerusalén. Josefo nunca lo utiliza; ya en el Antiguo Testamento el camino estaba preparado para su uso extendido. Jerusalén es la “hija de Sión” (Jr., vi, 2, etc.). Todos sus habitantes sin distinción son “Sión” (Zac, 2,7, etc.). En los primeros años de la cristiandad Sión parece haber perdido su significado, en el sentido de una determinada colina, para convertirse simplemente en otro nombre para Jerusalén. Naturalmente ellos llamaron su centro allí por el nombre de la ciudad, aunque no se encontraba en el Monte Sión original. La peregrina Eteria (Silvia), a finales del siglo cuarto, siempre habla del Cenáculo como Sión, de la misma manera que el Santo Sepulcro siempre es Anástasis.
Desde el cenáculo los primeros obispos cristianos regían la Iglesia de Jerusalén. Todos eran conversos del judaísmo, como lo eran también sus compañeros. Eusebio (Hist. Ecl., IV, v) da la lista de estos obispos. De acuerdo con la tradición universal, el primero fue el Apóstol Santiago el Menor, el “hermano del Señor”. Su lugar predominante y de residencia en la ciudad está implícito en Ga., i, 19. Eusebio dice que él fue nombrado obispo por san Pedro, Santiago (el Mayor), y Juan (II,I). Naturalmente los otros Apóstoles cuando estaban en Jerusalén compartían el gobierno con él. (Hch. 15,6, etc.; Eus., “Hist. Ecl.”, II, xxiii). Fue lanzado por los judíos desde una roca y luego lapidado hasta morir cerca del año 63 (Eus., ib.; Josefo, "Antiq. Jud.", XX, IX, 1; ed. cit., p. 786). Después de su muerte los Apóstoles sobrevivientes y otros discípulos que estaban en Jerusalén escogieron a Simeón, el hijo de Cleofás (también llamado hermano de Nuestro Señor, Mt. 13,55), como su sucesor. Él era el obispo en la época de la destrucción (70) y probablemente fue a Pel-la con los otros. Cerca del año 106 o 107 fue crucificado bajo Trajano (Eus., "Hist. Ecl.", III, XXXII). La línea de obispos de Jerusalén continuó como sigue:
Judas (Justo), 107-113; Zaqueo o Zacarías: Tobías; Benjamín; Juan; Matías (m. 120); Felipe (murió c. 124); Séneca; Justo; Leví; Efraín; José; Judas Quiríaco (m. entre 134-148).
Todos ellos eran judíos (Eus., "Hist., Eccl.", IV, v). Fue durante el episcopado de Judas Quiríaco que ocurrió la segunda gran calamidad, la revuelta de Barcokebas y la destrucción final de la ciudad. Incitados por la tiranía de los romanos, por la reconstrucción de Jerusalén como colonia romana y el establecimiento de un altar a Júpiter en el lugar del Templo, los judíos se lanzaron a una desesperanzada rebelión liderados por el famoso falso Mesías Barcokebas cerca del año 132.
Durante esta rebelión él persiguió a los judíos cristianos, quienes naturalmente se negaron a reconocerlo (Eus., "Cron.", por el decimoséptimo año de Adriano). El Emperador Adriano sofocó la rebelión, después de un sitio que duró un año, en 135. Como resultado de esta última guerra todo el vecindario de la ciudad se convirtió en un desierto. Sobre las ruinas de Jerusalén se construyó una nueva ciudad, llamada Aelia Capitolina (Aelius era uno de los nombres de Adriano), y un templo a Júpiter Capitolino fue edificado en el Monte Moira. A ningún judío (por lo tanto a ningún judío cristiano) se le permitió la entrada a la ciudad bajo pena de muerte. Esto trajo un cambio completo en las circunstancias de la Iglesia de Jerusalén. La vieja comunidad judeocristiana llegó a su fin. En su lugar se formó una Iglesia de cristianos gentiles, con obispos gentiles, quienes dependían mucho menos de las memorias sagradas de la ciudad. De ahí que la Iglesia de Jerusalén, por algunos siglos, no tomó el lugar entre la jerarquía de las sedes que podríamos esperar. AElia era un pueblo sin importancia en el imperio; el gobernador de la provincia residía en Cesarea, en Palestina. El uso del nombre AElia entre los cristianos de esa época marca la insignificancia de la pequeña iglesia gentil, mientras que la restauración del viejo nombre de Jerusalén, tiempo después, marca el renacimiento de su dignidad.
Tan tarde como el años 325 (Nicea I, can. vii) la ciudad es llamada todavía tan sólo AElia. El nombre permaneció entre los árabes en la forma de Ilia hasta muy entrada la Edad Media. Como el rango de las diferentes sedes era arreglado gradualmente de acuerdo a las divisiones del imperio, Cesarea se convirtió en la sede metropolitana; el Obispo de Aelia era simplemente uno de sus sufragáneos.
Los obispos desde el sitio bajo Adriano (135) hasta Constantino (312) fueron:
Casiano; Publio; Máximo; Julián; Cayo; Símaco; Cayo II; Julián II, (ordenado en 168); Cápito (m. 185); Máximo II; Antonio; Valentín; Doliquiano (m. 185); Narciso (Eus., "Hist. Ecl.", V, xii)
Narciso fue un hombre famoso por sus virtudes y milagros, pero odiado por ciertas personas viciosas de la ciudad que temían su severidad. Lo acusaron de diferentes crímenes y él, en nombre de la paz, se retiró a un lugar desconocido (Eus., "Hist. Ecl.", VI, ix). Los obispos vecinos, al no volver a oír nada de él, procedieron a elegir y a consagrar a Dius como su sucesor. Dius fue sucedido por Germanión y Gordius. Luego, repentinamente, Narciso reapareció, un anciano de 110 años. Los otros obispos lo persuadieron para que volviera a ocupar su cargo como obispo. Muy viejo para hacer cualquier cosa diferente de orar por su pueblo, nombró como su coadjutor a un obispo capadocio, Alejandro, quien había llegado en peregrinación a Jerusalén. De esta manera, Alejandro se convirtió prácticamente en obispo diocesano aún antes de la muerte de Narciso en 212. Alejandro fue amigo de Orígenes y fundó una biblioteca que Eusebio utilizó para su “Historia” (VI, x). Murió en prisión durante la persecución de Decio (250). Luego siguieron:
Mazabanes o Megabezes (m. 266); Himeneo (m. 298); Zabdas; Hermón (m. 311); Macario (m. 333)
Constantino y los Lugares Santos (312-337)
Durante el episcopado de Macario un gran cambio llegó a todo el imperio que incidentalmente afectó la Sede de Jerusalén de manera profunda. La Fe cristiana fue reconocida como una religión lícita y la Iglesia se convirtió en una sociedad reconocida (Edicto de Milán, Enero, 313). A la muerte de Constantino (337) el cristianismo se había convertido en la religión de la Corte y el Gobierno. Como resultado natural la Fe se esparció rápidamente por todas partes. La misma generación que había visto la persecución de Diocleciano ahora veía al cristianismo como la religión dominante y al viejo paganismo reducido gradualmente a aldeas del campo y pueblos aislados. Hubo entonces un gran movimiento de organización entre los cristianos; las iglesias se construyeron en todas partes. Un resultado posterior de la libertad y el dominio de la cristiandad fue el resurgimiento del entusiasmo por los santos lugares donde la nueva religión había nacido, donde habían tenido lugar los eventos acerca de los que ahora todos habían leído u oído en sermones. Ya en el siglo cuarto comenzaron aquellas grandes olas de peregrinaciones a Tierra Santa que han continuado desde entonces. Fue en el siglo cuarto cuando el peregrino de Burdeos y Eteria hicieron sus famosos viajes (Peregrinatio Silviae). San Jerónimo (m. 420) dice que en su época los peregrinos llegaban a Tierra Santa de todas partes del mundo, aún de la distante Bretaña (Ep. XLIV ad Paulam; LXXXIV, ad Oceanum). También llegó un gran número de monjes de Egipto y Libia y se estableció en el desierto cerca del Jordán. Esto llevó a un incrementado respeto por el obispo que gobernaba sobre los lugares donde Cristo había vivido y muerto. Estos peregrinos, a su llegada, se encontraban bajo su jurisdicción; tomaron parte en los sacrificios de su iglesia y animosamente siguieron los ritos que se realizaban en el Monte de los Olivos, el Cenáculo y el Santo Sepulcro. El cuidadoso relato de Eteria acerca de todo lo que vio en las iglesias de Jerusalén durante la Pascua es típico de ese interés. Cuando los peregrinos regresaron a casa y le contaron a sus amigos acerca de los servicios que habían visto en los lugares más sagrados de la cristiandad y comenzaron a imitarlos en sus propias iglesias. De esta manera un gran número de nuestras bien conocidas ceremonias (el Domingo de Ramos, más tarde el Vía Crucis, etc.) fueron originalmente imitaciones de los ritos locales en Jerusalén. Todo esto no podía fallar en traerle al obispo local un avance en el rango. Desde la liberación de la Iglesia y su desarrollo fue inevitable que cambiara el Obispo de AElia de simple sufragáneo de Cesarea, a gran “Patriarca de la Ciudad Santa de Jerusalén y de toda la Tierra Prometida”.
A la vez, otro de los descubrimientos de estas peregrinaciones fue el de los Santos Lugares. Naturalmente, cuando los peregrinos llegaron querían ver los verdaderos puntos donde habían ocurrido los eventos acerca de los cuales habían leído en los Evangelios. También, lógicamente, cada uno de estos lugares, cuando se conocían o eran supuestos, se convirtió en un santuario con una iglesia construida sobre él. De estos santuarios los más famosos son aquellos construidos por Constantino y su madre santa Helena. Cuando santa Helena, en su año octavo (326-327) llegó en peregrinación, hizo construir iglesias en Belén y sobre el Monte de los Olivos.
Constantino construyó la famosa iglesia del Santo Sepulcro (Anástasis). Eusebio (Vita Constantine, III, xxvi) dice que el lugar del Calvario, alrededor del año 326, estaba cubierto con polvo y basura; sobre él había un templo a Venus. El Emperador Adriano había construido una gran terraza alrededor del lugar encerrada en un muro, sobre esta había plantado un bosque para Júpiter y Venus (ver san Jerónimo. Ep. 58). Cuando llegó santa Helena y le mostraron el lugar, ella decidió restaurarlo como santuario cristiano. Por orden del emperador todos los soldados de la guarnición fueron empleados en limpiar el templo, el bosque y la terraza. Debajo encontraron el Gólgota y la tumba de nuestro Señor. Constantino le escribió al Obispo Macario diciéndole: “no tengo nada más en mi corazón que adornar con el debido esplendor ese lugar sagrado”, etc. (Vita Const., III, xxx). Dos grandes edificaciones fueron erigidas en este punto una cerca de la otra. Al oeste la roca que contenía la tumba tallada, dejándola como un pequeño altar o capilla colocado sobre el suelo. Sobre ella se construyó una iglesia circular cubierta por un domo. Esta es la Anástasis, la cual todavía tiene la forma de una rotonda con domo y que contiene el Santo Sepulcro en la mitad. Muy cerca, al este, estaba una gran basílica con el ábside hacia la Anástasis, una nave larga y cuatro naves laterales separadas por filas de columnas. Encima de las naves había galerías; todo el conjunto estaba cubierto por un techo de dos agujas. Alrededor del ábside había doce columnas coronadas con plata, al este había un nártex, tres puertas y una columnata enfrente de la entrada. Esta basílica era el Martirium; cubría el suelo ahora ocupado en parte por el Katolikon y la capilla de santa Helena. Eteria habla de ella como “la gran iglesia que es llamada el Martirium” (Per. Silv., ed. Cit., p. 38). Debajo de ella estaba la cripta de la Exaltación de la Cruz. El Monte Calvario no estaba adjunto a la basílica. Estaba justo al sureste del ábside. Eteria siempre distingue tres santuarios, Anástasis, Cruz y Martirium. El lugar de la Cruz (Calvario) estaba en su época abierto al cielo y rodeado por una balaustrada de plata (op. cit., p 43). La gente subía a ella por unas escaleras (Eus., "Vita Const.", III, xxi-xl). Más tarde en el siglo quinto santa Melania la Joven (439), una mujer romana que llegó a Jerusalén con su esposo, Piniano, donde ambos ingresaron a órdenes religiosas, construyó una pequeña capilla en el lugar de la Crucifixión. Estos edificios fueron destruidos por los persas en 614. No es posible entrar allí debido a la interminable discusión que todavía se lleva a cabo acerca de la autenticidad de este santuario. La primera cuestión que surge está relacionada con el lugar del muro de Jerusalén en tiempos de Cristo. Es verdad que Él fue crucificado fuera de la muralla de la ciudad. Ninguna ejecución tenía lugar dentro de la ciudad (Mt. 27,33; Jn. 19,17; Hb. 13,12, etc.). Si entonces se pudiera mostrar que el sitio tradicional estaba dentro del muro (el segundo muro construido por Nehemías) se probaría que es falso. Es, sin embargo, muy cierto que todos los intentos para probar esto han fallado. Por el contrario, Conder encontró otras tumbas contemporáneas cerca del Santo Sepulcro tradicional, las cuales muestran que estaban fuera de la ciudad, ya que los judíos nunca enterraban dentro de sus pueblos. Suponiendo que esto fuera posible, tenemos esta cadena de evidencia: si Adriano realmente construyó su templo de Venus intencionalmente en el lugar, la autenticidad está probada.
La basílica de Constantino se erigió donde estaba ese templo; que la iglesia actual fue construida en el lugar donde estaba la basílica de Constantino no es puesto en duda por nadie. Varios escritores (como Eusebio, op. cit.) del siglo cuarto describen el templo como construido en el lugar del Calvario para detener su veneración por los cristianos, de la misma manera que el templo de Júpiter fue construido donde se encontraba el Templo de los judíos. Hemos visto que una invariable comunidad cristiana vivió en Jerusalén a los largo del tiempo de Adriano (revuelta de Barcokebas) Sería extraño si ellos no hubiesen recordado el lugar de la Crucifixión y no lo hubieran reverenciado. La analogía de la profanación del Templo por Adriano no deja ninguna dificultad con relación a una profanación similar del santuario cristiano. La teoría de Fergusson, quien pensaba que la cueva bajo el Qubbet-es-Sachra, en el lugar del Templo, era el Santo Sepulcro de la época de Constantino, y el sitio de Conder y Gordon afuera de la Puerta de damasco (Conder, "The City of Jerusalem", London, 1909, pp. 151-158) difícilmente merecen mención. Con el hallazgo del Santo Sepulcro y la construcción de la Anástasis y el Martirión está conectada la historia de la Exaltación de la Santa Cruz. Como lo cuenta Rufino (Hist. Eccl. X, VIII, P. L. XXI, 477 – cerca del año 402), Paulino de Nola (Ep. XXI, v; P. L. LXI, 329; A.D. 403) y otros. Cuando los soldados estaban removiendo la vieja balaustrada y excavando el Santo Sepulcro encontraron al este de la tumba tres cruces con la inscripción separada de ellas. El Obispo Macario descubrió cuál era la Cruz de nuestro Señor al colocar cada una de ellas en una mujer enferma. La Tercera Cruz la sanó milagrosamente (ver las enseñanzas del segundo nocturno de la fiesta, 3 de mayo). Paulino (op. cit.) añade que un hombre muerto fue vuelto a la vida por la Cruz de Cristo.
La fama de los grandes santuarios, Anástasis y Martirión, comenzó entonces a eclipsar la del Cenáculo. Desde esta época el Obispo de Jerusalén celebraba la mayoría de las funciones solemnes en el Martirión. Pero Constantino tenía una nueva “Iglesia de los Apóstoles” construida sobre el Cenáculo. Otros santuarios que van al menos hasta su época son el lugar de la Ascensión en la cima del Monte de los Olivos, donde construyó una iglesia, y la todavía existente magnífica basílica de Belén.
El Patriarcado (325-451)
Desde el tiempo de Constantino comenzó entonces el avance de la Sede de Jerusalén. El primer Concilio General (Nicea I, 325) decidió reconocer la dignidad única de la Ciudad Santa sin inquietar su dependencia canónica de la metrópolis, Cesarea. De esta manera, el séptimo canon declara: “ya que la costumbre y la tradición antigua han hecho que el obispo de AElia sea honrado, que tenga la sucesión de honor (echeto ten akolouthian tes times) salvando, sin embargo, el derecho doméstico de la metrópolis (te metropolei sozomenou tou oikeiou axiomatos)". El canon está en el “Decretum” de Graciano, dist. 65, vii. La “sucesión de honor” significa un lugar especial de honor, una precedencia honorífica inmediatamente después de los Patriarcas (de Roma, Alejandría, Antioquía); pero esto sin interferir con los derechos metropolitanos de Cesarea en Palestina. La situación de un obispo sufragáneo que tiene precedencia sobre su metropolitano era anómala y obviamente no podía durar. Los sucesores de Macario fueron: Máximo II (333-349); san Cirilo de Jerusalén (350-386); Eutiquio (impuesto 357-359); Ireneo (impuesto 360-361); Hilarión (impuesto 367-378); Juan II (386-417); Prailos (417-421); Juvenal (421-458). Ya en tiempos de san Cirilo surgieron dificultades acerca de su relación con su metropolitano.
Mientras él estaba defendiendo la Fe contra los arrianos, Acacio de Cesarea, un arriano extremo, convocó a un Sínodo (358) para tratar a Cirilo por varias ofensas, de las cuales la principal era que había desobedecido o se había insubordinado contra Acacio, su superior. Es difícil tener la certeza de cuál era exactamente la acusación. Sozomeno (IV, xxv) dice que Cirilo había desobedecido y se había rehusado a aceptar a Cesarea como su metrópolis;
}Teodoro dice que era solamente acerca de su reclamo muy legal de precedencia. El caso muestra qué tan difícil era la posición. Cirilo rehusó presentarse al sínodo y fue depuesto en su ausencia. Su rechazó abrió de nuevo la cuestión relacionada con su posición. ¿Se rehusó simplemente porque sabía que Acacio era un arriano determinado y con certeza lo condenaría, o fue porque pensó que su excepcional “sucesión de honor” lo exentaba de la jurisdicción de cualquiera diferente a un sínodo patriarcal? Los tres usurpadores, Eutiquio, Ireneo e Hilarión eran arrianos impuestos en su sede por su partido durante sus tres exilios.
Fue Juvenal de Jerusalén (420-458) quien finalmente tuvo éxito en cambiar la posición anómala de su sede en un verdadero patriarcado. Desde el principio de su reino asumió una actitud que era muy incompatible con su posición canónica de sufragánea de Cesarea. Cerca del año 425 una determinada tribu de árabes fue convertida al cristianismo. Esta gente fijó su campamento en los vecindarios de Jerusalén. Juvenal procedió entonces a fundar un obispado para ellos. Ordenó a un Pedro como “Obispo del Campamento” (episkopos parembolon). Este Pedro (aparentemente el jeque de la tribu) firmó en Éfeso en 425 con ese título. La acción de Juvenal puede explicarse quizás como la simple ordenación de un coadjutor de habla árabe para esta gente cuya lengua él mismo no conocía; pero el título de Pedro y su presencia en Éfeso ciertamente sugieren que él se consideraba a sí mismo un obispo diocesano. Juvenal no tenía ningún derecho para fundar una nueva diócesis ni para ordenar un sufragáneo para su propia sede. La “Sede del Parembolai” desapareció de nuevo en el siglo sexto. Por las Actas de Éfeso parece que Juvenal había ordenado otros obispos en Palestina y Arabia. Varios obispos del patriarcado de Antioquía escribieron una carta al Emperador Teodosio II en la cual parece que tuvieran ciertas dudas acerca de la regularidad de su posición ya que, como dicen, habían “sido ordenados anteriormente por el más piadoso Juvenal” (Mansi, IV, 1402), Ahora, el derecho de ordenar a un obispo siempre significaba en Oriente tener jurisdicción sobre él. Vemos un ejemplo de esto en las Actas del Concilio. Saidas, Obispo de Fanio en Palestina, describe a Juvenal como “nuestro obispo” (ho episkopos meon ="nuestro metropolitano", aparentemente). Claramente, aún antes del concilio, Juvenal había hecho esfuerzos tentativos para asumir al menos derechos metropolitanos. En el concilio dio un golpe cuya audacia es asombrosa. Trató de que su sede fuera reconocida no sólo como independiente e igual a Cesarea, sino superior al gran Patriarcado de Antioquía. Antioquía, pretendía él, debía someterse a la sede que canónicamente (a pesar de su posición honorífica) era el sufragáneo de Antioquía. Su intento falló por completo. Pudo haber conmocionado quizás la autoridad de Cesarea; pero esto era bastante asombroso. A pesar de todo, la oportunidad fue espléndida para él. Vemos la astucia de Juvenal al aprovecharla. En Éfeso él fue el segundo obispo en presentarse. Celestino de Roma fue representado por sus delegados; Cirilo de Alejandría era residente, pero ya tenía problemas con Candidiano, el Comisionado Imperial; Juan de Antioquía llegó tarde y entonces armó un concilio rival a favor de los herejes, Nestorio de Constantinopla era el acusado. El propio metropolitano de Juvenal (de Cesarea) no estaba presente. La actitud cismática de Juan de Antioquía especialmente, le dio la oportunidad a Juvenal. Con seguridad, el concilio de Cirilo no apoyaba a Juan. Juvenal, entonces, bajo la bandera de apoyar a Cirilo y al papa, trato de obtener del concilio su reconocimiento para nada menos que su propia jurisdicción sobre Antioquía. En un discurso explicó a los Padres que Juan de Antioquía debió haber aparecido en el concilio para dar al sínodo ecuménico una explicación de lo que había pasado (su llegada tardía y el anti-concilio que estaba montando) y para mostrar obediencia y reverencia a la Sede Apostólica de Roma y a la Iglesia Santa de Dios en Jerusalén. “Ya que era especialmente la costumbre, de acuerdo a la orden Apostólica y la tradición, que la Sede de Antioquía fuese corregida y juzgada por la de Jerusalén. Contrario a esto, Juan con su habitual insolencia ha despreciado al concilio” (Mansi, IV, 1312). Mezclar su propio reclamo insolente con la justa queja de los otros Padres fue un golpe maestro. Pero Cirilo no obtendría nada de él. La pretensión era ampliamente absurda. León el Grande, escribiendo después a Máximo de Antioquía, dice que Juvenal había tratado de confirmar su insolente intento con documentos falsos; pero Cirilo le había advertido no apresurar tales reclamos poco legales (Ep. 119, ad Max.). Así que este primer intento no tuvo éxito. Durante los siguientes veinte años las cosas permanecieron como habían estado. Juvenal continuó actuando sobre su reclamo y comportándose como la autoridad en jefe de Palestina. Después del Concilio ordenó al Obispo de Jamnia (“Vita S. Euthymii”, P.G., CXIV, c. 57).
Cuando comenzó la herejía monofisita, Juvenal estaba al principio del lado de los herejes. Estaba presente en el sínodo Ladrón de 449, al lado de Dioscuro, y se unió en la destitución de Flaviano de Constantinopla. El hecho debió haber arruinado su oportunidad de obtener alguna ventaja de Calcedonia (451). Sin embargo, fue lo suficientemente astuto para cambiar aún esta posición en su ventaja. Al final, Calcedonia le dio gran parte de lo que él quería. Al comienzo apareció en el concilio con los otros monofisitas como un acusado. Pero de inmediato vio en qué dirección iba la marea, se alejó de sus antiguos amigos, giró completamente y firmó la carta dogmática del Papa León a Flaviano. Los padres ortodoxos estaban asombrados. En un concilio general el rango titular dado a Jerusalén en Nicea naturalmente se habría hecho sentir. La adherencia de una sede tan venerable fue recibida con deleite, el ilustre converso merecía alguna recompensa. Juvenal explicó entonces que él había llegado al principio a un entendimiento amistoso con Máximo de Antioquía, por el cual la larga disputa entre sus sedes debería terminar. Antioquía quería, por supuesto, mantener su precedencia sobre Jerusalén y la gran mayoría del patriarcado. Pero estaba dispuesta a sacrificar un pequeño territorio, Palestina en el sentido estricto (las tres provincias romanas así llamadas), y aparentemente Arabia, para hacer un pequeño patriarcado para Jerusalén. El emperador (Teodosio II) ya había intervenido en la disputa y había pretendido quitarle un territorio más grande a Antioquía para beneficio de Jerusalén. Así que este arreglo parecía una clase de compromiso. El concilio aceptó la propuesta de Juvenal en la séptima y octava sesión (La correspondencia de Máximo con León el Grande muestra que él no estaba del todo satisfecho) y convirtió a Jerusalén en un patriarcado con un pequeño territorio. Desde esta época Jerusalén es una sede patriarcal, la última (la quinta) en orden y la más pequeña. Así fue como se estableció el número, sagrado después de todo, de cinco patriarcados. El Quincuagésimo sexto Concilio (692) admite este orden. Enumera los patriarcados de Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y añade: “después de estos aquel de la ciudad de Jerusalén” (can. xxxvi), Este también es el orden proclamado por el Cuarto Concilio de Constantinopla (869) en el Canon xxi e incorporado en nuestra ley canónica (C.I.C., dis. 22, c. 7). Desde Calcedonia nadie ha disputado el lugar de Jerusalén en la jerarquía de los patriarcados. Pero se notará cuán tarde se le dio este rango, cuán poco constructiva la conducta del obispo que lo obtuvo. Como el otro comparativamente moderno Patriarcado de Constantinopla (hecho finalmente por el mismo concilio, can. xxviii) representa una concesión tardía que molesta el ideal más viejo y más venerable de tres patriarcados solamente – Roma, Alejandría y Antioquía. Jerusalén le debe su lugar no a Santiago, el hermano del Señor, sino al astuto e inescrupuloso Juvenal. Nada, por lo tanto, puede mostrar una mayor ignorancia de toda la situación que la ingenua proposición de los anglicanos en diferentes épocas (por ejemplo, los No-Juramentados en su carta a los patriarcas, 1720) de que todos deberían admitir a Jerusalén “madre de todas la Iglesias” como la primera sede de todas.
Las fronteras de este nuevo patriarcado, establecidas por Calcedonia, son al norte el Líbano, al oeste el Mediterráneo, al sur el Sinaí (el Monte Sinaí estaba originalmente incluido en estos límites), al este Arabia y el desierto. Bajo el patriarcado estaban estos metropolitanos: Cesarea en Palestina (quien ahora tenía que obedecer a su antiguo súbdito), Metrópolis de Palestina I, con 29 sufragáneos;
Escitópolis (en la Vulgata Bethsan, Jos. 17,11; Jc. 1,27; actualmente Besán, a siete horas al sur de Tiberíades), Metrópolis de Palestina II con catorce sufragáneos;
Petra (Sela’ en el hebreo, 2 Rey. 16,7; Is. 16,1; en el Wadi Musa, medio camino entre el Mar Muerto y el Mar Rojo), Metrópolis de Palestina III con trece sufragáneos.
Desde Juvenal hasta la Conquista Sarracena (458-636)
Los patriarcas de esta época fueron: Teodosio (monofisita usurpador, 452); Anastasio (458-478); Martirio (479-486); Salustio (486-494); Elías (494-513) (ver ELÍAS DE JERUSALÉN) Juan III (513-524); Pedro (524-544) ; Macario (544-574) ; (Eustaquio, Origenista, usurpador -563); Juan IV (574-593); Neamo (593-601); Isaac (601-609); Zacarías (609-631); Moderato (631-634); Sofronio (634-638 o 644). Un importante evento para la ciudad fue la residencia allí de la Emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio II. Llegó primero en 438 y luego se asentó en Jerusalén desde 444 hasta su muerte cerca del año 460 (ver EUDOXIA). Pasó la última parte de su vida en ardiente devoción en los Santos Lugares, embelleciendo la ciudad y construyendo iglesias. Reconstruyó las murallas a lo largo del sur e incluyó al Cenáculo dentro de la ciudad. Al norte construyó la iglesia de san Esteban en el lugar tradicional de su martirio (actualmente el famoso convento dominico y la Ecole Biblique). Justiniano I (527-565) también añadió a la belleza de la ciudad muchos edificios espléndidos. De estos el más famoso era una gran basílica dedicada a al Santísima Virgen con una casa para peregrinos. Se construyó en medio de la ciudad, pero ahora ha desaparecido completamente. También construyó otra gran iglesia de la Santísima Virgen en la punta sur del área del viejo Templo (actualmente la mezquita de Al-aqsa). El famoso mapa mosaico de Jerusalén descubierto en Madeba (Guthe y Palmer, “Die Mosaikkarte von Madeba”, 1906) da una idea del estado de la ciudad en tiempos de Justiniano. Durante este periodo la Sede de Jerusalén, como las de Alejandría y Antioquía, era perturbada constantemente por el cisma monofisita. Bajo Juvenal la gran multitud de monjes que se habían asentado en Palestina irrumpieron en una revolución regular en contra del gobierno y en contra del patriarca, cuyo cambio de frente en Calcedonia resentían amargamente. Eligieron a uno de sus miembros, Teodosio, como anti-patriarca. Por un corto tiempo (en 452) Juvenal tuvo que ceder espacio a esta persona. Por lo tanto, en otras sedes del patriarcado los obispos ortodoxos fueron expulsados y los monofisitas (como Pedro el Ibero en Majuma-Gaza) fueron elegidos en su lugar. La Emperatriz Eudoxia fue al comienzo una declarada monofisita y ayudó a ese partido casi todo el tiempo en que estuvo en la ciudad. Juvenal viajó a Constantinopla e imploró la ayuda del emperador (Marciano, 450-457). Regreso con un cuerpo de soldados que lo reinstalaron, matando un gran número de monjes, y finalmente apresó a Teodosio, quien había huido. Teodosio fue mantenido en prisión en Constantinopla casi hasta su muerte. Los disturbios no fueron sofocados completamente sino hasta finales del 453. Eventualmente, el abad ortodoxo Eutimio convirtió a Eudoxia, quien murió en comunión con la Iglesia (c. 460).
Los disturbios monofisitas posteriores, por supuesto, también afectaron a Jerusalén. Martirio aceptó el Henoticón (ver su carta a Pedro Monogo de Alejandría en Zacharias Scholasticus: "Syriac Chronicle", ed. Ahrens y Krueger, Leipzig, 1899, VI, i, pp. 86, 18-20) con los obispos de su patriarcado. Elías de Jerusalén apoyó a Flaviano de Antioquía en su resistencia a la condena de Calcedonia del Emperador Anastasio (491-518). Fue entonces desterrado y Juan, Obispo de Sebaste, impuesto en su lugar (513) (ver ELÍAS DE JERUSALÉN). Pero Juan se volvió ortodoxo y rompió su compromiso con el emperador monofisita tan pronto como obtuvo posesión de la sede (Theophanes Confessor, "Chronographia", ed. de Boors, Leipzig, 1883-1885, I, 156). Mientras tanto san Sabas (d. 531) desde su monasterio en el Mar Muerto fue un poderoso apoyo de los ortodoxos. Juan III de Jerusalén aceptó los decretos del Sínodo ortodoxo de Constantinopla en 518 y la fórmula del papa Ormisdas (514-523). El sucesor de Juan III, Pedro, realizó un sínodo en septiembre del 536, en el cual proclamó su adherencia a Calcedonia y a la ortodoxia al estar de acuerdo con la destitución del monofisita Antimo de Constantinopla (depuesto ese año; las Actas de este sínodo están en Mansi, VIII, 1163-1176). Desde esta época los patriarcas parecen haber sido todos ortodoxos; aunque los monofisitas tenían un fuerte partido en Palestina y eventualmente nombraron obispos monofisitas en comunión con los patriarcas (jacobitas) de Antioquía de la línea de Sergio de Tella (desde 539) aún en la misma Jerusalén. El primero de estos obispos jacobitas (ellos no tomaron el título de patriarcas) de Jerusalén fue Severo en 597. De él desciende la presente línea jacobita. En el año 614 una gran calamidad cayó sobre la ciudad; fue tomada por los persas. En 602 el Emperador romano Mauricio había sido bárbaramente asesinado por orden de Focas (602-610), quien usurpó su lugar. Cosroes (Khusru) II, Rey de Persia, había encontrado protección de sus enemigos con Mauricio, quien incluso había enviado un ejército para restituirlo (591). El rey persa, furioso con el asesinato de su amigo y benefactor, declaró la guerra contra Focas e invadió Siria (604). La guerra con persa continuó con el sucesor de Focas, Heraclio (610-642). En el 611 los persas tomaron Antioquía, luego Cesarea en Capadocia y Damasco. En 614 asolaron Jerusalén. El yerno de Corroes, Shaharbarz asedió la ciudad; en su campamento había 26 mil judíos dispuestos a acabar con la soberanía cristiana en su ciudad santa. Se dice que no menos de noventa mil cristianos perecieron cuando Jerusalén cayó. El Patriarca Zacario fue llevado cautivo a Persia. La Anástasis, el Martirión y otros santuarios cristianos fueron quemados o arrasados hasta el suelo. La gran reliquia de santa Helena de la Santa Cruz fue llevada a Persia como señal de triunfo. A los judíos, como recompensa por su ayuda, se les permitió hacer lo que quisieran en la ciudad. Pero su triunfo no duró mucho. En 622 Heraclio marchó a través de Asia menor, haciendo retroceder a los persas. En 162 invadió Persia; Cosroes huyó, fue depuesto y asesinado en 628 por su hijo Siroes.
El mismo año los persas tuvieron que firmar la paz que los despojaba de todas sus conquistas. Los soldados persas evacuaron las ciudades de Siria y Egipto que habían conquistado, la reliquia de la Verdadera Cruz fue regresada. En 624 el mismo Heraclio llegó a Jerusalén para venerar la Cruz. Este es el origen de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre: ver las lecciones del segundo nocturno de ese día). El emperador, como castigo por la traición de los judíos, renovó la vieja ley de Adriano prohibiéndoles entrar a la ciudad.
Después del asalto persa al pueblo, aún antes de que los romanos la reconquistaran, Modesto, abad del monasterio de san Teodosio en el desierto del sur, actuando aparentemente como vicario para el patriarca capturado, ya había comenzado a restaurar los santuarios. Fue imposible bajo el gobierno persa restaurar el esplendor del gran Martirión de Constantino. Modesto, por lo tanto, tuvo que contentarse con un grupo de edificios mucho más modestos en el Santo Sepulcro. Restauró la Anástasis, casi como había sido antes, excepto que un techo cónico reemplazaba la vieja cúpula. La costumbre de orientar las iglesias se había vuelto ahora universal; así que se hizo un nuevo ábside al este (donde había estado la entrada) para el altar. Se abrieron puertas en el muro circular al norte y al sur del ábside. La Anástasis, anteriormente una capilla subsidiaria de la gran Basílica, ahora se convertía en el edificio principal. Modesto restauró la pequeña capilla de la Crucifixión, originalmente construida por Melania, pero no trató de reconstruir ninguna parte de la Basílica (Martirión) excepto la cripta de la Exaltación de la Santa Cruz. Toda la explanada alrededor de estos edificios fue encerrada por un muro y de esta manera se hizo un gran atrio. Durante los siguientes siglos un gran número de capillas fueron construidas aquí para contener diferentes reliquias de la Pasión. Heraclio, cuando reconquistó la ciudad, reconstruyó los muros y restauró muchos otros santuarios arruinados. Desde esta época hasta la conquista de los árabes, la Jerusalén cristiana disfrutó un corto periodo de paz y prosperidad. San Sofronio (634-638) o (644), quien vio esa conquista, fue uno de los más famosos patriarcas de Jerusalén. En su época el monotelismo había surgido como uno de los muchos intentos desesperados de conciliar a los monofisitas. Sofronio se distinguió como un oponente de esta nueva herejía. Nació en Damasco y había sido monje del monasterio de san Teodosio. En defensa de la Fe contra los monofisitas había viajado a través de Siria y Egipto y había visitado Constantinopla. Como patriarca en 634 escribió una carta sinodal en defensa de las dos voluntades en Cristo que es uno de los documentos más importantes de esta controversia (Mansi XI, 461 sg.). En 636 había tenido que rendir su ciudad a los musulmanes.
Desde la Conquista Árabe hasta la Primera Cruzada (636-1099)
Los musulmanes en el primer ardor de su nueva fe procedieron a invadir Siria. El califa Abu-bakr (632-634) le dio el mando del ejército a Abu-‘Ubaidah, uno de los Ashab originales (compañeros de Mahoma en su viaje, 622). Primero tomaron Bosra. En julio de 633, derrotaron al ejército de Heraclio en Ajnadain cerca de Emesa; en 634 arrasaron Damasco y de nuevo derrotaron a los romanos en Yarmuk. Emesa cayó en 636. Los musulmanes consultaron entonces al califa Omar (643-644) acerca de si deberían marchar sobre Jerusalén o Cesarea. Por consejo de ‘Ali recibieron órdenes de tomar la Ciudad Santa, Primero enviaron a Mo'awiya Ibn-Abu-Sufyan con cinco mil árabes para sorprender a la ciudad; poco después fue sitiada por todo el ejército de Abu-‘Ubaidah. Fue defendida por una gran fuerza compuesta de refugiados de todas las partes de Siria, soldados que habían escapado de Yarmuk y una fuerte guarnición. Por cuatro meses continuó el sitio, cada día había fieros asaltos. Al fin, cuando toda resistencia era inútil, el Patriarca Sofronio (quien actuó durante ese tiempo como cabeza de la defensa cristiana) apareció en los muros y demandó una conferencia con Abu-‘Ubaidah. Propuso entonces capitular en términos honorables y justos; los cristianos pudieron mantener sus santuarios y capillas, ninguno fue forzado a aceptar al Islam. Sofronio además insistió en que estos términos fueran ratificados por el califa en persona. Omar, entonces en Medina, estuvo de acuerdo con los términos y llegó en un camello a los muros de Jerusalén. Firmó la rendición, luego entró en la ciudad con Sofronio “y cortésmente discutió con el patriarca respecto a las antigüedades religiosas” (Gibbon, ci, ed. Bury, Londres, 1898, V, 436). Se dice que cuando llegó la hora para sus oraciones él estaba en la Anástasis, pero rehusó decirlas allí, por temor a que en tiempos futuros los musulmanes tomaran esto como excusa para romper el tratado y confiscar la iglesia. La Mezquita de Omar (Jami ‘Saidna ‘Omar), opuesta a las puertas de la Anástasis, con el alto alminar, es mostrado como el lugar al que él se retiró para sus oraciones. Bajo los musulmanes la población cristiana de Jerusalén durante el primer periodo disfrutó la tolerancia habitual dada a los teístas no musulmanes. Las peregrinaciones siguieron como antes. El nuevo gobierno no hizo de Jerusalén el centro político de Palestina. Este fue arreglado en Lidia hasta el año 716, luego en Ar-Ramla (Ramleh). Pero también desde el punto de vista de los musulmanes, Jerusalén, la ciudad de David y Cristo, a la cual fue llevado Mahoma milagrosamente en una noche (Corán, Sura. XVII), la cual había sido la primera Qibla de su religión, era un lugar muy sagrado, en tercer lugar sólo después de la Meca y Medina. Ellos la llamaron Beit al-makdis (actualmente en general Al-Kuds).
En el reino del Califa ‘Abd-al-malik (684-705, el quinto califa omeya, en damasco) el pueblo de Irak se rebeló y tomó posesión del Hijaz. Para darle a sus seguidores un substituto para el haraman (Meca y Medina), del cual habían sido advertidos de visitar, resolvió hacer de Jerusalén un centro de peregrinaje. Entonces se dispuso a adornar el lugar del Templo con una espléndida mezquita. Parece que los cristianos habían dejado intacto el lugar donde alguna vez había estado el Templo. Omar lo visitó y lo encontró lleno de deshechos. En su época un gran edificio cuadrado sin pretensión arquitectónica fue colocado para refugiar a los Verdaderos Creyentes que iban allí a rezar. En 691 ‘Abd-al-malik lo remplazó con el exquisito “Domo de la Roca” (Qubbet-es-Sachra), construido por arquitectos bizantinos, que todavía se alza en medio del área del templo. Este es el edificio conocido durante mucho tiempo como la Mezquita de Omar, falsamente atribuido a él. Es un edificio octogonal coronado con un domo, cubierto en el exterior con mármol y los más hermosos azulejos multicolores, ciertamente uno de los monumentos más espléndidos de la arquitectura mundial. Fue construido sobre una gran roca plana, probablemente el lugar del viejo altar de los holocaustos. ‘Abd-allah al- Iman al-Mamun (Califa, 813-833) la restauró.
El domo cayó en un terremoto y fue reconstruido en 1022. Los Cruzados (quienes la convirtieron en una iglesia) pensaron que era originalmente el Templo judío; de ahí la gran cantidad de templos construidos como imitación. Rafael en su “Esponsales de la Santísima Virgen” la ha pintado, tan bien como pudo, a partir de descripciones, en el fondo como el Templo. Toda el área del Templo se convirtió para los musulmanes en el “Santuario ilustre” (Haram-ash-sherif) y fue gradualmente cubierto por columnatas, almimbares (púlpitos) y pequeños domos.
En el extremo sur la basílica de Justiniano se convirtió en la “Mezquita más remota” (Al-Masjid-al-aqsa, Sura XVII, 1). La descripción de Arculf, un obispo franco que viajó en peregrinaje a Tierra Santa en el siglo VII, escrita a partir de su relato por Adamman, monje de Jonia (d. 704): “De locis térrea sanctae” lib. III (P. L., LXXXVIIl, 725 ss.), nos da una descripción nada placentera de la condiciones de los cristianos en Palestina en el primer periodo del gobierno musulmán. Los califas de Damasco (661-750) fueron príncipes iluminados y tolerantes, en muy buenos términos con sus súbditos cristianos. Muchos cristianos (por ejemplo, San Juan Damasceno, 754 d.C.) desempeñaron importante oficios en sus cortes. Los califas abasíes en Bagdad (753-1242), durante el tiempo que gobernaron Siria, también fueron tolerantes con los cristianos. El famoso Harun Abu-Ja-‘afar (Haroun al-rashid, 786-809) envió las llaves del Santo Sepulcro a Carlomagno quien construyó un hospicio para los peregrinos latinos cerca del santuario. Las revoluciones y las dinastías rivales que rompieron la unidad del Islam en pedazos, hicieron de Siria el campo de batalla para el mundo musulmán; los cristianos bajo los nuevos amos comenzaron a sufrir la opresión que eventualmente llevó a las Cruzadas.
En 891 la secta del Karamita (carmatianos) bajo Abu-Said al-jannabi surgió en los alrededores de Kufa. Derrotaron las tropas del Califa Al-Mutazid (Ahmed Abu'l Abbas), entraron a Siria (903-904) y devastaron la provincia. Asediaron la Meca y evitaron que los peregrinos fueran allí desde 929 hasta 950, cuando finalmente fueron destruidos. Durante este tiempo los musulmanes comenzaron de nuevo a ir en peregrinación a Jerusalén en vez de ir al Hijaz. La importancia religiosa que ganó de esta manera la ciudad fue el comienzo de la intolerancia hacia los cristianos. Es el resultado invariable en el Islam; entre más sagrado es un lugar para los musulmanes menos están ellos dispuestos a tolerar a los infieles en él. La dinastía de los Fatimíes surgía ahora en África (908). Cerca del año 967 tomaron posesión de Egipto. Mientras tanto una guerra fronteriza con el imperio continuaba siempre. Los romanos tomaron ventaja de este desmembramiento de los musulmanes para invadir sus antiguas provincias. Ya en 901, en el reino de León VI (886-911), los ejércitos romanos habían avanzado sobre Siria tan lejos como Alepo y habían tomado un gran número de prisioneros. En 962 Nicéforo Focas con cien mil hombres llegó hasta Alepo y devastó el país. En 968 y 969 los romanos reconquistaron Antioquía. Fue inevitable que los cristianos de Jerusalén trataran de ayudar a sus compatriotas a reconquistar la tierra que había sido romana y cristiana; inevitable, también, que los musulmanes castigaran tales intentos de alta traición. En 969 el patriarca, Juan VII, fue sentenciado a muerte por mantener correspondencia traidora con los romanos; muchos otros cristianos sufrieron el mismo destino, y un número de iglesias fueron destruidas. Al mismo tiempo la primera ola de la gran raza turca (los seléucidas) estaba entrando a raudales sobre el imperio del califa.
En 934 un turco, Ikshid, se rebeló y sus sucesores se apoderaron de Palestina por unos años.
En 969 Mu-‘ezz-li-Din-Allah, el cuarto Califa fatimí en Egipto, conquistó Jerusalén. Un peregrino musulmán, Al-Muqaddasi, escribió una descripción de la ciudad, especialmente del Haram ash-sharig, en esta época (citado por Le Strange, “Palestina bajo los musulmanes”, 1890). El infame Hakim (Al-Hakim bi-amr-Allah, el sexto Califa egipcio, 996-1021, quien se convirtió en el dios de los drusos) decidió destruir el Santo Sepulcro.
Realmente este sólo fue un incidente en su persecución de los cristianos: su excusa fue que el milagro del fuego sagrado (ya practicado en su época) era una escandalosa impostura. En 1010 los edificios erigidos por Modesto fueron quemados por completo. Las noticias de la destrucción, llevadas por peregrinos, ocasionaron una ola de indignación a través de Europa. Fue una de las causas del sentimiento que eventualmente provocó la Primera Cruzada. Mientras tanto se recolectaron fondos para reconstruir el santuario. El Emperador Constantino IX (1042-1054) persuadió al Califa Al-Mustansir-bi-llah (1036-1094) para que permitiera la reconstrucción con la condición de liberar a cinco mil prisioneros musulmanes y permitir la oración a Al-Mustansir en las mezquitas del imperio. Se enviaron arquitectos bizantinos a Jerusalén. La reconstrucción fue terminada en 1048. El trabajo de Modesto fue restaurado con algunas adiciones apresuradas e imperfectas. El Santo Sepulcro permaneció en su estado hasta que los cruzados lo remplazaron con el actual grupo de edificios (1140-1149).
En 1030 mercaderes de Amalfi pudieron establecerse permanentemente en Jerusalén. Ellos habían dejado de comerciar por completo con la gente de Palestina, construyeron una iglesia (santa María Latina), un monasterio Benedictino y un hospedaje para los peregrinos. En 1077 los turcos seléucidas se convirtieron en los amos de Palestina. Desde esta época las condiciones de los cristianos se hicieron intolerables. Los turcos prohibieron los servicios cristianos, devastaron iglesias, asesinaron peregrinos. Fueron las noticias de estos abusos las que provocaron el Concilio de Clermont (1095) y trajeron a los cruzados en 1099. La sucesión patriarcal después de Sofronio fue: (La sede estuvo vacante desde la muerte de Sofronio hasta 705. Mientras Esteban de Dora actuó como vicario papal para Palestina); Juan V (705-735); Juan VI (735-760), (posiblemente la misma persona como Juan V); Teodoro (760-c. 770); Eusebio (772); Elías II (expulsado en 784, murió c. 800); (mientras Teodoro ocupó la sede por un tiempo ); Jorge de Sergio (800-807); Tomás (807-821); Basilio (821-842); Sergio (842- c. 859); Salomón (c. 859-c. 864); Teodosio (c. 864- c. 879); Elías III (c. 879-907); Sergio II (907-911 ); León o Leoncio (911-928; Anastasio o Atanasio; Nicolás; Cristóbal de Cristodoro (murió en 937); Ágato; Juan VII (asesinado en 969); Cristóbal II; Tomás II; José II; Alejandro; Agapito (986-?): Jeremías u Orestes (desterrado y asesinado c. 1012); Teófilo; Arsenio (c. 1024); Jordano; Nicéforo; Sofronio II; Marcos II; Eutimio II (murió en 1099).
Fuente: Fortescue, Adrian. "Jerusalem (A.D. 71-1099)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08355a.htm>.
Traducción: Mauricio Acosta Rojas