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Jueves, 26 de diciembre de 2024

Iscariote, Judas

De Enciclopedia Católica

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El discípulo que traicionó a su Divino Maestro. El nombre Judas (Ioudas) es la forma griega de Judá (en hebreo “alabado”), un nombre propio que se encuentra frecuentemente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Incluso entre los Doce había dos que llevaban el nombre, y por esta razón está habitualmente asociado con el sobrenombre Iscariote [en hebreo, “de Kerioth” o Carioth, que es una ciudad de Judea (cf. Josué 15, 25)]. No puede caber duda de que esta es la interpretación correcta del nombre, aunque el verdadero origen está oscurecido por la ortografía griega, y, como podía esperarse, se han sugerido otros orígenes (vg.:de Isacar).

Se nos cuenta muy poco en el Texto Sagrado respecto a la historia de Judas Iscariote más allá de los hechos desnudos de su llamada al Apostolado, su traición, y su muerte. Su lugar de nacimiento, como hemos visto, se indica en su nombre Iscariote, y puede señalarse que su origen le separa de los demás Apóstoles, que eran todos galileos. Pues Kerioth es una ciudad de Judea. Se ha sugerido que este hecho puede haber tenido alguna influencia en su carrera, al provocar falta de simpatía con sus hermanos en el Apostolado. No se nos dice nada respecto a las circunstancias de su llamada o su participación en el ministerio y milagros de los Apóstoles. Y es significativo que nunca se le menciona sin alguna referencia a su gran traición. Así en la lista de los Apóstoles dada en los Evangelios Sinópticos, leemos: “ y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó” (Mateo 10, 4. Cf. Marcos 3,19; Lucas 6, 16). Así de nuevo en el Evangelio de San Juan el nombre se presenta de nuevo en conexión con el anuncio de la traición: “Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y uno de vosotros es un diablo” (Juan 6, 70-71).

En este pasaje San Juan añade un particular adicional al mencionar el nombre del padre del Apóstol traidor, que no se recoge por los otros evangelistas. Y es él de nuevo quien nos dice que Judas llevaba la bolsa. Pues, tras describir la unción de los pies de Cristo por María en la fiesta en Betania, el Evangelista continua:

Dice Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’ No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella (Juan 12, 4-6).

Este hecho de que Judas llevaba la bolsa es de nuevo referido por el mismo Evangelista en su relato de la Última Cena (13, 29). Los Evangelios Sinópticos no reseñan este cargo de Judas, ni dicen que fuera él quien protestó del supuesto derroche de ungüento. Pero es significativo que tanto en Mateo como en Marcos el relato de la unción está seguido inmediatamente por el relato de la traición: “Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” (Mateo, 26 14-15); “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero” (Marcos, 14, 10-11). Se observará que en ambos relatos Judas toma la iniciativa: no es tentado o seducido por los sacerdotes, sino que se acerca a ellos por su propia decisión. San Lucas cuenta la misma historia, pero añade otro matiz al atribuir el hecho a la instigación de Satanás: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. Él aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarlo sin que la gente lo advirtiera” (Lucas, 22, 3-6).

Del mismo modo San Juan hace hincapié en la instigación del espíritu maligno: “cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, el hijo de Simón, el propósito de entregarle” (13, 2). El mismo Evangelista, como hemos visto, nos da una temprana insinuación del previo conocimiento de Cristo de la traición (Juan 6, 70-71), y en el mismo capítulo dice expresamente: “Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar” (6, 64). Pero coincide con los Sinópticos al registrar una predicción más explícita de la traición en la Última Cena: “Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará” (Juan 13, 21), Y cuando el propio San Juan, a petición de Pedro, preguntó quién era éste, “ le responde Jesús: Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar. Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: Compra lo que nos hace falta para la fiesta, o que le mandaba dar algo a los pobres” (13, 26-29). Estos últimos detalles sobre las palabras de Jesús y la natural conjetura de los discípulos, sólo se dan por San Juan. Pero la predicción y la pregunta de los discípulos se recogen por todos los Sinópticos (Mateo,26; Marcos, 14; Lucas, 22). San Mateo añade que el propio Judas preguntó, “¿Soy yo, maestro?” y fue respondido “Tú lo has dicho” (26, 25). Los cuatro evangelistas concuerdan respecto a los hechos de la traición que siguieron tan de cerca a esta predicción, y cuentan cómo el traidor vino con una multitud o banda de soldados de los sumos sacerdotes, y los llevó al lugar donde sabía que encontraría a Jesús con sus fieles discípulos (Mateo, 26, 47; Marcos, 14, 43; Lucas, 22, 47; Juan, 18, 3). Pero algunos tienen detalles que no se encuentran en los demás relatos. Que el traidor dio un beso como señal se menciona en todos los Sinópticos, pero no por San Juan, quien a su vez es el único en contarnos que los que venían a prender a Jesús cayeron de espaldas al suelo cuando Él respondió “Yo soy”. También, San Marcos cuenta que Judas dijo “Rabbí” antes de besar a su Maestro; pero no da ninguna respuesta. San Mateo, tras registrar esta palabra y el beso del traidor, añade “Jesús le dijo: Amigo, ¡a lo que estás aquí!” (26, 50). San Lucas (22, 48) da las palabras: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”.

San Mateo es el único Evangelista en mencionar la cantidad pagada por los sumos sacerdotes como precio de la traición, y de acuerdo con su costumbre observa que con ello se ha cumplido una profecía del Antiguo Testamento (Mateo, 26, 15; 27, 5-10). En este último pasaje cuenta el arrepentimiento y suicidio del traidor, sobre el que callan los demás Evangelios, aunque tenemos otro relato de estos acontecimientos en el discurso de San Pedro: “Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de Judas, que fue el guía de los que prendieron a Jesús. Él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. Éste, pues, habiendo comprado un campo con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir, campo de sangre. Pues en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien habite en ella. Y también: Que otro reciba su cargo” (Hechos, 1, 16-20. Cf. Salmos, 68, 26; 108,8). Algunos críticos modernos hacen gran hincapié en las aparentes discrepancias entre este pasaje de los Hechos y el relato dado por San Mateo. Pues las palabras de San Pedro tomadas en sí mismas parecen implicar que el propio Judas compró el campo con el precio de su iniquidad, y que fue llamado “campo de sangre” por su muerte. Pero San Mateo, por otro lado, dice: “Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Pequé entregando sangre inocente. Ellos dijeron: A nosotros, ¿qué? Allá tú. Entonces él tiró las monedas en el Santuario, se retiró y fue y se ahorcó.”Tras esto el Evangelista continúa contando cómo los sacerdotes, con escrúpulos de echar las monedas en el tesoro de las ofrendas porque eran precio de sangre, las gastaron en comprar el campo del alfarero para sepultura de forasteros, el cual por esta causa fue llamado campo de sangre. Y en esto San Mateo ve el cumplimiento de la profecía atribuida a Jeremías (pero que se encuentra en Zacarías, 11,12-13): “Y tomaron las treinta monedas de plata, cantidad en la que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor” (Mateo, 27, 9-10).

Pero no parece haber gran dificultad en reconciliar los dos relatos. Pues el campo, comprado con el precio rechazado de su traición, puede bien ser descrito como indirectamente comprado o poseído por Judas, aunque no lo comprara él mismo. Y las palabras de San Pedro sobre el nombre Haceldama pueden referirse a la “recompensa de iniquidad” tanto como a la muerte violenta del traidor. Dificultades similares surgen respecto de las discrepancias de detalle descubiertas en los diversos relatos de la propia traición. Pero se descubrirá que, sin violentar el texto, las narraciones de los cuatro Evangelistas pueden armonizarse, aunque en algún caso queden algunos puntos oscuros o dudosos. Se discute, por ejemplo, si Judas estuvo presente en la institución de la Sagrada Eucaristía y comulgó con los demás Apóstoles. Pero el peso de la autoridad está a favor de la respuesta afirmativa. También ha habido alguna diferencia de opinión respecto al momento de la traición. Algunos consideran que fue decidida repentinamente por Judas tras la unción en Betania, mientras que otros suponen una negociación más prolongada con los sumos sacerdotes. Pero estos interrogantes y dificultades textuales se borran en la insignificancia al lado del gran problema moral que plantea la caída y traición de Judas. En su sentido más auténtico, todo pecado es un misterio. Y la dificultad es mayor cuanto mayor es la culpa, más pequeño el motivo de obrar mal, y mayor la medida del conocimiento y gracias otorgados al ofensor. De todos modos la traición de Judas parecería ser el más misterioso e ininteligible de los pecados. Pues, ¿cómo alguien elegido como discípulo, disfrutando de la gracia del Apostolado y del privilegio de la amistad íntima con el Divino Maestro, podría ser tentado a tan gran ingratitud por un precio tan insignificante? Y la dificultad es mayor cuando se recuerda que el Maestro tan inmotivadamente traicionado no era duro ni severo, sino un Señor de amable bondad y compasión. Visto bajo cualquier perspectiva el crimen es tan increíble, tanto en sí mismo como en sus circunstancias, que no es ninguna maravilla que se hayan hecho muchos intentos de dar una explicación inteligible de su origen y motivos, y, desde los extravagantes sueños de los herejes antiguos a las audaces especulaciones de los críticos modernos, que el problema planteado por Judas y su traición haya sido objeto de extrañas y asombrosas teorías. Como un traidor suscita naturalmente un odio particularmente violento, especialmente entre los devotos a la causa o persona traicionada, sería natural que los cristianos consideraran a Judas con aversión, y, si fuera posible, lo pintaran más negro de lo que fue no atribuyéndole ninguna buena cualidad en absoluto. Esta sería una opinión extrema, que, en cierto modo, disminuye la dificultad. Pues si se supusiera que él nunca creyó realmente, si fue un falso discípulo desde el principio, o, como el Evangelio apócrifo Árabe de la Infancia dice, estuvo poseído por Satanás incluso en su niñez, no habría caído bajo la influencia de Cristo o disfrutado de la iluminación y dones espirituales del Apostolado.

En el extremo opuesto está la extraña opinión sostenida por la antigua secta gnóstica conocida como los Cainitas, descrita por San Ireneo (Adv. Haer., I, c. ult.), y más completamente por Tertuliano (Praesc. Haeretic., xlvii), y San Epifanio (Haeres., xxxviii). Algunos de estos herejes, cuya opinión ha sido revivida por algunos autores modernos en forma más plausible, mantenían que Judas estaba en realidad inspirado, y actuó como lo hizo para que la humanidad pudiera ser redimida por la muerte de Cristo. Por esta razón lo consideran digno de gratitud y veneración. En la versión moderna de esta teoría se sugiere que Judas, que en común con los demás discípulos esperaba un reino temporal del Mesías, no previó la muerte de Cristo, sino que deseaba precipitar una crisis y apresurar la hora de su triunfo, pensando que su detención provocaría un alzamiento del pueblo que lo pondría en libertad y lo colocaría en el trono. En apoyo de esto señalan el hecho de que, cuando descubrió que Cristo era condenado y entregado a los romanos, inmediatamente se arrepintió de lo que había hecho. Pero, como señala Strauss, este arrepentimiento no prueba que el resultado no hubiera sido previsto. Pues los asesinos, que han matado a sus víctimas con deliberado designio, se ven a menudo impulsados al remordimiento cuando los actos ya se han llevado a cabo. Un católico, en cualquier caso, no puede ver con aprobación estas teorías puesto que son claramente contrarias al texto de la Escritura y a la interpretación de la tradición. Por difícil que pueda ser de comprender, no podemos poner en cuestión la culpa de Judas. Por otro lado, no podemos adoptar el punto de vista opuesto de los que niegan que fuera alguna vez un verdadero discípulo. Pues, en primer lugar, esta opinión parece difícil de reconciliar con el hecho de que fuera elegido por Cristo para ser uno de los Doce. Esta elección, puede decirse con seguridad, implica algunas buenas cualidades y el otorgamiento de gracias no despreciables.

Pero, aparte de esta consideración, puede señalarse que al exagerar la malicia original de Judas, o negar incluso que hubo algo bueno en él, minimizamos o despreciamos la lección de esta caída. Los ejemplos de los santos se pierden para nosotros si pensamos de ellos que eran de otra especie sin nuestra debilidad humana. Y del mismo modo es un grave error creer que Judas era un demonio sin ningún elemento de bondad y de gracia. De su caída queda la advertencia de que incluso la gran gracia del Apostolado y la amistad familiar de Jesús puede ser inútil para quien es infiel. Y, aunque no se pueda admitir nada para paliar la culpa de la gran traición, ésta puede hacerse más inteligible si la pensamos como el resultado de una caída gradual en cosas menores. También el arrepentimiento puede ser tomado como implicación de que el traidor se engañó con la falsa esperanza de que, después de todo, Cristo pasaría entre medio de sus enemigos como lo hizo al borde de la montaña. Y aunque las circunstancias de la muerte del traidor dan sobrada razón para temer lo peor, el Texto Sagrado no rechaza claramente la posibilidad de un arrepentimiento real. Y Orígenes extrañamente suponía que Judas se ahorcó para buscar a Cristo en el otro mundo y pedirle perdón. (In Matt., tract. xxxv).

CHRYSOSTOMUS, Hom. De Juda Proditore: MALDONATUS y otros comentaristas del Nuevo Testamento; EPIPHANIUS, Haeres., xxxviii; La leyenda de la muerte de Judas en SUICER, Thesaurus. Punto de vista moderno en STRAUSS, Das Leben Jesu.

W.H. KENT Transcrito por Thomas M. Barrett Traducido por Francisco Vázquez