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Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Confesión Sacramental

De Enciclopedia Católica

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Pecado y conversión del Hijo Pródigo que soy

“Tengo necesidad de tus criaturas, pero no de ti, mi Creador”

Paradoja: el pecador se ama hasta despreciar a Dios, pero desprecia, también su verdadero yo, en su alma inmortal. He huído de mi propia interioridad.

Respuesta del Padre celeste:

Mi fortuna devino en hambruna; el mundo, don de Dios, se transforma en castigo misericordioso, para mi conversión.

Hemos pecado de diferentes maneras:

a) Venialmente: enfriamiento de nuestra caridad con consecuencias eternas. b) Mortalmente: ruptura radical con la Trinidad: opción fundamental ingrata y odiosa para la muerte espiritual. c) no solamente personalmente, sino socialmente: mis faltas más secretas, al privar a los otros de gracias suplementarias, facilitaron sus pecados, de los que soy indirectamente culpable. d) esta opción contra Dios puede volverse definitiva al momento de la muerte; trocarse en pecado final de impenitencia, eternizando en el infierno la muerte espiritual. ¡Última consecuencia del pecado original y de los pecados actuales!. Cristo en 16 pasajes de su Evangelio, nos revela la existencia del infierno eterno para preservarnos de él. De ahí el carácter racional del temor al infierno, único capaz - en ciertos momentos- de refrenarnos frente al abismo del pecado mortal.

II CONVERSIÓN A SÍ Y A DIOS POR LA CONTRICIÓN

El pródigo alienado termina por disgustarse de vivir fuera de sí mismo, absorbido por las criaturas, por sus pasiones, por su orgullo. Vuelve a sí mismo para regresar al Padre, mediante el examen de conciencia:

a) Sea por la contrición imperfecta (Lc 15,17): “muero de hambre” física, “temo el purgatorio y el infierno; por tanto me vuelvo a Dios”. Amor real, en cierta medida interesado, que es desde ya un gran don de Dios, porque prepara a un ser carnal al amor perfecto;

b) Sea por la contrición perfecta (Lc 15,18): “Padre, he pecado contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo”. Conversión debida, no al temor por los castigos terrestre o eternos de Dios - temor de esclavo - sino por el temor filial de ofenderle y de perderle. Dios es amado en sí mismo y por sí mismo, más allá de su dones, promesas y amenazas: “porque tú eres mi padre”.

El acto de contrición imperfecta, cuyos motivos nos son más accesibles, nos prepara para el acto de contrición perfecta, en el cual ya se recibe el perdón de Dios: porque incluye la decisión de recurrir mediante la confesión al poder de las llaves (Mt. 16; Jn 20). En la Misa ofrecemos el sacrificio del Hijo para nuestra propia conversión; de ahí la utilidad de hacer celebrar Misas para nuestra conversión.

La Confesión

Resumen de la homilía del Padre Bertrand de Margerie S.J. En la Iglesia de San Luís de los franceses en Lisboa (Portugal) Para el segundo domingo de cuaresma de 1988

A la luz del Transfigurador transfigurado escuchamos, siguiendo la voluntad del Padre, hablar a Cristo - a través de su Iglesia - de la institución de la Confesión, objeto de nuestra fe, de nuestro amor y de nuestra esperanza.

Fe: creemos, con la Iglesia en la institución divina del Sacramento de la reconciliación, que incluye la acusación de las faltas. Porque Cristo (Jn. 20) confirió a los Apóstoles y a sus sucesores el poder y la misión de perdonar o de retener los pecados cometidos por los bautizados después del bautismo. Un médico no puede curar una herida que ignora o que se le rehúsa mostrar. No la puede conocer más que por la confesión del enfermo. ¿Cómo podría el sacerdote - parcialmente sucesor de los Apóstoles - saber si debe retener los pecados o personarlos, si el penitente no le hace ninguna precisión sobre su pecado pasado o sobre su voluntad (o desinterés) de una penitencia futura?.

Si es cierto que la Escritura es ofrecida a todos los bautizados, no es menos cierto que fue a la Iglesia Jerárquica, (a los Doce y a sus sucesores) que Cristo confió su Palabra; es decir, la misión de interpretarla. La Iglesia leyó en Jn. 20 la voluntad de Cristo de vernos confesar nuestros pecados graves a sus representantes, no de una manera genérica (“soy un pecador”) sino específica (“he cometido adulterio”) y numérica (“siete veces”).Una caída aislada, puntual, es muy distinta de un vicio habitual. Cristo quiere curar nuestros actos concretos.

La confesión no es una tortura. Los pecados olvidados, luego de un examen diligente, son perdonados. Pero deben ser acusados en la próxima confesión. La imposibilidad física (mutismo, olvido involuntario) o moral (riesgo de escrupulosidad) dispensa de la integridad material.

2) Amamos, Señor, tu voluntad. ¿Pero para qué quieres nuestras confesiones? Porque Tú nos salvas por tu Encarnación, prolongada en tu Iglesia. Tú eres el Dios hecho hombre; Tú has expiado nuestros pecados humanamente; Tú quieres que nos confesemos a hombres enviados por Ti para tal efecto. Hay ahí, una humilde reparación del orgullo, raíz de todos nuestros pecados; y al mismo tiempo una liberación psicológica.

3) Esperamos de la todopoderosa misericordia de Cristo la voluntad de hacer buenas confesiones, durante toda nuestra vida, frente a buenos confesores.

Si temes confesarte, es que temes a tu confesor. He aquí el remedio: pide la gracia y el valor de confesarte. Pide para tu confesor las luces y palabras que - a juicio de Cristo - necesita tu alma. Entonces, estarás dispuesto a beneficiarte hasta de sus palabras más sencillas, que son rayos del Corazón de Jesús.

Creemos en el perdón de los pecados. Lo queremos y lo esperamos.

El sacerdote liga al penitente mediante la imposición de una satisfactoria o penitencia sacramental, que éste se compromete a efectuar y que, además, puede proponer

1) Por la satisfacción, el pecador arrepentido cumple la penitencia merecida por su conversión desordenada al mundo creado, conversión inherente a todo pecado. Esta penitencia prolonga exteriormente la pena interior del remordimiento, que la razón inflige a la sensibilidad. La satisfacción quiere reparar, frente a Dios, la injusticia del pecado, interiorizando así la sanción divina.

La satisfacción es impuesta por el sacerdote que ha recibido el “poder de las llaves” (Mt 16 y 18) no sólo para desatar por la absolución sino también para atar por la elección de una pena obligatoria. El poder de juzgar comprende aquel de castigar para sanar y para salvar. El pecador estaba atado a su falta; para desatarlo de ella, el sacerdote debe atarlo a una pena.

¿Cómo es que el Cristo misericordioso castiga por su Iglesia en el mismo gesto con el que perdona por ella?. La ofensa a Dios entraña una corrupción íntima del ofensor. ¿Cuál es el hijo desviado que no es corregido por su padre?. Dios azota y corrige al hijo que ama (Hb 12,6). En la infinita simplicidad de Dios, su Justicia es Misericordia. Quiere curar la herida que el pecador se ha infligido a sí mismo por su pecado. La satisfacción es el esfuerzo del penitente para integrar y centrar su ser en Dios. Un aspecto de la conversión. “Oh rigores, que dulces sois”, decía Bossuet.

2) ¿Cómo satisfacer?. La Iglesia responde: la penitencia sacramental debe, normalmente, comportar oración, limosna, y ayuno penetrados por la llama de caridad. Orar, compartir, privarse. Jesús interioriza, en el Sermón de la montaña, esta trilogía, presente ya en Antiguo Testamento. La satisfacción implica un esfuerzo encaminado hacia una triple reconciliación con Dios, con el prójimo, con el propio cuerpo.

Jesús oró, compartió y ayunó. Continúa orando, entregando, y ofreciendo al Padre, con el sacrificio de la Misa, sus ayunos pasados. Orar, compartir y privarse con Cristo por amor a Él; he ahí la penitencia sacramental del cristiano. Cristo la ofrece a su Padre unida a su Pasión. ¿Cómo adaptar esta penitencia a la situación del mundo actual y de la Iglesia?. Podemos para la oración matutina y vespertina, utilizar Laudes y Vísperas de la nueva Liturgia de las Horas; compartir bajo la forma de una inversión socialmente útil (y no solamente económicamente rentable); compartir nuestro tiempo visitando enfermos y prisioneros; es decir al Cristo que sufre en ellos; y privarnos de alcohol fuera de las comidas, de tabaco y - cerrando los ojos -de imágenes peligrosas (Cine, Televisión. Internet, Revistas, etc.), uniéndonos así a la Pasión de Cristo para la salvación del mundo.

Podemos proponer al sacerdote nuestra propia penitencia al sacerdote, con miras a interiorizarla mejor.

Yo te absuelvo de todos tus pecados: Sobre la Reconciliación y la Absolución

“yo te absuelvo de todos tus pecados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”

1) El sacerdote de la Antigua Alianza no perdonaba los pecados. Ofrecía un sacrificio y oraba por los pecadores, pero no había recibido el poder de absolverlos: Levítico 5 y 16. El rito sacrificial, sin causar el perdón divino, lo condicionaba. El autor de la Epístola a los Hebreos (10, 1.4) nos enseña inclusive la impotencia de la Ley para remitir los pecados mediante la sangre de cabras y toros. Los sacrificios y sacramentos de la Antigua Alianza prefiguraron la fe en Cristo crucificado, que obtiene - en el don de la contrición de amor - la remisión de los pecados. Es así que hasta nuestros días, Dios opera la remisión de los pecados de los no bautizados de buena fe, aunque invenciblemente ignorantes del Misterio de Cristo Salvador. Dicho de otro modo; el poder de las llaves - un rito de remisión de pecados - no había sido aún instituido. Ni aun en el caso de Juan el Bautista.

En estas condiciones, el asombro provocado por Jesús cuando remitió los pecados del paralítico, no sorprende tanto. El poder que recibió del Padre, ejercido y luego transmitido a los Apóstoles constituye la novedad formidable del Nuevo Testamento; el poder de perdonar y de absolver.

II El ejercicio de este poder, durante la absolución conferida por el sacerdote en el Nombre de la Trinidad, produce una triple reconciliación:

1) Consigo mismo: el pecado había desintegrado al pecador. Se reintegra por la contrición y por la absolución recibida. 2) Con la Iglesia, de cuya oración (prefigurada por el gesto de los cuatro cargadores del paralítico, que perforan el techo para llevar hasta Jesús al enfermo) obtiene la absolución conferida por el sacerdote, y especialmente en él la intención de absolver; sin la cual el sacramento no ha sido celebrado. 3) Con Dios. Si bien los padres cristianos pueden y deben perdonar la ofensa que les ha hecho su hijo, éstos no han recibido el Sacramento del Orden que es el único que habilita para perdonar en Nombre de Dios, la ofensa que a Él se hace. Pero, preparando a su hijo para la confesión, para el examen de conciencia, como para la contrición, contribuyen indirectamente a su reconciliación con Dios.

La nueva fórmula de absolución, inspirada por las cartas de Pablo, remite al Sacrificio de Cristo, que en este Sacramento no es sólo Juez, sino también Abogado del pecador; al igual que el sacerdote.

Agradezcamos a Cristo haciendo una invitación a la confesión. Para hacerla eficazmente, prestemos atención a los gestos de la reconciliación horizontal, que facilitarán el actuar del Reconciliador vertical.


LOS DIFERENTES MODOS DE REMISIÓN DE LOS PECADOS VENIALES, QUE CULMINAN POR SU CONFESIÓN FRECUENTE.

“el príncipe de este mundo va a ser arrojado al abismo; y yo, levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres a Mí (Jn 12,31-32), perdonando 77 veces (Mt. 18,21)

La Iglesia, que progresa en la comprensión de las palabras de Cristo, se ha asegurado que el Cristo ofrezca su perdón sacramental no solamente una o dos veces durante la vida, sino cada mes, e incluso cada semana, 77 veces.

1) Durante el primer milenio, la Iglesia comprendió de manera práctica aquello que expresaría teóricamente en el Concilio de Trento: hay muchas maneras de expiar los pecados veniales y de obtener su perdón. Porque no suprimen la caridad, ni la opción fundamental por Dios: la enfrían. Su actualización por un acto ferviente, penetrado de su tendencia dinámica hacia el Fin último; una oración, una limosna, una privación, libera del pecado cotidiano y venial. Esto se realiza, especialmente en el acto de la contrición perfecta, sobre todo cuando se hace bajo la irradiación de la comunión eucarística; antídoto y contraveneno del pecado venial. De ahí la bella afirmación de Ambrosio en el Siglo IV: “Yo, que peco diariamente, tengo necesidad del Remedio eucarístico de mi enfermedad”. La caridad, aumentada por la Comunión, pide y cultiva el arrepentimiento; ofrece la limosna y la privación. De esta manera, obtiene 77 perdones de Aquél que atrae a todos.

La Iglesia durante el segundo milenio, a través de sus santos, y especialmente en nuestro siglo por el magisterio constante de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, subraya la particular eficacia y las ventajas de una de las maneras de obtener la remisión de los pecados: su frecuente confesión sacramental- Ella aumenta y desarrolla “el conocimiento de sí y la humildad; combate la tibieza, arranca de raíz las malas costumbres, purifica la conciencia, fortifica la voluntad, acrecienta la gracia” escribía Pío XII en 1943. Contribuye a la creciente conversión deseada por Vaticano II, que proclamó que es obligación para todos el tender a la perfección de la caridad: ¿Podemos tender a ella desoyendo el consejo de la confesión frecuente? Ni la oración ordinaria, ni el reparto de la limosna, ni la privación ascética confieren la gracia sacramental de la penitencia reconciliadora: gracia de contrición, de lucha contra los vicios y tentaciones; gracia que mueve a la satisfacción reparadora encaminada a la Justa Bondad del Creador y Redentor.

Sin la costumbre de la confesión frecuente, mensual o semanal (S. Francisco de Sales), la indispensable confesión de una falta grave deviene se vuelve más difícil. Preparémonos, por la confesión frecuente, para la muerte (Bourdaloue), para la salvación y para la perfección de la caridad.

Examen de conciencia cuaresmal propuesto por el nuevo Ritual Romano de la Penitencia, con miras a la preparación de la confesión sacramental. (adaptado por Bertrand de Margerie SJ.)

FRENTE A DIOS

1) ¿Recurro al Sacramento de la Penitencia en virtud de un deseo sincero de purificación, de conversión, de renovación y de amistad más profunda con Dios, o tal vez lo considero como un peso a llevar raramente?

2) ¿He olvidado u omitido expresamente en mis confesiones precedentes algunos pecados graves?

3) ¿He cumplido con la satisfacción impuesta por el confesor? ¿He reparado las injusticias eventualmente infligidas a terceros? ¿Me he esforzado en practicar las resoluciones tomadas con miras a reformar mi vida según el Evangelio?

4) El Señor Jesús dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón” (Mt. 22,37). ¿Mi corazón se orienta hacia Dios hasta el punto de amarlo sobre todas las cosas, en fiel observancia de los mandamientos, como un hijo ama a su padre? .O Bien estoy más preocupado por las cosas temporales. ¿En mi obrar, es recta mi intención?

5) ¿Mi fe en Dios - quien nos habló por su Hijo - es firme? ¿Me he adherido firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿Me he preocupado permanentemente por mi formación cristiana, de escuchar la Palabra de Dios, de participar en una catequesis superior, de evitar todo lo que daña a la fe? He profesado siempre vigorosamente y sin temor la fe en Dios y en su Iglesia. ¿Me he mostrado cristiano tanto en la vida privada como en la pública?

6) ¿He rezado mañana y tarde? ¿Es mi oración una verdadera conversación del espíritu y del corazón con Dios o es solamente un rito exterior? ¿He ofrecido a Dios trabajos, alegrías y dolores? ¿He recurrido a Él en las tentaciones?

7) ¿Respeto y amo el Nombre de Dios? ¿He ofendido a Dios con blasfemias o con falsos juramentos o pronunciando su Nombre de manera vana? ¿He faltado al respeto debido a la Santísima Virgen María y a los Santos?

8) ¿Santifico los Domingos y las fiestas de la Iglesia participando activamente, con atención y piedad en el culto litúrgico, especialmente en la Misa? ¿He observado los mandamientos relativos a la confesión anual y a la comunión Pascual?

9) ¿Tengo, tal vez, otros dioses, con los cuales soy más cuidadoso o en cuales tengo más confianza que en Dios, como el dinero, supersticiones, espiritismo y otras prácticas mágicas?


FRENTE AL PRÓJIMO

10) ¿Abuso de mis hermanos utilizándolos para mis fines o actuando con ellos de una manera que no quisiera para mí? ¿He escandalizado con malas palabras o con malas acciones?

11) En la vida familiar: Hijo o hija. ¿He obedecido a mis padres, los he honrado o ayudado en sus necesidades espirituales o materiales?

Padre. ¿He sido cuidadoso con la instrucción y la educación cristiana de mis hijos, de ayudarlos con mi buen ejemplo y por el ejercicio de mi autoridad?

Esposo. ¿He sido fiel de corazón y de conducta?

12) ¿Reparto mis bienes con aquellos que son más pobres que yo? ¿He defendido, en tanto me fuera posible, a los oprimidos, y ayudado a quienes se encuentran en la miseria? ¿He despreciado a los débiles, a los ancianos, o a los extranjeros?

13) ¿Recuerdo la misión recibida en la confirmación? ¿He participado en la vida de mi parroquia, en las obras de apostolado y de caridad de la Iglesia? ¿He acudido en auxilio de sus necesidades? ¿He rezado por la unión de todos dentro de unidad de la Iglesia, por la evangelización de los pueblos, por la paz y justicia entre ellos?

14) ¿Me preocupo del bien y de la prosperidad de la comunidad en la que vivo? ¿He promovido, especialmente, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad? ¿He cumplido mis deberes cívicos (electorales)?. ¿He pagado mis impuestos?

15) ¿En mi ejercicio profesional he sudo justo, activo, honesto, y servicial? ¿He pagado un salario justo a mis obreros o empleados? ¿He cumplido las promesas y condiciones contractuales?

16) ¿He obedecido y respetado a las autoridades legítimas?

17) ¿Si tuve una responsabilidad o ejercí alguna autoridad, lo hice con espíritu de servicio y por el bien de los otros?

18) ¿He causado daño al prójimo y he sido injusto con él por juicios o teniendo sospechas temerarias, con maledicencias, calumnias o violación de secretos?

19) ¿He violado la integridad física, la vida, la reputación, el honor del prójimo? ¿He dañado o me he apropiado de sus bienes? ¿He sugerido, persuadido o procurado un aborto? ¿Odio a alguien? ¿Estoy alejado del resto por riñas, insultos, cólera o enemistad? ¿He sido culpable de negarme a dar testimonio de la inocencia del prójimo?

20) ¿He deseado de manera injusta o desordenada el bien ajeno o lo he robado? ¿He dañado a sus propietarios? ¿He sido cuidadoso en restituir el bien ajeno y en reparar el perjuicio causado?

21) Si mis derechos fueron vulnerados, ¿he estado listo al perdón, a la reconciliación y a la paz, por amor a Cristo, o he conservado voluntariamente el odio y el deseo de venganza?

III CRISTO, EL SEÑOR HA DICHO: “AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”

22) ¿Cuál ha sido la orientación fundamental de mi vida? ¿He sido animado por la esperanza de la vida eterna? ¿He tenido cuidado de progresar en la vida espiritual mediante la oración, por le lectura y la meditación de la Palabra de Dios, por la participación en los Sacramentos, y por la penitencia? ¿He tenido cuidado de dominar mis inclinaciones y pasiones malas, mis vicios como la envidia, la glotonería, el alcoholismo, y la propensión a las drogas? ¿O aquellas como la vanidad y el orgullo? ¿Me he exaltado frente a Dios? ¿He despreciado al prójimo? ¿Me he considerado superior en todo frente a los otros? ¿He querido imponerles mi voluntad, ignorando sus derechos y su libertad?

23) ¿He empleado los dones recibidos de Dios (“los talentos”), como el tiempo y la fuerza, para perfeccionarme a mí mismo? ¿He sido perezoso?

24) ¿He soportado con paciencia las contradicciones, penas y dolores? ¿He observado la ley del ayuno y de la abstinencia (miércoles de ceniza para el primero y los viernes de cuaresma para la segunda? ¿He observado la ley divina de la penitencia cada viernes (haciendo el Vía Crucis, por ejemplo)?.

25) ¿He conservado mis sentidos y todo mi cuerpo en el pudor y la castidad? ¿He recordado que mi cuerpo (por el bautismo) es un templo del Espíritu, destinado a la resurrección gloriosa? ¿He manchado mi carne con malos pensamientos, malas palabras y malos deseos; por miradas o actos indignos e impuros? ¿He buscado o aceptado lecturas, conversaciones y espectáculos contrarios a la castidad? ¿He inducido a los otros al pecado? ¿He observado la ley moral en la práctica matrimonial?

26) ¿He actuado contra mi conciencia por temor o hipocresía?

27) ¿Soy esclavo de tal o cual pasión?

APÉNDICE I

Todo pecado grave debe ser acusado en número y especie: por ejemplo, “he pecado cinco veces de desear impuramente a una persona casada, o “he faltado tres veces a la Misa dominical sin justificación seria”.

APÉNDICE II

Complemento a las preguntas 12, 14 y 15 a la luz del examen de conciencia social propuesto por BERTRAND DE MARGERIE SJ. En SACREMENTS ET DEVELOPPEMENT INTÉGRAL (Paris, Téqui, 1977, cap. IV).

28) ¿Tengo la costumbre de hacer mi propia contabilidad? ¿He rendido cuentas a mí mismo, a los otros y a Dios del uso del dinero?

29) ¿He tomado en cuenta, en mis inversiones, las necesidades urgentes de los países subdesarrollados o de los sectores menos desarrollados de la economía nacional?

30) ¿Me he embolsado mis dividendos sin preguntarme si lesionaban o no los derechos de terceros)? ¿No Tengo -en este caso- la obligación de restituir a los terceros en la medida de la violación de sus derechos? ¿He pensado en unirme a otros accionistas para defender, en las asambleas generales, a los obreros de la empresa y a los consumidores?

31) ¿Soy miembro de una organización profesional?

32) ¿Que he hecho, que hago o qué puedo hacer para transformar mi medio profesional en una verdadera comunidad de personas?

33) Si mis empleados son padres y madres de familia, ¿reciben - en la medida de lo posible- un salario familiar?

34) ¿Tengo la costumbre de consultar (mediante un mecanismo previamente dispuesto) a los obreros de mi empresa respecto de los problemas de su gestión, con el fin de que tengan voz en el asunto y de que tomen conciencia de participar en mis responsabilidades?

(Estas preguntas están inspiradas en recientes encíclicas sociales de los Papas)

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger Para la Enciclopedia Católica y ACI Prensa