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Martes, 19 de marzo de 2024

Bartolomé Carranza

De Enciclopedia Católica

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(También llamado de Miranda, por su ciudad natal) Arzobispo de Toledo, nació en Miranda de Arga, España en 1503 y murió en Roma el dos de mayo de 1576. Carranza perteneció a una familia noble que tenía sus tierras en Miranda de Arga, en Navarra. Recibió su primera educación en Alcalá y en 1520 entró en el convento de los dominicos de Benalaque, cerca de Guadalajara. Prosiguió sus estudios filosóficos y teológicos en Salamanca. En 1528 recibió el grado de maestro de artes liberales y en 1534 el de lector de teología, en el colegio de S. Gregorio de Valladolid.

Por esa época se le acusó de mantener ciertas opiniones doctrinales, pero no pasó nada. Su fama como teólogo creció con rapidez y la Inquisición le nombró censor, encargado de preparar opiniones y sermones. Su orden le encomendó importantes misiones. Así en 1539 representó a su provincia en el capítulo general de los dominicos en Roma. Tras su vuelta, en 1540, el emperador Carlos V le ofreció la sede de Cuzco en Perú, pero Carranza declinó el nombramiento siguiendo con sus obligaciones como lector de teología en Valladolid.

En 1545, cuando se inauguró el Concilio de Trento, Carlos V envió a Carranza y a otro dominico, Domingo de Soto, como teólogos imperiales. En junio de 1545 ya estaba en Trento. Durante el primer período del concilio (1545-47) tomó parte muy activa en las discusiones de los teólogos en las congregaciones, expresó sus opiniones respecto a varios asuntos sometidos a discusión, como los sacramentos en general, el bautismo, la eucaristía, el sacrificio de la misa y predicó en el servicio divino del 14 de marzo ante la asamblea conciliar (Le Plat, "Monum. Trident.", I, 52-62 da el texto del sermón) También mostró gran celo en las conferencias sobre la reforma de la disciplina de la iglesia. En las discusiones sobre el deber de residencia de los obispos, Carranza, como todos los españoles, defendía con calor la opinión de que el deber de residencia era una ley de derecho divino (iuris divini) y por consiguiente no podía ser delegado en un vicario. De hecho escribió y publico un tratado "Controversia de necessarii residentii personali episcoporum et aliorum inferiorum ecclesiæ pastorum Tridenti explicata" (Venecia, 1547), que se puede encontrar en Le Plat, "Monum. Trident.", III, 522-584. Carranza tomó parte en la redacción de los once artículos propuestos por los españoles sobre el deber episcopal de residencia y otras cuestiones disciplinarias relacionadas con el oficio de obispos. Cuando el Concilio se trasladó a Bolonia, Carranza se quedó en Trento. En 1548 Carlos V le pidió que acompañara al Príncipe Felipe a Flandes, como confesor, pero Carranza declinó el honor; en 1549 rehusó el nombramiento como obispo de las Islas Canarias

Después de su regreso a España en 1549, fue nombrado prior en Palencia y en 1550 y provincial. Cuando en 1551 Julio III reabrió el Concilio de Trento Carranza volvió allí para tomar parte en las deliberaciones. En 1552 se interrumpió de nuevo el concilio y Carranza volvió a España donde, además de sus obligaciones en su orden, tomó parte en los trabajos de la Inquisición. Como limosnero del príncipe Felipe estuvo muy en contacto con éste y predicó con frecuencia ante él y su corte. En 1554 Felipe que se había casado con la reina Maria de Inglaterra, estaba preparando el viaje a aquel país. Envió antes a Carranza y otros miembros de órdenes religiosas españolas para ayudar a la reina que se esforzaba por devolver el país a la fe católica. Permaneció en Inglaterra hasta 1557; se dedicó, en conexión con el cardenal Pole, como visitante y predicador. Trató de impedir la venta de libros protestantes, predicó frecuentemente contra las falsas doctrinas e inspeccionó la universidad de Oxford de la que resultaron expulsados algunos profesores, por los esfuerzos de Carranza. Cuando Carlos V abdicó y le sucedió su hijo Felipe, Carranza volvió al continente, 1557, a Flandes, donde el nuevo rey tenía entonces su residencia principal. También allí se ocupó el celoso dominico a impedir la introducción y la extensión de los escritos protestantes y a mantener la fe católica.

El 31 de mayo de 1557 quedó vacante la sede de Toledo por la muerte del cardenal arzobispo Silíceo y el rey decidió que le sucediera Carranza quien intentó que el rey eligiera a otro candidato. Pero Felipe persistió y Carranza hubo de ceder siendo preconizado por Paulo IV el 16 de diciembre de 1557 como arzobispo de Toledo y, consecuentemente, primado de España. Recibió la consagración episcopal en Bruselas en 1556, de manos del cardenal Granvella, entonces obispo de Arras. Equipado con importantes instrucciones políticas, el nuevo arzobispo salió de Flandes en junio; llegó a la corte de Valladolid en agosto. Poco después se acercó a Yuste a visitar a Carlos V que estaba moribundo y permaneció con él hasta su muerte.

Por entonces apareció un informe según el cual Carranza había desviado al emperador hacia posturas heréticas por lo que había muerto fuera de la fe católica. El rumor era una pura invención pero dio alas al proceso incoado por la Inquisición tiempo atrás. Carranza sólo pudo dedicarse a su diócesis durante un año, especialmente atento al cuidado de los pobres. En 1558 apareció en Amberes su comentario sobre el catecismo cristiano (Commentarios del revmo. Señ. Fray Bartolomé Carranza de Miranda sobre el catechismo cristiano). Se encontraron en el libro un número de opiniones sospechosas de herejía, y Valdés, el gran inquisidor, actuó contra él.

Se presentaron como evidencias contra él no sólo el catecismo sino otros manuscritos, expresiones que había empleado en sus sermones, cartas encontradas en su posesión, incluida una del hereje Juan de Valdés. Melchor Cano, el famoso teólogo, y Domingo de Soto, ambos miembros de la misma orden que el arzobispo, sacaron del comentario numerosas proposiciones que fueron sometidas a censura eclesiástica. Una Carta de Paulo IV, fechada el 7 de enero de 1559, concedió al gran inquisidor de España el poder de investigar durante dos años la conducta de los obispos españoles; esta medida estaba pensada para contrarrestar la amenaza de expansión de la doctrina protestante. Así pues, y con la autorización de Felipe II (26 junio 1558), el gran inquisidor hizo arrestar a Carranza en Torrelaguna el 22 de agosto de 1558 y lo llevó preso a Valladolid. Paulo IV preguntó varias veces a Felipe II sobre este asunto. Los miembros del Concilio de Trento urgieron al papa en varias ocasiones, durante los años 1562 y 1563, para que trajera el caso del arzobispo de Toledo ante el tribunal del concilio. La Congregación del Índice también manifestó en el concilio una opinión favorable a Carranza en lo referente a su comentario al catecismo.

Pero el proceso español siguió su tedioso curso. En 1564, una vez que la Inquisición había cerrado su investigación, el rey manifestó a Paulo IV su deseo de que el asunto fuera decidido por jueces españoles nombrados por el papa. El papa estuvo de acuerdo y el 13 de julio de 1656 nombró a cuatro jueces para que le juzgaran en España: el cardenal Hugo Buoncompagni, Hipólito Aldobrandini, Fel. Peretti OSF y J.B Castagnani arzobispo de Rosano. Todos ellos llegaron con el tiempo a ser papas. Sin embargo tras su llegada a España en noviembre de 1565 no se les permitió proceder con independencia de los oficiales de la Inquisición y por consiguiente el proceso no llegó a producir sentencia. Por fin en 1567, debido a una orden perentoria de Pío V, el proceso se llevó ante la curia, los documentos oficiales enviados a Roma y Carranza, que había permanecido ocho años en prisión, llegó por fin a Roma el 28de mayo de 1567. Se le asignaron las habitaciones papales del castillo de Sant´Angelo como residencia durante el juicio. Una vez más el caso se prolongó ante la Curia más de nueve años. No se llegó a una decisión hasta el 14 de abril de 1576, ya bajo Gregorio XIII. Carranza no fue encontrado culpable de herejía pero se recomendó que abjurase de dieciséis proposiciones luteranas, de las que se había hecho sospechoso, y se le prohibió entrar a gobernar su diócesis durante otros cinco años más durante los cuales se le ordenó vivir en el monasterio que orden tenía cerca de la iglesia de Santa María sopra Minerva donde debía realizar ciertos ejercicios religiosos como penitencia.

Carranza murió ese mismo año y fue enterrado en el coro de la iglesia mencionada. El 23 de abril, visitó las 7 grandes iglesias y celebró misa, al día siguiente, en la basílica Laterana. Antes de recibir los últimos sacramentos declaró que había sido siempre fiel a la fe católica, que nunca había sostenido voluntariamente posiciones condenadas como heréticas y que se sometía completamente al juicio que pronunciara sobre él. Había permanecido en prisión casi 17 años con paciencia y resignación y todos le veneraban en Roma. Gregorio XIII autorizó que se colocara sobre su tumba un monumento con una inscripción en su honor.

El triste destino de Carranza fue en gran parte causado por el intenso deseo de mantener fuera de España todas las influencias protestantes. No se puede negar, por otra parte, que expresiones que usaba y proposiciones que manifestaba ocasionalmente pudieron sugerir que tenía opiniones heréticas. Más tarde la Congregación del Índice también condenó su Comentario. Esta obra trata las doctrinas de la fe y moral cristianas en cuatro capítulos: fe, mandamientos, sacramentos y buenas obras. Además del Comentario, Carranza publicó una "Summa Conciliorum et Pontificum a Petro usque Paulum III" (Venecia, 1546), reeditada con frecuencia y ampliada por editores posteriores. La "Summa" tenía como prefacio cuatro disertaciones: "Controversiæ quattuor, (1) Quanta sit auctoritas traditionum in ecclesiâ; (2) Quanta Sacræ Scripturæ; (3) Quanta Romani Pontificis et Sedis apostolicæ; (4) Quanta Conciliorum"; y además el controvertido tratado sobre la residencia de los obispos que se ha mencionado arriba y una "Instrucción para oír Misa”. En 1555 se publicó una edición en Amberes.


Bibliografía

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P. KIRSCH .


Transcrito por WGKofron. Con agradecimiento a Fr. John Hilkert, Akron, Ohio.


Traducido por Pedro Royo