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Viernes, 1 de noviembre de 2024

Castidad

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Presentación

En este artículo la castidad se considera como virtud; su consideración como consejo evangélico se encuentra en los artículos sobre Celibato del Clero, Continencia y Virginidad. Como voto, la castidad se trata en el artículo VOTO.

Como virtud

La castidad es la virtud que excluye o modera la indulgencia del apetito sexual. Es una forma de la virtud de la templanza, que controla de acuerdo con la recta razón el deseo y el uso de aquellas cosas que aportan los mayores placeres sensuales. Las fuentes de tales deleites son la comodidad y la bebida, por medio de los cuales se conserva la vida del individuo, y la unión de los sexos, por medio de la cual se asegura la permanencia de la especie. La castidad, empero, se alía con la abstinencia y la sobriedad; pues, así como por esta última los placeres de la función nutritiva se ven rectamente regulados, por la castidad el apetito procreativo es restringido adecuadamente. Al entenderse como la prohibición de cualquier placer carnal, la castidad se considera generalmente igual a la continencia, aunque Aristóteles, como se señala en el artículo CONTINENCIA, marcó una clara distinción. Con la castidad se confunde a menudo la modestia, aunque ésta no es propiamente sino una circunstancia especial de la castidad o, mejor, su complemento. Pues la modestia es la cualidad de privarse delicadamente de todos los actos que ofenden al pudor, y así se erige en defensa de la castidad. Es necesario hacer notar que la virtud en discusión puede ser puramente natural. Su motivación podría ser la decencia natural en el control del apetito sexual, según la norma de la razón. Este motivo brota de la dignidad de la naturaleza humana, la cual, sin su guía racional, se degrada al nivel de las bestias. Sin embargo, consideraremos la castidad como una virtud sobrenatural. Vista así, su motivación se descubre a la luz de la fe: particularmente las palabras y el ejemplo de Jesucristo y la reverencia debida al cuerpo humano como templo del Espíritu Santo, como incorporado al cuerpo místico del que Cristo es cabeza, como receptor de la sagrada Eucaristía, y finalmente, como destinado a compartir con el alma la gloria eterna. Considerando si la castidad excluye todo placer carnal voluntario, o permite esta gratificación dentro de los límites prescritos, puede ser absoluta o relativa. La primera atañe a los solteros, la segunda a los que pertenecen al estado marital. Al estar prohibido saciar el apetito sexual a todos los que están fuera del vínculo marital, el impulso consentido entre los solteros, así como el impulso consentido hacia algo fuera de la ley, está prohibido. Tal es la intensidad de la pasión sexual que su impulso es peligrosamente capaz de arrastrar la voluntad consigo. Aún así, cuando hay pleno consentimiento, es una ofensa grave por su propia naturaleza. Se debe observar también que este impulso se constituye, no meramente por un deseo efectivo, sino por uno voluntario e impuro. Aparte de la clasificación ya citada, hay otra, que distingue entre castidad perfecta e imperfecta. La primera es la virtud de aquellos que, para entregarse sin reservas a Dios y sus intereses espirituales, deciden abstenerse perpetuamente incluso de los placeres lícitos del estado marital. Cuando esta resolución la toma uno que nunca ha conocido el placer permitido en el matrimonio, la caridad perfecta se convierte en virginidad. A causa de estos dos elementos -la intención elevada y la inexperiencia absoluta-, la castidad virginal se distingue como virtud especial de aquella que conlleva únicamente la abstinencia de los placeres ilícitos. No es necesario que la resolución que implica la virginidad se apoye en un voto, aunque en su forma más perfecta, la castidad virginal, como afirma santo Tomás siguiendo a san Agustín, implica o supone un voto (Summa Theol., II-II, Q, clii, a. 3, ad 4.). La virtud especial que consideramos aquí comprende integridad física. Mientras que la Iglesia solicita la integridad a aquellas que van a vestir el velo de las vírgenes consagradas, no es más que una cualidad accidental, y puede perderse sin detrimento de la integridad espiritual superior en la cual reside propiamente la virtud de la virginidad. La integridad es necesaria y suficiente para ganar la aureola que se dice espera a las vírgenes como especial recompensa celestial (S. Thomas, Suppl. Q. xcvi, a. 5). La castidad imperfecta es aquella propia del aquellos que no han contraído matrimonio sin haber renunciado por ello a hacerlo, o de aquellos que están unidos por los lazos del legítimo matrimonio, y finalmente que de aquellos que han sobrevivido a su cónyuge. En el caso de estos últimos se puede tomar la resolución que llevaría a la práctica de la castidad que hemos definido como perfecta.

La práctica de la castidad

Para señalar la insostenibilidad de los argumentos presentados por McLennon, Lubbock, Morgan, Spencer y otros, acerca de un estado original de promiscuidad sexual en la humanidad, conviene referirse a la historia natural del matrimonio. Westermarck, en su "Historia del matrimonio humano" (Londres, 1891), ha demostrado claramente que muchas de las representaciones de personas viviendo promiscuamente son falsas y que esta baja condición no debe ser considerada como característica de los salvajes, y mucho menos como evidencia de una promiscuidad original (Historia del matrimonio humano, 61 sqq.). Según este autor, "el número de pueblos sin civilizar entre los cuales la castidad, al menos entre las mujeres, se exhibe con honor y se protege como norma, es muy considerable" (op. cit., 66). Un hecho que no puede ser despreciado, del cual los viajeros dan infalible testimonio, es el efecto pernicioso que, por norma, tiene en los salvajes el contacto con aquellos que provienen de una civilización más avanzada. Según el doctor Nansen, "las mujeres esquimales de las mayores colonias son más ligeras que las de los pequeños asentamientos donde no hay europeos" (Nansen, The First Crossing of England, II, 329). Acerca de las tribus de las llanuras de adelaida al sur de Australia, Edward Stephens afirma: "Aquellos que se refieren a los nativos como una raza naturalmente degradada, o bien no hablan desde la experiencia, o les juzgan a partir de lo que se han convertido cuando el abuso de tóxicos y el contacto con lo más abyecto de la raza blanca ha comenzado su obra mortífera. Vi a los nativos y conviví con ellos antes de que se conocieran estas inmoralidades y puedo decir sin temor que prácticamente toda su maldad la deben a la inmoralidad del hombre blanco y la bebida del hombre blanco" (Stephens, The Aborigines of Australia, en Jour. Roy. Soc. N. S. Wales, XXIII, 480). El profesor Vambrey observa acerca de los primitivo tártaros turcos: "La diferencia en materia de inmoralidad que existe entre los turcos afectados por una civilización extranjera y por las tribus que habitan las estepas es evidente a cualquiera que viva entre los turcomanos y kara kapals, pues tanto en África como en Asia, ciertos vicios los introducen únicamente aquellos que se llaman portadores de cultura". (Vambrey, Die primitive Kultur des Türktartarischen Volkes, 72). Testimonios semejantes podrían multiplicarse abundantemente

La práctica de la castidad entre los judíos

Muchos de los preceptos mosaicos deben haber operado entre los antiguos judíos, para prevenir los pecados contra la castidad. La legislación de Deut., xxii, 20-21, según la cual una esposa que ha engañado a su esposo, que la creía virgen, debe ser lapidada hasta la muerte en la puerta de su padre, debe de haber apartado a las jóvenes de cualquier práctica impura. Asimismo, el efecto de Deut., xxii, 28-29, debió de ser importante. Según este precepto, si un hombre pecaba con una virgen "debía entregar al padre de la doncella cincuenta siclos de plata y tomarla como esposa, pues la había humillado. No podía separarla de sí en los días de su vida". La ley mosaica contra la prostitución de las mujeres judías era severa, aunque este vicio llegó a Israel mediante mujeres foráneas. Hay que hacer notar que los judíos eran propensos a caer en los pecados sexuales de sus vecinos, y se observa el resultado inevitable de la poligamia, en ausencia de una obligación reconocida de continencia para el varón paralela a la impuesta a la mujer. La falta de castidad de los griegos post-homéricos era notoria. En este pueblo, el matrimonio no era más que una institución para aportar al Estado soldados fuertes. A consecuencia de esto, la posición de la mujer se veía más degradada. Escuchamos de Polibio que a veces cuatro espartanos compartían una esposa (Frag. In Scr. Vet. Nov. Coll., ed. Mai, II, 384). Los atenienses no estaban tan degradados, aunque entre ellos la esposa estaba excluida de la sociedad de su marido, que buscaba placer en compañía de hetairas y concubinas. Las hetairai no eran parias sociales entre los atenienses. Ciertamente muchas de ellas alcanzaban la influencia de reinas. Aunque entre los romanos se estilaba un exceso de afectación "a lo griego", nunca se vieron mayores abismos de depravación que en los días siguientes a la república. Los griegos rodeaban sus pecados sexuales de un encanto de romance y sentimiento. Pero con los romanos, la inmoralidad, incluso las anormalidades, se mostraba descarnadamente. Esto se puede ver en las páginas de Juvenal, Marcial y Suetonio. Cicerón declara públicamente que el trato con prostitutas nunca ha sido condenado en Roma (Pro Cælio, xv) y sabemos que por normal el matrimonio se consideraba una mera relación temporal. Nunca se degradó tanto la mujer como en Roma. En Grecia, la reclusión forzosa de la esposa actuaba como protección moral. Las matronas romanas no tenían esta restricción, y muchas de éstas, pertenecientes a la clase superior, no dudaron en tiempos de Tibero a inscribirse en las listas edilicias como prostitutas comunes, para así eludir las penas con que la ley Julia castigaba el adulterio.

El Cristianismo y la práctica de la castidad

Bajo el cristianismo, la castidad ha sido practicada de forma inédita respecto de otras influencias. La moral cristiana prescribe el orden recto de las relaciones. Éste debe dirigir y controlar el modo de las relaciones referido al otro en cuerpo y alma. Entre ambos hay una oposición imposible de erradicar, la carne con su concupiscencia enfrentada sin freno al espíritu, cegándole y apartándole de la búsqueda de la vida verdadera. La armonía y el orden debidos entre cuerpo y alma deben prevalecer. Pero esto supone la preeminencia y dominio del espíritu, que a su vez sólo puede significar el castigo del cuerpo. El parentesco, tanto real como etimológico, entre castidad y castigo, es obvio. La castidad es necesariamente algo austero. El efecto tanto del ejemplo como de las palabras de Nuestro Salvador (Matt., xix, 11-12) se ve en la vida de tantos célibes y vírgenes que han iluminado la historia de la Iglesia cristiana, mientras que la idea del matrimonio como signo y señal de la inefable unión de Cristo con su esposa inmaculada la Iglesia -una unión en la cual la fidelidad y el amor son mutuos- ha dado su fruto, embelleciendo este mundo con caminos de castidad conyugal.


St. THOMAS, Summa, II-II, Q. cli-clii; Cont. Gent., L. III, c. cxxxvi; LESSIUS, De Just. et jure ceterisque virt. card., L, IV, c. ii, n. 92 sq.; ESCHBACH, Disputationes Physiologico-TheologicÏ, Disp. v; D…LLINGER, The Gentile and the Jew etc., II, Book IX; CRAISSON, De Rebus Venereis; BONAL, De Virtute Castitatis; WESTERMARCK, The History of Human Marriage, ch. iv, v, vi; GAY, The Christian Life and Virtues; II, Chastity.

JOHN W. MELODY. Transcrito por Douglas J. Potter Traducido por Javier Olabe Dedicado al Inmaculado Corazón de María