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Jueves, 18 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Virtud de religión»

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De las tres derivaciones que se proponen de la palabra «religión», la sugerida por Lactancio y confirmada por [[Vida de San Agustín de Hipona|San Agustín]] parece, quizá, más de acuerdo con la [[idea]] que las otras. Dice que procede de religare, unir. Así, significaría el vínculo que une al [[hombre]] con [[Dios]]. La noción comúnmente aceptada entre los [[teología dogmática|teólogos]] es la que se encuentra en la «Summa Theologica», II-II, Q. LXXXI de [[Santo Tomás de Aquino]]. Según él, es una [[virtud]] que propone rendir a Dios el [[culto cristiano|culto]] que le es debido como fuente de todo ser y principio de todo gobierno de las cosas. No cabe [[duda]] de que es una virtud distinta, no meramente una fase de otra. Se diferencia de otras en su objeto, que es ofrecer al Omnipotente Dios el homenaje requerido por Su singularísima excelencia. En una acepción libre puede ser considerada como una virtud general que prescribe los [[actos humanos|actos]] de otras virtudes o requiere de ellas para la ejecución de sus propias funciones. No es una virtud teologal, porque su objeto inmediato no es Dios, sino la reverencia debida a Él. Su práctica está frecuentemente asociada con las virtudes de [[fe]] y [[caridad]], como una parte de la virtud cardinal de la [[justicia]], desde la que damos a Dios lo que le es debido.  
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De las tres derivaciones propuestas para la palabra “[[religión]]”, la sugerida por [[Lucio Cecilio Firmiano Lactancio|Lactancio]] y confirmada por [[Vida de San Agustín de Hipona|San Agustín]] parece, quizá, más de acuerdo con la [[idea]] que las otras. Dice que procede de ''religare'', unir. Así, significaría el vínculo que une al [[hombre]] con [[Dios]]. La noción comúnmente aceptada entre los [[teología dogmática|teólogos]] es la que se encuentra en la «Summa Theologica», II-II, Q. LXXXI de [[Santo Tomás de Aquino]]. Según él, es una [[virtud]] que propone rendir a Dios el [[culto cristiano|culto]] que le es debido como fuente de todo ser y principio de todo gobierno de las cosas. No cabe [[duda]] de que es una virtud distinta, no meramente una fase de otra. Se diferencia de otras en su objeto, que es ofrecer al Omnipotente Dios el homenaje requerido por Su singularísima excelencia. En una acepción libre puede ser considerada como una virtud general que prescribe los [[actos humanos|actos]] de otras virtudes o requiere de ellos para la ejecución de sus propias funciones. No es una virtud teologal, porque su objeto inmediato no es Dios, sino la reverencia debida a Él. Su práctica está frecuentemente asociada con las virtudes de [[fe]] y [[caridad]]:  Sin embargo, el juicio concurrente de los teólogos la colocan enre las virtudes morales, como parte de la [[virtudes cardinales|virtud cardinal]] de la [[justicia]], puesto que con ella le damos a Dios lo que le es debido.  Santo Tomás enseña que es la primera entre las virtudes morales.  
  
Santo Tomás enseña que es la primera entre las virtudes morales. Una actitud religiosa hacia Dios es esencialmente el producto de nuestro reconocimiento, no sólo de Su majestad soberana, sino también de nuestra absoluta dependencia de Él. Aunque, como dice el P. Rickaby, Él no es meramente «el Gran Desconocido», nuestro comportamiento ha de estar investido de reverencia y admiración; Él es a la vez nuestro Creador y Maestro y, en virtud de nuestra filiación sobrenatural en el orden presente de las cosas, nuestro Padre. Por eso estamos [[obligación|obligados]] a dirigir habitualmente hacia Él nuestros sentimientos de [[adoración]], plegaria, acción de gracias, lealtad y [[amor]]. Tal disposición del [[alma]] es inexorablemente requerida por la [[verdad]]era [[ley]] de nuestro ser. No debemos, sin embargo, permanecer satisfechos porque tal vez nuestra relación interior esté suficientemente en conformidad con esta norma. No somos simplemente espíritus. Nuestra naturaleza compuesta necesita expresarse a sí misma en actos externos en los que tanto el cuerpo como el alma deben tener parte --esto no sólo para estimular nuestros sentimientos internos, sino porque a Dios mismo pertenecen nuestro cuerpo y alma, y es justo que ambos Le muestren su fidelidad. Esta es la justificación de la religión externa. Efectivamente, Dios no necesita nuestro culto, ni interior ni exterior, y es pueril impugnar esta razón. Nuestro homenaje no añade nada a su [[gloria]], a no ser el incremento intrínseco de teólogos cuya suma no viene a cuento considerar aquí. No es esto por lo que estrictamente hablando debamos rendirle tributo, sino porque Él lo merece infinitamente y porque es de inestimable valor para nosotros mismos. Los principales actos de esta virtud son [[adoración]], [[oración]], [[sacrificio]], oblación, [[votos]]; los [[pecado]]s contra ella son descuido de la oración, [[blasfemia]], tentar a Dios, [[sacrilegio]], [[perjurio]], [[simonía]], [[idolatría]] y [[superstición]].
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Una actitud religiosa hacia Dios es esencialmente el producto de nuestro reconocimiento, no sólo de Su majestad soberana, sino también de nuestra absoluta dependencia de Él. Aunque, como dice el P. Rickaby, Él no es meramente «el Gran Desconocido», nuestro comportamiento hacia Él ha de estar investido de reverencia y admiración; Él es a la vez nuestro Creador y Maestro y, en virtud de nuestra [[adopción sobrenatural|filiación sobrenatural]] en el orden presente de las cosas, nuestro Padre. Por eso estamos [[obligación|obligados]] a dirigir habitualmente hacia Él nuestros sentimientos de [[adoración]], alabanza, acción de gracias, lealtad y [[amor]]. Tal disposición del [[alma]] es inexorablemente requerida por la [[verdad]]era [[ley]] de nuestro ser. No debemos, sin embargo, permanecer satisfechos porque tal vez nuestra relación interior esté suficientemente en conformidad con esta norma. No somos simplemente [[espíritu]]s. Nuestra [[naturaleza]] compuesta necesita expresarse a sí misma en actos externos en los que tomen parte tanto el cuerpo como el alma---esto no sólo para estimular nuestros sentimientos internos, sino porque a Dios mismo pertenecen nuestro cuerpo y alma, y es justo que ambos le muestren su fidelidad. Esta es la justificación de la religión externa. Por supuesto que Dios no necesita nuestro culto, ni interior ni exterior, y es pueril impugnar esta razón. Nuestro homenaje no añade nada a su [[gloria]], a no ser el incremento intrínseco de teólogos cuya suma no viene a cuento considerar aquí. No es esto por lo que estrictamente hablando debamos rendirle tributo, sino porque Él lo merece [[infinito|infinitamente]] y porque es de inestimable valor para nosotros mismos. Los principales actos de esta virtud son [[adoración]], [[oración]], [[sacrificio]], oblación, [[votos]]; los [[pecado]]s contra ella son descuido de la oración, [[blasfemia]], tentar a Dios, [[sacrilegio]], [[perjurio]], [[simonía]], [[idolatría]] y [[superstición]].
  
  
'''Bibliografía''':  RICKABY, Ethics and Natural Law (London, 1908); MAZZELLA, De religione et ecclesia (Roma, 1885); SCHANZ, A Christian Apology (Nueva York, 1907); Summa theol. (Turin, 1885), loc. cit.
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'''Bibliografía''':  RICKABY, Ethics and Natural Law (Londres, 1908); MAZZELLA, De religione et ecclesia (Roma, 1885); SCHANZ, A Christian Apology (Nueva York, 1907); Summa theol. (Turín, 1885), loc. cit.
  
 
'''Fuente''':  Delany, Joseph. "Virtue of Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.  
 
'''Fuente''':  Delany, Joseph. "Virtue of Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.  
 
<http://www.newadvent.org/cathen/12748a.htm>.
 
<http://www.newadvent.org/cathen/12748a.htm>.
  
Traducido por el Padre José Demetrio Jiménez, OSA
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Traducido por el Padre José Demetrio Jiménez, OSA.  L H M.

Última revisión de 19:11 2 may 2010

De las tres derivaciones propuestas para la palabra “religión”, la sugerida por Lactancio y confirmada por San Agustín parece, quizá, más de acuerdo con la idea que las otras. Dice que procede de religare, unir. Así, significaría el vínculo que une al hombre con Dios. La noción comúnmente aceptada entre los teólogos es la que se encuentra en la «Summa Theologica», II-II, Q. LXXXI de Santo Tomás de Aquino. Según él, es una virtud que propone rendir a Dios el culto que le es debido como fuente de todo ser y principio de todo gobierno de las cosas. No cabe duda de que es una virtud distinta, no meramente una fase de otra. Se diferencia de otras en su objeto, que es ofrecer al Omnipotente Dios el homenaje requerido por Su singularísima excelencia. En una acepción libre puede ser considerada como una virtud general que prescribe los actos de otras virtudes o requiere de ellos para la ejecución de sus propias funciones. No es una virtud teologal, porque su objeto inmediato no es Dios, sino la reverencia debida a Él. Su práctica está frecuentemente asociada con las virtudes de fe y caridad: Sin embargo, el juicio concurrente de los teólogos la colocan enre las virtudes morales, como parte de la virtud cardinal de la justicia, puesto que con ella le damos a Dios lo que le es debido. Santo Tomás enseña que es la primera entre las virtudes morales.

Una actitud religiosa hacia Dios es esencialmente el producto de nuestro reconocimiento, no sólo de Su majestad soberana, sino también de nuestra absoluta dependencia de Él. Aunque, como dice el P. Rickaby, Él no es meramente «el Gran Desconocido», nuestro comportamiento hacia Él ha de estar investido de reverencia y admiración; Él es a la vez nuestro Creador y Maestro y, en virtud de nuestra filiación sobrenatural en el orden presente de las cosas, nuestro Padre. Por eso estamos obligados a dirigir habitualmente hacia Él nuestros sentimientos de adoración, alabanza, acción de gracias, lealtad y amor. Tal disposición del alma es inexorablemente requerida por la verdadera ley de nuestro ser. No debemos, sin embargo, permanecer satisfechos porque tal vez nuestra relación interior esté suficientemente en conformidad con esta norma. No somos simplemente espíritus. Nuestra naturaleza compuesta necesita expresarse a sí misma en actos externos en los que tomen parte tanto el cuerpo como el alma---esto no sólo para estimular nuestros sentimientos internos, sino porque a Dios mismo pertenecen nuestro cuerpo y alma, y es justo que ambos le muestren su fidelidad. Esta es la justificación de la religión externa. Por supuesto que Dios no necesita nuestro culto, ni interior ni exterior, y es pueril impugnar esta razón. Nuestro homenaje no añade nada a su gloria, a no ser el incremento intrínseco de teólogos cuya suma no viene a cuento considerar aquí. No es esto por lo que estrictamente hablando debamos rendirle tributo, sino porque Él lo merece infinitamente y porque es de inestimable valor para nosotros mismos. Los principales actos de esta virtud son adoración, oración, sacrificio, oblación, votos; los pecados contra ella son descuido de la oración, blasfemia, tentar a Dios, sacrilegio, perjurio, simonía, idolatría y superstición.


Bibliografía: RICKABY, Ethics and Natural Law (Londres, 1908); MAZZELLA, De religione et ecclesia (Roma, 1885); SCHANZ, A Christian Apology (Nueva York, 1907); Summa theol. (Turín, 1885), loc. cit.

Fuente: Delany, Joseph. "Virtue of Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12748a.htm>.

Traducido por el Padre José Demetrio Jiménez, OSA. L H M.