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Viernes, 19 de abril de 2024

Vida Religiosa

De Enciclopedia Católica

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Visión General e Idea Evangélica de la Vida Religiosa

Visión General

Todos tenemos dentro de nosotros esa idea vaga y general de la vida religiosa que nos permite reconocerla cuando es descrita como una vida dirigida a la perfección personal, o una vida que busca la unión con Dios. Bajo este doble aspecto se encuentra en todas las épocas y lugares: cada alma posee una inclinación hacia el bien y una inclinación hacia Dios. Hay por todas partes almas que siguen gustosamente estas inclinaciones, y consecuentemente almas religiosas. A veces atribuyen más importancia a la tendencia a la auto-perfección, a veces a la tendencia hacia Dios; en otras palabras, a la tendencia ascética o a la tendencia mística; pero dado que Dios es el fin del hombre, las dos tendencias son tan similares que prácticamente son una sola. Si el Creador ha puesto en nuestras almas el principio de la vida religiosa, debemos esperar no sólo encontrarla, cada vez más intensa, en cada religión, sino también verla revelarse de manera similar. No debemos sorprendernos si fuera de la verdadera Iglesia hay personas dedicadas a la contemplación, a la soledad y al sacrificio; Pero no estamos obligados a concluir que nuestras prácticas cristianas derivan necesariamente de las suyas, ya que los instintos de la naturaleza humana explican suficientemente la semejanza. Tal explicación no explicaría el origen de estas prácticas: si le debemos el monacato de Pacomio a los adoradores de Serapis, ¿dónde encontraron ellos su inspiración? Tampoco la explicación daría cuenta de los resultados: ¿de dónde viene que el monacato haya cubierto no sólo el Oriente y Asia, sino también África, Europa y todo Occidente?

En nuestros días la derivación histórica de ciertos usos es algo de poca importancia; podemos admitir sin vacilación cualquier relación que se pruebe, pero no una que simplemente se asuma. Los israelitas pudieron haber tomado prestado de Egipto la práctica de la circuncisión, que era la señal de su pacto con Yahveh; y así ciertas prácticas ascéticas, incluso si hubiesen tenido un origen pagano, sin embargo, eran, según empleadas por nuestros monjes y religiosos, católicas y cristianas en sentido e inspiración. Además, no todas las doctrinas o prácticas de una religión falsa son necesariamente erróneas o reprensibles; puede haber una gran nobleza de carácter entre los monjes budistas o los derviches musulmanes, como puede haber faltas que manchan los hábitos monásticos o religiosos usados en la verdadera Iglesia.

No es necesario aquí presentar un análisis comparativo de la vida religiosa cristiana y la vida religiosa de los no cristianos, ni siquiera comparar a nuestros religiosos con los siervos de Dios en el Antiguo Testamento (Vea ANACORETAS, ASCETISMO, BUDISMO, ESENIOS, MONACATO). Pero, ¿cómo reconocer la vida religiosa de la religión verdadera y divina? No por la mortificación corporal, que puede ser superada en severidad por la de los faquires; no por los éxtasis místicos y los arrebatos, experimentados por los iniciados en los misterios griegos y orientales, y todavía se encuentran entre los monjes budistas y los derviches; ni siquiera por las líneas impecables de todos los planes de la vida religiosa católica, pues Dios, que desea el progreso incluso en su Iglesia, ha permitido comienzos ásperos, experimentos y errores individuales; pero incluso las personas que cometen estos errores poseen en la verdadera religión los principios que aseguran la corrección y la mejora gradual. Además, en su totalidad, la vida religiosa de la verdadera religión debe parecernos conforme con las leyes morales y sociales de nuestra existencia actual, así como con nuestro destino; sus intenciones deben aparecer sinceramente dirigidas hacia la santificación personal, hacia Dios y al orden divino. El árbol debe ser conocido en todas partes por sus frutos.

Ahora bien, la vida religiosa católica supera infinitamente a todos los demás sistemas ascéticos por la verdad y la belleza de la doctrina establecida en tantas reglas y tratados y por la eminente santidad de sus seguidores como los santos Antonio, Pacomio, Basilio, Agustín, Columbano, Gregorio y otros, y finalmente, especialmente en Occidente, por la maravillosa fecundidad de su trabajo en beneficio de la humanidad. Después de estas observaciones preliminares, podemos buscar confiadamente la verdadera vida religiosa en el Evangelio.

Idea Evangélica

No podemos considerar como esencial todo lo que encontramos en el pleno desarrollo de la vida religiosa, sin ignorar los hechos históricos o negándoles la atención que merecen; y debemos corregir las definiciones de los escritores escolásticos, y disminuir algunos de sus requisitos, si queremos ponernos en armonía con la historia, y no vernos obligados a asignar a los religiosos un origen posterior, que los separaría por un período demasiado largo de la primera predicación del Evangelio que profesan practicar de la manera más perfecta. Las Escrituras nos dicen que la perfección consiste en el amor de Dios y nuestro prójimo, o para hablar con mayor precisión, en una caridad que se extiende de Dios a nuestro prójimo, encontrando su motivo en Dios y la oportunidad para su ejercicio en nuestro prójimo. Nosotros decimos que "tiene su motivo en Dios", y por eso Cristo nos dice que el segundo mandamiento es semejante al primero (Mt. 22,39); "y la oportunidad para su ejercicio en nuestro prójimo", como dice San Juan: "Si alguno dice: ´amo a Dios´, y aborrece a su hermano, es mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Juan 4,20). El Nuevo Testamento nos advierte sobre los obstáculos de esta caridad que surgen de un apego y deseo por las cosas creadas, y por los cuidados causados por su posesión, y, por lo tanto, además este precepto de la caridad, cuya observancia es la medida de nuestra perfección, el Nuevo Testamento nos da un consejo general para que nos desvinculemos de todo lo contrario a la caridad. Este consejo contiene ciertas instrucciones definidas, entre las más importantes son la renuncia a las riquezas, al placer carnal y a toda ambición y búsqueda de sí mismo, para adquirir un espíritu de sumisión voluntaria y devoción generosa al servicio de Dios y nuestro prójimo.

Todos los cristianos están obligados a obedecer estos preceptos, y seguir el espíritu de estos consejos; y un fervor como el de los primeros cristianos les permitirá liberarse del apego a las cosas terrenas con el fin de poner sus afectos en Dios y las cosas del cielo; mientras que el recuerdo de la brevedad de esta vida facilita el sacrificio de la riqueza y los placeres naturales. Los primeros conversos de Jerusalén actuaron sobre este principio, y vendían sus propiedades y sus bienes, y colocaban las ganancias a los pies de los apóstoles. Pero la experiencia, por la que Cristo quiso que sus fieles fueran enseñados, pronto corrigió sus errores sobre el tema del futuro del mundo, y mostró la imposibilidad práctica de una renuncia completa por parte de todos los miembros de la Iglesia. La sociedad cristiana no puede más continuar sin recursos y sin hijos que el alma pueda existir sin el cuerpo; tiene necesidad de hombres ocupados en profesiones lucrativas, así como de matrimonios cristianos y de familias cristianas.

En resumen, según los designios de Dios, que concede una diversidad de dones, también debe haber una diversidad de operaciones (1 Cor. 12,4.6). Toda clase de carrera debe ser representada en la Iglesia, y una de éstas debe incluir a aquellos que hacen profesión de la práctica de los consejos evangélicos. Estas personas no son necesariamente más perfectas que otras, sino que adoptan el mejor medio de alcanzar la perfección; su objetivo final y supremo destino son los mismos que los de los demás, pero se les confía el deber de recordar a los demás ese destino y el medio de cumplirlo; y pagan por esta posición favorecida con los sacrificios que conlleva, y el beneficio que los demás derivan de su enseñanza y ejemplo. A esta vida que, con miras al gran precepto, sigue los consejos evangélicos, se le llama vida religiosa; y los que la abrazan se llaman religiosos.

A primera vista, parecería que esta vida debe unir en sí mismos todos los consejos dispersos a través de los Evangelios; que sería de hecho la religión de los consejos; y ciertamente, mientras más inspira el deseo y provee los medios para seguir los consejos evangélicos, más plenamente es una vida religiosa; pero una realización perfecta de esos consejos es imposible para el hombre; la oportunidad de practicarlos todos no se presenta en la vida de cada uno, y uno se desgastaría rápidamente si intentase mantenerlos a todos continuamente a la vista. Pronto aprendemos a distinguir los que son más esenciales y característicos, y más apropiados para garantizar la libertad de cualquier obstáculo al amor de Dios y del prójimo, que debe ser la marca distintiva de la vida perfecta. Desde este punto de vista, se colocan prominentemente al frente dos consejos en el Nuevo Testamento como necesarios para la perfección, a saber, el consejo de pobreza: “Si quieres ser perfecto, anda vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mt. 19,21), y el consejo de la castidad perfecta practicada por amor al Reino de los Cielos (cf. Mt. 19,12 y 1 Cor. 7,37-40, y el comentario de Cornely sobre este último).

Estos dos consejos nos enseñan lo que tenemos que evitar; pero le queda al hombre llenar su vida con actos de perfección, de seguir a Cristo en su vida de caridad hacia Dios y el prójimo, o, ya que esto sería la perfección misma, dedicar su vida a una ocupación que le haga tender hacia la unión con Dios o el servicio a su prójimo. La vida religiosa entonces se perfecciona mediante una profesión definida, ya sea de retiro y contemplación o de actividad piadosa. La profesión, tanto negativa como positiva, se coloca bajo el control y dirección de la autoridad eclesiástica, a quien se le confió el deber de guiar a los hombres en los caminos de la salvación y la santidad. La sumisión a esta autoridad, que puede interferir más o menos según los tiempos y las circunstancias lo requieran, por lo tanto, es una parte necesaria de la vida religiosa. En esto se manifiesta la obediencia como un consejo que gobierna e incluso complementa los otros dos, o más bien como un precepto condicional, a ser observado por todos los que quieran profesar la vida perfecta. La vida religiosa que nos señalan los consejos evangélicos es una vida de caridad y de unión con Dios, y el gran medio que emplea para este fin es la libertad y el desapego de todo lo que pudiese de alguna manera impedir o poner en peligro esa unión. Desde otro punto de vista, es una devoción, una especial consagración a Cristo y a Dios, a quienes todos los cristianos reconocen que pertenecen. San Pablo nos dice: "vosotros no os pertenecéis" (1 Cor. 6,19); y además "Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (1 Cor. 3,22-23).

Perspectiva Histórica

Historia de la Vida Religiosa Antes de 500 d.C.

Historia de la Vida Religiosa Después de 500 d.C.

Exposición de la Vida Religiosa

Aspectos Particulares

Órdenes Religiosas

Congregaciones Religiosas

Regla Religiosa

Suplemento

Bibliografía: VERMEERSCH, De religiosis institutis et personis, I (ed. 2. 1907); II (ed. 4, 1909); IDEM, Periodica (from 1905); HEIMBUCHER, Die Orden und Kongregationen der katholischen Kirche (Paderborn. 1907-08); BASTIEN, Direct. canon. à l'usage des congrég. à v ux simples (Maredsous, 1911); MOLITOR, Religiosi juris capita selecta (Ratisbon. 1907).

Fuente: Vermeersch, Arthur. "Religious Life." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, pp. 748-762. New York: Robert Appleton Company, 1911. 9 Nov. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/12748b.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.