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Martes, 23 de abril de 2024

Uso y Abuso de Amuletos

De Enciclopedia Católica

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(Vea también el artículo AMULETO).

El origen de la palabra amuleto no parece haber sido establecido definitivamente. Los amuletos han sido usados como una salvaguardia contra la mala suerte, peligros o brujería, e invocados como garantía de éxito en las empresas. Entre los griegos fueron variamente conocidos bajo las designaciones de phylacterion, periamma y periapton, mientras que para los árabes y persas era familiar como talismán, posiblemente derivado del griego tardío telesma. Los amuletos han tenido una boga bastante general entre todos los pueblos de todas las épocas y se han caracterizado por una desconcertante variedad en cuanto al material, la forma y el modo de usarlos. Han servido para esto las piedras talladas, trozos de metal, figuras de dioses, tiras de papel, o pergamino con frases enigmáticas, bendiciones y maldiciones. Entre los egipcios el escarabajo tenía la primacía entre los amuletos. Este era comúnmente una joya realizada en forma de un escarabajo, y curiosamente grabada en un lado con muchos artificios. Entre los griegos y romanos parece que se usaron los amuletos ampliamente como una defensa contra ciertos podres malignos a los que ellos atribuían una parte considerable en el gobierno y control del mundo.

En cuanto al escape de esta superstición se refiere, los judíos disfrutaban de una ventaja que no poseían los pueblos paganos de la antigüedad: tenían el conocimiento del Dios verdadero, y la Ley mosaica, que daba instrucciones muy detalladas para el gobierno de su vida social y religiosa, contenía severas prohibiciones contra la magia y la adivinación. A partir de algunos pasajes en el Génesis (31,19; 35,4) se puede deducir razonablemente que, sin embargo, incluso en tiempos patriarcales no estaban totalmente libres de esta contaminación. No hay duda que más tarde, a través de su contacto con los egipcios y babilonios, entre los cuales el uso de amuletos estaba muy extendido, recurriesen a los talismanes de muchas maneras.

A partir de las referencias a ellos en el Pentateuco no se puede determinar si los tephillin, es decir, las pequeñas bolsas de cuero que contenían pasajes de la Ley, y más tarde conocidas como filacterias, eran considerados como amuletos en todo momento. En todo caso, al principio no parecen haber tenido tal propósito; más tarde, sin embargo, indiscutiblemente se usaron como tal, como lo prueba el Tárgum (Cant. 8,3) así como Buxtorf (Synagoga Jud, ed. 1737). No hay duda de que solo algunos de los ornamentos utilizados en la ropa de las mujeres judías eran realmente amuletos. Esta parece ser la interpretación adecuada de la frase lunetas que aparece en Isaías 3,18, así como en los aretes mencionados en el versículo 20 del mismo capítulo. Esta superstición dominó incluso más fuertemente entre los judíos de los tiempos post-bíblicos, en parte como resultado de su interacción más libre con otros pueblos, y en parte debido al formalismo extremo de su vida religiosa. El Talmud contiene evidencia de esto.

La confianza puesta en los amuletos, como otras formas de superstición, surgió de la ignorancia y el miedo popular; por tanto, con la llegada de la religión cristiana estaba destinada a desaparecer. Sin embargo, habría sido demasiado el haber esperado que la victoria del cristianismo a este respecto hubiese sido una fácil e instantánea. De ahí que es comprensible que en los más recientes conversos desde el paganismo quedase una disposición, si no a aferrarse a las formas a las que tenían necesariamente que haber abjurado, en todo caso, a atribuir a los símbolos cristianos de culto algo del poder y el valor de los amuletos que poseían abundantemente en el paganismo.

Desde el principio la Iglesia estuvo en estado de alerta para detectar los primeros signos de este abuso y para oponerse severamente a él. Así, por ejemplo, nos encontramos que el Concilio de Laodicea, en el siglo IV, después de prohibirle al clero la práctica de la hechicería, la magia y la fabricación de amuletos, decidió que los que usasen amuletos serían excomulgados. Epifanio (Expositio fidei Catholicæ, c. 24) atestigua categóricamente que la Iglesia prohibía el uso de amuletos. En un sentido relativo se veneraban objetos queridos para la piedad cristiana, tales como en los primeros días la representación del Buen Pastor, el Cordero, palmas, reliquias de los mártires; y en días posteriores, pinturas de los santos, medallas, Agnus Deis, etc. En la mente de la Iglesia, de ningún modo se pensaba que tuviesen ningún poder latente o divinidad en ellos, o suponía que, por sí mismos, asegurasen a sus poseedores la protección contra daño o éxito en las empresas.

El Concilio de Trento (Ses. XXV) se esforzó por formular la enseñanza autorizada de la Iglesia respecto al honor tributado a las imágenes de Cristo, la Bendita Virgen María y los santos. No trata ostensiblemente sobre al asunto de los amuletos, pero las palabras en las que expresa su sentir sobre el culto a las imágenes describe con peculiar propiedad la actitud de la Iglesia hacia toda esa variedad de objetos piadosos, aprobados o tolerados por ella, que han sido tan impropiamente estigmatizados como amuletos. “El Santo Sínodo ordena que las imágenes de Cristo, de la Virgen Madre de Dios y de otros santos han de ser mantenidas en las iglesias; y que se les debe rendir honor y veneración; y que no se han de reverenciar porque se crea que en ellos hay cualquier divinidad o virtud; o que se les pueda pedir cualquier cosa; o que se pueda poner en las imágenes alguna confianza como hacían de antiguo los gentiles... sino porque el honor que se les brinda se refiere a los prototipos que ellas representan, etc.” De esta manera se diferencian fuerte y definitivamente de los amuletos y talismanes de la superstición popular, ya sea de la antigüedad o de periodos posteriores.


Bibliografía: HÜBNER, Amuletorum historia (Halle, 1710); EMELE, Ueber Amulete (Mainz, 1827).

Fuente. Delany, Joseph. "Use and Abuse of Amulets." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 24 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/01443b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina