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Martes, 16 de abril de 2024

Saint-Exupéry y "El Principito", viajero de inmensidades

De Enciclopedia Católica

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Palabras preliminares

El viaje, como metáfora, es quizá uno de los lugares inagotables de la literatura, pues despabila al ser humano en su anhelo más profundo: la transformación a través de la existencia en búsqueda de la felicidad. Para Saint-Exupéry el viaje, como en la Odisea, será un retorno a la anhelada patria. En su caso, el aviador, varado en medio del desierto, de la mano del Principito, realiza un periplo a través de diversos planetas para descubrir la necesidad del regreso a lo esencial, a lo que en su infancia remota y añorada era casi natural. El aeronauta redescubre que lo esencial es invisible a la vista ordinaria. Sólo con una mirada trascendente se puede distinguir lo esencial de lo accesorio, lo permanente de lo efímero, lo auténtico de lo ilusorio.

Consideramos que no es exagerado afirmar que El Principito es una especie de icono del pensamiento, poco conocido, de su autor. Sus grandes temas: el hombre, el sentido de la vida, la amistad y el sentido misional de la existencia, se ven dibujados con trazos infantiles, pero indelebles, en esta pequeña gran obra.

Introducción

Una breve reseña de la vida de Saint-Exupéry resulta muy útil para poder comprender su obra y, en particular, El Principito. Nace con el ocaso del siglo XIX, el 29 de junio de 1900, en Lyon, y muere en combate, derribado por un caza alemán el 31 de julio de 1944 durante su noveno vuelo de reconocimiento. Sus principales obras en orden cronológico son: • 1926. El aviador (L'aviateur) • 1928. Correo del Sur (Courrier du Sud) • 1931. Vuelo nocturno (Vol de Nuit) • 1939. Tierra de hombres (Terre des Hommes) • 1942. Piloto de guerra (Pilote de Guerre) • 1942. Carta abierta a los franceses de todas partes (Voulez-Vous, Français, Vous reconcilier?) • 1943. El Principito (Le Petit Prince) • 1943. Carta a un rehén (Lettre à un Otage) • 1944. Carta a los jóvenes americanos

Póstumas: • 1948. Ciudadela (Citadelle) • 1953. Cartas de juventud (Lettres de jeunesse) • 1953. Carnets • 1955. Cartas a su madre (Lettres à sa mère) • 1982. Écrits de guerre • 2007. Manon, danseuse • 2008. Lettres à l'inconnue

Origen de la obra y originalidad del autor

Aunque mucha gente lo considera un autor de literatura infantil, debido a la extendida fama de El Principito, en realidad, esa obra es la excepción de su corpus literario y resulta difícil encasillarlo en alguna escuela o corriente. Recordemos que muchos autores de la misma época de la entre guerra, en la primera mitad del siglo veinte, reaccionaron con amargura y decepción ante la capacidad destructiva del hombre. En Saint-Exupéry podemos descubrir la influencia de B. Pascal y de F. Nietzsche. Respecto al primero, en cuanto a su concepción del conocimiento, hay “cosas que sólo se perciben con el corazón”; y al segundo, le debe la mirada de grandeza del hombre, aunque ciertamente no hereda el ateísmo inmanentista de dicho autor. Una característica que singulariza a Saint-Exupéry es su capacidad para sintetizar la mirada contemplativa con la acción, logrando que ambas dimensiones humanas se fecunden mutuamente. Eso se manifiesta en su poesía narrativa, o en su narración poética, como se le quiera llamar. Para el autor sólo es posible escribir en la medida en que participa de la acción. En su obra póstuma, Ciudadela, dirá:

“Has sufrido todos los días la ciudad que te ha quebrado con su ajetreo. Has sufrido todos los días esa fiebre nacida de la urgencia del pan que ganar, y de las enfermedades que curar, y de los problemas que resolver, yendo allí y allá, riendo allí y llorando allá. Luego viene la hora concedida al silencio y a la beatitud. (...) Y te era necesario llegar aquí para que naciera un rostro de las cosas, y que se establezcan una estructura que le dé un sentido a través de los espectáculos dispares del día. Pero ¿qué vendrás a hacer a mi templo si no has vivido en la ciudad y luchado y trepado y sufrido, si no traes la provisión de piedras con las cuales edificar en ti?”. Yo te lo he expresado con respecto a mis guerreros y al amor. Si no eres más que amante, no hay nadie que ame, y la mujer bosteza a tu lado. Sólo el guerrero puede hacer el amor. Si no eres más que guerrero, no hay nadie que muera sino un insecto vestido de escamas de metal. Sólo el hombre que ha amado puede morir como hombre. (...) Así, frutos y raíces tienen una medida común que es el árbol.[ Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, Goncourt, Buenos Aires 1978, p. 271.]

El literato André Maurois confirmará esto diciendo que:

“La vida de acción es peligrosa; la muerte está siempre en acecho (…); pero el sacrificio templa a los hombres que serán dueños del mundo, porque son dueños de sí mismos. Tal es la severa filosofía del piloto. Lo extraño es que extraiga de ella una manera de ser optimista. Los escritores sedentarios que se recogen en sus pasiones, son pesimistas porque están aislados. El hombre de acción ignora el egoísmo porque sólo se conoce a sí mismo como parte integrante de un grupo. El combatiente, como ve la meta, desprecia las pequeñeces de los hombres. Los que trabajan juntos, los que tienen una responsabilidad común, se elevan por encima del odio…

Saint-Exupéry ha encontrado la verdadera nobleza en el sacrificio y en la acción disciplinada. La dicha del hombre está en el cumplimiento de un deber bien definido. El pensamiento no significa nada si no se dirige a vencer las resistencias del mundo. [ André Maurois, Creadores de mundos, José Janés, Barcelona 1947, pp. 150-151.]

Sobre la obra El Principito, estando exiliado en los Estados Unidos de Norteamérica y ya con cierta fama, su editor le sugiere escribir un cuento para niños para la época de Navidad de 1943. El Principito, sin embargo, no nace con esta obra. Preexistía ya, dibujado en cartas, borradores, servilletas de cafés y papeles desperdigados a su alrededor. Como si rondara al autor esperando plasmarse a la luz de un relato.

Sin pretender agotar las posibilidades de interpretación de esta pequeña gran obra, ofrecemos una posible mirada al esquema del relato. Vale la pena señalar que, de todas sus obras, esta es quizá la que más cumple con la estructura usual de un cuento o una novela corta. Tiene un inicio, un nudo, su consecuente desarrollo y una conclusión.

Dos viajeros en búsqueda

Los capítulos I y del III al IX describirán los mundos que los dos protagonistas, el aviador accidentado y el pequeño príncipe, habitaban. Ambos, por diversas razones, decidirán abandonarlos.

I “Relato de infancia, dibujante frustrado”

III “Descripción de su planeta”

IV “El asteroide BG12”

V “Los baobabs”

VI “Las puestas de sol: melancolía, nostalgia”

VII “Cosas serias, rosa”

VIII “La rosa”

XIX “Partida de su pequeño planeta”

Las “personas grandes”

El primer capítulo es el punto de partida. La confesión casi autobiográfica de una persona que vivió la tragedia de dos guerras mundiales sin perder lo esencial de sí mismo va describiendo la renuncia a su mundo interior, de infantil fantasía, pero legítimo sin lugar a dudas. Esto hace que para poder encajar en el mundo que llamará “de las personas mayores” deje de prestar atención a su mundo de sensibilidad, de apertura al misterio y de mirada trascendente. El pequeño dibujante y más tarde aviador del cuento se convierte así, con el paso de los años, en una “persona grande” más, que habla de corbatas, bridge, golf, cosas “importantes” y sobre todo cuantificables. Lo aparente y convencional se vuelve lo seguro. Todo lo demás, lo que pueda suscitar asombro y misterio, resulta demasiado riesgoso en el mundo rutinario de las “personas grandes”. Cabe señalar que la expresión que usa no es “adultos” sino “personas grandes” o “mayores”, ya que la adultez supone una etapa de la vida en la que se alcanza la madurez. Ser “grande” es sólo tener más años sobre la tierra, haber vivido más, no necesariamente haber aprendido lo suficiente para haber alcanzado madurez. Así como el ser pequeño no significa ser niño, ni resulta bueno en absoluto por el simple hecho de serlo. El aviador es una persona convertida en “grande” pero que perdió en el camino una dimensión fundamental de la existencia, la que le da sentido a todo.

El principito

El motivo de la partida de su pequeño asteroide es fundamentalmente la soledad. Esto se hará explícito en el diálogo con el zorro, pero no es necesario adelantarnos. Las cosas que narra de su pequeño planeta revelan que es señor de sí mismo, guarda dominio de su pequeño asteroide. Sin embargo, algo más grande lo impulsa a abandonar la comodidad de su mundo, incluso a la rosa de la que luego se siente responsable. El mundo del principito es un pequeño asteroide.

Todo viaje, como toda transformación, supone una renuncia: dejar lo conocido, lo habitual, para lanzarse al riesgo del misterio, de la promesa de un descubrimiento mejor. Brota la inseguridad de perder de vista la costa y navegar mar adentro hacia el horizonte:

El principito arrancó también, con un poco de melancolía, los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver jamás. Pero todos estos trabajos cotidianos le parecieron extremadamente agradables esa mañana. Y cuando regó por última vez la flor, y se dispuso a ponerla al abrigo de su globo, descubrió que tenía deseos de llorar. [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, pp. 34-36.]

El desierto: espacio de encuentro

El capítulo II, “Accidente en el desierto y encuentro con el principito”, nos ubica geográficamente en el desierto.

Se trata de un símbolo polisémico que admite muchas realidades. Si no, hagan la prueba e imagínese cada uno un desierto. Probablemente sean todos distintos. Para el autor se trata de un desierto concreto: el Sahara, a su vez con muchas connotaciones: misterio, peligro, soledad, silencio, belleza.

Pero el desierto significa también, en el imaginario universal, purificación, regreso a lo esencial, transformación y, sobre todo, encuentro con uno mismo y con el anhelo de trascendencia. En el desierto terminan las urgencias del día a día y la agenda se diluye. En el desierto, uno se aferra a lo esencial buscando sobrevivir. En el desierto interior, uno se enfrenta a situaciones incómodas, desagradables, pero que muchas veces son indispensables para valorar lo que se posee o examinar el valor frívolo que le damos a lo efímero.

En este contexto es que el aviador se encuentra con el pequeño príncipe. De alguna manera este personaje representa el mundo más íntimo, la patria más segura que siempre tuvo: su infancia.

Buscando a los hombres: un diagnóstico de la tierra

Cada personaje encarna un determinado estereotipo o un aspecto del ser humano que el principito encuentra en cada “planeta”.

X “Inicio de recorrido por diversos planetas: el Rey” XI “El vanidoso”

XII “El bebedor”

XIII “El hombre de negocios”

XIV “El farolero”

XV “El geógrafo”

Cada uno vive como en su propio mundo y no todos son absolutamente malos. Queda claro, a su vez, que algo de biográfico o introspectivo tienen estos personajes. Y si ahondamos un poco podremos descubrir la actualidad de las descripciones.

El rey

Es el que se complace dominando su entorno y dando “órdenes razonables”. Viviendo la ilusión del control sobre la realidad. En este caso se trata de un personaje autoritario, pero la ilusión del dominio absoluto sobre las cosas puede darse también de manera sutil. Consecuencia de esta actitud es la soledad y el ver en los demás a meros súbditos.

El vanidoso

En el siguiente planeta, se encuentra un vanidoso, ávido del aplauso y de la aprobación de los demás. De alguien. No importa quién. Es un esclavo de lo vano, de aquello que no sacia pues no es más que vientos lo que busca. Eso es lo significa la palabra vano: lo vacío. Hoy lo podríamos calificar de narcisista. Cuando el principito le hace una pregunta, no lo oye. “Los vanidosos sólo oyen alabanzas…” aclara el narrador. [Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Obras Completas, Plaza y Janés, Barcelona 1966, p. 535.] No ve a los demás como son, sólo se ve a sí mismo, como en un espejo. No hay un “otro”, sólo admiradores. Se considera la persona más excelsa del planeta cuando en realidad es el único. Después de aplaudirlo por un rato, el principito se aburrió y partió hacia otro planeta.

El bebedor

“Esta visita fue muy breve, pero sumió al principito en una gran melancolía…” [Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 44]. El hombre bebía para olvidar la vergüenza de beber. Es el estereotipo del adicto que busca fugar de la realidad para no enfrentarla. Hoy en día las esclavitudes y las motivaciones pueden variar, pero apuntan básicamente a lo mismo: el ludópata, el drogadicto, el sexo adicto o el adicto al trabajo, entre otros. Todos buscan de manera mecánica y errada un camino de trascendencia de esta realidad concreta en que viven y que les resulta “insoportable”.

El hombre de negocios

La siguiente visita es un poco más larga pero nos detendremos sólo en algunos pasajes. —¿Y para qué te sirve poseer las estrellas? —Me sirve para ser rico. —¿Y para qué te sirve ser rico? —Para comprar otras estrellas, si alguien las encuentra. «Éste —se dijo a sí mismo el principito—, razona un poco como el ebrio». [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 48]

El hombre de negocios afirma que es un hombre serio, pero el principito le replica diciendo:

—Yo —dijo aún— poseo una flor que riego todos los días. Poseo tres volcanes que deshollino todas las semanas… Es útil para mis volcanes y es útil para mi flor que yo los posea. Pero tú no eres útil a las estrellas...

El hombre de negocios abrió la boca pero no encontró respuesta y el principito se fue. Decididamente las personas grandes son enteramente extraordinarias». se dijo simplemente a sí mismo durante el viaje. [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 49]

Es difícil no tomar en cuenta que el mismo Saint-Exupéry, cuando tuvo que trabajar en una oficina como vendedor de camiones, condición que le impuso un potencial suegro para consentir el compromiso con su hija, confiesa el terrible aburrimiento que padecía y que se reflejaba en el resultado de sus ventas: en menos de un año vendió sólo tres camiones.

El farolero

El quinto planeta era muy extraño y muy pequeño. Apenas cabía un farol y un farolero. Pero no había casas ni población.

“Tal vez este hombre es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Por lo menos su trabajo tiene sentido. Cuando enciende el farol es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga el farol hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda” [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 50] piensa el principito, hasta que escucha al farolero:

—Tengo un oficio terrible. Antes era razonable. Apagaba por la mañana y encendía por la noche. Tenía el resto del día para descansan y el resto de la noche para dormir... —Y después de esa época, ¿la consigna cambió? —La consigna no ha cambiado —dijo el farolero—. ¡Ahí está el drama! De año en año el planeta gira más rápido y la consigna no ha cambiado. —Entonces? —dijo el principito. —Entonces ahora que da una vuelta por minuto, no tengo un segundo de descanso. Enciendo y apago una vez por minuto. [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, pp. 50-52].

Brevemente quisiera señalar aquí una crítica a la masificación del trabajo, de la que el autor pudo ser testigo en los albores del siglo XX, cuando aún podía percibirse el contraste con el trabajo rural o incluso urbano de un oficio lleno de sentido humanizante al estar al servicio de los demás. Con la industrialización y el funcionalismo, es fácil perder el sentido de lo que se hace, la acción humana corre el riesgo de perder su dimensión intransitiva, aquella que perfecciona a quien realiza la acción.

En Piloto de Guerra, el aviador se queja del sinsentido de los vuelos de reconocimiento fotográfico en que la información, probablemente ilegible, no llegue quizá nunca al estado mayor, las vidas sacrificadas son un desperdicio sin sentido. De hecho, como dijimos al comienzo, el mismo autor sería victimado en su noveno vuelo de reconocimiento.

El geógrafo

Se encuentra en el sexto planeta con un anciano que toma nota de lo que los “exploradores” le dicen. Nunca se mueve de su sitio, sólo sabe lo que otros le dicen. Cuando interroga al principito sobre su planeta, le dirá que sólo le interesa aquello que es inmutable, como sus volcanes, pero no le interesa su flor pues ella es “efímera”, o sea, que está amenazada por una próxima desaparición. La comprensión de esta nueva palabra carga de preocupación a nuestro viajero y con esa congoja a cuestas irá al séptimo planeta: la Tierra.

La tierra de los hombres

XVI “La Tierra”

XVII “La serpiente: conciencia de la muerte.”

XVIII “La flor sola”

XIX “Las montañas. El eco.”

XX “El jardín de rosas”

XXI “El Zorro. Ver con el corazón.”

XXII “El Guardagujas”

XXIII “Vendedor de pastillas para no tener sed”

La Tierra no es un planeta cualquiera. Se cuentan allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once trillones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas grandes.

Para daros una idea de las dimensiones de la Tierra os diré que antes de la invención de la electricidad se debía mantener, en el conjunto de seis continentes, un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, pp. 57-58].

La serpiente, la flor, las montañas y el eco

—¡Qué hermoso es! —dijo la serpiente—. ¿Qué vienes a hacer aquí? —Estoy disgustado con una flor —dijo el principito. —¡Ah! —dijo la serpiente. Y quedaron en silencio.

—¿Dónde están los hombres? —prosiguió al fin el principito—. Se está un poco solo en el desierto. —Con los hombres también se está solo —dijo la serpiente.”

El principito la miró largo tiempo:

—Eres un animal raro —le dijo al fin—. Delgado como un dedo... —Pero soy más poderoso que el dedo de un rey —dijo la serpiente.

El principito sonrió:

—No eres muy poderoso... ni siquiera tienes patas... ni siquiera puedes viajar... —Puedo llevarte más lejos que un navío —dijo la serpiente.

Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro:

—A quien toco lo vuelvo a la tierra de donde salió —dijo aún—. Pero tú eres puro y vienes de una estrella...

El principito no respondió nada.

—Me das lástima, tú, tan débil, sobre esta Tierra de granito. Puedo ayudarte si algún día extrañas demasiado a tu planeta. Puedo...

—¡Oh! Te he comprendido muy bien —dijo el principito—, ¿pero por qué hablas siempre con enigmas?

—Yo los resuelvo todos —dijo la serpiente. Y quedaron en silencio. [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, pp. 60-62.]

En el fondo, el encuentro con la serpiente es el encuentro con la muerte. La definición de “efímero” también se aplica a lo humano y resuena en este diálogo. Quizá la mayor paradoja del hombre es el anhelo de infinito que posee y la conciencia de sus propios límites, de su propia contingencia. Esta tensión lleva al pequeño peregrino a un sufrimiento existencial profundo, pues por un momento pierde el sentido de unicidad que le da la relación que estableció con la rosa y con todo su mundo.

La soledad en las montañas, la monotonía del eco y luego el descubrimiento de miles de rosas como la que había dejado en su planeta, lo desconsuelan.

Luego, se dijo aún: «Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe...». Y, tendido sobre la hierba, lloró. [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 67]

El zorro

El encuentro con el zorro es quizá el corazón de toda esta obra. El zorro le explicará al principito lo que significa “domesticar”, es decir, crear lazos. Llenar de significado la realidad entera a partir de una relación.

—Sólo se conocen las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame! [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 71.]

“Los ritos son importantes”, le advierte el zorro al principito. Y es que son la arquitectura del tiempo. Permiten que las relaciones crezcan al ritmo de su naturaleza. Hay ritos de preparación, ritos de espera, ritos de duelo, ritos de adiós. El tiempo adquiere un rostro gracias a ellos.

El secreto del zorro:

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito, a fin de acordarse. —El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante [Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 74.]

No confundir con un sentimentalismo superficial. No se refiere meramente a un conocimiento emocional, sino a la mirada cordial, intuitiva, que va más allá de lo mensurable. Heredero de Pascal, Saint-Exupéry no desprecia el conocimiento mesurable, sino la reducción a lo meramente mesurable.

El guardagujas

He aquí, después del encuentro con el zorro y sus fundamentales enseñanzas, un personaje más que vela por el rumbo que toman los trenes alternando las vías. Desde su puesto estático le da otra clave al infatigable alumno que pregunta si el segundo tren persigue al primero.

—No persiguen absolutamente nada —dijo el guardagujas—. Ahí adentro duermen o bostezan. Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios. —Sólo los niños saben lo que buscan —dijo el principito—. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran... [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, p. 75]

El vendedor de pastillas para la sed

Un último personaje curioso previene del utilitarismo y de la vorágine de nuestro tiempo que parece la búsqueda del cambio por el cambio, presuponiendo que cuanto más rápido se hagan las cosas, mejor será.

Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.

—¿Por qué vendes eso? —dijo el principito.

—Es una gran economía de tiempo —dijo el mercader—. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

—Y ¿qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?

—Se hace lo que se quiere... —Yo —se dijo el principito—. Si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente…» [ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Círculo de Lectores, Barcelona 1989, pp. 75-76.]

Destino final del viaje

XXIV “Sed. El pozo en el desierto.”

XXV “Dame de beber. Ceguera de los hombres.”

XXVI “Segundo encuentro con la serpiente”

XXVII “Epílogo: ausencia, dolor, alegría”

Nota final

Al octavo día del accidente, el piloto comienza a desesperarse y pierde bruscamente la paciencia con el principito. En eso se da cuenta de qué es lo realmente importante y de que las preocupaciones del principito son las auténticas, aquellas que realmente deben ocupar la propia mente. Preocuparse por aquello que hemos o nos ha domesticado, con lo que guardamos lazos. Lo demás pasa a segundo lugar. El principito encara la muerte al dejarse morder por la serpiente para poder volver a su planeta. El aviador por fin comprende, en el instante en que pierde de vista al principito, que ha recuperado el mundo interior que atesoró en su infancia. La muerte ya no es un final, sino sólo un tránsito, pero que nos enfrenta como seres humanos a nuestro anhelo de eternidad.

A modo de conclusión

En el fondo esta obra apunta a cuestionar aquello en lo que cada ser humano ha puesto sus esperanzas. Todos, sin excepción, buscamos la felicidad. Incluso sin saber bien qué es lo que ello significa. Es un anhelo universal. En el viaje de esta vida terrena se juega todo. La obra comentada invita a buscar lo esencial, qué es lo que realmente importa si es que nos ponemos de cara al horizonte trascendente más allá de esta vida terrena.

Los dos viajeros, el aviador y el principito, se unen, pero en aquello esencial, no el cascarón externo que lastra la existencia. De ese modo, el aviador, así como nuestro autor, se encuentra consigo mismo y, en medio del desamparo, vuelven como sueños alados los recuerdos protectores ante el peligro. Pero no la mirada ingenua de la inconsciencia, sino el candor esencial que, firme ante las tempestades de la vida, mide la amenaza en su recta proporción.

En Piloto de Guerra, sobrevolando los campos devastados de Francia, nuestro autor recordará a su nana: “Pese a los setecientos metros, yo esperaba. Pese a los parques de tanques, pese a las llamas de Arras, yo esperaba. Remontaba mi memoria hasta la infancia, para encontrar el sentimiento de una protección soberana.

No hay protección para los hombres; una vez que se es hombre, se lo deja a uno marchar... Pero, ¿quién puede nada contra un muchachito al que la Paula todopoderosa estrecha fuertemente la mano? Paula, me valgo de tu nombre como de un escudo...” [ Antoine de Saint-Exupéry, Piloto de Guerra, Rueda, Buenos Aires 1968, p.122]

Dr. Oscar Tokumura Tokumura

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Fuente: EL PRINCIPITO, VIAJERO DE INMENSIDADES ESEADE – 1º de diciembre de 2011