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Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión

De Enciclopedia Católica

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Derivación, análisis y definición

La derivación de la palabra “religión” ha sido motivo de controversia desde la antigüedad; incluso hoy día no es un asunto cerrado. Cicerón en su “De natura deorum”, II, XXVIII, deriva religión de relegere (tratar cuidadosamente): “Los que se encargaron cuidadosamente todo lo relacionado con los dioses fueron llamados religiosi, de relegere, opinión que también fue apoyada por Max Müller. Pero como la religión es una noción elemental muy anterior a la época del complicado ritual que presupone esta explicación, debemos buscar su etimología en otro lugar. Una derivación mucho más probable, una que se adapte a la idea de la religión en sus humildes comienzos, es la dada por Lactancio, en su "Divine Institutes”, IV, XXVIII. Deriva el término “religión” de religare (atar): “Estamos ligados a Dios y unidos a Él [religati] por el vínculo de piedad, y es a partir de esto que la religión ha recibido su nombre, y no, como sostiene Cicerón, de la consideración cuidadosa (relegendo)”. La objeción de que religio no se puede derivar de religare, un verbo de la primera conjugación, no es de gran peso, cuando recordamos que opinio viene de opinari y rebellio de rebellare. San Agustín, en su "Ciudad de Dios", X, III, deriva religio de religere en el sentido de recuperación: "Al haber perdido a Dios debido a la negligencia [negligentes], lo recuperamos (religentes) y somos atraídos hacia Él." Esta explicación, que implica la noción de la redención, no se adapta a la idea principal de religión. El mismo San Agustín no estaba satisfecho con ella, pues en su "Retractions”, I, XIII, la abandonó en favor de la derivación dada por Lactancio. Él emplea este último término en su tratado "Sobre la verdadera religión", donde dice: "La religión nos une (religat) al único Dios Todopoderoso." Santo Tomás, en su "Summa", II-II, Q. LXXXI, a. 1, da las tres derivaciones sin pronunciarse a favor de ninguna. La correcta parece ser la ofrecida por Lactancio. Religión en su forma más simple implica la noción de estar atados a Dios; esta misma noción es predominante en la palabra religión en su sentido más específico, tal como se aplica a la vida de pobreza, castidad y [[obediencia, a la que los individuos se comprometen voluntariamente por votos más o menos solemnes. Por lo tanto, los que están obligados de ese modo se conocen como religiosos.

Religión, en términos generales, significa la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios. Existe en su más alta perfección en el cielo, donde los ángeles y santos aman, alaban y adoran a Dios, y viven en absoluta conformidad a su santa voluntad. No existe en absoluto en el infierno, donde la subordinación de las criaturas racionales a su Creador es una no de libre albedrío, sino de necesidad física. En la tierra prácticamente tiene el mismo alcance que la raza humana, sin embargo, donde no ha sido elevada al plano sobrenatural a través de la revelación divina, trabaja bajo serios defectos. Este artículo trata sobre la religión en la medida que afecta la vida del hombre sobre la tierra. El análisis de la idea de religión muestra que es muy compleja, y se basa en varios conceptos fundamentales. Implica, ante todo, el reconocimiento de una personalidad divina en y detrás de las fuerzas de la naturaleza: el Señor y Soberano del mundo, Dios. En las religiones superiores, este ser sobrenatural se concibe como un espíritu, uno e indivisible, presente por todas partes en la naturaleza, pero distinto a ella. En las religiones inferiores, se asocia a los diversos fenómenos de la naturaleza con una serie de personalidades distintas, aunque es raro que entre éstas numerosas deidades de la naturaleza no se honre a una como suprema. Los diversos pueblos le atribuyen a sus respectivas deidades cualidades éticas que corresponden a las normas éticas vigentes.

En todas las formas de religión está implícita la convicción de que el misterioso, el Ser (o seres) sobrenatural tiene el control sobre las vidas y destinos de los hombres. Especialmente en las categorías inferiores de cultura, donde el hombre entiende sólo débilmente a la naturaleza y la utilización de las leyes físicas, él siente de muchos modos su impotencia en presencia de las fuerzas de la naturaleza: es el Ser Supremo quien las controla, quien puede dirigirlas para el bien o para el mal del hombre. Surge así en el orden natural un sentido de dependencia de la Deidad, una necesidad profundamente sentida de la ayuda divina. Esta es la base de la religión. Sin embargo, no es el reconocimiento de la dependencia de Dios lo que constituye la esencia misma de la religión, tan indispensable como es. Los condenados reconocer su dependencia de Dios, pero, al estar sin esperanza de ayuda divina, se alejan de Él, en lugar de acercársele.

Junto con el sentido de necesidad está la convicción por parte del hombre de que se puede acercar a una comunión amigable y benéfica con la divinidad o divinidades de quienes siente que depende. Es una criatura de esperanza. Sintiendo su desamparo y necesidad de ayuda divina, presionado, tal vez, por la enfermedad, la pérdida y la derrota, reconociendo que en la comunión amistosa con la Deidad puede encontrar la ayuda, la paz y la felicidad, se dirige voluntariamente a realizar determinados actos de homenaje destinados a realizar el resultado deseado. Lo que el hombre busca con la religión es la comunión con la divinidad, en la que espera alcanzar su felicidad y la perfección. Esta perfección se concibe sólo crudamente en las religiones inferiores. No se descuida totalmente la sumisión a los estándares morales reconocidos, la cual es generalmente baja, pero es menos un objeto de afán que el bienestar material. La suma de la felicidad buscada es la prosperidad en la vida presente y la continuación de las mismas comodidades corporales en la vida venidera.

En las religiones superiores, la anhelada perfección en la religión se asocia más íntimamente con la bondad moral. En el cristianismo, la más alta de las religiones, la comunión con Dios implica la mayor perfección espiritual posible, la participación en la vida sobrenatural de la gracia como hijos de Dios. Esta perfección espiritual, que trae consigo la perfecta felicidad, se realiza en parte al menos en la presente vida de dolor y decepción, pero se logra plenamente en la vida venidera. El deseo de felicidad y perfección no es el único motivo que impulsa al hombre a rendir homenaje a Dios. En las religiones superiores, también existe el sentido del deber que surge del reconocimiento de la soberanía de Dios, y por consiguiente, de su estricto derecho a la sujeción y la adoración del hombre. A esto también hay que añadir el amor a Dios por sí mismo, ya que Él es el Ser infinitamente perfecto, en quien se realizan plenamente en su más alto grado posible la verdad, la belleza y la bondad.. Si bien el motivo que prevalece en todas las religiones inferiores es una de propio interés, el deseo de la felicidad, por lo general implica en cierta medida, una actitud afectuosa, así como reverente, hacia las deidades que son objeto de culto.

De lo que se ha dicho es evidente que la religión requiere que el concepto de deidad sea el de una personalidad libre. El error de confundir muchas deidades de la naturaleza con el único y verdadero Dios, vicia, pero no destruye la religión. Pero la religión deja de existir, como en el panteísmo, cuando se declara que la deidad carece de toda conciencia. Una deidad sin personalidad no es más capaz de despertar el sentido de la religión en el corazón del hombre que lo que lo es el éter que todo lo penetra o la fuerza de la gravitación universal. La religión es esencialmente una relación personal, la relación del sujeto y criatura, el hombre con su Señor y Creador, Dios. Por lo tanto, se puede definir el término religión como la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios, es decir, al Ser (o seres) libre, sobrenatural del cual el hombre está consciente que depende, de cuya poderosa ayuda siente la necesidad, y en quien reconoce la fuente de su perfección y felicidad. Es un giro voluntario hacia Dios. En último análisis, es un acto de la voluntad. En otras palabras, es una virtud, ya que es un acto de la voluntad que inclina al hombre a observar el orden justo, que surge de su dependencia de Dios. Por lo tanto Santo Tomás (II-II, Q. LXXXI, a. 1) define la religión como "virtus per quam homines Deo debitum cultum et reverentiam exhibent" (la virtud que inclina al hombre a rendirle a Dios el culto y reverencia que le pertenece a Él por derecho). El fin de la religión es la comunión filial con Dios, en la que le honramos y veneramos como nuestro supremo Señor, lo amamos como a nuestro Padre, y encontramos en ese servicio reverente de amor filial nuestra verdadera perfección y felicidad. Como ya se ha dicho, el fin de todas las religiones es la comunión con Dios que da la felicidad. El budismo primitivo, con su objetivo de asegurar el reposo inconsciente (Nirvana) a través del esfuerzo personal independientemente de la ayuda divina, parece ser una excepción. Pero incluso en el budismo primitivo la comunión con los dioses de la India se mantuvo como un elemento de creencia y aspiración de los laicos, y fue sólo al sustituir el ideal de la comunión divina por el de Nirvana que el budismo se convirtió en una religión popular.

Así, en su sentido más estricto, la religión en su vertiente subjetiva es la disposición a reconocer nuestra dependencia de Dios, y en el lado objetivo, es el reconocimiento voluntario de esa dependencia a través de actos de homenaje. Se pone en juego no sólo la voluntad, sino el intelecto, la imaginación y las emociones. La religión no existiría sin la concepción de deidad personal. El reconocimiento del mundo invisible aviva la imaginación, y también se ejercitan las emociones. La necesidad de ayuda divina da lugar al anhelo de comunión con Dios. La posibilidad reconocida de la consecución de este fin engendra la esperanza. La conciencia de la amistad adquirida con un protector tan bueno y poderoso excita la alegría. La obtención de los beneficios en respuesta a la oración impulsa al agradecimiento. La inmensidad del poder y sabiduría de Dios llama a los sentimientos de temor. La conciencia de haberlo ofendido y haberse distanciado de él, y de ser así meritorios de castigo, conduce al miedo, a la tristeza y al deseo de reconciliación. La coronación de todo esto es la emoción del amor que brota de la contemplación de la bondad y excelencia maravillosa de Dios. Por ello, vemos cuán fuera de propósito están los intentos de limitar la religión al ejercicio de una facultad en particular, o identificarla con el ritual o con la conducta ética. La religión no es adecuadamente descrita como "el conocimiento adquirido por el espíritu finito de su esencia como espíritu absoluto" (Hegel), ni como "la percepción del infinito" (Max Müller), ni como "una determinación del sentimiento del hombre de la dependencia absoluta" (Schleiermacher), ni como "el reconocimiento de todos nuestros deberes como mandatos divinos" (Kant), ni como "la moral tocada por la emoción" (Mathew Arnold), ni como "la dirección seria de las emociones y deseos hacia un objeto ideal reconocido como de la más alta excelencia y como rectamente superior sobre los objetos del deseo egoísta" (J.S. Mill). Estas definiciones, en la medida en que son ciertas, son sólo caracterizaciones parciales de la religión.

La religión responde a una necesidad profundamente sentida en el corazón del hombre. Por encima de las necesidades de la persona están las necesidades de la familia, y más altas aún están las necesidades del clan y del pueblo, pues el bienestar del individuo depende del bienestar de la población. Por lo tanto nos encontramos con que la religión en su culto exterior es en gran medida una función social. Los ritos principales son ritos públicos, realizados en nombre y en beneficio de toda la comunidad. Es por la acción social que el culto religioso se mantiene y se conserva. Sólo en la sociedad con nuestro prójimo es que desarrollamos nuestras facultades mentales y morales y adquirimos la religión.

La religión se distingue en natural y sobrenatural. Por religión natural se entiende el sometimiento de uno mismo a Dios, sobre la base de ese conocimiento de Dios y de los deberes morales y religiosos que la mente humana puede adquirir por sus propios poderes sin ayuda. Sin embargo, no excluye las teofanías y las revelaciones divinas hechas con el fin de confirmar la religión en el orden natural. La religión sobrenatural implica un fin sobrenatural, concedido gratuitamente al hombre, es decir, una unión viva con Dios mediante la gracia santificante, que se comienza y se alcanza imperfectamente aquí, pero que se completa en el cielo, donde la visión beatífica de Dios será su recompensa eterna. También implica una revelación divina especial a través de la cual el hombre llega a conocer ese fin así como los medios divinamente designados para su consecución. Religión sobrenatural es la sujeción de uno mismo a Dios, basado en este conocimiento de fe y que se mantiene fructífera por la gracia.

Religión subjetiva

La religión en su aspecto subjetivo es esencialmente, aunque no exclusivamente, un asunto de la voluntad, la voluntad de reconocer mediante actos de homenaje la dependencia del hombre en Dios. Ya hemos visto que la imaginación y las emociones son factores importantes en la religión subjetiva. Las emociones, provocadas por el reconocimiento de la dependencia de Dios y por la profundamente sentida necesidad de la ayuda divina, dan mayor eficacia al ejercicio deliberado de la virtud de religión. Es digno de señalar que las emociones despertadas por la conciencia religiosa son como hechura para un sano optimismo. Los tonos predominantes de la religión son los de la esperanza, la alegría, la confianza, el amor, la paciencia, la humildad, el propósito de enmienda y la aspiración hacia los ideales elevados. Todos estos son los acompañantes naturales de la persuasión de que a través de la religión el hombre vive en comunión amistosa con Dios. Es insostenible la opinión de que en la mayoría de los casos el temor es el móvil de la acción religiosa.

En la religión subjetiva se deben incluir varias virtudes, muchas de ellas de un carácter emocional. El correcto ejercicio de la virtud de religión involucra tres virtudes cooperantes que tienen a Dios como su objeto directo, y por lo tanto conocidas como las "virtudes teologales". En primer lugar está la fe. Estrictamente hablando, la fe como una virtud es la disposición reverente de someter la mente humana a la divina, a aceptar como de autoridad divina lo que ha sido revelado por Dios. En sentido amplio, aplicado a todas las religiones, es la aceptación piadosa de las nociones fundamentales de la Deidad y de las relaciones del hombre con la Deidad contenidas en las tradiciones religiosas de la comunidad. En prácticamente todas las religiones hay un ejercicio de la enseñanza autoritativa en lo que respecta a la base intelectual de la religión, las cosas que se debe creer. Los individuos no adquieren estas cosas de forma independiente, a través de la intuición directa o del razonamiento discursivo. Llegan a conocerlas a través de la enseñanza de los padres y ancianos, y por la observancia de los ritos y costumbres sagrados. Toman estas enseñanzas sobre la autoridad, hechas venerables por el uso inmemorial, por lo que rechazarlas sería reprobado como un acto de impiedad. Así, mientras que el hombre tiene la capacidad de llegar al conocimiento de los fundamentos de la religión por el ejercicio independiente de su razón, regularmente llega a conocerlos a través de la enseñanza autoritativa de sus mayores. La fe de este tipo es prácticamente una base indispensable de la religión. En el orden sobrenatural, la fe es absolutamente indispensable. Si el hombre ha sido elevado a un fin sobrenatural especial, es sólo por la revelación de que puede llegar a conocer ese fin y los medios divinamente designados para su consecución. Tal revelación implica necesariamente la fe.

La esperanza es absolutamente indispensable para el ejercicio de la virtud de religión. La esperanza es la expectativa de lograr y mantener la comunión productora de felicidad con la Deidad. En el orden natural se basa en la concepción de la Deidad como una personalidad moralmente buena, que invita a la confianza. También es sostenida por los casos reconocidos de la Divina Providencia. En la religión cristiana la esperanza es elevada al plano sobrenatural, y está basada en las promesas divinas dadas a conocer por la revelación de Cristo. La falta de esperanza paraliza la virtud de religión. Por esta razón, los condenados ya no son capaces de tener religión.

En tercer lugar, el amor de Dios por sí mismo aparece o actúa conjuntamente con la virtud de religión, siendo necesario para su perfección. En algunas formas inferiores de religión, está en gran medida, si no totalmente, ausente. La deidad es honrada principalmente en aras de la ventaja personal. Sin embargo, en tal vez la mayoría de las religiones, se sienten al menos los inicios de un afecto filial a la deidad. Tal afecto parece estar implícito en la oferta generosa y en las expresiones de agradecimiento tan comunes en los ritos religiosos. En estrecha relación con las virtudes de la esperanza y el amor, y, por tanto íntimamente ligada a la religión según ejercida por el hombre en su fragilidad, está la virtud del arrepentimiento. Con todo su celo por la religión, el hombre está constantemente cayendo en pecados contra la Deidad. Estas ofensas, ya sean rituales o morales, deliberadas o involuntarias, se presentan como obstáculos más o menos fatales para la comunión productora de felicidad con la Deidad, que es la finalidad de la religión. El temor de perder la buena voluntad y ayuda de la Deidad, y de incurrir en su castigo da lugar al pesar, que en las religiones superiores se hace más meritorio por el dolor que se siente por haber ofendido a un Dios tan bueno. Por lo tanto el pecador se ve impulsado a reconocer su culpa y a buscar la reconciliación, a fin de restaurar a su integridad la rota unión de la amistad con Dios.

Religión objetiva

La religión objetiva comprende los actos de homenaje que son los efectos de la religión subjetiva, así como los diversos fenómenos que se consideran como manifestaciones de buena voluntad de la deidad. Podemos distinguir en la religión objetiva una parte especulativa y una parte práctica.

Especulativa

La parte especulativa abraza la base intelectual de la religión, los conceptos de Dios y el hombre, y de la relación del hombre con Dios, que son el objeto de la fe, ya sean naturales o sobrenaturales. De vital importancia para la religión correcta son los puntos de vista correctos respecto a la existencia de un Dios personal, la Divina Providencia y retribución, la inmortalidad del alma, el libre albedrío y la responsabilidad moral. Por lo tanto se reconoce la necesidad de establecer firmemente los fundamentos de las creencias teístas, y de refutar los errores que debilitan o destruyen la virtud de religión.

El politeísmo vicia la religión, en la medida en que confunde al Dios verdadero con una serie de seres ficticios, y distribuye entre ellos el servicio reverente que le pertenece sólo a Dios. La religión es absolutamente apagada en el ateísmo, que trata de sustituir a la Deidad personal con fuerzas físicas ciegas. Igualmente destructivo es el panteísmo, que considera todas las cosas como emanaciones de un universo impersonal e inconsciente. El agnosticismo también hace imposible la religión al declarar que no tenemos razones suficientes para afirmar la existencia de Dios. Casi tan fatal es el deísmo, que, lejos de poner a Dios en el mundo visible, niega la Divina Providencia y la eficacia de la oración. Dondequiera que la religión ha florecido, nos encontramos con una creencia profundamente arraigada en la Providencia Divina.

El libre albedrío---con su implicación necesaria, la responsabilidad moral---se da por sentado en los credos de la mayoría de las religiones. Es sólo en los grados de cultura superior, donde la especulación filosófica ha dado ocasión a la negación del libre albedrío, que se enfatiza esta importante verdad. La creencia en la inmortalidad del alma se encuentra en prácticamente todas las religiones, aunque la naturaleza del alma y el carácter de la vida futura son concebidos rudamente en la mayoría de las religiones. La retribución divina es también un elemento de la creencia religiosa en todo el mundo. Uno de los errores comunes fomentado en los últimos trabajos sobre antropología e historia de las religiones es que sólo en las religiones superiores se halla que la conducta moral descansa en la sanción religiosa. Aunque la norma del bien y del mal en las religiones inferiores es a menudo grandemente defectuosa, lo que permite la existencia de ritos impuros y crueles, no es menos cierto que lo que es reprobado como moralmente malo se considera generalmente como una ofensa a la divinidad, lo que conlleva algún tipo de castigo a menos que sea expiada. Muchas religiones, incluso las de las tribus salvajes y bárbaras, distinguen entre el destino de los buenos y el de los malos después de la muerte. El malo va a un lugar de sufrimiento, o perece por completo, o reencarnan en formas de viles animales. Prácticamente todos dan testimonio de la creencia en la retribución en la vida presente, como puede verse en el uso universal de ordalías, juramentos, y el recurso generalizado a los ritos penitenciales en tiempos de gran angustia.

Estos elementos fundamentales de creencia tienen su lugar legítimo en la religión cristiana, en la que se encuentran corregidos, completados y finalizados por un mayor conocimiento de Dios y de sus propósitos en lo que respecta al hombre. Dios, habiendo destinado el hombre a la comunión filial con Él en la vida de la gracia, a través de la Encarnación y la redención de Cristo ha traído al alcance del hombre las verdades y las prácticas necesarias para la consecución de tal fin. Así, en el cristianismo las cosas que hay que creer y hacer para obtener la salvación tienen la garantía de la autoridad divina. La recta creencia es, pues, esencial para la religión, si el hombre ha de hacer justicia a sus deberes morales y religiosos y por ende, asegurar su perfección. El clamor popular de hoy por la religión sin dogma viene del fracaso en reconocer la importancia suprema de la creencia correcta. Las enseñanzas dogmáticas del cristianismo, que suplementan y perfeccionan la base intelectual de la religión natural, no deben ser consideradas como una mera serie de rompecabezas intelectuales. Tienen un propósito práctico. Sirven para iluminar al hombre en toda la gama de sus deberes religiosos y éticos, sobre el cumplimiento adecuado del cual depende su perfección sobrenatural.

Estrechamente vinculados con los datos de la revelación están los intentos para determinar sus relaciones mutuas, para explicarlas en la medida de lo posible en términos de ciencia y filosofía sólidas, y extraer de ellos sus deducciones legítimas. A partir de este campo de estudio religioso ha surgido la ciencia de la teología. En correspondencia con esta en funciones, pero totalmente opuesta a ella en valor, está la mitología de las religiones paganas. La mitología es el producto en parte de la tendencia de la mente humana por comprender y en parte de los intentos del hombre por explicar los orígenes de tales factores como el fuego, la enfermedad, la muerte, y por explicar la sucesión de fenómenos naturales en una época de ignorancia cuando una fantasiosa personificación de las fuerzas de la naturaleza ocupaba el lugar del conocimiento científico. De ahí surgieron las historias míticas de los dioses grandes y pequeños, muchos de los cuales escandalizaron a las generaciones posteriores por su absurdo e inmoralidad. La mitología, al haber nacido de la ignorancia y de la fantasía desenfrenada, no tiene lugar legítimo en la sana creencia religiosa.

Práctica

Libros sagrados

El origen de la religión

Universalidad de la religión

Influencia civilizadora de la religión

Estudio científico moderno de la religión

Bibliografía: Además de las obras en latín de SANTO TOMÁS, SUÁREZ, LUGO, MAZZELLA, etc., se puede consultar a los siguientes autores: VAN DEN GHEYN, La Religion, son origine et sa définition (París, 1891); HETTINGER, Natural Religion (Nueva York, 1893); JASTROW, The Study of Religion (Nueva York, 1902); BOWNE, The Essence of Religion (Boston, 1910); LILLY, The Great Enigma (Nueva York, 1892); LANG, The Making of Religion (Nueva York, 1898); IDEM. Myth, Ritual and Religion (Londres, 1899); MILL, Three Essays on Religion (Londres, 1874); KELLOGG, The Genesis and Growth of Religion (Nueva York, 1892); MARTINEAU, A Study of Religion (2 vols., Londres, 1888); BRINTON, The Reliqious Sentiment (Nueva York, 1876); DE BROGLIE, Problèmes et conclusions de l'histoire des religions (París, 1886); VERNES, Hist. des religions, son esprit, sa méthode, et ses divisions (París, 1887); JORDAN, Comparative Religion; its Genesis and Growth (Nueva York, 1905); FOUCART, La méthode comparative dans l'histoire des religions (París, 1909); JAMES, The Varieties of Religious Experience (Londres, 1903); PRATT, The Psychology of Religious Belief (Nueva York, 1907); AMES, The Psychology of Religious Experience (Boston, 1910); WUNDT, Völkerpsychologie (Leipzig, 1904-07); CAIRD, Introduction to the Philosophy of Religion (Glasgow, 1901); CALDECOTT, The Philosophy of Religion in England and America (Nueva York, 1901); LADD, The Philosophy of Religion (Nueva York, 1905); PFLEIDERER, The Philosophy and Development of Religion (2 vols., Edimburgo, 1894); EUCKEN, Christianity and the New Idealism (Nueva York, 1909). Vea también las bibliogrfías de los artículos sacerdocio y sacrificio.

Fuente: Aiken, Charles Francis. "Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12738a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.