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Viernes, 29 de marzo de 2024

Primogénito

De Enciclopedia Católica

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Aunque casualmente en la Sagrada Escritura la palabra se toma en sentido metafórico, es usada por los escritores sagrados para designar el primer hijo varón en cada familia. En las Biblias inglesas se le llama “primogénito” al primer animal engendrado macho. Las primeras tribus semitas nómadas comúnmente consideraban que el primogénito, tanto animal como humano, pertenecía a Dios de modo especial, pues era considerado el mejor representante de la raza debido a que su sangre fluye muy pura y fuerte en ellos. Muy probablemente surgió de ahí la costumbre de sacrificar los primogénitos de los animales y también las prerrogativas del hijo primogénito; de ahí, posiblemente, incluso algunas de las prácticas supersticiosas que desfiguran unas pocas páginas de la historia de Israel.

Entre los hebreos, al igual que entre otras naciones, el primogénito disfrutaba privilegios especiales. Además de tener la mayor parte del afecto paterno, tenía dondequiera el primer lugar después de su padre (Génesis 43,33) y una especie de autoridad directiva sobre sus hermanos más jóvenes (Gén. 37,21-22.30, etc.); se le reservaba una bendición especial a la muerte de su padre, y lo sucedía como jefe de la familia, recibiendo doble porción entre sus hermanos (Deut. 21,17). Además, el derecho de progenitura, hasta el tiempo de la promulgación de la Ley, incluía el derecho al sacerdocio. Por supuesto, este último privilegio, como también la jefatura de familia al cual iba adherido, continuaba en vigor sólo durante el tiempo que los hijos vivieran bajo un mismo techo; pues, tan pronto formaban una familia aparte y separada, cada uno se convertía en cabeza y sacerdote de su propia casa.

Cuando Dios escogió para sí la tribu de Leví para desempeñar el oficio del sacerdocio en Israel, Él no deseaba perder sus derechos sobre el primogénito. Por lo tanto ordenó que todo primogénito fuese redimido, un mes después de su nacimiento, por cinco ciclos (Núm. 3,47; 18,15-16). Este impuesto de redención, calculado también para recordarle a los israelitas la muerte infligida a los primogénitos de Egipto como castigo por la terquedad del Faraón, (Éxodo 13,15-16), iba al fondo del clero. Sin embargo, ninguna ley establecía que el primogénito debía ser presentado al Templo. Sin embargo, parece que después de la restauración los padres a menudo tomaban ventaja de la visita de la madre al santuario para llevar el niño allí. Esta circunstancia aparece registrada en el Evangelio según San Lucas, en referencia a Cristo (2,22-38). Se debe notar aquí que San Pablo refiere el título “primogenitus” a Cristo (Hebreos 1,6), el “primogénito” del Padre. El sacrificio mesiánico eran las primicias de la Expiación ofrecida a Dios para la redención del hombre. Sin embargo, se debe recordar que contrario a lo que se afirma muy a menudo y parece, ciertamente, denotado por los textos litúrgicos, que el “par de tórtolas, o dos pichones” mencionados a este respecto, eran ofrecidos por la purificación de la madre, y no por el niño, respecto al cual no se prescribía especialmente nada.

Como la poligamia estaba en boga entre los israelitas, por lo menos en tiempos primitivos, se promulgaban regulaciones precisas para definir cuál de los hijos gozaría del derecho legal a la primogenitura, y cuál sería redimido. El derecho de primogenitura pertenecía al primer hijo varón nacido en la familia, ya fuera de la esposa o de la concubina; sería redimido el primer hijo de una mujer que tuviese un estatus legal en la familia (esposa o concubina), siempre y cuando el hijo fuese un varón.

Como el primogénito, así los primogénitos de Egipto fueron heridos por la espada del ángel destructor, mientras que los de los hebreos fueron perdonados. Como señal de reconocimiento, Dios declaró que todos los primogénitos le pertenecían a Él (Éxodo 13,2; Números 3,3); por lo tanto debían ser inmolados. En el caso de animales puros, como el becerro, el cordero o un niño (Núm. 18,15-18), al cumplir el año, se traían al santuario y eran ofrecidos en sacrificio; la sangre se rociaba al pie del altar, se quemaba la grasa y la carne pertenecía a los sacerdotes. Sin embargo, los animales impuros que no podían ser inmolados al Señor, se redimían con dinero. Sólo se hacía excepción con el primogénito del asno, que se redimía con una oveja (Ex. 34,20) o su propio precio (Josefo, Ant. Jud., IV, IV, o de otro modo sería desnucado (Ex. 13,13; 34,20) y enterrado en el suelo. Los primogénitos sacrificados en el Templo debían ser inmaculados; los “cojos o ciegos, o desfigurados o enfermos en alguna parte” se comerían incondicionalmente dentro de los portones de la ciudad del dueño.


Fuente: Souvay, Charles. "First-Born." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06081a.htm>.

Traducido por L H M