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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Pesebre»

De Enciclopedia Católica

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La cuna o el pesebre en el que el Salvador Niño fue recostado después de su nacimiento corresponde propiamente a esa parte del establo o khan (mesón estilo turco) donde se coloca el alimento para las bestias domésticas, quizás fabricado con el mismo material con el que se construye el pesebre mismo. Una muy antigua tradición afirma que en el establo estaban un buey y un asno al momento del nacimiento de Cristo. La tradición hace alusión a Isaías (1, 3): “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo”. Y quizás también esté fundamentada en las palabras del profeta Habacuc (3, 2) que, en la versión de los LXX, se lee de la siguiente manera: “En medio de dos animales serás conocido”, en vez de “en medio de los años”, etc., como correctamente tradujo San Jerónimo del hebreo. Sea como sea, en el presente artículo hablaremos del pesebre en tres apartados: (I) La Basílica y la Gruta de la Natividad en Belén, (II) las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, y (III) la devoción a la cuna.  
 
La cuna o el pesebre en el que el Salvador Niño fue recostado después de su nacimiento corresponde propiamente a esa parte del establo o khan (mesón estilo turco) donde se coloca el alimento para las bestias domésticas, quizás fabricado con el mismo material con el que se construye el pesebre mismo. Una muy antigua tradición afirma que en el establo estaban un buey y un asno al momento del nacimiento de Cristo. La tradición hace alusión a Isaías (1, 3): “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo”. Y quizás también esté fundamentada en las palabras del profeta Habacuc (3, 2) que, en la versión de los LXX, se lee de la siguiente manera: “En medio de dos animales serás conocido”, en vez de “en medio de los años”, etc., como correctamente tradujo San Jerónimo del hebreo. Sea como sea, en el presente artículo hablaremos del pesebre en tres apartados: (I) La Basílica y la Gruta de la Natividad en Belén, (II) las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, y (III) la devoción a la cuna.  
  
I. Belén está situado sobre dos colinas, a 2361 metros sobre el nivel del mar. La colina occidental es el Belén de la Escritura; sobre la oriental está la Basílica de la Natividad que se levantó sobre la gruta. Podemos imaginar que María y san José, no habiendo “lugar para ellos en la posada”, dejaron el poblado y fueron a dar a una cueva o establo sobre la colina oriental, que servía como refugio para los pastores y sus rebaños contra la inclemencia del clima. No nos referiremos aquí a las controversias acerca de la historicidad de la narración que hace san Lucas del nacimiento del Salvador, o del verdadero lugar de la gruta de la Natividad. Basta decir que no parece haber razón suficiente para abandonar la muy antigua e ininterrumpida tradición que atestigua la autenticidad del sitio en el que hoy se venera el pesebre. San Justino, quien murió mártir en 165, dice que “Habiendo buscado infructuosamente albergue en el poblado, José buscó refugio en una cueva vecina a Belén” (Dial. c. Tryph., 70). Casi medio siglo después, Orígenes escribe: “Si alguien desease satisfacer su curiosidad sin recurrir a la profecía de Miqueas o a la historia de Cristo, según fue escrita por sus discípulos, acerca de que Jesús nació en Belén, sepa que, según el Evangelio, en Belén está la gruta donde Él vio la luz por vez primera” (C. Cels. I, 51). Al principio, santa Helena construyó una capilla en la gruta, y la adornó con mármoles costosos y otros adornos valiosos. La primera basílica erigida sobre la cripta se debe probablemente a la devoción y munificencia de su hijo, Constantino, del que san Eusebio dice que “El Emperador mismo, eclipsando aún la magnificencia del diseño de su madre, adornó el mismo sitio con un estilo auténticamente real” (Vita Const., III, 43). Tanto la gruta propiamente dicha como la basílica han sufrido numerosas modificaciones y restauraciones, reclamadas al paso de los siglos por los destrozos de las guerras e invasiones. En la actualidad, poco queda de los espléndidos mosaicos y pinturas descritos detalladamente por Cuerésimo y otros escritores. El acceso a la cripta de la Natividad desde el templo superior se realiza a través de una doble escalinata que baja del lado norte del coro de la basílica hacia la gruta, en la parte inferior, y que converge en el lugar donde, según la tradición, nació el Salvador. El punto exacto está indicado por una estrella labrada en piedra, alrededor de la cual están escritas estas palabras: HIC DE VIRGINE MARIA JESUS CHRISTUS NATUS EST. A poca distancia hacia el suroeste está el pesebre donde Cristo fue acostado y donde, según atestigua la tradición, Él fue adorado por los magos. En 1873 el pesebre fue vandalizado por los griegos y todo lo que había de valor, incluyendo dos pinturas, de Murillo y Maello respectivamente, fue robado. Hasta el momento, no se han restituido las obras robadas.
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==Belen==
  
II. Las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, fueron llevadas ahí desde Tierra Santa durante el pontificado del Papa Teodoro (640-649), quien era nativo de Palestina y quien estaba, por lo mismo, consciente de los peligros de vandalismo y robo a los que las reliquias estaban expuestas a manos de los musulmanes y otros forajidos. Sabemos que la basílica erigida por Liberio sobre el Esquilino recibió primero el nombre de Sancta María ad Praesepe, bajo el Papa Teodoro. Fue durante el pontificado de Adrián I que se edificó el primer altar en la basílica, y con el correr de los años el sitio donde se guardan las reliquias se convirtió en objeto de las visitas de los fieles devotos de todas partes del mundo. En la actualidad, los restos de la cuna que se conservan en Santa María la Mayor consisten de cinco pedazos de madera, de los cuales, como resultado de las investigaciones dirigidas por el Padre Lais, subdirector del Observatorio del Vaticano durante la restauración de 1893, se determinó que fueron tomados de un árbol de sicómoro que tiene algunas variedades en la Tierra Santa. Dos de los pedazos, que, al igual que los otros tres, deben haber sido más grandes de lo que son actualmente, estaban levantados en forma de X, y sobre ellos descansaban los otros tres, apoyados por un sexto trozo, actualmente desaparecido, y que estaba colocado sobre la base del ángulo superior de la X. Podemos deducir que estos trozos de madera eran originalmente simples soportes del pesebre mismo, hecho probablemente de la cantera blanda en la que estaba cavada la cueva. El rico relicario, adornado con bajo relieves y estatuillas, que contiene las reliquias de la cuna en la actualidad, fue donado por la Duquesa de Villa Hermosa en 1839. Pío IV (1559- 1565) restauró el gran altar sobre el que son solemnemente expuestas anualmente las reliquias para la veneración de los fieles en la víspera de Navidad.
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Belén está situado sobre dos colinas, a 2361 metros sobre el nivel del mar. La colina occidental es el Belén de la Escritura; sobre la oriental está la Basílica de la Natividad que se levantó sobre la gruta. Podemos imaginar que María y san José, no habiendo “lugar para ellos en la posada”, dejaron el poblado y fueron a dar a una cueva o establo sobre la colina oriental, que servía como refugio para los pastores y sus rebaños contra la inclemencia del clima. No nos referiremos aquí a las controversias acerca de la historicidad de la narración que hace san Lucas del nacimiento del Salvador, o del verdadero lugar de la gruta de la Natividad. Basta decir que no parece haber razón suficiente para abandonar la muy antigua e ininterrumpida tradición que atestigua la autenticidad del sitio en el que hoy se venera el pesebre. San Justino, quien murió mártir en 165, dice que “Habiendo buscado infructuosamente albergue en el poblado, José buscó refugio en una cueva vecina a Belén” (Dial. c. Tryph., 70). Casi medio siglo después, Orígenes escribe: “Si alguien desease satisfacer su curiosidad sin recurrir a la profecía de Miqueas o a la historia de Cristo, según fue escrita por sus discípulos, acerca de que Jesús nació en Belén, sepa que, según el Evangelio, en Belén está la gruta donde Él vio la luz por vez primera” (C. Cels. I, 51). Al principio, santa Helena construyó una capilla en la gruta, y la adornó con mármoles costosos y otros adornos valiosos. La primera basílica erigida sobre la cripta se debe probablemente a la devoción y munificencia de su hijo, Constantino, del que san Eusebio dice que “El Emperador mismo, eclipsando aún la magnificencia del diseño de su madre, adornó el mismo sitio con un estilo auténticamente real” (Vita Const., III, 43). Tanto la gruta propiamente dicha como la basílica han sufrido numerosas modificaciones y restauraciones, reclamadas al paso de los siglos por los destrozos de las guerras e invasiones. En la actualidad, poco queda de los espléndidos mosaicos y pinturas descritos detalladamente por Cuerésimo y otros escritores. El acceso a la cripta de la Natividad desde el templo superior se realiza a través de una doble escalinata que baja del lado norte del coro de la basílica hacia la gruta, en la parte inferior, y que converge en el lugar donde, según la tradición, nació el Salvador. El punto exacto está indicado por una estrella labrada en piedra, alrededor de la cual están escritas estas palabras: HIC DE VIRGINE MARIA JESUS CHRISTUS NATUS EST. A poca distancia hacia el suroeste está el pesebre donde Cristo fue acostado y donde, según atestigua la tradición, Él fue adorado por los magos. En 1873 el pesebre fue vandalizado por los griegos y todo lo que había de valor, incluyendo dos pinturas, de Murillo y Maello respectivamente, fue robado. Hasta el momento, no se han restituido las obras robadas.  
  
III. La devoción a la cuna es indudablemente de origen muy antiguo, pero fue san Francisco de Asís quien la popularizó y le dio la forma tangible en la que es conocida hoy día. Cuando san Francisco visitó Roma en 1223, le informó al Papa Honorio III acerca de sus planes de hacer una representación escénica del lugar de la Natividad. El Papa escuchó contento los detalles del proyecto y lo aprobó. Habiendo salido de Roma, san Francisco llegó a Greccio la víspera de la Navidad, y fue entonces que, con ayuda de su amigo Giovanni Velita, construyó una cuna y agrupó a su alrededor las imágenes de María, José, el asno, el buey y los pastores que adoraron al Salvador recién nacido. Luego actuó como diácono en la Misa de Nochebuena. Cuenta la leyenda que, habiendo cantado las palabras “y lo acostaron en un pesebre”, él se arrodilló para meditar brevemente en el sublime misterio de la Encarnación y en ese instante apareció en sus brazos un bebé, rodeado de brillante resplandor. En la basílica de san Francisco, en Asís, se puede ver una pintura del Giotto que representa a san Francisco celebrando la Navidad en Greccio. A partir de entonces se extendió en todo el mundo cristiano la devoción al pesebre. Cada año, desde la víspera de Navidad hasta la octava de la Epifanía, en las iglesias católicas se coloca una cuna que representa el sitio del nacimiento de Cristo, con objeto de recordar a los fieles el misterio de la Encarnación y de traer a la memoria los eventos históricos relacionados con el nacimiento del Redentor, según constan en la Tradición y en los Evangelios. El viejo templo franciscano de Ara Coeli posee quizás uno de los más grandes y hermosos pesebres del mundo. Es en él donde se expone cada año el famoso Bambino di Ara Coeli, desde la víspera de Navidad hasta la festividad de la Epifanía. El Santo Bambino es una figura, elaborada en madera, que representa al Salvador recién nacido. Se dice que dicha figura viajó desde Tierra Santa, y a lo largo de los siglos ha sido adornada con joyas de inmenso valor. El Ministro General de los Frailes Menores lo lleva en procesión anualmente en la fiesta de la Epifanía y con él bendice solemnemente la ciudad desde lo más alto de la elevada escalinata que conduce a la entrada de Ara Coeli.  
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==Santa María la Mayor==
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Las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, fueron llevadas ahí desde Tierra Santa durante el pontificado del Papa Teodoro (640-649), quien era nativo de Palestina y quien estaba, por lo mismo, consciente de los peligros de vandalismo y robo a los que las reliquias estaban expuestas a manos de los musulmanes y otros forajidos. Sabemos que la basílica erigida por Liberio sobre el Esquilino recibió primero el nombre de Sancta María ad Praesepe, bajo el Papa Teodoro. Fue durante el pontificado de Adrián I que se edificó el primer altar en la basílica, y con el correr de los años el sitio donde se guardan las reliquias se convirtió en objeto de las visitas de los fieles devotos de todas partes del mundo. En la actualidad, los restos de la cuna que se conservan en Santa María la Mayor consisten de cinco pedazos de madera, de los cuales, como resultado de las investigaciones dirigidas por el Padre Lais, subdirector del Observatorio del Vaticano durante la restauración de 1893, se determinó que fueron tomados de un árbol de sicómoro que tiene algunas variedades en la Tierra Santa. Dos de los pedazos, que, al igual que los otros tres, deben haber sido más grandes de lo que son actualmente, estaban levantados en forma de X, y sobre ellos descansaban los otros tres, apoyados por un sexto trozo, actualmente desaparecido, y que estaba colocado sobre la base del ángulo superior de la X. Podemos deducir que estos trozos de madera eran originalmente simples soportes del pesebre mismo, hecho probablemente de la cantera blanda en la que estaba cavada la cueva. El rico relicario, adornado con bajo relieves y estatuillas, que contiene las reliquias de la cuna en la actualidad, fue donado por la Duquesa de Villa Hermosa en 1839. Pío IV (1559- 1565) restauró el gran altar sobre el que son solemnemente expuestas anualmente las reliquias para la veneración de los fieles en la víspera de Navidad.
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==Origen de la devoción a la cuna==
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La devoción a la cuna es indudablemente de origen muy antiguo, pero fue san Francisco de Asís quien la popularizó y le dio la forma tangible en la que es conocida hoy día. Cuando san Francisco visitó Roma en 1223, le informó al Papa Honorio III acerca de sus planes de hacer una representación escénica del lugar de la Natividad. El Papa escuchó contento los detalles del proyecto y lo aprobó. Habiendo salido de Roma, san Francisco llegó a Greccio la víspera de la Navidad, y fue entonces que, con ayuda de su amigo Giovanni Velita, construyó una cuna y agrupó a su alrededor las imágenes de María, José, el asno, el buey y los pastores que adoraron al Salvador recién nacido. Luego actuó como diácono en la Misa de Nochebuena. Cuenta la leyenda que, habiendo cantado las palabras “y lo acostaron en un pesebre”, él se arrodilló para meditar brevemente en el sublime misterio de la Encarnación y en ese instante apareció en sus brazos un bebé, rodeado de brillante resplandor. En la basílica de san Francisco, en Asís, se puede ver una pintura del Giotto que representa a san Francisco celebrando la Navidad en Greccio. A partir de entonces se extendió en todo el mundo cristiano la devoción al pesebre. Cada año, desde la víspera de Navidad hasta la octava de la Epifanía, en las iglesias católicas se coloca una cuna que representa el sitio del nacimiento de Cristo, con objeto de recordar a los fieles el misterio de la Encarnación y de traer a la memoria los eventos históricos relacionados con el nacimiento del Redentor, según constan en la Tradición y en los Evangelios. El viejo templo franciscano de Ara Coeli posee quizás uno de los más grandes y hermosos pesebres del mundo. Es en él donde se expone cada año el famoso Bambino di Ara Coeli, desde la víspera de Navidad hasta la festividad de la Epifanía. El Santo Bambino es una figura, elaborada en madera, que representa al Salvador recién nacido. Se dice que dicha figura viajó desde Tierra Santa, y a lo largo de los siglos ha sido adornada con joyas de inmenso valor. El Ministro General de los Frailes Menores lo lleva en procesión anualmente en la fiesta de la Epifanía y con él bendice solemnemente la ciudad desde lo más alto de la elevada escalinata que conduce a la entrada de Ara Coeli.  
  
 
MEISTERMANN, A New Guide to the Holy Land, tr. (Londres, 1907), 221-234; CHANDLERY, Pilgrim Walks in Rome (New York y Londres, 1903), 107-108; LESETRE en Dictionnaire de la Bible (Paris, 1899), XII, s. v. Creche; Analecta Juris Pontificii, January, 1895, II, 74, 75; MISLIN, Die Heiligen Orte (Viena, 1860) II, 655 ss.; IANCHINI, De Translatione Sacrarum Cunabularum ac Praesepii Domini.  
 
MEISTERMANN, A New Guide to the Holy Land, tr. (Londres, 1907), 221-234; CHANDLERY, Pilgrim Walks in Rome (New York y Londres, 1903), 107-108; LESETRE en Dictionnaire de la Bible (Paris, 1899), XII, s. v. Creche; Analecta Juris Pontificii, January, 1895, II, 74, 75; MISLIN, Die Heiligen Orte (Viena, 1860) II, 655 ss.; IANCHINI, De Translatione Sacrarum Cunabularum ac Praesepii Domini.  
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Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est.  
 
Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est.  
 
Traducido por Javier Algara Cossío
 
Traducido por Javier Algara Cossío
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Selección de imágenes: [[José Gálvez Krüger]]

Revisión de 15:42 19 nov 2013

Pesebre-SMM-Xiquinho-silva (1).jpg
Teododo I papa1.gif
(En griego: phatne; en latí: prasepe, praesepium)

La cuna o el pesebre en el que el Salvador Niño fue recostado después de su nacimiento corresponde propiamente a esa parte del establo o khan (mesón estilo turco) donde se coloca el alimento para las bestias domésticas, quizás fabricado con el mismo material con el que se construye el pesebre mismo. Una muy antigua tradición afirma que en el establo estaban un buey y un asno al momento del nacimiento de Cristo. La tradición hace alusión a Isaías (1, 3): “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo”. Y quizás también esté fundamentada en las palabras del profeta Habacuc (3, 2) que, en la versión de los LXX, se lee de la siguiente manera: “En medio de dos animales serás conocido”, en vez de “en medio de los años”, etc., como correctamente tradujo San Jerónimo del hebreo. Sea como sea, en el presente artículo hablaremos del pesebre en tres apartados: (I) La Basílica y la Gruta de la Natividad en Belén, (II) las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, y (III) la devoción a la cuna.

Belen

Belén está situado sobre dos colinas, a 2361 metros sobre el nivel del mar. La colina occidental es el Belén de la Escritura; sobre la oriental está la Basílica de la Natividad que se levantó sobre la gruta. Podemos imaginar que María y san José, no habiendo “lugar para ellos en la posada”, dejaron el poblado y fueron a dar a una cueva o establo sobre la colina oriental, que servía como refugio para los pastores y sus rebaños contra la inclemencia del clima. No nos referiremos aquí a las controversias acerca de la historicidad de la narración que hace san Lucas del nacimiento del Salvador, o del verdadero lugar de la gruta de la Natividad. Basta decir que no parece haber razón suficiente para abandonar la muy antigua e ininterrumpida tradición que atestigua la autenticidad del sitio en el que hoy se venera el pesebre. San Justino, quien murió mártir en 165, dice que “Habiendo buscado infructuosamente albergue en el poblado, José buscó refugio en una cueva vecina a Belén” (Dial. c. Tryph., 70). Casi medio siglo después, Orígenes escribe: “Si alguien desease satisfacer su curiosidad sin recurrir a la profecía de Miqueas o a la historia de Cristo, según fue escrita por sus discípulos, acerca de que Jesús nació en Belén, sepa que, según el Evangelio, en Belén está la gruta donde Él vio la luz por vez primera” (C. Cels. I, 51). Al principio, santa Helena construyó una capilla en la gruta, y la adornó con mármoles costosos y otros adornos valiosos. La primera basílica erigida sobre la cripta se debe probablemente a la devoción y munificencia de su hijo, Constantino, del que san Eusebio dice que “El Emperador mismo, eclipsando aún la magnificencia del diseño de su madre, adornó el mismo sitio con un estilo auténticamente real” (Vita Const., III, 43). Tanto la gruta propiamente dicha como la basílica han sufrido numerosas modificaciones y restauraciones, reclamadas al paso de los siglos por los destrozos de las guerras e invasiones. En la actualidad, poco queda de los espléndidos mosaicos y pinturas descritos detalladamente por Cuerésimo y otros escritores. El acceso a la cripta de la Natividad desde el templo superior se realiza a través de una doble escalinata que baja del lado norte del coro de la basílica hacia la gruta, en la parte inferior, y que converge en el lugar donde, según la tradición, nació el Salvador. El punto exacto está indicado por una estrella labrada en piedra, alrededor de la cual están escritas estas palabras: HIC DE VIRGINE MARIA JESUS CHRISTUS NATUS EST. A poca distancia hacia el suroeste está el pesebre donde Cristo fue acostado y donde, según atestigua la tradición, Él fue adorado por los magos. En 1873 el pesebre fue vandalizado por los griegos y todo lo que había de valor, incluyendo dos pinturas, de Murillo y Maello respectivamente, fue robado. Hasta el momento, no se han restituido las obras robadas.

Santa María la Mayor

Las reliquias de la cuna preservadas en Santa María la Mayor, en Roma, fueron llevadas ahí desde Tierra Santa durante el pontificado del Papa Teodoro (640-649), quien era nativo de Palestina y quien estaba, por lo mismo, consciente de los peligros de vandalismo y robo a los que las reliquias estaban expuestas a manos de los musulmanes y otros forajidos. Sabemos que la basílica erigida por Liberio sobre el Esquilino recibió primero el nombre de Sancta María ad Praesepe, bajo el Papa Teodoro. Fue durante el pontificado de Adrián I que se edificó el primer altar en la basílica, y con el correr de los años el sitio donde se guardan las reliquias se convirtió en objeto de las visitas de los fieles devotos de todas partes del mundo. En la actualidad, los restos de la cuna que se conservan en Santa María la Mayor consisten de cinco pedazos de madera, de los cuales, como resultado de las investigaciones dirigidas por el Padre Lais, subdirector del Observatorio del Vaticano durante la restauración de 1893, se determinó que fueron tomados de un árbol de sicómoro que tiene algunas variedades en la Tierra Santa. Dos de los pedazos, que, al igual que los otros tres, deben haber sido más grandes de lo que son actualmente, estaban levantados en forma de X, y sobre ellos descansaban los otros tres, apoyados por un sexto trozo, actualmente desaparecido, y que estaba colocado sobre la base del ángulo superior de la X. Podemos deducir que estos trozos de madera eran originalmente simples soportes del pesebre mismo, hecho probablemente de la cantera blanda en la que estaba cavada la cueva. El rico relicario, adornado con bajo relieves y estatuillas, que contiene las reliquias de la cuna en la actualidad, fue donado por la Duquesa de Villa Hermosa en 1839. Pío IV (1559- 1565) restauró el gran altar sobre el que son solemnemente expuestas anualmente las reliquias para la veneración de los fieles en la víspera de Navidad.

Origen de la devoción a la cuna

La devoción a la cuna es indudablemente de origen muy antiguo, pero fue san Francisco de Asís quien la popularizó y le dio la forma tangible en la que es conocida hoy día. Cuando san Francisco visitó Roma en 1223, le informó al Papa Honorio III acerca de sus planes de hacer una representación escénica del lugar de la Natividad. El Papa escuchó contento los detalles del proyecto y lo aprobó. Habiendo salido de Roma, san Francisco llegó a Greccio la víspera de la Navidad, y fue entonces que, con ayuda de su amigo Giovanni Velita, construyó una cuna y agrupó a su alrededor las imágenes de María, José, el asno, el buey y los pastores que adoraron al Salvador recién nacido. Luego actuó como diácono en la Misa de Nochebuena. Cuenta la leyenda que, habiendo cantado las palabras “y lo acostaron en un pesebre”, él se arrodilló para meditar brevemente en el sublime misterio de la Encarnación y en ese instante apareció en sus brazos un bebé, rodeado de brillante resplandor. En la basílica de san Francisco, en Asís, se puede ver una pintura del Giotto que representa a san Francisco celebrando la Navidad en Greccio. A partir de entonces se extendió en todo el mundo cristiano la devoción al pesebre. Cada año, desde la víspera de Navidad hasta la octava de la Epifanía, en las iglesias católicas se coloca una cuna que representa el sitio del nacimiento de Cristo, con objeto de recordar a los fieles el misterio de la Encarnación y de traer a la memoria los eventos históricos relacionados con el nacimiento del Redentor, según constan en la Tradición y en los Evangelios. El viejo templo franciscano de Ara Coeli posee quizás uno de los más grandes y hermosos pesebres del mundo. Es en él donde se expone cada año el famoso Bambino di Ara Coeli, desde la víspera de Navidad hasta la festividad de la Epifanía. El Santo Bambino es una figura, elaborada en madera, que representa al Salvador recién nacido. Se dice que dicha figura viajó desde Tierra Santa, y a lo largo de los siglos ha sido adornada con joyas de inmenso valor. El Ministro General de los Frailes Menores lo lleva en procesión anualmente en la fiesta de la Epifanía y con él bendice solemnemente la ciudad desde lo más alto de la elevada escalinata que conduce a la entrada de Ara Coeli.

MEISTERMANN, A New Guide to the Holy Land, tr. (Londres, 1907), 221-234; CHANDLERY, Pilgrim Walks in Rome (New York y Londres, 1903), 107-108; LESETRE en Dictionnaire de la Bible (Paris, 1899), XII, s. v. Creche; Analecta Juris Pontificii, January, 1895, II, 74, 75; MISLIN, Die Heiligen Orte (Viena, 1860) II, 655 ss.; IANCHINI, De Translatione Sacrarum Cunabularum ac Praesepii Domini.

STEPHEN M. DONOVAN Transcrito por Herman F. Holbrook Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est. Traducido por Javier Algara Cossío

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger