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Viernes, 29 de marzo de 2024

Pedro Ponce de León

De Enciclopedia Católica

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Según la historiografía oficial, el monje benedictino español fray Pedro Ponce de León (OSB), fue el primer educador de sordos conocido y documentado en el mundo, circunstancia que se dio gracias a labor de divulgación y propaganda realizada por una serie de cronistas de su propia orden, la de San Benito, aunque el hecho en sí, a la vista de la documentación actual, no es totalmente cierto pues en España se le anticipó unos años antes el fraile jerónimo Vicente de Santo Domingo. Fray Pedro Ponce de León, nacido en Sahagún (León), en una fecha indeterminada, pero cercana y anterior a 1508, tomó el hábito benedictino en el monasterio de aquella misma población en noviembre de 1526, apareciendo su nombre citado por vez primera en las relaciones conventuales de dicho monasterio en 1531, lugar desde donde fue trasladado en 1533, por causas desconocidas, al monasterio de San Salvador en Oña, Burgos. Hombre sin estudios superiores, según un cronista contemporáneo, ejercía en su monasterio la profesión de herbolario, si bien durante sus estancias en él, pues durante tres periodos, 1534-1536, 1543-1545 y 1564-1566, desapareció del mismo, probablemente por traslados a otro monasterio o a algún Priorato de la propia orden. A su regreso a Oña en 1546, su nombre o su firma aparecen profusamente entre los documentos del monasterio, al ser nombrado “Procurador de Causas” en representación del mismo, encargado de firmar los documentos de préstamos y arrendamiento, los contratos de trueques, cartas de arriendo o como promotor o testigo en los pleitos entablados entre el monasterio y los concejos campesinos cercanos. Dicho cargo legal consta documentado que ejerció, sucesivamente, en 1548, 1549, 1550, 1553, 1556 y 1560. En medio de aquellos años, en 1546, Ponce de León ejerció también el oficio de “Teniente mayordomo” del monasterio, firmando contratos de trueque o de arrendamientos, cargo que repitió en 1548, mientras que en 1555 fue nombrado miembro de la comisión para la reparación de los hospitales de Santa Catalina, San Lázaro y San Iñigo, todos ellos feudos del monasterio. Hacia los años 1548 o 1549, Ponce de León se debió hacer cargo, en el propio monasterio de Oña, de dos muchachos sordos llamados respectivamente Francisco y Pedro de Tovar, hijos de los Marqueses de Berlanga y sobrinos de Pedro IV Fernández de Velasco, Condestable de Castilla, con la intención de hacerlos “hablar”. Hecho que, al parecer, consiguió, aunque con muchos matices, de aceptar como buena la historia que aparece en el denominado “Tratado legal sobre los mudos”, obra del Licenciado Lasso, concluida en Oña en 1550 y que actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Logro que, al parecer, Ponce de León había conseguido, según el Licenciado Lasso, tras “curar” a los muchachos, primero, de una vieja “enfermedad” que ambos tenían en la garganta, se supone que mediante un tratamiento basado en el uso de determinadas hierbas, enseñándoles después a hablar “en cierta forma”, a leer y a escribir, esperándose de Pedro Ponce de León en aquellos días que consiguiera curarles igualmente el oído, curación que, según todos los indicios, no logró. Tras lo cual, prohibió a sus discípulos el uso de la lengua de señas, el lenguaje propio de los sordos, motivo por el que se le considera como el inventor del método oral puro en la enseñanza del sordo. En 1576, Ponce de León explica en una escritura pública que poseía una importante suma de dinero de índole personal, proveniente, según él, de sus “ahorros”, de “mercedes” y “limosnas” que había recibido, y de “bienes de discípulos que he tenido”, el último de los cuales, Pedro de Tovar o Velasco, había muerto a finales de 1571 o en los principios del año siguiente, capital que dedicó a partir de entonces, con la debida autorización verbal de sus superiores, a la actividad de “préstamos” que tenían como destinatarios tanto los concejos municipales locales como personas particulares, bajo un interés sobre el 7%, origen de su gran fortuna personal. Dos años más tarde, Ponce de León justificó de nuevo sus beneficios económicos al fundar con ellos una Capellanía, cuyos intereses deberían servir a su muerte para cubrir el pago ciertas misas semanales encaminadas a la eterna salvación de su alma. Actividad lucrativa como prestamista que llevó a cabo, personalmente, hasta 1580, momento en que, ya muy mayor, otorgó poderes a un vecino de Oña, para que la continuara en su nombre. En 1582, en un capítulo privado del monasterio, se le autorizó oficialmente a continuar su actividad como prestamista, autorización que se reitera y se extiende a sus hermanos en religión del mismo monasterio en un capítulo general al año siguiente. Al fallecer Ponce de León en Oña (Burgos) a finales de agosto de 1584, todo aquel dinero acumulado pasó a figurar, mediante una escritura testamentaria, como rentas del monasterio de Oña, encaminadas a dotar, en primer lugar, la Capellanía escriturada en 1578, dejando también una importante cantidad de dinero en rentas para la farmacia o para pago del médico del monasterio, encargado en su caso de cuidar a los monjes ancianos y enfermos. Sin embargo, no consta que dejara en su testamento nada para ayudar a los sordos pobres o para crear una escuela para ellos, pagándose a un maestro especializado. Rentas que siguieron produciendo intereses hasta la invasión napoleónica de España en 1808, momento a partir del cual se perdieron definitivamente. Una de las muchas tradiciones de los cronistas benedictinos, es la que afirma que fray Pedro Ponce de León consiguió educar a unos cuantos alumnos sordos más, hijos todos ellos de la nobleza castellana o, en algún caso puntual, aragonesa. Aunque, estudiados en la actualidad algunos de los personajes que de común se le atribuyen, se observa que no pudieron ser sus discípulos por los más diversos y variados motivos, o que dichos personajes existieron únicamente en la imaginación de los cronistas de su Orden, que los confundieron mezclando sus parentescos, o duplicándolos en número y cuando algunos de ellos en realidad eran personas oyentes. Del mismo modo que en la actualidad no existe obra pedagógica escrita de Pedro Ponce de León, salvo un reducido folio incompleto que se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde explica su sistema. Explicación que se reduce a describir un alfabeto bimanual de su invención muy primitivo y que, con la lógica evolución, es similar al actualmente usado por los sordos ingleses, basado en la idea de la “mano musical”, original del italiano Guido de Arezzo, mediante la cual se entonaba el “canto llano” o gregoriano, explicando de paso como se debería enseñar a un sordo a “escribir”, con la esperanza puesta en que, al final, éste entendería, por sí mismo y sin más ayuda, el significado de las palabras trazadas sobre el papel, método en realidad muy antiguo, pues hay noticias jurídicas de que ya se había utilizado con éxito en Italia, cuando menos, dos siglos antes que lo volviera a reutilizar Pedro Ponce de León. Resumiendo: Pedro Ponce de León fue una realidad histórica, es cierto; su invento pedagógico –el uso de la mano para mostrar las letras-, de puro sencillo, fue realmente genial; pero -a causa principal de la notoriedad social de la familia de sus alumnos y por los propios cronistas de la orden benedictina de los siglos XVI y XVII, aumentado en los siglos XVIII y XX- le han convertido en un mito mediático, pues ni inventó método propiamente original, ni enseñó a hablar fonéticamente; sólo –lo que no es poco, hay que reconocerlo- enseñó a leer y escribir a, al menos, un sordo notorio y probablemente postlocutivo, Pedro de Tovar o Velasco.

Libros recomendados: Historia de la Educación de los sordos en España y su influencia en Europa y América / Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio. Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid 2004 (ISBN 84-8004-671-6), passim // Fray Pedro Ponce de León, el mito mediático (Los mitos antiguos sobre la educación de los sordos en España) / Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio. Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid 2006, passim. Autores del texto: Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio