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Jueves, 28 de marzo de 2024

Papa Clemente II

De Enciclopedia Católica

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Reinó 1046-1047

Clemente II, Papa (Sudiger, Sugerio); fecha de nacimiento desconocida; accedió al trono papal el 25 de diciembre de 1046 y murió el 9 de octubre de 1047. En el otoño de 1046 Enrique III, rey de Alemania, cruzó los Alpes a la cabeza de un gran ejército, acompañado de una brillante corte de príncipes eclesiásticos y seglares del imperio, con el doble propósito de ser coronado emperador y restaurar el orden en la península italiana.

La situación en Roma era deplorable. En San Pedro, el Laterano y Santa maría la Mayor se sentaban tres personajes que reclamaban el papado ( ver Papas Benedicto I –X) Dos de ellos, Benedicto IX y Silvestre III representaban facciones rivales de la nobleza romana. El tercero, Gregorio VI estaba en una situación peculiar. El partido reformista, para liberar a la ciudad del intolerable yugo de la Casa de Tusculum, y a la Iglesia del estigma de la vida disoluta Benedicto, había convenido con él renunciara a la tiara a cambio de una cierta cantidad de dinero. Muchas han dudado que estas medidas para librar al Santa sede de su destrucción fueran simoníacas, pero externamente parecía serlo con lo que sería una mancha en el título de Gregorio y también en el título imperial que anhelaba Enrique. Esa edra la opinión general entonces.

Gregorio se reunión con Enrique en Piacenza, siendo recibido con todos los honores. Se decidió reunir un sínodo que se reuniría en Sutri, cerca de Roma, en que se ventilaría la cuestión. El cardenal Newman, en su “Ensayos Críticos e Históricos” (II, 262 ss.) resume muy bien el procedimiento del Sínodo de Sutri. De los tres que reclamaban el papado, Benedicto no quiso asistir; fue convocado de nuevo y después depuesto en Roma. A Silvestre se le despojó de su rango sacerdotal y fue encerrado en un monasterio. Gregorio demostró ser, si no un idiota, al menos un hombre de mires simplicitatis, explicando en palabras claras su pacto con Benedicto sin ofrecer otra defensa que sus buenas intenciones y se depuso a si mismo (Watterich, Vitae Rom. Pont., I, 76), acto interpretado por algunos como dimisión por otros (Hefele), ateniéndose a los anales contemporáneos, domo una deposición por el sínodo. El Sínodo de Sutri se suspendió para volver a reunirse en Roma el 23 y 24 de diciembre. Benedicto no se presentó y fue depuesto y condenado in contumaciam, y se declaró vacante la sede papal. Como el rey Enrique no había sido aún coronado emperador no tenía derecho canónica de participar en la nueva elección; pero los romanos no tenían candidato y pidieron al monarca que se propusiera un candidato digno.

La primera elección de Enrique, el poderoso Adalberto, arzobispo de Bremen, no aceptó y sugirió a su amigo Sugerio, obispo de Bamberg. A pesar de sus protestas, el rey lo tomó de la mano y lo presentó al clero y pueblo que lo aclamaban como su jefe espiritual. Por fin vencieron sus reticencias aunque insistió en mantener su amada sede episcopal. Se le puede perdonar por temer que los turbulentos romanos le enviaran pronto de nuevo a Bamberg. Más aún, como el rey se negó a devolver a la sede romana las posesiones usurpadas por los nobles y los normandos, el papa se vio obligado a pedir ayuda financiera a su obispado.

Fue coronado en S, pedro el día de navidad con el nombre de Clemente II. Había nacido en Sajonia, de familia noble; había sido canónigo Halberstadt, capellán en la corte de Enrique II quien a la muerte del primer obispo de Bamberg, Eberhard le nombró para aquella importante sede. Era un hombre íntegro de una moralidad severa.

Su primer acto papal fue coronar como emperador a Enrique y a la reina consorte Inés de Aquitania. El nuevo emperador recibió de los romanos y del papa el título y diadema de un patricio romano, dignidad que, desde el siglo décimo, y debido a las pretensiones anticanónicas de la nobleza romana, suponía para el portador el derecho de nombrar al papa o más exactamente, indicar la persona que debía ser elegida (Hefele). Si Dios no hubiera dado a su Iglesia el derecho inalienable de la independencia, y enviado campeones resueltos a imponer eses derecho, en este momento simplemente hubiera cambiado la tiranía de de las facciones romanas por la amenaza más seria de un pode extranjero. El hecho de que Enrique hubiera protegido a la iglesia romana y la hubiera rescatado de sus enemigos no le daba el derecho de convertirse en su dueño y señor. Reformadores sin perspectivas, hasta S. Pedro Damián (Opusc., VI, 36) que vieron en la redición de la libertad de las elecciones papales la voluntad arbitraria del emperador, el inicio de una nueva era, vivieron lo suficiente para lamentar el error que se cometió.

Aunque reconozcamos la importancia de los alemanes en la reforma del siglo once, no podemos olvidare que ni Enrique III ni sus obispos entendieron la importancia de la independencia absoluta en la elección de los cargos eclesiásticos de la Iglesia. Hildebrandt, el joven capellán de Gregorio VI, que se llevaron a Alemania con su maestro para volver con S. León IX y comenzar su carrera memorable, estaba destinado a darles una lección. Enrique III, enemigo jurado contra la simonía, nunca aceptó dinero de sus candidatos, pero reclamó el derecho de nombramiento lo que le convertía virtualmente en cabeza de la Iglesia, y preparaba el camino para los intolerables abusos de sus indignos sucesores.

Clemente no perdió tiempo en comenzar la reforma. En enero de 1047, en un gran sínodo en Roma, se condenó con excomunión la compra y venta de las cosas espirituales; cualquiera que a sabiendas aceptara la ordenación de manos de un prelado culpable de simonía era castigado a penitencia canónica de cuarenta días.

Una disputa por la precedencia entre las sedes de Rávena, Milán y Aquilea fue resuelta a favor de Rávena, cuyo obispo, en ausencia del emperador, se pondría a la derecha del papa. Benedicto acompañó al emperador un una gira triunfal por el sur de Italia y puso a Benevento en entredicho por no querer abrirle las puestas. Viajó con el emperador a Alemania donde canonizó a Wiborada, una monja de San Gall, martirizada por los hunos en 925. Murió cerca de Pésaro, de regreso a Roma, supuestamente envenenado por los partidarios de Benedicto IX, aunque no hay pruebas. Quiso que sus restos fueran enterrados en Bamberg, en la gran catedral donde se puede ver el gran sarcófago de mármol. Es el único papa enterrado en Alemania.

Muchos eclesiásticos, sobre todo el obispo de Lieja, intentaron reponer en la sede papal a Gregorio VI al que Enrique retenía bajo custodia junto con su capellán, poro el emperador nombró sin contemplaciones a Poppo, obispo de Brixen, que tomó el nombre de Dámaso II.


JAMES F. LOUGHLIN.


Traducido por Pedro Royo


Published by Encyclopedia Press, 1913.