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Viernes, 19 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Nuevo Testamento»

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La palabra testamento viene de testamentum, palabra con la cual los escritores eclesiásticos latinos traducían el griego diatheke.  Con los autores profanos este último término siempre significa, excepto quizás un pasaje de Aristófanes, la disposición legal de sus bienes que hace una [[persona]] para después de su muerte.  Sin embargo, en tiempos primitivos, los traductores alejandrinos de la [[Biblia|Escritura]], conocidos como [[Versión de los Setenta|los Setenta]], empleaban la palabra como equivalente del [[Lengua y Literatura Hebreas|hebreo]] berith, la cual significa un pacto, una alianza, más específicamente la alianza de [[Yahveh]] con [[Israelitas|Israel]].  En [[San Pablo]] (1 [[Epístolas a los Corintios|Cor.]] 11,25) [[Jesucristo]] usa las palabras “nuevo testamento” con el significado de alianza establecida por Él mismo entre [[Dios]] y el mundo, y ésta es llamada “nueva” como opuesta a aquella en que [[Moisés]] era el mediador.  Más tarde, el nombre de testamento se le dio a la colección de textos sagrados que contenían la historia y la [[Doctrina Cristiana|doctrina]] de las dos alianzas, aquí de nuevo y por la misma razón nos hallamos con la distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.  Con este significado la expresión [[Antiguo Testamento]] (he palaia diatheke) se halla por primera vez en [[San Melitón]] de Sardes, hacia el año 170.  Hay razones para pensar que en esa [[fecha]] la correspondiente palabra “testamentum” ya se usaba entre los latinos.  De cualquier modo era común en tiempos de [[Tertuliano]].
  
 
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El Nuevo Testamento, según lo aceptan las Iglesias [[Cristianismo|cristianas]], se compone de veintisiete libros diferentes atribuidos a ocho autores diferentes, seis de los cuales se cuentan entre [[los apóstoles]] (San Mateo|Mateo]], [[San Juan el Evangelista|Juan]], Pablo, [[Santiago el Menor|Santiago]], [[San Pedro|Pedro]], Judas) y dos entre sus [[discípulo]]s inmediatos ([[San Marcos|Marcos]], Lucas).  Si consideramos sólo el contenido y forma literaria de estos escritos, pueden ser divididos en libros históricos ([[Evangelios]] y Hechos), libros didácticos ([[epístola]]s) y libro [[Profecía|profético]] ([[Apocalipsis]]).  Antes que se comenzara a usar el nombre del Nuevo Testamento, los escritores de la segunda parte del siglo II decían “Evangelio y escritos apostólicos” o simplemente “el Evangelio y el apóstol”, queriendo decir, el apóstol San Pablo.  Los Evangelios se subdividen en dos grupos: aquéllos comúnmente llamados [[sinópticos]] (Mateo, Marcos, Lucas), porque sus narrativas son paralelas, y el cuarto Evangelio (el de San Juan), el cual hasta cierto punto completa a los primeros tres.  Todos se relacionan con la vida y enseñanzas personales de [[Jesucristo]]. 
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Los [[Hechos de los Apóstoles]], como indica suficientemente su título, trata sobre las predicaciones y obras de los apóstoles.  Narra la fundación de las Iglesias de Palestina y [[Siria]] solamente; en él se menciona a Pedro, Juan, Santiago, Pablo y Bernabé; luego, el autor dedica dieciséis capítulos de veintiocho a las misiones de San Pablo a los greco-romanos.  Hay trece epístolas de San Pablo, y quizás catorce, si, con el [[Concilio de Trento]], lo consideramos autor de la [[Epístola a los Hebreos]].  Con la excepción de esta última, ellas son dirigidas a iglesias particulares  ([[Epístola a los Romanos|Romanos]], 1 y 2 Corintios, [[Epístola a los Gálatas|Gálatas]], [[Epístola a los Efesios|Efesios]], [[Epístola a los Filipenses|Filipenses]], [[Epístola a los Colosenses|Colosenses]], [[Epístolas a los Tesalonicenses|1 y 2 Tesalonicenses]]) o a [[Individuo, Individualidad|individuos]] ([[Epístolas a Tito y Timoteo|1 y 2 Timoteo; Tito]]; [[Filemón]]).  Las siete epístolas siguientes ([[Epístola de Santiago|Santiago]], [[Epístolas de San Pedro|1 y 2 Pedro]], [[Epístolas de Juan|1, 2 y 3 Juan]]; [[Epístola de San Judas|Judas]]) son llamadas “[[Católico|católicas]]” porque la mayoría de ellas son dirigidas a los [[fieles]] en general.  El Apocalipsis, dirigido a las siete Iglesias de [[Asia Menor]] ([[Éfeso]], [[Esmirna]], [[Pérgamo]], [[Tiatira]], [[Sardes]], [[Filadelfia]] y [[Laodicea]]) parece de algún modo una carta colectiva.  Contiene la visión que Juan tuvo en Patmos respecto al estado interior de las antedichas comunidades, la lucha de [[la Iglesia]] con la [[Roma]] [[Paganismo|pagana]], y el destino final de la nueva [[Jerusalén]].
  
 
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El Nuevo Testamento no fue escrito todo de una vez.  Los libros que lo componen aparecieron uno tras otro en un período de cincuenta años, es decir, en la segunda mitad del siglo I.  Escritos en países distantes y diferentes y dirigidos a Iglesias particulares, se tomaron algún tiempo en difundirse a través de toda la [[cristiandad]], y mucho más tiempo para ser aceptados.  La unificación del canon se logró con mucha controversia (vea [[Canon de las Sagradas Escrituras]]).  Aun así se puede decir que desde el siglo III, o quizás antes, ya se conocía en todas partes la existencia de todos los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, aunque todos no eran universalmente aceptados, por lo menos como ciertamente canónicos.  Sin embargo, en Occidente existía uniformidad desde el siglo IV.  Oriente tuvo que esperar al siglo VII para ver un fin a todas las [[duda]]s sobre el asunto.  En los primeros tiempos los asuntos de canonicidad y [[Auténtico|autenticidad]] no se discutían separada e independientemente una de otra, siendo la última aducida como razón para la primera; pero en el siglo IV, se sostuvo la canonicidad, especialmente [[San Jerónimo]], debido a la prescripción eclesiástica y, por el hecho, la autenticidad de los libros disputados se volvió de menor importancia.  Tenemos que llegar al siglo XVI para oír repetirse el asunto de si la Epístola a los Hebreos fue escrita por San Pablo, o si las epístolas llamadas “católicas” fueron en realidad compuestas por los apóstoles cuyos nombres llevan.  Algunos [[Humanismo|humanistas]] como [[Desiderio Erasmo|Erasmo]] y el [[cardenal]] [[Tomasso de Vio Gaetani Cajetan|Cayetano]], revisaron las objeciones mencionadas por San Jerónimo, y las cuales están basadas en el estilo de dichos escritos.  [[Martín Lutero]] añadió a esto la inadmisibilidad de la doctrina en cuanto a la Epístola de Santiago.  Sin embargo, fueron prácticamente los luteranos quienes trataron de disminuir el Canon tradicional, el cual el Concilio de Trento definiría en 1546. 
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Estuvo reservado a tiempos modernos, especialmente en el siglo XIX, disputar y negar la [[verdad]] de la opinión recibida desde antiguo respecto al origen de los libros del Nuevo Testamento.  Esta duda y la negación respecto a los autores tuvieron su causa primaria en la incredulidad religiosa del siglo XVIII.  Estos [[testigo]]s de la verdad de una religión ya no creída eran inconvenientes, si era cierto que habían visto y oído lo que narraban.  Al analizarlos, se necesitó poco tiempo para hallar indicaciones de un origen posterior.  Las conclusiones de la [[Escuelas|escuela]] Tübingen, que trajo al siglo II las composiciones de todo el Nuevo Testamento excepto cuatro Epístolas de San Pablo (Romanos, Gálatas y 1 y 2 Corintios), fueron muy comunes en el siglo XIX en los círculos críticos (vea Dict. Apolog. de la foi catholique, I, 771-6).  Cuando la crisis de la incredulidad hubo pasado, el problema del Nuevo Testamento comenzó a examinarse con más calma, y especialmente, más metódicamente. 
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De los estudios críticos de los pasados dos siglos se puede concluir lo siguiente, que es ahora en sus perfiles generales aceptado por todos: fue un error atribuir el origen de la literatura cristiana a una fecha posterior; estos textos, en conjunto, se remontan a la segunda mitad del siglo I, en consecuencia son obra de una generación que contó con un buen número de testigos directos de la vida de Jesucristo.  De etapa en etapa, de Strauss a Renán, de Renán a Reuss, Weizsäcker, Holtzmann, Jülicher, Weiss, y de éstos a Zahn, Harnack, el criticismo sólo ha vuelto sobre sus pasos por la distancia que había recorrido tan irreflexivamente bajo la guía de Christian Baur.  Hoy día se acepta que los primeros Evangelios fueron escritos alrededor del año 70.  Apenas se puede decir que los Hechos sean posteriores; incluso Harnack piensa que fueron compuestos cerca del año 60 en lugar del 70.  Las epístolas de San Pablo quedan fuera de toda disputa, excepto la de los Efesios y la de los Hebreos, y las epístolas pastorales, sobre las cuales todavía existe duda.  Del mismo modo hay muchos que impugnan las [[Epístolas Católicas]]; pero incluso si la Segunda Epístola de Pedro se retrasa hasta cerca del año 120 ó 130, muchos sitúan la Epístola de Santiago en el mismo comienzo de la literatura cristiana, entre los años 40 y 50, las primeras epístolas de San Pablo alrededor del 52 hasta el 58. 
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Al presente el embate de la lucha se centra alrededor de los escritos de San Juan (el cuarto Evangelio, las tres epístolas de Juan y el Apocalipsis).  ¿Fueron estos textos escritos por el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, o por Juan el [[presbítero]] de Éfeso que menciona [[San Papías]]?  No hay nada que nos [[Obligación|obligue]] a endosar las conclusiones de los críticos radicales sobre este asunto.  Por el contrario, el testimonio sólido de la [[Tradición y Magisterio vivo|tradición]] le atribuye estos escritos al apóstol San Juan, ni se debilita del todo por criterios internos, siempre que no perdamos de vista el carácter del cuarto Evangelio---llamado por [[Clemente de Alejandría]] “un evangelio espiritual”, al compararlo con los otros tres, a los que llamó “corporales”.  [[Teología|Teológicamente]] debemos tomar en cuenta algunos documentos eclesiásticos modernos ([[Decreto]] “Lamentabili”, prop. 17, 18 y la respuesta de la Comisión Romana para Asuntos Bíblicos, 29 de mayo de 1907).  Estas decisiones apoyan el origen juanino y apostólico del cuarto Evangelio.  Sean cuales fueren los puntos de estas controversias, un católico debe estar, y eso en virtud de sus principios, en circunstancias excepcionalmente favorables por aceptar las justas exigencias del criticismo.  Si se estableciese que 2 Pedro pertenece a una clase de literatura común en ese entonces, a saber, el pseudo epígrafe, su canonicidad no se comprometerá debido a eso.  La inspiración y la autenticidad son distintas e incluso separables, cuando no hay una cuestión [[Dogma|dogmática]] envuelta en su unión.
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El asunto del origen del Nuevo Testamento envuelve todavía otro problema literario, especialmente respecto a los Evangelios.  ¿Son estos escritos independientes unos de otros?  Si uno de los [[evangelista]]s utilizó la obra de sus predecesores, ¿cómo supondremos que sucedió?  ¿Fue Mateo que usó el de Marcos o viceversa?  Luego de treinta años de estudio constante, la pregunta ha sido contestada sólo por conjeturas.  Entre éstas se debe incluir la teoría documental misma, incluso en la forma en que se admite actualmente, la de las “dos fuentes”.  El punto de partida de esta teoría, es decir la prioridad de Marcos y el uso que Mateo y Lucas hicieron de él, aunque se ha convertido en un dogma en el criticismo, para muchos se puede decir que no es más que una hipótesis.  Por muy desconcertante que sea, no es menos cierto.  Ninguna de las soluciones propuestas ha sido aprobada por todos los estudiosos que son realmente competentes en la materia, porque todas estas soluciones, mientras que resuelven algunas de las dificultades, dejan casi otras tantas irresolutas.  Si nos damos por satisfechos con hipótesis, por lo menos debemos preferir la más satisfactoria.  El análisis del texto parece concordar bastante bien con la hipótesis de las dos fuentes---Marcos y Q (es decir, Quelle, el documento no de Marcos); pero un crítico conservador lo adoptará sólo hasta donde no sea incompatible con la información de la tradición respecto al origen de los Evangelios como ciertos o dignos de respeto. 
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Esta información puede ser resumida como sigue:
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* Los Evangelios son realmente obra de aquéllos a quienes se les ha atribuido siempre, aunque esta adscripción pueda quizás ser explicada por una autoría más o menos mediata.  Así, el apóstol San Mateo, al escribir en arameo, no tradujo al griego él mismo el Evangelio canónico que nos ha llegado bajo su nombre.  Sin embargo, el hecho de que se le considere el autor de este Evangelio necesariamente supone que entre el texto original arameo y el texto griego hay, por lo menos, una conformidad substancial.  El texto original de San Mateo ciertamente es anterior a la ruina de Jerusalén, incluso hay razones para datarlo antes que las epístolas de San Pablo y por consiguiente cerca del año 50.  No sabemos nada definido sobre la fecha en que fue traducido al griego. 
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* Todo parece indicar que la fecha de composición de San Marcos fue cerca de la muerte de San Pedro, o sea, entre 60 y 70.
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* San Lucas nos dice claramente que antes que él “muchos intentaron narrar ordenadamente” el Evangelio.  ¿Cuál fue entonces la fecha de su propia obra?  Cerca del año 70.  Se debe recordar que no debemos esperar de los antepasados la precisión de nuestra [[cronología]] moderna.
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* Los escritos de Juan pertenecen al final del siglo I, desde el año 90 al 100 (aproximadamente); excepto quizás el Apocalipsis, que algunos críticos modernos sitúan alrededor del final del reinado de [[Nerón]], 68 d.C. (Vea [[Evangelios]]). 
  
 
===Transmisión del Texto===
 
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Revisión de 21:01 9 may 2009

Nombre

La palabra testamento viene de testamentum, palabra con la cual los escritores eclesiásticos latinos traducían el griego diatheke. Con los autores profanos este último término siempre significa, excepto quizás un pasaje de Aristófanes, la disposición legal de sus bienes que hace una persona para después de su muerte. Sin embargo, en tiempos primitivos, los traductores alejandrinos de la Escritura, conocidos como los Setenta, empleaban la palabra como equivalente del hebreo berith, la cual significa un pacto, una alianza, más específicamente la alianza de Yahveh con Israel. En San Pablo (1 Cor. 11,25) Jesucristo usa las palabras “nuevo testamento” con el significado de alianza establecida por Él mismo entre Dios y el mundo, y ésta es llamada “nueva” como opuesta a aquella en que Moisés era el mediador. Más tarde, el nombre de testamento se le dio a la colección de textos sagrados que contenían la historia y la doctrina de las dos alianzas, aquí de nuevo y por la misma razón nos hallamos con la distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con este significado la expresión Antiguo Testamento (he palaia diatheke) se halla por primera vez en San Melitón de Sardes, hacia el año 170. Hay razones para pensar que en esa fecha la correspondiente palabra “testamentum” ya se usaba entre los latinos. De cualquier modo era común en tiempos de Tertuliano.

Descripción

El Nuevo Testamento, según lo aceptan las Iglesias cristianas, se compone de veintisiete libros diferentes atribuidos a ocho autores diferentes, seis de los cuales se cuentan entre los apóstoles (San Mateo|Mateo]], Juan, Pablo, Santiago, Pedro, Judas) y dos entre sus discípulos inmediatos (Marcos, Lucas). Si consideramos sólo el contenido y forma literaria de estos escritos, pueden ser divididos en libros históricos (Evangelios y Hechos), libros didácticos (epístolas) y libro profético (Apocalipsis). Antes que se comenzara a usar el nombre del Nuevo Testamento, los escritores de la segunda parte del siglo II decían “Evangelio y escritos apostólicos” o simplemente “el Evangelio y el apóstol”, queriendo decir, el apóstol San Pablo. Los Evangelios se subdividen en dos grupos: aquéllos comúnmente llamados sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), porque sus narrativas son paralelas, y el cuarto Evangelio (el de San Juan), el cual hasta cierto punto completa a los primeros tres. Todos se relacionan con la vida y enseñanzas personales de Jesucristo.

Los Hechos de los Apóstoles, como indica suficientemente su título, trata sobre las predicaciones y obras de los apóstoles. Narra la fundación de las Iglesias de Palestina y Siria solamente; en él se menciona a Pedro, Juan, Santiago, Pablo y Bernabé; luego, el autor dedica dieciséis capítulos de veintiocho a las misiones de San Pablo a los greco-romanos. Hay trece epístolas de San Pablo, y quizás catorce, si, con el Concilio de Trento, lo consideramos autor de la Epístola a los Hebreos. Con la excepción de esta última, ellas son dirigidas a iglesias particulares (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses) o a individuos (1 y 2 Timoteo; Tito; Filemón). Las siete epístolas siguientes (Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan; Judas) son llamadas “católicas” porque la mayoría de ellas son dirigidas a los fieles en general. El Apocalipsis, dirigido a las siete Iglesias de Asia Menor (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) parece de algún modo una carta colectiva. Contiene la visión que Juan tuvo en Patmos respecto al estado interior de las antedichas comunidades, la lucha de la Iglesia con la Roma pagana, y el destino final de la nueva Jerusalén.

Origen

El Nuevo Testamento no fue escrito todo de una vez. Los libros que lo componen aparecieron uno tras otro en un período de cincuenta años, es decir, en la segunda mitad del siglo I. Escritos en países distantes y diferentes y dirigidos a Iglesias particulares, se tomaron algún tiempo en difundirse a través de toda la cristiandad, y mucho más tiempo para ser aceptados. La unificación del canon se logró con mucha controversia (vea Canon de las Sagradas Escrituras). Aun así se puede decir que desde el siglo III, o quizás antes, ya se conocía en todas partes la existencia de todos los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, aunque todos no eran universalmente aceptados, por lo menos como ciertamente canónicos. Sin embargo, en Occidente existía uniformidad desde el siglo IV. Oriente tuvo que esperar al siglo VII para ver un fin a todas las dudas sobre el asunto. En los primeros tiempos los asuntos de canonicidad y autenticidad no se discutían separada e independientemente una de otra, siendo la última aducida como razón para la primera; pero en el siglo IV, se sostuvo la canonicidad, especialmente San Jerónimo, debido a la prescripción eclesiástica y, por el hecho, la autenticidad de los libros disputados se volvió de menor importancia. Tenemos que llegar al siglo XVI para oír repetirse el asunto de si la Epístola a los Hebreos fue escrita por San Pablo, o si las epístolas llamadas “católicas” fueron en realidad compuestas por los apóstoles cuyos nombres llevan. Algunos humanistas como Erasmo y el cardenal Cayetano, revisaron las objeciones mencionadas por San Jerónimo, y las cuales están basadas en el estilo de dichos escritos. Martín Lutero añadió a esto la inadmisibilidad de la doctrina en cuanto a la Epístola de Santiago. Sin embargo, fueron prácticamente los luteranos quienes trataron de disminuir el Canon tradicional, el cual el Concilio de Trento definiría en 1546.

Estuvo reservado a tiempos modernos, especialmente en el siglo XIX, disputar y negar la verdad de la opinión recibida desde antiguo respecto al origen de los libros del Nuevo Testamento. Esta duda y la negación respecto a los autores tuvieron su causa primaria en la incredulidad religiosa del siglo XVIII. Estos testigos de la verdad de una religión ya no creída eran inconvenientes, si era cierto que habían visto y oído lo que narraban. Al analizarlos, se necesitó poco tiempo para hallar indicaciones de un origen posterior. Las conclusiones de la escuela Tübingen, que trajo al siglo II las composiciones de todo el Nuevo Testamento excepto cuatro Epístolas de San Pablo (Romanos, Gálatas y 1 y 2 Corintios), fueron muy comunes en el siglo XIX en los círculos críticos (vea Dict. Apolog. de la foi catholique, I, 771-6). Cuando la crisis de la incredulidad hubo pasado, el problema del Nuevo Testamento comenzó a examinarse con más calma, y especialmente, más metódicamente.

De los estudios críticos de los pasados dos siglos se puede concluir lo siguiente, que es ahora en sus perfiles generales aceptado por todos: fue un error atribuir el origen de la literatura cristiana a una fecha posterior; estos textos, en conjunto, se remontan a la segunda mitad del siglo I, en consecuencia son obra de una generación que contó con un buen número de testigos directos de la vida de Jesucristo. De etapa en etapa, de Strauss a Renán, de Renán a Reuss, Weizsäcker, Holtzmann, Jülicher, Weiss, y de éstos a Zahn, Harnack, el criticismo sólo ha vuelto sobre sus pasos por la distancia que había recorrido tan irreflexivamente bajo la guía de Christian Baur. Hoy día se acepta que los primeros Evangelios fueron escritos alrededor del año 70. Apenas se puede decir que los Hechos sean posteriores; incluso Harnack piensa que fueron compuestos cerca del año 60 en lugar del 70. Las epístolas de San Pablo quedan fuera de toda disputa, excepto la de los Efesios y la de los Hebreos, y las epístolas pastorales, sobre las cuales todavía existe duda. Del mismo modo hay muchos que impugnan las Epístolas Católicas; pero incluso si la Segunda Epístola de Pedro se retrasa hasta cerca del año 120 ó 130, muchos sitúan la Epístola de Santiago en el mismo comienzo de la literatura cristiana, entre los años 40 y 50, las primeras epístolas de San Pablo alrededor del 52 hasta el 58.

Al presente el embate de la lucha se centra alrededor de los escritos de San Juan (el cuarto Evangelio, las tres epístolas de Juan y el Apocalipsis). ¿Fueron estos textos escritos por el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, o por Juan el presbítero de Éfeso que menciona San Papías? No hay nada que nos obligue a endosar las conclusiones de los críticos radicales sobre este asunto. Por el contrario, el testimonio sólido de la tradición le atribuye estos escritos al apóstol San Juan, ni se debilita del todo por criterios internos, siempre que no perdamos de vista el carácter del cuarto Evangelio---llamado por Clemente de Alejandría “un evangelio espiritual”, al compararlo con los otros tres, a los que llamó “corporales”. Teológicamente debemos tomar en cuenta algunos documentos eclesiásticos modernos (Decreto “Lamentabili”, prop. 17, 18 y la respuesta de la Comisión Romana para Asuntos Bíblicos, 29 de mayo de 1907). Estas decisiones apoyan el origen juanino y apostólico del cuarto Evangelio. Sean cuales fueren los puntos de estas controversias, un católico debe estar, y eso en virtud de sus principios, en circunstancias excepcionalmente favorables por aceptar las justas exigencias del criticismo. Si se estableciese que 2 Pedro pertenece a una clase de literatura común en ese entonces, a saber, el pseudo epígrafe, su canonicidad no se comprometerá debido a eso. La inspiración y la autenticidad son distintas e incluso separables, cuando no hay una cuestión dogmática envuelta en su unión.

El asunto del origen del Nuevo Testamento envuelve todavía otro problema literario, especialmente respecto a los Evangelios. ¿Son estos escritos independientes unos de otros? Si uno de los evangelistas utilizó la obra de sus predecesores, ¿cómo supondremos que sucedió? ¿Fue Mateo que usó el de Marcos o viceversa? Luego de treinta años de estudio constante, la pregunta ha sido contestada sólo por conjeturas. Entre éstas se debe incluir la teoría documental misma, incluso en la forma en que se admite actualmente, la de las “dos fuentes”. El punto de partida de esta teoría, es decir la prioridad de Marcos y el uso que Mateo y Lucas hicieron de él, aunque se ha convertido en un dogma en el criticismo, para muchos se puede decir que no es más que una hipótesis. Por muy desconcertante que sea, no es menos cierto. Ninguna de las soluciones propuestas ha sido aprobada por todos los estudiosos que son realmente competentes en la materia, porque todas estas soluciones, mientras que resuelven algunas de las dificultades, dejan casi otras tantas irresolutas. Si nos damos por satisfechos con hipótesis, por lo menos debemos preferir la más satisfactoria. El análisis del texto parece concordar bastante bien con la hipótesis de las dos fuentes---Marcos y Q (es decir, Quelle, el documento no de Marcos); pero un crítico conservador lo adoptará sólo hasta donde no sea incompatible con la información de la tradición respecto al origen de los Evangelios como ciertos o dignos de respeto.

Esta información puede ser resumida como sigue:

  • Los Evangelios son realmente obra de aquéllos a quienes se les ha atribuido siempre, aunque esta adscripción pueda quizás ser explicada por una autoría más o menos mediata. Así, el apóstol San Mateo, al escribir en arameo, no tradujo al griego él mismo el Evangelio canónico que nos ha llegado bajo su nombre. Sin embargo, el hecho de que se le considere el autor de este Evangelio necesariamente supone que entre el texto original arameo y el texto griego hay, por lo menos, una conformidad substancial. El texto original de San Mateo ciertamente es anterior a la ruina de Jerusalén, incluso hay razones para datarlo antes que las epístolas de San Pablo y por consiguiente cerca del año 50. No sabemos nada definido sobre la fecha en que fue traducido al griego.
  • Todo parece indicar que la fecha de composición de San Marcos fue cerca de la muerte de San Pedro, o sea, entre 60 y 70.
  • San Lucas nos dice claramente que antes que él “muchos intentaron narrar ordenadamente” el Evangelio. ¿Cuál fue entonces la fecha de su propia obra? Cerca del año 70. Se debe recordar que no debemos esperar de los antepasados la precisión de nuestra cronología moderna.
  • Los escritos de Juan pertenecen al final del siglo I, desde el año 90 al 100 (aproximadamente); excepto quizás el Apocalipsis, que algunos críticos modernos sitúan alrededor del final del reinado de Nerón, 68 d.C. (Vea Evangelios).

Transmisión del Texto

Breve Historia del Criticismo Textual

Recursos del Criticismo Textual

Método Seguido

Contenido del Nuevo Testamento

Historia

Doctrinas

Fuente: Durand, Alfred. "The New Testament." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14530a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.