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Martes, 23 de abril de 2024

Monacato Occidental

De Enciclopedia Católica

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Período Pre-Benedictino

La introducción del monacato en Occidente puede datarse a alrededor de 340 d.C. cuando San Atanasio visitó Roma acompañado por los dos monjes egipcios Amón e Isidoro, discípulos de San Antonio. La publicación de la "Vita Antonii" algunos años más tarde y su traducción al latín extendieron ampliamente el conocimiento del monacato egipcio y en Italia se fundaron muchos para imitar el ejemplo así expuesto. Los primeros monjes italianos intentaron reproducir exactamente lo que se hacía en Egipto y no pocos —como San Jerónimo, Rufino, Paula, Eustoquia y las dos Melanias— se fueron a vivir a Egipto o a Palestina como más adecuados para la vida monástica que Italia. Sin embargo, como los registros del primer monacato italiano son muy escasos, será más conveniente dar primero un breve relato de la vida monástica temprana en Galia, cuyo conocimiento es mucho más completo.

(1) LA GALIA: El primer exponente del monacato en la Galia parece haber sido San Martín, que fundó un monasterio en Ligugé cerca de Poitiers, c. 360 (Vea LIGUGÉ, SAN MARTÍN DE TOURS). Poco después fue consagrado obispo de Tours; entonces formó un monasterio fuera de esa ciudad, el cual hizo su residencia habitual. Aunque sólo a dos millas de la ciudad, el lugar estaba tan retirado que Martin encontró allí la soledad de un ermitaño. Su celda era una cabaña de madera, y alrededor de ella sus discípulos, que pronto numeraban ochenta, vivían en cuevas y chozas. El tipo de vida era simplemente el monaquismo de San Antonio de Egipto (Vea MONACATO ORIENTAL) y se extendió tan rápidamente que, en el funeral de San Martín, estaban presente dos mil monjes.

Aún más famoso fue el monasterio de la Abadía de Lérins que dio a la Iglesia de la Galia algunos de sus más famosos obispos y santos. En él también se estableció el famoso abad Juan Casiano después de vivir siete años entre los monjes de Egipto, y de él fundó la gran Abadía de San Víctor en Marsella. Casiano fue indudablemente el maestro más célebre que los monjes de la Galia tuvieran jamás, y su influencia estaba del lado de los primitivos ideales egipcios. En consecuencia, encontramos que la vida eremítica era considerada como la cumbre o meta de la ambición monástica y los medios de perfección recomendados eran, como en Egipto, extremas austeridades personales con ayunos prolongados y vigilias, y toda la atmósfera de esfuerzo ascético tan querido para el corazón del monje antoniano (Vea JUAN CASIANO, FRANCIA, SAN CESÁREO DE ARLES, ABADÍA DE LÉRINS).

(2) MONACATO CELTA (IRLANDA, GALES, ESCOCIA): Las autoridades todavía están divididas en cuanto al origen del monacato celta, pero la opinión más comúnmente aceptada es la del señor Willis Bund, que sostiene que fue un crecimiento puramente indígena y rechaza la idea de cualquier relación directa con el monacato galicano o egipcio. Parece claro que los primeros monasterios celtas eran meramente asentamientos donde los cristianos vivían juntos, —sacerdotes y laicos, hombres, mujeres y niños por igual—, como una especie de clan religioso. En un período posterior se formaron verdaderos monasterios de monjes y monjas, y más tarde aún entró en boga la vida eremítica. Parece muy probable que las ideas y la literatura del monaquismo egipcio o gálico hayan influido en estos desarrollos posteriores, incluso si el monaquismo celta fuera de origen puramente independiente, pues las manifestaciones externas son idénticas en las tres formas.

De hecho, el deseo de austeridades de carácter extremo siempre ha sido una característica especial del ascetismo irlandés hasta nuestros días. La falta de espacio prohíbe aquí cualquier descripción detallada del monaquismo celta, pero se refiere el lector a los siguientes artículos:

Sin lugar a dudas, sin embargo, la principal gloria del monacato celta es su obra misionera, cuyos resultados se encuentran en toda Europa noroccidental. La observancia, al principio tan distintiva, poco a poco perdió su carácter especial y cayó en línea con la de otros países; pero, para entonces, el monacato celta había pasado su cenit y su influencia había disminuido.

(3) ITALIA: Al igual que los otros países de Europa occidental, Italia conservó durante mucho tiempo un carácter puramente oriental en su observancia monástica. El clima y otras causas sin embargo se combinaron para hacer su práctica mucho más dura que en sus tierras de origen. En consecuencia, el estándar de la observancia declinó, y es claro a partir del Prólogo a la Regla de San Benito que en sus días las vidas de muchos monjes dejaban mucho que desear. Además, todavía no había un código fijo de leyes para regular la vida del monasterio o del monje individual. Cada casa tenía sus propias costumbres y prácticas, su propia colección de reglas dependientes en gran medida de la elección del abad del momento. Ciertamente, en Occidente había traducciones de varios códigos orientales, por ejemplo, las reglas de Pacomio y Basilio y otro atribuido a Macario. También estaba la famosa carta de San Agustín (Ep. CCXI) sobre la administración de los conventos de monjas, y también los escritos de Casiano, pero las únicas reglas reales de origen occidental eran las dos de San Cesáreo para monjes y monjas respectivamente, y la de San Columbano, ninguna de las cuales podía llamarse un código de trabajo para la administración de un monasterio. En una palabra, el monacato seguía esperando al hombre que debía adaptarlo a las necesidades y circunstancias occidentales y darle una forma especial distinta a la del Oriente. Este hombre fue encontrado en la persona de San Benito (480-543).

Propagación de la Regla de San Benito

Surgimiento de Cluny

Reacción Contra Cluny

Período de Decadencia Monástica

Reavivamiento Monástico

Fuente: Huddleston, Gilbert. "Western Monasticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp. 472-476. New York: Robert Appleton Company, 1911. 3 Nov. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10472a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina