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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Metalistería al Servicio de la Iglesia»

De Enciclopedia Católica

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Comenzamos la [[Edad Media]] con la metalistería bizantina, para quitar de entrada la impresión de que el término ''bizantino'' se usa para expresar un período de [[tiempo]] definido; se utiliza más bien para denotar un círculo geográfico definido de arte y cultura, es decir, Bizancio con sus alrededores inmediatos y más distantes.  Hubo dos factores que ejercieron una poderosa influencia sobre la obra bizantina: primero, la extravagancia casi ilimitada que prevaleció en la Corte imperial y que, como resultado de las íntimas relaciones existentes entre [[Iglesia y Estado]], se hizo sentir también en esta última; segundo, el estrecho contacto con el arte de las provincias del interior, particularmente con el arte [[Persia |persa]]. La influencia persa, o, para usar un término más general, la oriental, dio lugar a una búsqueda extravagante de efectos de color en la metalistería acompañada de una supresión del objeto principal, a saber, la producción de obras plásticas. Para comprender este último cambio, debemos explicar brevemente algunos términos técnicos.
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Para dar forma artística a una masa informe de metal, se emplean procesos de fundición y martillado o cincelado.  En el primer proceso, el metal se lleva a un estado líquido y se vierte en una forma hueca, que se ha preparado previamente presionando un modelo sólido en una masa flexible.  Aunque la fundición debe considerarse como el modo original de tratar los metales, sin embargo, en lo que respecta a dar forma artística al oro y la plata, el martillado era de mayor importancia.  Mediante martillazos se ahueca la hoja de metal y de esta manera se le da forma plástica.  Muy estrechamente relacionado con el martilleo está el arte del grabado, que consiste en dirigir el golpe del martillo no directamente sobre el metal sino transmitirlo mediante pequeños cinceles de acero.  Son estos dos últimos procesos los que tenemos principalmente en mente cuando hablamos del arte del orfebre.  Por medio de ellos, el antiguo arte de Occidente produjo sus más bellas obras en metal.
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Un estado de cosas diferente existió en Oriente, y particularmente en el hogar del arte mesopotámico-[[Persia |persa]] y [[Sirio |sirio]], donde, por así decirlo, el ojo tenía más un don para el color que el que tenía la mano para la formación plástica.  El oro brillante aquí recibió una decoración adicional mediante esmaltes de colores.  Esta preferencia por la representación coloreada en lugar del plástico se transmitió también a Bizancio.  Pero siempre será un mérito de la orfebrería bizantina su producción de magníficas obras en metal para el servicio de [[la Iglesia]].    El proceso empleado en Oriente y Bizancio se conoce como esmalte ''cloisonné'' (''émail cloisonné''); este consiste en soldar tiras muy finas de oro sobre la placa base de oro para formar celdas en las que se presiona y se fusiona en su lugar la pasta de esmalte, combinándose el esmalte con el metal durante la fusión.
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En Bizancio, el esmalte ''cloisonné'' forzó el arte de martillar y cincelar a una posición muy subordinada; se usaba el esmalte para decorar artículos seculares, como cuencos y espadas, pero sobre todo los trabajos en metal para [[la Iglesia]].  La ornamentación consistía en parte en diseños decorativos y en parte en representaciones figurativas. Entre las obras que nos han llegado hay muchas de una pureza en miniatura, que a pesar de su pequeño tamaño son verdaderamente monumentales en su concepción.  De las obras más grandes, solo se ha conservado un número muy pequeño, la más famosa es el [[Frontal de Altar |frontal]] (Pala d´oro) dorado del [[altar]] de San Marcos en [[Venecia]].  Las piezas restantes son en su mayor parte [[relicarios]] que se colgaban del cuello  (Vea [[encolpion |ENCOLPION]]) o se colocaban sobre el altar (ejemplos en [[Ostia y Velletri |Velletri]] y [[Cosenza]]), cruces y cubiertas de libros (un magnífico ejemplar en la sala de joyas real de [[Munich-Freising |Munich]]).  Del período en el que este arte alcanzó su máxima perfección, los siglos X y XI, tenemos la llamada ''staurotheca'' (una tablilla relicario) en la [[catedral]] de [[Limburgo]] en el Lahn, el relicario de Nicéforo Focas (963-969) en el [[convento]] de Lavra (Athos), y la banda inferior de la llamada corona de [[San Esteban Protomártir |San Esteban]] en los tesoros de la corona en Budapest (1076-77).  El terrible saqueo de la capital por los [[Cruzadas |cruzados]] occidentales (1204) asestó el golpe mortal a este floreciente arte.
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Aunque los ejemplos de obras en metal bizantinas decoradas con esmalte son por mucho los más numerosos, no faltan del todo muestras de trabajo martillado.  En primer lugar, podemos mencionar dos [[relicarios]] [[Arquitectura Eclesiástica |arquitectónicos]] que tienen la forma de una estructura central coronada por una [[cúpula]] (en [[Aquisgrán]] y [[Venecia]]).  Las tablillas del relicario con relieves tallados tienen la forma de un pequeño altar plegable o de una [[la Cruz |cruz]], que a menudo lleva los retratos del emperador [[Constantino el Grande |Constantino]] y su madre en el anverso, y en el reverso, la Crucifixión.    Un tipo distinto de la orfebrería [[Grecia |griega]] son los [[Iconografía Cristiana |iconos]]; uno de los más valiosos se encuentra en la colección Swenigorodskoi (San Petersburgo).  En la [[catedral]] de Halberstadt (siglo XI) se encuentra un espécimen raro con excelente cinceladura, una [[píxide]] de plata dorada con la crucifixión de [[Jesucristo |Cristo]].  En un solo lugar de Occidente es posible en la actualidad hacerse una [[idea]] de la magnificencia y el costo de las obras en metal bizantinas, en los tesoros y la [[bibliotecas |biblioteca]] de San Marcos en [[Venecia]], que todavía posee una parte del botín del año 1204.
  
 
===Metalistería de las Naciones Bárbaras===
 
===Metalistería de las Naciones Bárbaras===

Revisión de 19:41 20 sep 2021

Introducción

Metalistería al Servicio de la Iglesia Desde sus tiempos primitivos la Iglesia ha empleado utensilios y vasijas de metal en sus ceremonias litúrgicas; dicha práctica aumentó durante la Edad Media. La historia de la metalistería de la Iglesia en la Edad Media es, de hecho, la historia del arte de la metalistería en general, y esto no se debe solo a que la Iglesia fuera el principal mecenas de tales obras y a que casi todas las obras que se han conservado de la Edad Media son de carácter eclesiástico, sino también porque hasta el siglo XII las obras de orfebrería eran también casi exclusivamente fabricadas por monjes y clérigos. Pero en el período del Renacimiento también la fabricación de metalistería eclesiástica formó una rama muy importante del arte de la orfebrería, e incluso en nuestros días estas obras se cuentan entre aquellas en cuya producción ese arte puede desarrollarse más provechosamente; pero no sólo el arte de la orfebrería, que es el tratamiento artístico del metal precioso, tuvo su crecimiento y desarrollo al servicio de la Iglesia, también se han utilizado ampliamente los metales básicos, especialmente el hierro, el bronce y el latón. Sin embargo, dado que nos ocupamos del desarrollo histórico de la metalistería al servicio de la Iglesia, nos limitaremos más particularmente a los trabajos en los metales preciosos, sin excluir por completo de nuestra consideración los de los metales inferiores.

Antigüedad

Comenzando con la Antigüedad, primero debemos demostrar que la Iglesia hizo uso de valiosas obras de metal en los tiempos más antiguos. Honorio de Autun (m. 1145) señala que los Apóstoles y sus seguidores habían empleado cálices de madera en la celebración de la Santa Misa, pero que el Papa Ceferino había ordenado el uso de vidrio y el Papa Urbano I de vasos de plata y oro (Gemma animae, PL, CLXXII, 573). Esta opinión parece haber sido ampliamente difundida durante la Edad Media; sin embargo, es insostenible. Sin duda, el recurso a cálices de madera o de algún otro material barato se hizo necesario a menudo en la antigüedad como resultado de la falta de materiales más valiosos o durante los tiempos tormentosos de las persecuciones, pero esta costumbre no pudo haber sido generalizada. Si los primeros cristianos creyeron en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y de esto no cabe duda, seguramente también ofrecieron sus vasos más preciosos para que los Sagrados Misterios se celebraran dignamente.

Los primeros indicios positivos del uso de la metalistería al servicio de la Iglesia datan de los siglos III y IV. Es especialmente del "Liber Pontificalis", que ahora está accesible en las ediciones críticas de Duchesne y Mommsen (Vea LIBER PONTIFICALIS), de donde derivamos la información más interesante sobre el tema en discusión. Aquí nos encontramos por primera vez con la afirmación de que el Papa Urbano ordenó que los vasos sagrados se hicieran de plata, lo que de ninguna manera implica que antes de ese tiempo todos fueran de vidrio.

De mayor importancia son los relatos de las magníficas donaciones de valiosas obras en metal realizadas por el emperador Constantino a las basílicas romanas. Tomaría demasiado espacio enumerarlos todos y nos contentaremos con mencionar algunos ejemplos. A la basílica de el Vaticano le regaló siete grandes cálices (scyphi) del oro más puro, cada uno de los cuales pesaba diez libras (romanas); además, cuarenta cálices más pequeños de oro puro, cada uno de los cuales pesaba una libra. La iglesia de Santa Inés recibió un cáliz de oro macizo que pesaba diez libras, cinco cálices de plata de diez libras cada uno y dos patenas de plata (platos de metal para el pan eucarístico) de treinta libras cada una. Las patenas se mencionan a menudo en relación con los cálices; así, la Basílica de San Juan de Letrán recibió siete patenas de oro y dieciséis de plata de treinta libras cada una.

Aunque no en la misma medida, las otras iglesias también poseían valiosas piezas en metal para el servicio litúrgico. La Iglesia de Cartago, según el testimonio de Optato, poseía tantos objetos de valor de oro y plata que no fue fácil quitarlos u ocultarlos en el momento de las persecuciones (Contra Parmen., I, XVIII). En el Concilio de Calcedonia (451) se acusó a Ibas, obispo de Edesa, de haber robado un valioso cáliz engastado con piedras preciosas que un hombre piadoso había donado a la iglesia.

En cuanto a los diversos tipos de trabajos en metal utilizados en la Iglesia, el "Liber Pontificalis" menciona los siguientes, además del cáliz y la patena, que se usaron durante la vida del Papa Silvestre:

  • un cuenco de diez libras, destinado a la recepción del crisma en los bautismos y confirmaciones
  • una jofaina de plata para el bautismo, de veinte libras,
  • un cordero dorado de treinta libras, que se instaló en el baptisterio junto a Letrán.
  • siete ciervos plateados que arrojaban agua, cada uno de los cuales pesaba treinta kilos, y especialmente
  • numerosos vasos para vino, por ejemplo, en la basílica de El Vaticano, dos ejemplares del oro más puro, cada uno de un peso de cincuenta libras.
  • Es importante la declaración de que además del cordero dorado antes mencionado, había estatuas de plata de 5 pies de alto, del Redentor y San Juan que pesaban 180 y 125 libras respectivamente.
  • Además, hay que mencionar los cofres, cruces, relicarios y cubiertas de libros, todos en metal, que también fueron hechos en su totalidad o en parte de metales preciosos.

Con esta enumeración el número de utensilios metálicos empleados en la antigüedad cristiana no es completo. El centro del culto cristiano es el Sacrificio y el altar, por esta razón desde el principio fue hecho con material valioso o al menos cubierto con él. Además, se utilizaron placas de metal para adornar la confesión y el entorno inmediato del altar. Se usó una gran riqueza de metales preciosos en la superestructura del altar o baldaquino, que estaba decorado con estatuas de metal, con cálices y coronas votivas. Cuando León III mandó a restaurar el baldaquino, donado por el emperador Constantino, empleó para ese propósito 2704.5 libras de plata. También se utilizó una gran cantidad de metal para el iconostasio, una mampara que conecta de dos a seis columnas; así León III recuperó el iconostasio de la iglesia de San Pablo con un gasto de 1,452 libras de plata.

También se requiere una gran cantidad de trabajos en metal para la iluminación de la basílica. Constantino también regaló a la Basílica de Letrán 174 artículos separados de la mayor variedad destinados a ese propósito. Basta mencionar aquí solamente las lucernas o arañas (coronae), los candelabros y las lámparas, hechos de bronce, plata u oro. La Basílica de Letrán recibió entre las demás un candelabro con cincuenta lámparas del oro más puro que pesaban 120 libras, y un candelabro del mismo material con ochenta lámparas. Incluso los recipientes para almacenar el aceite a veces estaban hechos de metales preciosos. La Basílica de Letrán era propietaria de tres de estos vasos de plata, que pesaban 900 libras. Sin embargo, no nos han llegado prácticamente ninguno de todos estos tesoros, sólo se han encontrado unos pocos candelabros de bronce, que datan de los siglos V al VIII, la mayoría de ellos en Egipto.

Queda otro artículo de metal muy utilizado al servicio de la Iglesia desde los primeros siglos: el incensario. Según el "Liber Pontificalis", el baptisterio de San Juan de Letrán tenía un incensario de oro de quince libras, adornado con piedras preciosas verdes. Si tenemos en cuenta, pues, todos estos artículos, se deduce naturalmente que el uso de artículos de metal al servicio de la Iglesia alcanzó proporciones extraordinarias en la antigüedad cristiana.

Más difícil que la enumeración de las obras en metal es la descripción de su decoración y los procesos técnicos empleados en su fabricación, porque nuestras fuentes literarias son casi en su totalidad silenciosas sobre este punto, mientras que existen muy pocas de las antiguas obras cristianas que podrían iluminarnos. Por lo tanto, también en este caso debemos limitarnos especialmente a las declaraciones del "Liber Pontificalis". Aquí encontramos numerosas referencias a imágenes (imagines) de Cristo, la Santísima Virgen, los ángeles y los apóstoles; en la mayoría de los casos es imposible determinar si las obras fueron talladas o fundidas, lo cierto es que se emplearon ambos métodos. Las estatuas de Cristo y los apóstoles en el baldaquino que Constantino donó a la Basílica de Letrán eran sin duda talladas. En algunos casos, el núcleo de la estatua era de madera sobrepuesto o cubierto con plata u oro. Las imágenes pintadas también se decoraban a veces con relieves de plata u oro. Por ejemplo, Gregorio III utilizó cinco libras de oro puro y piedras preciosas en la decoración de una estatua de la Virgen en Santa María la Mayor. Las piedras preciosas en particular eran una forma favorita de decoración para los artículos hechos de metal; las estatuas de oro a veces estaban completamente cubiertas con ellas.

Cuando Sixto I proveyó muebles costosos para la confesión de la basílica de El Vaticano, Valentiniano regaló una tableta en relieve con las imágenes de Cristo y los apóstoles que estaba tachonada de piedras preciosas. También el baptisterio al lado de la Basílica de Letrán poseía un incensario que estaba adornado con piedras preciosas. Las obras en bronce a menudo tenían incrustaciones de plata. Así, las capillas de San Juan recibieron puertas con ornamentación plateada. Probablemente se trataba de una especie de niello (niel) (cf. Rosenberg, “Niello”, Frankfort, 1908). Para obtener efectos de color se empleaban además esmalte y verroterie cloisonée; más adelante se dará una descripción más detallada de estos. Llamaremos aquí la atención sólo sobre el espécimen más conocido que se ha conservado, el "pentáptico" en el tesoro de la catedral de Milán cuya división central está ornamentada por este proceso con el cordero pascual y la Cruz.

Por último, en cuanto a los talleres de los que la Iglesia obtenía sus obras en metal, no cabe duda de que existían en todas las grandes ciudades de los países civilizados de la antigua cristiandad; pero las ciudades del Imperio Romano de Oriente, y especialmente Bizancio, parecen haber sido preeminentes. Incluso en la actualidad existe una tendencia a considerar casi todas las obras más importantes que se han conservado como productos del arte oriental. De hecho, un gran número de trabajos en metal fueron traídos de Oriente a los países occidentales. Mencionamos aquí solo un relicario en forma de cruz en la Basílica de San Pedro en Roma, un regalo del emperador bizantino Justino II.

Edad Media

Metalistería Bizantina

Comenzamos la Edad Media con la metalistería bizantina, para quitar de entrada la impresión de que el término bizantino se usa para expresar un período de tiempo definido; se utiliza más bien para denotar un círculo geográfico definido de arte y cultura, es decir, Bizancio con sus alrededores inmediatos y más distantes. Hubo dos factores que ejercieron una poderosa influencia sobre la obra bizantina: primero, la extravagancia casi ilimitada que prevaleció en la Corte imperial y que, como resultado de las íntimas relaciones existentes entre Iglesia y Estado, se hizo sentir también en esta última; segundo, el estrecho contacto con el arte de las provincias del interior, particularmente con el arte persa. La influencia persa, o, para usar un término más general, la oriental, dio lugar a una búsqueda extravagante de efectos de color en la metalistería acompañada de una supresión del objeto principal, a saber, la producción de obras plásticas. Para comprender este último cambio, debemos explicar brevemente algunos términos técnicos.

Para dar forma artística a una masa informe de metal, se emplean procesos de fundición y martillado o cincelado. En el primer proceso, el metal se lleva a un estado líquido y se vierte en una forma hueca, que se ha preparado previamente presionando un modelo sólido en una masa flexible. Aunque la fundición debe considerarse como el modo original de tratar los metales, sin embargo, en lo que respecta a dar forma artística al oro y la plata, el martillado era de mayor importancia. Mediante martillazos se ahueca la hoja de metal y de esta manera se le da forma plástica. Muy estrechamente relacionado con el martilleo está el arte del grabado, que consiste en dirigir el golpe del martillo no directamente sobre el metal sino transmitirlo mediante pequeños cinceles de acero. Son estos dos últimos procesos los que tenemos principalmente en mente cuando hablamos del arte del orfebre. Por medio de ellos, el antiguo arte de Occidente produjo sus más bellas obras en metal.

Un estado de cosas diferente existió en Oriente, y particularmente en el hogar del arte mesopotámico-persa y sirio, donde, por así decirlo, el ojo tenía más un don para el color que el que tenía la mano para la formación plástica. El oro brillante aquí recibió una decoración adicional mediante esmaltes de colores. Esta preferencia por la representación coloreada en lugar del plástico se transmitió también a Bizancio. Pero siempre será un mérito de la orfebrería bizantina su producción de magníficas obras en metal para el servicio de la Iglesia. El proceso empleado en Oriente y Bizancio se conoce como esmalte cloisonné (émail cloisonné); este consiste en soldar tiras muy finas de oro sobre la placa base de oro para formar celdas en las que se presiona y se fusiona en su lugar la pasta de esmalte, combinándose el esmalte con el metal durante la fusión.

En Bizancio, el esmalte cloisonné forzó el arte de martillar y cincelar a una posición muy subordinada; se usaba el esmalte para decorar artículos seculares, como cuencos y espadas, pero sobre todo los trabajos en metal para la Iglesia. La ornamentación consistía en parte en diseños decorativos y en parte en representaciones figurativas. Entre las obras que nos han llegado hay muchas de una pureza en miniatura, que a pesar de su pequeño tamaño son verdaderamente monumentales en su concepción. De las obras más grandes, solo se ha conservado un número muy pequeño, la más famosa es el frontal (Pala d´oro) dorado del altar de San Marcos en Venecia. Las piezas restantes son en su mayor parte relicarios que se colgaban del cuello (Vea ENCOLPION) o se colocaban sobre el altar (ejemplos en Velletri y Cosenza), cruces y cubiertas de libros (un magnífico ejemplar en la sala de joyas real de Munich). Del período en el que este arte alcanzó su máxima perfección, los siglos X y XI, tenemos la llamada staurotheca (una tablilla relicario) en la catedral de Limburgo en el Lahn, el relicario de Nicéforo Focas (963-969) en el convento de Lavra (Athos), y la banda inferior de la llamada corona de San Esteban en los tesoros de la corona en Budapest (1076-77). El terrible saqueo de la capital por los cruzados occidentales (1204) asestó el golpe mortal a este floreciente arte.

Aunque los ejemplos de obras en metal bizantinas decoradas con esmalte son por mucho los más numerosos, no faltan del todo muestras de trabajo martillado. En primer lugar, podemos mencionar dos relicarios arquitectónicos que tienen la forma de una estructura central coronada por una cúpula (en Aquisgrán y Venecia). Las tablillas del relicario con relieves tallados tienen la forma de un pequeño altar plegable o de una cruz, que a menudo lleva los retratos del emperador Constantino y su madre en el anverso, y en el reverso, la Crucifixión. Un tipo distinto de la orfebrería griega son los iconos; uno de los más valiosos se encuentra en la colección Swenigorodskoi (San Petersburgo). En la catedral de Halberstadt (siglo XI) se encuentra un espécimen raro con excelente cinceladura, una píxide de plata dorada con la crucifixión de Cristo. En un solo lugar de Occidente es posible en la actualidad hacerse una idea de la magnificencia y el costo de las obras en metal bizantinas, en los tesoros y la biblioteca de San Marcos en Venecia, que todavía posee una parte del botín del año 1204.

Metalistería de las Naciones Bárbaras

Metalistería de los Carolingios

Metalistería Románica

Metalistería Gótica

Renacimiento

Fuente: Kleinschmidt, Beda. "Metalwork in the Service of the Church." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, págs. 218-225. New York: Robert Appleton Company, 1911. 19 sept. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/10218a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina