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Jueves, 18 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Los Mitos Históricos propagandísticos en el Incario y hoy, y sus repercusiones en el historiar»

De Enciclopedia Católica

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Última revisión de 02:22 25 feb 2020

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Presentación

Las crónicas de los siglos XVI y XVII permiten reconocer las expresiones básicas de la mitología peruana antigua. Aquí hemos de referirnos a aquella parte de la mitología que, usando de los moldes de la “narrativa histórica”, fue inventada ex profeso para justificar el advenimiento al poder político de los gobernantes incas, y para acrecentarlo y perpetuarlo.

Los pasajes míticos seleccionados se refieren a los mitos (o formas mítico-legendarias) de Manco-Cápac, de los Hermanos Ayar y de Pachacamac –Vichama. Vale la pena recordar que el mito histórico de contenido “propagandista” no es privativo del Perú antiguo: brota universalmente y desde tiempo inmemorial. Todavía más, sigue siendo generándose hoy con profusión.

Mitos propagandísticos que explicaban las diferencias sociales en el Incario

En el mito de Manco Cápac se establece la prosapia divina o semidivina del fundador de la dinastía de los Incas: se le presenta como hijo de la divinidad encarnada por el Sol. Situación semejante o parecida presenta el mito paralelo, de los Ayar, los que sostenían “se entendiese... ser hijos del Sol” (Cieza, Señorío, Cap. VI), o según otros informes haber nacido de sí mismos (Cobo). En uno como en otro caso, los quipucamayoc o amauta debieron difundir a través de lo que evidentemente era una patraña, la prosapia divina de los gobernantes incas. Y, con el auxilio de este dogma, que contaba con el respaldo de la propia divinidad, quedaron explicadas las diferencias sociales profundas imperantes en el Incario.

La misma explicación dogmática reaparece en el pasaje del mito de Pachacamac-Vichama (Calancha, 1738), que hace proceder a la humanidad de tres huevos, uno de oro (del que salieron los nobles), otro de plata (del que provienen las mujeres de éstos), y el tercero de cobre (de donde nació la “muchedumbre” perteneciente al pueblo). Está demás indicar que el oro fue también en el Perú antiguo el metal más apreciado, por lo que resulta obvio el por qué se le relacionó precisamente con la génesis de la nobleza y no del pueblo.

De lo expuesto se desprende que lo que hoy se califica de “lucha social” habría resultado, de haberse presentado en alguna forma en el Incario, una acción antinatural o contraria al dictado divino expresado dogmáticamente en los mitos*.


Los pasajes mitológicos citados constituyen ejemplos evidentes de la presencia, en el Incario del invento de mitos concebidos sobre molduras históricas, enclara intención propagandista y con poderosa carga dogmática destinada a “concientizar” al pueblo, para usar de un término moderno. No está demás observar que los inventores de estos mitos debieron pertenecer a las élites intelectuales. Eran conscientes de que propalaban falsedades, pero procedían a difundirlas convencidos de actuar con fines nobles y empujados por lo que hoy se denomina “compromiso”...

El mito propagandístico y su continuidad en el presente

En la actualidad nadie cree ya en los mitos prehispánicos que sitúan en un plano divino a los Incas y la nobleza, y que explican las diferencias socio-económicas como resultado de mandatos de los dioses. Sin embargo se prosigue generando mitos históricos propagandísticos de los más diversos matices, día a día, a diestra y siniestra. Es decir que al presente el historiador continúa con aquella actitud inveterada de distorsionar o inventar situaciones históricas; esto, al margen de las limitaciones propias del historiador interesado en aproximarse sinceramente a la verdad de los acontecimientos, y de las trabas presentes en la disciplina histórica misma. De tal manera que el historiador, que se jacta de “comprometido”, cumple primero con su compromiso ideológico. Y como quiera que las banderas ideológicas son varias, varios también y encontrados, los mitos propagandísticos generados al presente. A todos ellos une, como común denominador, el presentar, dentro de marcos históricos, un andamiaje acomodado según el dictado de la ideología que abrace el historiador. Y cada cual, naturalmente, actúa convencido de que su ideología es la perfecta, con sus procedimientos para imponerla, y las demás equivocadas...; es decir, se reclama dogmáticamente poseer la única clave para la superación de los problemas que aquejan a la humanidad, ya sean estos predominantemente de tinte moral –espiritual o de orden socio-económico. Como quiera que la contemplación crítica del suceder histórico es , precisamente, una lección máxima que enseña la relatividad de las “verdades” y su carácter “efímero” al paso de los milenios, resulta un tanto contradictorio que sea el historiador en persona el que opte por estar “identificado” con una “causa” en particular, y por presentarse como abanderado hasta los extremos de no tener reparon en generar mitos propagandísticos que, en otras palabras, no son más que esquemas engañosos en los que probablemente no cree el propio autor de los mismos de no actuar del todo obnubilado... Otra cosa es que el historiador de hoy dirija su atención preferencialmente a tópicos de interés actual, que en el fondo no puede sustraerse a simpatías y antipatías, y que ama a su patria. Pero otra cosa también es que sus preferencias ideológicas o su inclinación patriótica lleguen a traslucirse en sus estudios en forma desmedida. De lo expresado se desprende que de ser ante todo un abanderado de determinada causa ideológica, un “comprometido” políticamente, ello conducirá al historiador necesariamente a supeditar su historiar a los preceptos de su ideología: a generar “mitos históricos” que contribuyan a fortalecer aquel bagaje ideológico que por perfecto estima debe primar y ser impuesto entre los hombres. Esta misión suya resulta merecedora de respeto, pero es de señalar que ella se aleja del historiar crítico, precisamente por cuanto, de considerarlo necesario, lo llevará a inventar mitos propagandísticos al mismo modo como los amautas del Incario, para apuntalar un ordenamiento político determinado; así, el historiador deviene en un politicólogo, o en dogmático demagogo vestido con ropaje de historiador...

Reflexiones e interrogantes

Las reflexiones que anteceden serán rechazadas de plano por quienes anteponen el compromiso político al historiar llano y crítico: el “patriotismo” mismo reclama la dependencia de quienes se ocupan de la disciplina histórica, lo que se traduce e una miopía para valorar el proceso histórico que ha tenido lugar más allá de las fronteras de un país: terminará siendo una especie de narcisismo nacional...

¿Seguirá el historiador aceptando lo que en algunos casos resulta siendo franca agresión demagógica a su misión de esclarecedor crítico del paso y que, ejercido como diktat o en forma de persuasión, termine por encasillar su perspectiva histórica en uno de los tantos sectores del amplio espectro de las ideologías? ¿Y, terminará así acaso convencido de que llegado el caso su deber primordial será el de servir de generador o de difusor de mitos históricos propagandísticos, es decir de instrumento distorsionador de los hechos, considerando de que ello ayudará a llevar a garantizar el establecimiento y la perpetuidad de determinada estructura política? Los amautas y quipucamayoc así lo entendieron, contribuyendo de este modo a entumecer toda voz de protesta contra lo establecido, y acaso a crear una suerte de sentimiento de felicidad social al propalar, mediante sus mitos, la presencia de una humanidad segmentada en clases socio-económicas incompatibles por siempre y para siempre, según los dictámenes divinos...

La disciplina histórica ha sido y puede, por lo expuesto, ser puesta al servicio de diferentes causas y representa, de este modo, una fuerza de apoyo extraordinaria en la imposición de una ideología dada; así lo entendió y lo entiende el bullir ideológico en su búsqueda por imponerse. Y es por lo mismo que abierta o sutilmente exige que el historiador actúe comprometido, en provecho de una causa.

Para lograr tal compromiso, la demagogia ideológica insiste en subestimar la labor de aproximación llana al pasado puesto que teme, sin duda, perder el control sobre una valiosa muleta de revelársele el historiador contra el estado de dependencia en el que aquella demagogia ideológica lo ha sumido. En conclusión, el historiador debe tomar conciencia de si su tarea debe ajustarse al campo de la exploración llana, crítica, del pasado, o de si debe subordinar su disciplina a lo ideológico y proseguir, así, representando el ya antiguo papel de generador de “mitos propagandísticos” que apuntalen la doctrina particular de su preferencia...

Dr. Federico Kauffmann Doig

Arqueólogo


Nota del Director: “Los mitos históricos propagandísticos en el Incario de hoy y sus repercusiones en el historiar” Cuadernos del Taller del Folklore (Universidad Nacional Federico Villarreal) 6, pp. 9-13. Lima 1982.