Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 23 de abril de 2024

Los Francos

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Los francos fueron una confederación formada en Alemania occidental por cierto número de antiguas tribus bárbaras que ocupaban la orilla derecha del Rin desde Maguncia hasta el mar. Su nombre es mencionado por primera vez por los historiadores romanos en relación con una batalla peleada contra este pueblo alrededor del año 241. En el siglo III algunos de ellos cruzaron el Rin y se establecieron en la Galia belga a orillas del Mosa y el Escalda, y los romanos habían tratado de expulsarlos del territorio. Constancio Cloro y sus descendientes continuaron la lucha, y, aunque Juliano el Apóstata les infligió una grave derrota en 359, no logró exterminarlos, y finalmente Roma quedó satisfecha de convertirlos en sus aliados más o menos fieles. Después de su derrota por Juliano el Apóstata, los francos de Bélgica se convirtieron en colonos pacíficos y parece que no dieron más problemas al Imperio, satisfechos de haber encontrado refugio y sustento en suelo romano. Incluso abrazaron la causa de Roma durante la gran invasión de 406, pero fueron dominados por las despiadadas hordas que devastaron Bélgica y dominaron la Galia y una parte de Italia y España. A partir de entonces, las provincias belgas dejaron de estar bajo el control de Roma y pasaron al dominio de los francos.

Cuando llamaron la atención por primera vez en la historia, los francos se establecieron en la parte norte de la Galia belga, en los distritos donde todavía se habla su dialecto germánico. Gregorio de Tours nos dice que su pueblo principal era Dispargum, que es quizás Tongres, y que estaban bajo una familia de reyes que se distinguían por su largo cabello, el cual dejaban flotar sobre sus hombros, mientras que los demás guerreros francos se afeitaban la parte de atrás de la cabeza. Esta familia se conoció como los merovingios, por el nombre de uno de sus miembros (Meroveo), a quien la tradición nacional le atribuía como ancestro un dios del mar. Clodión, el primer rey de esta dinastía conocido en la historia, comenzó su serie de conquistas en la Galia del Norte alrededor del año 430. Penetró hasta Artois, pero fue expulsado por Aecio, quien parece haber logrado mantenerlo en términos amistosos con Roma. De hecho, parece que su hijo Meroveo peleó con los romanos contra Atila en los campos cataláunicos.

Childerico, hijo de Meroveo, también sirvió al Imperio bajo el conde Egidio y luego bajo el conde Pablo, al cual ayudó a repeler a los sajones de Angers. Childerico murió en Tournai, su capital, donde se halló su tumba en 1653 (Cochet, Le tombeau de Childéric, París, 1859). Pero Childerico no le dejó a su hijo Clodoveo, el cual le sucedió en 481, toda la herencia dejada por Clodión. Este parece haber reinado sobre todos los francos cisrenanos, y la monarquía se dividió entre sus descendientes, aunque no se conoce la fecha exacta de la división. Ahora había dos grupos francos: los ripuarios, que ocupaban las orillas del Rin y cuyos reyes residían en Colonia, y los salios que se habían establecido en los Países Bajos. Los salios no formaban un solo reino; además del Reino de Tournai, había reinos con centros en Cambrai y Tongres. Sus soberanos, tanto salios como ripuarios, pertenecían a la familia merovingia y parecen haber descendido de Clodión.

Cuando Clodoveo comenzó a reinar en 481, era, como su padre, el rey de Tournai solamente, pero en una fecha temprana comenzó su carrera de conquista. En 486 arrojó la monarquía que Siagrio, hijo de Egidio, se había labrado para sí mismo en el norte de la Galia, y estableció su corte en Soissons; en 490 y 491 tomó posesión de los reinos salios de Cambrai y Tongres; en 496 repelió triunfalmente una invasión de los alamanes; en 500 se interpuso en la guerra de los reyes de Borgoña; en 506 conquistó Aquitania; y por fin anexionó el reino ripuario de Colonia. De ahí en adelante, la Galia, desde los Pirineos hasta el Rin, estuvo sujeta a Clodoveo, con la excepción del territorio en el sureste, es decir, el reino de los borgoñones y la Provenza. Establecido en París, Clodoveo gobernó este reino en virtud de un acuerdo celebrado con los obispos de la Galia, según el cual los nativos y los bárbaros debían estar en condiciones de igualdad, y todas las causas de fricción entre las dos razas se eliminaron cuando, en 496, el rey se convirtió al catolicismo. Acto seguido, el reino franco ocupó su lugar en la historia en condiciones más prometedoras que las que se encontrarían en cualquier otro estado fundado sobre las ruinas del Imperio Romano. Todos los hombres libres llevaban el título de franco, tenían el mismo estatus político y eran elegibles para los mismos cargos. Además, cada individuo observaba la ley del pueblo al que pertenecía; los galo-romanos vivían según el código, los bárbaros, según la ley salia o ripuaria; en otras palabras, la ley era personal, no territorial.

Si había algún privilegio, pertenecía a los galo-romanos, quienes, al principio, eran los únicos a quienes se les confería la dignidad episcopal. El rey gobernaba las provincias a través de sus condes, y tenía una voz considerable en la selección del clero. La redacción de la Ley Sálica (Lex Salica), que parece datarse de la primera parte del reinado de Clodoveo, y el Concilio de Orleans, convocado por él y celebrado en el último año de su reinado, demuestra que la actividad legislativa de este rey no fue eclipsada por su energía militar (vea CLODOVEO).

Aunque fue fundador de un reino destinado a un futuro tan brillante, Clodoveo no supo cómo protegerlo contra una costumbre en boga entre los bárbaros, es decir, la división del poder entre los hijos del rey. Esta costumbre se originó en la idea pagana de que todos los reyes estaban destinados a reinar porque descendían de los dioses. La sangre divina fluía en las venas de todos los hijos del rey, cada uno de los cuales, por lo tanto, siendo rey por nacimiento, debía tener su parte del reino. Este punto de vista, incompatible con la formación de una monarquía poderosa y duradera, había sido rechazado enérgicamente por Genserico el Vándalo, quien, para asegurar la indivisibilidad de su reino, había establecido en su familia un cierto orden de sucesión. Ya sea porque murió repentinamente o por alguna otra razón, Clodoveo no tomó las medidas necesarias para abolir esta costumbre, la cual continuó entre los francos hasta mediados del siglo IX, y más de una vez puso en peligro su nacionalidad.

Después de la muerte de Clodoveo, por lo tanto, sus cuatro hijos dividieron su reino, y cada cual reinó desde un centro diferente: Teodorico en Metz, Clodomiro en Orleans, Childeberto en París y Clotario en Soissons. Continuaron la carrera de conquista inaugurada por su padre, y a pesar de las frecuentes discordias que los dividían, aumentaron los territorios que les habían legado. Los principales eventos de sus reinados fueron:

  • (1) la destrucción del reino de Turingia por Teodorico en 531, la cual extendió el poder franco hasta el corazón de lo que es ahora Alemania;
  • (2) la conquista del reino de Borgoña por Childeberto y Clotario en 532, luego de que su hermano Clodomiro hubo perecido en un intento anterior de derrocarlo en 524;
  • (3) la cesión de la Provenza a los francos por los ostrogodos en 536, con la condición de que los primeros les ayudasen en la guerra que el emperador Justiniano acababa de declararles. Pero en lugar de ayudar a los ostrogodos, los francos bajo Teodobert0, hijo de Teodorico, se aprovechó vergonzosamente de este pueblo oprimido, y saqueó cruelmente a Italia hasta que las bandas bajo el mando de Leutario y Butilín fueron exterminadas por Narsés en 553.

La muerte de Teodeberto, en 548, pronto fue seguida por la de su hijo Teobaldo, en 555, y por la muerte de Childeberto en 558, tras la cual Clotario I, el último de los cuatro hermanos, se convirtió en el único heredero de las tierras de su padre Clodoveo. Clotario redujo a los sajones y bávaros a un estado de vasallaje; murió en 561 y dejó cuatro hijos; Una vez más, la monarquía se dividió aproximadamente de la misma manera que a la muerte de Clodoveo en 511: Gontran reinó en Orleans, Cariberto en París, Sigeberto en Reims y Chilperico en Soissons.

La muerte de Cariberto en 567 y la división de su patrimonio ocasionaron disputas entre Chilperico y Sigeberto, que ya estaban reñidos debido a sus esposas. A diferencia de sus hermanos, que se habían conformado con casarse con sirvientas, Sigeberto se había ganado la mano de la bella Brunegilda, hija de Atanagildo, rey de los visigodos. Chilperico había seguido el ejemplo de Sigeberto al casarse con Galsuinda, la hermana de Brunegilda, pero a instancias de su amante, Fredegunda, pronto mandó a asesinar a Galsuinda y colocó a Fredegunda en el trono. La determinación de Brunegilda de vengar la muerte de su hermana involucró en una amarga lucha no solo a las dos mujeres sino también a sus esposos. En 575, Sigeberto, que fue provocado repetidamente por Chilperico, entró en campaña resuelto a poner fin a la disputa. Chilperico, ya desterrado de su reino, se había refugiado detrás de los muros de Tournai, de donde no tenía esperanza de escapar, cuando, justo cuando los soldados de Sigeberto estaban a punto de elevarlo al trono, Sigeberto fue asesinado por sicarios enviados por Fredegunda.

Inmediatamente, el aspecto de los asuntos cambió: Brunegilda, humillada y tomada prisionera, escapó solo con la mayor dificultad y después de las aventuras más emocionantes, mientras que Fredegunda y Chilperico se regocijaban en su triunfo. La rivalidad entre los dos reinos, en adelante conocidos respectivamente como Austrasia (Reino del Este) y Neustria (Reino del Oeste), solo se volvió más feroz. El reino de Gontrán continuó llamándose Borgoña. Primero los nobles de Austrasia y luego Brunegilda, quien se había convertido en regente, guiaron la campaña contra Chilperico, quien falleción en 584 a manos de un asesino, cuya identidad no se pudo determinar.

Durante este período de luchas internas, el rey Gontrán estaba tratando en vano de arrebatarle Septimania a los visigodos, así como defenderse a sí mismo del pretendiente Gondowaldo, el hijo natural de Clotario I, quien, ayudado por los nobles, trató de apoderarse de parte del reino, pero cayó en el intento. Cuando Gontrán murió en 592, su herencia pasó a Childeberto II, hijo de Sigeberto y Brunegilda, y luego de la muerte de este rey en 595, sus territorios fueron divididos entre sus dos hijos; Teodeberto II, quien tomó Austrasia, y Teodorico II, Borgoña. En 600 y 604 los dos hermanos unieron fuerzas contra Clotario II, hijo de Chilperico y Fredegunda, y lo redujeron a la condición de rey inferior. Sin embargo, pronto surgieron los celos entre los dos hermanos, se hicieron la guerra y Teudeberto, dos veces derrotado, fue asesinado. El victorioso Teodorico estuvo a punto de infligir un destino similar a Clotario II, pero murió en 613, siendo todavía joven y, sin duda, víctima de los excesos que habían acortado las carreras de la mayoría de los príncipes merovingios.

Brunegilda, quien a través de los reinados de su hijo y nietos había sido muy influyente, asumió ahora la tutela de su bisnieto Sigeberto II y el gobierno de los dos reinos. Pero la lucha anterior entre el absolutismo monárquico y la independencia de la nobleza franca ahora estalló con violencia trágica. Había estado latente durante mucho tiempo, pero la visión de una mujer ejerciendo un poder absoluto hizo que estallara con una furia ilimitada. Los nobles austrasianos, ansiosos por vengar el triste destino de Teodorico, se unieron a Clotario II, rey de Neustria, quien tomó posesión de los reinos de Borgoña y Austrasia. Los hijos de Teodorico II fueron asesinados. Brunegilda, que cayó en manos del vencedor, fue atada a la cola de un caballo salvaje y pereció (613). Había errado al imponer un gobierno despótico a un pueblo que se irritaba bajo cualquier tipo de gobierno. Su castigo fue una muerte espantosa y las crueles calumnias con las que sus conquistadores ennegrecieron su memoria.

Los nobles habían triunfado. Le dictaron a Clotario II los términos de la victoria y él los aceptó en el famoso edicto de 614, al menos una capitulación parcial de la realeza franca ante la nobleza. El rey prometió retirar sus condes de las provincias bajo su gobierno, es decir, debía abandonar virtualmente estas partes a los nobles, que también tendrían voz en la selección del primer ministro o "mayordomo de palacio", como fue llamado en ese entonces. Asimismo, prometió abolir los nuevos impuestos, respetar la inmunidad del clero y no interferir en las elecciones de los obispos. También tendría que mantener a Austrasia y Neustria como dos gobiernos separados. Así terminó el conflicto entre la aristocracia franca y el poder monárquico; con su cierre comenzó un nuevo período en la historia de la monarquía merovingia. A medida que pasaba el tiempo, la realeza tuvo que contar cada vez más con la aristocracia. La dinastía merovingia, tradicionalmente acostumbrada al absolutismo e incapaz de alterar su punto de vista, fue gradualmente privada de todo ejercicio de autoridad. A la sombra del trono, el nuevo poder continuó creciendo rápidamente, se convirtió en el exitoso rival de la casa real y finalmente lo suplantó.

El gran poder de la aristocracia fue investido en el mayordomo de palacio (mayor domus), originalmente el jefe de la familia real. Durante la minoría de los reyes francos, adquirió una importancia cada vez mayor hasta que llegó a compartir la prerrogativa real, y finalmente alcanzó la posición exaltada de primer ministro del soberano. La indiferencia de este último, generalmente más absorto en sus placeres que en los asuntos públicos, favoreció las intromisiones del “mayordomo de palacio", y este oficio finalmente se convirtió en el derecho hereditario de una familia, que estaba destinada a reemplazar a los merovingios y convertirse en la dinastía nacional de los francos. Tales fueron las transformaciones que ocurrieron en la vida política de los francos después de la caída de Brunegilda y durante el reinado de Clotario II (614-29). Mientras este rey gobernó Neustria, estuvo obligado, como ya se ha dicho, a darle a Austrasia un gobierno separado; su hijo Dagoberto se convirtió en su rey, con Arnulfo de Metz como consejero y Pipino de Landen como mayordomo de palacio (623). Estos dos hombres fueron los ancestros de la familia carolingia. Arnulfo fue obispo de Metz, aunque residía en la corte, pero en 627 renunció a su sede episcopal y se retiró a la soledad monástica en Remiremont, donde murió en olor de santidad. Pipino, llamado incorrectamente de Landen (ya que fue solo en el siglo XII que los cronistas de Brabante comenzaron a asociarlo con esa localidad), fue un gran señor del este de Bélgica. Con Arnulfo había estado a la cabeza de la oposición austrasiana a Brunegilda.

A la muerte de Clotario II, Dagoberto I, su único heredero, restableció la unidad de la monarquía franca y se instaló en París, como lo había hecho Clodoveo en el pasado. Él también pronto se vio obligado a darle a Austrasia un gobierno separado, que le confió a su hijo Sigeberto III, con Cuniberto de Colonia como su consejero y Adalgisil, hijo de Arnulfo de Metz y yerno de Pipino, como mayordomo de palacio. Pipino, que había perdido el favor real, fue privado temporalmente de cualquier voz en el gobierno. El reinado de Dagoberto I fue uno de tan gran pompa y espectáculo externo, que los contemporáneos lo compararon con el de Salomón; sin embargo, marcó una disminución en la destreza militar de los francos. Sometieron, es cierto, a las pequeñas naciones de los bretones y vascos, pero fueron derrotados por el comerciante franco Samo, que había creado un reino eslavo en sus confines orientales. Dagoberto alivió la situación solo mediante el exterminio de los búlgaros que se habían refugiado en Baviera. Como la mayoría de su raza, Dagoberto estuvo sujeto a las mujeres de su familia. Murió joven y fue enterrado en la célebre Abadía de San Denis que había fundado y que posteriormente se convirtió en el lugar de enterramiento de los reyes de Francia.

Después de su muerte, Austrasia y Neustria (esta última unida con Borgoña) tuvieron el mismo destino bajo sus respectivos reyes y mayordomos de palacio. En Neustria, el joven rey Clodoveo II reinó bajo la tutela de su madre, Nantilde, con Aega, y más tarde Erquinoaldo, como mayordomo de palacio. Sigeberto III reinó en Austrasia con Pipino de Landen, que había regresado y fue instalado como mayordomo de palacio después de la muerte de Dagoberto. La historia de Austrasia es mejor conocida hasta 657 porque, en ese momento, tenía un cronista. A la muerte de Pipino de Landen en 639, Otto, mayordomo de palacio, tomó las riendas del poder, pero fue derrocado y reemplazado por Grimoaldo, hijo de Pipino. Grimoaldo fue aún más lejos; cuando murió Sigeberto III (656), concibió el audaz plan de apoderarse de la corona en beneficio de su familia: desterró al joven Dagoberto II, hijo de Sigeberto, a un monasterio irlandés. Sin atreverse a subir él mismo al trono, siguió el ejemplo de Odoacro y se lo dio a su hijo Childeberto. Pero este intento, tan audaz como prematuro, causó su caída. Fue entregado a Clodoveo II por los nobles austrasianos y, hasta donde se puede determinar, parece haber perecido en prisión. Clodoveo II siguió siendo el único amo de toda la monarquía franca, pero murió al año siguiente (657).

Clotario III (657-70), hijo de Clodoveo II, sucedió a su padre como jefe de toda la monarquía bajo la tutela de su madre, Batilde, con Erquinoaldo como mayordomo de palacio. Pero, al igual que Clotario II en 614, Clodoveo se vio obligado en 660 a conceder a Austrasia un gobierno separada, y nombró rey a su hermano Childerico II, con Wulfoaldoo como mayordomo de palacio. Austrasia ahora estaba eclipsada por Neustria debido a la fuerte personalidad de Ebroíno, el sucesor de Erquinoaldo como mayordomo de palacio. Al igual que Brunegilda, Ebroíno buscó establecer un gobierno fuerte y, como ella, se ganó la apasionada oposición de la aristocracia. Esta última, bajo el liderato de Leodegario, obispo de Autun, logró derrotar a Ebroíno. Él y el rey Teodorico III quien había sucedido (670) a su hermano Clotario III, fueron enviados a un convento; y se llamó a Childerico II, rey de Austrasia, para sustituirlo. Una vez más se reestableció la unidad monárquica, pero no estaba destinada a durar.

Wulfoaldo, mayordomo de Austrasia, y San Leodegario fueron desterrados. Childerico II fue asesinado y por un corto tiempo reinó la anarquía general. Sin embargo, Wulfoaldo, que logró regresar, proclamó como rey de Austrasia al joven Dagoberto II, que había regresado del exilio en Irlanda, mientras que San Leodegario, reinstalado en Neustria, defendió al rey Teodorico III. Pero Ebroíno, que mientras tanto había sido olvidado, escapó de prisión. Invadió Neustria, derrotó al mayordomo Leudesio, hijo de Erquinoaldo, quien, con la aprobación de San Leodegario, gobernaba este reino, reasumió el poder y maltrató al obispo de Autun, a quien mandó a decapitar por sicarios (678). Luego atacó a Austrasia, desterró a Wulfoaldo e hizo que se reconociera al rey Teodorico III. La oposición mostrada a Ebroíno por los nobles austrasianos bajo el liderazgo de Pipino II y Martin (N. de la T.: su primo) se rompió en Laffaux (Latofao), donde Martin pereció y Pipino desapareció por un tiempo. Ebroíno fue entonces durante algunos años el verdadero soberano de la monarquía franca y ejerció un grado de poder que ninguno, salvo Clodoveo I y Clotario, había poseído. Hay pocos personajes de los que sea tan difícil hacer una estimación justa como de este poderoso genio político que, sin ninguna autoridad legal, y únicamente a fuerza de su voluntad indomable, adquirió el control supremo de la monarquía franca detuvo por un tiempo las reformas de la aristocracia. La amistad que le profesó San Ouen, el gran obispo de Ruán, a Ebroíno parece indicar que este era mejor que su reputación, que, como la de Brunegilda, fue ennegrecida intencionalmente por cronistas que simpatizaban con los nobles francos.


Bibliografía: Gregorio de Tours, Historia Francorum (538-94); la crónica del siglo VII atribuita a cierto FREDEGARIO, y su continuación en el siglo VIII; estas, con el Liber Historiœ y las vidas de los santos merovingios están incluidas en el Mon. Germ. Hist.: Script, rer. Merov., I, II, IV; la Lex Salica, editada a menudo, por ejemplo, Hessels y Kern, The Lex Salica (Londres. 1880). Obras Modernas: —RICHTER, Annalen des frankischen Reichs im Zeitalter drr Merovinger (La Haya, 1873); SCHULTZE, Das merovingische Frankenreich (Stuttgart, 1896), en ZWIEDEWEDK- Sudenhorst, Bibliothek deutscher Geschichte, II; PROU, La Gaule mérovingienne (París, s. d.); BAYET Y PFISTER en Lavisse, Histoire de France, II; Vacandard, Vie de saint Ouen (París, 1902).

Fuente: Kurth, Godefroid. "The Franks." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6, págs. 238-242. New York: Robert Appleton Company, 1909. 10 dic. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/06238a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina