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Viernes, 29 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Iglesia»

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Los autores cristianos usan la palabra Ecclesia con el significado [[La_Iglesia|la Iglesia]] a veces en sentido más amplio, a veces en sentido más restringido.  
 
Los autores cristianos usan la palabra Ecclesia con el significado [[La_Iglesia|la Iglesia]] a veces en sentido más amplio, a veces en sentido más restringido.  
* Se emplea para designar a todos los que, desde el comienzo del mundo, han creído en el verdadero [[Dios|Dios]], y han sido hechos hijos suyos por la [[gracia]]. En este sentido, se distingue a veces, entre [[La_Iglesia|la Iglesia]] antes de la Antigua Alianza, la Iglesia de la Antigua Alianza, o la Iglesia de la Nueva Alianza. Así el [[Papa San Gregorio I]] (Libro V, Ep. 18) escribe : “Sancti ante legem, sancti sub lege, sancti sub gratiâ, omnes hi… in membris Ecclesiae sunt constituti” (Los [[Santos|santos]] antes de la [[Legislación de Moisés|Ley]], los [[Santos|santos]] bajo la Ley, y los santos bajo la [[Gracia|gracia]]---todos son constituidos miembros de [[La_Iglesia|la Iglesia]]).
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* Se emplea para designar a todos los que, desde el comienzo del mundo, han creído en el verdadero [[Dios|Dios]], y han sido hechos hijos suyos por la [[gracia]]. En este sentido, se distingue a veces, entre [[La_Iglesia|la Iglesia]] antes de la Antigua Alianza, [[La_Iglesia|la Iglesia]] de la Antigua Alianza, o la Iglesia de la Nueva Alianza. Así el [[Papa San Gregorio I]] (Libro V, Ep. 18) escribe : “Sancti ante legem, sancti sub lege, sancti sub gratiâ, omnes hi… in membris Ecclesiae sunt constituti” (Los [[Santos|santos]] antes de la [[Legislación de Moisés|Ley]], los [[Santos|santos]] bajo la Ley, y los [[Santos|santos]] bajo la [[Gracia|gracia]]---todos son constituidos miembros de [[La_Iglesia|la Iglesia]]).
* Puede significar el conjunto de los fieles, incluyendo no meramente los miembros de la Iglesia que viven en la tierra sino, también, los que, en el [[Purgatorio]] o en el [[Cielo]], forman parte de la [[Comunión de los Santos]]. Así considerada, [[La_Iglesia|la Iglesia]] se divide en Iglesia militante, Iglesia purgante, e Iglesia triunfante.  
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* Puede significar el conjunto de los fieles, incluyendo no meramente los miembros de [[La_Iglesia|la Iglesia]] que viven en la tierra sino, también, los que, en el [[Purgatorio]] o en el [[Cielo]], forman parte de la [[Comunión de los Santos]]. Así considerada, [[La_Iglesia|la Iglesia]] se divide en Iglesia militante, Iglesia purgante, e Iglesia triunfante.  
* Se emplea además para significar la Iglesia militante del [[Nuevo_Testamento|Nuevo Testamento]]. Incluso en esta acepción restringida, hay alguna variedad en el uso del término. En el Nuevo Testamento a menudo se menciona a los [[discípulo]]s de una determinada localidad como una Iglesia ([[Apocalipsis|Apoc.]] 2,18; [[Epístola a los Romanos|Rom.]] 16,4; Hch. 9,31), y [[San Pablo]] incluso aplica el término a discípulos pertenecientes a una casa determinada (Rom. 16,5; 1 Cor. 16,19; Col. 4,15; [[Filemón|Fil.]] 1,2). Además, puede designar especialmente a los que ejercen el oficio de enseñar y gobernar a los fieles, la Ecclesia Docens ([[Evangelio según San Mateo|Mt.]] 18,17), o también a los gobernados en cuanto distintos de sus [[pastor]]es, la Ecclesia Discens (Hch. 20,28). En todos estos casos el nombre que pertenece al todo se aplica a una parte. El término, en su plena significación, designa al conjunto de los [[fieles]], tanto gobernantes como gobernados, en todo el mundo ([[Epístola a los Efesios|Ef.]] 1,22; [[Epístola a los Colosenses|Col.]] 1,18). Es en este sentido en el que se trata de [[La_Iglesia|la Iglesia]] en este artículo. Así entendida, la definición de la Iglesia dada por [[San Roberto Bellarmine|Belarmino]] es la habitualmente adoptada por los [[teología dogmática|teólogos]] [[católico]]s: “Un conjunto de hombres unidos por la profesión de la misma [[fe]] cristiana, y por la participación en los mismos [[Sacramentos]], bajo el gobierno de legítimos pastores, más especialmente del [[Papa|Romano Pontífice]], único [[Vicario de Cristo]] en la tierra” (Coetus hominum ejusdem christianae fidei professione, et eorumdem sacramentorum communione colligatus, sub regimine legitimorum pastorum et praecipue unius Christi in Terris vicarii Romani Pontificis. – Belarmino, De Eccl., III, II, 9). La exactitud de esta definición se revelará en el curso de este artículo.
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* Se emplea además para significar [[La_Iglesia|la Iglesia]] militante del [[Nuevo_Testamento|Nuevo Testamento]]. Incluso en esta acepción restringida, hay alguna variedad en el uso del término. En el [[Nuevo_Testamento|Nuevo Testamento]] a menudo se menciona a los [[discípulo]]s de una determinada localidad como una Iglesia ([[Apocalipsis|Apoc.]] 2,18; [[Epístola a los Romanos|Rom.]] 16,4; Hch. 9,31), y [[San Pablo]] incluso aplica el término a discípulos pertenecientes a una casa determinada (Rom. 16,5; 1 Cor. 16,19; Col. 4,15; [[Filemón|Fil.]] 1,2). Además, puede designar especialmente a los que ejercen el oficio de enseñar y gobernar a los fieles, la Ecclesia Docens ([[Evangelio según San Mateo|Mt.]] 18,17), o también a los gobernados en cuanto distintos de sus [[pastor]]es, la Ecclesia Discens (Hch. 20,28). En todos estos casos el nombre que pertenece al todo se aplica a una parte. El término, en su plena significación, designa al conjunto de los [[fieles]], tanto gobernantes como gobernados, en todo el mundo ([[Epístola a los Efesios|Ef.]] 1,22; [[Epístola a los Colosenses|Col.]] 1,18). Es en este sentido en el que se trata de [[La_Iglesia|la Iglesia]] en este artículo. Así entendida, la definición de [[La_Iglesia|la Iglesia]] dada por [[San Roberto Bellarmine|Belarmino]] es la habitualmente adoptada por los [[teología dogmática|teólogos]] [[católico]]s: “Un conjunto de hombres unidos por la profesión de la misma [[fe]] cristiana, y por la participación en los mismos [[Sacramentos]], bajo el gobierno de legítimos pastores, más especialmente del [[Papa|Romano Pontífice]], único [[Vicario de Cristo]] en la tierra” (Coetus hominum ejusdem christianae fidei professione, et eorumdem sacramentorum communione colligatus, sub regimine legitimorum pastorum et praecipue unius Christi in Terris vicarii Romani Pontificis. – Belarmino, De Eccl., III, II, 9). La exactitud de esta definición se revelará en el curso de este artículo.
  
 
==[[La_Iglesia|La Iglesia]] en las Profecías==
 
==[[La_Iglesia|La Iglesia]] en las Profecías==
  
La [[profecía]] hebrea se refiere en proporciones casi iguales a la [[persona]] y a la obra del [[Mesías|Mesías]]. Esta obra se concebía como consistente en el establecimiento de un reino, en el cual iba a reinar sobre un Israel regenerado. Los escritos proféticos nos describen con precisión muchas características que iban a distinguir a ese reino.  Durante su ministerio Cristo no sólo afirmó que las profecías relativas al Mesías se iban a cumplir en su propia [[Persona|persona]], sino también que el esperado reino mesiánico no era otro que su Iglesia. Una consideración de las características del reino tal como las presentaban los [[profecía, profeta y profetisa|profetas]], debe por tanto ayudarnos en gran manera a comprender las intenciones de Cristo al instituir [[La_Iglesia|la Iglesia]]. En realidad muchas de las expresiones empleadas por Él en referencia a la sociedad que estaba estableciendo sólo son inteligibles a la luz de estas profecías y de las consiguientes expectativas del [[Pueblo_Judío|pueblo judío]]. Se verá además que tenemos un sólido argumento para el [[carácter]] [[orden sobrenatural|sobrenatural]] de la [[revelación]] cristiana en el cumplimiento preciso de los [[oráculo]]s sagrados.  
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La [[profecía]] hebrea se refiere en proporciones casi iguales a la [[persona]] y a la obra del [[Mesías|Mesías]]. Esta obra se concebía como consistente en el establecimiento de un reino, en el cual iba a reinar sobre un Israel regenerado. Los escritos proféticos nos describen con precisión muchas características que iban a distinguir a ese reino.  Durante su ministerio Cristo no sólo afirmó que las profecías relativas al [[Mesías|Mesías]] se iban a cumplir en su propia [[Persona|persona]], sino también que el esperado reino mesiánico no era otro que su Iglesia. Una consideración de las características del reino tal como las presentaban los [[profecía, profeta y profetisa|profetas]], debe por tanto ayudarnos en gran manera a comprender las intenciones de Cristo al instituir [[La_Iglesia|la Iglesia]]. En realidad muchas de las expresiones empleadas por Él en referencia a la sociedad que estaba estableciendo sólo son inteligibles a la luz de estas profecías y de las consiguientes expectativas del [[Pueblo_Judío|pueblo judío]]. Se verá además que tenemos un sólido argumento para el [[carácter]] [[orden sobrenatural|sobrenatural]] de la [[revelación]] cristiana en el cumplimiento preciso de los [[oráculo]]s sagrados.  
  
 
Un rasgo característico del reino mesiánico, tal como se predijo, es su alcance universal. No meramente las doce [[tribu judía|tribus]], sino que los [[gentiles]] iban a rendir homenaje al Hijo de [[David]]. Todos los [[Reyes|reyes]] le servirán y obedecerán; su dominio se extenderá a los confines de la tierra ([[Sal|Sal]]. 21,28ss; 2,7-12; 116,1; [[Zacarías|Zac.]] 9,10). Otra serie de notables pasajes declara que las naciones que se le sometan tendrán la [[Unidad|unidad]] concedida por una [[Fe|fe]] común y un culto común---un rasgo representado mediante la impactante imagen de la concurrencia de todos los pueblos y naciones a rendir culto en [[Jerusalén]]. “Sucederá en días futuros [esto es, en la era mesiánica] …que numerosas naciones dirán: Venid, subamos al monte de [[Yahveh]], a la Casa del [[Dios|Dios]] de [[Jacob]]; para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de [[Sión|Sión]] saldrá la Ley y de [[Jerusalén|Jerusalén]] la palabra de Yahveh” ([[Miqueas|Miq.]] 4,1-2; cf. [[Isaías|Is.]] 2,2; Zac. 8, 3). Esta [[Unidad|unidad]] de culto será el fruto de una [[Revelación|revelación]] divina común a todos los habitantes de la tierra. (Zac. 14,8).  
 
Un rasgo característico del reino mesiánico, tal como se predijo, es su alcance universal. No meramente las doce [[tribu judía|tribus]], sino que los [[gentiles]] iban a rendir homenaje al Hijo de [[David]]. Todos los [[Reyes|reyes]] le servirán y obedecerán; su dominio se extenderá a los confines de la tierra ([[Sal|Sal]]. 21,28ss; 2,7-12; 116,1; [[Zacarías|Zac.]] 9,10). Otra serie de notables pasajes declara que las naciones que se le sometan tendrán la [[Unidad|unidad]] concedida por una [[Fe|fe]] común y un culto común---un rasgo representado mediante la impactante imagen de la concurrencia de todos los pueblos y naciones a rendir culto en [[Jerusalén]]. “Sucederá en días futuros [esto es, en la era mesiánica] …que numerosas naciones dirán: Venid, subamos al monte de [[Yahveh]], a la Casa del [[Dios|Dios]] de [[Jacob]]; para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de [[Sión|Sión]] saldrá la Ley y de [[Jerusalén|Jerusalén]] la palabra de Yahveh” ([[Miqueas|Miq.]] 4,1-2; cf. [[Isaías|Is.]] 2,2; Zac. 8, 3). Esta [[Unidad|unidad]] de culto será el fruto de una [[Revelación|revelación]] divina común a todos los habitantes de la tierra. (Zac. 14,8).  
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La [[Revelación|revelación]] de la [[Verdad|verdad]] divina bajo la Nueva Alianza confirmada por [[Jeremías|Jeremías]]: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de [[Judá]]… y ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: Conoced a Yahveh, pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande” (Jer. 31, 31.34), mientras [[Zacarías|Zacarías]] nos asegura que en esos días [[Jerusalén|Jerusalén]] será conocida como ciudad de la [[Verdad|verdad]]. (Zac. 8,3).  
 
La [[Revelación|revelación]] de la [[Verdad|verdad]] divina bajo la Nueva Alianza confirmada por [[Jeremías|Jeremías]]: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de [[Judá]]… y ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: Conoced a Yahveh, pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande” (Jer. 31, 31.34), mientras [[Zacarías|Zacarías]] nos asegura que en esos días [[Jerusalén|Jerusalén]] será conocida como ciudad de la [[Verdad|verdad]]. (Zac. 8,3).  
  
Son numerosos los pasajes que predicen que el Reino poseerá un peculiar principio de autoridad en el gobierno personal del [[Mesías|Mesías]] (por ej.: [[Salmos|Salmos]] 2 y 71; Is. 9,6 ss.); pero en relación con las propias palabras de Cristo es de [[Interés|interés]] observar que en algunos de esos pasajes la predicción se expresa mediante la metáfora de un pastor guiando y gobernando su rebaño ([[Ezequiel|Ez.]] 34,23; 37,24-28). Hay que señalar, además, que igual que las profecías relativas a la función sacerdotal predicen el nombramiento de un [[Sacerdocio|sacerdocio]] subordinado al [[Mesías|Mesías]], así las que se refieren a la función de gobierno indican que el Mesías asociará consigo mismo otros “pastores”, y ejercerá su autoridad sobre las naciones a través de gobernantes [[delegación|delegados]] para gobernar en su nombre (Jer. 18, 6; [[Sal|Sal]]. 45(44),17; cf. San Agustín Enarr. in Psalm. 44, no. 32). Otra característica del reino ha de ser la [[santidad]] de sus miembros. El camino a ella va a ser llamado “la vía sacra; no pasará por ella el impuro”. Los [[gentiles|incircuncisos]] y los [[puro e impuro|impuros]] no entrarán en la renovada [[Jerusalén|Jerusalén]] (Is. 35,8; 52,1).  
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Son numerosos los pasajes que predicen que el Reino poseerá un peculiar principio de autoridad en el gobierno personal del [[Mesías|Mesías]] (por ej.: [[Salmos|Salmos]] 2 y 71; Is. 9,6 ss.); pero en relación con las propias palabras de Cristo es de [[Interés|interés]] observar que en algunos de esos pasajes la predicción se expresa mediante la metáfora de un pastor guiando y gobernando su rebaño ([[Ezequiel|Ez.]] 34,23; 37,24-28). Hay que señalar, además, que igual que las profecías relativas a la función sacerdotal predicen el nombramiento de un [[Sacerdocio|sacerdocio]] subordinado al [[Mesías|Mesías]], así las que se refieren a la función de gobierno indican que el [[Mesías|Mesías]] asociará consigo mismo otros “pastores”, y ejercerá su autoridad sobre las naciones a través de gobernantes [[delegación|delegados]] para gobernar en su nombre (Jer. 18, 6; [[Sal|Sal]]. 45(44),17; cf. San Agustín Enarr. in Psalm. 44, no. 32). Otra característica del reino ha de ser la [[santidad]] de sus miembros. El camino a ella va a ser llamado “la vía sacra; no pasará por ella el impuro”. Los [[gentiles|incircuncisos]] y los [[puro e impuro|impuros]] no entrarán en la renovada [[Jerusalén|Jerusalén]] (Is. 35,8; 52,1).  
  
La literatura apocalíptica tardía no inspirada de los judíos nos muestra cuán profundamente estas predicciones han influido en sus [[esperanza]]s nacionales, y nos explica la intensa expectación entre el pueblo descrita en las narraciones del [[Evangelios|Evangelio]]. En estas obras como en las profecías [[inspiración de la Biblia|inspiradas]] los rasgos del reino mesiánico presentan dos aspectos muy diferentes. Por un lado, el [[Mesías|Mesías]] es un rey davídico que reúne a los [[diáspora|dispersos]] de Israel, y establece en esta tierra un reino de pureza y ausencia de [[pecado]] ([[Salmos de Salomón]], XVII). El enemigo exterior va a ser sometido (Asunción de [[Moisés]], c. X) y los malvados van a ser juzgados en el valle del hijo de Hinnon ([[Libro de Henoc|Enoch]], XXV, XXVII, XC). Por otro lado, se describe el reino con características [[escatología|escatológicas]]. El [[Mesías|Mesías]] es preexistente y divino (Enoch, Simil., XLVIII, 3); el reino que establecerá va a ser un reino celestial inaugurado por una gran catástrofe cósmica, que separará este mundo (aion outos) del mundo que va a venir (mellon). Esta catástrofe estará acompañada de un juicio tanto de los [[ángeles]] como de los hombres (Jubileos, X, 8; V, 10; Asunción de [[Moisés|Moisés]], X,1). Los muertos [[resurrección general|resucitarán]] ([[Salmos|Salmos]] de Salomón, III, 11) y todos los miembros del reino mesiánico se harán semejantes al [[Mesías|Mesías]] (Enoch, Simil., XC, 37). Este doble aspecto de las esperanzas judías relativas al Mesías por venir debe tenerse en cuenta, si se ha de comprender el uso que hizo Cristo de la expresión “[[Reino de Dios]]”. Con frecuencia, es cierto, la emplea en un sentido escatológico. Pero mucho más habitualmente la usa para un reino establecido en esta tierra---su Iglesia. Estos, en realidad, no son dos reinos, sino uno. El Reino de [[Dios|Dios]] que se establecerá en el último día es [[La_Iglesia|la Iglesia]] en su triunfo final.
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La literatura apocalíptica tardía no inspirada de los judíos nos muestra cuán profundamente estas predicciones han influido en sus [[esperanza]]s nacionales, y nos explica la intensa expectación entre el pueblo descrita en las narraciones del [[Evangelios|Evangelio]]. En estas obras como en las profecías [[inspiración de la Biblia|inspiradas]] los rasgos del reino mesiánico presentan dos aspectos muy diferentes. Por un lado, el [[Mesías|Mesías]] es un rey davídico que reúne a los [[diáspora|dispersos]] de Israel, y establece en esta tierra un reino de pureza y ausencia de [[pecado]] ([[Salmos de Salomón]], XVII). El enemigo exterior va a ser sometido (Asunción de [[Moisés]], c. X) y los malvados van a ser juzgados en el valle del hijo de Hinnon ([[Libro de Henoc|Enoch]], XXV, XXVII, XC). Por otro lado, se describe el reino con características [[escatología|escatológicas]]. El [[Mesías|Mesías]] es preexistente y divino (Enoch, Simil., XLVIII, 3); el reino que establecerá va a ser un reino celestial inaugurado por una gran catástrofe cósmica, que separará este mundo (aion outos) del mundo que va a venir (mellon). Esta catástrofe estará acompañada de un juicio tanto de los [[ángeles]] como de los hombres (Jubileos, X, 8; V, 10; Asunción de [[Moisés|Moisés]], X,1). Los muertos [[resurrección general|resucitarán]] ([[Salmos|Salmos]] de Salomón, III, 11) y todos los miembros del reino mesiánico se harán semejantes al [[Mesías|Mesías]] (Enoch, Simil., XC, 37). Este doble aspecto de las esperanzas judías relativas al [[Mesías|Mesías]] por venir debe tenerse en cuenta, si se ha de comprender el uso que hizo Cristo de la expresión “[[Reino de Dios]]”. Con frecuencia, es cierto, la emplea en un sentido escatológico. Pero mucho más habitualmente la usa para un reino establecido en esta tierra---su Iglesia. Estos, en realidad, no son dos reinos, sino uno. El Reino de [[Dios|Dios]] que se establecerá en el último día es [[La_Iglesia|la Iglesia]] en su triunfo final.
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==Constitución por Cristo==
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El [[San Juan el Bautista|Bautista]] proclamó la cercanía del Reino de [[Dios|Dios]], y de la Era Mesiánica. Mandó a todos los que quisieran compartir sus [[bendición|bendiciones]] que se prepararan mediante la [[penitencia]]. Su propia misión, decía, era preparar el camino del [[Mesías|Mesías]]. A sus discípulos les indicó a Jesús de [[Nazaret|Nazaret]] como el Mesías cuyo advenimiento había declarado ([[Evangelio según San Juan|Jn.]] 1,29-31). Desde el mismo comienzo de su ministerio Cristo sostuvo de manera explícita la pretensión a la dignidad mesiánica. En la [[sinagoga]] de [[Nazaret]] ([[Evangelio según San Lucas|Lc.]] 4,21) afirma que las profecías se cumplen en su [[Persona|persona]]; declara que es más grande que [[Salomón]] (Lc. 11,31), más venerable que el [[Templo de Jerusalén|Templo]] (Mt. 12,6), Señor del [[Sabbath]] (Lc. 6,5). Juan, dice, es [[Elías]], el precursor prometido (Mt. 17,12); y a los mensajeros de Juan les presenta las pruebas de su dignidad mesiánica que ellos le solicitan (Lc. 7,22). Pide una [[Fe|fe]] implícita basada en su misión divina (Jn. 6,29). Su entrada pública en [[Jerusalén|Jerusalén]] fue la [[Aceptación|aceptación]] por todo el pueblo de una [[Afirmación|afirmación]] reiterada una y otra vez ante ellos. El tema de toda su predicación es el Reino de [[Dios|Dios]] que ha venido a establecer. [[San Marcos]], describiendo el comienzo de su ministerio, dice que llegó a [[Galilea]] diciendo, “El tiempo se ha cumplido y el Reino de [[Dios|Dios]] está cerca”.  La Ley y los [[Profetas|Profetas]], decía, sólo habían sido una preparación para el reino que estaba incluso entonces estableciendo a su alrededor (Lc. 16,16; cf. Mt. 4,23; 9,35; 13,17; 21,43; 24,14; [[Evangelio según San Marcos|Mc.]] 1,14; Lc. 4,43; 8,1; 9,2.60; 18,17).
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Cuando uno se pregunta qué es este reino del que Cristo habló, sólo puede haber una respuesta. Es su Iglesia, la sociedad de los que aceptan su misión divina, y admiten su [[derecho]] a la [[obediencia]] de [[Fe|fe]] que Él reclamó.  Toda su actividad está dirigida al establecimiento de tal sociedad: la organiza y nombra a sus gobernantes, establece [[ritos]] y [[ceremonia]]s en ella, traslada a ella el nombre que hasta entonces había designado a [[La_Iglesia|la Iglesia]] Judía., y advierte solemnemente a los judíos que el reino ya no es suyo, sino que se les ha quitado y dado a otro pueblo. Los [[evangelista]]s trazan los diversos pasos dados por Cristo en la organización de [[La_Iglesia|la Iglesia]]. Se le presenta como reuniendo a numerosos [[discípulos de Cristo|discípulos]], aunque seleccionando doce de ellos para ser sus compañeros de manera especial, los cuales comparten su vida. A ellos revela las partes más ocultas de su [[doctrina cristiana|doctrina]]. (Mt. 13,11). Les envía como sus delegados a predicar el reino, y les concede el [[don de milagros|poder de hacer milagros]]. Todos están obligados a aceptar su mensaje; y los que rehúsen escucharles se enfrentarán a un [[destino]] más terrible que el de [[Sodoma y Gomorra]] (Mt. 10,1-15). Los autores sagrados hablan de estos doce discípulos elegidos de manera que indican que son vistos como formando un órgano colectivo. En varios pasajes son llamados “los doce” incluso cuando el nombre, entendido literalmente, sería inexacto. El nombre se les aplica cuando se han reducido a once por la defección de [[Judas Iscariote]], en una ocasión cuando sólo diez de ellos están presentes, y nuevamente tras el nombramiento de [[San_Pablo|San Pablo]] que ha aumentado su número a trece (Lc. 24,33; Jn. 20,24; 1 Cor. 15,5; Apoc. 21,14).
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En esta constitución del Apostolado Cristo pone el fundamento de su Iglesia. Pero no es hasta que la actitud del [[judaísmo]] oficial le ha hecho manifiestamente imposible esperar que [[La_Iglesia|la Iglesia]] judía admitiría su pretensión cuando ordena la Iglesia como un organismo independiente de la sinagoga y teniendo una administración propia. Después de que la ruptura se haya definido, convoca a [[los Apóstoles]] y les habla de la acción judicial de [[La_Iglesia|la Iglesia]], distinguiendo, de manera inconfundible, entre el [[individuo, individualidad|individuo]] privado que emprende la tarea de la [[corrección fraternal]], y la autoridad eclesiástica facultada para pronunciar una [[sentencia]] judicial (Mt. 18,15-17). A la [[jurisdicción]] así conferida otorga una sanción divina. Una sentencia pronunciada así, asegura a [[Los_Apóstoles|los Apóstoles]], será ratificada en el [[Cielo|cielo]]. Un paso ulterior fue el nombramiento de [[San Pedro]] para ser el jefe de los doce. Había sido designado ya para esta posición (Mt. 16,15 ss.) en una ocasión previa a la ahora mencionada: en [[Cesarea de Filipo]], Cristo le había declarado que él sería la roca sobre la que edificaría su Iglesia, afirmando así que la continuidad y desarrollo de [[La_Iglesia|la Iglesia]] se basaría en el cargo creado en la [[Persona|persona]] de Pedro. A él, además se le dio el [[poder de las llaves]] del Reino de los Cielos---una expresión que significaba el [[don sobrenatural|don]] de una plena autoridad (Is. 22,22). La promesa así hecha fue cumplida tras la [[Resurrección de Jesucristo|Resurrección]], en la ocasión narrada en Juan 21. Aquí Cristo emplea un símil usado en más de una ocasión por Él mismo para designar su propia relación con los miembros de su Iglesia---la del pastor y su rebaño. Su solemne encargo, "Apacienta mis ovejas", constituyó a Pedro en [[Papa|pastor común]] de todo el rebaño en su conjunto.(Para una consideración adicional de los textos petrinos ver el artículo [[Primacía]]).  Cristo encomendó a los doce la tarea de extender el reino entre todas las naciones, instituyendo el rito del [[bautismo]] como único medio de admisión a una participación en sus [[privilegio]]s (Mt. 28,19).
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En el curso de este artículo se dedicará una detallada consideración a las principales características de [[La_Iglesia|la Iglesia]]. La enseñanza de Cristo sobre este punto puede ser resumida aquí brevemente. Va a ser un reino gobernado en su ausencia por hombres (Mt. 18,18; Jn. 21,17). Es por tanto una [[teocracia]] visible; y será la sustituta de la teocracia judía que le ha rechazado (Mt. 21,43). En ella, hasta el día del [[juicio final]], los [[mal]]os se mezclarán con los [[bien|buenos]] (Mt. 13,41). Su alcance será universal (Mt. 28,19), y su duración, hasta el fin de los tiempos (Mt. 13,49); todos los poderes que se le opongan serán aniquilados (Mt. 21,44). Además, será un reino sobrenatural de [[Verdad|verdad]], en el mundo, aunque no de él (Jn. 28,36). Será único e indiviso, y esta [[unidad]] testimoniará ante todos los hombres que su fundador venía de [[Dios|Dios]] (Jn. 17,21).
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Ha de observarse que ciertos críticos recientes discuten las posiciones mantenidas en los párrafos precedentes. Niegan del mismo modo que Cristo proclamara ser el [[Mesías|Mesías]], y que el reino del que hablaba fuera su Iglesia. Así, con respecto a la [[Afirmación|afirmación]] de la dignidad mesiánica de Cristo, dicen que Cristo no declara ser Él mismo el Mesías en su predicación: que manda a guardar [[silencio]] a los posesos que lo proclaman el [[Hijo de Dios]]: que el pueblo no sospechaba su carácter mesiánico, sino que formulaba diversas hipótesis extravagantes sobre su [[personalidad]]. Es manifiestamente imposible dentro de los límites de este artículo entrar en una discusión detallada de estos puntos. Pero, a la luz del testimonio de los pasajes arriba citados, se verá que esa postura es completamente insostenible. En relación con el Reino de [[Dios|Dios]], muchos de los críticos sostienen que la concepción habitual judía era totalmente escatológica, y que las referencias de Cristo a él deben interpretarse así de una vez por todas. Esta opinión hace inexplicables los numerosos pasajes en que Cristo habla del reino como algo presente, y además implica un [[error]] respecto a la naturaleza de las esperanzas judías, que, como se ha visto, junto a rasgos escatológicos, contenían otros de carácter diferente. Harnack (¿Qué es el [[Cristianismo|Cristianismo]]? p.62) sostiene que en su significado íntimo el reino tal como lo concebía Cristo es “un beneficio puramente religioso, el lazo interno del [[alma]] con el [[Dios|Dios]] vivo”. Tal interpretación no puede en manera alguna conciliarse con las declaraciones de Cristo sobre el asunto. Todo el tenor de sus expresiones es insistir en el concepto de una sociedad teocrática.
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'''[[La_Iglesia|La Iglesia]] tras la [[Ascensión|Ascensión]]'''
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La doctrina de la Iglesia tal como la establecieron [[Los_Apóstoles|los Apóstoles]] después de la [[Ascensión]] es en todos los respectos idéntica a la enseñanza de Cristo arriba descrita. [[San_Pedro|San Pedro]], en su primer [[homilía|sermón]], pronunciado el día de [[Pentecostés]], declara que Jesús de [[Nazaret|Nazaret]] es el rey mesiánico (Hechos, 2, 36). El medio de [[salvación]] que indica es el [[Bautismo|bautismo]]; y por el bautismo sus conversos se agregan a la sociedad de los discípulos (2,41). Aunque en estos días los cristianos aún asistían a los servicios del [[Templo|Templo]], aun así desde el principio la fraternidad de Cristo formó una sociedad esencialmente distinta de la sinagoga. La razón por la que [[San_Pedro|San Pedro]] manda a sus oyentes que acepten el bautismo no es otra que la de que ellos pueden “salvarse de esta generación incrédula”. Dentro de la sociedad de creyentes no sólo estaban unidos los miembros por [[ritos]] comunes, sino que el lazo de [[Unidad|unidad]] era tan estrecho como para producir en [[La_Iglesia|la Iglesia]] de [[Jerusalén|Jerusalén]] ese estado de cosas en el que los discípulos tenían todas las cosas en común (2,44).
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Cristo había declarado que su reino se extendería entre todas las naciones, y había encargado la ejecución de la tarea a los doce (Mt. 28,19). Aun así la misión universal de la Iglesia no se reveló sino gradualmente. En realidad [[San_Pedro|San Pedro]] hace mención de ello desde el principio (Hch. 2,39). Pero en los primeros años la actividad apostólica se limita a solo Jerusalén. De hecho una antigua tradición (Apolonio, citado por [[Eusebio de Cesarea|Eusebio]] “Hist. Eccl.”, V, XVII, y [[Clemente de Alejandría|Clemente]], “Strom.”, VI, v, en P.G. IX, 264) afirma que Cristo había ordenado a [[Los_Apóstoles|los Apóstoles]] esperar doce años en [[Jerusalén|Jerusalén]] antes de dispersarse para llevar su mensaje a otras partes. El primer progreso notable ocurre como consecuencia de la [[persecución]] que se produjo tras la muerte de [[San Esteban]] en el año 37. Esta fue la ocasión de predicar el Evangelio a los [[Samaria|samaritanos]], un pueblo excluido de los privilegios de Israel, aunque reconocedor de la Ley Mosaica (Hechos, 8,5). Una expansión aún ulterior resultó de la [[Revelación|revelación]] que ordenó a [[San_Pedro|San Pedro]] admitir al [[Bautismo|bautismo]] a [[Cornelio], un gentil ]][[virtud de la religión|piadoso]], esto es, simpatizante con la religión judía pero no circuncidado. Desde este momento en adelante la [[circuncisión]] y la observancia de la Ley no fueron una condición requerida para la incorporación a [[La_Iglesia|la Iglesia]]. Pero el paso final de admitir a los [[Gentiles|gentiles]] que no habían tenido previa relación con la religión de Israel, y habían pasado su vida en el [[Paganismo|paganismo]], no se dio hasta más de quince años después de la [[Ascensión|Ascensión]] de Cristo; no se produjo, al parecer, antes del día descrito en Hch. 13,46, cuando en [[Antioquía de Pisidia]], Pablo y Bernabé anunciaron que puesto que los judíos se juzgaban indignos de la vida eterna ellos “se volvían a los [[Gentiles|gentiles]]”.
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En la enseñanza apostólica el término Iglesia, desde el mismo principio, toma el lugar de la expresión Reino de [[Dios|Dios]] (Hechos, 5, 11). La mayor idoneidad del primer nombre era evidente donde, además de los judíos otros estaban concernidos; pues [[Reino_de_Dios|Reino de Dios]] tenía especial relación con las [[creencia]]s judías. Pero el cambio de título sólo enfatiza la [[Unidad|unidad]] social de los miembros. Son la nueva congregación de Israel –el estado teocrático: son el pueblo (laos) de [[Dios|Dios]] (Hch. 15,14; Rom. 9,25; 2 Cor. 6,16; 1 [[Epístolas de San Pedro|Pd.]] 2,9 ss.; Hb. 8,10; Apoc. 18,4; 21,3). Por su admisión en [[La_Iglesia|la Iglesia]], los [[Gentiles|gentiles]] se han injertado en ella y forman parte del olivo fructífero de [[Dios|Dios]], mientras que el [[apostasía|apóstata]] Israel ha sido separado (Rom., 11, 24). [[San_Pablo|San Pablo]], escribiendo a sus conversos [[Gentiles|gentiles]] de [[Corinto]], denomina a la antigua Iglesia hebrea “nuestros [[Padres|padres]]” (1 Cor. 10,1). En realidad de vez en cuando se emplea la terminología anterior, y el mensaje del Evangelio es llamado predicación del Reino de [[Dios|Dios]] (Hch. 20,25; 28,31).
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Dentro de [[La_Iglesia|la Iglesia]] [[Los_Apóstoles|los Apóstoles]] ejercían ese poder regulador del que Cristo les había dotado. No era una masa caótica, sino una verdadera sociedad que poseía una vida colectiva, y organizada en diversos órdenes. La evidencia muestra que los doce poseían (a) un poder de [[jurisdicción eclesiástica|jurisdicción]], en virtud del cual ejercieron una autoridad legislativa y judicial, y (b) una función [[Tradición y Magisterio vivo|magisterial]] para enseñar la [[Revelación|revelación]] divina a ellos confiada. Así (a) encontramos a [[San_Pablo|San Pablo]] regulando con autoridad el orden y [[disciplina eclesiástica|disciplina]] de las iglesias. No aconseja; ordena (1 Cor. 11,34; 26,1; [[Epístolas a Timoteo y Tito|Tito]] 1,5). Pronuncia [[sentencia]]s judiciales (1 Cor. 5,5; 2 Cor. 2,10), y sus sentencias, como las de los demás apóstoles, reciben a veces la [[solemnidad|solemne]] sanción del castigo milagroso (1 Tim. 1,20; Hch. 5,1-10). De manera similar ordena a su delegado Timoteo que oiga las causas incluso de [[Sacerdotes|sacerdotes]] y reprenda, a la vista de todos, a los que pecan (1 Tim. 5,19 ss.). (b) Con carácter no menos definido [[afirmación|afirma]] que el Apostolado lleva consigo una autoridad doctrinal, que todos están obligados a reconocer. [[Dios|Dios]] les ha enviado, afirma, a predicar “la [[Obediencia|obediencia]] de la [[Fe|fe]]” (Rom. 1,5; 15,18). Aún más, su deseo expresado solemnemente, de que incluso si un ángel del [[Cielo|cielo]] fuera a predicar una doctrina distinta de la que él había predicado a los gálatas, fuera considerado [[anatema]] (Gal. 1,8), implica una pretensión de [[infalibilidad]] en la enseñanza de la [[Verdad|verdad]] revelada.
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Mientras que todo el [[Colegio Apostólico]] disfrutaba de este poder en [[La_Iglesia|la Iglesia]], [[San_Pedro|San Pedro]] aparece siempre en la posición de [[Primacía|primacía]] que Cristo le asignó. Es San Pedro quien recibe en la Iglesia a los primeros conversos, tanto del judaísmo como del [[paganismo]] (Hch. 2,41; 10,5 ss.), quien obra el primer [[milagro]] (Hch. 3,1 ss), quien inflige la primera pena eclesiástica (Hch. 5,1 ss).  Es Pedro quien expulsa de [[La_Iglesia|la Iglesia]] al primer [[herejía|hereje]], [[Simón el Mago]] (Hch. 8,21), quien realiza la primera visita [[apostolicidad|apostólica]] a las iglesias (Hch. 9,32), y quien pronuncia la primera decisión [[dogma|dogmática]] (Hch. 15,7). (Ver Schanz, III, p. 460). Tan indiscutible era su posición que cuando [[San_Pablo|San Pablo]] está a punto de emprender la obra de predicar a los paganos el Evangelio que Cristo le había revelado, consideró [[necesidad|necesario]] obtener el reconocimiento de Pedro ([[Epístola a los Gálatas|Gal.]] 1,18).  No se necesitaba más que esto, pues la [[aprobación]] de Pedro era definitiva.
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==Organización por [[Los_Apóstoles|los Apóstoles]]==
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==[[La_Iglesia|La Iglesia]], Sociedad Divina==
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==Los Medios de [[Salvación|Salvación]] Necesarios==
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==Visibilidad de la Iglesia==
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==El principio de Autoridad==
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==Miembros de la Iglesia==
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==Indefectibilidad de la Iglesia==
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==Universalidad de la Iglesia==
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==Carácterísticas de la Iglesia==
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==La Iglesia, una Sociedad Perfecta==

Revisión de 21:36 27 sep 2009

El Término Ecclesia

El término iglesia es el nombre empleado para traducir el griego ekklesia (ecclesia), término con el que los autores del Nuevo Testamento designan a la sociedad fundada por Nuestro Señor Jesucristo. El término inglés church (en anglosajón cirice, circe; en alemán moderno, Kirche; en sueco, Kyrka) es el nombre empleado por los idiomas teutónicos para traducirlo. El origen de esta palabra ha sido muy debatido. Hoy se admite que procede del griego kyriakon (cyriacon), esto es, la casa del Señor, un término que desde el siglo III se utilizaba, tanto como el de ekklesia, para significar un lugar de culto cristiano. Aunque una expresión menos usual, ésta es la que aparentemente obtuvo éxito entre las razas teutónicas. Las tribus norteñas se habían acostumbrado a saquear las iglesias del imperio, mucho antes de su propia conversión. De ahí que, incluso antes de la llegada de los sajones a Bretaña, su idioma hubiera adquirido palabras que designaban algunos de los aspectos externos de la religión cristiana.

Para comprender la fuerza precisa de esta palabra, se debe decir en primer lugar algo respecto a su empleo por los traductores de la Versión de los Setenta del Antiguo Testamento. Aunque en uno o dos lugares (Sal. 25,5; Jd. 6,21; etc.) se usa la palabra sin significación religiosa, meramente en el sentido de “asamblea”, éste no es habitualmente el caso. Ordinariamente se emplea como el equivalente griego del hebreo qahal, esto es, la entera comunidad de los hijos de Israel contemplada en su aspecto religioso. El Antiguo Testamento emplea dos palabras hebreas para significar la congregación de Israel, a saber, qahal y ‘êdah. En Los Setenta se traducen, respectivamente, como ekklesia y synagoge. Así en Proverbios 5,14, donde las palabras aparecen juntas, “en medio de la iglesia y la congregación”, la traducción griega es “en meso ekklesias kai synagoges”. La distinción en realidad no se observa rígidamente---así en Éxodo, Levítico y Números, ambas se traducen generalmente por synagoge---pero se cumple en la gran mayoría de los casos, y puede considerarse como una regla establecida. En los escritos del Nuevo Testamento las palabras se distinguen netamente. En ellos ecclesia designa la Iglesia de Cristo; synagoga, a los judíos todavía adheridos al culto de la Antigua Alianza. Ocasionalmente, es cierto, ecclesia se emplea en su significación genérica de “asamblea” (Hch. 19,32; 1 Cor. 14,19); y synagoga aparece una vez en referencia a una reunión de cristianos, aunque aparentemente de carácter no religioso (Stgo. 2,2). Pero los Apóstoles nunca emplean ecclesia para designar la Iglesia Judía. La palabra como expresión técnica se ha trasladado a la comunidad de creyentes cristianos.

Se ha discutido frecuentemente si hay alguna diferencia en el significado de las dos palabras. San Agustín (Sobre el Salmo 77) las distingue sobre la base de que ecclesia es indicativa de la convocatoria de hombres, y synagoga de la reunión forzosa de criaturas irracionales: “congregatio magis pecorum convocatio magis hominum intelligi solet”. Pero se puede dudar que haya algún fundamento para esta opinión. Parecería, más bien, que el término qahal se usaba con la significación especial de “los llamados por Dios a la vida eterna”, mientras que ‘êdah designaba meramente a “la comunidad judía existente actualmente” (Schürer, Histora del Pueblo Judío, II, 59). Aunque la prueba de esta distinción se obtiene de la Mishna, y pertenece por tanto a una fecha algo posterior, aun así la diferencia de significado probablemente existía en tiempos del ministerio de Cristo. Pero aunque pueda haber sido así, su intención al emplear el término, hasta entonces utilizado para el pueblo hebreo considerado como una iglesia, para designar la sociedad que Él estaba estableciendo no puede ignorarse. Implicaba que esta sociedad ahora constituía el verdadero pueblo de Dios, que la Antigua Alianza había finalizado, y que Él, el Mesías prometido, estaba inaugurando una Nueva Alianza con un nuevo Israel.

Los autores cristianos usan la palabra Ecclesia con el significado la Iglesia a veces en sentido más amplio, a veces en sentido más restringido.

  • Se emplea para designar a todos los que, desde el comienzo del mundo, han creído en el verdadero Dios, y han sido hechos hijos suyos por la gracia. En este sentido, se distingue a veces, entre la Iglesia antes de la Antigua Alianza, la Iglesia de la Antigua Alianza, o la Iglesia de la Nueva Alianza. Así el Papa San Gregorio I (Libro V, Ep. 18) escribe : “Sancti ante legem, sancti sub lege, sancti sub gratiâ, omnes hi… in membris Ecclesiae sunt constituti” (Los santos antes de la Ley, los santos bajo la Ley, y los santos bajo la gracia---todos son constituidos miembros de la Iglesia).
  • Puede significar el conjunto de los fieles, incluyendo no meramente los miembros de la Iglesia que viven en la tierra sino, también, los que, en el Purgatorio o en el Cielo, forman parte de la Comunión de los Santos. Así considerada, la Iglesia se divide en Iglesia militante, Iglesia purgante, e Iglesia triunfante.
  • Se emplea además para significar la Iglesia militante del Nuevo Testamento. Incluso en esta acepción restringida, hay alguna variedad en el uso del término. En el Nuevo Testamento a menudo se menciona a los discípulos de una determinada localidad como una Iglesia (Apoc. 2,18; Rom. 16,4; Hch. 9,31), y San Pablo incluso aplica el término a discípulos pertenecientes a una casa determinada (Rom. 16,5; 1 Cor. 16,19; Col. 4,15; Fil. 1,2). Además, puede designar especialmente a los que ejercen el oficio de enseñar y gobernar a los fieles, la Ecclesia Docens (Mt. 18,17), o también a los gobernados en cuanto distintos de sus pastores, la Ecclesia Discens (Hch. 20,28). En todos estos casos el nombre que pertenece al todo se aplica a una parte. El término, en su plena significación, designa al conjunto de los fieles, tanto gobernantes como gobernados, en todo el mundo (Ef. 1,22; Col. 1,18). Es en este sentido en el que se trata de la Iglesia en este artículo. Así entendida, la definición de la Iglesia dada por Belarmino es la habitualmente adoptada por los teólogos católicos: “Un conjunto de hombres unidos por la profesión de la misma fe cristiana, y por la participación en los mismos Sacramentos, bajo el gobierno de legítimos pastores, más especialmente del Romano Pontífice, único Vicario de Cristo en la tierra” (Coetus hominum ejusdem christianae fidei professione, et eorumdem sacramentorum communione colligatus, sub regimine legitimorum pastorum et praecipue unius Christi in Terris vicarii Romani Pontificis. – Belarmino, De Eccl., III, II, 9). La exactitud de esta definición se revelará en el curso de este artículo.

La Iglesia en las Profecías

La profecía hebrea se refiere en proporciones casi iguales a la persona y a la obra del Mesías. Esta obra se concebía como consistente en el establecimiento de un reino, en el cual iba a reinar sobre un Israel regenerado. Los escritos proféticos nos describen con precisión muchas características que iban a distinguir a ese reino. Durante su ministerio Cristo no sólo afirmó que las profecías relativas al Mesías se iban a cumplir en su propia persona, sino también que el esperado reino mesiánico no era otro que su Iglesia. Una consideración de las características del reino tal como las presentaban los profetas, debe por tanto ayudarnos en gran manera a comprender las intenciones de Cristo al instituir la Iglesia. En realidad muchas de las expresiones empleadas por Él en referencia a la sociedad que estaba estableciendo sólo son inteligibles a la luz de estas profecías y de las consiguientes expectativas del pueblo judío. Se verá además que tenemos un sólido argumento para el carácter sobrenatural de la revelación cristiana en el cumplimiento preciso de los oráculos sagrados.

Un rasgo característico del reino mesiánico, tal como se predijo, es su alcance universal. No meramente las doce tribus, sino que los gentiles iban a rendir homenaje al Hijo de David. Todos los reyes le servirán y obedecerán; su dominio se extenderá a los confines de la tierra (Sal. 21,28ss; 2,7-12; 116,1; Zac. 9,10). Otra serie de notables pasajes declara que las naciones que se le sometan tendrán la unidad concedida por una fe común y un culto común---un rasgo representado mediante la impactante imagen de la concurrencia de todos los pueblos y naciones a rendir culto en Jerusalén. “Sucederá en días futuros [esto es, en la era mesiánica] …que numerosas naciones dirán: Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob; para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahveh” (Miq. 4,1-2; cf. Is. 2,2; Zac. 8, 3). Esta unidad de culto será el fruto de una revelación divina común a todos los habitantes de la tierra. (Zac. 14,8).

Como corresponde al triple oficio del Mesías como sacerdote, profeta y rey, debe señalarse que en relación con el reino, las Sagradas Escrituras insisten en tres puntos:

  • estará dotado de un nuevo y peculiar sistema de sacrificios;
  • va a ser el reino de la verdad poseída por revelación divina;
  • va a gobernarse por una autoridad que emana del Mesías.

Con relación al primero de estos puntos, el sacerdocio del propio Mesías mismo se afirma explícitamente (Sal. 110(109),4); mientras que se enseña además que el culto que va a inaugurar sustituirá a los sacrificios de la Antigua Ley. Esto está implícito, como nos dice el Apóstol, en el título mismo, “sacerdote según el orden de Melquisedec”; y la misma verdad se incluye en la predicción de que se instituirá un nuevo sacerdocio, sacado de otros pueblos además de los israelitas (Is. 66,18), y en las palabras del profeta Malaquías que predijo la institución de un nuevo sacrificio que iba a ser ofrecido “desde donde sale el sol hasta el ocaso” (Mal. 1,11). Los sacrificios ofrecidos por el sacerdocio del reino mesiánico van a perdurar tanto como duren el día y la noche (Jer. 33,20).

La revelación de la verdad divina bajo la Nueva Alianza confirmada por Jeremías: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá… y ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: Conoced a Yahveh, pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande” (Jer. 31, 31.34), mientras Zacarías nos asegura que en esos días Jerusalén será conocida como ciudad de la verdad. (Zac. 8,3).

Son numerosos los pasajes que predicen que el Reino poseerá un peculiar principio de autoridad en el gobierno personal del Mesías (por ej.: Salmos 2 y 71; Is. 9,6 ss.); pero en relación con las propias palabras de Cristo es de interés observar que en algunos de esos pasajes la predicción se expresa mediante la metáfora de un pastor guiando y gobernando su rebaño (Ez. 34,23; 37,24-28). Hay que señalar, además, que igual que las profecías relativas a la función sacerdotal predicen el nombramiento de un sacerdocio subordinado al Mesías, así las que se refieren a la función de gobierno indican que el Mesías asociará consigo mismo otros “pastores”, y ejercerá su autoridad sobre las naciones a través de gobernantes delegados para gobernar en su nombre (Jer. 18, 6; Sal. 45(44),17; cf. San Agustín Enarr. in Psalm. 44, no. 32). Otra característica del reino ha de ser la santidad de sus miembros. El camino a ella va a ser llamado “la vía sacra; no pasará por ella el impuro”. Los incircuncisos y los impuros no entrarán en la renovada Jerusalén (Is. 35,8; 52,1).

La literatura apocalíptica tardía no inspirada de los judíos nos muestra cuán profundamente estas predicciones han influido en sus esperanzas nacionales, y nos explica la intensa expectación entre el pueblo descrita en las narraciones del Evangelio. En estas obras como en las profecías inspiradas los rasgos del reino mesiánico presentan dos aspectos muy diferentes. Por un lado, el Mesías es un rey davídico que reúne a los dispersos de Israel, y establece en esta tierra un reino de pureza y ausencia de pecado (Salmos de Salomón, XVII). El enemigo exterior va a ser sometido (Asunción de Moisés, c. X) y los malvados van a ser juzgados en el valle del hijo de Hinnon (Enoch, XXV, XXVII, XC). Por otro lado, se describe el reino con características escatológicas. El Mesías es preexistente y divino (Enoch, Simil., XLVIII, 3); el reino que establecerá va a ser un reino celestial inaugurado por una gran catástrofe cósmica, que separará este mundo (aion outos) del mundo que va a venir (mellon). Esta catástrofe estará acompañada de un juicio tanto de los ángeles como de los hombres (Jubileos, X, 8; V, 10; Asunción de Moisés, X,1). Los muertos resucitarán (Salmos de Salomón, III, 11) y todos los miembros del reino mesiánico se harán semejantes al Mesías (Enoch, Simil., XC, 37). Este doble aspecto de las esperanzas judías relativas al Mesías por venir debe tenerse en cuenta, si se ha de comprender el uso que hizo Cristo de la expresión “Reino de Dios”. Con frecuencia, es cierto, la emplea en un sentido escatológico. Pero mucho más habitualmente la usa para un reino establecido en esta tierra---su Iglesia. Estos, en realidad, no son dos reinos, sino uno. El Reino de Dios que se establecerá en el último día es la Iglesia en su triunfo final.

Constitución por Cristo

El Bautista proclamó la cercanía del Reino de Dios, y de la Era Mesiánica. Mandó a todos los que quisieran compartir sus bendiciones que se prepararan mediante la penitencia. Su propia misión, decía, era preparar el camino del Mesías. A sus discípulos les indicó a Jesús de Nazaret como el Mesías cuyo advenimiento había declarado (Jn. 1,29-31). Desde el mismo comienzo de su ministerio Cristo sostuvo de manera explícita la pretensión a la dignidad mesiánica. En la sinagoga de Nazaret (Lc. 4,21) afirma que las profecías se cumplen en su persona; declara que es más grande que Salomón (Lc. 11,31), más venerable que el Templo (Mt. 12,6), Señor del Sabbath (Lc. 6,5). Juan, dice, es Elías, el precursor prometido (Mt. 17,12); y a los mensajeros de Juan les presenta las pruebas de su dignidad mesiánica que ellos le solicitan (Lc. 7,22). Pide una fe implícita basada en su misión divina (Jn. 6,29). Su entrada pública en Jerusalén fue la aceptación por todo el pueblo de una afirmación reiterada una y otra vez ante ellos. El tema de toda su predicación es el Reino de Dios que ha venido a establecer. San Marcos, describiendo el comienzo de su ministerio, dice que llegó a Galilea diciendo, “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca”. La Ley y los Profetas, decía, sólo habían sido una preparación para el reino que estaba incluso entonces estableciendo a su alrededor (Lc. 16,16; cf. Mt. 4,23; 9,35; 13,17; 21,43; 24,14; Mc. 1,14; Lc. 4,43; 8,1; 9,2.60; 18,17).

Cuando uno se pregunta qué es este reino del que Cristo habló, sólo puede haber una respuesta. Es su Iglesia, la sociedad de los que aceptan su misión divina, y admiten su derecho a la obediencia de fe que Él reclamó. Toda su actividad está dirigida al establecimiento de tal sociedad: la organiza y nombra a sus gobernantes, establece ritos y ceremonias en ella, traslada a ella el nombre que hasta entonces había designado a la Iglesia Judía., y advierte solemnemente a los judíos que el reino ya no es suyo, sino que se les ha quitado y dado a otro pueblo. Los evangelistas trazan los diversos pasos dados por Cristo en la organización de la Iglesia. Se le presenta como reuniendo a numerosos discípulos, aunque seleccionando doce de ellos para ser sus compañeros de manera especial, los cuales comparten su vida. A ellos revela las partes más ocultas de su doctrina. (Mt. 13,11). Les envía como sus delegados a predicar el reino, y les concede el poder de hacer milagros. Todos están obligados a aceptar su mensaje; y los que rehúsen escucharles se enfrentarán a un destino más terrible que el de Sodoma y Gomorra (Mt. 10,1-15). Los autores sagrados hablan de estos doce discípulos elegidos de manera que indican que son vistos como formando un órgano colectivo. En varios pasajes son llamados “los doce” incluso cuando el nombre, entendido literalmente, sería inexacto. El nombre se les aplica cuando se han reducido a once por la defección de Judas Iscariote, en una ocasión cuando sólo diez de ellos están presentes, y nuevamente tras el nombramiento de San Pablo que ha aumentado su número a trece (Lc. 24,33; Jn. 20,24; 1 Cor. 15,5; Apoc. 21,14).

En esta constitución del Apostolado Cristo pone el fundamento de su Iglesia. Pero no es hasta que la actitud del judaísmo oficial le ha hecho manifiestamente imposible esperar que la Iglesia judía admitiría su pretensión cuando ordena la Iglesia como un organismo independiente de la sinagoga y teniendo una administración propia. Después de que la ruptura se haya definido, convoca a los Apóstoles y les habla de la acción judicial de la Iglesia, distinguiendo, de manera inconfundible, entre el individuo privado que emprende la tarea de la corrección fraternal, y la autoridad eclesiástica facultada para pronunciar una sentencia judicial (Mt. 18,15-17). A la jurisdicción así conferida otorga una sanción divina. Una sentencia pronunciada así, asegura a los Apóstoles, será ratificada en el cielo. Un paso ulterior fue el nombramiento de San Pedro para ser el jefe de los doce. Había sido designado ya para esta posición (Mt. 16,15 ss.) en una ocasión previa a la ahora mencionada: en Cesarea de Filipo, Cristo le había declarado que él sería la roca sobre la que edificaría su Iglesia, afirmando así que la continuidad y desarrollo de la Iglesia se basaría en el cargo creado en la persona de Pedro. A él, además se le dio el poder de las llaves del Reino de los Cielos---una expresión que significaba el don de una plena autoridad (Is. 22,22). La promesa así hecha fue cumplida tras la Resurrección, en la ocasión narrada en Juan 21. Aquí Cristo emplea un símil usado en más de una ocasión por Él mismo para designar su propia relación con los miembros de su Iglesia---la del pastor y su rebaño. Su solemne encargo, "Apacienta mis ovejas", constituyó a Pedro en pastor común de todo el rebaño en su conjunto.(Para una consideración adicional de los textos petrinos ver el artículo Primacía). Cristo encomendó a los doce la tarea de extender el reino entre todas las naciones, instituyendo el rito del bautismo como único medio de admisión a una participación en sus privilegios (Mt. 28,19).

En el curso de este artículo se dedicará una detallada consideración a las principales características de la Iglesia. La enseñanza de Cristo sobre este punto puede ser resumida aquí brevemente. Va a ser un reino gobernado en su ausencia por hombres (Mt. 18,18; Jn. 21,17). Es por tanto una teocracia visible; y será la sustituta de la teocracia judía que le ha rechazado (Mt. 21,43). En ella, hasta el día del juicio final, los malos se mezclarán con los buenos (Mt. 13,41). Su alcance será universal (Mt. 28,19), y su duración, hasta el fin de los tiempos (Mt. 13,49); todos los poderes que se le opongan serán aniquilados (Mt. 21,44). Además, será un reino sobrenatural de verdad, en el mundo, aunque no de él (Jn. 28,36). Será único e indiviso, y esta unidad testimoniará ante todos los hombres que su fundador venía de Dios (Jn. 17,21).

Ha de observarse que ciertos críticos recientes discuten las posiciones mantenidas en los párrafos precedentes. Niegan del mismo modo que Cristo proclamara ser el Mesías, y que el reino del que hablaba fuera su Iglesia. Así, con respecto a la afirmación de la dignidad mesiánica de Cristo, dicen que Cristo no declara ser Él mismo el Mesías en su predicación: que manda a guardar silencio a los posesos que lo proclaman el Hijo de Dios: que el pueblo no sospechaba su carácter mesiánico, sino que formulaba diversas hipótesis extravagantes sobre su personalidad. Es manifiestamente imposible dentro de los límites de este artículo entrar en una discusión detallada de estos puntos. Pero, a la luz del testimonio de los pasajes arriba citados, se verá que esa postura es completamente insostenible. En relación con el Reino de Dios, muchos de los críticos sostienen que la concepción habitual judía era totalmente escatológica, y que las referencias de Cristo a él deben interpretarse así de una vez por todas. Esta opinión hace inexplicables los numerosos pasajes en que Cristo habla del reino como algo presente, y además implica un error respecto a la naturaleza de las esperanzas judías, que, como se ha visto, junto a rasgos escatológicos, contenían otros de carácter diferente. Harnack (¿Qué es el Cristianismo? p.62) sostiene que en su significado íntimo el reino tal como lo concebía Cristo es “un beneficio puramente religioso, el lazo interno del alma con el Dios vivo”. Tal interpretación no puede en manera alguna conciliarse con las declaraciones de Cristo sobre el asunto. Todo el tenor de sus expresiones es insistir en el concepto de una sociedad teocrática.

La Iglesia tras la Ascensión

La doctrina de la Iglesia tal como la establecieron los Apóstoles después de la Ascensión es en todos los respectos idéntica a la enseñanza de Cristo arriba descrita. San Pedro, en su primer sermón, pronunciado el día de Pentecostés, declara que Jesús de Nazaret es el rey mesiánico (Hechos, 2, 36). El medio de salvación que indica es el bautismo; y por el bautismo sus conversos se agregan a la sociedad de los discípulos (2,41). Aunque en estos días los cristianos aún asistían a los servicios del Templo, aun así desde el principio la fraternidad de Cristo formó una sociedad esencialmente distinta de la sinagoga. La razón por la que San Pedro manda a sus oyentes que acepten el bautismo no es otra que la de que ellos pueden “salvarse de esta generación incrédula”. Dentro de la sociedad de creyentes no sólo estaban unidos los miembros por ritos comunes, sino que el lazo de unidad era tan estrecho como para producir en la Iglesia de Jerusalén ese estado de cosas en el que los discípulos tenían todas las cosas en común (2,44).

Cristo había declarado que su reino se extendería entre todas las naciones, y había encargado la ejecución de la tarea a los doce (Mt. 28,19). Aun así la misión universal de la Iglesia no se reveló sino gradualmente. En realidad San Pedro hace mención de ello desde el principio (Hch. 2,39). Pero en los primeros años la actividad apostólica se limita a solo Jerusalén. De hecho una antigua tradición (Apolonio, citado por Eusebio “Hist. Eccl.”, V, XVII, y Clemente, “Strom.”, VI, v, en P.G. IX, 264) afirma que Cristo había ordenado a los Apóstoles esperar doce años en Jerusalén antes de dispersarse para llevar su mensaje a otras partes. El primer progreso notable ocurre como consecuencia de la persecución que se produjo tras la muerte de San Esteban en el año 37. Esta fue la ocasión de predicar el Evangelio a los samaritanos, un pueblo excluido de los privilegios de Israel, aunque reconocedor de la Ley Mosaica (Hechos, 8,5). Una expansión aún ulterior resultó de la revelación que ordenó a San Pedro admitir al bautismo a [[Cornelio], un gentil ]]piadoso, esto es, simpatizante con la religión judía pero no circuncidado. Desde este momento en adelante la circuncisión y la observancia de la Ley no fueron una condición requerida para la incorporación a la Iglesia. Pero el paso final de admitir a los gentiles que no habían tenido previa relación con la religión de Israel, y habían pasado su vida en el paganismo, no se dio hasta más de quince años después de la Ascensión de Cristo; no se produjo, al parecer, antes del día descrito en Hch. 13,46, cuando en Antioquía de Pisidia, Pablo y Bernabé anunciaron que puesto que los judíos se juzgaban indignos de la vida eterna ellos “se volvían a los gentiles”.

En la enseñanza apostólica el término Iglesia, desde el mismo principio, toma el lugar de la expresión Reino de Dios (Hechos, 5, 11). La mayor idoneidad del primer nombre era evidente donde, además de los judíos otros estaban concernidos; pues Reino de Dios tenía especial relación con las creencias judías. Pero el cambio de título sólo enfatiza la unidad social de los miembros. Son la nueva congregación de Israel –el estado teocrático: son el pueblo (laos) de Dios (Hch. 15,14; Rom. 9,25; 2 Cor. 6,16; 1 Pd. 2,9 ss.; Hb. 8,10; Apoc. 18,4; 21,3). Por su admisión en la Iglesia, los gentiles se han injertado en ella y forman parte del olivo fructífero de Dios, mientras que el apóstata Israel ha sido separado (Rom., 11, 24). San Pablo, escribiendo a sus conversos gentiles de Corinto, denomina a la antigua Iglesia hebrea “nuestros padres” (1 Cor. 10,1). En realidad de vez en cuando se emplea la terminología anterior, y el mensaje del Evangelio es llamado predicación del Reino de Dios (Hch. 20,25; 28,31).

Dentro de la Iglesia los Apóstoles ejercían ese poder regulador del que Cristo les había dotado. No era una masa caótica, sino una verdadera sociedad que poseía una vida colectiva, y organizada en diversos órdenes. La evidencia muestra que los doce poseían (a) un poder de jurisdicción, en virtud del cual ejercieron una autoridad legislativa y judicial, y (b) una función magisterial para enseñar la revelación divina a ellos confiada. Así (a) encontramos a San Pablo regulando con autoridad el orden y disciplina de las iglesias. No aconseja; ordena (1 Cor. 11,34; 26,1; Tito 1,5). Pronuncia sentencias judiciales (1 Cor. 5,5; 2 Cor. 2,10), y sus sentencias, como las de los demás apóstoles, reciben a veces la solemne sanción del castigo milagroso (1 Tim. 1,20; Hch. 5,1-10). De manera similar ordena a su delegado Timoteo que oiga las causas incluso de sacerdotes y reprenda, a la vista de todos, a los que pecan (1 Tim. 5,19 ss.). (b) Con carácter no menos definido afirma que el Apostolado lleva consigo una autoridad doctrinal, que todos están obligados a reconocer. Dios les ha enviado, afirma, a predicar “la obediencia de la fe” (Rom. 1,5; 15,18). Aún más, su deseo expresado solemnemente, de que incluso si un ángel del cielo fuera a predicar una doctrina distinta de la que él había predicado a los gálatas, fuera considerado anatema (Gal. 1,8), implica una pretensión de infalibilidad en la enseñanza de la verdad revelada.

Mientras que todo el Colegio Apostólico disfrutaba de este poder en la Iglesia, San Pedro aparece siempre en la posición de primacía que Cristo le asignó. Es San Pedro quien recibe en la Iglesia a los primeros conversos, tanto del judaísmo como del paganismo (Hch. 2,41; 10,5 ss.), quien obra el primer milagro (Hch. 3,1 ss), quien inflige la primera pena eclesiástica (Hch. 5,1 ss). Es Pedro quien expulsa de la Iglesia al primer hereje, Simón el Mago (Hch. 8,21), quien realiza la primera visita apostólica a las iglesias (Hch. 9,32), y quien pronuncia la primera decisión dogmática (Hch. 15,7). (Ver Schanz, III, p. 460). Tan indiscutible era su posición que cuando San Pablo está a punto de emprender la obra de predicar a los paganos el Evangelio que Cristo le había revelado, consideró necesario obtener el reconocimiento de Pedro (Gal. 1,18). No se necesitaba más que esto, pues la aprobación de Pedro era definitiva.

Organización por los Apóstoles

La Iglesia, Sociedad Divina

Los Medios de Salvación Necesarios

Visibilidad de la Iglesia

El principio de Autoridad

Miembros de la Iglesia

Indefectibilidad de la Iglesia

Universalidad de la Iglesia

Carácterísticas de la Iglesia

La Iglesia, una Sociedad Perfecta