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Jueves, 28 de marzo de 2024

Historia de los Jesuitas Desde 1773 - 1814

De Enciclopedia Católica

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I. Europa

A. Italia B. España C. Portugal D. Francia E. Alemania F. Polonia G. Bélgica H. Inglaterra I. Irlanda J. Escocia

II. Misiones

A. India B. Japón C. China D. América Central y del Sur E. Paraguay F. México G. Estados Unidos H. Misiones Francesas I. Relaciones jesuitas

I. Europa

A. Italia

La historia de los jesuitas en Italia fue generalmente muy pacífica. Las únicas perturbaciones serias fueron las surgidas por las ocasionales disputas de los gobiernos civiles con los poderes eclesiásticos. Los primeros seguidores de San Ignacio tuvieron inmediatamente gran demanda de instruir a los fieles, y de reformar el clero, monasterios y conventos. Aunque había poco mal organizado o profundamente arraigado, la cantidad de males menores era inmensa; la posibilidad de una catástrofe aquí y allí era evidente. Mientras los predicadores y misioneros evangelizaban el país, se fundaron colegios en Padua, Venecia, Nápoles, Bolonia, Florencia, Parma, y otras ciudades. El 20 de Abril de 1555, la Universidad de Ferrara dirigió a la Sorbona un muy notable testimonio a favor de la orden. San Carlos Borromeo fue, después de los Papas, quizá el más generoso de todos sus protectores, y ellos pusieron liberalmente sus mejores talentos a su disposición. (Para las dificultades sobre su seminario y con el P. Giulio Mazarino, ver Sylvain, “Hist. de S. Charles”, iii, 53). Juan de Vega, embajador de Carlos V en Roma, había aprendido a conocer y a estimar a Ignacio allí, y cuando fue nombrado virrey de Sicilia trajo consigo a los jesuitas. Se abrió un colegio en Messina; el éxito fue señalado, y sus reglas y métodos fueron más tarde copiados en otros colegios. Cincuenta años después, la Compañía contaba en Italia con 86 casas y 2.550 miembros. El problema principal en Italia ocurrió en Venecia en 1606, cuando Paulo V puso la ciudad bajo interdicto por graves violaciones de las inmunidades eclesiásticas. Los jesuitas y otras órdenes religiosas se retiraron de la ciudad, y el Senado, inspirado por Paolo Sarpi, el fraile desafecto, aprobó un decreto de expulsión perpetua contra ellos. En efecto, aunque se hicieron las paces con el Papa poco después, pasaron cincuenta años antes de que la Compañía pudiera volver. Italia, durante los dos primeros siglos de la Compañía era aún el país más culto de Europa, y los jesuitas italianos gozaron de una alta reputación de sabiduría y letras. Segneri el mayor está considerado el primero de los predicadores italianos, y hay cantidad de otros de primera categoría. Maffei, Torellino, Strada, Pallavicino, y Bartoli (vid.) han dejado obras históricas que son aún altamente apreciadas. Entre Bellarmino (muerto en 1621) y Zaccharia (muerto en 1795) los jesuitas italianos de importancia en teología, controversia, y ciencias auxiliares son considerados muchísimos. También presentan una gran proporción de santos, mártires, generales y misioneros. (Ver también Belecius; Bolgeni; Boscovich; Possevinus; Scaramelli; Viva.). Italia se dividió en cinco provincias, con las siguientes cifras para el año 1749 (poco antes del comienzo del movimiento para la Supresión de la Compañía): Roma 848; Nápoles 667; Sicilia 775; Venecia 707; Milán 625; total 3.622 miembros, aproximadamente la mitad de los cuales eran sacerdotes, con 178 casas.

B. España

Aunque la mayoría de los compañeros de Ignacio eran españoles, él no los reunió en España, y los primeros jesuitas sólo hicieron visitas pasajeras allí. En 1544, sin embargo, el Padre Aroaz, primo de San Ignacio y un predicador muy elocuente, vino con seis compañeros, y entonces su éxito fue rápido. El 1 de Septiembre de 1547, Ignacio estableció la provincia de España con siete casas y unos cuarenta religiosos; San Francisco de Borja ingresó en 1548; en 1550, Laínez acompañó a las tropas españolas en su campaña africana. Melchor Cano, O.P., un teólogo de reputación europea, atacó a la joven orden, que no podía dar respuesta efectiva, ni pudo nadie conseguir que el profesor se mantuviera en paz. Pero, por muy desagradable que fuera la prueba, con el tiempo fue provechosa para la orden, a la que dio buena publicidad en los círculos universitarios, y además suscitó defensores de inesperada eficiencia, como Juan de la Peña de los dominicos, e incluso su general, Fray Francisco Romero. Los jesuitas continuaron prosperando, e Ignacio subdividió (29 de Septiembre de 1554) la existente provincia en tres, con doce casas y 139 religiosos. Aun así hubo problemas internos tanto aquí como en Portugal bajo Simón Rodríguez, que produjeron ansiedad al fundador. En ambos países las primeras casas se habían establecido antes de que las Constituciones y reglas fueran puestas por escrito. Era inevitable por tanto que la disciplina introducida por Aroaz y Rodríguez difiriera algo de la que estaba siendo introducida por Ignacio en Roma. En España, los buenos oficios de Borja y las visitas del Padre Nadal hicieron mucho para conseguir una gradual unificación del sistema, aunque no sin dificultad. Estos problemas, sin embargo afectaron a los altos cargos de la orden más que a los miembros ordinarios, que estaban animados por los más elevados motivos. Se dice que el gran predicador Ramírez atrajo 500 vocaciones a órdenes religiosas en Salamanca en el año 1564, unas 50 de ellas a la Compañía. Había 300 jesuitas españoles a la muerte de Ignacio en 1556; y 1.200 al final del generalato de Borja en 1572. Bajo los generales no españoles que le sucedieron, hubo un desagradable recrudecimiento del espíritu nacionalista. Considerando las disputas que surgían diariamente entre España y las demás naciones, no se puede uno asombrar de tales ebulliciones. Como se ha explicado en Acquaviva, Felipe de España prestó su ayuda al partido de los descontentos, de los que el virtuoso José de Acosta era portavoz, y los Padres Hernández, Dionisio Vázquez, Henríquez y Mariana los dirigentes reales. Su objetivo ulterior era conseguir un comisariado general separado para España. Este conflicto no se calmó hasta la quinta congregación, 1593, tras la cual sobrevino el gran debate de auxiliis con los dominicos, siendo los protagonistas de ambos lados españoles (Ver Congregatio de Auxiliis; Gracia, Controversias sobre la).

Por graves que fueran esos problemas en su propia esfera, no se les debe permitir que oscurezcan el hecho de que en la Compañía, como en todas las organizaciones católicas de la época, los españoles jugaran los papeles más importantes. Cuando enumeramos sus grandes hombres y sus grandes obras, desafían toda comparación. Esta comparación gana mayor fuerza cuando recordamos que el éxito de los jesuitas en Flandes y en las partes de Italia entonces unidas a la corona española fue ampliamente debida a los jesuitas españoles; y lo mismo es cierto de los jesuitas en Portugal, país que, con sus muy extensas colonias, estuvo también bajo la corona española de 1581 a 1640; aunque ni la organización de los jesuitas portugueses ni el gobierno civil del propio país se unificaron con los de España. Pero fue en la más abstracta de las ciencias donde el genio español brilló con el máximo lustre: Toledo (muerto en 1596); Molina (1600); de Valencia (1603); Vázquez (1604); Suárez (1617); Ripalda (1648); de Lugo (1660) (vid.) – estos forman un grupo de brillo insuperado, y hay bastante cantidad de otros casi igualmente notables. En teología moral, Sánchez (1610); Azor (1603); Salas (1612); Castro Palao (1633); Torres (Turrianus, 1635); Escobar y Mendoza (1669). En Escrituras, Maldonado (1583); Salmerón (1585); Francisco Ribera (1591); Prado (1595); Pereira (1610); Sancho (1628); Pineda (1637). En literatura secular, se puede hacer mención de Isla (vid) y Baltasar Gracián (1584-1658), autor del “Oráculo manual y arte de prudencia” y “El criticón”, que parece haber sugerido la idea de Robinson Crusoe a Defoe.

Siguiendo la casi universal costumbre de finales del Siglo XVII, los reyes de España tuvieron generalmente confesores jesuitas; pero sus intentos de reforma fueron demasiado a menudo ineficaces por las intrigas de la corte. Este fue especialmente el caso del austriaco Padre Everard Nidhard, más tarde cardenal, (confesor de Mariana de Austria) y el Padre Daubenton, confesor de Felipe V. Tras la era de los grandes escritores, la principal gloria de los jesuitas españoles ha de encontrarse en sus extensas y florecientes misiones extranjeras en Perú, Chile, Nueva Granada, Filipinas, Paraguay, Quito, de las que se da cuenta más abajo en “misiones”. Eran atendidas por 2.171 jesuitas en la época de la supresión. La propia España estaba en 1749 dividida en cinco provincias: Toledo con 659 miembros, Castilla, 718; Aragón, 604; Sevilla, 662; Cerdeña, 300; total, 2943 miembros (1.342 sacerdotes) en 158 casas.

C. Portugal

Por el tiempo en que Ignacio fundó su orden, Portugal estaba en su época heroica. Sus gobernantes estaban llenos de iniciativa, sus universidades estaban llenas de vida, sus rutas comerciales se extendían por todo el mundo conocido. Los jesuitas fueron acogidos con entusiasmo, e hicieron buen uso de sus oportunidades. San Francisco Javier, atravesando colonias y establecimientos portugueses, siguió adelante para hacer sus espléndidas conquistas misioneras. Estas fueron continuadas por sus colegas en países tan distantes como Abisinia, el Congo, Sudáfrica, China y Japón, por los padres Nunhes, Silveira, Acosta, Fernandes y otros. En Coimbra, y más tarde en Évora, la Compañía hizo los progresos más sorprendentes con profesores tales como Pedro de Fonseca (muerto en 1599), Luis Molina (muerto en 1600), Christovao Gil, Sebastiao de Abreu, etc., y de aquí viene también la primera serie global de manuales filosóficos y teológicos para estudiantes (ver Conimbricenses). Con la llegada de la monarquía hispánica, 1581, los jesuitas portugueses no sufrieron menos que el resto de su país. Luis Carvalho se unió a los opositores españoles del padre Acquaviva, y cuando el recaudador apostólico, Ottavio Accoramboni, lanzó un interdicto contra el gobierno de Lisboa, los jesuitas, especialmente Diego de Arida, se vieron implicados en la indigna contienda. Por otro lado, jugaron un papel honroso en la restauración de la libertad de Portugal en 1640, y en su éxito, la dificultad fue evitar que el rey Joao IV diera al Padre Manuel Fernandes un escaño en las Cortes, y que empleara a otros en misiones diplomáticas. Entre estos padres estaba Antonio Vieira, uno de los más elocuentes oradores de Portugal. Hasta la Supresión, Portugal y sus colonos sostuvieron las siguientes misiones, de las que se encontrarán ulteriores noticias en otro lugar, Goa (originariamente la India), Malabar, Japón, China, Brasil, Maranhao. Las provincias portuguesas en 1749 contaban con 861 miembros (381 sacerdotes) en 49 casas (Ver también Vieira, Antonio; Malagrida, Gabriel).

D. Francia

Los primeros jesuitas, aunque eran casi todos españoles, se formaron e hicieron sus primeros votos en Francia, y la suerte de la Compañía en Francia ha sido siempre de excepcional importancia para la comunidad en general. En los primeros años, sus jóvenes eran enviados a París para educarse allí como Ignacio había hecho. Fueron recibidos hospitalariamente por Guillaume du Prat, obispo de Clermont, cuyo hôtel se convirtió en el Collège de Clermont (1550), más tarde conocido como Louis-le Grand. El Padre Viola fue el primer rector, pero las clases públicas no comenzaron hasta 1564. El Parlement de París y la Sorbona opusieron vehemente resistencia a las cartas patentes, que Enrique II y después de él Francisco II y Carlos IX habían concedido con poca dificultad. Mientras tanto el mismo obispo de Clermont había fundado un segundo colegio en Billom, en su propia diócesis, que se abrió el 26 de Julio de 1556, antes de la primera congregación general. Pronto siguieron colegios en Mauriac y Pamiers, y entre 1565 y 1575, otros en Aviñón, Chambery, Toulouse, Rodez, Verdun, Nevers, Burdeos, Pont-à-Mousson, mientras que los Padres Coudret, Auger, Roger, y Pelletier se distinguían por sus labores apostólicas. La utilidad de la orden se demostró también en los Coloquios de Poissy (1561) y de St-Germain-en-Laye por los padres Laínez y Possevinus, y de nuevo por el Padre Brouet, quien, con dos compañeros, dio su vida al servicio de los atacados por la plaga en París en 1562, mientras que el Padre Maldonado daba clases con impresionante efecto en París y Bourges. Mientras tanto estaba creciendo un serio conflicto con la Universidad de París debido a una cantidad de causas mezquinas, envidia de los nuevos maestros, rivalidad con España, resentimiento galicano frente a la entusiasta devoción de los jesuitas a Roma, y quizá una pizca de calvinismo. Se entabló una demanda para el cierre del Colegio de Clermont ante el Parlement, y Estienne Pasquier, abogado de la Universidad, pronunció un célebre plaidoyer contra los jesuitas. El Parlamento, aunque entonces favorable a la orden, estaba ansioso de no irritar a la Universidad, y llegó a una solución no concluyente (5 de Abril de 1565). Los jesuitas, a despecho de la licencia real, no se incorporarían a la Universidad, pero podían continuar sus clases. Insatisfecha con esto, la Universidad se vengó impidiendo a los escolásticos jesuitas obtener grados y más tarde (1573-76), se mantuvo una disputa con el Padre Maldonado (vid.) que al final fue terminada por la intervención de Gregorio XIII que había elevado también el colegio de Pont-à-Mousson a la dignidad de universidad. Pero mientras tanto, las más o menos incesantes guerras de religión estaban devastando el país, y de vez en cuando, varios jesuitas, especialmente Auger y Manare, actuaron como capellanes del ejército. No tuvieron relación con la Matanza de San Bartolomé (1572); pero Maldonado fue después delegado a recibir a Enrique de Navarra (luego Enrique IV) en la Iglesia, y en muchos lugares los Padres pudieron albergar refugiados en sus casas; y por reconvenciones e intercesión, salvaron muchas vidas.

Inmediatamente después de su coronación (1575), Enrique III escogió al Padre Auger como su confesor, y durante exactamente doscientos años el confesor jesuita de la corte se convirtió en una institución en Francia, y como las modas francesas son influyentes, todas las cortes católicas de la época siguieron el precedente. Teniendo en cuenta la dificultad de cualquier clase de control sobre soberanos autocráticos, la institución de un confesor de la corte estuvo bien adaptada a las circunstancias. Los ocasionales abusos del cargo que tuvieron lugar deben atribuirse principalmente a los exorbitantes poderes de que estaba investido el autócrata, al que ninguna guía humana podía salvar de periodos de decadencia y degradación. Pero esto se vio más claramente con posterioridad. Una crisis para el catolicismo francés se acercaba cuando, tras la muerte de François, duque de Anjou, en 1584, Enrique de Navarra, entonces un apóstata, se convirtió en heredero al trono que el débil Enrique III no podría posiblemente retener por mucho tiempo. Se tomaron posiciones con entusiasmo, y La sainte ligue se constituyó para la defensa de la Iglesia (ver Liga, la; Guisa, Casa de; Francia). Difícilmente se podía esperar que los jesuitas como un solo hombre permanecerían fríos, cuando todo el populacho estaba en un fermento de excitación. Era moralmente imposible impedir a los jesuitas amigos de los exaltés de ambas partes que participaran en sus medidas extremas. Auger y Claude Matthieu gozaban respectivamente de la confianza de las dos partes contendientes, la Corte y la Liga. El Padre Acquaviva logró retirar a ambos de Francia, aunque con gran dificultad y considerable pérdida de favor en cada lado. A uno o dos no pudo controlarlos por algún tiempo, y de estos, el más notable fue Henri Samerie, que había sido capellán de María Estuardo, y fue luego capellán del ejército en Flandes. Durante un año pasó como agente diplomático de un príncipe a otro de la Liga, eludiendo, por sus propios medios y el favor de Sixto V, todos los esfuerzos de Acquaviva para traerlo de vuelta a la vida regular. Pero al fin, la disciplina prevaleció, y las órdenes de Acquaviva de respetar las conciencias de ambas partes permitieron a la Compañía mantener la amistad con todos.

Enrique IV utilizó mucho a los jesuitas (especialmente a Toledo, Possevinus y Commolet) aunque habían favorecido a la Liga, para obtener la absolución canónica y la conclusión de la paz; y en su momento (1604) tomó como confesor al Père Coton (vid). Esto, sin embargo, es una anticipación. Después del atentado contra la vida de Enrique IV por Jean Chastel (27 de Diciembre de 1594), el Parlement de París aprovechó la oportunidad de atacar a la Compañía con furia, tal vez para disimular el hecho de que había estado entre los más extremados de los miembros de la Liga, mientras que la Compañía estaba entre los más moderados. Se pretendió que la Compañía era responsable del crimen de Chastel, porque había sido estudiante suyo, aunque lo cierto es que entonces estaba en la universidad. El bibliotecario del colegio jesuita, Jean Guignard, fue ahorcado el 7 de Enero de 1595, porque se encontró en el armario de su cuarto un viejo libro contra el rey. Antoine Arnauld, el mayor, introdujo en su plaidoyer ante el Parlement todas las calumnias posibles contra la Compañía y se ordenó a los jesuitas que dejaran París en tres días y Francia en una quincena. El decreto se ejecutó en los distritos sujetos al Parlement de París, pero no en otras partes. El rey, al no estar aún canónicamente absuelto, no interfirió entonces. Pero el Papa, y muchos otros, solicitaron formalmente la revocación del decreto contra la orden. La cuestión fue calurosamente debatida y al final el propio Enrique dio permiso para su readmisión, el 1 de Septiembre de 1603. Hizo entonces gran uso de la Compañía, fundó para ella el gran Colegio de La Flèche, fomentó sus misiones en el interior, en Normandía y Béarn, y el comienzo de las misiones exteriores en Canadá y Levante.

La Compañía comenzó inmediatamente a crecer con rapidez, y contaba con treinta y nueve colegios, aparte de otras casas, y 1.135 religiosos antes de que el rey cayera bajo el puñal de Ravaillac (1610). Esta fue la ocasión aprovechada para nuevos ataques del Parlement, que se valió del libro de Mariana, “De rege”, para atacar a la Compañía como defensora del regicidio. La “Defensio fidei” de Suárez fue quemada en 1614. El joven rey, Luis XIII, era demasiado débil para dominar a los parlementaires, pero tanto él como el pueblo de Francia favorecieron a la Compañía tan eficazmente que en la fecha de su muerte en 1643 sus cifras se habían triplicado. Ahora tenían cinco provincias, y la de París sola contaba más de 13.000 estudiantes en sus colegios. Los confesores durante este reinado fueron frecuentemente cambiados por las maniobras de Richelieu, e incluyeron a los Pères Arnoux de Seguiron, Suffren, Caussin (vid.), Sirmond, Dinet. La política de Richelieu de apoyar a los protestantes alemanes contra la católica Austria (que Caussin resistió) resultó ser la ocasión para airadas polémicas. Se creyó que el jesuita alemán Jacob Keller había escrito (aunque faltan por completo pruebas de su autoría) dos duros panfletos, “Mysteria politica”, y “Admonitio ad Ludovicum XIII” contra Francia. Los libros fueron quemados por el verdugo, como en 1626 lo fue la obra del Padre Santarelli, que trataba inoportunamente sobre el poder papal para pronunciarse contra los príncipes.

La historia político-religiosa de la Compañía bajo Luis XIV se centra alrededor del Jansenismo (ver Jansenius y Jansenismo) y las vidas de los confesores del rey, especialmente los Pères Amat (1645-60), Ferrier (1660-74) La Chaise (1674-1709) (vid.), y Michel Le Tellier (1709-15) (vid.). El 24 de Mayo de 1656, Blaise Pascal (vid.) publicó la primera de sus “Provinciales”. Habiendo sido condenadas por la autoridad papal las cinco proposiciones del Jansenismo, Pascal ya no podía defenderlas abiertamente, y encontró que el método más eficaz de venganza era la sátira, las burlas y la recriminación contra la Compañía. Concluía con la habitual evasión de que Jansenius no escribió en el sentido que le atribuía el Papa. Las “Provinciales” fueron el primer ejemplo notable en idioma francés de sátira escrita en términos moderados y estudiadamente corteses; y su gran mérito literario atrajo poderosamente el gusto francés por la agudeza. Demasiado ligeras para ser respondidas eficazmente mediante la refutación, estaban al mismo tiempo lo suficientemente envenenadas como para hacer un daño grande y duradero; aunque frecuentemente se ha probado que tergiversa las enseñanzas de los jesuitas mediante omisiones, alteraciones, interpolaciones y falsos contextos, notablemente por el Dr. Karl Weiss, de Gratz, “P. Antonio de Escobar y Mendoza als Moraltheologe in Pascals Beleuchtung und im Lichte der Wahrheit”.

La causa de los jesuitas estuvo también comprometida por las diversas disputas de Luis XIV con Inocencio XI, especialmente las concernientes a la régale, y a los artículos galicanos de 1682 (Ver Luis XIV e Inocencio XI. Los diferentes puntos de vista de estos artículos pueden ayudar a ilustrar las diferencias de opinión prevalecientes dentro de la orden en esta cuestión). Al principio hubo en ambas partes la tendencia a dejar de lado a los jesuitas franceses. En ese momento no se les pidió que suscribieran los artículos galicanos, mientras que Inocencio pasó por alto su adhesión al rey, con la esperanza de que su moderación pudiera producir la paz. Pero apenas era posible que pudieran escapar a todos los conflictos bajo una presión tan apremiante. Luis concibió la idea de unir a todos los jesuitas franceses bajo un vicario, independiente del general de Roma. Antes de dar a conocer esto, convocó a todos sus súbditos jesuitas, y todos, incluso el asistente, Père Fontaine, volvieron a Francia. Luego propuso la separación, que Tirso González rechazó formalmente. Los provinciales de las cinco provincias jesuitas francesas imploraron al rey que desistiera, lo que al fin hizo. Se ha alegado que el decreto papal prohibiendo la recepción de novicios entre 1684-6 se publicó en castigo del apoyo dado por los jesuitas franceses a Luis (Cretineau-Joly). Se alude a la cuestión en el Breve de Supresión; pero es aún oscura y parecería más bien estar relacionada con los ritos chinos que con las dificultades en Francia. Excepto por el interdicto sobre sus escuelas de París, en 1716-29, por el Cardenal de Noailles, la suerte de la orden fue muy tranquila y próspera durante la siguiente generación. En 1749, los jesuitas franceses estaban divididos en cinco provincias con los siguientes miembros: Francia, 891; Aquitania, 437; Lyon, 772; Toulouse, 655; Champagne, 594; total, 3.350 (1.763 sacerdotes) en 158 casas.

E. Alemania

El primer jesuita en trabajar aquí fue el Beato Pedro Fabro (vid.) quien ganó para sus filas al Beato Pedro Canisio (vid.) a cuya diligencia y destacada santidad de vida se debe especialmente el surgimiento y prosperidad de las provincias alemanas. En 1556 había dos provincias, Alemania del Sur (Germania Superior, hasta Maguncia incluida) y Alemania del Norte (Germania Inferior, que incluía Flandes). La primera residencia de la Compañía estuvo en Colonia (1544), el primer colegio en Viena (1552). Los colegios jesuitas fueron pronto tan populares que se solicitaban en todas partes, más rápido de lo que era posible fundarlos, y los grupos más grandes de estos se convirtieron en nuevas provincias. Austria se desgajó en 1563, Bohemia en 1623, Flandes se había convertido en dos provincias separadas en 1612, y Renania también dos provincias en 1626. En esa época, las cinco provincias de habla alemana contaban más de 100 colegios y academias. Pero mientras tanto toda Alemania estaba en desorden con la Guerra de los Treinta Años, que se había desarrollado hasta entonces, en términos generales, de manera favorable a las potencias católicas. En 1629 se produjo el Restitutionedikt (ver Contrarreforma) por el que el emperador redistribuía con la sanción papal la antigua propiedad de la Iglesia que había sido recobrada de la usurpación de los protestantes. La Compañía recibió amplias concesiones, pero no se benefició mucho por eso. Siguieron algunas amargas controversias con los antiguos poseedores de las propiedades, que a menudo eran benedictinos, y muchas de las adquisiciones se perdieron durante el siguiente periodo de la guerra.

Los sufrimientos de la orden durante el segundo periodo fueron dolorosos. Incluso antes de la guerra habían sido sistemáticamente perseguidos y enviados al exilio por los príncipes protestantes, en cuanto estos tuvieron oportunidad. En 1618 fueron expulsados de Bohemia, Moravia, y Silesia; y después de la llegada de Gustavo Adolfo la violencia a la que estaban sujetos se incrementó. La fanática propuesta de expulsarlos para siempre de Alemania fue hecha por él en 1631, y de nuevo en Francfort en 1633; y este consejo de odio adquirió un arraigo que aún ejerce influencia sobre la opinión protestante alemana. El éxito inicial de los católicos naturalmente excitó mayores antipatías, especialmente en cuanto que los grandes generales católicos, Tilly, Wallenstein, y Piccolomini habían sido alumnos de los jesuitas. Durante el sitio de Praga, 1648, el Padre Plachy formó con éxito un cuerpo de estudiantes para la defensa de la ciudad, y se le concedió la corona mural por sus servicios. La provincia del Alto Rhin sola perdió setenta y siete padres en hospitales de campaña o durante los combates. Tras la paz de Westfalia, 1648, la marea de la Contrarreforma se había más o menos agotado. El periodo de fundación había pasado y hay pocos acontecimientos externos que registrar. La última conversión notable fue la del Príncipe Federico Augusto de Sajonia (1697), después rey de Polonia. Los Padres Vota y Salerno (después cardenal) estuvieron íntimamente relacionados con esta conversión. Tras los muros de sus colegios y en las iglesias por todo el país la obra de enseñanza, escritura y predicación prosiguió sin mengua, mientras se elevaban y descendían las tormentas de la controversia, y las misiones lejanas, especialmente China y las misiones españolas de Sudamérica, reivindicaban logros de la mayor nobleza y elevación de espíritu. A este periodo pertenecen Philip Jenigan (muerto en 1704) y Franz Hunolt (muerto en 1740), quizá los máximos predicadores jesuitas alemanes; Tschupick, Josef Sneller, e Ignatius Wurz adquirieron una reputación casi igual en Austria. En 1749 las provincias alemanas contaban como sigue: Germania Superior, 1.060; Bajo Rhin, 772; Alto Rhin, 497; Austria, 1772; Bohemia, 1.239; total, 5.340 miembros (2.558 sacerdotes) en 307 casas.(Ver también el artículo índice bajo el título “Compañía de Jesús”, y nombres tales como Becan, Byssen, Brouwer, Dreschel, Lohner, etc.). Hungría estaba incluida en la provincia de Austria. El principal protector de la orden fue el cardenal Pazmany (vid.). Varias veces se intentó por los jesuitas alemanes la conversión de Suecia, pero no se les permitió permanecer en el país. El rey Juan III, sin embargo, que se había casado con una princesa polaca, se convirtió en realidad (1578) por medio de varias misiones de los Padres Warsiewicz y Possevinus, este último acompañado por el inglés Padre William Good; pero el rey no tuvo valor para perseverar. La reina Cristina (vid.) en 1654 ingresó en la Iglesia, en gran medida por la ayuda de los Padres Macedo y Casati, habiendo renunciado a su trono para este propósito. Los padres austriacos mantuvieron una pequeña residencia en Moscú de 1684 a 1718, que había sido abierta por el Padre Vota (ver Possevinus).

F. Polonia

El beato Pedro Canisio, que visitó Polonia en el séquito del legado Mantuato en 1558, tuvo éxito al animar al rey Segismundo a una enérgica defensa del Catolicismo, y el obispo Hosius de Ermland fundó el colegio de Braunsburg en 1584, que con el de Vilna (1569) se convirtieron en los centros de la actividad católica de la Europa Nororiental. El rey Esteban Bathory, gran protector de la orden, fundó un Colegio Ruteno en Vilna en 1575. Desde 1588, el Padre Peter Skarga (muerto en 1612) produjo una gran impresión con su predicación. Hubo violentos ataques contra la Compañía en la revolución de 1607, pero tras la victoria de Segismundo III los jesuitas recuperaron con creces el terreno perdido; y en 1608 la provincia se subdividiría en Lituania y Polonia. La animosidad contra los jesuitas, sin embargo, se desahogó en Cracovia en 1612, por medio de la difamatoria sátira titulada “Monita secreta” (vid.). El rey Casimiro, que había sido antes jesuita, favoreció no poco a la Compañía; así lo hizo también Sobieski, y su campaña para liberar a Viena de los turcos (1683) se debió en parte a las exhortaciones del padre Vota, su confesor. Entre los grandes misioneros polacos se cuentan Benedict Herbst (muerto en 1593) y el Beato Andrés Bobola. En 1756 las provincias polacas fueron reorganizadas en cuatro: Gran Polonia, Pequeña Polonia, Lituania, y Mazovia, que contaban en total con 2.359 religiosos. Los jesuitas polacos, aparte de sus propias misiones, tenían otras en Estocolmo, Rusia, Crimea, Constantinopla, y Persia (Ver Cracovia, Universidad de).

G. Bélgica

La primera fundación fue en Lovaina en 1542, adonde los estudiantes que estaban en París se retiraron ante la declaración de guerra entre Francia y España. En 1556 Ribadeneira obtuvo autorización legal de Felipe II para la Compañía, y en 1564 Flandes se convirtió en una provincia separada. Sus comienzos, sin embargo, no fueron de ningún modo uniformemente prósperos. El duque de Alba era frío y suspicaz, mientras que las guerras de las provincias en rebelión obraban con fuerza contra ella. En la pacificación de Gante (1576), se ofreció a los jesuitas un juramento contra los gobernantes de los Países Bajos, lo que ellos rehusaron firmemente, y fueron expulsados de sus casas. Pero esto por fin les ganó el favor de Felipe; y bajo Alejandro Farnesio la suerte cambió por completo en su favor. El Padre Oliver Manare se convirtió en el dirigente a la medida de la situación, a quien el propio Acquaviva saludó como “Pater Provinciae”. En pocos años se fundaron un gran número de colegios bien dotados, y en 1612 la provincia tuvo que ser subdividida. La Flandro-Belgica contaba con dieciséis colegios y la Gallo-Belgica con dieciocho. Todos salvo dos eran escuelas diurnas sin colegios preparatorios para niños pequeños. Funcionaban con un personal relativamente pequeño de cinco o seis, a menudo sólo tres profesores, aunque sus alumnos podían contar con varios cientos. La enseñanza era gratuita, pero una dotación suficiente para el sostén de los maestros era un preliminar necesario. Aunque la educación preparatoria y elemental no estaba aún de moda, la atención prestada a la enseñanza del catecismo era muy elaborada. Las clases eran regulares, y los intervalos se animaban con música, ceremonias, representación de misterios, y procesiones. A éstas asistían a menudo toda la magistratura en traje de ceremonia, mientras que el mismo obispo asistía a la distribución de premios. Una congregación especial se constituyó en Amberes en 1648 para organizar a damas y caballeros, nobles y burgueses, como maestros de escuela dominical, y en ese año sus clases contaban en total con 3.000 niños. Organizaciones similares existieron por todo el país. Las clases de primera comunión constituyeron una extensión del catecismo. En Brujas, Bruselas, y Amberes, entre 600 y 1600 asistían a las clases de comunión.

Las congregaciones marianas jesuitas fueron instituidas en primer lugar en Roma por un jesuita belga, Juan Leunis, en 1563. Su país natal pronto las adoptó con entusiasmo. Cada colegio tenía normalmente cuatro:

para los alumnos (más a menudo dos, una para los mayores, otra para los pequeños); para los jóvenes que salían del colegio; para adultos (más a menudo varias) – para trabajadores, comerciantes, clases profesionales, nobles, sacerdotes, médicos, etc., etc.; para niños pequeños. En la época anterior a que los hospitales, asilos, y la educación elemental estuviera regularmente organizada y sostenida por el Estado; antes de que las cuotas para entierros, los sindicatos, y similares suministraran ayuda específica al trabajador, estas cofradías desempeñaban las funciones de tales instituciones, de manera tal vez casera pero gratuitamente, reuniendo a todas las categorías para el alivio de la indigencia. Algunas de estas congregaciones fueron muy populares, y sus registros muestran aún los nombres de los primeros artistas y sabios de la época (Teniers, Van Dyck, Rubens, Lipsius, etc.). Archiduques y reyes e incluso cuatro emperadores se encuentran entre los cofrades de Lovaina. Probablemente el primer cuerpo permanente de capellanes del Ejército fue el establecido por Farnesio en 1587. Estaba integrado de diez a veinticinco capellanes, y se le denominó la “Missio castrensis”, y duró como institución hasta 1660. La “Missio navalis” fue una institución análoga para la marina. La provincia Belga-Flamenca contaba 542 miembros en 1749 (232 sacerdotes) en 30 casas. La Franco-Belga, 471 (266 sacerdotes) en 25 casas.

H. Inglaterra

Fundada en Roma después de que hubiera comenzado el cisma inglés, la Compañía tuvo gran dificultad en encontrar una forma de entrar en Inglaterra, aunque Ignacio y Ribadeneira visitaron el país en 1531 y 1558, y se han rezado oraciones por su conversión por toda la orden hasta la actualidad (ahora bajo la designación común de “naciones del Norte”). Otros de los primeros jesuitas se dedicaron al seminario inglés de Douai y a los refugiados de Lovaina. El efecto de la expulsión por Isabel de los católicos de Oxford, 1562-75, fue que muchos se refugiaran en el extranjero. Varias docenas de jóvenes ingresaron en la Compañía, algunos de ellos fueron voluntarios a las misiones exteriores, y así ocurrió que el precursor de esas legiones de ingleses que van a la India a hacer carrera fue el misionero jesuita inglés Thomas Stephens. John Yate (alias Vincent, nacido en 1550; muerto después de 1603) y John Meade (ver Almeida) fueron pioneros de las misiones de Brasil. Los más destacados de los primero reclutas fueron Thomas Darbishire y William Good, seguidos en el tiempo por el Beato Edmund Campion (vid.) y Robert Persons. Este último fue el primero en concebir y elaborar la idea de la misión inglesa, que, a petición del Dr. Allen, fue emprendida en Diciembre de 1578.

Antes de esto la Compañía se había hecho cargo del Colegio Inglés de Roma (ver Colegio Inglés), por orden del Papa, el 19 de Marzo de 1578. Pero sobrevinieron dificultades debido a las desdichas inherentes a la situación de los refugiados religiosos. Muchos hicieron todo el camino hasta Roma esperando pensiones, o becas del rector, que al principio se convirtió, a su despecho, en el dispensador de limosnas del Papa Gregorio. Pero pronto faltaron las limosnas, y varios alumnos tuvieron que ser expulsados por indignos. De aquí las decepciones y torrentes de quejas, cuya relación se lee con tristeza al lado de los consoladores relatos de los martirios de hombres como Campion, Cottam, Southwell, Walpole, Page, y otros, y los esfuerzos de un Hetward, Weston, o también Gerard Persons y Crichton que, conviniendo en la idea, tan común en el extranjero, de que una contrarrevolución a favor de María Estuardo no sería difícil, llevaron a cabo dos o tres misiones políticas en Roma y Madrid (1582-84) antes de darse cuenta de que sus planes no eran factibles (ver Persons). Después de la Armada Invencible (vid.), Persons indujo a Felipe a crear más seminarios, y de ahí las fundaciones en Valladolid, St.Omer, y Sevilla (1589, 1592, 1593), todos puestos a cargo de los jesuitas ingleses. Por otro lado sufrieron un retroceso en la así llamada Controversia del Arcipreste (1598-1602) que la diplomacia francesa en Roma convirtió en su momento en una oportunidad para obrar contra España. (ver Blackwell; Garnet). La ayuda de Francia, y la influencia de la Contrarreforma francesa fueron en conjunto muy beneficiosas. Pero muchos que se refugiaron en París se acostumbraron a una atmósfera galicana, y de ahí tal vez algunas opiniones regalistas sobre el Juramento de Lealtad, y algo de la excitación en el debate sobre la jurisdicción de los obispos de Calcedonia, sobre lo cual ver más abajo. Los sentimientos de tensión continuaron hasta las misiones de Pizzani, Conn, y Rosetti, 1635-41. Aunque el primero de estos fue algo hostil, fue retirado en 1637, y sus sucesores lograron una paz, justo a punto para ser interrumpida por la Guerra Civil, 1641-60.

Antes de 1606, los jesuitas ingleses habían fundado casas para otros, pero ni ellos ni ninguna otra orden inglesa había erigido casas para ellos mismos. Pero durante el así llamado “Movimiento de Fundación”, debido a muchas causas pero especialmente tal vez al estímulo de la Contrarreforma (vid.) en Francia, un completo conjunto de fundaciones se estableció en Flandes. El noviciado empezó en Lovaina en 1606, se trasladó a Lieja en 1614, y a Watten en 1622. La casa de Lieja continuó como escolasticado, y la casa de tercera probación en Gante en 1620. La “misión” se convirtió en 1619 en vice-provincia, y el 21 de Enero de 1623, en provincia, con el P. Richard Blout como primer provincial; y en 1634 fue capaz de hacerse cargo de la misión extranjera de Maryland (ver más abajo) en la antigua Compañía. Los jesuitas ingleses en este periodo alcanzaron también sus máximas cifras. En 1621, eran 211, en 1636, 374. En este último año, su renta total ascendía a 45.086 scudi (unas 11.270 libras inglesas de 1913). Tras la guerra civil tanto los miembros como la renta cayeron considerablemente. En 1649 había sólo 264 miembros, y 23.055 scudi de renta (unas 5.760 libras); en 1654 la renta era de sólo 17.405 scudi (unas 4.350 libras).

Desde la época de la reina Isabel los mártires habían sido pocos – sólo uno, el Venerable Edmund Arrowsmith (vid.) en el reinado de Carlos I. El 26 de Octubre de 1623 habían tenido lugar las “Tristes Vísperas”. Una congregación se había reunido para las vísperas en el desván de la embajada francesa en Blackfriars, cuando el piso cedió. Los Padres Drury y Rediate con 61 (tal vez 100) de la congregación murieron. El 14 de Marzo de 1628, siete jesuitas fueron capturados en St John’s Clerkenwell, con un gran número de documentos. Estos problemas, sin embargo, fueron leves, comparados con los padecimientos durante la República, cuando la lista de mártires y confesores ascendió a diez. Como los jesuitas dependían tanto de las familias rurales, era seguro que sufrirían gravemente por la guerra, y el colegio de St. Omer casi se arruinó. El antiguo conflicto del Juramento de Lealtad revivió con el Juramento de Abjuración y las “tres preguntas” propuestas por Fairfax el 1 de Agosto de 1647 (Ver White, Thomas). Los representantes del clero regular y secular, entre ellos el Padre Henry More, fueron invitados al poco tiempo a suscribirlos. Así lo hicieron, pensando More que podía, “considerando las razones del preámbulo”, que modificaba considerablemente las palabras del juramento. Pero el provincial, P. Silesdon, le hizo volver de Inglaterra, y le mantuvo apartado de sus funciones durante un año; un castigo que, incluso si se considera severo para su transgresión, no puede lamentarse, en cuanto que le llevó a escribir la historia de los jesuitas ingleses hasta el año 1635 (“Hist., missionis anglicanae Soc. Iesu, ab anno salutis MDLXXX “, St. Omer, 1660).

Con la Restauración, 1660, vino un periodo de mayor calma, seguido por la peor tempestad de todas, la conspiración de Oates (vid.), en que los jesuitas perdieron a ocho de los suyos en el cadalso y a trece en prisión en cinco años, 1678-83. Luego el periodo de máxima prosperidad bajo el rey Jacobo II (1685-88). Les dio un colegio, y una capilla pública en Somerset House, hizo al Padre Petri su capellán, y el 11 de Noviembre de 1687, miembro del Consejo Privado. También eligió como confesor al padre Warner, y fomentó la predicación y las discusiones que se llevaron a cabo con no pequeño fruto. Pero este periodo de prosperidad sólo duró unos pocos meses; con la Revolución de 1688, los Padres recuperaron su patrimonio de persecución. Los últimos jesuitas que murieron en prisión fueron los Padres Poulton y Aylworth (1690-92). La legislación represiva de Guillermo III no tuvo el efecto pretendido de exterminar a los católicos, pero los redujo a colectivo proscrito y sujeto a ostracismo. A partir de entonces los anales de los jesuitas ingleses muestran poco que sea nuevo o llamativo, aunque su número y obras de caridad estaban bien mantenidas. Muchos de los Padres en Inglaterra eran capellanes de familias de caballeros, ocupando casi un millar de estos puestos durante el Siglo XVIII.

La ley eclesiástica bajo la cual trabajaban los jesuitas ingleses era hasta cierto punto especial. Al principio en realidad todo estaba indefinido, los regulares y los seculares viviendo al estilo de una verdadera familia feliz. Sin embargo, conforme se desarrolló la organización, la fricción entre las partes no siempre se pudo evitar, y se hizo necesaria una legislación. Mediante la institución del arcipreste (7 de Marzo de 1598), y por las subsiguientes modificaciones de la institución (6 de Abril de 1599; 17 de Agosto de 1601, y 5 de Octubre de 1602), se suprimieron diversas ocasiones de fricción y se introdujeron principios para un gobierno estable. Tan pronto como la reina Enriqueta María pareció capaz de proteger a un obispo en Inglaterra, se envió a los obispos de Calcedonia in partibus infidelium, en 1623 y en 1625. El segundo de estos, el Dr. Richard Smith, se esforzó, sin tener la facultad necesaria de Roma, en introducir la aprobación episcopal de los confesores. Esto condujo al breve “Brittanica” de 9 de Mayo de 1631 que dejó las facultades de los misioneros regulares en su anterior dependencia inmediata de la Santa Sede. Pero tras la institución de los vicarios apostólicos en 1685, por un decreto de 9 de Octubre de 1695, los regulares se vieron obligados a obtener la aprobación del obispo. Hubo naturalmente muchas otras cuestiones que precisaron arreglos, pero las dificultades de la situación en Inglaterra y la distancia de Roma hizo lenta y dificultosa la legislación. En 1745 y 1748 se lograron decretos contra los que se presentaron apelaciones; y no fue hasta el 31 de Mayo de 1753 cuando se dictaron por Benedicto XIV las “Regulae missionis” en la Constitución “Apostolicum ministerium”, que reguló la administración eclesiástica hasta la publicación de la Constitución “Romanos Pontifices” en 1881. En el año de la supresión, 1773, se contaban 274 jesuitas ingleses. (Ver Coffin, Edward; Cresswell; Confesores y Mártires ingleses; More, Henry; Leyes Penales; Persons, Robert; Petre, Sir Edward; Plowden; Sabran, Louis de; Southwell; Spencer, John; Stephens, Thomas; Redford.).

I. Irlanda

Uno de los primeros encargos que los Papas confiaron a la Compañía fue el de actuar como enviados a Irlanda. Los Padres Salmeron y Brouet se las arreglaron para llegar al Ulster durante la Cuaresma de 1642, pero las inmensas dificultades de la situación tras los éxitos de Enrique VIII de 1541 les hacía imposible vivir allí con seguridad; mucho menos cumplir con sus funciones o comenzar las reformas que el papa les había confiado. Bajo la reina María, los jesuitas habrían vuelto, si hubieran tenido hombres dispuestos. En realidad había ya algunos novicios irlandeses, y de estos David Woulfe volvió a Irlanda el 20 de Enero de 1561 con amplias facultades apostólicas. Consiguió candidatos para las sedes dejadas vacantes por Isabel, mantuvo abierto un colegio de segunda enseñanza durante algunos años, y envió varios novicios a la orden; pero finalmente fue encarcelado y tuvo que huir al continente. Poco después se organizó regularmente la “misión irlandesa” bajo superiores irlandeses, empezando con el P. Richard Fleming (muerto en 1590), profesor del Colegio de Clermont, y luego canciller de la Universidad de Pont-à-Mousson. En 1609, la misión contaba con setenta y dos, cuarenta de los cuales eran sacerdotes, y dieciocho estaban trabajando en Irlanda. Para 1617 esta cifra se había incrementado a treinta y ocho; el resto estaban en su mayor parte formándose entre sus colegas franceses y españoles. La fundación de colegios en el extranjero, en Salamanca, Santiago, Sevilla, y Lisboa, para la educación del clero fue debida principalmente al Padre Thomas White (muerto en 1622). Fueron coordinados y durante mucho tiempo dirigidos por el P. James Arthur de Kilkenny, después misionero en el Ulster y capellán de Hugh O’Neill. El Colegio Irlandés de Poitiers estuvo también bajo la dirección de jesuitas irlandeses, como lo estuvo el de Roma durante algún tiempo (ver Colegio Irlandés, en Roma).

La máxima extensión en Irlanda fue naturalmente durante el predominio de la Confederación (1642-54) con la que el Padre Matthew O’Hartigan gozó de gran favor. Los colegios, escuelas y residencias jesuitas ascendían entonces a trece, con un noviciado en Kilkenny. Durante la dominación protestante, el número de jesuitas cayó de nuevo a dieciocho, pero en 1685, bajo Jacobo II hubo veintiocho con siete residencias. Tras la Revolución, su número cayó de nuevo a seis, y luego se elevó a diecisiete en 1717, y a veintiocho en 1755. Los Padres procedían principalmente de las antiguas familias anglo-normandas, pero casi todos los misioneros hablaban irlandés, y la labor misionera fue la ocupación principal de los jesuitas irlandeses. El P. Robert Rochford estableció una escuela en Youdal ya en 1575; se dio educación universitaria en Dublín en el reinado de Carlos I, hasta que los edificios fueron confiscados y entregados al Trinity College; y el Padre John Austin mantuvo una floreciente escuela en Dublín durante veintidós años antes de la Supresión.

Un resumen de la obra de los jesuitas en Irlanda se encontrará en los artículos sobre los Padres Christopher Holywood y Henry Fitzsimon; pero fue en el extranjero, dada la naturaleza del caso, en donde el genio irlandés del momento encuentra su más amplio reconocimiento. Stephen White, Luke Wadding, primo de su homónimo el franciscano famoso, en Madrid; Andrew y Peter Wadding en Dilligen y Gratz respectivamente; J.B. Duiggin y John Lombard en Yprès y Amberes; Thomas Comerford en Santiago de Compostela; Paul Sherlock en Salamanca; Richard Lynch (1611-76) en Valladolid y Salamanca; James Kelly en Poitiers y París; Peter Plunket en Leghorn. Entre los escritores distinguidos estaban William Bathe, cuya “Janua linguarum” (Salamanca, 1611) fue la base de la obra de Commenius. Bertrand Routh (nacido en Kilkenny en 1695) escribió en las “Mémoires de Trévoux” (1734-43), y asistióa Montesquieu en su lecho de muerte. En el campo de las misiones extranjeras, O’Fihily fue uno de los primeros apóstoles de Paraguay, Y Thomas Lynch era provincial en Brasil en la época de la Supresión. En esta época también, Roger Magloire estaba trabajando en Martinica, y Philip O’Reilly en Guayana. Pero era en el campo de misión de la propia Irlanda, al que todos los demás, de una forma u otra, conducían, en el que más pensaban los jesuitas irlandeses. Sus esfuerzos se dedicaron principalmente a las ciudades amuralladas del antiguo “English Pale” (región alrededor de Dublín). Aquí mantuvieron vigorosa la fe, a despecho de las persecuciones, que, si a veces remitían, fueron sin embargo largas y duras. El primer mártir jesuita irlandés fue Edmund O’Donnell quien padeció en Cork en 1575. Otros de esta lista de honor son: Dominic Collins, un hermano lego, en Youghal, 1602; William Boynton, en Cahel, 1647; los Padres Netterville y Bathe, a la caída de Drogheda en 1649. El Padre David Gallway trabajó entre los gaélicos dispersos y perseguidos de las Islas y las Tierras Altas de Escocia, hasta su muerte en 1643. (Ver también Fitzsimon; Malone; O’Donnell; Talbot, Peter; Confesores y Mártires irlandeses).

J. Escocia

El Padre Nicholas de Gouda fue enviado a visitar a la reina María de Escocia en 1562 para invitarla a enviar obispos al Concilio de Trento. El poder de los protestantes hizo imposible lograr este objetivo, pero de Gouda conferenció con la reina y se trajo de vuelta con él a seis jóvenes escoceses, que habían de probar ser los fundadores de la misión. De estos se destacó pronto Edmund Hay y fue rector del Colegio de Clermont, en París. En 1584, Crichton volvió con el Padre James Gordon, tío del conde de Huntly, a Escocia; el primero fue capturado, pero el segundo tuvo un éxito extraordinario, y la misión escocesa propiamente dicha se puede decir que empezó con él, y con los Padres Edmund Hay y John Drury, que vinieron en 1585. El conde de Huntly se convirtió en el líder católico, y la suerte de su partido pasó por muchos extraños cambios. Pero la victoria católica de Glenlivet, en 1594, suscitó el mal humor de la Iglesia de Escocia hasta tal punto que Jacobo, aunque le repugnaba la severidad, se vio forzado a moverse contra los lores católicos y al final Huntly se vio obligado a dejar el país, y luego, cuando volvió se sometió a la Iglesia de Escocia en 1597. Esto acabó con la extensión del Catolicismo; el Padre James Gordon tuvo que marcharse en 1595, pero el Padre Abercrombie logró convertir a Ana de Dinamarca, quien, sin embargo, probó no ser una conversa muy valerosa. Mientras tanto los jesuitas habían obtenido la dirección del Colegio Escocés fundado por María Estuardo en París, que fue sucesivamente trasladado a Pont-à-Mousson y a Douai. En 1600 se fundó en Roma otro colegio que se puso a su cargo, y había también otro pequeño en Madrid.

Tras llegar al trono inglés, Jacobo se inclinó a introducir el episcopado en Escocia, y para reconciliar a los presbiterianos con esto les permitió perseguir a los católicos a su gusto. Por su bárbara “excomunión”, el sufrimiento infligido fue increíble. El alma de la resistencia a esta crueldad fue el Padre James Anderson, quien, sin embargo, al ser objeto de búsqueda especial, tuvo que ser retirado en 1611. En 1614, fueron enviados los Padres John Ogilvie (vid.) y James Moffat, sufriendo este último martirio en Glasgow el 10 de Marzo de 1615. En 1620, el Padre Patrick Anderson (vid.) fue procesado, pero al final desterrado. Después de esto sobrevino un corto periodo de paz, 1625-27, seguido por otra persecución, 1629-30, y otro corto periodo de paz antes de la insurrección de los covenanters, y las guerras civiles, 1638-45. Había unos seis padres en la misión en esa época, algunos capellanes de la pequeña nobleza católica, algunos viviendo la vida entonces agreste de los highlanders, especialmente durante las campañas de Montrose. Pero tras Philiphaugh (1645), la suerte de los monárquicos y de los católicos sufrió un triste cambio. Entre los que cayeron en manos del enemigo estaba el Padre Andrew Leslie, que ha dejado un vivaz relato de sus prolongados padecimientos en diversas prisiones. Tras la Restauración hubo un nuevo periodo de paz en el que los misioneros jesuitas recogieron una considerable cosecha, pero durante los disturbios causados por los covenanters (vid.) se reanudó la persecución de los católicos. Jacobo II les favoreció en lo que pudo, nombrando a los Padres James Forbes y Thomas Patterson capellanes de Holyrood, donde también se abrió una escuela. Tras la Revolución, los Padres se dispersaron, pero volvieron, aunque en número menguante.

II. Misiones

Ninguna esfera de actividad religiosa es tenida en tan gran estima entre los jesuitas como la de las misiones extranjeras; y desde el principio, los hombres de más altas cualidades, como San Francisco Javier, se han dedicado a esta labor. De ahí que tal vez se pueda formar una mejor idea de las misiones jesuitas leyendo las vidas de sus grandes misioneros, que se encontrarán bajo sus nombres respectivos (ver el Índice), que de la información que sigue, en la que la atención se limita a los asuntos generales.

A. India

Cuando se inició la Compañía, las grandes potencias colonizadoras eran España y Portugal. La carrera de San Francisco Javier, en cuanto se refiere a su dirección geográfica y límites, estuvo en gran medida determinada por los establecimientos portugueses en Oriente, y por las rutas mercantiles seguidas por los comerciantes portugueses. Al llegar a Goa en 1542, evangelizó primero la costa occidental y Ceilán; en 1545 estuvo en Malaca; en 1549 en Japón. Al mismo tiempo envió a sus pocos ayudantes y catequistas a otros centros, y en 1552 partió para China, pero murió a final de año en una isla costera. La obra de Javier fue continuada, con Goa como cuartel general, y el padre Barzaeus como sucesor. El Padre Antonio Criminali, el primer mártir de la Compañía, padeció martirio en 1549 y el Padre Méndez le siguió en 1552. En 1559 el Beato Rodolfo Acquaviva visitó la corte de Akbar el Grande, pero sin efecto permanente. El gran impulso de conversiones se produjo después de que el Venerable Roberto de Nobili (vid.) se declarara un brahmin sannjasi y viviera la vida de los brahmines (1606). En Tanjore y en otros lugares hizo entonces una inmensa cantidad de conversos, a los que se les permitió mantener las distinciones de su casta, con muchas costumbres religiosas; las cuales, sin embargo, fueron condenadas al fin (tras mucha controversia) por Benedicto XIV en 1744. Esta condena produjo un efecto deprimente en la misión, aunque al mismo tiempo los Padres López y Acosta dedicaban su vida con singular heroísmo al servicio de los parias. La Supresión de la Compañía, que vino poco después, completó la desolación de un campo misionero en otro tiempo prolífico. (Ver Ritos Malabares).

Desde Goa también se organizaron misiones a la costa oriental de África. La misión de Abisinia, bajo los Padres Nunhes, Oviedo y Paes duró, con diversa fortuna, más de un siglo 1555-1690 (ver Abisinia, I, 76). La misión en el Zambeze bajo los Padres Silveira, Acosta y Fernández sólo tuvo corta duración; así también la obra del Padre Gouveia en Angola. En el Siglo XVII, los misioneros penetraron en el Tibet, llegano los Padres Desideri y Freyre a Lhasa. Otros extendieron la misión persa, desde Ormuz hasta tan lejos como Ispahan. Hacia 1700 las misiones persas contaban con 400.000 católicos. Las costas del sur y el este de la India, con Ceilán estaban incluidas desde 1614 en la provincia separada de Malabar, con misiones francesas independientes en Pondichery. Malabar contaba con cuarenta y siete misioneros (portugueses) antes de la Supresión, mientras que las misiones francesas contaban con 22. (Ver Hanxleden).

B. Japón

La misión japonesa (ver Japón, VIII, 306) se convirtió gradualmente en provincia, pero el seminario y la sede del gobierno siguió estando en Macao. Para 1582 el número de cristianos se estimaba en 200.000, con 250 iglesias, y 59 misioneros, de los que 23 eran sacerdotes, y 26 japoneses habían sido admitidos en la Compañía. Pero 1587 vio los comienzos de la persecución, y hacia el mismo periodo comenzaron las rivalidades de naciones y de órdenes que competían entre sí. La corona portuguesa había sido asumida por España, y los comerciantes españoles introdujeron a dominicos y franciscanos españoles. Al principio Gregorio XIII prohibió esto (28 de Enero de 1585) pero Clemente VIII y Paulo V (12 de Diciembre de 1600; 11 de Junio de 1608) suavizaron y revocaron la prohibición, y la persecución de Taico-sama apagó en sangre cualquier descontento que pudiera haber surgido en consecuencia. La primera gran matanza de 26 misioneros tuvo lugar en Nagasaki el 5 de Febrero de 1597. Luego vinieron quince años de relativa paz, y gradualmente el número de cristianos ascendió a aproximadamente 1.800.000 y los misioneros jesuitas a 140 (63 sacerdotes). En 1612 estalló de nuevo la persecución, incrementando su dureza hasta 1622, en que más de 120 mártires padecieron martirio. El “gran martirio” tuvo lugar el 20 de Septiembre, cuando el Beato Carlos Spínola (vid.) sufrió el martirio con representantes de los dominicos y los franciscanos. Durante los siguientes veinte años, la matanza continuó sin piedad, siendo ejecutados enseguida todos los jesuitas que desembarcaron.. En 1644 el Padre Gaspar Amaral se ahogó al intentar desembarcar, y su muerte puso fin al siglo de esfuerzo misionero que los jesuitas habían hecho para traer la fe a Japón. El nombre de provincia japonesa se mantuvo, y contaba con 57 personas en 1660; pero la misión se limitaba realmente a Tonkín y Cochinchina, desde dónde se establecieron puestos en Annam, Siam, etc.(ver Indochina, VII, 774-5; Japoneses, Mártires).

C. China

Un relato detallado de esta misión de 1552 a 1773 se encontrará en China (III, 672-74) y en Mártires en China, y en las vidas de los misioneros Bouvet, Brancati, Carneiro, Cibot, Fridelli, Gaubil, Gerbillon, Herdtrich, Mailla, Martini, Matteo Ricci, Schall von Bell, y Verbiest (vid.). Desde 1581, cuando la misión se organizó, estaba integrada por padres portugueses. Fundaron cuatro colegios, un seminario y unos cuarenta puestos bajo un vice-provincial que residía frecuentemente en Pekín; cuando la Supresión había 54 padres. Desde 1687 hubo una misión especial de los jesuitas franceses en Pekín, bajo su propio superior; cuando la Supresión eran 23.

D. América Central y del Sur

Las misiones de América Central y del Sur se dividieron entre Portugal y España (ver América, I, 414). En 1549, el Padre Numbrega y cinco compañeros, portugueses, fueron a Brasil. Al principio el progreso fue lento, pero cuando se aprendieron los idiomas, y se adquirió la confianza de los nativos, el progreso se hizo rápido. El Beato Ignacio de Azevedo y sus treinta y un compañeros fueron martirizados en su camino allí en 1570. Las misiones, sin embargo, prosperaron de manera constante con jefes tales como José Anchieta y Juan Almeida (vid.)(Meade). En 1630 había 70.000 conversos. Antes de la Supresión, todo el país había sido dividido en misiones, asistidas por 445 jesuitas en Brasil, y 146 en la viceprovincia de Maranhao.

E. Paraguay

De las misiones españolas, la más destacada es la de Paraguay (ver Guaraníes, Indios; Abipones; Argentina, República; Reducciones del Paraguay). La provincia comprendía 584 miembros (de los cuales 385 eran sacerdotes) antes de la Supresión, con 113.716 indios a su cargo.

F. México

Más grande incluso que la de Paraguay fue la provincia misionera de México, que incluía California, con 572 jesuitas y 122.000 indios (Ver también California, Misiones de; México, pp. 258, 266, etc.; Añazco; Clavígero; Díaz; Ducrue; etc.). El conflicto respecto a jurisdicción (1647) con Juan de Palafox y Mendoza (vid.) obispo de La Puebla, condujo a una apelación ante Roma que fue decidida por Inocencio X en 1648, pero después se convirtió en una cause célèbre. Las demás misiones españolas, Nueva Granada (Colombia), Chile, Perú, Quito (Ecuador), fueron administradas por 193, 242, 526, y 209 jesuitas respectivamente (ver Alegre; Araucanos; Arawaks; Barrasa; Moxos, Indios).

G. Estados Unidos

El Padre Andrew White (vid.) y cuatro jesuitas más de las misiones inglesas llegaron al territorio hoy comprendido en el estado de Maryland el 25 de Marzo de 1634, con la expedición de Cecil Calvert (vid.). Durante diez años atendieron a los católicos de la colonia, convirtieron a muchos de sus pioneros protestantes, y llevaron a cabo misiones con los indios de la bahía de Chesapeake y el río Potomac, los Patuxents; Anacostas y Piscaways, los últimos de los cuales fueron especialmente amistosos. En 1644 la colonia fue invadida por los puritanos de la colonia vecina de Virginia, y el padre White fue enviado encadenado a Inglaterra, juzgado por ser católico, y al ser liberado se refugió en Bélgica. Aunque los colonos católicos pronto volvieron a obtener el control, se vieron amenazados constantemente por sus vecinos protestantes y por los descontentos de la propia colonia, que finalmente en 1692 tuvieron éxito en hacerse con el gobierno, poniendo en vigor una ley penal contra los católicos, particularmente contra sus sacerdotes jesuitas, que se volvió cada vez más intolerable hasta que la colonia se convirtió en el estado de Maryland en 1776. Durante los 140 años transcurridos entre su llegada a Maryland y la Supresión de la Compañía, los misioneros, en promedio de cuatro los cuarenta primeros años, y luego incrementando su número gradualmente hasta doce y luego hasta unos veinte, continuaron su trabajo entre los indios y los colonos a despecho de todas las vejaciones e impedimentos, aunque impedidos de crecer en número y extender su trabajo durante la disputa con Cecil Calvert sobre conservar la extensión de tierra, Mattapany, dada a ellos por los indios, la rebaja de impuestos sobre las tierras dedicadas a finalidades religiosas o caritativas, y la habitual inmunidad eclesiástica para ellos mismos y sus casas. La controversia terminó con la cesión de la zona de Mattapany, conservando los misioneros la tierra que habían adquirido con la condición de plantación. Antes de la Supresión, habían fundado misiones en Maryland, en St. Thomas, White Marsh, St. Inigoes, Leonardtown, aún ahora (1912) atendida por los jesuitas, y también en Deer Creek, Frederick, y St.Joseph Bohemia Manor, junto a los puestos mucho menos permanentes entre los indios en Pennsylvania, Filadelfia, Conewego, Lancaster, Gosenhoppen, puestos desplazados tan lejanos como Nueva York, donde dos de ellos, los Padres Harvey y Harrison, ayudados durante un tiempo por el Padre Gage habían servido como capellanes, bajo el gobernador Dongan, en los fuertes y entre los colonos blancos, e intentado sin éxito fundar una escuela entre 1683-89, cuando se vieron forzados a retirarse por una administración anti-católica.

La Supresión de la Compañía sólo alteró poco el status de los jesuitas de Maryland. Como eran los únicos sacerdotes de la misión, permanecieron aún en sus puestos, los nueve miembros ingleses, hasta su muerte, continuando todos trabajando bajo el Padre John Lewis que después de la Supresión había recibido las facultades de vicario general del obispo Calloner del distrito de Londres. Sólo dos de ellos sobrevivieron hasta la restauración de la Compañía – Robert Molyneux y John Bolton. Muchos de los que estaban en el extranjero, trabajando en Inglaterra o estudiando en Bélgica, volvieron a trabajar a la misión. Como organismo colectivo, conservaron las propiedades de las que obtenían sostén para sus servicios religiosos. Conforme disminuía su número, algunas de las misiones fueron abandonadas, o atendidas durante algún tiempo por otros sacerdotes, pero mantenidas por las rentas de las propiedades jesuitas incluso después de la restauración de la Compañía. Aunque se consideró que estas propiedades volvían a ella a través de sus antiguos miembros organizados como corporación de clérigos católicos romanos, una asignación anual de las rentas hecha bajo la administración del arzobispo Carroll se convirtió durante la administración del obispo Maréchal (1817-34) en la base de una pretensión de que tal pago se hiciera a perpetuidad y la disputa así ocasionada no fue resuelta hasta 1838 bajo el arzobispo Eccleston.

H. Misiones francesas

Las misiones francesas tenían como bases las colonias francesas en Canadá, Guayana, y la India; mientras que la influencia francesa en el Mediterráneo originó las misiones de Levante, en Siria entre los Maronitas (vid.), etc. (Ver también Guayana; Haití; Martinica; China, III, 673). La misión canadiense se describe en Canadá, y en Misiones de indios católicos de Canadá. (Ver también los relatos de misioneros que se dan en artículos sobre las tribus indias como los Abenakis, Cree, Hurones, Iroqueses, Ottawas; y las biografías de los misioneros Bailloquet, Brébeuf, Casot, Chabanel, Chastellain, Chaumonot, Cholonec, Crépieul, Dablon, Druillettes, Garnier, Goupil, Jogues, Lafitau, Lagrene, Jacques-P. Lallemant, Lamberville, Lauzon, Le Moyne, Râle, etc.). En 1611, los Padres Briand y Massé llegaron como misioneros a Port-Royal, Acadia. Hechos prisioneros por los ingleses de Virginia, fueron devueltos a Francia en 1614. En 1625, los Padres Massé, Brébeuf y Charles Lalemant vinieron a trabajar en Quebec y alrededores, hasta 1629, cuando se vieron forzados a regresar a Francia después de que los ingleses capturaran Quebec. Vueltos de nuevo en 1632, comenzaron el periodo misionero más heroico de los anales de América. Abrieron un colegio con un cuerpo docente de los más expertos profesores de Francia. Durante cuarenta años, hombres igual de expertos, trabajando con dificultades increíbles, abrieron misiones entre los indios de la costa, a lo largo del San Lorenzo y el Saguenay, y en la bahía de Hudson; entre los Iroqueses, la Nación Neutral, los Petuns, Hurones, Ottawas, y más tarde entre los Miamis, Illinois, y las tribus del este del Mississippi, tan lejos al sur como el golfo de Méjico. Cuando Canadá se convirtió en posesión británica en 1763, estas misiones ya no pudieron sostenerse, aunque de muchas de ellas, especialmente las que formaban parte de fundaciones parroquiales, se habían hecho cargo sacerdotes seculares. El colegio de Quebec fue cerrado en 1768. En la época de la Supresión sólo había veintiún jesuitas en Canadá, el último de los cuales, el Padre John J. Casot, murió en 1800. La misión se había hecho famosa por sus mártires, ocho de los cuales, Brebeuf, Gabriel Lalemant, Daniel, Garnier, Chabanel, Jogues y sus compañeros legos Goupil y Lalande fueron declarados venerables el 27 de Febrero de 1912. También se hizo de notar por sus obras literarias, especialmente por las obras de los misioneros en lenguas indias, por sus exploraciones, especialmente la de Marquette, y por sus “Relaciones”.

I. Relaciones jesuitas

Las colecciones conocidas como “relaciones jesuitas” consisten en cartas escritas por miembros de la Compañía en el campo misionero a sus superiores y hermanos en Europa, y contienen relatos del desarrollo de las misiones, y de los obstáculos que encontraban en su labor. En Marzo de 1549, cuando San Francisco Javier confió la misión de Ormuz al Padre Gaspar Barzaeus, incluyó entre sus instrucciones el encargo de escribir de vez en cuando al colegio de Goa, dando cuenta de lo que se estaba haciendo en Ormuz. Su carta a Joao Beira (Malaca, 20 de Junio de 1540) recomienda que relaciones similares sean enviadas a San Ignacio en Roma y al Padre Simón Rodríguez en Lisboa, y es muy explícito en lo relativo tanto al contenido como al tono de estas relaciones. Las instrucciones fueron la guía para las futuras “Relaciones” enviadas desde todas las misiones extranjeras de la orden. Las “Relaciones” fueron de tres clases: Relatos íntimos y personales enviados al padre general, a un pariente, a un amigo, o a un superior, que no tenían la finalidad de ser publicadas ni en el momento, ni probablemente nunca. Había también cartas anuales que pretendían ser sólo para los miembros de la orden, copias manuscritas de las cuales se enviaban de casa en casa. Extractos y análisis de estas cartas se compilaban en un volumen titulado “Litterae annuae Societatis Iesu ad patres et fratres Eiusdem Societatis”. La regla prohibía la comunicación de estas cartas a personas no miembros de la orden, como se indica en el título. La publicación de las cartas anuales comenzó en 1581, se interrumpió de 1614 a 1649, y llegó a su fin en 1654, aunque las provincias y misiones continuaron enviando tales cartas al padre general. La tercera clase de cartas o “Relaciones”propiamente dichas, eran escritas para el público y con intención de imprimirlas. De esta clase fueron las famosas “Relaciones de la Nouvelle-France” comenzadas en 1616 por el Padre Biard. La serie de 1626 fue escrita por el Padre Charles Lalemant. La serie de 1632-72 está constituida por cuarenta y un volúmenes, treinta y nueve de los cuales llevan el título de “Relaciones” y dos (1654-55 y 1658-59) el de “Cartas de la Nouvelle-France”. El cese de estas publicaciones fue el resultado indirecto de las controversias referentes a los Ritos chinos, cuando Clemente X prohibió (16 de Abril de 1673) publicar libros o escritos referentes a las misiones sin consentimiento escrito de la Propaganda.

Historia: A. General.--Mon. historica Soc. Jesu, ed. Rodeles (Madrid, 1894, en curso de publicación); Orlandini (continuada sucesivamente por Sacchini, Jouvancy, y Cordara), Hist. Soc. Jesu, 1540-1632 (8 vols. fol., Roma y Amberes, 1615-1750), y Suplemento (Roma, 1859); Bartoli, Dell' istoria della comp. de Gesu (6 vols. fol., Roma, 1663-73); Cretineau-Holy, Hist.de la comp. de Jesus (3ª ed., 3 vols., París 1859); B. N. The Jesuits: their Foundation and History (Londres, 1879); [Wernz], Abriss der Gesch. der Gesellschaft Jesu (Munster, 1876); Carrez, Atlas geographicus Soc. Jesu (París, 1900); Heimbucher, Die Orden und Kongregationen der katholkischen Kirche, III (Paderborn, 1908), 2-258, contiene una excelente bibliografía; [Quesnel] Hist. des religieux de la comp. de Jesus (Utrecht, 174). No Católicos:--Steitz-Zockler en Realencycl. fur prot. Theol., s. v. Jesuitenorden; Hassenmuller, Hist.jesuitici ordinis (Francfort, 1593); Hospinianus, Hist. jesuitica (Zurich, 1619). B. Particular Países.--Italia--Tacchi-Venturi Storia della comp di G. in Italia (Roma, 1910 en curso de publicación); Schinosi y Santagata Istoria della comp. di G. appartenente al Regno di Napoli (Nápoles, 1706-57); Alberti, La Sicilia (Palermo, 1702); Aquilera Provinciae Siculae Soc Jesu res gestae (Palermo, 1737-40); Cappelletti, I gesuiti e la republica di Venizia (Venecia. 1873); Favaro, Lo studio di Padora e la comp de G. (Venecia, 1877). España.--Astrain, Hist. de la comp. de J. en la asistencia de España (Madrid, 1902, 3 vols., en curso de publicación); Alcazar, Chronohistoria de la comp de J. en la provincia de Toledo (Madrid 1710); Prat, Hist du P. Ribedeneyra (París 1862). Portugal--Tellez, Chronica de la comp. de J. na provincia de Portugal (Coimbra, 1645-7); Franco, Synop. annal. Soc. Jesu in Lusitania ab anno 1 40 ad 172 (Augsburg, 1726); Teixeira, Docum. para a hist. dos Jesuitas em Portugal (Coimbra, 1899). Francia.--Fouqueray, Hist de la comp de J. en France (París. 1910); Carayon, Docum. ined. concernant la comp. de J. (23 vols., París, 1863-86); Idem, Les parlements et les jesuites (París, 1867); Prat, Mem. pour servir a l'hist. du P. Brouet (Puy 1885); Idem, Recherches hist. sur la comp. de J. en France du temps du P. Coton, 1564-1627 (Lyon, 1876); Idem, Maldonat et l'université de Paris (París, 1856); Donarche, L'univ de Paris et les jesuites (París, 1888); Piaget, L'etablissement des jesuites en France 1540-1660 (Leyden, 1893); Chossat, Les jesuites et leurs oeuvres a Avignon (Aviñón, 1896). Alemania, etc,--Agricola (continuada por Flotto, Kropf), Hist. prov. Soc. Jesu Germaniae superioris (1540-1641) (5 vols, Augsburgo y Munich, 1727-54); Hansen, Rhein. Akten zur Gesch. des Jesuitenordens 1542-82 (1896); Jansen, History of the German People, tr. Christie (Londres 1905-10); Duhr, Gesch. der Jesuiten in den Landern deutscher Zunge (Friburgo, 1907); Kroess, Gesch der bohmischen Prov. der G. J. (Viena, 1910); Menderer, Annal. Ingolstadiensis academ. (Ingolstadt, 1782); Reiffenberg, Hist. Soc. Jesu ad Rhenum inferiorum (Colonia, 1764); Argento, De rebus Soc.jesu in regba Poloniae (Cracovia, 1620); Pollard, The Jesuits in Poland, (Oxford, 1882); Zalenski, Hist. de la Soc. de Jesus en Polonia (en polaco, 1896-1906); Idem, Los Jesuitas en Rusia Blanca (en polaco, 1874; Fr. tr., París, 1886); Pierling, Antonii Possevini moscovitica (1883); Rostwoski, Hist. Soc. Jesu prov. Lithuanicarum provincialum (Vilna, 1765); Scmidl, Hist. Soc. Jesu prov. Bohemiae, 1555-1653 (Praga, 1747-59); Socher, Hist. prov. Austriae Soc. Jesu, 1540-1590 (Viena, 1740); Steinhuber, Gesch. des Coll. Germanicum-Hungaricum (Friburgo, 1895). Bélgica.--Manare, De rebus Soc. Jesu commentarius, ed. Delplace (Florencia, 1886); Waldack, Hist. prov. Flandro-beligicae Soc. Jesu anni 1638 (Gante, 1837). Inglaterra, Irlanda, Escocia. Foley, Records of the English Prov. of the Soc. of Jesus—incluye a los jesuitas irlandeses y escoceses (Londres, 1877); Spillmann, Die englischen Martyrer unter Elizabeth bis 1583 (Friburgo, 1888), Forbes-Leith, Narr. of Scottish Catholics (Edimburgo, 1885). Idem, Mem. of Soc. Cath. (Londres, 1909); Hogan, Ibernia Ignatiana (Dublín, 1880); Idem, Distinguished Irishmen of the XVI century (Londres, 1894) Meyer, England und die kath. Kirke unter Elizabeth (Roma, 1910); More, Hist. prov. Anglicanae (St-Omer, 1660); Persons, Memoirs, ed. Pollen in Cath. Record Society, II (Londres, 1896, 1897), iii; Pollen, Politics of the Eng. Cath. under Elisabeth in The Month (Londres, 1902-3; Taunton, The Jesuits in England (Londres, 1901). Misiones: Las cartas de las misiones fueron instituidas por S. Ignacio. Al principio circularon en MS. y contenían noticias tanto internas como exteriores, vg. Litterae quadrimestres (5 vols.) tardíamente impresas en la serie de Monumenta, arriba mencionada. Más tarde, Litteræ annuae, en volúmenes anuales o trienales (1581 to 1614) en Roma, Florencia, etc., índice en el último vol. Segunda serie (1650-54) en Dilligen y Praga. Las cartas anuales continuaron, y aún continúan en MS., pero muy irregularmente. La tendencia fue a dejar las cartas internas en MS. para el futuro historiador, y publicar los informes más interesantes del extranjero. De ahí muchas publicaciones tempranas de Avvisi y Litteræ, etc., de la India, China, Japón, y posteriormente de las célebres Relaciones de las misiones francesas de Canadá (París, 1634-). De estas fuentes manuscritas e impresas siempre crecientes se sacaron las colecciones--Lettres edifiantes et curieuses écrites par quelques missionaires del la comp. de Jesus (París, 1702; frecuentemente reeditadas por materias en diversos volúmenes de 4 a 34. El título original fue Lettres de quelques missionaires); Der Neue-Weltbott mit allerhand Nachtrichten deren Missionar. Soc. Jesu, ed. Stocklein y otros (36 vols. Augsburgo, Gratz, 1738); Hounder, Deutcher jesuiten Missionäre (Friburgo, 1899). Para bibliografía de misiones particulares ver estos títulos. Leclercq, Premier établissment de la foy dans la Nouvelle-France (París, 1619), tr. Shea (Nueva York 1881); Campbell, Pioneer Priests of North America, (Nueva York, 1908-11); Bourne, Spain in America (Nueva York, 1904); Parkman, The Jesuits in North America (Nueva York, Boston, 1868); Rochemonteix, Les jesuites et la Nouvelle-France au xviii(e) siècle (París, 1896); Charlevoux, Hist de la Nouvelle-France (París, 1744). Campbell (B.U.), Biog. Sketch of Fr. Andrew White and his Companions, the first Missionaries of Maryland (en el Metropolitan Catholic Almanac, Baltimore, 1841); Idem. Hist. Sketch of the Early Christian Missions among the Indians of Maryland (Maryland Hist. Soc., 8 de Enero de 1846); Johnson, The Foundation of Maryland in Maryland Hist. Soc. Fund Publications nº. 18; Kip. Early Jesuit Missionaries in North America (Nueva York, 1882); Idem, Hist Scenes from Old Jesuit Missions (Nueva York, 1875); The Jesuit Relations. ed. Thwaites (73 vols., Cleveland, 1896-1901); Shea, Jesuits, Recollects, and Indians, in Winsor, Narrative and Critical Hist. of America (Boston, 1889); Hughes, Hist. of the Soc. of Jesus in North America, Colonial and Federal (Cleveland, 1908-); Shea, Hist. of the Catholic Church within the limits of the United States (Nueva York, 1886-92); Schall, Hist. relatio de ortu et progressu fidei orthod. in regno Chinesi 1581-1669 (Ratisbona, 1872); Ricci, Opere storiche, ed. Venturi (Macerata, 1911).

J.H. POLLEN Transcrito por Michael Donahue En gratitud por los cuatro años de educación jesuita en la Universidad Loyola de Chicago. AMDG. Traducido por Francisco Vázquez