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Viernes, 19 de abril de 2024

Hidalguía

De Enciclopedia Católica

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La hidalguía (derivada del Francés Cheval del Latín Caballus) como una institución se debe considerar desde tres puntos de vista: lo militar, lo social y lo religioso. Consideraremos también la historia de la Hidalguía como un todo.

Militar

En el sentido militar, Hidalguía fue la caballería pesada de la edad media la cual constituyó la principal y más efectiva fuerza marcial. El caballero o chevalier era el soldado profesional de la época; en latín vulgar medieval, la palabra miles (soldado) era equivalente a "caballero". Esta supremacía de caballería era correlativo con el rechazo de la infantería en el campo de batalla. Cuatro particularidades distinguieron al guerrero profesional: Sus armas; Su Caballo; Sus sirvientes, y Su bandera. Armas

El ejército medieval estaba pobremente equipado para combate a larga distancia, y arcos y ballestas eran las únicas empleadas, aún cuando el clero pretendía prohibir su uso, al menos entre multitudes cristianas, como adverso a la humanidad. En todos los actos ellos eran considerados como desleales en combate por el caballero medieval. Sus únicas armas ofensivas eran la lanza para el choque y la espada para el combate cuerpo a cuerpo, armas comunes para ambos, armas ligeras y caballería pesada. La característica distintiva de lo más reciente, lo cual realmente constituyó la hidalguía, se reveló en sus armas defensivas, lo cual varió con las diferentes épocas. Estas armas fueron siempre costosas de obtener y pesadas para cargar, tal como la BRUNIA o Camisote de la época Carlovingia, el arnés, el cual predominó durante las cruzadas, y finalmente el blindaje se introdujo en el siglo catorce.

Caballos Ningún caballero era considerado a estar equipado apropiadamente sin al menos tres caballos: El caballo de batalla, o DEXTERARIOUS, el cual era dirigido a mano, y usado sólo para el comienzo (de aquí el decir, "para montar una actitud arrogante"), Un segundo caballo, palafren o corcel, para el camino, y

El caballo de carga para el equipaje.


Sirvientes El caballero requería de varios sirvientes: Uno para conducir los caballos, Otro para cargar las armas más pesadas, particularmente el blindaje o escudo de armas (scutum, de aquí SCUTARIOS, del francés ESCUYER, escudero); Otro más para ayudar a su amo a montar su caballo de batalla o para levantarlo si era desmontado; Un cuarto sirviente para custodiar prisioneros, mayormente aquellos de calidad, por quienes era esperado un gran rescate. Estos sirvientes, quienes eran de baja condición, no eran confundidos con los asistentes armados, quienes formaban la escolta de un caballero, Desde el siglo trece los escuderos también fueron armados y montados a caballo y pasaban de un grado a otro, fueron elevados finalmente a la caballería.

Banderas Los estandartes fueron también una marca distintiva de Hidalguía. Eran fijados y llevados a la lanza. Había una clara definición entre el pendón, una bandera en punta y ahorquillada en la extremidad, usada por un simple caballero o mancebo como una insignia personal, y el estandarte, de forma cuadrada, usada como la insignia de una banda y reservada al barón en mando de un grupo de al menos diez caballeros, llamada una guardia civil. Cada bandera o estandarte era ensalzado con las armas de su dueño para distinguir uno de otro en el campo de batalla. Esta relación heráldica llegó a ser después hereditaria y dio lugar a la complicada ciencia heráldica.

Social La carrera de un caballero era costosa, requiriendo de medios personales de conformidad con la estación, un caballero tenía que sufragar sus propios gastos en una época cuando el monarca no tenía tesoro ni presupuesto de guerra disponible. Cuando la tierra era la única clase de riqueza, cada soberano que deseaba formar un ejército dividía sus dominios en feudos militares, el arrendatario apoyaba el servicio militar con sus propios gastos personales por un número determinado de días (cuarenta en Francia e Inglaterra durante el periodo Normando). Estos derechos como otras concesiones feudales, llegaron a ser hereditarios, y de este modo se desenvolvió la clase noble, para quienes la profesión caballeresca era la única carrera.

La Encomienda, sin embargo, no era hereditaria, previsto sólo a los hijos de un caballero que estuviera elegible a su categoría. En su puericia eran enviados a la corte de algún noble, donde eran entrenados en el uso de los caballos y armas además de enseñarles clases de cortesía. Desde el siglo trece, los candidatos, después de que habían obtenido la categoría de escudero, se les permitía formar parte en las batallas; pero era sólo cuando habían llegado a la edad, comúnmente a los veintiún años a la que eran admitidos en el grado de caballero, a través de una ceremonia propia llamada "Armar caballero". Cada caballero era apto para investir la encomienda, proporcionando al aspirante requisitos completos de sus condiciones de linaje, edad, y entrenamiento. Cuando la condición de linaje era carencia en el aspirante, el monarca únicamente podía crear un caballero, como parte de su privilegio real.

Religioso En la ceremonia de investir la encomienda, la Iglesia participaba a través de la bendición de la espada, y en virtud de esta bendición la hidalguía asumía su carácter religioso. En el principio de la cristiandad, no obstante las enseñanzas de tertuliano acerca de que la cristiandad y la profesión de las armas eran incompatibles era condenado como herético, la carrera militar era considerada como un pequeño privilegio. En la hidalguía, la religión y la profesión de las armas era reconciliable. Este cambio de actitud en la parte de la Iglesia viene, de acuerdo a algunos, desde las cruzadas, cuando los cristianos armados fueron por primera vez devotos de un propósito sagrado. Aún antes de las cruzadas, sin embargo, un anticipo de esta actitud se encontró en la costumbre llamada "Tregua de Dios". Fue entonces que la clericatura aprovechada de la oportunidad ofrecida por estas treguas exigió de los guerreros rudos de épocas feudales una promesa religiosa para usar sus armas ampliamente para la protección de los débiles e indefensos, especialmente mayores y huérfanos, y de las Iglesias. La hidalguía, en el sentido moderno, se sustentó en una promesa, fue esta promesa la que dignificó al soldado, elevado en su propia estima, y levantado casi al nivel del monje en la sociedad medieval. Como correspondencia a esta promesa, la Iglesia decretó una bendición especial para el caballero en la ceremonia llamada en el PONTIFICADO ROMANO, "Benedictio novi militis".

Al principio muy simple en su forma, este ritual gradualmente se desarrolló dentro de una ceremonia elaborada. Antes de la bendición de la espada sobre el altar, muchos exámenes preliminares fueron requeridos del aspirante, tales como la confesión, una vigilia de oración, ayuno, un baño simbólico, y una investidura con una túnica blanca, con el propósito de imprimir en el candidato la pureza del alma con las cuales comenzaba como tal una noble carrera.

Arrodillado, en la presencia del clero, pronunciaba la promesa solemne de la hidalguía, al mismo tiempo muchas veces renovando la promesa bautismal; al escogido como padrino enseguida lo golpea levemente en la nuca con una espada (armar caballero) en el nombre de Dios y San Jorge, el patrono de la hidalguía.

Historia Existen cuatro periodos distintos en la historia de la hidalguía. El periodo de la fundación, es decir, el tiempo cuando la tregua de Dios estaba en vigor, atestiguando la larga competencia de la Iglesia contra la violencia de la época ante el éxito del refrenamiento del espíritu silvestre de los guerreros feudales, quienes anterior a esto reconocían no la ley sino fuera por la fuerza bruta.

Primer periodo: Las cruzadas Las cruzadas introdujeron la época de oro de la hidalguía y el cruzado era el modelo del caballero perfecto. El rescate de los lugares sagrados de Palestina desde la dominación musulmana y la defensa de peregrinos llegó a ser el nuevo objetivo de su promesa. En correspondencia, la Iglesia lo acogió bajo su protección de una forma especial, y confiriéndole a él privilegios espirituales temporales excepcionales, tales como el perdón de todas sus penas, dispensa de la jurisdicción de las cartas mundanas, y como una forma de sufragar los gastos de la jornada a la Tierra Santa, los caballeros fueron dispensados de la décima parte de todos los ingresos de la Iglesia.

La promesa del cruzado estuvo limitado a un tiempo específico. Por los viajes distantes dentro de Asia, el promedio de tiempo fue de dos a tres años.

Segundo periodo: Las órdenes militares Después de la conquista de Jerusalén, la necesidad de un ejército permanente llegó a ser definitiva; para prevenir la pérdida de la Ciudad Santa cercándola de las naciones enemigas. Fuera de esta necesidad surgieron las órdenes militares las cuales fueron adoptadas como una cuarta promesa monástica la del combate permanente contra los infieles. Fue en estas órdenes donde se llevó a cabo la perfecta fusión de lo religioso y el espíritu militar, la hidalguía alcanzó su auge. Este espíritu heroico tuvo también a notables representantes entre los cruzados seglares, como Godofredo de Boullion, Tancredo de Normandía, Ricardo Corazón de León y sobre todo Luis IX de Francia, en quien la encomienda estuvo coronada por santidad. Como el monástico, la promesa del caballero se limita con vínculos comunes de los guerreros de cada país y condición, y enrolados en una enorme fraternidad de manera, ideales y objetivos. La hermandad seglar tuvo, como la regular imposición de reglas sobre la fidelidad de sus miembros hacia allá; los patrones y sus mandatos proceso legal en el campo de batalla y la observación de la sentencia de honor y cortesía. El caballero medieval, por otra parte abrió un nuevo capítulo en la historia de la literatura. Preparó el camino y dio un pronto uso corriente a un movimiento épico y romántico a la literatura reflejando el ideal de la encomienda y elaborando sus logros y alcances. Provenza y Normandía fueron los centros principales de esta clase de literatura, la cual fue divulgada por todo Europa por los trovadores.

Tercer periodo: La Hidalguía seglar Después de las cruzadas la hidalguía perdió gradualmente su aspecto religioso. En este, su tercer periodo, el honor queda en el culto particular de la encomienda. Este espíritu es manifestado en las muchas hazañas caballerescas las cuales llenan las crónicas de las largas contiendas entre Inglaterra y Francia durante la Guerra de los cien años. Las Crónicas de Froissart dan una descripción intensa de esta época, donde las batallas sangrientas se alternan con torneos y manifestaciones vistosas. Cada país contendiente tiene sus héroes. Si Inglaterra se ufanaba de las victorias del Príncipe negro, Caudos, y Talbat, Francia podía jactarse de las proezas de Du Guesclin, Boucicaut, y Dunois.

Pero con toda la brillantez y hechizo de sus alcances, el principal resultado era un inútil derrame de sangre, desperdicio de dinero y miseria para las clases más bajas. El carácter cariñoso de la nueva literatura hubo contribuido no en poco a desvía la hidalguía de su ideal original. Bajo la influencia de las aventuras el amor llevó a ser ahora la causa principal de la hidalguía. Como consecuencia aquello levantó un nuevo tipo de Caballero, haciendo un voto al servicio de alguna dama noble, quien podría aún ser otra esposa del hombre. Este ídolo de su corazón tenía que ser reverenciado a la distancia. Desafortunadamente, a pesar de las obligaciones abusando del caballeresco aficionado, estas fantasías extravagantes a menudo llevaban a resultados lamentables.

Cuarto periodo: La hidalguía cortesana En sus últimas etapas, la Hidalguía llegó a ser un simple servicio cortesano. La orden de la Jarretera, fundada en 1348 por Eduardo III de Inglaterra, la orden del vellocino de oro (Toison d'or) de Felipe de Brogoña, remontado a 1430, formó una hermandad, no de cruzadas, sino de cortesanos, sin otra finalidad que contribuir al resplandor de la soberanía.

Sus más serias tareas fueron el deporte de justas y torneos. Hicieron sus votos no en capillas, sino en salones de banquetes, no en la cruz, sino sobre algunas aves emblemáticas. El "Voto del cisne" de 1306, fue instituido durante la fiesta del armado caballero del hijo de Eduardo I. Fue ante Dios y el cisne que el antiguo rey juró con sus caballeros de vengar en Londres el asesinato de su lugarteniente. Más celebrado es "el voto del Faisán", hecho en 1454 en la corte de Felipe de Borgoña. La razón más importante por cierto, siendo nada más que el rescate de Constantinopla, la cual había caído el año anterior en las manos de los Turcos. Pero la solemnidad del motivo no disminuyó la frivolidad de la ocasión. Un voto solemne fue tomado ante Dios y el faisán en un banquete suntuoso al costo licencioso del cual podía mejor haber sido afecto a la diligencia misma. No menos que ciento cincuenta caballeros, la flor de la nobleza, repitieron el voto, pero la misión llegó a nada. La hidalguía había degenerado en un vano pasatiempo y en una promesa vacía.

La literatura, que tuvo en el pasado tan gran contribución a la exaltación de la hidalguía, ahora reaccionó contra sus extravagancias. En la primera parte del siglo catorce esta crisis llega a ser evidente en la poesía de Chaucer. No obstante el mismo había hecho muchas traducciones de las novelas francesas, y que suavemente ridiculiza a su modo en su "Sir Thopas".

El golpe final fue reservado para el inmortal trabajo de Cervantes, "Don Quijote", el cual suscitó la risa de todo Europa. La infantería en su renacimiento como una fuerza efectiva en el campo de batalla durante el siglo catorce empezó a disfrutar la supremacía que la hidalguía pesada había disfrutado por largo tiempo. La hidalguía que descansó del todo en la superioridad del soldado de caballería en combate, rápidamente decayó.

En Crecy (1346) y Auicourt (1415) la caballería francesa fue diezmada por las flechas de los arqueros Ingleses de Eduardo III y Enrique V.

La nobleza austriaca en Sempach (1476) fue incapaz de sostener el opresor ataque furioso del campesinado suizo. Con la llegada de los rifles de pólvora y el uso general de armas de fuego en la batalla, la hidalguía rápidamente se desintegró y finalmente desapareció para siempre.

CH. MOELER Traducido por: Ramón Terrazas