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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Habacuc»

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(Habakuk) El octavo de los [[profeta]]s menores, floreció probablemente hacia el final del siglo VII a. C.  
 
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(Habakuk) El octavo de los profetas menores, floreció probablemente hacia el final del siglo VII a. C.

Nombre y Vida Personal

En el texto hebreo (1,1; 3,1), el nombre del profeta presenta una forma doblemente intensiva Hàbhàqqûq, que no se ha preservado ni en la Septuaginta: Ambakoum, o en la Vulgata: Habacuc. Es obvia su semejanza con el hambakûku, asirio, que es el nombre de una planta. No se ha podido comprobar su significado exacto: generalmente se interpreta como "abrazo" y ocasionalmente como "ardiente abrazo", debido a su forma intensiva. No hay información confiable sobre su lugar de nacimiento, su familia ni sobre su vida. El hecho de que en su libro sea llamado dos veces "el “profeta" (1,1; 3,1) conduce de hecho a deducir que Habacuc ocupaba una posición reconocida como profeta, pero no produce manifiestamente ningún conocimiento definido sobre su persona. Una vez más algunos detalles musicales conectados con el texto hebreo de su oración (cap. 3) pueden sugerir posiblemente que él era un miembro del coro del Templo, y por lo tanto un levita: pero la mayoría de los eruditos consideran esta doble inferencia como cuestionable. Mucho menos cuestionable es la opinión propuesta, que identifica a Habacuc con el profeta judío de ese nombre, que se describe en el fragmento deuterocanónico de Bel y el dragón (Dan. 14,32ss) como milagrosamente llevando una comida a Daniel en el foso del león.

En esta ausencia de tradición auténtica, la leyenda, no sólo judía sino también cristiana, ha estado singularmente ocupada con el profeta Habacuc. Lo ha representado como perteneciente a la tribu de Leví y como el hijo de un cierto Jesús; como el hijo de la mujer sunamita, a quien Eliseo volvió a la vida (cf. 2 Ry. 4,16 ss.); como el centinela puesto por Isaías (cf. Is. 21,6 y Hab. 2,1) para observar la caída de Babilonia. De acuerdo a las "Vidas" de los profetas, una de los cuales es atribuida a San Epifanio, y la otra a Doroteo, Habacuc fue de la tribu de Simeón, y un nativo de Bethsocher, una ciudad al parecer en la tribu de Judá. En las mismas obras se indica que cuando Nabucodonosor vino a sitiar Jerusalén, el profeta huyó a Ostrakine (ahora Straki, en la costa egipcia), de dónde regresó sólo después que los caldeos se habían retirado; entonces vivió como agricultor en su lugar nativo, y murió allí dos años antes del edicto de restauración de Ciro (538 a.C.). También se mencionan varios lugares como el de su entierro. Hoy día no se puede determinar la cantidad exacta de información positiva que contienen estas leyendas. Las Iglesias Griega y Latina celebran la fiesta del profeta Habacuc el 15 de enero.

Contenido de la Profecía

Aparte de su corto título (1,1) el libro de Habacuc se divide comúnmente en dos partes: la primera (1,2 – 2,20) parece como un diálogo dramático entre Dios y su profeta; la segunda, (cap. 3) es una oda lírica, con las características habituales de un salmo. La primera parte se inicia con un lamento de Habacuc a Dios sobre la prolongada iniquidad de la tierra, y sobre la opresión persistente del impío al justo, de modo que no había ni ley ni justicia en Judá: ¿Cuánto tiempo está destinado el impío a prosperar así? (1,2-4). Yahveh contestó (1,5-11) que pronto ocurrirá un nuevo y sorprendente despliegue de su justicia: ya los caldeos---esa raza veloz, terrible y rapaz---están comenzando a levantarse, y pondrán fin a los males de los cuales se ha quejado el profeta. Entonces Habacuc discute con Yahveh, el eterno y riguroso Gobernante del mundo, sobre las crueldades a las cuales Él permite que los caldeos se entreguen (1,12-17), y espera confiadamente una respuesta a su plegaria (2,1). La respuesta de Dios (2,2-4) es en forma de un corto oráculo (v. 4), el cual el profeta está obligado a escribir en una tablilla para que todos puedan leerlo, y que predice la última condena del caldeo invasor. Satisfecho con este mensaje, Habacuc pronuncia una canción burlesca, compuesta triunfantemente de cinco "imprecaciones" que él pone con viveza dramática en los labios de las naciones que los caldeos han conquistado y desolado (2,5-20).

La segunda parte del libro (cap. 3) lleva el título: "una oración de Habacuc, el profeta, en el tono de las lamentaciones.” Estrictamente hablando, solamente el segundo verso de este capítulo tiene la forma de una oración. Los versículos siguientes (3-16) describen una teofanía (manifestación divina) en que Yahveh aparece con el único propósito de la salvación de su pueblo y la ruina de sus enemigos. La oda concluye con la declaración de que aunque las bendiciones de la naturaleza deben fallar en el día de la penuria, el cantante se regocijará en Yahveh (17-19). Al final del capítulo 3 se añade la declaración: “Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda”.

Fecha y Autoría

Debido principalmente a la falta de evidencia externa confiable, ha habido en el pasado, y hay incluso ahora, una gran diversidad de opiniones respecto a la fecha en que se debe situar la profecía de Habacuc. Los rabinos antiguos, cuya opinión aparece en la crónica judía titulada Seder olam Rabbah, y que es aceptada todavía por muchos eruditos católicos (Kaulen, Zschokke, Knabenbauer, Schenz, Cornely, etc.), sitúan la composición del libro en los últimos años del reinado de Manasés. Clemente de Alejandría dice que "Habacuc todavía profetizaba en la época de Sedecías" (599-588 a.C.), y San Jerónimo atribuye la profecía a la época del exilio babilónico. Algunos eruditos modernos (los protestantes Delitzsch y Keil; entre los católicos Danko, Rheinke, Holzammer, y prácticamente también Vigouroux, lo colocan bajo Josías (641-610 a.C.). Otros lo atribuyen a la época de Joaquín (610-599 a.C.), ambos antes de la victoria de Nabucodonosor en Carchemish en 605 a.C. (Católicos: Schegg, Haneberg; Protestantes: Schrader, S. Davidson, König, Strack, Driver, etc.); mientras que otros, mayormente los racionalistas empedernidos, lo atribuyen al tiempo después que los caldeos arruinaron la Ciudad Santa. Como puede esperarse, estas varias opiniones no gozan de la misma cantidad de probabilidad, cuando son comparadas con el contenido real del libro de Habacuc. De todas ellas, la que adoptó San Jerónimo, y que es ahora propuesta por muchos racionalistas, es decididamente la menos probable: atribuir el libro al Exilio, como hace esa opinión, es, por un lado, admitir para el texto de Habacuc un fondo histórico del cual no hay ninguna referencia real en la profecía, y, por el otro, ignorar las claras referencias del profeta a acontecimientos conectados con el período antes del cautiverio de Babilonia (cf. 1,2-4.6, etc.). Todas las demás opiniones tienen sus respectivos grados de probabilidad, de modo que no es nada fácil elegir entre ellas. Sin embargo, parece que la opinión que adscribe el libro al 605-600 a.C. "está en mejor armonía con las circunstancias históricas bajo las cuales los caldeos son presentados en la profecía de Habacuc, es decir, como un tormento inminente para Judá, como los opresores que todos saben han comenzado ya la herencia de sus precursores" (Van Hoonacker).

Durante el siglo XIX, se hicieron objeciones a menudo contra la autenticidad de ciertas partes del libro de Habacuc. En la primera parte de la obra, las objeciones se han dirigido especialmente contra 1,5-11. Pero, sin importar cuán formidables puedan parecer a primera vista, las dificultades resultan ser realmente débiles, con una inspección más cercana; y de hecho, la gran mayoría de críticos las mira como no decisivas. Los argumentos esgrimidos contra la autenticidad del capítulo 2,9-20, son aun de menor peso. Solamente en referencia al capítulo 3, que forma la segunda parte del libro, puede haber una seria controversia en cuanto a la autoría de Habacuc. Muchos críticos tratan el capítulo entero como un poema último e independiente, sin alusiones a las circunstancias del tiempo de Habacuc, y aún llevando en su encabezamiento litúrgico y direcciones musicales (v. 3, 9, 13, 19) señales claras de la colección de cánticos sagrados de donde fueron tomadas. De acuerdo a ellos, fue añadido al libro de Habacuc porque había sido atribuido ya a él en el título, igual que ciertos Salmos son adscritos en la Septuaginta y en la Vulgata a algunos profetas. Otros, de hecho en un número más pequeño, pero también con mayor probabilidad, consideran sólo la última parte del capítulo 3,17-19 como una adición posterior al trabajo de Habacuc: en referencia a esta última parte, parece verdad el decir que no tiene ninguna alusión definida a las circunstancias del tiempo de Habacuc. Consideradas todas las cosas, parece que no puede ser contestada con certeza la pregunta sobre si el capítulo 3 es una parte original de la profecía de Habacuc, o un poema independiente añadido en fecha posterior: se sabe muy poco en forma positiva respecto a las verdaderas circunstancias en medio de las cuales Habacuc compuso su obra, para hacer sentir a uno confiado que esta porción debe o no debe ser adscrita al mismo autor que el resto del libro.

Características Literarias y Textuales

En la composición de su libro, Habacuc despliega un poder literario que se ha admirado a menudo. Su dicción es rica y clásica, y sus imágenes son llamativas y apropiadas. El diálogo entre Dios y él es altamente retórico, y exhibe en mayor alcance del que se supone comúnmente, el paralelismo de pensamiento y de expresión, que es la característica distintiva de la poesía hebrea. El Mashal o la canción burlesca de cinco "imprecaciones" que sigue al diálogo, se coloca con un efecto dramático poderoso en los labios de las naciones a quienes los caldeos han oprimido cruelmente. La oda lírica que concluye el libro, compara favorablemente respecto a imágenes y ritmo con la mejor producción de la poesía hebrea. Estas bellezas literarias nos permiten comprender que Habacuc era un escritor del más alto orden. También nos hacen lamentar que el texto original de su profecía no nos haya llegado en toda su perfección primitiva. De hecho, los intérpretes recientes del libro han notado y señalado las numerosas alteraciones, especialmente en la línea de las adiciones, que se han deslizado al texto hebreo de la profecía de Habacuc, y lo hacen ocasionalmente muy obscuro. Solamente un número justo de esas alteraciones pueden ser corregidas por un estudio cercano del contexto; por una comparación cuidadosa del texto con las versiones antiguas, especialmente la Septuaginta; por una aplicación de las reglas del paralelismo hebreo, etc. En los otros lugares, la lectura primitiva ha desaparecido y no puede ser recuperada, excepto conjeturalmente, por los medios que provee el criticismo hoy día.

Enseñanzas Proféticas

La mayoría de las verdades religiosas y morales que se pueden notar en esta corta profecía no son peculiares a ella. Ellas forman parte del mensaje común que se les encargó a los antiguos profetas que transmitieran al pueblo elegido de Dios. Como los otros profetas, Habacuc es el adalid del monoteísmo ético. Para él, como para ellos, solamente Yahveh es el Dios vivo (2,18-20); Él es el eterno y santo (1,12), el sumo Gobernante del universo (1,6.17; 2,5 ss.; 3,2-16), cuya Palabra no puede fallar en lograr su efecto (2,3), y cuya gloria será reconocida por todas las naciones (2,14). A sus ojos, como a los de los otros profetas, Israel es el pueblo escogido por Dios cuya perversidad Él debe visitar con una señal de castigo (1,2-4). El pueblo especial, a quienes Habacuc tenía la propia misión de anunciar a sus contemporáneos como los instrumentos del juicio de Yahveh, eran los caldeos, que derrocarán todo, incluso Judá y Jerusalén, en su victoriosa marcha (1,6 ss.). Ciertamente, en ese tiempo ésta fue una increíble predicción (1,5), porque ¿acaso no era Judá el reino de Dios y los caldeos un poder terrenal caracterizado por su presuntuoso orgullo y tiranía? ¿No era por lo tanto Judá la "justa" para ser salvada, y los caldeos verdaderos "impíos" para ser destruidos? La respuesta a esta dificultad se encuentra en el dístico (2,4) que contiene la enseñanza central y distintiva del libro. Su forma profética anuncia un principio de una importación más amplia que las circunstancias reales en medio de las cual le fue revelado al profeta, una ley general, como podríamos decir, la Providencia de Dios en el gobierno del mundo: el pecador lleva dentro de sí los gérmenes de su propia destrucción; el creyente, por el contrario, los de la vida eterna. Es debido a esto, que Habacuc aplica el oráculo no solamente a los caldeos de su tiempo que están amenazando la existencia del reino de Dios en la tierra, sino también a todas las naciones opuestas a ese reino, quienes serán asimismo reducidas a la nada (2,5-13), y declara solemnemente que "la tierra se llenará del conocimiento de la gloria de Yahveh, como las aguas cubren el mar" (2,15). Es debido a este contenido mesiánico verdadero, que la segunda parte del oráculo de Habacuc (2,4b) repetidamente se trata en los escritos del Nuevo Testamento (Rm. 1,17; Gl. 3,11; Hb. 10,38) como que se verifica en la condición interna de los creyentes de la Nueva Ley.


Bibliografía: COMENTARIOS: CATÓLICOS:---SHEGG (2da ed., Ratisbona, 1862); RHEINKE (Brixen, 1870); TROCHON (París, 1883); KNABENBAUER (París, 1886); NO CATÓLICOS:---DELITZSCH (Leipzig, 1843); VON ORELLI (Eng. tr. Edimburgo, 1893); KLEINERT (Leipzig, 1893); WELLHAUSEN (3ra ed., Berlín, 1898); DAVIDSON (Cambridge, 1899); MARTI (Br de Freiburg im, 1904); NOWACK (2da ed., Göttingen, 1904); DUHM (Tübingen, 1906); Van Hoonacker (París, 1908).

Fuente: Gigot, Francis. "Habacuc (Habakkuk)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/07097a.htm>.

Traducido por Catherine Agnello V. L H M.