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Viernes, 29 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Flannery O'Connor»

De Enciclopedia Católica

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Kenneth Pierce Balbuena
 
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Sobre Flannery O'Connor: http://www.aciprensa.com/podcast/download.php?file=4492

Revisión de 17:30 31 oct 2009

La figura de Flannery O’Connor no resulta muy conocida en el ámbito hispanoamericano aunque algunas de sus obras han empezado a ser ya traducidas al castellano. En Estados Unidos, sin embargo, es considerada una de las más importantes escritoras del siglo XX y el estudio de su vida y obra se encuentra en auge. Hay quien la compara a James Joyce, y también a Poe o a Kafka, e incluso a Dostoiesky. Una importante colección que incluye a los más destacados pensadores y literatos de los Estados Unidos incluye a Flannery O’Connor, al lado de escritores como Mark Twain y William Faulkner. Por otro lado, el estudio de sus obras es frecuente en muchas universidades y colegios norteamericanos.

Hay dos circunstancias que llaman particularmente la atención en torno a Flannery O’Connor: Por un lado, su corta vida. Flannery vivió tan solo 39 años, y la última etapa de su existencia estuvo marcada por una grave enfermedad que influyó de manera determinante su aproximación a la vida y que por épocas le impedía dedicarse a escribir. Aún así, fue una escritora prolífica, con 2 novelas, 32 cuentos y varias conferencias.

Por otro lado, Flannery O’Connor es una escritora católica y autodefinida como tal. Ella misma no se entiende si no es en referencia a su fe católica. Este hecho, que quizá a nosotros puede parecernos no muy relevante, sí lo es en el medio cultural de los Estados Unidos, no solo por ser un país de mayoría protestante, sino porque la idiosincrasia norteamericana considera la religión un factor clave a la hora de referirse a algún literato o pensador. En una ocasión, refiriéndose al trabajo de autores católicos, Flannery señalaba que incluso entre los católicos "todas las circunstancias del autor son ignoradas excepto su fe".

“Escribo como lo hago –afirmaba en una carta- porque, y solo porque, soy católica. Pienso que si no fuera católica, no tendría ninguna razón para escribir, ninguna razón para ver, ninguna razón para sentirme horrorizada o incluso gozar de algo”. “Cuando la gente me dice que porque soy católica no puedo ser artista –decía en otra ocasión-, respondo que porque soy católica, no puedo permitirme ser menos que un artista”.

Sin embargo, a primera vista, su literatura está lejos de ser reconocible como la obra de un católico. No hay referencias a situaciones o personajes reconocidos como tales, ni el lenguaje sería el familiar para un católico. La ficción de Flannery O’Connor se desarrolla en el típico ambiente de religión protestante del sur de los Estados Unidos, donde abundan los auto-proclamados profetas, las referencias constantes a la Biblia a la manera protestante, la música Gospel y el lema “Jesús salva” que aparece por doquier. Sin embargo, lo que es más difícil de comprender, pero sin embargo sigue fascinando a tantos, es la capacidad de Flannery para, a través de la aguda descripción de esa realidad concreta, dar a conocer verdades fundamentales sobre el hombre y sobre la fe católica.

En esta conferencia buscaré presentar algunos aspectos de la vida de esta importante escritora norteamericana, así como señalar algunas características y claves de lectura de su obra, presentes tanto en sus cuentos y novelas, como en su correspondencia y conferencias. Utilizaremos principalmente los propios escritos de la autora, que se iluminan entre ellos para esclarecer lo esencial de su mensaje y de su estilo literario.

Su vida

Mary Flannery O’Connor nació en Savannah, en el estado de Georgia, el 25 de marzo de 1925, día en el que la Iglesia Católica celebra la Anunciación. Nació en el seno de una familia de larga tradición católica, descendientes de inmigrantes irlandeses y muy comprometidos con la vida de la iglesia local. Como parte de una minoría católica en un país de mayoría protestante, la comunidad católica de Savannah conservaba con fuerza sus tradiciones religiosas, de las que se nutrió Flannery durante su niñez y que afianzó a lo largo de su vida. Esta realidad influyó bastante su obra, no solo su fuerte raigambre católico, sino el ambiente protestante del sur de Estados Unidos, una región que ella definiría como “no centrada en Cristo, pero sí perseguida por Cristo”, en referencia al fuerte ambiente protestante fundamentalista, que impregnaba la región de una religiosidad muy particular, que vería la figura de Cristo más como algo supersticioso que como Dios hecho hombre.

Vivió los primeros trece años de su vida en esta ciudad, en una pequeña casa muy cerca de la Catedral de San Juan y estudiando en la escuela parroquial del Sagrado Corazón. En 1938, debido al trabajo de su padre, se mudaría a Milledgeville, una población cercana a la ciudad de Atlanta. Ahí, tres años más tarde, su padre Edward moriría de Lupus, una enfermedad entonces muy desconocida. Flannery quedaría sola con su madre, Regina. En su juventud atendió primero al Georgia State College para mujeres, y posteriormente a la Universidad de Iowa, en la cual se graduó en 1947 tras haber seguido cursos de literatura y periodismo.

Para ese entonces ya había empezado su carrera literaria, escribiendo y dibujando para boletines locales y enviando sus primeros trabajos a diversas revistas, los cuales fueron inicialmente rechazados. El mismo año que se graduó, 1947, presentó los primeros cuatro capítulos de una novela en la que estaba trabajando a un concurso promovido por una importante editorial. El premio que obtuvo la alentó a seguir escribiendo y al año siguiente se mudaría a Yaddo, una colonia de artistas al norte de Nueva York donde prosiguió su carrera literaria, trabajando en la que sería su primera novela, titulada “Sabiduría en la sangre”, (Wise Blood). Ya desde entonces manifestaba muy claramente la conciencia del proyecto que tenía entre manos y del estilo que desarrollaría. En diálogo epistolar con su editor, señalaba que no estaba “escribiendo una novela convencional”, y que solo aceptaba criticas “en la esfera de lo que estoy tratando de hacer”.

El primer esbozo de “Sabiduría en la sangre” estaría recién concluido en 1950. Un año antes había caído gravemente enferma. Lo que al principio se pensó podía ser un agudo caso de artritis, fue finalmente diagnosticado como Lupus, la misma enfermedad que había causado la muerte de su padre. Se trata de una enfermedad incurable, que ataca el sistema inmunológico y que se transmite genéticamente. El año 1951 fue muy duro para ella, siguiendo el tratamiento que se practicaba en aquella época y aprovechando los momentos de buena salud para corregir su novela. Asimismo, en aquel año tomó una decisión importante: regresar a Milledgeville a vivir con su madre. Ahí permanecería hasta su muerte.

Por fin, el 15 de mayo de 1952, fue publicada “Sabiduría en la sangre”, que atrajo una considerable crítica, tanto positiva como negativa. Esto sería una constante a lo largo de su vida. Como veremos, la poca comprensión de su obra fue una causa de constante frustración para la escritora norteamericana. En muchas de sus cartas lamenta incluso la crítica positiva, cuando esta no ha llegado a entender el fondo de su obra. “Sabiduría en la sangre” señaló claramente el rumbo que su literatura tomaría, plagada de personajes que en un primer momento podrían parecer absurdos y de situaciones grotescas y a veces hasta desagradables. En la relativamente pequeña ciudad de Milledgeville, la celebridad que fue alcanzando Flannery era motivo de orgullo, pero fue también uno de los lugares donde menos se comprendía su literatura. Cuentan que su madre Regina, orgullosa de la primera publicación de su hija, envió una copia a diversos representantes del clero local. Tras leer la novela, envió una nota de disculpa. Eso no impediría el constante apoyo que dio a Flannery en su carrera literaria.

El resto de su vida, Flannery O’Connor se dedicó a escribir, siguiendo lo que ella percibía muy claramente como una vocación. No se casó nunca. Aunque salía poco de su casa, se relacionaba con muchas personas a través de cartas. Precisamente, el contenido de muchas de estas forma un material imprescindible para la comprensión integral de su obra. En la medida que sus historias eran publicadas y se iba haciendo famosa, realizó diversos viajes al interior de los Estados Unidos para dictar conferencias. Una colección de sus relatos cortos fue publicada en 1955 bajo el título de “Un buen hombre es difícil de encontrar y otros cuentos” (A Good man is hard to find and other stories), hallando gran acogida.

En 1958 realizó su único viaje fuera de los Estados Unidos. En aquella oportunidad visitó Italia, Inglaterra y Francia. En Roma participó de una audiencia con el Papa Pío XII, de quien escribió: “Cualquiera que sea la especial vivacidad que hay en la santidad, es muy aparente en él”. También visitaría el santuario mariano de Lourdes, en Francia, tras lo cual experimentó una mejoría en su salud, que ella atribuía al baño en las aguas del santuario. Para ella, sin embargo, el mayor milagro de Lourdes sería la conclusión de su segunda novela, “Los violentos lo arrebatan” (The violent bear it away) , que le tardó siete años en escribir y que sería publicada en 1960. Ese año continuó ofreciendo conferencias en diversas universidades de Estados Unidos, obteniendo también algunos premios, entre ellos el prestigioso O. Henry Award. Algunos de sus cuentos fueron traducidos al francés y al alemán, e incluso se llevaron a la televisión. En 1964, una operación para extraer un tumor reactivó el lupus, y fue internada en el hospital en marzo de ese año. Regresando a su casa por semanas, ingresó nuevamente al hospital en julio. El 2 de agosto entró en coma, y murió en la madrugada del día 3 de agosto.

Al año siguiente de su muerte se público una nueva colección de cuentos, recogidas bajo el título “Todo lo que sube converge” (Everything that rises must converge). Otra colección, esta vez recogiendo sus ensayos, sería publicada en 1969, bajo el título de “Misterio y costumbres” (Mistery and manners). En 1971 se publicaría un volumen con todos sus cuentos, incluyendo algunos hasta ese entonces no publicados (Complete stories), y en 1979, una de sus amigas más cercanas, Sally Fitzgerald, editó una colección de sus cartas, con el título de “El Hábito de ser” (The Habit of Being). Los comentarios a sus obras, reflexiones y estudios suman hoy varias decenas, y siguen en aumento. Incluso hay revistas y boletines periódicos dedicados a estudiar su literatura y significado.

Superando el regionalismo

Fue una ávida lectora. Sus numerosas cartas van dejando ver una insaciable hambre de conocer y aprender. No fue una teóloga, pero muchas de sus lecturas mencionan a importantes teólogos de la historia de la Iglesia, desde San Agustín, pasando por Santo Tomás –a quien apreciaba particularmente- para llegar a Romano Guardini, Karl Adam e incluso a Teilhard de Chardin, entre otros. La filosofía fue también un permanente interés, en especial los trabajos de Jacques Maritain, Etienne Gilson, así como Martín Buber y también Martín Heidegger. Fue una lectora muy crítica.

En lo literario, reconocería la influencia de diversos autores, inicialmente Edgar Allan Poe, en especial lo que llamaba sus “Relatos Humorísticos”. También leyó a Mauriac, Bernanos, Bloy, Green, Waugh, entre otros literatos católicos, así como a otros importantes autores del sur de Estados Unidos, entre ellos a William Faulkner. La lista continúa, y evidencia su amplio interés por temas variados en el ámbito de lo literario, lo filosófico y lo teológico. Sin lugar a dudas, sus obras contienen sus propias reflexiones acerca de estos temas, y evidencian una actitud suya muy característica: “Si quieres la fe, tienes que trabajar por ella. Es un don, pero a muy pocos les es dada sin ninguna exigencia para cultivarla... No creas que tienes que abandonar la razón para ser un cristiano”. Profundizar y comprender la fe fue una tarea a la que dedicó arduas horas de lectura y estudio. Ciertamente, el interés de Flannery no estaba solo en comprender lo doctrinal, sino profundizar también en el misterio del hombre, de la vida. Quizá, podría incluso decirse para profundizar en su propio autoconocimiento. A una amiga suya, también escritora, le recomendaba el “autoconocimiento para vencer el regionalismo”. “Conocerse a uno mismo –le decía- es conocer la propia región, y también es conocer el mundo”. Uno de los grandes méritos de Flannery O’Connor es ser una escritora regionalista –sus cuentos y novelas siempre se desarrollan en el mismo contexto- pero que al hablar del hombre, y precisamente por ello, superan lo regional para tener un alcance universal.

Nunca a lo largo de su vida dejó la práctica religiosa. Por épocas, iba diariamente a Misa. No dudaba en señalar que la Eucaristía “es el centro de mi existencia. Todo lo demás es prescindible”. Su fe precisamente le permitió tenar una actitud admirable ante el sufrimiento que la acompañó en los últimos años de su vida. Llama la atención las pocas referencias que hay a su enfermedad, bastante dolorosa, y sobre todo el hecho de que no expresan ni amargura ni rechazo. “Los amigos de Dios sufren”, diría en una carta, expresando la aceptación de su enfermedad a la luz de su fe en Dios.

Algunas consideraciones en torno a su obra

Tanto sus cuentos y novelas, así como sus cartas, ensayos y reseñas, forman una unidad en la obra de Flannery O’Connor. Se iluminan mutuamente. Sus cartas son especialmente esclarecedoras para entender el contenido de sus escritos de ficción. Y es que resulta ya un lugar común hablar de lo difícil que es comprender su obra. Los libros y comentarios explicando el contenido de sus novelas y cuentos siguen apareciendo. Al leer sus escritos, en un primer momento, el mensaje parece ininteligible.

Muchos escritos de Flannery, no todos, utilizan lo grotesco. Se trata de un estilo muy presente en la literatura del sur de los Estados Unidos, que Flannery recoge y expresa a través de los personajes y situaciones que colman su obra. Parecería paradójico que una persona que busca expresar la fe a través de sus escritos utilice personajes vacíos, crueles, egoístas, en situaciones absurdas o violentas. “Los personajes de sus cuentos son miserables, gente marginal; historias grises y dramáticas con inicios duros y sin final feliz” . No ha faltado quien compare la literatura de O’Connor con las pinturas de El Bosco, el genial pintor flamenco. Se podría decir, en todo caso, que ambos utilizan lo grotesco no de manera gratuita, sino para revelar concepciones teológicas más profundas que no deben pasar desapercibidas.

El lenguaje simbólico está presente, pero a veces pareciera que falta la clave para descifrarlo. Ella se esforzaría, en especial en sus cartas, en explicar dicho simbolismo. Resulta esencial entender que, como señala Luis Fernando Figari, Flannery “utiliza la apariencia como significando cosas siempre más profundas. Tras la primera impresión, tras la lectura ordinaria, suele estar encerrado un significado más profundo, al que intenta apelar. Su obra parece estar dirigida a interpelar al lector que sea capaz de dejarse interpelar, o si no simplemente entretenerlo por la ironía o llevarlo a estrellarse con las figuras desagradables que emplea para expresar su mensaje” .

Esto resulta muy cierto en la obra de Flannery. La condición humana incluye tanto lo bueno como lo malo, y ella defendía “a muerte al derecho del artista para seleccionar un aspecto negativo del mundo y retratarlo”. Y, como veremos, resulta fundamental su interés en personajes que “se ven forzados a encontrarse con el mal y la gracia”. Precisamente, el rechazo de la gracia, la ayuda que Dios da a las personas, envuelve a los personajes en situaciones infelices y violentas. Por otro lado, explicando también su uso de lo grotesco, Flannery decía que para hablar de situaciones grotescas, que en apariencia salgan de lo ordinario, se debe “tener una concepción integral del hombre”, y eso incluye la dimensión teológica . Así, “su sentido de lo grotesco en sus historias funciona de manera irónica para despertar tanto a sus protagonistas como a sus lectores a la acción de la gracia, vista como la amorosa presencia de Dios, y a la transformación humana ante esa presencia” , que puede ser tanto positiva como negativa, pero que no deja al hombre indiferente.

Lo esencial de su obra, como ella misma lo diría, está en una aproximación a la realidad desde la fe católica. “La creencia está presente. La verdad –dice la autora- es que mis cuentos han sido nutridos por el dogma. Soy católica, no porque esto sea ventajoso para escribir, sino porque nací y fui criada como tal, y en un punto de mi vida, me di cuenta que no solo era católica, sino que esto es todo lo que era”. Y contrariamente a lo que muchos podrían pensar, para Flannery la fe no es obstáculo para la literatura. Los dogmas de la Iglesia, dirá, “son una puerta para la contemplación y son instrumento de liberación y no de restricción. Preserva el misterio para la mente humana”.

Esto resulta clave en la aproximación de Flannery O’Connor. Sus escritos buscan ser un reflejo de la realidad, un espejo fiel de lo que sucede en el mundo. La fe le da la perspectiva desde la cual entender la realidad. En esta realidad, si uno está atento, descubre la presencia de lo sobrenatural, en última instancia, de Dios. En este sentido dice en uno de sus trabajos: “Cuando la ficción está hecha de acuerdo a la naturaleza, debe reforzar nuestro sentido de lo sobrenatural al enraizarlo en una realidad concreta, observable”. “Si un autor católico pretende revelar misterios, habrá de hacerlo describiendo con veracidad lo que ve”. El misterio es una realidad presente en la vida del hombre, y para Flannery O’Connor, no se trata de comprenderlo para poder encasillarlo con la razón –lo que es imposible-, pero sí de manifestarlo a través de la literatura.

¿Entonces cuál es la clave? Esta aparece en su correspondencia: “Todas mis historias giran alrededor de la acción de la gracia en la persona que no siempre está dispuesta a aceptarla”. “Hay un momento de gracia en casi todas mis historias –afirmada en otra ocasión- o un momento en que es ofrecida, y usualmente es rechazada”. Es entonces la acción de la gracia en la vida de las personas lo que está presente. La acción de la fuerza de Dios que auxilia al hombre para que se abra a la vida divina. Y esa acción, como lo quiere demostrar Flannery, se da cotidianamente, en las situaciones ordinarias de la vida.

Resulta claro, sin embargo, que para la O’Connor muchas veces el hombre rechaza la ayuda de Dios. Precisamente, lo desagradable, lo grotesco y negativo que hay en sus escritos reflejan la realidad del hombre caído y que rechaza la gracia divina. El mal presente en el hombre y en el mundo no es querido por Dios, sino resultado de la negativa del hombre para aceptar la invitación de Dios a seguir su plan divino. De manera más precisa, Flannery habla del pecado. “Parte del misterio de la existencia es el pecado”, dirá, y eso se refleja de manera precisa en sus obras. La realidad y las acciones de los personajes, que a simple vista parecerían absurdas o ilógicas, no lo son. Las acciones insensatas o irracionales adquieren coherencia cuando el lector considera la realidad del pecado en la vida del hombre, que introduce una ruptura no solo con Dios, sino con uno mismo, con los demás, y con la realidad toda. Ciertamente, muchos de los personajes de Flannery hacen eco de San Pablo, “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” .

Sin embargo, los escritos de Flannery no resultan negativos. Presentar una visión pesimista o nihilista está lejos de su intención. Al reflejar la realidad, al presentar al hombre que se abre o se niega a la presencia de Dios, está afirmando que Dios busca al hombre y lo invita constantemente a abrirse a su presencia. Para ella, sus cuentos deben abrir un horizonte de esperanza al lector, la esperanza de participar, si quiere, de la vida divina, de la Redención obrada por el Señor Jesús. En este sentido, queda claro el papel que juega la libertad humana. La ficción de Flannery no se desarrolla en un mundo determinista, sino precisamente, en un mundo donde se respeta la libertad del hombre para tomar sus propias decisiones y vivir de acuerdo a ellas, sean estas buenas o malas. Tampoco tiene, como algunos han querido ver, una visión negativa del mundo. La creación es obra de Dios, y es por ello algo valioso que debemos aprender a querer.

La caída en el pecado original, la Encarnación de Jesús y la Redención son tres temas fundamentales en la obra de Flannery O’Connor. Si bien no están explícitamente mencionados, son temas que corren por debajo, que hilan las diversas tramas e invitan al lector a dejar lo superficial para adentrarse en el misterio de la vida humana y descubrir la presencia y la acción de Dios. Sus personajes lentamente, y a veces de manera dolorosa, toman conciencia de su propia caída, de su propia realidad de pecado, y se mueven, a veces también lentamente, hacia la aceptación de la redención traída por Cristo.

Una síntesis entre contenido y forma

Algún importante crítico señaló, tras la muerte de Flannery, que era una gran pérdida para la literatura norteamericana. En especial, decía, porque su temprana muerte no le permitió apostatar de su fe y convertirse en una auténtica literata. Las palabras del mencionado crítico reflejan ciertamente una visión del mundo de hoy en la que la fe y la vida están separadas, donde predomina el agnosticismo funcional y hay una trágica ruptura entre lo que se cree y lo que se vive. Esto, muchas veces, incluso se convierte en un paradigma ideológico desde el cual se juzga la obra de un autor. Contrariamente a la opinión de este crítico, Flannery nunca percibió una dificultad debido a su identidad católica a la hora de considerarse una escritora.

En realidad, es admirable la profunda armonía entre la forma y el contenido de la obra. El estilo literario que ella desarrolla, la trama de sus cuentos, va de la mano con el mensaje que estos contienen. Esta es quizá una de las mayores virtudes de la literatura de Flannery O’Connor, y una respuesta a tantas obras literarias que hoy se centran en la trama y abundan en recursos literarios pero que carecen de sentido o de profundidad. O’Connor era consciente de su condición de laica, y sus obras no son una prédica moralista. Entendía su vocación como una artista, como literata católica, y en ella ni la dimensión literaria, ni la dimensión religiosa, antagonizan, sino que por el contrario, se unen para producir una magnífica síntesis en la que a través de certeras descripciones, abre a los lectores a las realidades últimas:

“Mi labor y lo que trato de realizar es, a través de la fuerza de la palabra escrita, hacerte escuchar, hacerte sentir. Es ante todo, hacerte ver... si lo logro, encontrarás ahí (...) aliento, consuelo, miedo, simpatía, todo lo que pides, y quizá, también ese atisbo de la verdad por la cual te has olvidado de preguntar” . También decía: “Cuando puedes separar el tema de la historia de la historia en sí misma, entonces puedes estar seguro de que no es una muy buena historia”.

Crítica a la cultura contemporánea

No se puede entender la obra de Flannery O’Connor sin considerar el contexto histórico y cultural en el que vivió, y en especial, la sociedad secularizada y materialista que le tocó vivir a la escritora norteamericana, no muy distinta de nuestra época. Denunciaba particularmente el nihilismo presente en el pensamiento, percibiendo como se iba perdiendo el sentido religioso en la sociedad, “y que desaparece el doble de rápido debido a los substitutos religiosos para la religión” . “Una sociedad secular –se lamentaba- entiende la mentalidad religiosa cada vez menos. Se hace más difícil en los Estados Unidos hacer la fe creíble, que es lo que el novelista trata de hacer” .

En esta situación, resulta claro para Flannery la dificultad de las personas para entender el misterio presente en la realidad. En algunos de sus personajes está presente la falta de interés, la indiferencia, respecto a las realidades últimas de la vida. Otras, víctimas del racionalismo, son elocuentes ejemplos del tratar de encasillar lo que supera la mente humana en categorías comprensibles, pero que han dejado de lado lo esencial precisamente porque lo esencial trasciende la razón, lo que no significa que la niega. La cerrazón a lo divino es un tema recurrente en sus historias, que retratan un mundo alejado de Dios y que busca reducir su presencia a la mínima expresión. “En todos lados hoy vas a encontrar personas aceptando la religión, pero despojada de sus elementos religiosos (...) Si me preguntas si puedes ser católico y encontrar una explicación natural para los misterios que nunca puedes comprender, me estas preguntando si puedes ser católico y substituir la fe por algo. La respuesta es: no” .

Una de las críticas más fuertes a la sociedad de su época, y que quizá hoy sería incluso más actual, es el marcado acento en lo sentimental. Flannery veía esto particularmente en la literatura de su tiempo, como expresión de una sociedad sentimentalista que abandonaba el uso de la razón. “No hay nada menos sentimental que el realismo cristiano”, señalaba en una de sus cartas. “Ninguna verdad tiene que satisfacer emocionalmente para ser correcta (...) La verdad no cambia de acuerdo a la capacidad de nuestro estómago para asumirla” .

Ante esta realidad, Flannery es conciente de las dificultades en la comprensión de su obra. Sabe que su público, en su gran mayoría, no es creyente. Precisamente, eso resulta para ella un desafío, más que un obstáculo. Quizá por eso decía, en referencia a su obra: “Puedo esperar cincuenta años, cien años, para que sea comprendida” . “Una de las cosas feas sobre el escribir cuando se es cristiano es que tu realidad última es la Encarnación... y nadie cree en la Encarnación. Quiero decir nadie en tu audiencia. Mi audiencia son personas que creen que Dios está muerto. Por lo menos, estas son las personas para las cuales soy conciente que escribo”. Era particularmente sensible a las reseñas sobre su obra, y a veces señalaba que prefería ser ignorada, pues poca gente captaba lo esencial de su literatura. En ese sentido, incluso las reseñas positivas acerca de sus cuentos y novelas le resultaban incómodas. Desde la perspectiva de la acción de la gracia en “un territorio en gran parte dominado por el demonio”, era conciente de que “lo que escribo es leído por un público que pone poco valor tanto en la gracia como en el demonio”.

Precisamente, su recurso a lo grotesco forma parte de la búsqueda de Flannery de llegar a un público tan adverso. “El novelista con preocupación católica halla en la vida moderna distorsiones que le son repugnantes, y su problema será hacer aparecer estas distorsiones a un público que las considera normal”. Cuando sabes que tu público “no comparte tus creencias, tienes que expresar tu visión a través del shock. A los duros de oído les gritas, y a los que son casi ciegos les dibujas figuras enormes y alarmantes”.

La referencia al demonio resulta una característica particularmente interesante en la literatura de O’Connor. Alguien decía que el mayor logro del demonio en nuestro tiempo es hacer creer que no existe. Para Flannery, es alguien que actúa y busca apartar al hombre de Dios. Ciertamente cree en la acción del demonio, y eso queda plasmado en diversas historias donde este se hace presente. Sin embargo, junto al demonio aparece la acción de la gracia. O más bien, como lo afirmaba Flannery, el momento en que se da la gracia “enloquece al diablo”, llevándolo a actuar. Es un ejemplo de una realidad que va más allá del mundo sensible, introducida desde su perspectiva para reflejar integralmente la realidad. Una visión realista, así como considera la presencia de Dios y la acción de su gracia, incluye la acción del demonio. El demonio “tiene un nombre, una historia y un plan definido. Su nombre es Lucifer, es un ángel caído, y su meta es la destrucción del Plan de Dios” , escribía en una carta.

A manera de ejemplo

Como hemos señalado, buena parte de la obra de O'Connor “debe tomarse como una denuncia profética de vidas que se escudan en lo rutinario de costumbres o creencias y no llegan al núcleo auténtico de la persona” , que se quedan en lo epidérmico de la existencia, de una vida signada por la mentira y la ruptura.

“Un buen hombre es difícil de encontrar” es el título de su primera colección de cuentos. Se trata de nueve historias “sobre el pecado original”, como ella diría, en las que busca hacer que los lectores tomen conciencia de la realidad del pecado para llevarlos a aceptar la realidad de la gracia.

La colección lleva el nombre por el título de uno de los relatos que contiene. Se trata de uno de sus cuentos más conocidos, y también una de las historias más violentas en la narrativa de Flannery. “Un buen hombre es difícil de encontrar” cuenta la historia de una familia sureña –papá, mamá, hijo e hija, y la abuela- que emprenden un viaje en automóvil. Desde las primeras líneas, Flannery traza magistralmente las relaciones existentes entre los miembros de esta familia, en la que abundan las iras escondidas, los resentimientos y el egoísmo. Resulta central la figura de la abuela. Buscando satisfacer un capricho, manipula la situación para visitar cierto lugar donde pasó su infancia. Al desviarse del camino, la abuela recuerda que el lugar que quería visitar estaba en realidad en otro estado. Su sobresalto causa finalmente un accidente y el carro se sale del camino. Nadie sale herido, pero entonces se cruza en el camino de esta familia “El Inadaptado”, un delincuente recientemente evadido de prisión. La abuela lo reconoce como un criminal, y entonces el Inadaptado manda a sus secuaces a matar a cada uno de los miembros de la familia.

La última en morir es la abuela. Precisamente, el desenlace de la historia ejemplifica la manera como Flannery presenta temas más profundos. El Inadaptado manifiesta una intensa lucha interior ante la figura de Jesús, mientras que la abuela sufre una experiencia final de conversión. Ante la muerte, en un momento de lucidez, la abuela reconoce su propia miseria y es capaz de abrirse al amor. Ha dejado actuar a la gracia. Eso la lleva también a un gesto de ternura hacia el Inadaptado. La aceptación de la gracia por parte de la abuela la lleva a comunicar lo descubierto al criminal. Pero este “como si fuese mordido por una serpiente” –imagen que claramente evoca al Libro del Génesis y a la caída de Adán y Eva tentados por la serpiente- le dispara tres tiros en el pecho, matándola.

Para el Inadaptado, ha habido también un momento de gracia en el gesto de la abuela, pero que ha sido rechazado. Sin embargo, Flannery deja ver que no todo ha sido perdido para el criminal. Se ha operado un cambio también. Poco antes, había señalado que “la maldad es el único placer”. Tras el encuentro con la abuela, reconoce que “no hay ningún placer en la vida”. Sin abrirse completamente a la presencia de Dios, reconoce el sinsentido de una vida alejada del Señor, a quien, como se constata a lo largo de la historia, en algún momento tuvo cercano. Al final, de manera simbólica, deja su arma en el suelo y empieza a limpiar sus anteojos, con una mirada “indefensa”. De manera sutil, Flannery señala que un cambio se ha operado, un cambio que podría abrir al Inadaptado a una nueva realidad. Así, lo grotesco y trágico de la situación contienen en esencia una verdad elocuente y que en último término, abre a la esperanza del cambio.

Hay algunos relatos en los que Flannery es mucho más directa. Es el caso de “El negro artificial”, uno de sus mejores cuentos a decir por la misma autora. El elemento de la gracia actuante es expresado de manera más directa. En un momento del relato, Mr. Head, uno de los personajes principales, niega el conocer a su pequeño sobrino Nelson, dejándolo a merced de la policía. Flannery describe la situación interior del Sr. Head con términos precisos: “Permaneció horrorizado, juzgándose a sí mismo con la minuciosidad de Dios, mientras que la acción de la misericordia cubría su orgullo como un fuego y lo consumía. Nunca antes se había visto como un gran pecador, pero vio entonces que su verdadera depravación se le había escondido para no llevarlo a la locura. Se dio cuenta que estaba perdonado por sus pecados desde el principio de los tiempos, cuando había concebido en su propio corazón el pecado de Adán, hasta el presente, cuando había negado al pobre Nelson”. En este hermoso pasaje, queda clara la acción redentora de la gracia y marca el principio de una reconciliación entre el Sr. Head y su sobrino.

Conclusión

En un tiempo como el nuestro, en el que abunda la miseria, el sufrimiento, el dolor, es legítimo preguntarse si vale la pena leer las historias de Flannery O’Connor, que no harían sino abundar en los aspectos negativos de un mundo en crisis. Aun cuando ella formulara las intenciones presentes en sus historias, el lector promedio que se acerca a su obra sin un conocimiento previo de la autora difícilmente reconocerá los valores de esperanza que su obra encierra. Esta es una crítica válida y que le fue hecha durante su vida.

Precisamente, ella contaba que una vez le escribió una lectora suya que le decía que “al llegar la noche, el lector cansado quiere leer algo que le levante el ánimo”. Y al parecer, comentaba con su característico tono irónico, “su ánimo no había sido levantado por nada que yo haya escrito. Sin embargo, creo que si su corazón estuviese en el lugar adecuado, se le habría levantado”. El lector de hoy, reconocía Flannery, busca “el acto redentor” también en la literatura, y es tarea del novelista ofrecerlo. Pero el lector de hoy, reflexionaba, “se ha olvidado lo que esto cuesta. Su sentido del mal se ha diluido o se ha perdido, y se ha olvidado del precio de la restauración”, buscando satisfacciones emocionales inmediatas.

Flannery O’Connor percibía claramente un llamado a anunciar la Redención traída por Cristo, pero no en los términos que muchos de sus lectores querían, lo que quizá ella percibiría como una burda parodia sentimentalista del misterio. "Hoy vivimos en una edad que duda de los hechos y valores, que se mueve así y por convicciones momentáneas, que considera la religión como un asunto privado", afirmaba en una conferencia. Así, el escritor de hoy, aunque quisiera, no puede reflejar un equilibrio existente en la sociedad, pues no lo hay. Quizá, comentaba, esto era posible en el siglo XIII, como lo hizo Dante, pero hoy no es posible. “Hay épocas en que es posible ganarse al lector, hay otras en que algo más drástico es necesario”.

Desde esta perspectiva, ella pensaba que las novelas del futuro no deben ser las que el público o los críticos quieren, sino “el tipo de novelas que interesen al novelista”, alejándose de la novela tradicional para presentar realidades profundas que vayan abriendo a los lectores al misterio, y en última instancia a Dios.

Aún así, queda como válida la crítica acerca de la dificultad para comprender su obra. Pero es claro que en el caso de Flannery su estilo literario surge desde una experiencia de vida y una percepción propia –católica, eso sin duda- de la realidad que ella percibe como una vocación literaria. Y ella misma diría:

“Lo humano está antes que el arte. No escribes lo mejor que puedes por el arte en sí mismo, sino por el hecho de devolver tu talento incrementado a Dios invisible, para que El lo use o no como crea conveniente” . “Cuando escribes una novela, si has sido honesta al respecto y tu conciencia está clara, entonces me parece que puedes dejar el resto en manos de Dios. Cuando el libro deja tus manos, pertenece a Dios. El puede usarlo para salvar a algunas almas, o para probar a otras, pero creo que para el escritor el preocuparse de esto es querer hacer el trabajo de Dios” .


Kenneth Pierce Balbuena

Sobre Flannery O'Connor: http://www.aciprensa.com/podcast/download.php?file=4492